sábado, 24 de noviembre de 2018

‎“Chalecos amarillos”, una cólera ‎altamente política, por Alain Benajam

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‎“Chalecos amarillos”, una cólera ‎altamente política, por Alain Benajam

Alain Benajam


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Los franceses parecen querer tomar el control de su propio destino y era urgente que ‎se decidieran a hacerlo. El mundo político-mediático ya no podía hacer otra cosa que lanzarles ‎su odio a la cara. ‎
Es urgente actuar porque nuestro país [Francia] está empobreciéndose a toda velocidad, al ritmo ‎de una inexorable espiral deflacionista. ‎
Es gravísima la desindustrialización de Francia. Personalmente, yo que siempre trabajé en la ‎industria, estoy viendo desaparecer numerosas habilidades junto con las industrias que las ‎desarrollaban. Eso está sucediendo tanto en las industrias mecánicas, que en el pasado fueron el ‎orgullo de la industria francesa, como en las industrias de la electrónica. ‎
Una deuda injusta e inútil, obligatoriamente aplicada a Francia debido a la relación entre los ‎intereses que el país tiene que pagar a los mercados financieros, hace cada vez más aplastante el ‎sistema fiscal francés, cosa que todos estamos comprobando. ‎
No hace aún mucho tiempo, la riqueza francesa –y por consiguiente la capacidad del país para ‎enfrentar la deuda– se apoyaba en una industria floreciente. Pero esta última se ha desplomado ‎ante el empuje de la industria china. Ahora son sólo las clases medias las que sufren la presión ‎financiera. Al mismo tiempo, se derrumba el consumo, los servicios de salud franceses –que ‎estuvieron entre los mejores del mundo– también se caen a pedazos, al igual que todo el ‎conjunto de los servicios públicos y el sistema educativo. ‎
Para completar la destrucción del sistema social francés, se ha orquestado la llegada de grandes ‎masas de migrantes para que los pobres del mundo entero puedan venir a ofrecer dócilmente su ‎fuerza de trabajo a bajo precio, en lugar de los trabajadores franceses. ‎
Quienes ostentan el poder, como representantes en Francia del gran capital globalizado y ‎especulador, alimentan a una clase lacayos que monopolizan la información y los medios de ‎difusión en general. Estos últimos no hacen más que divulgar el odio que sienten contra ‎el pueblo y no proponen otra cosa que la censura para tratar de enfrentar el descontento. ‎
Hace mucho tiempo que no se veía a las élites intelectuales y mediáticas tan divorciadas del pueblo de Francia. ‎
Los franceses han perdido, por esas razones, la confianza en todo lo que pueda parecerse a una ‎institución, viéndolo incluso como un enemigo. ‎
El movimiento de los “Chalecos amarillos” [1] quiere ser ‎apolítico –en cuanto a no acercarse a ninguna formación o tendencia política– pero es ‎altamente político en el sentido ciudadano del término. Tratando de ser apolítico, ‎ese movimiento ha rechazado el apoyo de sindicatos y de partidos políticos –algunos ‎desacreditados y otros vilipendiados. Pero es un movimiento justo y fuerte contra los impuestos ‎injustos, impuestos que provienen precisamente de la deuda, pero no de una deuda que es en ‎sí misma virtual sino de los intereses que hay pagar por esa deuda. Es un movimiento inédito ‎porque recurre a un nuevo modelo de organización societal, la red de contactos entre los ‎ciudadanos y las redes sociales. ‎
‎¿Qué otra cosa puede hacer el poder que recurrir a la represión y la censura? No puede reducir los ‎impuestos sin quedar mal ante los mercados financieros. Está instaurándose un tipo de quiebra ‎similar a la de Grecia. Pero, ¿aceptarán los franceses sufrir el mismo destino que los griegos? ‎Eso no es muy seguro. Lo que están proponiéndonos [a los franceses] es una normalización ‎dentro de una “tercermundización”. ¿Después de haber conocido la prosperidad al cabo de los ‎‎«30 Gloriosos» [2] aceptarán verse sometidos a una ‎degradación que ya parece no tener límites? ‎
‎¿Propiciará esta revuelta el surgimiento de nuevas figuras políticas? ¿Saldrá de ella un sistema ‎político nuevo? En todo caso, esto último sería muy necesario porque el actual sistema está ‎llevándonos directamente al desastre. ‎
El pueblo de Francia tiene que arrebatarle el poder a la oligarquía globalizante y a sus ‎representantes “franceses”. ‎
No será fácil. Pero nosotros somos el pueblo y el pueblo unido no puede ser vencido. ‎
Es evidente que todo esto es sólo el comienzo y que la justa cólera popular no puede apagarse. ‎

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