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El fin del Estado moderno y la guerra civil
por Youssef Hindi
– Las instituciones francesas y europeas están experimentando una
crisis capital cuyas causas deben buscarse en las profundidades de la
historia.
Las convulsiones que preceden al colapso institucional – que tienen como telón de fondo y causa primera la vida religiosa – se traducen en: una crisis económica y monetaria, la quiebra de la Unión Europea en respuesta a la transferencia de la soberanía de las naciones a las instituciones supranacionales, la deslegitimación del poder político en Francia y en el resto de Europa… la intensidad y frecuencia de las sacudidas sísmicas están aumentando constantemente y las apelaciones a la reforma de las instituciones europeas [1] y de la República francesa [2] para salvarlas se multiplican desde hace una quincena de años.
Tal como lo explicaba en 1932 el filósofo y teórico del derecho Carl Schmitt (1888-1985):
«La era del estado está en declive… Y es también el final de toda la superestructura de conceptos relativos al Estado edificada en cuatro siglos de trabajo intelectual por una ciencia del derecho público y del derecho de gentes de carácter eurocéntrico. Se destrona al Estado como modelo de unidad política; al Estado como portador del más sorprendente de todos los monopolios, puntualmente: el monopolio de la decisión política; esta obra maestra de las formas europeas y del racionalismo occidental» [3].
Este estado moderno porta realmente en sí, desde su nacimiento, las causas de su caída.
El Estado moderno, un estado deificado
No podemos comprender bien las causas de la construcción del Estado moderno sin remontarnos al siglo XVI, a la Reforma protestante, y a las consecuencias políticas y jurídicas que va a provocar por reacciones en cadena.
El contexto político francés en el siglo XVI ha sido perfectamente descrito por el historiador Jacques Bainville (1879-1936), que puso de relieve el carácter intrínsecamente revolucionario del protestantismo.
De hecho, en Francia, es sobre todo la burguesía – clase históricamente revolucionaria desde Étienne Marcel (nacido entre 1302 y 1310, y muerto en 1358) – y la nobleza las que se adhirieron al protestantismo, mientras que la población rural, a salvo de la crisis económica, permaneció hermética. El partido protestante, explica Bainville, conspiró contra la corona y esperó un cambio de dinastía después de la muerte de Francisco II (1544-1560), y por lo tanto la abolición de la monarquía: «Un estado de espíritu revolucionario se propagaba», explicaba Jacques Bainville.
El primer teórico de la soberanía y, por tanto, del Estado moderno, Jean Bodin (1530-1596), estaba próximo al rey Enrique III (1551-1589), que fue muy debilitado a causa de la guerra civil que provocó la aparición y la expansión del protestantismo. Como escribió Jacques Bainville:
«Desde esa fecha (1576: estados generales donde el rey salió debilitado) a 1585, el gobierno vivió día a día en un debilitamiento extremo… Al rey le faltaban los medios para hacerse obedecer. Mucha gente creyó entonces a la realeza cerca del final. Apenas se trata de si el rey estaba seguro en el Louvre… los protestantes tendían a formar un Estado dentro del Estado. Ellos querían garantías políticas y territoriales, una autonomía» [4].
Es precisamente en este período que el jurisconsulto Jean Bodin teoriza la soberanía del Estado en una finalidad política bien precisa: quería dar más poder al rey (muy debilitado) de Francia, en detrimento de los señores feudales y respecto al Papa, así como a los titulares del poder temporal de otros Estados de Europa [5].
Jean Bodin – en su libro Les Six Livres de la République (1583) – que es a la vez el primero, en el mundo occidental, en haber definido la noción de soberanía y conceptualizado la soberanía del Estado, distinguió al titular de la soberanía (que es Dios) y al depositario de la soberanía, el príncipe.
Sin embargo, definiendo la soberanía, Jean Bodin sugerirá transferirla a la nación y por lo tanto al Estado. Así que dejó abierto, por esta reforma jurídica fundamental, el camino para la deificación del estado.
Como señaló el especialista de derecho constitucional, Olivier Camy:
«El principal aporte de Jean Bodin es una aportación peligrosa que consiste en asociar Soberanía y República (o Estado), explicando que la soberanía le da su poder, su ser a la República. Incumbe a los órganos del Estado ejercer esta autoridad casi sobrenatural. (Loyseau, Des Seigneuries, 1608, será aún más estatista definiendo la soberanía como «el propio señorío del Estado”). El riesgo se hace grande ahora que el Estado se proclama el soberano o que la soberana se identifica con el Estado. Esto es lo que va a ocurrir muy rápidamente. Los juristas no tardarán en hablar de Estado soberano; por su parte, el Rey explicará: “El estado soy yo”, (fórmula apócrifa de Luis XIV)» [6].
A raíz de Jean Bodin, quien teorizó por lo tanto la soberanía de la República, los filósofos de la Ilustración y los Revolucionarios van a transferir definitivamente la soberanía divina a la Nación, supuestamente al «pueblo», lo que dará el artículo 1 de la Constitución de 1791 (nacida de la Revolución de 1789): «La soberanía es una, indivisible, inalienable e imprescriptible. Pertenece a la Nación» y sigue en el artículo 3 de la Declaración de 1789: «El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ni individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de ella».
Desde entonces, la nación o la República no serán más, como el rey, solamente depositarias, sino titulares de la soberanía en sustitución de Dios.
A partir de allí, la soberanía, y como consecuencia el derecho, no son más de esencia divina; las leyes emitidas no se fundan ya sobre las leyes naturales, lo espiritual y lo temporal son desvinculados, la religión tradicional es confinada en un espacio virtual llamado privado, lo que es tanto como decir que es, por lo tanto, condenada a desaparecer poco a poco como piel de zapa*, para ser reemplazada por ideologías cuando no por supersticiones.
La conclusión es pues evidente. El concepto moderno de nación y de república soberana remite a los regímenes de tipos paganos antiguos, con una diferencia, el soberano detentador del poder divino no se identifica, es encarnado por el Estado y sus instituciones: parlamento, senado, presidencia.
El papel del Estado moderno
Nacido de la guerra civil religiosa del siglo XVI, el Estado moderno, supuestamente neutral, consiguió, nos dice Carl Schmitt:
«Esta cosa del todo inverosímil que fue instaurar la paz en el interior y excluir la hostilidad como un concepto de derecho. Había conseguido suprimir la guerra privada, institución del derecho medieval, poner fin a las guerras de religión de los siglos XVI y XVII, que ambas partes consideraban como guerras particularmente justas, y establecer la tranquilidad, la seguridad y el orden en los límites de su territorio» [7].
El estado moderno suprimió por lo tanto teóricamente la noción de |«guerra justa» y de «guerra privada» para crear – una vez más, en teoría – la guerra interestatal legal con un enemigo reconocido como Estado soberano puesto en pie de igualdad [8]. Esto es lo que forma la base del derecho internacional moderno, que, como hemos visto especialmente en las dos últimas décadas, no deja de ser burlado (de Kosovo a Siria).
Las guerras ilegales, en el Medio Oriente, en Libia y otros lugares, han causado (a sabiendas) importantes movimientos de poblaciones que se sobre añaden a la inmigración masiva, resultado directo del sistema de libre cambio generalizado instaurado desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944.
El papel que las élites oligárquicas quieren hacer jugar a estas poblaciones que ellas han instalado en Europa es el del enemigo político. Categoría definida así por Carl Schmitt:
«No se puede negar razonablemente que los pueblos se reagrupan conforme a la oposición amigo-enemigo, que esta oposición sigue siendo una realidad en nuestros días y que subsiste en el estado de virtualidad real para todo pueblo que tiene una existencia política… El enemigo, sólo puede ser un conjunto de individuos agrupados, enfrentándose a un conjunto de la misma naturaleza y comprometido en una lucha por lo menos virtual, es decir, efectivamente posible».
Y continúa, refiriéndose a Platón, La República, V, 470:
«que subraya fuertemente la oposición entre la guerra y el motín, el levantamiento, la rebelión, la guerra civil. A los ojos de Platón, solamente una guerra entre griegos y bárbaros («enemigos naturales») es una guerra verdadera, mientras que las luchas entre griegos son querellas intestinas. La idea que predomina aquí es que un pueblo no puede hacerse la guerra a sí mismo y que una guerra civil no es nunca más que autodestruction y no podría significar el nacimiento de un Estado nuevo, o incluso de un pueblo nuevo» [9].
Así pues, los agentes de la oligarquía promotora de la inmigración de masas durante décadas, son los mismos que designan – este es el papel de Éric Zemmour [10], que se refiere claramente a la teoría de Carl Schmitt – el enemigo (el Islam) de los franceses, los europeos, en suma del mundo blanco occidental, vinculado a Israel y asimilado a la pseudo-civilización «judeocristiana» [11].
En un contexto de hundimiento de la Unión Europea y de la República, una de las opciones (con la explosión del euro) puesta sobre la mesa de los líderes occidentales es la guerra civil etno-religiosa.
El Estado moderno, nacido como consecuencia de la guerra civil religiosa del siglo XVI, desaparecerá en una nueva guerra civil, de la misma naturaleza, en el mismo espacio geográfico; con el fin de pasar a la siguiente etapa histórica: la creación de un estado pos-moderno, supranacional europeo, sobre las ruinas de las naciones modernas.
Notas
[1] El sistema de librecambio conjugado con el euro (donde resultan la recesión económica y el desempleo masivo), la pérdida de soberanía y la sumisión a las potencias extranjeras, la corrupción de toda una parte de la clase política, provocan un rechazo total de la Unión Europea por parte de los pueblos de Europa. Un régimen incapaz de sostenerse sobre los hombros de la creencia colectiva y de la ideología que lo sustenta, por consiguiente la UE se encuentra en peligro de muerte.
Esto es lo que explica por qué Hubert Vedrine, ex ministro de Asuntos Exteriores (1997-2002) que goza de una gran credibilidad política y de una imagen de demócrata-soberanista, acaba de publicar un libro de título explícito, Sauver l’Europe (noviembre de 2016), en el que propone una renovación de la Unión Europea para preservar la soberanía de las naciones.
[2] En 2001, Arnaud Montebourg, apoyado por Vincent Peillon, había creado “La convention pour la VIe République”. Esta idea de renovación de la República ha sido repetida por Jean-Luc Mélenchon. Ver: Le Figaro, La VIe République en six principes, 04/05/2013..
[3] Carl Schmitt, La notion de politique, 1932, Champs, 2009, pp. 42-43.
[4] Jacques Bainville, Histoire de France, 1924, Editions Tallandier, 2007, pp. 163-182.
[5] Olivier Camy, Cours de droit constitutionnel général, La souveraineté, disponible en: http://www.droitconstitutionnel.net…
[6] Olivier Camy, op. cit.
[7] Carl Schmitt, op. cit. p. 42.
[8] Carl Schmitt, op. cit. p. 44.
[9] Carl Schmitt, op. cit. p. 67.
[10] Sobre el papel de Eric Zemmour y de otros desertores,leer: http://arretsurinfo.ch/qui-sont-les-faiseurs-dopinion-en-france/
[11] Sobre los orígenes del mito de las civilizaciones judeocristianas, ver: Yousef Hindi, Occident et Islam – Sources et genèse messianiques du sionisme. De l’Europe médiévale au Choc des civilisations, Sigest, 2015.
(Traducción Página Transversal).
Fuente: Egalité&Réconciliation.
* La piel de zapa (La peau de chagrin) es una novela de 1831 del escritor y dramaturgo francés Honoré de Balzac (1799-1850). Ambientada en París a comienzos del siglo XIX, la obra cuenta la historia de un joven que recibe un pedazo de piel o cuero mágico que satisface cada uno de sus deseos. Sin embargo, por cada deseo concedido la piel se encoge y consume una porción de su energía vital. La piel de zapa pertenece al grupo de Études philosophiques de la serie de novelas de Balzac, La comedia humana [N.d.T.].
Las convulsiones que preceden al colapso institucional – que tienen como telón de fondo y causa primera la vida religiosa – se traducen en: una crisis económica y monetaria, la quiebra de la Unión Europea en respuesta a la transferencia de la soberanía de las naciones a las instituciones supranacionales, la deslegitimación del poder político en Francia y en el resto de Europa… la intensidad y frecuencia de las sacudidas sísmicas están aumentando constantemente y las apelaciones a la reforma de las instituciones europeas [1] y de la República francesa [2] para salvarlas se multiplican desde hace una quincena de años.
Tal como lo explicaba en 1932 el filósofo y teórico del derecho Carl Schmitt (1888-1985):
«La era del estado está en declive… Y es también el final de toda la superestructura de conceptos relativos al Estado edificada en cuatro siglos de trabajo intelectual por una ciencia del derecho público y del derecho de gentes de carácter eurocéntrico. Se destrona al Estado como modelo de unidad política; al Estado como portador del más sorprendente de todos los monopolios, puntualmente: el monopolio de la decisión política; esta obra maestra de las formas europeas y del racionalismo occidental» [3].
Este estado moderno porta realmente en sí, desde su nacimiento, las causas de su caída.
El Estado moderno, un estado deificado
No podemos comprender bien las causas de la construcción del Estado moderno sin remontarnos al siglo XVI, a la Reforma protestante, y a las consecuencias políticas y jurídicas que va a provocar por reacciones en cadena.
El contexto político francés en el siglo XVI ha sido perfectamente descrito por el historiador Jacques Bainville (1879-1936), que puso de relieve el carácter intrínsecamente revolucionario del protestantismo.
De hecho, en Francia, es sobre todo la burguesía – clase históricamente revolucionaria desde Étienne Marcel (nacido entre 1302 y 1310, y muerto en 1358) – y la nobleza las que se adhirieron al protestantismo, mientras que la población rural, a salvo de la crisis económica, permaneció hermética. El partido protestante, explica Bainville, conspiró contra la corona y esperó un cambio de dinastía después de la muerte de Francisco II (1544-1560), y por lo tanto la abolición de la monarquía: «Un estado de espíritu revolucionario se propagaba», explicaba Jacques Bainville.
El primer teórico de la soberanía y, por tanto, del Estado moderno, Jean Bodin (1530-1596), estaba próximo al rey Enrique III (1551-1589), que fue muy debilitado a causa de la guerra civil que provocó la aparición y la expansión del protestantismo. Como escribió Jacques Bainville:
«Desde esa fecha (1576: estados generales donde el rey salió debilitado) a 1585, el gobierno vivió día a día en un debilitamiento extremo… Al rey le faltaban los medios para hacerse obedecer. Mucha gente creyó entonces a la realeza cerca del final. Apenas se trata de si el rey estaba seguro en el Louvre… los protestantes tendían a formar un Estado dentro del Estado. Ellos querían garantías políticas y territoriales, una autonomía» [4].
Es precisamente en este período que el jurisconsulto Jean Bodin teoriza la soberanía del Estado en una finalidad política bien precisa: quería dar más poder al rey (muy debilitado) de Francia, en detrimento de los señores feudales y respecto al Papa, así como a los titulares del poder temporal de otros Estados de Europa [5].
Jean Bodin – en su libro Les Six Livres de la République (1583) – que es a la vez el primero, en el mundo occidental, en haber definido la noción de soberanía y conceptualizado la soberanía del Estado, distinguió al titular de la soberanía (que es Dios) y al depositario de la soberanía, el príncipe.
Sin embargo, definiendo la soberanía, Jean Bodin sugerirá transferirla a la nación y por lo tanto al Estado. Así que dejó abierto, por esta reforma jurídica fundamental, el camino para la deificación del estado.
Como señaló el especialista de derecho constitucional, Olivier Camy:
«El principal aporte de Jean Bodin es una aportación peligrosa que consiste en asociar Soberanía y República (o Estado), explicando que la soberanía le da su poder, su ser a la República. Incumbe a los órganos del Estado ejercer esta autoridad casi sobrenatural. (Loyseau, Des Seigneuries, 1608, será aún más estatista definiendo la soberanía como «el propio señorío del Estado”). El riesgo se hace grande ahora que el Estado se proclama el soberano o que la soberana se identifica con el Estado. Esto es lo que va a ocurrir muy rápidamente. Los juristas no tardarán en hablar de Estado soberano; por su parte, el Rey explicará: “El estado soy yo”, (fórmula apócrifa de Luis XIV)» [6].
A raíz de Jean Bodin, quien teorizó por lo tanto la soberanía de la República, los filósofos de la Ilustración y los Revolucionarios van a transferir definitivamente la soberanía divina a la Nación, supuestamente al «pueblo», lo que dará el artículo 1 de la Constitución de 1791 (nacida de la Revolución de 1789): «La soberanía es una, indivisible, inalienable e imprescriptible. Pertenece a la Nación» y sigue en el artículo 3 de la Declaración de 1789: «El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ni individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de ella».
Desde entonces, la nación o la República no serán más, como el rey, solamente depositarias, sino titulares de la soberanía en sustitución de Dios.
A partir de allí, la soberanía, y como consecuencia el derecho, no son más de esencia divina; las leyes emitidas no se fundan ya sobre las leyes naturales, lo espiritual y lo temporal son desvinculados, la religión tradicional es confinada en un espacio virtual llamado privado, lo que es tanto como decir que es, por lo tanto, condenada a desaparecer poco a poco como piel de zapa*, para ser reemplazada por ideologías cuando no por supersticiones.
La conclusión es pues evidente. El concepto moderno de nación y de república soberana remite a los regímenes de tipos paganos antiguos, con una diferencia, el soberano detentador del poder divino no se identifica, es encarnado por el Estado y sus instituciones: parlamento, senado, presidencia.
El papel del Estado moderno
Nacido de la guerra civil religiosa del siglo XVI, el Estado moderno, supuestamente neutral, consiguió, nos dice Carl Schmitt:
«Esta cosa del todo inverosímil que fue instaurar la paz en el interior y excluir la hostilidad como un concepto de derecho. Había conseguido suprimir la guerra privada, institución del derecho medieval, poner fin a las guerras de religión de los siglos XVI y XVII, que ambas partes consideraban como guerras particularmente justas, y establecer la tranquilidad, la seguridad y el orden en los límites de su territorio» [7].
El estado moderno suprimió por lo tanto teóricamente la noción de |«guerra justa» y de «guerra privada» para crear – una vez más, en teoría – la guerra interestatal legal con un enemigo reconocido como Estado soberano puesto en pie de igualdad [8]. Esto es lo que forma la base del derecho internacional moderno, que, como hemos visto especialmente en las dos últimas décadas, no deja de ser burlado (de Kosovo a Siria).
Las guerras ilegales, en el Medio Oriente, en Libia y otros lugares, han causado (a sabiendas) importantes movimientos de poblaciones que se sobre añaden a la inmigración masiva, resultado directo del sistema de libre cambio generalizado instaurado desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944.
El papel que las élites oligárquicas quieren hacer jugar a estas poblaciones que ellas han instalado en Europa es el del enemigo político. Categoría definida así por Carl Schmitt:
«No se puede negar razonablemente que los pueblos se reagrupan conforme a la oposición amigo-enemigo, que esta oposición sigue siendo una realidad en nuestros días y que subsiste en el estado de virtualidad real para todo pueblo que tiene una existencia política… El enemigo, sólo puede ser un conjunto de individuos agrupados, enfrentándose a un conjunto de la misma naturaleza y comprometido en una lucha por lo menos virtual, es decir, efectivamente posible».
Y continúa, refiriéndose a Platón, La República, V, 470:
«que subraya fuertemente la oposición entre la guerra y el motín, el levantamiento, la rebelión, la guerra civil. A los ojos de Platón, solamente una guerra entre griegos y bárbaros («enemigos naturales») es una guerra verdadera, mientras que las luchas entre griegos son querellas intestinas. La idea que predomina aquí es que un pueblo no puede hacerse la guerra a sí mismo y que una guerra civil no es nunca más que autodestruction y no podría significar el nacimiento de un Estado nuevo, o incluso de un pueblo nuevo» [9].
Así pues, los agentes de la oligarquía promotora de la inmigración de masas durante décadas, son los mismos que designan – este es el papel de Éric Zemmour [10], que se refiere claramente a la teoría de Carl Schmitt – el enemigo (el Islam) de los franceses, los europeos, en suma del mundo blanco occidental, vinculado a Israel y asimilado a la pseudo-civilización «judeocristiana» [11].
En un contexto de hundimiento de la Unión Europea y de la República, una de las opciones (con la explosión del euro) puesta sobre la mesa de los líderes occidentales es la guerra civil etno-religiosa.
El Estado moderno, nacido como consecuencia de la guerra civil religiosa del siglo XVI, desaparecerá en una nueva guerra civil, de la misma naturaleza, en el mismo espacio geográfico; con el fin de pasar a la siguiente etapa histórica: la creación de un estado pos-moderno, supranacional europeo, sobre las ruinas de las naciones modernas.
Notas
[1] El sistema de librecambio conjugado con el euro (donde resultan la recesión económica y el desempleo masivo), la pérdida de soberanía y la sumisión a las potencias extranjeras, la corrupción de toda una parte de la clase política, provocan un rechazo total de la Unión Europea por parte de los pueblos de Europa. Un régimen incapaz de sostenerse sobre los hombros de la creencia colectiva y de la ideología que lo sustenta, por consiguiente la UE se encuentra en peligro de muerte.
Esto es lo que explica por qué Hubert Vedrine, ex ministro de Asuntos Exteriores (1997-2002) que goza de una gran credibilidad política y de una imagen de demócrata-soberanista, acaba de publicar un libro de título explícito, Sauver l’Europe (noviembre de 2016), en el que propone una renovación de la Unión Europea para preservar la soberanía de las naciones.
[2] En 2001, Arnaud Montebourg, apoyado por Vincent Peillon, había creado “La convention pour la VIe République”. Esta idea de renovación de la República ha sido repetida por Jean-Luc Mélenchon. Ver: Le Figaro, La VIe République en six principes, 04/05/2013..
[3] Carl Schmitt, La notion de politique, 1932, Champs, 2009, pp. 42-43.
[4] Jacques Bainville, Histoire de France, 1924, Editions Tallandier, 2007, pp. 163-182.
[5] Olivier Camy, Cours de droit constitutionnel général, La souveraineté, disponible en: http://www.droitconstitutionnel.net…
[6] Olivier Camy, op. cit.
[7] Carl Schmitt, op. cit. p. 42.
[8] Carl Schmitt, op. cit. p. 44.
[9] Carl Schmitt, op. cit. p. 67.
[10] Sobre el papel de Eric Zemmour y de otros desertores,leer: http://arretsurinfo.ch/qui-sont-les-faiseurs-dopinion-en-france/
[11] Sobre los orígenes del mito de las civilizaciones judeocristianas, ver: Yousef Hindi, Occident et Islam – Sources et genèse messianiques du sionisme. De l’Europe médiévale au Choc des civilisations, Sigest, 2015.
(Traducción Página Transversal).
Fuente: Egalité&Réconciliation.
* La piel de zapa (La peau de chagrin) es una novela de 1831 del escritor y dramaturgo francés Honoré de Balzac (1799-1850). Ambientada en París a comienzos del siglo XIX, la obra cuenta la historia de un joven que recibe un pedazo de piel o cuero mágico que satisface cada uno de sus deseos. Sin embargo, por cada deseo concedido la piel se encoge y consume una porción de su energía vital. La piel de zapa pertenece al grupo de Études philosophiques de la serie de novelas de Balzac, La comedia humana [N.d.T.].
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