Calentamiento global: la política contra la ciencia
Luis I. Gómez Fernández
10-13 minutes
Allí donde la política y la ciencia se encaman, florecen la irracionalidad y el fanatismo. Los científicos
se dedican principalmente —deberían— a descubrir y describir las
relaciones existentes entre lo que nos rodea y, por lo tanto, de su
actividad investigadora surgen inevitablemente nuevas preguntas. Los políticos,
al contrario, están particularmente interesados en aquellas respuestas
que apoyan su agenda y que pueden usar bajo el marchamo absolutista de
verdad definitiva: “lo dice la ciencia”.
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La hipocresía política crece a partir de la
necesidad de escoger entre el ramillete de la creciente cartera de
conocimientos científicos-técnicos, únicamente aquellos que mejor sirvan
a los objetivos fijados. El sinsentido aquí radica en que, si bien la
elección así realizada proporciona apoyo a la argumentación del
político, también reduce el campo de posibles acciones … políticas,
sociales o científicas.
Uno de los temas que mejor ilustra lo que les cuento es el del debate climático, donde un proceso físico como el efecto invernadero se considera evidencia suficiente para promocionar la descarbonización
de nuestra forma de vida. Y esto a pesar de que probablemente ni los
políticos que han adoptado esa agenda, ni los periodistas que la
inculcan, serían capaces de explicar con corrección —más allá de cuatro
cifras aprendidas y un par de citas bien escogidas —qué es eso del cambio climático.
Lo cierto es que el clima de la tierra es, además de
complejo, muy variable. La vida en nuestro planeta se ha desarrollado
subiendo y bajando en la montaña rusa tectónico-oceánica-climática: de épocas glaciares a períodos cálidos en los que crecían palmeras en el Círculo Polar Ártico,
pasando de pangeas a continentes y sorteando las nuevas cadenas
montañosas que surgían tras la colisión de dos placas tectónicas.
En lo que al clima se refiere, los últimos 500 millones de años están bastante bien caracterizados por la ciencia de la paleoclimatología.
Para este período, que corresponde aproximadamente a la era del
Fanerozoico (es decir, la edad geológica en la que han surgido las
formas de vida complejas), los científicos pueden hacer reconstrucciones
bastante precisas del clima. Usan para ello los llamados “proxies”,
obteniendo información de los anillos de los árboles, sedimentos marinos
o núcleos de hielo.
Los hallazgos fósiles demuestran que los cocodrilos y las
tortugas vivían al norte del Círculo Polar Ártico. En ninguna parte, ni
siquiera en los polos, la temperatura media era inferior a cero grados
centígrados
De forma muy resumida: vivimos hoy en un período relativamente cálido
(interglacial) dentro de un período muy frío (edad de hielo). Hace 100
millones de años, en el período Cretácico, la Tierra se veía muy
diferente a como la vemos hoy. Los hallazgos fósiles demuestran que los
cocodrilos y las tortugas vivían al norte del Círculo Polar Ártico. En
ninguna parte, ni siquiera en los polos, la temperatura media era
inferior a cero grados centígrados. Como el agua no estaba fijada en los
glaciares, el nivel del mar era 200 metros más alto que hoy.
La bajada de temperaturas que condujo a la edad de hielo actual comenzó hace unos 50 millones de años. Las razones de ello son controvertidas. Una de las teorías más aceptadas
supone que la propagación y la posterior sedimentación del helecho de
agua dulce Azolla capturó cantidades significativas de gases de efecto
invernadero, como el CO2. En los últimos doce millones de años, la caída
de temperatura se ha vuelto más fuerte, culminando en una rápida
sucesión de glaciaciones cada vez más intensas que han caracterizado los
últimos tres millones de años. Ilustración 1. Fuente Robert A. Rhode, preparada a partir de datos peer-reviewed de acceso público, CC BY-SA 3.0
¿Y el Homo sapiens? Hace unos 12,000 años, en el Neolítico, comenzó una transición global
por la que las culturas de cazadores-recolectores pasaron a convertirse
en culturas de campesinos sedentarios. Con el fin de obtener tierras
para la agricultura y material para generar energía (calor, cocina,
industria de los metales…), comenzamos a talar y quemar bosques de forma
cada vez más extensiva, liberando cantidades significativas de CO2. A
esto hemos ido agregando el metano generado a través de la cría de
ganado y el cultivo de arroz (los campos de arroz son esencialmente
pantanos artificiales).
Es muy probable que esta tendencia al calentamiento “antropogénico continúe en las próximas décadas
Con la industrialización en el siglo XIX, la concentración de CO2
siguió aumentando debido a la quema de carbón y más tarde de petróleo y
gas natural. Aunque ignoramos si esto es únicamente debido a la acción
humana, podemos afirmar que desde el año 1000 DC, el contenido de CO2 de
la atmósfera ha aumentado de 280 partes por millón (ppm) a más de 400
ppm.
El resultado es una tendencia de calentamiento en
plena época interglacial. Dado que las emisiones de gases de efecto
invernadero siguen aumentando para generar prosperidad en las economías
emergentes y en vías de desarrollo, es muy probable que esta tendencia
al calentamiento “antropogénico continúe en las próximas décadas.
Y hasta aquí hemos llegado: la ciencia pone estos conocimientos en
manos de los políticos y ellos deciden planificar nuestro futuro. El
primer paso: descabonizar la economía, que es lo mismo
que decir descabonizar nuestro modus vivendi. Ocurre que, incluso si nos
abandonamos al principio de precaución más absolutista, ignorando todos
los imponderables asociados a las proyecciones, pronósticos y modelos
al uso, una estrategia destinada principalmente a reducir y evitar las
emisiones de gases de efecto invernadero no carece de alternativas.
Incluso si se parte de la premisa de que los riesgos potencialmente
concebibles de un calentamiento global progresivo nos obligan a la
acción, la investigación científica básica no determina qué debemos hacer.
Al contrario, lo normal en ciencia sería que surgiesen conceptos y
propuestas diametralmente opuestos a la política climática actual, o
cuando menos, diferentes alternativas.
Lo normal en ciencia sería que surgiesen conceptos y
propuestas diametralmente opuestos a la política climática actual, o
cuando menos, diferentes alternativas
Alrededor de las traídas y llevadas consecuencias del calentamiento global
nos encontramos con muchos malentendidos. Contrariamente a la creencia
popular, un aumento de temperatura media del planeta no es un desastre
para la biodiversidad. Dado el tamaño de la tierra y la diversidad de
sus hábitats, la ciencia sobre la biodiversidad todavía está en su
infancia. Hasta ahora, los biólogos conocen alrededor de 1,75 millones
de especies animales y vegetales. Sin embargo, cuando se trata de la
cantidad de especies desconocidas que existen, las estimaciones
científicas varían ampliamente. Podríamos estar hablando de tres millones o 10 millones de especies.
Con tanta incertidumbre, es prácticamente imposible hacer ninguna
afirmación confiable sobre el tema. Afirmar, sin embargo, que un mundo
más cálido debería ser menos rico en especies parece la menos plausible
de todas. Cuanto más cerca del ecuador —clima más cálido— mayor es la
biodiversidad; en latitudes más altas (es decir, más frías) y en las
montañas la biodiversidad disminuye. En la historia de la tierra, los períodos cálidos fueron siempre los más ricos en especies.
El cambio climático antropogénico tampoco ha sido un problema
importante para la humanidad hasta el momento. Puede parecer
contraintuitivo, pero, de hecho, las muertes relacionadas con fenómenos
climáticos han estado disminuyendo dramáticamente durante décadas. El
número de muertes por tormentas, sequías, inundaciones, deslizamientos de tierra, incendios forestales y temperaturas extremas
ha disminuído, según datos de la Agencia Americana para el Desarrollo
Internacional (OFDA) y el Centro Belga de Investigación sobre
Epidemiología de Desastres Naturales (CRED), considerablemente en los
últimos 90 años y esto a pesar de que durante el mismo período la población mundial se ha más que triplicado.
Las razones son el progreso tecnológico, el acceso a energía abundante y
barata y el consiguiente aumento de la prosperidad. Cada vez podemos
predecir mejor el clima extremo (por ejemplo, a través de la tecnología
satelital) y protegernos físicamente de él (por ejemplo, a través de
diques, sistemas de drenaje o edificios más robustos).
el calentamiento global no puede considerarse una perturbación del “equilibrio natural”. Nunca hubo tal equilibrio
Por último, el cambio climático antropogénico no parece ser una
desviación relevante de las fluctuaciones que se han producido en el
contexto de la variabilidad natural durante millones de años (¡la Tierra
sigue en una época de frío!). En términos de velocidad —la famosa
aceleración imprecedente— tampoco podemos calificar el cambio actual
como infrecuente (los rápidos cambios climáticos también ocurren
naturalmente, véase la llamada fluctuación Misox hace 8200 años,
que provocó una caída de la temperatura global de alrededor de tres
grados Celsius en 150 años). Por lo tanto, el calentamiento global no
puede considerarse una perturbación del “equilibrio natural”. Nunca hubo
tal equilibrio. El cambio climático antropogénico no es principalmente un problema para la naturaleza,
sino para los humanos. Esto se debe a la extensa infraestructura física
(ciudades, tierras agrícolas) que hemos creado cerca de la costa y que
está amenazada por el aumento del nivel del mar.
Una respuesta racional al cambio climático podría incluir medidas
para proteger áreas costeras y no entorpecer —mediante absurdas leyes
que únicamente atienden a determinadas agendas políticas o intereses de
algún lobby— el desarrollo, la mejora y la aplicación de tecnologías de
generación de energía de coste bajo y fácil acceso. Sin embargo, las voces racionales son raras en el debate actual.
En los círculos occidentales dominantes, impera la visión por la que el
cambio climático es únicamente consecuencia de la acción humana sobre
una naturaleza “siempre armónica y en equilibrio”, o incluso como una
especie de “castigo” por nuestra arrogancia. Este punto de vista se ve
respaldado por el alarmismo de los ecologistas —y los políticos que
compran su agenda—, algunos científicos “activistas”, y los periodistas
que toman esas afirmaciones y esa visión del mundo de manera totalmente
acrítica haciéndolas propias.
La ciencia del clima es todavía una disciplina relativamente joven. No conocemos las respuestas a casi ninguna pregunta
La ciencia del clima es todavía una disciplina relativamente joven.
No conocemos las respuestas a casi ninguna pregunta. La investigación
seria sobre el clima es, por lo tanto, útil y necesaria. Precisamente
por esta razón se debe sospechar siempre de una política de protección
climática consistente en gastar mucho dinero del contribuyente
e intervenir con más y más reglas en la economía y la sociedad. Es más
sensato seguir investigando para comprender mejor el clima, para
desarrollar tecnologías que nos permitan hacer frente (adaptarnos) a las
consecuencias del cambio climático y, en última instancia, para influir
en el clima de forma selectiva.
Necesitamos un debate serio y abierto sobre el cambio climático, sus
posibles consecuencias y nuestras opciones de acción. Únicamente desde
una relación libre de intereses entre ciencia y política lograremos
nuestros objetivos.
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