lunes, 26 de febrero de 2018

La quiebra de la utopía posmoderna


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La quiebra de la utopía posmoderna

 

Fernando Díaz Villanueva

La caída del Muro de Berlín y el subsiguiente colapso de la Unión Soviética sólo dos años más tarde marcó el fin de la gran utopía del siglo XX. Medio siglo antes había sido derrotado en el campo de batalla el fascismo, su contraparte nacionalista, tan utópico e impracticable en el largo plazo como el comunismo.
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Popper advirtió pronto la quiebra de lo que denominó historicismo. El vienés se refería a toda aproximación a las ciencias sociales que parta del presupuesto de predecir la historia. Tanto el comunismo como su derivación fascista afirmaban saber adonde se dirigía la humanidad. Decían conocer unas reglas inmutables que, debidamente interpretadas -por ellos, claro-, conducían irremediablemente a la humanidad a su utopía particular. Su profecía era de una precisión asombrosa, propia de los augures de la antigüedad. Una vez llegados a ese punto la historia concluiría y la felicidad reinaría entre los hombres por siempre jamás.
La quiebra de la utopía posmoderna
Monument Memory Divided Germany Berlin Wall Berlin
La quiebra del marxismo y sus subproductos ideológicos no alteró la creencia de que la historia tenía un final y que tan sólo era necesario adoptar un nuevo relato
Pero un siglo es mucho tiempo para el ser humano. Son varias generaciones amamantadas en la ubre de la utopía redentora. La quiebra del marxismo y sus subproductos ideológicos no alteró la creencia de que la historia tenía un final y que tan sólo era necesario adoptar un nuevo relato, colocarse en la vía correcta y recorrerla hasta su término.
Poco después de caer el Muro Francis Fukuyama, un joven politólogo formado en Harvard, enunció una polémica tesis en la que aseguraba que el liberalismo era la doctrina definitiva, el anhelado nuevo relato, a la que la especie estaba predestinada. Pareció convincente a muchos mientras contemplaban las humeantes ruinas del Imperio Rojo. Pero Fukuyama, historicista a fin de cuentas, también se equivocaba. La historia no tiene un destino manifiesto por más que se empeñen en buscárselo.
La historia no tiene un destino manifiesto por más que se empeñen en buscárselo
De esas ruinas pronto surgió una utopía, mucho más andrajosa desde el punto de vista teórico que las dos anteriores, hecha con piezas sueltas y sin mucha sustancia intelectual pero a cambio muy atractiva para el hombre contemporáneo. Una utopía que carece incluso de denominación formal pero que bien podríamos denominar posmodernismo.
El posmoderno fundamenta su creencia en una serie de consensos que prácticamente nadie pone en duda. El primero de ellos es la integración internacional mediante gigantescos organismos internacionales inspirados en la ONU. El segundo es la occidentalización forzosa de los países no occidentales. El tercero y más ambicioso es el cambio de la esencia misma del ser humano para que se adapte mejor al nuevo destino manifiesto de la humanidad.
Hoy hay decenas de organismos internacionales que cubren todos los ámbitos imaginables
Los tres necesitan ingeniería. El primero de ellos fue sencillo de alcanzar. El mundo empezó a integrarse tras la Segunda Guerra Mundial y hoy hay decenas de organismos internacionales que cubren todos los ámbitos imaginables. No tratan en su mayor parte de coordinar o de resolver conflictos, sino de transformar el mundo. Para ello alimentan a una numerosa burocracia internacional que ejerce de conciencia viva de los asuntos mundiales.
En los organismos internacionales ha funcionado de manera implacable el principio de la minoría más intransigente. Siempre han terminado por imponer su criterio los regímenes más tiránicos, eso sí, esas tiranías supieron blindarse a tiempo mediante el uso de abundante charlatanería posmoderna.
La quiebra de la utopía posmoderna
La occidentalización forzosa del mundo ha fracasado con estrépito. Tras algún éxito inicial como el Japón de posguerra, Occidente sigue manteniendo las mismas fronteras que hace setenta años. La democracia liberal no es la norma ni en Asia ni en África. En ciertas zonas se ha producido incluso un movimiento de contestación en forma de renacer religioso que los ingenieros no habían previsto.
Los occidentales confundieron su civilización, hija de una lenta evolución desde la antigua Grecia hasta las revoluciones liberales, con una civilización universal
Hoy regiones enteras, como Oriente Medio o el norte de África, que se encuentran bastante más lejos del consenso occidentalizador de lo que lo estaban hace medio siglo. Podríamos decir que es culpa del Islam y sus intolerancias, pero en China o en el África central son pocos los que reclaman democracia. Resumiendo, los occidentales confundieron su civilización, hija de una lenta evolución desde la antigua Grecia hasta las revoluciones liberales, con una civilización universal o, al menos, que iba a ser adoptada voluntariamente y con entusiasmo por todos los habitantes de la Tierra.
El último de los consensos, el del nuevo hombre desconectado de los asideros que permitieron a sus antepasados sobrevivir, sólo se está ensayando en el propio Occidente mediante un opresivo clima de coerción y delación de los que lo denuncian.
Nadie quiere un Gobierno mundial salvo quienes viven de auspiciarlo
El resultado, un cuarto de siglo después del desmoronamiento del socialismo real y tres cuartos de siglo después del final de la guerra, está a la vista. La integración internacional, que es sin duda útil para ciertos asuntos de orden global y para mediar en conflictos, no es un fin en sí mismo. Nadie quiere, en definitiva, un Gobierno mundial salvo quienes viven de auspiciarlo.
El mundo no occidental está modernizándose a su manera, no a la manera que los utópicos posmodernos esperaban. Occidente, entretanto, asiste a la inesperada resurrección de ideas que se creían periclitadas como el nacionalismo o el socialismo. De ambas en diferentes proporciones está compuesto el populismo que azota Europa y Norteamérica desde hace unos años.
Hay sociedades occidentales como las europeas que han entrado ya en el camino de la extinción por la falta de nacimientos
Respecto al estropicio cultural aún es pronto para evaluar los daños porque esos daños se están provocando en este mismo momento. Sabemos, eso sí, que hay sociedades occidentales como las europeas que han entrado ya en el camino de la extinción por la falta de nacimientos. Los padres de la utopía han dejado de reproducirse, lo que anticipa que su utopía quebrará en un futuro próximo por falta de creyentes. No eran esos los planes, pero es que en las ciencias sociales los planes siempre salen mal.

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La causa de la corrupción está... en el sistema


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La causa de la corrupción está... en el sistema

 

Jesús Palomar

En la esfera de la ciudadanía, regida por el Derecho, a menudo las cosas no son lo que parecen. El ciudadano puede parecer una cosa y ser otra. Por eso el sistema es garantista y salvaguarda su inocencia. Aunque parezca culpable es inocente si no se puede demostrar su culpabilidad.
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El Derecho penal asume como mal menor que un culpable quede sin sanción ante la posibilidad de que un inocente sea castigado. No podría ser de otra forma si queremos evitar la arbitrariedad jurídica propia de las tiranías. Tolerar esta potencial injusticia es necesario para el bien general. De otro modo no podríamos dormir tranquilos. Pero en el ámbito político el planteamiento debe ser diferente. Precisamente para que podamos dormir tranquilos.

Cuenta Plutarco que César admitió públicamente que no consideraba responsable de adulterio a su esposa Pompeya. Y, sin embargo, la repudió. Acto seguido añadió la famosa frase: la mujer de César no solo debe ser honesta, además debe parecerlo. La anécdota fue elevada a categoría por la pensadora Hannah Arendt cuando afirmó que en política no hay diferencia entre el ser y el parecer.
Hannah Arendt: en política no hay diferencia entre el ser y el parecer
Montesquieu consideraba que para evitar que el Estado se volviese tiránico y abusivo era necesaria la independencia de poderes. De este modo unos vigilarían y limitarían los posibles excesos de los otros. El filósofo era consciente de la perversa inercia del poder y la presunta culpabilidad de los que lo ejercen. De ahí la necesidad de su continua vigilancia.
Siguiendo la máxima de Hannah Arendt y la sugerencia de Montesquieu, si un político parece culpable y no demuestra su inocencia, es culpable. Se invierte entonces la carga de la prueba. No obstante, la culpabilidad es política, no jurídica. Esto es, debe cesar inmediatamente de su cargo. Prima de nuevo el bien general y la tranquilidad de la ciudadanía: la ejemplaridad en un político está por encima del presunto derecho a su puesto de trabajo.
La función pública es interina y debe estar motivada por un imperativo de servicio que se debe asumir sin interés personal
La política no es una profesión. La función pública es interina y debe estar motivada por un imperativo de servicio que se debe asumir sin interés personal. No debe ser objeto de condescendencia ciudadana ni conllevar privilegio alguno. La representación política es un honor; la honradez, su básica condición; y además parecerlo, ineludible exigencia. Si César fuese un ciudadano más no repudiaría a Pompeya. Pero lo hace precisamente porque es César. En innumerables debates y discursos públicos este concepto que he intentado bosquejar aquí se suele expresar con dos palabras: responsabilidad política.
En España, salvo honrosas excepciones, la responsabilidad política brilla por su ausencia. El político que no parece honrado disimula hipócritamente o se despacha con cínica desenvoltura; a veces, con irritante desenvoltura. No obstante, no dimite y sus jefes no lo cesan.
La peculiaridad de España no se debe a ningún carácter nacional sino a nuestro sistema político
Hace unos días en Reino Unido un político renunció a su cargo avergonzado por llegar unos minutos tarde al Parlamento; en Alemania hay ministros que dejan de serlo por falsificar el currículo; y en Japón, algunos incluso se suicidan si aparecen envueltos en turbios casos de malversación de fondos públicos. ¿Somos los españoles diferentes? No lo creo. En un mundo cada vez más globalizado acabamos por ser todos muy parecidos. La peculiaridad de España no se debe a ningún carácter nacional o una maldición divina, sino a nuestro sistema político.
La mayoría de los partidos nacen en la sociedad civil y se parecen mucho a un grupo de amigos que quieren cambiar las cosas. Los miembros de este amistoso grupo no son ni peores ni mejores que usted o que su vecino. Pero si se someten a la ley electoral proporcional con listas y consiguen representación parlamentaria, la cosa empieza a cambiar: el grupo recibe una generosa subvención del erario y su estructura se jerarquiza. ¿Qué significa esto? Que el partido se convierte en una empresa del Estado donde el líder es el jefe y sus antiguos amigos son los empleados. ¿Y qué quiere una empresa? Tener muchos clientes para conseguir beneficios.
Si algún empleado insiste en seguir pensando como cuando eran un grupo de amigos ―anteponiendo el bien general al de la empresa―, será expulsado y se quedará sin trabajo. Los que aprenden a ponerse de perfil o a mirar para otro lado en el momento oportuno, medrarán y mejorarán su posición.
El partido se convierte en una empresa del Estado donde el líder es el jefe y sus antiguos amigos son los empleados

La independencia de poderes podría paliar un poco esta fatal inercia, pero en España el sabio consejo de Montesquieu es continuamente desoído: el jefe de un partido controla el partido, el legislativo y el ejecutivo si tiene mayoría absoluta; y tras alguna concesión política y/o económica al jefe de otro partido, también si no la tiene. El resto de pequeños poderes se reparten ocasionalmente a través de pactos u oscuras complicidades: pocos ignoran ya que la extraordinaria cobertura mediática de Podemos fue promovida por el Partido Popular y que de tal cooperación no confesada pretendían sacar réditos electorales los dos.
El entramado político descrito produce consecuencias del todo previsible: financiaciones irregulares y prebendas de dudosa legalidad que benefician a todos serán toleradas por todos, y solo serán denunciadas públicamente por la mayoría de los políticos cuando un competente periodista o un valiente juez evidencie que son ilegalidades manifiestas.
Si los comparamos entre sí los políticos parecen muy diferentes; pero si comparamos a todos ellos con el resto de ciudadanos, son muy parecidos. El sistema de partidos combinado con el desprecio a Montesquieu, malformación política presente desde la Transición, actúa como un filtro inverso que deja fuera del poder a los mejores. Los políticos se convierten en una clase privilegiada desligada de una sociedad civil cada vez más alienada, explotada y desorientada.
No es la escasa ética del político de turno o la fatal inmoralidad congénita del partido el motor de la perversión, sino el sistema mismo
La causa de la corrupción está... en el sistema
No es la escasa ética del político de turno o la fatal inmoralidad congénita de uno u otro partido el motor de la perversión, sino el sistema mismo. Desde un inmerecido ostracismo mediático Antonio García Trevijano, inagotable pensador de la política, lleva clamando durante décadas esta elemental verdad: allí donde impera la partidocracia se producen semejantes consecuencias.
Ante este estado de cosas muchos ciudadanos siguen votando a su partido pensando que la corrupción es cosa de cuatro garbanzos negros. Otros piensan que los corruptos son siempre los del otro partido y esperan, como se espera a Godot, a las siguientes elecciones. Mientras tanto, lámpara en mano como Diógenes, algunos seguimos buscando al verdadero hombre… político.

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No a la Europa fortaleza, los derechos humanos no se negocian


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No a la Europa fortaleza, los derechos humanos no se negocian

 


Hoy, en pleno siglo XXI, millones de seres humanos padecen la mayor crisis humanitaria de personas refugiadas y migrantes desde la Segunda Guerra Mundial. El número de personas que huyen de su región o país de origen para salvar sus vidas por conflictos armados, vulneración de derechos y violencia, aumenta cada día.
En gran medida, estas migraciones forzosas están provocadas por las políticas económicas y neocoloniales de la Unión Europea (UE) y de las demás potencias mundiales, por las guerras provocadas por intereses económicos y energéticos, por la vulneración descarnada de los derechos civiles y sociales, por la esclavitud laboral, por el hundimiento, gracias a la competencia desleal, de sectores económicos enteros como el agrícola o el pesquero. Frente a esta realidad, la reacción de las grandes potencias, la reacción de la UE, la reacción del reino de España, ha sido la de la aplicación de políticas migratorias criminales, de políticas migratorias que provocan un sufrimiento humano injustificable.
No son palabras exageradas, no son acusaciones sin fundamento, los hechos están ahí, rezumando dolor y vergüenza. En el mar Mediterráneo han muerto ahogadas más de 35.000 personas en los últimos 17 años, 7.000 de ellas desde 2016. Semana a semana, día a día, el goteo incesante de naufragios y víctimas ahogadas, desvela la barbarie de los gobiernos responsables de estas muertes al cerrar cualquier vía de acceso legal y seguro a Europa.
La UE procura alejar el problema alejando las fronteras, externalizando la violencia, llegando a acuerdos infames con gobiernos autoritarios, violentos y corruptos, pero buenos y eficaces aliados.
No es retórica, ahí está el acuerdo con la Turquía de Erdogan que retiene a millones de personas que huyen de las guerras y la destrucción, ahí están los acuerdos con los señores de la guerra de la Libia destruida tras la intervención de la OTAN, acuerdos que financian y arman a los que por la mañana embarcan a migrantes en pateras, para por la tarde hacerles regresar a la costa, o simplemente hacerles morir ahogados, acuerdos que promueven la muerte de miles de personas en el desierto del Sahara, acuerdos que permiten la vuelta a la esclavitud.
En nuestra frontera sur, en Ceuta y Melilla, las vallas y las concertinas crecen, las devoluciones en caliente vulneran todas las normas nacionales e internacionales firmadas por todos los gobiernos. En nuestra frontera sur al menos 15 personas murieron ahogadas, hace ahora 4 años, a pocos metros de la playa del Tarajal, en Ceuta, porque la Guardia Civil les impidió la llegada disparándoles botes de humo y pelotas de goma. Hace pocas semanas la justicia ha vuelto a cerrar el caso, sin haberlo abierto nunca.
Los ejemplos de estas políticas criminales se multiplican, y lo hacen porque son la expresión de una política elaborada y coherente. Por citar algunas de las más significativas por su claridad: Las declaraciones del jefe de la agencia europea de fronteras Frontex, Fabricce Legerri, que en febrero de 2017 declaró que los rescates de las Ongs envalentonan a los traficantes; el informe de Frontex publicado a finales de 2016 que acusó a las organizaciones de solidaridad con personas refugiadas de trabajar conjuntamente con las redes de tráfico de personas; las declaraciones del líder del grupo parlamentario del Partido Popular Europeo, Manfred Webwer, a favor de una “solución final para la cuestión de los refugiados” expresión con reminiscencias nazis; de las palabras de nuestro ministro del Interior, Juan Zoido, que afirmó que no es nuestra responsabilidad que decidan huir de sus países y que las ONGs colaboran con redes de tráfico ilegal de personas.
Desgraciadamente, estas políticas no han comenzado de repente. Hace ahora dos años, decenas de miles de personas en toda Europa nos manifestamos contra las políticas migratorias de la UE, exigiendo un pasaje seguro para los centenares de miles de personas que huyendo de la guerra y de la miseria, intentaban llegar a la UE desde Grecia y el este de Europa, o jugándose la vida atravesando el Mediterráneo desde Libia a Sicilia, o desde Marruecos a España.
En ese momento, ya era flagrante la diferencia entre lo que la UE decía y lo que realmente hacía. En septiembre de 2015, los jefes de estado y gobierno de la UE anunciaron a bombo y platillo, la acogida en dos años de 160.000 refugiados, provenientes fundamentalmente de la Siria destruida por la guerra.
Hay que resaltar que hay más de tres millones de refugiados sirios en Turquía hoy, más de un millón en Líbano, y más de medio millón en Jordania.
Dos años después hemos constatado con vergüenza e indignación como la UE ha facilitado la acogida de ¡28.000! personas refugiadas de las 160.000 anunciadas. Realmente, la pobreza de la propia propuesta de la UE, indicaba su absoluta voluntad de incumplimiento. Realmente las políticas diseñadas y puestas en práctica por la UE eran ya las que se indican en los párrafos anteriores.
Por todo ello, es perfectamente coherente que el Presidente de la Comisión Europea (CE), Jean Claude Juncker, en su discurso ante el  Parlamento Europeo el 13 de septiembre de 2017, se congratulase de la efectividad de las políticas migratorias de la UE. Sin hacer mención al incumplimiento de sus propios acuerdos de acogida, acoge con satisfacción los resultados del cierre de fronteras, de los acuerdos con Turquía. Sin importarle lo más mínimo el que la UE incumpla su propia legislación de asilo y refugio, incumpla la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, pieza fundamental del Derecho Internacional Humanitario (DIH), levantada sobre la destrucción y las masacres de la II Guerra Mundial. Dice textualmente: "Hemos conseguido erradicar los flujos irregulares de migrantes". Erradicar, ese es el verbo que resume una política. Dice más, afirma que “hemos reducido drásticamente la pérdida de vidas humanas en el Mediterráneo”. El cinismo va en el sueldo, 7.000 seres humanos ahogados los años 2016 y 2017. ¿O es que es un optimista el Sr. Juncker? No, el Presidente de la CE solo pretendía hacernos cómplices de su cinismo.
Quieren hacernos cómplices, porque pretenden que estas políticas criminales sean hechas en nuestro nombre, quieren marcar la pauta de la insolidaridad, del miedo al otro, de la xenofobia, propias del fascismo que otra vez nos amenaza. Estas políticas criminales, su normalización, su aceptación cotidiana, persiguen que aceptemos que muchas personas son desechables, que si lo son será porque nos amenazan, porque nos invaden, o porque no aceptan cual es su lugar. Estas políticas criminales son las que promueven el crecimiento del fascismo, y las que nos serán aplicadas si no nos oponemos tajantemente a ellas.
Y la única buena noticia, es que desde hace más de dos años mucha gente de Europa nos negamos a ser cómplices de nuestros gobernantes.
Por eso, en muchas partes de Europa, el 24 y 25 de febrero (en Santander el sábado 24 a las 12,30, desde la delegación del Gobierno al Ayuntamiento), volvimos a salir a la calle para luchar contra las políticas migratorias de nuestros gobiernos, para seguirles gritando que no en nuestro nombre.
Por eso, en muchas partes de Europa, gentes solidarias seguiremos organizándonos para facilitar la visibilidad de quienes, siendo como nosotros, se les niegan rutas seguras, papeles, sanidad, techo; pero se les exige trabajo inseguro y sin derechos, silencio, y sumisión. Las movilizaciones, que a pesar de todo crecen en esta Europa fortaleza, impiden e impedirán que el silencio y la impunidad oculten los crímenes legales que nuestros gobiernos cometen.

Jesús Puente, activista de Pasaje Seguro.
Fuente original:
http://www.elfaradio.com/2018/02/22/25f-no-a-la-europa-fortaleza-los-derechos-humanos-no-se-negocian/

Rusia y China juntas en la Ruta de la Seda Polar, según Sputnik


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Rusia y China juntas en la Ruta de la Seda Polar, según Sputnik

 


Orden mundial gélido: Rusia y China juntas en la Ruta de la Seda Polar, según Sputnik
The Financial Times, portavoz del caduco neoliberalismo global, con tal de defender sus intereses plutocráticos amarra navajas entre Rusia y China por el control de la creativa Ruta de la Seda Polar (https://goo.gl/HGB1C1), mientras el muy bien informado portal ruso Sputnik devela la coordinación entre Moscú y Pekín.
Rusia se acopla a las tres rutas de la seda de China: 1) la continental (vincula con Europa por medio de Asia Central y Rusia); 2) la marítima (une al sudeste asiático y a África oriental), y 3) la polar.
Alexandr Lomanov, del Instituto del Lejano Oriente, caracteriza la convergencia de tres relevantes proyectos: la Unión Económica Euroasiática (UEE), la Organización de Cooperación de Shanghái y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático. A juicio de Lomanov, la Unión Europea (UE) podría ser uno de los motores de la integración global gracias a su poder financiero y científico, así como por su experiencia administrativa en proyectos de integración” cuando “la UE se ha apartado de estas oportunidades, al parecer por razones ideológicas ( sic). Su renuencia a la cooperación directa con la UEE se deriva de su prejuicio ideológico contra China”.
El zar Vlady Putin ha declarado que “Rusia debe garantizar la seguridad militar (¡supersic!) y ecológica en el Ártico” (https://goo.gl/AArwZz). No es una declaración menor cuando el Ártico es uno de los puntos más cercanos para un hipotético cuan devastador intercambio nuclear entre Rusia y Estados Unidos. La infraestructura militar del complejo del ártico de Rusia –con una superficie de 14 mil metros cuadrados– ostenta sus armas más avanzadas. Rusia es el único país del mundo que dispone de bases militares en el Ártico, donde resalta su trébol: única base de su género en el mundo. La región ártica posee pletóricos recursos minerales y, a juicio del zar ruso Putin, los proyectos extractivos deberán apegarse a las normas ambientales, que desdeña Trump.
La presencia militar rusa comporta tres objetivos: 1) “acceso exclusivo a la ruta marítima del norte, que es una de las rutas comerciales más importantes del mundo; 2) “defender sus yacimientos petroleros y gaseros en el Ártico, lo cual genera tensiones con Estados Unidos, Canadá, Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca, y 3) “proteger su frontera norte, gracias al despliegue de sus sistemas de defensa antimisiles ( sic) y de la flota del norte en la zona” (https://goo.gl/gXevqP).
El 85 por ciento del gas y 11 por ciento del petróleo que produce Rusia proviene de la zona ártica, donde dispone de casi 50 centros de hidrocarburos (https://goo.gl/hbLTQE).
La Ruta de la Seda Polar es susceptible de implantar un nuevo orden mundial. A juicio de Vladimir Remiga, presidente del Consejo Coordinador del Congreso Internacional de Industriales y Empresarios, la iniciativa de crear la UEE y aparejarla con el proyecto de la Ruta de la Seda Continental de China se está convirtiendo en una iniciativa verdaderamente global, capaz de cambiar radicalmente el orden mundial existente.
Según la prensa china, la iniciativa de la Ruta de la Seda Polar procede del gobierno ruso. Según Sputnik, esa ruta es considerada el tercer camino de la iniciativa propuesta por China: cruza el círculo polar ártico, que conecta tres grandes centros económicos: América del Norte, Asia oriental y Europa occidental. ¡Destaca el rezago futuro de América Latina, de por sí abandonada de la mano de Dios!
El desarrollo conjunto de los campos de petróleo y gas, al unísono de la construcción de instalaciones de infraestructura, ferrocarriles y puertos marítimos, sirve a los intereses de Rusia y China. A juicio de Remiga, la principal área de cooperación es el desarrollo de la infraestructura de la ruta marítima del norte y la organización de su transporte de carga, para convertir esta ruta en una arteria competitiva de transporte global.
La ruta marítima del norte es considerada por China como la parte más importante de la Ruta de la Seda Polar, cuyo potencial reducirá el costo anual del comercio marítimo internacional entre 53 mil 300 dólares y 127 mil 400 millones para 2020. Según Remiga, China y Rusia negocian el establecimiento de una empresa conjunta para construir buques de carga de hielo y modernizar puertos e infraestructura general de navegación. ¡Toda una revolución del transporte en Eurasia!
El zar Vlady Putin, que juega magistralmente al ajedrez geoestratégico, ya había formulado compartir con China la revolución del transporte en Eurasia. Andrei Volodin, de la Academia Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores, comentó que Rusia es un corredor de transporte esencial entre el este y el oeste. Y el este no sólo incluye China, sino también toda la región de Asia y el Pacífico, incluyendo el nordeste y el sudeste asiático (https://goo.gl/1VKCTT).
Ekaterina Arápova, experta en relaciones exteriores, aduce que la gran trifecta –la alianza euroasiática con países de la UEE, la Organización de Cooperación de Shanghái y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático– está entre las prioridades de China. Se trata de la oxigenación de China ante el asedio de Estados Unidos. Según Arápova, China entiende que la situación en el mercado de trabajo a largo plazo puede llegar a ser muy tenso. Debido a la introducción de tecnologías de ahorro de mano de obra, existe el riesgo de que muchos chinos se queden sin trabajo en algún momento futuro. China debe intentar compensar esta situación proporcionando empleo en China y en el extranjero, con la implementación de proyectos a gran escala. Arápova remata que la iniciativa rusa de una gran alianza euroasiática corresponde a los intereses de China.
Para Alexandr Gabúev, del Centro Carnegie de Moscú, existen dos etapas en la colaboración de Rusia y China: 1) lograr un acuerdo sobre la eliminación de las barreras y la mejora de los términos del comercio, y 2) la reducción mutua de tarifas”. Juzga que el efecto más tangible del emparejamiento de la UEE con la Ruta de Seda se verá no antes de 10 años. Son proyectos geoestratégicos de mediano plazo.
Según Olga Samofalova, “la ruta marítima del norte permitirá a China entregar más rápido cargamentos a Europa, reducir el trayecto en 20 a 30 por ciento y también ahorrar el combustible y los recursos humanos. Dado que 90 por ciento de los productos chinos se entregan vía marítima, el desarrollo de la Ruta de la Seda Polar promete a Pekín un serio ahorro y crecimiento de los beneficios.
China, por supuesto, persigue sus propios intereses e intenta ahorrar en transporte (https://goo.gl/Z8sqrR). No faltan quienes vean una amenaza en esta expansión. A juicio de Ivan Andrievski, primer vicepresidente de la Unión de Ingenieros rusos, teóricamente puede haber conflictos en el futuro con mayor deshielo y un crecimiento de las ambiciones militares de China. Pero por el momento estas amenazas son exageradas.
A mi juicio, la mayor amenaza para su descarrilamiento proviene de los esquemas desestabilizadores y balcanizadores de la dupla anglosajona de Estados Unidos y Gran Bretaña, que serían los grandes perdedores.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2018/02/04/opinion/012o1pol
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El ser social determina la conciencia social





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‘El ser social determina la conciencia social'”


14-18 minutes



Entrevista a Ariel Petrucelli sobre Ciencia y utopía. En Marx y en la tradición marxista (I)

“La perspectiva materialista en los términos de Marx que asumo puede sintetizarse en la sentencia: ‘el ser social determina la conciencia social'”


Profesor de Historia de Europa y de Teoría de la Historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Comahue (Argentina), Ariel Petruccelli ha publicado numerosos ensayos y artículos de marxismo, política y teoría de la historia. Es miembro del consejo asesor de la revista Herramienta

. En esta conversación nos centramos en su libro Ciencia y utopía

, Buenos Aires, Ediciones Herramienta y Editorial El Colectivo, 2016. Se define como "marxista libertario con una amplia participación política en el movimiento estudiantil (en tiempos ya lejanos) y sindical docente". Ha cultivado el humor político en un colectivo de agitadores culturales (El Fracaso) que editó a lo largo de más de una década dos publicaciones satírico-revolucionarias: La Poronguita

y El Cascotazo

.






Un prólogo, una introducción, cuatro capítulos y un epílogo componen su libro. Me centro hoy en los dos primeros si le parece (y en temáticas muy próximas). El autor del prólogo es Fernando Lizárraga. ¿Nos hace una breve presentación de su presentador?

Fernando es, ante todo, un amigo, un gran amigo. Profesionalmente es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y docente de Filosofía Política en la Universidad Nacional del Comahue. Es un especialista en filosofía moral y política contemporánea (además de un excelente traductor del inglés). Su obra El marxismo y la justicia social contiene tanto un meditado análisis de las teorías normativas contemporáneas, como un erudito estudio del pensamiento del Che Guevara leído con el instrumental de la filosofía analítica y la teoría rawlsiana de la justicia. Es un libro iluminador. Otro de sus libros, Marxistas y liberales, es un extenso diálogo crítico con Gerald Cohen, cuya perspectiva normativa comparte en lineas generales, pero diferenciándose en cuestiones específicas. Fernando fue parte importante de la Editorial El Fracaso, y es un marxista libertario de amplias miras y notable erudición.

El título de su libro: Ciencia y utopía. ¿Qué es la ciencia para usted? Lo mismo le pregunto sobre el término utopía.

¡Vaya pregunta! Es difícil responder en poco espacio.

Haga lo que pueda.

Puesto a hacer el intento, yo diría que la ciencia es la búsqueda de explicaciones y/o previsiones basadas en un combinación de razón, observación y (al menos cuando se pueda) experimentación. Una concepción clásica de la ciencia, digamos, una concepción que, para decirlo con la palabras de Manuel Sacristán, nos permite, "pese a todos los cambios de 'paradigma', atar de un mismo hilo (todo lo retorcido que se quiera) a Euclides, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Newton, Maxwell, Einstein y Crick, por ejemplo".

En cuanto a la utopía, yo diría llanamente que se trata de la búsqueda de un mundo mejor, no necesariamente perfecto, pero sí al menos mejor que el mundo social conocido.

Insisto un poco: ¿ciencia y utopía no son conceptos contrapuestos o cuanto menos poco consistentes entre ellos? De hecho, ¿no habló Engels de una evolución positiva desde el socialismo utópico al socialismo científico, por no hablar del Manifiesto y su tercer apartado?

Efectivamente, Engels introdujo la noción de "socialismo científico", para diferenciarlo del "socialismo utópico". El marxismo posterior radicalizó la distinción, lo que tuvo consecuencias no muy buenas. En cualquier caso, lo que intento mostrar en el libro es, en primer lugar, que tanto Marx como Engels tenían un gran respeto y una enorme admiración por los "socialistas utópicos"; que en buena medida se perdieron en la mayoría de los marxismos dominantes. En segunda instancia, busco mostrar que las críticas marxengelsianas a los utopistas se comprenden en su contexto y tienen además varios puntos fuertes; pero cayendo en un exceso, por decirlo así, que no permitió calibrar adecuadamente los costados fuertes de la utopía, ni percibir los importantes componentes utópicos presentes tanto en Marx como en Engels. En este terreno, la influencia hegeliana se cobró un costo demasiado elevado: el socialismo visto como una inevitabilidad de la dialéctica histórica, antes que como un ideal moral y un objetivo político alcanzable, mas no ineludible. En resumen, lo que me propongo es limar las diferencias entre la dimensión científica y la dimensión utópica tal y como han sido usualmente presentadas, al menos en el marxismo. Limar, no eliminar, en la intelección de que el socialismo, como movimiento político emancipatorio, no puede (o mejor: no debe) renunciar ni al estudio sereno y realista de lo que acontece (la ciencia) ni a la postulación de objetivos que no son ni pueden ser una mera y simple deducción de esos estudios (la utopía). Apuesto, pues, por una utopía realista, cosa que no es en modo alguno un oxímoron.

¿Y cuándo sabemos que una utopía es realista? Si no ando muy mal informado, la mayoría de los partidarios de utopías se consideran muy realistas y algunas de las utopías que defienden, para los demás, no para ellos, son simples ensoñaciones, nada recomendables en algunos casos.

Es una pregunta excelente, y le confieso que soy el primero en dudar de las bondades de mi respuesta. Pero no hay cosa peor que escurrir el bulto. Yo establecería una distinción y un criterio tentativo de evaluación. La distinción es temporal: ex ante y ex post. Lo que en un momento puede ser planteado como la realización de algo radicalmente distinto de lo existente, puede ser, en un momento posterior, un hecho consumado. Cuando en el siglo XVII los levellers reivindicaban un estado laico y el derecho al voto de todos los hombres, aunque no fueran propietarios o trabajaran para otro, estaban proponiendo algo inexistente y que, a ojos de la mayor parte de los contemporáneos, parecía una auténtica locura, algo no sólo imposible sino además indeseable. Hoy en día el estado laico y el derecho al voto universal (no sólo para los hombres sino también para las mujeres) es parte consustancial de buena parte de las sociedades del mundo contemporáneo. La utopía democrática, por así decirlo, demostró ser realista. Sin embargo, bueno es señalarlo, su realización concreta difirió bastante de lo que se esperaba o temía en el siglo XVII. Se puede decir, pues, que es en la práctica donde se demuestra el realismo de una utopía. Pero esto sólo lo podemos hacer ex post. El problema, claro, es que un movimiento político revolucionario no es una asociación de estudiosos del pasado, sino una organización comprometida con la lucha en el presente en pos de una utopía futura que considera alcanzable. Permítame señalar, por lo demás, que el criterio de la práctica no es un criterio absoluto: hay objetivos que no se han alcanzado, pero sobre los que hay buenas razones para pensar que estuvieron apunto de ser alcanzados y, por consiguiente, no era irrealista su postulación. Pero vamos al meollo del asunto: ¿cómo sabemos que una propuesta utópica es realista? A ciencia cierta, no hay manera de saberlo. No hay certeza en este campo. Pero podemos tener mejores o peores razones para creer en ella.

Señala usted que "la mayoría de los partidarios de utopías se consideran muy realistas y algunas de las utopías que defienden, para los demás, no para ellos, son simples ensoñaciones, nada recomendables en algunos casos". Lleva usted razón. Se trata de un riesgo. Pero no toda propuesta utópica debe caer en esta trampa. El punto aquí, me parece, es el siguiente: el partidario de la propuesta utópica, ¿afirma simplemente, sin argumentos ni evidencias (al menos indirectas), que lo suyo es perfectamente posible, como una cuestión de fe; o presenta argumentos razonados y evidencias (allí donde esto sea posible)? El "realismo" de una utopía puede ser tentativamente evaluado en base a los argumentos y evidencias que la sostienen. Proponer una "utopía realista", pues, entraña dar cuenta de las condiciones sociales y materiales necesarias para su realización, por un lado, y de las fuerzas político-sociales pasibles de ser organizadas y movilizadas para alcanzarla. E. O. Wright ha escrito cosas muy interesantes al respecto.

Se centra usted en Marx y en la tradición marxista. ¿Quién es Marx para usted? ¿Un economista, un revolucionario, un filósofo, un humanista, un historiador, un sociólogo de amplio registro, un periodista que nunca dejó de serlo, un hombre del Renacimiento en época ilustrada? ¿Todo eso en un mismo autor?

Yo diría que todo eso en un mismo autor; aunque tengo mis reservas sobre su adscripción renacentista en una época ilustrada.

¿Qué reservas son esas?

Bueno, en verdad no se qué representación del Renacimiento y de la Ilustración tiene usted en mente.

Una muy confusa que necesita mas claridad.

Por lo pronto, en muchos sentidos, la Ilustración puede ser considerada heredera del pensamiento renacentista, con el que se halla más emparentada que con la ortodoxia católica, la reforma protestante o el romanticismo. A mi juicio, aunque puede tener algunos rasgos en común, Marx no es ni un renacentista ni estrictamente un ilustrado. Comparte con los pensadores renacentistas la admiración y el gusto por los clásicos (nota más bien ausente en los ilustrados). Pero el filósofo antiguo más admirado y citado por Marx es Aristóteles, atacado por muchos renacentistas, que veían con más simpatía a Platón (no tanto, como arguyera a mi juicio convincentemente Kristeller en El pensamiento renacentista y sus fuentes, por los planteos sustantivos específicos de cada uno, cuanto por contraste con la apropiación eclesiástica de Aristóteles). Con el Renacimiento, pero también con la Ilustración, Marx compartía el aprecio por lo humano y por la razón. Con la ilustración, mas quizá no con el pensar renacentista, compartía la fe en el progreso. En fin, no alcanzo a ver en qué sentido significativo se puede decir que fuera Marx un hombre del Renacimiento en época ilustrada.

En cuanto a la tradición marxista, ¿qué es una tradición? ¿Qué singulariza o define la tradición marxista? ¿No hay de hecho, más bien, tradiciones marxistas, algunas de las cuales por cierto se llevan peor que mal, casi a matar, o cuanto menos, en algún caso, han olvidado la cortesía y la buena educación entre compañeros?

Tiene usted razón, en muchos casos quizá sea mejor hablar en plural: tradiciones marxistas. Efectivamente, las relaciones entre los marxistas y los marxismos han sido en algunos casos francamente deplorables. Sin embargo, aún aceptando la pertinencia del plural, me resisto a abandonar del todo el singular. Me explico. No tengo yo, ni creo que tenga ni vaya a tener nadie, un marxistódromo, un instrumento que nos permita calibrar qué tan marxista es un autor o una obra. En ausencia del tal instrumento, es difícil establecer no sólo cuán marxista es un libro o un autor, sino incluso qué puede ser considerado parte integrante de la o las tradiciones marxistas. De hecho, tiendo a pensar que según la pregunta que nos hagamos, el problema que estemos abordando o la preocupación específica que tengamos, tendrá mayor pertinencia o utilidad pensar que ciertas obras o autores pertenecen a una misma tradición, o a dos tradiciones diferentes. Si finalmente me decidí por el uso del singular, se debe a que en modo algunos el libro contiene un examen exhaustivo de todas y cada una de las tradiciones marxistas, abocándome más bien al estudio de algunos autores que intentaron aunar estudio social con praxis política desde una perspectiva en algún sentido socialista; lo cual posiblemente no sea necesario y suficiente para definir a alguien como marxista, pero sin duda son dos componentes que han estado fuertemente presentes en la mayor parte de los autores y movimientos que pretendieron alguna filiación con Marx.

Usted escribió en 1998 un libro titulado Ensayo sobre la teoría marxista de la historia. ¿Hay propiamente una teoría marxista de la historia? ¿Qué debemos entender aquí por teoría? ¿Ciencia, filosofía, especulación, hipótesis razonables?

Todo depende de los alcances y de la definición específica que se de al término teoría (y al término historia). Brevemente, yo diría que en algunos sitios Marx esbozó (y el marxismo posterior mayormente abrazó) una filosofía sustantiva de la historia, en el sentido que da Arthur Danto a este término: la pretensión de conocer el resultado final de la entera aventura humana sobre la tierra. Sin embargo, en sus últimos años Marx rechazó enfáticamente esta perspectiva especulativa. Creo, sin embargo, que escribió cosas muy interesantes sobre lo que él llamaba "mi concepción materialista de la historia". Pienso, también, que si bien Marx nunca abandonó una perspectiva materialista de la historia, la concibió en diferentes lugares de maneras harto diferentes. En concreto, estoy convencido que tanto en la obra de Marx como en el marxismo posterior se pueden hallar tres vertientes interpretativas distintas sobre el curso de la historia y la sociedad. Se las puede concebir como tres hipótesis especiales de una teoría materialista general; o como tres teorías diferentes. No creo que haga esto ninguna diferencia. Una de estas concepciones es la determinista tecnológica, expuesta por Marx en el famoso Prefacio de 1859, canonizada por Plejanov y defendida exquisitamente por Cohen como "primacía de las fuerzas productivas". Otra interpretación es la que hace hincapié en la lucha de clases, presente en autores contemporáneos como Negri o Lebowitz, y que hunde sus raíces en el no menos famoso dictum del Manifiesto Comunista: "La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases". Finalmente, hay una tercer vertiente interpretativa, que podemos llamar "primacía de las relaciones de producción". Es la concepción que he intentado exponer y defender tanto en Ensayo sobre la teoría marxista de la historia como en Materialismo histórico: interpretaciones y controversias. A mi juicio esta versión se halla expresada en muchos pasajes de la obra marxiana, entre los que destacan algunos de El Capital y otros de los Grundrisse. Estoy convencido, también, que es alguna forma de primacía de las relaciones de producción lo que subyace en las obras de autores como Perry Anderson, Robert Brenner o Geoffrey de Sainte Croix.

Cuando habla usted de concepción materialista, ¿qué debemos entender aquí por materialismo? ¿La primacía de la materia sobre el espíritu? ¿El todo es material? ¿Materialismo = inmanentismo?

Bueno, son estas complejas cuestiones filosóficas sobre las que han corrido ríos de tinta, con el agravante de que hay muchas definiciones no sólo diferentes sino incluso incompatibles de los términos en lisa: materia, espíritu, primacía, etc. Una respuesta cabal implicaría un libro. Pero, por lo pronto y para aclarar mi perspectiva, creo que una aceptable manera de presentarla es asociando materialismo con inmanentismo. Más específicamente, diría que la perspectiva materialista en los términos de Marx, que asumo, puede sintetizarse en la sentencia: "el ser social determina a la conciencia social". Aunque claro, no es tan sencillo especificar el contenido de "ser social", "conciencia social", y "determinación"; tarea que he abordado con cierta extensión en algunos de mis escritos.

Ciencia y utopía forma parte de una trilogía si no ando errado, junto a Materialismo histórico: interpretaciones y controversias y El marxismo en la encrucijada. ¿Cuál es la finalidad de esta trilogía? Le pregunto a continuación sobre ello. Descansemos un momento.

Como quiera, de acuerdo

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