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Qué hay detrás de la campaña contra Colón y la obra franciscana en California
Por Claudia Peiró 16 de octubre de 2017 cpeiro@infobae.com
Esta cancelación del tradicional desfile del Columbus Day que, como nuestro 12 de octubre, conmemora la llegada de Colón a América se produjo en el marco de una exacerbación del indigenismo que desembocó en ataques a las figuras de Cristóbal Colón y de fray Junípero Serra (1713-1784), el franciscano recientemente canonizado, que evangelizó la región.
En los últimos meses se produjeron actos de vandalismo contra los
monumentos que en California recuerdan la obra misionera de Serra. Y que
son muchos, ya que el grueso de las ciudades más importantes de
ese estado fueron originalmente misiones franciscanas: Los Angeles,
Santa Bárbara, Sacramento, San Diego, San Francisco, etcétera, fueron todas fundaciones españolas, del tiempo en que California estaba todavía bajo dominio hispano.
El 19 de septiembre pasado, la estatua de San Junípero Serra en la misión Santa Bárbara fue decapitada y bañada en pintura roja.
La "acusación" contra el Santo misionero es tan anacrónica y falsa como
la que entre nosotros se le hace a Cristóbal Colón: genocida.
En el hall del Capitolio de Estados Unidos, cien estatuas recuerdan a importantes figuras de la historia nacional.
Entre ellas, la imagen de Fray Junípero Serra, misionero español del
siglo XVIII y evangelizador de lo que es actualmente California,
considerado padre fundador de muchas de sus ciudades. Juan Pablo II lo
beatificó en septiembre de 1988. Y el Papa Francisco lo canonizó durante su visita a Estados Unidos.
Hoy, una campaña pide que la estatua de Serra sea retirada.
La misma iconoclasia promovida en nombre del indigenismo en California es la que en Buenos Aires desplazó el monumento a Cristóbal Colón -donación de la comunidad italiana- del predio de la Casa Rosada, un capricho de la anterior administración que la actual no ha corregido aún.
Indigenismo de salón, que hace furor en las universidades (Roca Baera)
"Indigenismo de salón": así llama la historiadora española María Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y Leyenda Negra,
a esta moda que "hace furor en los departamentos universitarios" y que
busca "enemigos destructores de los pueblos nativos a los que agraviar"
gratuitamente, que fue entrevistada por el diario español El Mundo.
Como destaca esta historiadora, los blancos de estos ataques son
principalmente figuras o símbolos del mundo hispanocatólico, mientras
que no sucede lo mismo con los del protestantismo anglosajón
que, en el caso de los indígenas de los Estados Unidos, si de juicio
retroactivo se trata, tienen mucha más responsabilidad en su triste
destino. Por no mencionar la esclavitud africana.
Sin embargo, de esos mismos sectores proviene la llamada "Leyenda Negra" de la conquista española, que nació en el siglo XVI, en
el marco de la sublevación protestante en los Países Bajos –conducida
por Guillermo de Orange- contra el dominio español, y desde entonces fue
siempre promovida por los competidores coloniales de Madrid.
Roca Barea contrasta los ataques a las figuras de Cristóbal Colón y San
Junípero Serra con la veneración a otros referentes históricos, como Thomas Jefferson
(1801-1809), tercer presidente de Estados Unidos, cuya mansión de
Monticello (Virginia), rodeada de plantaciones cultivadas por los más de
600 esclavos negros que poseyó, es objeto de culto, y hasta ha sido
declarada Patrimonio de la Humanidad.
En cambio, el concejal Mitch O'Farrell ha pedido y conseguido que el Columbus Day deje de ser fiesta en Los Ángeles en el marco de la promoción de un clima de odio
que explica la decapitación y los destrozos sufridos por las estatuas
de Cristóbal Colón y de Fray Junípero Serra, además de la profanación de
la tumba de éste último.
La historiadora española evoca las matanzas indígenas por militares "wasp" (white, anglosaxon and protestant),
es decir, blancos, anglosajones y protestantes, condecorados en su
tiempo y recordados como héroes. Entre ellas, la de los Cheyenne en 1868
en Washita por el general Custer o la de 1890 de mujeres y niños
lakotas en Wounden Knee por el 7° de Caballería. Por el contrario, fray Junípero Serra "nunca tuvo esclavos ni mató a nadie", dice Roca Barea. Sin embargo, los españoles fueron y son señalados como chivos expiatorios de la exterminación de los indios.
Lo notable es que los creadores y promotores de la leyenda negra de la
conquista española fueron a su vez conquistadores mucho más salvajes.
Pero "a los Países Bajos e Inglaterra les funcionó el tópico de que éramos unos bestias", dice Roca Barea.
Aunque lo que más enoja a esta historiadora es el hecho de los "propios
españoles" hayan terminado "asumiendo los tópicos de la Leyenda Negra".
Quién fue fray Junípero Serra
Fray Junípero Serra nació en 1713 en Petra, Mallorca, y se ordenó
sacerdote en 1737. Era profesor de filosofía. Intelectual pero también
hombre de acción, sintió la vocación de ir al Nuevo Mundo a evangelizar.
Su primer destino fue Veracruz (México) donde trabajó en la formación
de misioneros por varios años.
Cuando en 1767 Carlos III expulsa de España y de las colonias a los jesuitas, los franciscanos, entre otros, toman la posta de la tarea misionera que realizaba antiguamente la Compañía de Jesús. Junípero Serra es convocado entonces para dirigir una campaña de evangelización en la llamada Alta o Nueva California
(la que hoy es estadounidense), zona que los españoles necesitaban
reforzar ante el avance de otros colonialistas, los rusos (por Alaska) y
los ingleses.
El mecanismo fue la ocupación del territorio mediante la instalación de
presidios y misiones. La palabra presidio no tenía el sentido actual
sino que designaba al puesto de avanzada de frontera, por lo general un
fuerte.
Se envía entonces un cuerpo expedicionario militar y un cuerpo
misionero de franciscanos, dirigidos por Serra. La campaña se inicia en
1769 y es entonces cuando se fundan las misiones de San Diego, Camino
Real, Monterrey, San Francisco Solano –hoy San Francisco, la última en
vida de Serra-, San Buenaventura, etcétera. Fray Junípero Serra llega a
fundar nueve misiones, que supervisará durante 15 años hasta su
muerte, en 1784, pero en total serán veintiuna y el sistema durará 70
años.
Serra era considerado en Estados Unidos como uno de los padres
fundadores de los estados del Oeste. Sus misiones forman parte del
patrimonio arquitectónico y cultural de la región y constituyen un
circuito turístico en sí mismas.
El objetivo fundamental de las misiones era por un lado la evangelización, es decir, la enseñanza de la doctrina cristiana y la práctica de los sacramentos, y por el otro, la "civilización",
una vida en común, sedentaria, de trabajo cooperativo en la
construcción y en tareas agrícolas y artesanales. En las misiones, la
vida estaba muy pautada, todo regulado a golpe de campanas que marcaban
las horas de trabajo y descanso. Había normas morales muy rígidas y
desconocidas para los aborígenes.
Pero los indios no eran esclavos allí, aunque no pueda hablarse de trabajo libre. Se castigaba la deserción de las tareas, por ejemplo.
Cuestionar el anacronismo con el cual se analizan estos episodios hoy y las segundas intenciones de estas campañas no implica negar el choque cultural que se produjo ni el sufrimiento que implicó
para indígenas que, a diferencia de los de México, no eran sedentarios.
Hubo por parte de los franciscanos un intento de aproximación al idioma
nativo, pero los indios de California hablaban 135 lenguas diferentes.
Por lo tanto la tendencia natural fue enseñarles el español.
Hubo una lógica hostilidad inicial de los indios y se produjeron varias sublevaciones.
En San Diego, en 1775, incendian la misión y matan a uno de los
religiosos. Era un amigo de Junípero Serra, pero este se opone a que
haya represalias.
La imposición de una cultura hispano católica no era una tarea sencilla.
La monogamia les era extraña e insoportable, la rutina, un tormento y
los ritos religiosos, incomprensibles. La compasión y el fervor
misioneros podían generar afecto pero no hacían menos insoportable el trauma cultural que padecían los indios.
Ahora bien, de ningún modo las misiones pueden ser asimiladas a plantaciones de esclavos, como sostienen algunos. En el libro Converting California –citado en un artículo de Religión en Libertad-, James A. Sandos
señala que las plantaciones francesas del Caribe o de las regiones
sureñas de Estados Unidos tenían por finalidad el enriquecimiento de sus
dueños a través de la producción de azúcar o algodón para la
exportación, mientras que el trabajo y producto de las misiones estaba destinado al sostén de sus propios habitantes.
Por otra parte, y no es un detalle menor, los esclavos de las plantaciones podían ser comprados y vendidos, algo inconcebible en las misiones hispánicas.
"El propósito de una misión era organizar una comunidad religiosa
aislada que pudiera nutrirse a sí misma física y espiritualmente. El
excedente de producción se usaba para alimentar a otras misiones,
presidios y pueblos. El ánimo de lucro no se consideraba, al contrario
que en las plantaciones, donde era la razón de su existencia", afirma
Sandos.
"Los indios en las misiones – dice Sandos- podían irse 5 ó 6 semanas al
año a visitar amigos y parientes y cazar y pescar. No eran libres para
ir y venir a su gusto, sin embargo. Al aceptar voluntariamente
el bautismo, lo supieran o no en ese momento, rechazaban su libertad a
cambio de una nueva vida que la limitaba. Era una vida con exigencias espirituales y laborales, y los neófitos estaban obligadas a ambas".
Imposición y coerción, sí. Esclavitud y genocidio, ciertamente no.
Hispanizar a los indios no fue sencillo. El choque cultural entre el viejo y el nuevo mundo era de todos modos inevitable; tarde o temprano iba a ocurrir. Y en condiciones tan o más desparejas como con la llegada de los españoles. Lo
que no existen son razones para pensar que potencias como la holandesa o
la británica hubieran podido ser más "humanitarias". Al contrario.
En las misiones, la demografía tendía a estancarse o decaer. Pero, en
opinión de John Johnson, antropólogo del Museo de Historia Natural de
Santa Bárbara, la principal razón fueron las enfermedades contra las que los indios no tenían inmunidad,
al igual que sucedió en toda América, donde la principal causa de
muerte fue el choque bacteriológico. Una variable que no guardaba
relación alguna con la nacionalidad del colonizador.
Se calcula que hubo un descenso de población indígena de un tercio
durante el período español y mexicano en California. Pero estos números
se acrecientan luego. Cuando se descubrió que en California había oro,
en 1848, vivían en la región unos 150.000 indios nativos. Doce años después, quedaban 30.000, según cifras que cita Sandos en su libro.
El verdadero exterminio indígena en California lo produjo la fiebre del oro
La mayoría de estos sobrevivientes eran los indios de las misiones,
porque los que aún vivían al margen de ellas fueron casi todos
exterminados.
Según el libro Murder State: California's Native American Genocide 1846-1873, de Brendan C. Lindsay, en la etapa de la fiebre del oro, la cabellera de indio californiano se pagaba 5 dólares.
David Weber, historiador de la Southern Methodist University of Texas, tiene una posición balanceada. Considera que se alcanzó un crecimiento económico notable en el área, gran productividad en el mundo agrario, ampliación de las actividades artesanales y comerciales. En cambio, el dominio territorial no fue fuerte, los españoles estuvieron siempre a la defensiva por temor a las revueltas y en menor medida a las deserciones.
David Rex Galindo, historiador madrileño afincado en Estados Unidos,
discípulo de Weber, concluye que los indios californios conservaron en
secreto durante todo el tiempo de la evangelización muchas de sus
costumbres prehispánicas y que hubo un éxito del idioma español que se
convirtió en lengua de comunicación en toda la región. También hubo un
éxito de la religión católica, expresada en unos veinte mil indígenas
católicos y un gran éxito en la urbanización, con algunas de las más importantes ciudades estadounidense como resultado de esa colonización española.
"No se puede poner en duda la generosidad de la propuesta civilizadora franciscana –dice Martínez Shaw-. Es un mundo de idealistas, de personas convencidas de la doble bondad de la cristianización y de la españolización. Sin duda la resistencia a la culturización en parte es natural y en parte motivada por los abusos
de los colonizadores, tanto eclesiásticos como militares. Los indios no
los distinguían mucho. Todo eso existió aunque se le quiso poner coto".
La última conclusión, para nada menor, del profesor Martínez Shaw es que "la
hecatombe de los indios californios no se produce ni en el período
español ni en el período mexicano, sino cuando se desata la fiebre del
oro y California ya está bajo soberanía de los Estados Unidos
de América que es cuando esos indios van a ser completamente diezmados y
reducidos a muy poca cosa".
España mantuvo su dominio en estos territorios –California, Arizona, Nuevo México, gran parte de Colorado y de Nevada–
hasta la independencia de México y luego México los conservó, en el
caso de Texas, hasta 1824, y el resto de los territorios hasta 1847.
"La trayectoria de Junípero Serra -concluye el citado artículo de Religión en libertad– se enmarca en la historia de una frontera lejanísima y extrema, donde chocaban la Edad de Piedra nómada y cierta utopía de comuna autosuficiente franciscana que nunca acabó de funcionar bien. Con todo, si hoy California es la más poblada y rica de las regiones de Estados Unidos, debe reconocer su origen en Junípero Serra y admitir, como proclama el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, que los verdaderos padres fundadores de Estados Unidos fueron católicos e hispanohablantes".
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