martes, 26 de noviembre de 2019

El populismo integral: una alternativa (1)

El populismo integral: una alternativa (1)


En los últimos meses, hemos visto el despertar de poderosas fuerzas tectónicas que han estallado en América del Sur. Ecuador, Chile, Bolivia… allí donde la derecha y la izquierda habían creído triunfar, enfrentan, sin previo aviso, el despertar de los pueblos: el levantamiento, aun indefinido y desarticulado, de las naciones frente a los sistemas políticos – destartalados y caducos – que nos ha legado el siglo XIX. El socialismo del siglo XXI, al igual que la democracia liberal – victoriosa en la centuria pasada –, se revelan como gigantes de pies de barro (débiles e impotentes) a punto de colapsar. Ante este panorama inédito, los analistas políticos de todo pelambre se apresuran a dar una respuesta, ambigua y vacua, que no explica nada. Pero para nosotros, en cambio, estos movimientos populares son el sinónimo de un gran despertar: es el grito desesperado del alma de las naciones hispanoamericanas que, hartas de ser oprimidas por sistemas políticos y económicos ajenos a su espíritu (allí el capitalismo de libre mercado, por allá el socialismo tribal del siglo XXI), reaccionan violentamente ante semejante estado de cosas, deseosas de reencontrar su independencia. Y en América del Sur esto solo puede significar una cosa: reintegrar la tradición política de nuestros pueblos a la gran rebelión populista que está estallando. Lo que hoy se está revelando – contra la globalización, el libre mercado, el ecologismo de pacotilla, el sistema democrático, la sociedad masificada, el desarrollo controlado, etc. – es el pueblo: pero no el pueblo de los demócratas (ese individuo aislado que solo cuenta como masa), sino el pueblo como comunidad, como organismo. Ese pueblo que fue ignorado tanto por los liberales (quienes favorecieron al individuo) como por los socialistas (que solo pensaban en clases sociales), ese pueblo que quiere reintegrar una vez más tanto su pasado como su futuro, ese pueblo que se expresa en las calles, con violencia, con descontrol, con rudeza, con caos, como si se encontrara en una fiesta: ese pueblo quiere volver a la vida. Una vida que le fue arrebatada durante mucho tiempo y que hoy puja por volverse a expresarse.
Ante este desafío, los políticos, tanto de izquierda como de derecha, se muestran ineficaces y sus estrategias de poder resultan agotadas. En lugar de ver con objetividad el desarrollo de los acontecimientos, cada uno termina entregándose a las especulaciones huecas y sin sentido de una gran conspiración mundial: provocadas ya sea por el bolivarianismo del Foro de Sao Paulo o por el imperialismo norteamericano. Por el contrario, el hombre que ama la justicia y la libertad encuentra en esta crisis el gozo extático de un nuevo mundo que se abre frente a él. Una vez más han caído las certezas, las estructuras terminan por desplomarse y frente a ellas se alzan las ruinas de aquello que fue olvidado. Renace, una vez más, la aventura política: pero ya no la que era controlada desde el exterior (por la democracia imperialista o por el comunismo soviético), sino la verdadera aventura: la de los hombres sedientos de la verdad. Y serán ellos, precisamente, los llamados a reconstruir el mundo. Esta reconstrucción solo podrá ser obra de aquellos que estén dispuestos a encarnar el pueblo, con todos sus vicios y virtudes. De allí su llamado a un nuevo populismo: el populismo integral. Por populismo integral entendemos la síntesis política de todo aquello que la modernidad ha rechazado: la defensa de los valores nacionales y la justicia social. Por lo tanto, el populismo integral será la ideología opuesta, en todas sus formas, contra la síntesis final globalista encarnada en el liberalismo integral.
Es necesario primero hacer una aclaración: por liberalismo integral comprendemos la síntesis final entre la izquierda y la derecha liberal en un todo único, expresado hoy día en las democracias capitalistas occidentales. La combinación entre un liberalismo económico y un liberalismo cultural. El liberalismo se expresa en muchas formas: sea que este liberalismo tome la forma del neoliberalismo de la escuela austriaca o por el contrario adopte la forma de un liberalismo social al servicio del capital de los socialdemócratas. Desde su nacimiento, liberalismo y capitalismo han existido el uno al lado del otro, siendo el liberalismo la expresión política del capitalismo y el capitalismo la expresión económica del liberalismo. Hoy día, el liberalismo integral se expresa en dos formas definidas: el liberalismo económico y el liberalismo social o cultural. El liberalismo económico se expresa en del libre mercado, la globalización, las transnacionales, el gran capital financiero y la interdependencia productiva entre naciones. Por su parte, el liberalismo social o cultural está impregnado de igualitarismo, la ideología de los derechos humanos, progresismo, humanismo, ideología de género, individualismo y racionalismo, siendo su máxima expresión la destrucción de la identidad del hombre sea esta social, cultural, sexual o natural.
Ante este liberalismo integral, por tanto, se opone el populismo integral como ideología consciente que rechaza ambas caras del liberalismo que hoy domina la civilización occidental. El populismo integral es por tanto la negación del liberalismo económico y cultural. De ahí que en el plano material oponga al liberalismo económico capitalista el “comunismo primitivo” y las formas de organización solidarias, basadas sobre la justicia social, los lazos comunitarios, el trabajo comunal y corporativo (gremial). En tanto que en el plano social se expresa en la negación del individualismo en todas sus formas, que hoy adopta la forma degenerada del “cuerpo sin órganos” postmoderno, donde el individuo, según Deleuze y Guattari, es suplantado por el dividuo, el ser sin identidad sexual, rizomático y cambiante que ya no posee forma: dividuo que se descompone en el libertinaje sexual, cultural, social y humano que plaga las sociedades postmodernas. Ante este ser amorfo, que ha perdido cualquier identidad, el populismo integral opone precisamente los valores de cada pueblo y cultura: estos valores, por supuesto, se remiten a la premoderno, es decir, a la configuración de la identidad de los pueblos antes de la globalización y el nacimiento del capitalismo. Como cada pueblo es diferente, es sobre esta diferencia que deben construirse sus valores e identidades para expresar su libertad y su justicia, y no sobre una imposición abstracta universal. Será, por tanto, el rescate de los valores étnicos: en el caso de Suramérica, serán los valores hispánicos, cristianos, indígenas y hasta africanos, que nada tienen que ver con la cultura degenerada de la postmodernidad, producto más bien del capitalismo tardío que estalla como una ulcera infectada.
Todo esto nos lleva en una dirección: el nacional-comunismo es la expresión propia del populismo integral. El nacional-comunismo será el núcleo de la máxima rebelión contra la modernidad. La expresión en el plano social del “comunismo primitivo” y en el plano cultural de las diferencias étnicas e identidades nacionales. Este nuevo populismo, que no mira con desdén al pueblo, sino que intenta extraer de las energías arcaicas y tribales que componen los substratos más profundos su existencia, es el medio por el cual se lanza el desafío al actual orden social existente. El populismo integral será la expresión de todo lo que no es el liberalismo: agrario, solidario, comunal, orgánico y espiritual, frente a un capitalismo urbano, individualista, egoísta, mecánico y materialista. El populismo que estamos llamados a construir no será la expresión del “significante vacío”, de la libido sin contenido que se pierde en los inútiles juegos del lenguaje, como ha sido definido por Ernesto Laclau. No. Este nuevo populismo no se contentará con defender el orden sino con sobrepasarlo, para crear un mundo antitético a la sociedad moderna. Por esa razón, el populismo también mirará a la postmodernidad, pero para extraer de ella los elementos no modernos, aquellos que reconducen más bien a los arquetipos olvidados, premodernos, que la postmodernidad despierta en su deseo de locura y sin razón. El populismo integral albergará en su seno lo arcaico y lo postmoderno, el arqueofuturismo, que mira y abre las puertas del pasado y las puertas del futuro, negando en un solo movimiento el presente. Es la combinación de la identidad real, nacional, de los pueblos, por un lado, y por el otro es la exclamación de lo que vendrá, de lo postmoderno vaciado de su contenido nocivo y negativo, reintegrado en un todo nuevo donde lo viejo se hace nuevo y lo posmoderno arcaico. Este populismo es la apelación que desborda, por tanto, los causes de la Modernidad. Liberando, en un solo movimiento, lo que está más allá de lo moderno.
Si el siglo XX fue el siglo de los titanes: el siglo de los choques violentos, las ideologías políticas, las guerras mundiales, las luchas de clases y la modernidad descontrolada, entonces el siglo XXI será el siglo de lo que está más allá. En el siglo pasado brillaron las figuras imperiales: el trabajador, el soldado, el burgués, fueron sus arquetipos. Pero en este siglo el trabajador fue oprimido, el soldado fue domesticado y el burgués se convirtió en un parásito; el contenido de sus luchas ha terminado por agotarse y hoy estas figuran han sido arrojadas a la basura. Los titanes se han rebelado, sin embargo, su rebelión ha fracasado. Ahora bien, ¿cuál será el sustento de la rebelión del futuro? Serán el profeta, el guerrero, el campesino. Ellos apelarán a las fuerzas olvidadas por la historia. Su rebelión no puede ser otra que el llamado a las energías ocultas, que yacían dormidas, en el interior de los titanes muertos. La nueva rebelión esta llamada a despertar a las fuerzas subyacentes. Los primeros pasos parecen estar dándose, no obstante, no han sido llevados lo suficientemente lejos. Esta misión, por tanto, debe ser encomendada a los Guerreros de la Virgen, aquellos, que con los ojos del Águila de Patmos, descifran los signos ocultos de la voluntad divina.
Nota:
1. Utilizamos el termino en el sentido usado por el profesor Alexander Dugin, a quién remitimos nuestro respeto y cuyas ideas nos han inspirado para escribir este artículo.

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