Encuentro Trump-Kim: un paso más en la colonización de Corea del Norte
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Es interesante notar que la prensa, incluso la norteamericana,
evitó cuidadosamente llamar a Kim de dictador comunista. Esa era la
regla cuando el régimen norcoreano amenazaba desatar una guerra nuclear.
Entre intercambio de palabras elogiosas, el presidente de los
Estados Unidos, Donald Trump, y de Corea del Norte, Kim Jong-un,
firmaron un acuerdo evasivo basado en promesas de ambos lados. Sobre la
desnuclearización, el acuerdo dice que Corea del Norte “reafirma su
compromiso firme y sin dudas de completar la desnuclearización de la
península coreana”. Los Estados Unidos, por su parte, asumieron el
“compromiso de suministrar garantías de seguridad” a Corea del Norte. Al
preguntársele sobre el bloqueo al país, Trump respondió que estos
continuarían hasta que Corea del Norte mostrase algo más.
El acuerdo dice también que los dos países “unirán esfuerzos para
construir un régimen de paz estable y duradero” en la península
dividida, lo que significa la posibilidad de la firma de un acuerdo de
paz entre las dos Coreas. Formalmente, Corea del Sur y Corea del Norte
están en guerra desde 1950, después de la invasión norteamericana
realizada para impedir que la revolución socialista que fundó un Estado
obrero burocratizado en el Norte, en 1948, pudiese alcanzar toda la
península. Desde entonces, ella está dividida en el llamado “paralelo
38” –una frontera militarizada– entre la República de Corea al sur y la
República Democrática de Corea al norte.
La única afirmación concreta, pero no puesta en el acuerdo, partió de
Trump en una conferencia de prensa. Él dijo que suspenderá los
ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur –los “juegos de guerra–
sin embargo, sin dejar de decir que son muy caros y –una concesión a Kim– muy provocadores. Esos ejercicios son realizados regularmente y son simulaciones de una posible invasión a Corea del Norte por los dos países. Presidente
Donald Trump reunidos con el líder norcoreano Kim Jong-un en Sentosa
Island, 12/6/2018, en Singapur. (AP Photo/Evan Vucci), extraída de
PolitiFact.
Cuando se le preguntó sobre la cuestión de los llamados “derechos
humanos” en el país, esto es, sobre la política sanguinaria del dictador
Kim Jong-un contra su propio pueblo, Trump afirmó que discutieron el
asunto brevemente y terminó por defenderlo: “Bien, él es muy talentoso.
Para cualquiera que asume esa situación como él hizo con 26 años y
consigue administrar eso, y administró con rigor. Yo creo que hay una
situación difícil allá. Y haremos algo sobre eso. Es difícil. Pero es
difícil en muchos lugares también”.
No obstante, a pesar de los resultados nulos expresados por la
declaración conjunta, la prensa mundial califica el encuentro de
histórico. El ministro del Exterior chino, Wang Yi, afirmó que solo el
hecho de haberse sentado para conversar ya está “creando una nueva
historia”. El diario The Times, de Inglaterra, calificó la conversación de “encuentro del siglo”. ¿Cuál es el motivo? De Estado obrero burocratizado a semicolonia capitalista
Es interesante notar que la prensa, incluso la norteamericana, evitó
cuidadosamente llamar a Kim de dictador comunista. Esa era la regla
cuando el régimen norcoreano amenazaba desatar una guerra nuclear.
La verdad, Corea del Norte hoy está lejos de ser un país “comunista”.
Su historia puede ser dividida en dos fases. La primera va desde la
liberación del yugo colonial ejercido por el Japón, luego de la Segunda
Guerra Mundial, y de la fundación de la República Popular Democrática de
Corea en 1948 (a la cual siguió la invasión norteamericana y la
división de la península) hasta la restauración capitalista, en la
década del ’90. La segunda, a partir de la restauración hasta los días
de hoy.
En la primera fase, la burguesía japonesa, que poseía las principales
fábricas y tierras en el norte industrializado y comandaba las finanzas
del país, fue expropiada. Una intensa movilización obrera ocupó las
fábricas, fundó sindicatos y creó comités populares luego de la derrota
del Japón en la Segunda Guerra Mundial. La colectivización de los medios
de producción y de las tierras hizo crecer 15% el país por diez años
consecutivos después del fin de la Guerra de Corea, en 1953.
Sin embargo, el Estado obrero que surgió tenía en su dirección un
partido controlado por la ex Unión Soviética, que estaba completamente
estalinizada. Por eso, ya nació burocratizado. Esta dirección, el
Partido de los Trabajadores, acabó con la democracia existente en el
inicio del proceso revolucionario y comandó el país con mano de hierro,
instituyendo una dinastía hereditaria. El actual presidente es nieto del
fundador de Corea del Norte, Kim II-sung [1].
Una de las políticas adoptadas, coherente con la herencia estalinista del socialismo en un solo país, fue el Juche,
o autosuficiencia, en 1955. Esta política llevó a Corea del Norte al
aislamiento, teniendo como único aliado, en un primer momento, a la ex
URSS y después a China. Este aislamiento llevó el país a una dependencia
completa de sus aliados mayores, pues era imposible construir un Estado
obrero en un territorio pequeño, con pocos recursos naturales y solo
18% de tierras agrocultivables, con una industria incipiente y una
mayoría campesina de la población de 25 millones.
La segunda fase, de un Estado capitalista, se inició en la década del
’90, luego de la restauración capitalista ocurrida en China (finales de
la década del ’70) y de la Unión Soviética en 1986. Todos los subsidios
de aquellos países a Corea del Norte fueron cortados y el comercio
basado en el intercambio de productos, siempre ventajoso al pequeño
país, acabó. A eso se sumaba el bloqueo comercial capitaneado por los
Estados Unidos, que prefería derramar dinero y armas en Corea del Sur,
bajo el comando de una dictadura aún más violenta.
Hubo una abertura de la economía, con la creación de zonas liberadas
para la explotación capitalista, buscando atraer capital principalmente
de Corea del Sur. Pero el capital entró con el único objetivo de
explotar la fuerza de trabajo más barata del Norte, en fábricas situadas
en la frontera. El país vive una crisis económica crónica, agravada por
el monto del presupuesto militar, que consume la mayor parte de sus
ingresos. Actualmente, la explotación capitalista del país está
totalmente liberada, con un desarrollo importante de la construcción
civil, hecho por empresas privadas cuyos dueños son miembros del partido
“comunista”, que están formando una nueva burguesía. Se estima que 40%
de la población esté envuelta, como patrones o empleados, en negocios
privados.
Entre esas dos fases existe un hilo de continuidad: el mantenimiento
de la dictadura de la familia Kim, que nunca dudó en atacar a su propio
pueblo para mantenerse en el poder, arrojando a millares en campos de
concentración, obligando a los campesinos a trabajos forzados y cuya
política económica, basada en el Juche, fue responsable de la
muerte de cerca de 500.000 coreanos debido al hambre causado por malas
cosechas en los años ’90, que dejó secuelas en la población hasta hoy.
Por eso, si la prensa burguesa estaba equivocada al identificar a Kim
Jong-un como un comunista, continúa equivocada al dejar de calificarlo
como dictador implacable, con la esperanza de que, con el esperado
acuerdo, los Estados Unidos terminen de colonizar el país. Perspectivas
En primer lugar, se debe reconocer que existió un acuerdo político en
esas conversaciones. El hecho de que Trump no haya hecho nunca
cualquier crítica al régimen de Kim Jong-un, de llamarlo talentoso y de
que entendía su situación “difícil” en el comando del país, lo legitima
frente a la población y le da más condiciones de aumentar la explotación
sobre los trabajadores norcoreanos.
También da el aval para la continuidad de la formación de una nueva
burguesía norcoreana que podrá, en el futuro, ser la socia menor de la
burguesía surcoreana en su relación de semicolonia con el propio Estados
Unidos. Este es el sentido, también, de un probable acuerdo de paz
entre las Coreas y una futura unificación bajo el patrocinio
norteamericano.
No obstante, el refuerzo de autoridad que Trump concedió a Kim se dio
sobre la base de su total capitulación a las presiones militares del
imperialismo norteamericano y las diplomáticas de China. Antes del
encuentro, Kim viajó dos veces a China para conversar con Xi Jinping, el
presidente de ese país. En ellas, Kim fue aconsejado de hacer un
acuerdo con los Estados Unidos por la desnuclearización de la península.
Con eso, Xi empuja a Corea del Norte, que tiene en China su socio
comercial, en la dirección de tornarse una semicolonia de los Estados
Unidos y de perder la independencia política conquistada por la
revolución, tal vez el último resquicio de aquel gran acontecimiento.
Con el acuerdo, Kim Jong-un deja las puertas abiertas para la entrada
de capital norteamericano en el país, aunque no sea de manera
inmediata. Como dijo Trump, Corea del Norte precisa algo más… Un síntoma
de esa posibilidad es un video creado por una productora norteamericana
a pedido de Trump, mostrando las dos opciones que el país tenía por
delante: volver al pasado de hambre, atraso y guerra o ir hacia un
futuro brillante, con fábricas ultramodernas, ciudades llenas de
rascacielos y supermercados abastecidos.
Estas son, por lo tanto, las opciones de Kim Jong-un: mantener un
país independiente del imperialismo o volverse una colonia de una
semicolonia. El problema es que la primera opción solo sería posible si
él recurriese a los trabajadores y campesinos norcoreanos para una
movilización nacional contra la explotación capitalista y el avance del
dominio imperialista, convocando a la clase obrera del Sur para una
lucha conjunta por la unificación de la península coreana sobre las
bases de una nueva revolución y un Estado obrero de toda la península.
Sin embargo, una clase social no comete suicidio, y Kim sabe a cual
clase pertenece.
[1] Para más informaciones: https://litci.org/pt/mundo/asia-mundo/coreia-do-norte/morte-de-kim-jong-il-leva-incerteza-a-coreia-do-norte/
Traducción: Natalia Estrada.
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