martes, 31 de diciembre de 2019

ULTIMAS NOTICIAS...PLATAFORMA DISTRITO CERO...dic 31 (37)











FELIZ AÑO NUEVO.

PLATAFORMA DISTRITO CERO.
Miguel A. Reyes.




ULTIMAS NOTICIAS...PLATAFORMA DISTRITO CERO...dic 31 (37)

El Heartland geopolítico de América del Sur


El Heartland geopolítico de América del Sur









Bolivia
Carlos Chino Fernández


Santa Cruz de la Sierra

Ecuador, Chile, Bolivia y ahora Colombia. Analizando la situación general, sostenemos que en Bolivia y más precisamente en Santa Cruz de la Sierra, se encuentra el eje más importante para comprender los alcances de las explosiones insurreccionales en nuestra América del Sur. Es, en esa región donde se encuentra el corazón geopolítico de nuestro continente.

Cuatro vectores geográficos convergen y se proyectan en Santa Cruz de la Sierra, 1) Hacia Occidente: Por los valles cordilleranos y el acceso al macizo andino. 2) Hacia Oriente: Las serranías de la Chiquitania, el Mato Grosso y el camino hacia el Planalto Brasileño. 3) Al norte: Hacia los ríos y territorios que convergen en la cuenca amazónica. 4) Hacia el sur: Los ríos y territorios de naturaleza chaqueña y platense.[1]
En estos conflictos suramericanos, vemos emerger el siglo XIX en el siglo XXI. Expresan de alguna manera las guerras por la independencia no resueltas y por otra parte, la reconfiguración actual de un mundo multipolar, con foco en el control de los recursos naturales
Existe también en estas protestas las resistencias al modelo neoliberal, que deja sus huellas más allá de los gobiernos y de la crisis de representación política del sistema demo-liberal. En este marco , las protestas toman forma insurreccional

Si nos detenemos en Bolivia, allí el conflicto también expresa la tensión entre la ancestral lucha entre clases y estamentos sociales (la cuestión social), y las luchas por la des-colonización (la cuestión nacional). El motín, es la forma de lucha social característica en Bolivia, está en su ADN, en donde los sectores del trabajo respondían con virulencia ante la explotación, y ante las paupérrimas condiciones de vida que padecían.

Siguiendo a Carlos Montenegro, en Bolivia el motín forma parte del ethos boliviano, hace a su historia de rebelión en el marco de un contexto de sometimiento y explotación ancestral. En el motín casi no hay organización, es un hecho de tremenda violencia que refleja lo extremo de la situación de explotación de la que hablamos.[2]

A través de los siglos, un lugar en la división del trabajo

En el siglo XIX, fue la plata y el oro, que en Potosí dejaron sus vísceras miles de trabajadores, para que una oligarquía local y una Europa lejana alimenten las ansias de poder y disfrute de su clase social aristocrática.

Durante el siglo XX, fue el estaño primero, y después el petróleo y el gas, cuyo sistema de explotación consolidó esa estructura de clases y castas, al mismo tiempo que demarcaba con mayor dramatismo a un territorio boliviano, entre un occidente minero, trabajador e indígena y un oriente blanco, oligárquico y fértil. Hoy en día, sin que desaparezca el gas o el petróleo como recursos naturales deseados, se destaca el litio, como un mineral estratégico para el desarrollo de las modernas sociedades del futuro.

La dimensión internacional, sigue vigente. En el desplazamiento del gobierno de Evo Morales, está presente este esquema de dominación histórico. Aunque el gobierno del M.A.S., mejoró sensiblemente la vida de millones de compatriotas, otrora en la extrema pobreza, no logró desestructurar la matriz de poder heredada.

Para complejizar el panorama, se suman a las protestas, unas capas medias urbanas, que oscilan entre la identificación con las banderas de la igualdad y el progresismo, pero que pretenden vivir cada día mejor emulando a las fracciones que controlan los resortes del poder económico.

El desplazamiento del gobierno de Evo Morales en Bolivia, fue promovido por los EEUU en su disputa por el control de los los recursos naturales, en donde actores internacionales juegan sus fichas, en un esquema de poder que no se ha modificado en sus raíces, aunque sí, en la distribución de sus beneficios (riqueza y derechos sociales), en la lucha entre el trabajo y el capital. El motín y el golpe de estado se fundieron en las acciones callejeras en Bolivia. Aquí la frontera entre el Occidente y el Oriente, define a Santa Cruz de la Sierra como el corazón geopolítico de América del Sur.

La geopolítica define su principal enfrentamiento entre el globalismo financiero y el Continentalismo de los grandes estados industriales, pero en la base, se observa cada día con mayor crudeza a poblaciones de ciudadanos de a pie, sin representación política en niveles más fragmentados y locales de búsqueda de su identidad. Bajo esta premisa, el conflicto en Bolivia, manifiesta, esa paradoja en sus raíces, sin desconocer la existencia de un golpe de estado.

La defensa de un gobierno que le dio visibilidad y dignidad a grandes masas de la población trabajadora (sea o no de origen indígena), debe realizarse teniendo presente la guerra inconclusa por la independencia plena de Bolivia y por la integración total de su territorio (Occidente y Oriente)

Ahora bien, a la hora pensar la salida, ésta sería a través de una alianza básica entre las burguesías locales nacionales no-imperialistas y los trabajadores organizados del campo y las ciudades, sin distinción de las regiones, dentro de una visión de Patria Grande.

Noviembre de 2019
Carlos Chino Fernández
CEES-CGTRA





[1] Agustín Saavedra Waise: “El rol de Santa Cruz de la Sierra en Sur América”, abril de 2005, por internet


[2] Montenegro Carlos. Nacionalismo y Coloniaje, Pleamar, Bs. As., 1967

Guerra en América Latina (I): ¿Se perfila el nuevo mapa del Pentágono

Guerra en América Latina (I): ¿Se perfila el nuevo mapa del Pentágono









Claudio Fabian Guevara

Desde el Sur del Continente hasta la cuenca del Caribe, circula el fantasma de una guerra inducida en toda la región. Los contornos geográficos de la conflagración fueron anticipados hace 15 años en un mapa de la agenda globalista para reconfigurar el mundo.

Por Claudio Fabián Guevara


“Estamos en el borde del nuevo ciclo de descolonización que va a correr por toda América del sur. Parece que estamos entrando en la guerra civil continental”. Alexander Dugin 14/11/2019

¿Se encenderá la guerra en América Latina?

Bajo la impronta del Totalitarismo 2.0 que gobierna en casi todo el continente, un clima de guerra civil psicológica comienza a afectar a la población y las instituciones en América Latina. Un estado de excepción se va configurando de la mano de decretos y leyes especiales, mientras el lenguaje cotidiano de los medios glorifica la guerra y la represión. Se instala una lógica de “amigos-enemigos” / “criminales-gente decente” que legitima la resolución de diferencias políticas por vías violentas en lugar del diálogo y el derecho.

El ambiente se va enrareciendo, y los conflictos tienden a resolverse por actos bélicos. El lanzamiento de la operación multidimensional de guerra híbrida que derribó violentamente al gobierno del boliviano Evo Morales, y la explosión de un coche bomba en Colombia son dos de los hitos más recientes. El intento de magnicidio frustrado contra el presidente venezolano Nicolás Maduro, y el ensayo de guerra híbrida en Nicaragua el año pasado se inscriben dentro de la misma agenda.
Hay muchos otros síntomas: la violencia paramilitar rampante en distintos países, la “diplomacia beligerante” de la OEA, la cacería de opositores mediante el “lawfare” y el blindaje mediático que oculta la matriz criminal de esta violencia sistémica contra los pueblos.

Cada uno de estos hechos aparece en la narrativa noticiosa como estrictamente local y desconectados entre sí. Sin embargo, la similitud de esta escalada de violencia con otro conjunto de eventos internacionales permite ver los patrones de un “modus operandi” que se ha ensayado en otros escenarios.

América Latina se aproxima a un periodo de violencia en base a odios externamente implantados. Para entender por qué, hace falta remontarse a la metástasis que representa la industria de la guerra en la principal economía del mundo.
Del Imperialismo al Pentagonismo

Hace casi 50 años, el dominicano Juan Bosch explicó las raíces del militarismo que tiene su apogeo en nuestros días en su libro El Pentagonismo, sustituto del Imperialismo”. Allí postuló que la noción clásica de “imperialismo” había sido sustituida por otro fenómeno: la expansión permanente del poder de las corporaciones militares asociadas al Pentágono. Bosch denominó “Pentagonismo” a este nuevo polo de poder, que nace de la súper productividad del capitalismo norteamericano, del cual es el principal beneficiario.

Desde los años 60, cuando Kennedy pasó a ocupar la presidencia de Estados Unidos, ya el poder militar era más fuerte que el civil en términos de fondos para gastar. Desde entonces, no para de crecer. En 2019 alcanzó los 733.000 millones como presupuesto básico. Si se agregan otros rubros relacionados con las guerras, su fogoneo encubierto y sus consecuencias (Asuntos de Veteranos, Presupuesto de Seguridad Nacional, Asuntos Internacionales, Presupuesto de Inteligencia e intereses de la deuda), llega a 1,2542 billones de dólares. En todos los casos, siempre se ubica por encima del 60% de los gastos generales del país y por tanto por encima del presupuesto del poder civil. Es además la mitad del presupuesto militar de todo el globo.





Gastos militares vs otros gastos en el presupuesto federal de Estados Unidos. Fuente: aaas.org



“Fue alrededor de esa disponibilidad de dinero cómo se integró el actual poder pentagonista”, afirmó Bosch en su libro. Estados Unidos acabaría siendo una nación con dos gobiernos: el gobierno civil para el interior y el gobierno militar para el exterior.

El Pentagonismo se movió libremente en el campo internacional. Su actuación en el extranjero produciría miles de millones de dólares de ingreso para Estados Unidos a través de sus corporaciones armamentistas, lo cual a su vez reforzó el predominio del Pentagonismo dentro del sistema político y económico de Estados Unidos.

En esa «exportación forzosa» de equipos militares los industriales pentagonistas hallarían una fuente fabulosa de beneficios. De ahí se deriva que Pentagonismo tiene un proyecto propio: mantenerse constantemente en guerra en algún lugar del mundo. En suma, crear un mercado militar global a través de la guerra permanente.
La metrópolis que coloniza a su propio pueblo

Este nuevo tipo de capitalismo súper productivo superó el viejo esquema del imperialismo basado en el intercambio desigual (territorios dependientes produciendo materias primas baratas y consumiendo artículos manufacturados caros). El capitalismo sobre-desarrollado ha hallado en sí mismo la capacidad para elevar al cubo las tasas de ganancia que se ponían en juego en la etapa imperialista. Sus formidables instalaciones industriales, bajo condiciones creadas por la acumulación científica, pueden producir materias primas a partir de materias primas básicas y a costos bajísimos. El resultado final es una productividad altísima, nunca antes prevista en la historia del capitalismo.
El Pentagonismo desarrolló una estructura más lucrativa que el viejo imperialismo. A la par que retiene la características más destructivas de la explotación de los territorios coloniales, explota también a su propio pueblo vía la confiscación del 60 % del presupuesto público de esta metrópolis súper-productiva con el pretexto de “gastos de defensa”. Esto tiene un impacto decisivo en las relaciones metrópolis-colonias, ya que el gasto de la guerra en sí mismo es más lucrativo que el comercio internacional de mercancías. Bosch argumenta que la industria de la guerra cambia de finalidad:


“La guerra se hace para conquistar posiciones de poder en el país pentagonista, no en un territorio lejano. Lo que se busca no es un lugar donde invertir capitales sobrantes con ventajas; lo que se busca es tener acceso a los cuantiosos recursos económicos que se movilizan para la producción industrial de guerra; lo que se busca son beneficios donde se fabrican las armas, no donde se emplean, y esos beneficios se obtienen en la metrópoli pentagonista, no en el país atacado por él. Rinde varias veces más, y en tiempo mucho más breve, un contrato de aviones que la conquista del más rico territorio minero, y el contrato se obtiene y se cobra en el lugar donde está el centro del poder pentagonista”.
Objetivo estratégico: dividir el mundo en dos

El desarrollo natural de este súper poderío militar generó su propia ideología y programa de acción. Desde la década de los 80, los teóricos del Pentágono comenzaron a soñar con un mundo sumido en una guerra sin fin, con Estados Unidos como garante de la seguridad y el aprovisionamiento de recursos naturales de sus países asociados.

Este se resume en el nuevo mapa del Pentágono, atribuido a Adam Siegel y publicado por Thomas Barnett en un libro de su autoría: “The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twenty-First Century. Este mapa divide al mundo en dos grandes áreas: el “núcleo” y la “zona no integrada”.

El “núcleo” goza de los beneficios del sistema: comercio, comunicaciones, transporte y transacciones monetarias fluidas. Esta zona la comprenden Norteamérica, Europa, Japón, Rusia, Sudáfrica, China, India, Australia y Nueva Zelanda, Brasil, Uruguay y parte de Argentina y Chile.

La zona “no integrada” está desacoplada del sistema, y vive sumida en un caos donde la población es incapaz de organizar su desarrollo colectivo y sólo piensa en sobrevivir. Esta zona está compuesta por Medio Oriente (a excepción de Israel), casi toda Africa, algunos estados asiáticos, y los países del norte de Sudamérica y la cuenca del Caribe.





El nuevo mapa del Pentágono. Fuente: “The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twenty-First Century»



Desde la perspectiva de esta teoría, la zona “no integrada” es vista como un “tanque de recursos”, en la cual el ejército de los EE. UU. es la única fuerza capaz de proporcionar apoyo militar para “facilitar su integración”.

Para dotar de cierta organización social a estos territorios (y extraer recursos para las naciones del núcleo) hace falta una Fuerza de Administración de Sistemas dependiente del ejército estadounidense, dice Thomas Barnett.

Este enfoque del Pentágono asume que grandes áreas del mundo serán convertidas en campo arrasado, completamente dependientes de fuerzas militares para resolver necesidades básicas, y cuya vida cotidiana se caotizará por años, o para siempre. Y que -en ausencia de un Estado organizado- los estados del “núcleo” dependerán necesariamente del ejército de EE.UU. para explotar recursos naturales en esos territorios.

Como en una profecía autocumplida, este panorama ya es realidad en el presente. En estos momento hay guerra, con movimientos de blindados y tropas regulares e irregulares, en Túnez, Libia, Egipto, Palestina, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita, Bahréin, Yemen, Turquía y Afganistán. Como en un proceso de destrucción controlada cuidadosamente planificado, agentes de inteligencia y escuadrones especiales de las potencias juegan un rol crucial, organizando atentados de falsa bandera, entrenando y financiando tropas irregulares y jugando cartas diplomáticas funcionales a la prolongación de los conflictos. Una combinación de «revoluciones de colores», guerra híbrida e incursiones de ejércitos convencionales están sembrando la devastición en estas amplias zonas del mundo.

Todos los países envueltos en la guerra en curso están, en el nuevo mapa del Pentágono, dentro de las zonas no integradas.

Dentro del mapa, en América Latina figuran Cuba, Nicaragua y Venezuela, enemigos políticos de Washington. También Bolivia, un enemigo político de Washington, que ahora cayó dentro de su órbita merced a un golpe multidimensional que combinó estrategias de guerra híbrida con cooptamiento del ejército local.

Pero al mismo tiempo, se incluyen Colombia, Ecuador, Perú, Paraguay y Centroamérica, zona bajo control de gobiernos pro-estadounidenses.

¿Por qué el Pentágono promovería la guerra y la destrucción en áreas bajo su control geopolítico?
El Pentagonismo, etapa superior del Imperialismo

En la distopía trazada por Barnett y otros ideólogos del Pentágono, el derrocamiento de un gobierno no es seguido por un periodo de “paz y reconstrucción”, sino que se trata de crear amplios corredores de inestabilidad permanente. En su trabajo “Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista”, Thierry Meyssan sostiene que las intervenciones militares desde el 2001 en adelante han aplicado esta doctrina.

Tradicionalmente, el campo antiimperialista estimaba que Estados Unidos agredía a otros países que se resistían a su imperialismo para controlar los recursos energéticos. “Los hechos han echado abajo ese razonamiento”, dice Meyssan. “El objetivo de Estados Unidos es destruir los Estados, hacer retroceder sus pueblos a los tiempos de la prehistoria”.

Enfatiza Meyssan: “El imperialismo contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades…”
VIDEO: Thierry Meyssan: “El Pentágono planificó guerras para dividir el mundo en dos zonas”



De hecho, los derrocamientos de Saddam Hussein y Gadhafi no dieron paso al restablecimiento de la paz; las guerras continúan a pesar de la instalación de gobiernos de ocupación; y los conflictos se extienden sin fin a lo largo de toda la “zona no integrada”. El mismo destino le espera a Bolivia, la última pieza caída en este ajedrez geopolítico del caos inducido.

¿Por qué la destrucción de los estados es funcional al Pentagonismo?
Las 4 pilares lógicos de la política de destrucción

Asumiendo que la industria de la guerra en sí misma más lucrativa que el comercio de mercancías, la inducción del caos y la violencia en amplias zonas del mundo rinde mayores beneficios a las élites del “núcleo” que la consolidación de “gobiernos-cliente” en las zonas no integradas:
Permite la creación de un mercado permanente para la industria bélica, y es convergente con el establecimiento de un estado policial a nivel mundial. Los países del “núcleo” deben recurrir obligatoriamente a los servicios militares de EE.UU. para extraer los recursos del “tanque”. La explotación de recursos en la zona “no integrada” se organiza en torno a pequeñas ciudadelas fortificadas, aisladas del caos circundante, como en Irak y Libia.
La destrucción de los estados de la zona “no integrada” impide a largo plazo cualquier intento de surgimiento de nuevos procesos de emancipación política, industrialización soberanista o “insubordinación fundante” -como lo definió Marcelo Gullo-. Es decir que el fomento de la inestabilidad dentro de la zona no integrada es funcional al mantenimiento del predominio de los estados del núcleo sobre el mundo.
El deterioro permanente de las condiciones de vida en la zona “no integrada” facilita una drástica reducción del consumo y un recorte de facto de derechos. En suma, se economiza el mantenimiento de esas poblaciones marginales “no deseadas” y se facilita el despoblamiento del planeta (o al menos, el control demográfico), un objetivo “necesario” ante la crisis del modelo del crecimiento ilimitado.
La creación de grandes áreas de caos, con sus poblaciones desesperadas huyendo hacia los países “estables”, facilita la domesticación de las poblaciones en el “núcleo”, o en términos de Juan Bosch, la “colonización de la metrópolis”, es decir, la explotación de su propio pueblo por la metrópolis colonial. El progresivo endurecimiento de las barreras migratorias en los países del “núcleo” es una política preventiva frente a esta crisis siempre creciente.
Guerra en América Latina: una conflagración inducida

La estrategia del Pentagonismo, al tiempo que sublima la opción militar en todos los terrenos y le asigna a EE.UU un especial papel redentor, le imputa discretamente a los pueblos de las zonas no integradas la responsabilidad por su ruina.

Por eso la principal batalla de las fuerzas que inducen al caos en las regiones elegidas del mundo, se libra en las mentes de sus ciudadanos. Se trata de cultivar una percepción del mundo que fomenta el odio contra el prójimo, de responsabilizar al propio gobierno por los padecimientos de la vida cotidiana, y de volverse violentamente contra las instituciones y autoridades locales.

Es clave en esta estrategia la demolición del Estado de Derecho, y la deslegitimización de toda autoridad, la erosión de todo liderazgo genuino de los pueblos. Al mismo tiempo, la construcción artificiosa de líderes huecos, manipulables (Guaidó, Añez) que se irán desechando en forma periódica. No se plantea la consolidación de ciertos gobiernos-títere, ni tampoco el descabezamiento de un sector de la sociedad para que gobierne otro. Más bien, se trata de sentar las bases para un desgobierno de tiempo indefinido.

Dice en analista Miguel Angel Barrios: “En las operaciones estadounidenses no solo se encuentra un objetivo de cambio de régimen, similar a los muchos que realizaron durante todo el siglo XX en Nuestra América, sino también el objetivo es la creación de un caos regional, similar a los escenarios de Oriente Medio que provocaron la destrucción de Siria e Irak, así como Afganistán”.

Las señales de este proceso están a la vista. ¿Seremos capaces de superar colectivamente la ceguera?

Fuente: https://diariodevallarta.com/

Notas sobre las formas del socialismo colombiano


Notas sobre las formas del socialismo colombiano









Colombia
Juan Gabriel Caro Rivera


En Colombia el socialismo, así como el comunismo, han sido doctrinas exportadas desde el extranjero y que tienen un origen intelectual y filosófico nacido de la crisis de la modernidad Occidental. Sin embargo, eso no nos puede evitar llevar a cabo algunas reflexiones acerca del origen y la importancia que estas teorías han representado para la historia del país y su significado ideológico. Ahora bien, en Colombia podemos decir que han existido al menos tres corrientes de socialismo, las cuales han estado en perpetua guerra entre ellas, a pesar de los intentos de formar un solo bloque o el deseo de muchos de clasificar cada uno de estos socialismos como uno y el mismo.

La primera forma de socialismo que podemos identificar en Colombia es el socialismo burgués y de salón, al cual pertenecieron muchos de los jóvenes radicales del liberalismo colombiano, y sobre todo los “gólgotas” – quienes por cierto adoptaron este epíteto considerando que el socialismo era la proclamación de las verdaderas doctrinas de Cristo, interpretación predominante entre los católicos liberales surgidos del romanticismo francés –. Este socialismo de las élites tendría sus orígenes en las teorías románticas y el liberalismo radical inglés, y fue usado por los liberales para combatir la hegemonía cultural y social de la Iglesia Católica. Con el tiempo, este socialismo dejaría de lado sus ideales románticos y adoptaría el positivismo, asimilándose poco a poco al progresismo norteamericano y al fabianismo inglés, en su intento de transformar la sociedad por medio de una ingeniería social progresiva. En los últimos tiempos, este socialismo positivista adoptó todas las máximas de la sociedad postmoderna occidental, impulsando la revolución cultural liberal (aborto, anticonceptivos, homosexualismo, ideología de género, igualitarismo, etc.), siendo la principal base de la globalización nacional. En sí está compuesto por liberales de izquierda y socialdemócratas progresistas en todos los partidos políticos, autodenominándose “el extremo centro” de la política colombiana: personajes tan disimiles como Serpa, Ernesto Samper, Juan Manuel Santos e Iván Duque pertenecen a este “extremo centro”.

La segunda forma de socialismo que ha existido en Colombia es el comunismo, al menos el comunismo en su versión soviética, que llego a Colombia importado por los agentes de la Tercera Internacional, formando algunos vínculos con partidos socialistas ya existentes pero que tenían profundas diferencias con el socialismo autóctono. Fue así como empezó a surgir el partido comunista colombiano, exportado por la inmigración rusa y que tenía un papel externo. Este comunismo, se convirtió en la fuente de inspiración de los movimientos guerrilleros y del terrorismo colombiano: el partido comunista colombiano adopto la tesis de la combinación de todas las formas de lucha y mientras siempre participó en las elecciones democráticas, al mismo tiempo coordinaba el terrorismo de las FARC y la subversión. En muchos puntos, como otros partidos comunistas del Tercer Mundo, el partido comunista colombiano se convirtió en un agente al servicio del imperialismo de la Unión Soviética, construyendo su propio éxito sobre los cadáveres del socialismo pre-marxista. Hoy, los miembros del partido comunista colombiano se han convertido en un simple fósil que cada vez se acerca más y más a la elite colombiana, adaptándose – como muchos otros – al triunfo de la globalización. Con los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC y la caída del muro de Berlín, el abrazo entre Timochenko y Santos cobra sentido: los viejos comunistas se convierten en liberales.

La tercera forma de “socialismo” que ha existido en Colombia ha sido más bien un movimiento populista, nacido del socialismo de las élites que educaron a los artesanos en las sociedades democráticas, fundadas por los liberales radicales. Este populismo radical, o “socialismo de los pobres”, se ha expresado en la historia de Colombia en una serie de luchas violentas y movimientos nacionalistas que han resistido al libre comercio, el despotismo de la oligarquía cosmopolita y el intento del partido comunista de destruirlo para apoderarse de las masas y votos que este movía. Su primera aparición data de 1854, durante el alzamiento de los artesanos que liderados por el general Melo enfrentaron a los partidos liberales y conservadores por igual, oponiéndose a las políticas de libre cambio que estaban destruyendo la economía nacional e implantando las primeras semillas del capitalismo, causando miseria y destruyendo la economía gremial, artesanal y patriótica. Este socialismo, que después fue perseguido por las élites, alzó el estandarte religioso, oponiéndose luego contra la introducción de comerciantes protestantes alemanes e ingleses en Santander, o fundando sectas revolucionarias. Finalmente, conoció su último gran auge en la primera mitad del siglo XX, bajo la forma del Partido Socialista Revolucionario, que era una federación de partidos socialistas nacionales, con fuerte raigambre social en las ciudades y en sectores campesinos. A el perteneció María Cano, la famosa rosa del trabajo, y protagonizó los alzamientos y luchas sociales contra la United Fruit Company. Después de su fracaso en la “masacre de las bananeras”, el partido socialista revolucionario fue disuelto por los comunistas dentro del mismo y refundado como partido comunista colombiano, expulsando a todos sus jefes históricos (incluyendo María Cano), por considerarlos demasiado heterodoxos o que sus doctrinas eran incompatibles con el pensamiento marxista revolucionario. Sin embargo, este populismo radical colombiano ha resurgido de sus cenizas en varias ocasiones, liderado por líderes carismáticos y caudillos nacionales, tales como Jorge Eliecer Gaitán y el general Rojas Pinilla. Profundamente nacionalista, religioso, heterodoxo y católico, el “socialismo de los pobres” o el populismo colombiano jamás ha conseguido formar un gobierno en Colombia, debido a la presión externa y al asesinato o golpes de Estado que han sufrido sus líderes orgánicos a lo largo de la historia.

Estas tres formas de socialismo componen el panorama histórico y político de nuestra nación, requerirá, por tanto, un estudio más exhaustivo, descifrar las formas en que estas diversas corrientes socialistas han operado en la historia nacional y cuales han sido sus características. Esperamos con estas notas haber aclarado el complicado mundo político de la historia colombiana.

La nueva geopolítica indo-hispánica

La nueva geopolítica indo-hispánica


El otrora célebre sociólogo norteamericano Samuel Huntington escribió alguna vez en su famoso libro El choque de las civilizaciones que los conflictos bélicos del futuro tendrían como origen las fracturas culturales y civilizatorias que se estaban generando en el mundo contemporáneo, y que las guerras del ahora serían, más que entre estados nacionales, guerras entre pueblos y civilizaciones distintas. De este modo, Huntington intentó plantear un nuevo paradigma para comprender la dinámica de las relaciones internacionales en un mundo donde la globalización, la caída del Muro de Berlín y el capitalismo se extendían sin fronteras. Fue así que Huntington pensaba que el conflicto actual sería la lucha entre “Occidente y el resto del mundo”, es decir, la confrontación abierta entre el libre mercado y la democracia occidental contra los valores espirituales y sociales de las diferentes civilizaciones convertidas en rivales potenciales, o factuales, del Occidente moderno. Huntington mismo hace una lista de los problemas que implicarían semejantes luchas, enumerando como variables del conflicto el universalismo, la proliferación armamentística, la expansión de los derechos humanos, la democracia y la inmigración. Todos estos problemas marcarían el futuro de la expansión o colapso del Occidente civilizado frente a unos rivales cada vez más conscientes del reto que se estaba preparando.
Ahora bien, ¿cuáles son las implicaciones para nosotros, los pueblos indo-hispanos o latinoamericanos de los razonamientos de Huntington, y en general de toda una corriente occidental y liberal que ha crecido bajo su estela? Según el esquema de Huntington, existirían un total de seis civilizaciones, entre ellas una civilización latinoamericana que sería claramente diferente de Occidente. Pero, ¿qué es Occidente para Huntington? Occidente es, según sus palabras, una “civilización euroamericana o noratlántica” (1). Para Huntington, «Occidente, pues, incluye, Europa y Norteamérica, así como otros países de colonos europeos como Australia o Nueva Zelanda” (2). Siendo aún más explícito, el politólogo norteamericano Peter Beinart define Occidente de la siguiente manera: “Occidente es un término racial y religioso. Para ser considerado occidental, un país debe ser mayormente cristiano, preferiblemente protestante o católico, y mayoritariamente blanco. Cuando existe ambigüedad sobre la “occidentalidad” de un país, es porque hay ambigüedad o tensión entre estas dos características. ¿Es occidental América Latina? Tal vez. La mayoría de sus habitantes son cristianos, pero bajo los estándares estadounidenses, no son del todo blancos. ¿Son occidentales Albania y Bosnia? Tal vez. Bajo los estándares estadounidenses, sus habitantes son blancos. Pero son en su mayoría musulmanes» (3). De este modo se puede identificar que Occidente es el Primer Mundo, racionalista, industrializado, blanco, liberal y democrático que sería el epicentro de las potencias mundiales actuales, lugar que Latinoamérica no ocuparía pues no cumple con ninguna de estas características. En su lugar, dice Huntington, se habría desarrollado una cultura “propia (que) incorpora, en grados diversos, elementos de las civilizaciones americanas indígenas, ausentes de Norteamérica y de Europa. Ha tenido una cultura corporativista y autoritaria que Europa tuvo en mucha menor medida y Norteamérica no tuvo en absoluto. Tanto Europa como Norteamérica sintieron los efectos de la Reforma y han combinado la cultura católica y la protestante. Históricamente, Latinoamérica ha sido sólo católica, aunque esto puede estar cambiando” (4). Con este razonamiento, Huntington no deja lugar a dudas de que no considera América Latina como parte del mundo Occidental, o mejor, la considera una civilización adjunta y un vástago de la civilización Occidental.
Finalmente, Huntington señalaría que la civilización latinoamericana estaría entrando en un proceso lento de asimilación, donde ésta iría perdiendo sus características específicas (catolicismo, corporativismo, autoritarismo, indigenismo, etc.) para irse asimilando u homologando cada vez más a Occidente, en la medida en que absorbería sus valores: capitalismo, democracia, protestantismo, individualismo, american way of life, etc… Este proceso se vería acelerado a causa de la deserción de varias naciones hispánicas que habrían elegido conscientemente pertenecer a otras formaciones geopolíticas e históricas con las cuales se habrían enfrentado, caso de España y México. España, otrora defensora de la ortodoxia católica y considerada una anomalía conservadora en Europa Occidental, habría elegido un camino contrario, pues “sus líderes eligieron conscientemente convertirse en Estado miembro de la civilización europea” (5), lo que significaría que finalmente España, cuya identidad se habría construido en contra de la Reforma protestante, el liberalismo ilustrado y la secularización moderna habría admitido su derrota y su sometimiento a la Unión Europea nacida de la paz perpetua kantiana. En cuanto México, Huntington recordaría un encuentro personal que habría tenido con un alto funcionario de la administración del presidente Salinas, en donde observaban el lento proceso de transformación de la sociedad mexicana y su unión al NAFTA, podían ver que se estaban produciendo fuertes cambios sociales y políticos. Huntington recuerda haberle dicho: “me parece que lo que ustedes tratan de hacer básicamente es convertir a México de un país latinoamericano en un país norteamericano”, a lo que replicó su interlocutor: “¡Exacto! Eso es básicamente lo que estamos intentado hacer, aunque nunca lo digamos públicamente” (6). En cuanto al resto de los Estados latinoamericanos, el sociólogo estadounidense veía con buenos ojos la disolución de la identidad escolástico-tomista surgida de la Contrarreforma y el hecho de que la modernización en Latinoamérica “ha tomado una forma protestante más que católica” (7). Huntington también comenta que el hecho de que México entrara dentro de la geopolítica mercantil y cultural norteamericana había desgarrado profundamente a este país, pero el hecho de que otros Estados, como Chile, y ahora Colombia, hubieran entrado dentro de las instituciones mundiales de gobernanza de la civilización occidental significaba que este proceso de destrucción de las diferencias constitutivas de la civilización latinoamericana sólo se aceleraría: “La situación latinoamericana se complica, además, por el hecho de que México ha intentado redefinirse, dejando su identidad latinoamericana por otra norteamericana, y Chile y otros Estados podrían seguirle. Al final, la civilización latinoamericana podría fundirse en una civilización occidental con tres puntas, de la que se convertiría en subvariante” (8).
El panorama que nos ofrece Huntington, por supuesto, es desolador y terrible: seria simplemente la asimilación de nuestros pueblos a la civilización tecno-mecánica anglosajona y la destrucción de toda identidad. Este proceso, que estaría siendo llevado a cabo de modo sistemático por instituciones como la OEA, la OTAN, la OCDE, etc… estarían en consonancia con el proceso de la globalización, la inmigración masiva, la creación de una cultura mundial y la instauración de una república universal. Lo que resulta más problemático seria el hecho de que este proceso no se ha detenido, sino que en cambio ha venido profundizándose con el pasar del tiempo y ahora alcanza su grado máximo de saturación: la entrada de Colombia en la OCDE y su ingreso en la OTAN están en consonancia con este proceso de globalización, en el cual la totalidad de los pueblos indo-hispanos corren la suerte de convertirse en meros apéndices de un Occidente consumido por el materialismo, el hedonismo y el utilitarismo. En cuanto a una posible solución, los recursos de los que se dispone, al igual que las armas, la soberanía o los gobiernos dispuestos a desarrollar una geopolítica alternativa, son cada vez menos. Los Estados latinoamericanos sufren de una terrible crisis financiera y política, mientras la burguesía y la élite cosmopolita de todas nuestras naciones se han entregado a los sueños de crear un mundo único, rindiéndose a la tiranía de Mammón, al oro, al comercio y al liberalismo.
En cuanto a las soluciones alternativas, resulta coherente preguntarse quienes pueden actuar como un contrapeso frente a semejante situación. Por un lado, la derecha indo-hispánica carece de unidad, y en la mayoría de los casos, ya no existe ningún movimiento nacionalista de peso o crítico de este proceso de disolución y mecanización de la vida. En la mayoría de los casos, los componentes derechistas de las naciones indo-hispánicas están compuestos de liberales cuya geopolítica gira alrededor del atlantismo y, en este sentido, se han convertido en un vector de ruptura y destrucción de nuestra civilización católico-escolástica. Sin hablar del peso creciente de las sectas protestantes que cada vez capturan más y más el voto conservador y lo ponen al servicio de la geopolítica norteamericana, con la cual se identifican la mayoría de las veces los predicadores y comunidades pertenecientes a estas sectas. La otra alternativa la compone la geopolítica izquierdista promocionada por el socialismo del Siglo XXI y los movimientos bolivarianos que están sufriendo una gran presión en estos momentos, acosados por terribles problemas internos y externos. El epicentro de esta resistencia la conformaría Venezuela, cuya crisis social y política pareciera intensificarse cada día. El objetivo geopolítico de la izquierda latinoamericana sería precisamente romper con el proceso de dependencia de las naciones del continente del imperialismo anglosajón y proclamar una unión de pueblos latinoamericanos bajo las banderas del socialismo, proyecto que aún está por desarrollarse y que ha sufrido importantes reveses. Sin embargo, existe una tercera alternativa: la creación de un frente unido de naciones indo-hispánicas que, alzando las banderas de la resistencia, proclamen los ideales de soberanía política y económica, junto a la defensa de la identidad nacional y continental. Ante la primacía de la hegemonía de las potencias del Atlántico Norte, éstas naciones en cambio proclamarían una hegemonía del Atlántico Sur, restaurando las relaciones políticas y económicas con los pueblos del Asia y el África que habrían sido parte de los imperios españoles y portugueses; expulsaría de sus costas a las distintas potencias hegemónicas, británicas, francesas y estadounidenses; firmaría tratados de defensa con los países africanos del otro lado del Atlántico Sur y buscaría desarrollar y proteger las características únicas de nuestros pueblos indo-hispánicos; buscarían las formas de cerrar el ingreso al Mar Caribe y al Rio de la Plata de las potencias talasocráticas por medio de canales, puentes, muros, sistemas de defensa, balcanizando el mar y debilitando los océanos. Esta nueva hegemonía sería un vértice de ruptura que soltaría nuestras amarras de la civilización mecánica occidental, pero tal proyecto está lejos de plantearse de forma teórica o práctica, siendo casi inexistente, fuera de ciertos círculos militares, nacionalistas o ultraconservadores…
Como el proceso de disolución se acelera, nosotros, pueblos mestizos, católicos, indo-hispánicos, hemos entrado en un momento decisivo de nuestra historia. Es necesario que las protestas que hoy inundan nuestras calles se transformen en un grito de libertad y soberanía, a menos que decidamos renunciar a ser sujetos conscientes de la geopolítica, portadores de unos intereses concretos, y estemos dispuestos a convertirnos simplemente en objetos de la globalización. En este caso, nos arriesgamos a perder nuestra alma y convertirnos en simples autómatas al servicio de poderes extranjeros y ajenos a nuestros valores. Hoy, cuando las grandes potencias mundiales parecen estarse preparando para una nueva guerra mundial, cuando la robótica y la inteligencia artificial parecen suplantar la consciencia humana por formas de gestión de la sociedad automatizada, cuando vastos territorios de nuestro continente (como el Amazonas y la Antártida) parecen estar siendo apetecidos por grandes poderes económicos y extranjeros, sólo una lucha total, basada en el radicalismo, podrá salvar las ruinas de nuestro pasado y abrirnos el camino hacia el porvenir. Seguir este camino es nuestra única opción para un mañana iluminado por los guerreros de la Virgen y el Águila de San Juan.
Notas:
  1. Samuel Huntington, The clash of civilizations, Simon & Schuster, 1996, pág. 46.
  2. Ibíd.
  3. Beinart, P. (6 de julio de 2017). The Racial and Religious Paranoia of Trump’s Warsaw Speech. The Atlantic. Recuperado de www.theatlantic.com/international/archive/2017/07/trump-speech-poland/532866/
  4. Samuel Huntington, The clash of civilizations, Simon & Schuster, 1996, pág. 46.
  5. Ibid, pág. 136.
  6. Samuel Huntington, “¿Choque de civilizaciones?”, en Revista Teorema, Vol. XX/1-2, 2001, pág. 142.
  7. Samuel Huntington, The clash of civilizations, Simon & Schuster, 1996, pág. 99.
  8. Ibid, pág. 136