Desde los años ochenta no se había oído hablar tanto en una campaña
electoral de la amenaza nuclear. No se le pueden dar los códigos
nucleares a Donald Trump, han dicho una y otra vez los demócratas. Hay
dos generaciones que no han crecido con esa amenaza. En medio del
desierto de Arizona, hay un lugar donde se puede experimentar esa
tensión. Es quizá el museo más sencillo, y a la vez más impactante, de
la era nuclear. El Museo del Titan II.
Entrar por la puerta de este lugar es un viaje a la Guerra Fría. No
hay una exposición, propiamente. Es la base y el silo bajo tierra de un
misil Titan II, el más grande que construyó EE UU durante los años de la
amenaza nuclear. El programa comenzó en 1963. Hubo 54 silos de este
tipo, 18 en Arizona. Este, denominado 571-7, es el único que se puede
visitar con el misil dentro. El museo, dice un vídeo explicativo al
entrar, sirve como “recordatorio de que la paz nunca se gana, solo se
mantiene minuto a minuto”. El programa Titan II “nació de los miedos más
profundos de nuestra nación”.
En la base había permanentemente un equipo de cuatro personas. Un
comandante, un subcomandante y dos asistentes. En toda la base, menos en
el dormitorio hay carteles que dicen: Two man policy. No podía
haber una persona sola en ningún momento, para vigilar comportamientos
erráticos. La sala de control tiene un monitor, dos sillas ancladas al
suelo, un reloj con la hora de Greenwich y un rudimentario sistema de
comunicación por radio. Un cofre rojo guarda las llaves del sistema. El
manual de instrucciones está abierto por la página del lanzamiento.
Para lanzar el misil hay que girar dos llaves a la vez. Están a unos
dos metros una de otra, de forma que sea imposible para una persona
sola. El guía que enseñaba el museo el jueves pasado, un veterano
voluntario que fue comandante de una de estas bases, ofrece la
posibilidad de sentarse en la silla y poner la mano en la llave. A la de
tres, se giran las llaves un cuarto hacia la derecha y se enciende una
luz: “Launch enabled. Batteries activated”. Así iba a empezar el fin del
mundo.
La sala de control de la base, intacta desde 1983. P. X. S.
El holocausto nuclear sería rápido. El sistema de ignición del misil
Titan II redujo el tiempo de respuesta de Estados Unidos de 15 minutos a
58 segundos. Podía transportar una bomba nuclear de 9 megatones. Los
ordenadores que gestionan la ignición y la guía del misil funcionan con
cintas perforadas. Todo el complejo funciona con un poder de computación
menor que el de un iPhone. La simpleza del lugar es aterradora. El
excomandante que enseñaba la base el jueves tranquilizaba a los
visitantes. “En el entrenamiento que recibíamos, te dabas cuenta de que
el propósito de todo el sistema era precisamente que nunca llegara a
pasar nada. Jugamos a ese juego unos años con los soviéticos. Y
funcionó”.
A través de la carrera nuclear, Estados Unidos y la Unión Soviética alcanzaron lo que se llamó paz a través de la disuasión, o la teoría de la destrucción mutua asegurada. La realidad de que un ataque nuclear haría tanto daño al atacante como a su enemigo evitó el enfrentamiento abierto.
Durante 20 años hubo una persona sentada en esta silla sin otra cosa
que hacer que esperar la orden de lanzar un misil nuclear y, con toda
seguridad, acabar con la humanidad. Esa orden nunca llegó. El programa
Titan II fue desmantelado en 1982 por el presidente Ronald Reagan. Todos
los silos fueron enterrados y muchos terrenos vendidos. Este fue
salvado por una organización de veteranos. El museo es único en el
mundo. Hoy es monumento histórico nacional.
El exdirector de la CIA Michael Hayden, un verdadero halcón
republicano, se horrorizaba hace unos meses ante la mera posibilidad de
Trump a cargo del arsenal nuclear y advertía de que el sistema no está
diseñado para contradecir las órdenes del presidente, sino para
ejecutarlas a toda velocidad. El periodista de MSNBC Joe Scarborough
dijo en televisión que un experto en política internacional le había
contado que, cuando fue llamado a asesorar a Trump, este le preguntó
hasta tres veces por qué no se podían usar las armas nucleares.
Cuando el nuevo presidente esté por Arizona, hay un lugar en el
desierto en el que merece la pena parar. De allí se sale entendiendo
perfectamente ese por qué.
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