Aunque no exista completa unanimidad, muchos estudiosos
coinciden en que nuestra sociedad sufre, desde hace décadas, una
imparable epidemia de narcisismo. La extraordinaria preocupación por la apariencia física, el desorbitado crecimiento de la industria de la cirugía plástica, la admiración por las celebridades, el deseo de ser “especial”,
de poseer el último modelo de aparato electrónico, serían síntomas de
un creciente narcisismo que va engullendo a las sociedades ricas y
desarrolladas.
Publicidad
Según cuentan Jean M. Twenge y W. Keith Campbell en The Narcissism Epidemic (2009), en
los Estados Unidos, 1 de cada 10 veinteañeros y 1 de cada 16 personas
de cualquier edad mostrarían rasgos narcisistas. En los casos más
patológicos, que no son muchos, existe el Trastorno Narcisista de la Personalidad, un síndrome identificado en 1971 por el psiquiatra Heinz Kohut
y reconocido oficialmente como patología en 1980. La reciente
identificación de este trastorno y la mayor incidencia de estos rasgos
entre los jóvenes, serían indicadores del crecimiento y la extensión del
problema.
La televisión, los medios, y hoy Internet, actuarían como potentes cajas de resonancia de una cultura del “¡mírame!”
Como Narciso el joven griego que se enamoró de su
propia imagen, el aspecto físico y otras señales externas serían
elementos que necesita el narcisista para atraer la atención del
público, para sentirse protagonista, para mostrar a los demás que es especial. La televisión, los medios, y hoy Internet, actuarían como potentes cajas de resonancia de una cultura del “¡mírame!”.
Por suerte, este narcisismo no afecta a todos los ciudadanos, ni a
todo el mundo por igual. Pero tiene una desmesurada incidencia en la
clase política y en la llamada “élite” del periodismo.
Cómo es el narcisista
Un narcisista se sobrevalora a sí mismo, exagera sus cualidades.
Piensa que es único, especial, que supera a los demás en estatus,
apariencia, inteligencia o creatividad. Pero no es así: en realidad
posee, en media, las mismas cualidades que el resto. Eso sí, desarrolla
una conducta particular: va seleccionando sus relaciones sociales de
manera que maximicen la autoadmiración.
Se rodea de un tipo de personas que lo adule, raramente de aquellos que critiquen sus defectos. Además, carece de empatía, de cercanía, de amor por sus semejantes. Tiende a abusar de los demás, a despreciarlos y a fomentar en ellos conductas sumisas. Al centrarse en sí mismo descuida a los demás y es reacio a asumir responsabilidades: se trata de una faceta más delinfantilismo.
El narcisista descuida a los demás y es reacio a asumir responsabilidades
Sin embargo, el narcisismo es una trampa retardada: la aversión a asumir responsabilidades y la excesiva autoconfianza
suelen ser recetas infalibles para el fracaso en el largo plazo.
Implica también un notable perjuicio social pues el narcisista suele
obtener sus ventajas a expensas de otros.
Narcisismo no es lo mismo que autoestima, pero…
Narcisismo y autoestima son dos conceptos distintos. Es cierto que el
narcisista posee una elevada autoestima: se cree más inteligente, más
bello o más importante que los demás. Pero nunca más ético, más
compasivo o más preocupado por el prójimo. Sin embargo, ambos conceptos
están relacionados: una de las causas del crecimiento del narcisismo en
los últimos tiempos ha sido precisamente la búsqueda de autoestima a toda costa, una tendencia que se puso de moda hace unas décadas.
Una clave para el crecimiento del narcisismo ha sido la búsqueda de autoestima a toda costa
En el pasado, la autoestima no se perseguía: era un subproducto del esfuerzo y del consiguiente éxito. La voluntad, la renuncia, el trabajo duro
contribuían a lograr los objetivos que el sujeto se había propuesto. No
es que las personas con mayor autoestima tengan más éxito: es el éxito
el que conduce a una más elevada autoestima. Por ello, la autodisciplina, la cordura, la frugalidad, el aplazamiento de la gratificación,
el esfuerzo, la paciencia, la tenacidad eran cualidades que definían,
entre otros, el valor de una persona hasta hace unas cuantas décadas.
No es que las personas con mayor autoestima tuvieran más éxito: era el éxito el que conducía a una más elevada autoestima
Hazte suscriptor voluntario de Disidentia. Ayúdanos a ser libres.
La era del “crecimiento personal”
Pero, las tornas comenzaron a cambiar en los años 60 y 70 del siglo
XX cuando aparecieron ciertas corrientes de pensamiento que ensalzaban
las emociones, la supremacía de los sentimientos sobre la razón, la
importancia del crecimiento personal. Surgió la llamada cultura terapéutica,
una ideología que considera a los individuos frágiles, tendentes al
fracaso debido a una baja autoestima. Por ello, fomentó estrategias para
incrementar la autoestima de los sujetos, buscó supuestos atajos para alcanzarla… sin necesidad de trabajo o sacrificio, sin conseguir antes objetivo alguno, sin voluntad ni renuncia.
La cultura de la autoestima gratis y sin esfuerzo contribuyó a la propagación de la epidemia de narcisismo
La cultura de la autoestima gratis y sin esfuerzo contribuyó a la
propagación de la epidemia de narcisismo pues abrió, entre otras cosas,
lo que se llamó el dogma de la autenticidad: lo importante no era que un individuo fuera trabajador, voluntarioso o esforzado sino que fuera auténtico,
que expresara abiertamente sus sentimientos y emociones. “Sé tú mismo”,
era el lema. Ya no se mediría a las personas por sus actos sino “por lo
que son”.
Y las consecuencias no tardaron en hacerse notar. En The Culture of Narcissism (1979) el sociólogo norteamericano Christopher Lasch señalaba: “Hoy
día, muchas personas persiguen ese tipo de aprobación que aplaude no
sus acciones sino sus cualidades personales; no lo que logran sino lo
que son. Más que respetados, buscan ser envidiados. El orgullo ha sido
sustituido por la vanidad“.
Lógicamente, esta corriente abría las puertas a la irresponsabilidad personal, uno de los elementos del narcisismo. Y también a la corrección política:
cada persona no sería valorada por lo que hace sino por lo que es; por
el grupo al que pertenece. Tanto la cultura terapéutica como la
corrección política despojaron al individuo de su responsabilidad; no lo
trataron como una persona dueña de su futuro sino como una víctima de
circunstancias sociales, como una mera hoja al capricho del viento.
La autoridad paterna… en crisis
La cultura terapéutica puso en duda la capacidad de los padres para educar a sus hijos sin ayuda, sin el consejo de expertos, menoscabando así la autoridad paterna. Los progenitores de los 50, acostumbrados a ser tratados muy estrictamente cuando eran niños, intentaron cambiar las tornas.
Ciertamente, el tipo de familia donde los padres ejercían poder y
mando absolutos era ya producto de otra época. Pero, en lugar de
encontrar el equilibrio adecuado, en demasiadas ocasiones los padres
acabaron en el extremo opuesto. Intentaron ser amigos de los niños, en
lugar de figuras con autoridad, buscando a toda costa la aprobación de
sus hijos: la autoridad había cambiado de bando.
Con la mejor de las intenciones, los padres se volvieron demasiado
permisivos. Y, siguiendo la creencia imperante de que una elevada
autoestima era crucial para el futuro de sus hijos, hicieron lo
imposible para proporcionársela, con efectos muy adversos. Como señalan Twenge y Campbell: “hoy
día, muchos padres intentan fomentar la autoestima y la auto-admiración
en sus hijos, en parte porque ciertos libros han pregonado su
importancia. Desgraciadamente, muchas de las cosas que los padres creen
que elevan la autoestima, como decir al niño que es especial o darle
todo lo que pide, en realidad solo conducen al narcisismo“.
Estos autores cuentan el caso de un joven de 18 años, de Illinois,
que indicaba a su padre el puesto de trabajo que debía aceptar. O el de
un niño de cinco años que decidía el modelo de automóvil que compraría
la familia. Son casos extremos, pero muestran hasta que punto llegó
degradarse la autoridad paterna y ofrecen una imagen del caldo de
cultivo en el que se desarrollaron las nuevas generaciones de
narcisistas.
Superar la marea de narcisismo requiere recuperar la
responsabilidad individual, la cultura del esfuerzo. Y combatir la
corrección política
Superar la marea de narcisismo requiere recuperar la responsabilidad individual, la cultura del esfuerzo, la autonomía de los ciudadanos para tomar sus decisiones. Ser consciente de que la autoestima no se busca:
se encuentra con el recto comportamiento y el trabajo bien hecho. Es
necesario restaurar una autoridad paterna, razonable y equilibrada,
adaptada a los tiempos. Y también combatir con firmeza la corrección
política, una fuente inagotable de narcisismo, pues induce a ciertas
personas a creer que son especiales, sin mérito alguno, tan sólo por
pertenecer a un colectivo determinado.
A la postre, el narcisismo es la comida basura del alma humana: es
atractivo, asequible, parece mostrar un buen sabor en el corto plazo…
pero resulta devastador con el paso del tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario