- A las pasadas víctimas les debemos justicia, a todos la verdad, ¿y al futuro? Al futuro le debemos que no haya nuevas víctimas
-
Platovsky recordaba lo que su padre le dijo y que él nunca olvidó: “Me
dijo ‘nunca te olvides de que cuando el Estado se organiza para asesinar
personas, es el fin de la sociedad. Es el fin de la humanidad” El Estado chileno tendrá que indemnizar a 29 torturados en la dictadura de Pinochet EFE
“Curiosa es la persistencia del hueso su obstinación en luchar contra el polvo su resistencia a convertirse en ceniza Un día la picota que excava la tierra choca con algo duro: no es roca ni diamante es una tibia, un fémur, unas cuantas costillas, una mandíbula que alguna vez habló y ahora vuelve a hablar Todos los huesos hablan, penan, acusan alzan torres contra el olvido trincheras de blancura que brillan en la noche El hueso es un héroe de la resistencia”
Este poema fue escrito por Oscar Hahn. Desgarrador no sólo para un
chileno, sino para cualquiera que sepa de los horrores de fosas comunes,
torturados, hechos desaparecer. En España o en Chile.
Porque el horror no conoce de fronteras físicas ni ideológicas: va de sur a norte y de izquierda a derecha.
Cerca
de un nuevo 11 de septiembre, cuando se cumplirán 45 años del golpe de
Estado, estos días en Chile han sido de intenso debate sobre derechos
humanos, tal como a raíz de la exhumación de Franco, lo han sido también
en España.
De alguna manera ambos, Pinochet y Franco, estuvieron
hermanados no sólo por el horror de sus dictaduras. Augusto Pinochet fue
uno de los tres Jefes de Estado (no digo presidente porque a ellos se
les escoge con votos y no se les impone por las armas) que asistió al
sepelio de Francisco Franco. Y a ambos se les rindieron honores a su
muerte, claro que en Chile no con un funeral de Estado sino uno en la
Escuela Militar donde asistió la ministra de Defensa de la época,
Viviana Blanlot, y donde se le distinguió por parte del Ejército con el
inexistente título de “Comandante en Jefe Benemérito”.
Recuerdo
perfectamente esos días y sus extrañas paradojas. Como conductora de fin
de semana de las noticias del TVN, fuimos el primer canal y el segundo
medio en anunciar la noticia. Con el correr de las horas, me percaté “al
aire” de que la fecha de la muerte de Pinochet coincidía con el Día
Internacional de los Derechos Humanos (10 de diciembre). Se iba el día
en que se honra lo que él sistemáticamente planificó y logró pisotear.
Sin
duda la historia devino muy distinta en España y en Chile. Mientras en
Madrid los restos del tirano descansaban en un majestuoso mausoleo, acá
Augusto Pinochet fue incinerado. Y sus cenizas quedaron privadamente
guardadas en un fundo que fuera de su propiedad en Caleu.
Como
recordó la gran periodista Mónica González "él, que no respetó nunca la
muerte ajena, que no le dio derecho de sepultura a sus enemigos, que
mandó a miles a la tortura y a otros a que les rajaran el estómago con
corvos para lanzarlos al mar atados a rieles. O a enterrarlos en el
desierto. O en los valles. O en las minas abandonadas. Para que no los
encontraran nunca. Ese hombre fue condenado por su prontuario a no tener
tumba”.
En Chile se avanzó más en verdad y en Justicia que en
España. Pero fue, como lo anunciara el entonces presidente Patricio
Aylwin, “en la medida de lo posible”. Un hito en materia de verdad fue
la Comisión Rettig cuyo informe, entregado el 9 de abril de 1991
en el segundo año del Gobierno Aylwin, se constituyó en la primera
verdad oficial. Aunque no pocos siguieran hablando de “presuntos
detenidos desaparecidos”, la transversalidad de esta comisión, lo
contundente de sus datos y lo brutal de la represión que retrató, hizo
que se avanzara en entender la magnitud de las violaciones a los
Derechos Humanos durante la dictadura cívico militar y en que no habían
sido “excesos” sino una política sistemática de exterminio, tortura y
exilio organizada con todo el poder del aparataje estatal.
Buena
parte de esa noche oscura de 16 años está retratada en el Museo de la
Memoria ubicado en Santiago; un lugar que fue visitado el 28 de agosto
por el presidente español. El gesto de Pedro Sánchez tenía un
significado político doble: marcar su compromiso con los Derechos
Humanos en momentos en que en Madrid se vive la polémica por la
exhumación de Franco y respaldar a esta institución que ha vivido días
complejos tras la polémica por la forma en que lo había calificado el
ahora exministro de Cultura, Mauricio Rojas.
Rojas, un hombre que
en el pasado se adscribió a la izquierda y cuya madre pasó por el centro
de detención y tortura Villa Grimaldi, había sido designado 90 horas
antes. Pero el presidente Sebastián Piñera tuvo que aceptarle su
renuncia, porque su situación se hizo insostenible después de que se
recordaran declaraciones suyas de dos fuentes: un libro escrito en 2015 y
una entrevista a CNN en 2016. Sus palabras: "más que un museo (…) se
trata de un montaje cuyo propósito, que sin duda logra, es impactar al
espectador, dejarlo atónito, impedirle razonar (…) Es un uso
desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional que a tantos nos tocó
tan dura y directamente".
El todavía ministro se disculpó a las
horas de encendida la polémica por su descalificación del Museo de la
Memoria que estaría, como secretario de Estado, bajo su dependencia.
Dijo que ya no pensaba así (nunca supimos cómo pensaba ahora), que se
trataba de una entrevista antigua (de hace dos años) y que nunca había
negado o justificado las violaciones a los Derechos Humanos. Pero
justamente la memoria le pasaba la cuenta y aunque el Gobierno trató de
defenderlo, la rebelión de buena parte del mundo de la cultura que
declaró que no trabajaría con Rojas y la presión pública terminó por
botarlo.
El tema era sensible para el presidente Piñera. Es el único personero relevante de su sector que apoyó el No
en el plebiscito contra Augusto Pinochet, fue capaz en su primer
mandato de instalar (aun con matices posteriores) el concepto de los
“cómplices pasivos de la dictadura” irritando a su sector y de cerrar el
Penal Cordillera que más que cárcel era un club de campo para militares
condenados por delitos de lesa humanidad.
Lo que quedó tras el
fin de semana en que Mauricio Rojas fue ministro de Cultura, fue una
discusión respecto del Museo de la Memoria. Desde la derecha hubo
críticas porque no incluía el “contexto” previo al quiebre de la
democracia en Chile, otros pidieron que se incluyera a quienes habían
sufrido la violencia política de la izquierda y no faltaron quienes
cuestionaron hasta los sueldos de los funcionarios del museo o los
recursos que éste recibía en comparación con otras instituciones.
La
respuesta más lúcida que vi esos días, la obtuve en una entrevista en
el programa que conduzco en CNN Chile. Daniel Platovsky, un hombre que
fue vicepresidente del partido de centro derecha Renovación Nacional,
empresario, cercano a Sebastián Piñera, nieto de víctimas del Holocausto
y del comunismo y miembro del directorio del Museo de la Memoria fue
categórico: “Hay un concepto equivocado. Hay muchos que hablan de por
qué no se ponen ahí las dos verdades. No existen dos verdades. Las
violaciones a los derechos humanos la hacen los Estados, no las
personas…”.
Mientras el silencio en el estudio de televisión era
cada vez más profundo, Platovsky recordó que tras el golpe de Estado
volvió con su familia a Chile, tras recuperar las empresas que el
Gobierno de Allende les había expropiado y sostuvo: “en esa época y
mirado desde esa perspectiva yo era entonces un agradecido de Pinochet y
de los militares”. Pero estuvo dispuesto a ir más allá y consultado
sobre si no había querido ver los crímenes de la dictadura, afirmó:
“Probablemente, o no entendí los mensajes o no quise ver. Fui parte,
quizás, de los cómplices pasivos. Lo quiero reconocer, porque me siento
libre de eso ya, porque me di cuenta y reconocí el problema de los
derechos humanos. Y eso es lo que le falta al resto de la derecha:
reconocerlo. No duele, al contrario, ayuda”.
Un gesto como el de
Platovsky, casi inédito y que estremeció a muchos, es parte del legado
positivo que dejó el episodio del renunciado ministro. Como también lo
fue el acto de desagravio que 10 mil chilenos realizaron al Museo de la
Memoria.
A estas alturas uno podría contentarse con que Chile, a
diferencia de España, tuvo no una sino cuatro comisiones que buscaron la
verdad histórica y la reparación y tribunales que han ido avanzando
(aunque muy lento y gran parte de las veces tarde para las familias de
las víctimas y para los sobrevivientes) en Justicia. De hecho, en estos
momentos más de 100 personas cumplen condena efectiva por crímenes
cometidos durante la dictadura, aunque sea en un penal especial como
Punta Peuco que se quedó pequeño y hubo que abrir un módulo en la cárcel
Colina I.
Lo advirtió el famoso abogado Juan Bustos en su alegato
de cierre por el caso del asesinado excanciller Orlando Letelier
(ocurrido en Washington hasta donde llegó el brazo de la dictadura de
Pinochet). Haciendo un paralelo con Macbeth, dijo que los crímenes de
los servicios de inteligencia del Estado de Chile quedaron ocultos en el
bosque. Pero que el tiempo pasó y gracias a jueces valerosos y a la
lucha de esas familias valientes que nunca ha dejado de preguntar "dónde
están", el bosque se corrió y los crímenes quedaron al descubierto.
Ver
sólo esa parte de la historia sería quedarnos satisfechos con un vaso
al que le falta mucho por llenar. Porque la polémica de estos días en
Chile ha sido un recordatorio de que no tenemos una memoria compartida y
que aún hay quienes relativizan el horror de la dictadura y quienes
claman por un contexto cada vez que se habla de los crímenes cometidos;
como si existiera contexto alguno en el cual violar la dignidad
fundamental de una persona o perseguirla por sus ideas fuera menos
grave. Todavía hay quienes como el diputado Ignacio Urutia llama
“terroristas con aguinaldo” a las víctimas de la dictadura que reciben
reparación económica por parte de ese mismo Estado que en otro tiempo
los persiguió o los que proponen hacer un monumento u homenaje a
Pinochet porque dicen fue “un brillante estadista”.
No es lo
único. En la vereda del frente, también hay problemas. En buena parte de
esa izquierda que vivió en carne propia la persecución del régimen
militar y en los jóvenes militantes de nuevos partidos se aprecia un
doble estándar inaceptable en materia de Derechos Humanos. Y de ello
tuvimos un triste ejemplo hace poco.
En el Frente Amplio, que
viene a ser de alguna manera afín al español Podemos, se desató una
ácida discusión cuando el diputado Gabriel Boric cuestionó la forma en
que su sector defendía las garantías fundamentales cuando se las
vulneraba fuera de las fronteras chilenas. “Tal como condenamos la
violación de los derechos humanos en Chile, los golpes 'blancos' en
Brasil, Honduras y Paraguay, la ocupación israelí sobre Palestina, o el
intervencionismo de Estados Unidos, debemos con la misma fuerza condenar
la permanente restricción de libertades en Cuba, la represión del
gobierno de Ortega en Nicaragua, la dictadura en China y el
debilitamiento de las condiciones básicas de la democracia en Venezuela…
no podemos permitirnos continuar con el doble estándar en esta
materia".
Se le dijo de todo: traidor, vendido, inoportuno (en
momentos en que había unidad de la izquierda en torno al tema), que
ayudaba a la derecha, que había que respetar el principio de
autodeterminación de los pueblos, en fin. Toda una gama de
justificaciones que difieren poco de lo que ha hecho el pinochetismo,
cuando en esos tiempos oscuros las víctimas y sus familias clamaban con
razón por la solidaridad internacional.
Triste. Una memoria que no
se comparte, una derecha donde hay quienes aún valoran a Pinochet y
niegan o justifican sus crímenes, una izquierda que relativiza los
atropellos fuera de Chile. Anteojeras ideológicas transversales que
impiden condenar al cercano.
Una adhesión así de precaria a los
Derechos Humanos debilita cualquier democracia y se trasunta más allá de
lo ocurrido entre 1973 y 1989. Porque cuando las garantías
fundamentales se les respetan sólo a las buenas personas, entonces bien
merecido si a unos delincuentes se les tortura a palos y golpes de
electricidad en una cárcel (así se escuchó en la televisión chilena
frente a un caso real). Y si se asume que los Derechos Humanos sólo los
violan los del signo ideológico contrario, entonces su defensa no está
garantizada.
Cuando falta poco para que este 5 de octubre en Chile
se cumplan 30 años del plebiscito que perdió ese dictador al que no le
bastó cambiar los lentes oscuros y el uniforme de capa por el traje de
civil con una perla en su corbata, nuestro país aún tiene deudas
importantes con los Derechos Humanos. Por ejemplo, no haber legislado a
tiempo las exigencias (como disociación del delito o colaboración con la
investigación) para que condenados por delitos de lesa humanidad
accedan a beneficios carcelarios.
Pedro Sánchez lo vio en el Museo
de la Memoria, Pinochet y sus sanguinarios “colaboradores” de los
organismos de represión dejaron un doloroso número oficial de 3.216
desaparecidos y asesinados. Sumados a los presos y torturados; más de 40
mil vidas mutiladas.
A las pasadas víctimas les debemos Justicia,
a todos la verdad ¿y al futuro? Al futuro le debemos que no haya nuevas
víctimas. Que se eviten, no porque nunca más vaya a existir una
democracia en crisis, no. Sino porque el verdadero Nunca Más se
escribe con mayúsculas y es verdadero, sólo si no tiene fronteras
ideológicas. Sólo si TODOS entendemos lo que Platovsky recordaba que su
padre le dijo y que él nunca olvidó: “Me dijo ‘nunca te olvides que
cuando el Estado se organiza para asesinar personas, es el fin de la
sociedad. Es el fin de la humanidad”. @tv_monica
Fuente: https://www.eldiario.es/zonacritica/fin-humanidad_6_808829157.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario