Guerra en América Latina (I): ¿Se perfila el nuevo mapa del Pentágono
Claudio Fabian Guevara
Desde el Sur del Continente hasta la cuenca del Caribe, circula el fantasma de una guerra inducida en toda la región. Los contornos geográficos de la conflagración fueron anticipados hace 15 años en un mapa de la agenda globalista para reconfigurar el mundo.
Por Claudio Fabián Guevara
“Estamos en el borde del nuevo ciclo de descolonización que va a correr por toda América del sur. Parece que estamos entrando en la guerra civil continental”. Alexander Dugin 14/11/2019
¿Se encenderá la guerra en América Latina?
Bajo la impronta del Totalitarismo 2.0 que gobierna en casi todo el continente, un clima de guerra civil psicológica comienza a afectar a la población y las instituciones en América Latina. Un estado de excepción se va configurando de la mano de decretos y leyes especiales, mientras el lenguaje cotidiano de los medios glorifica la guerra y la represión. Se instala una lógica de “amigos-enemigos” / “criminales-gente decente” que legitima la resolución de diferencias políticas por vías violentas en lugar del diálogo y el derecho.
El ambiente se va enrareciendo, y los conflictos tienden a resolverse por actos bélicos. El lanzamiento de la operación multidimensional de guerra híbrida que derribó violentamente al gobierno del boliviano Evo Morales, y la explosión de un coche bomba en Colombia son dos de los hitos más recientes. El intento de magnicidio frustrado contra el presidente venezolano Nicolás Maduro, y el ensayo de guerra híbrida en Nicaragua el año pasado se inscriben dentro de la misma agenda.
Hay muchos otros síntomas: la violencia paramilitar rampante en distintos países, la “diplomacia beligerante” de la OEA, la cacería de opositores mediante el “lawfare” y el blindaje mediático que oculta la matriz criminal de esta violencia sistémica contra los pueblos.
Cada uno de estos hechos aparece en la narrativa noticiosa como estrictamente local y desconectados entre sí. Sin embargo, la similitud de esta escalada de violencia con otro conjunto de eventos internacionales permite ver los patrones de un “modus operandi” que se ha ensayado en otros escenarios.
América Latina se aproxima a un periodo de violencia en base a odios externamente implantados. Para entender por qué, hace falta remontarse a la metástasis que representa la industria de la guerra en la principal economía del mundo.
Del Imperialismo al Pentagonismo
Hace casi 50 años, el dominicano Juan Bosch explicó las raíces del militarismo que tiene su apogeo en nuestros días en su libro “El Pentagonismo, sustituto del Imperialismo”. Allí postuló que la noción clásica de “imperialismo” había sido sustituida por otro fenómeno: la expansión permanente del poder de las corporaciones militares asociadas al Pentágono. Bosch denominó “Pentagonismo” a este nuevo polo de poder, que nace de la súper productividad del capitalismo norteamericano, del cual es el principal beneficiario.
Desde los años 60, cuando Kennedy pasó a ocupar la presidencia de Estados Unidos, ya el poder militar era más fuerte que el civil en términos de fondos para gastar. Desde entonces, no para de crecer. En 2019 alcanzó los 733.000 millones como presupuesto básico. Si se agregan otros rubros relacionados con las guerras, su fogoneo encubierto y sus consecuencias (Asuntos de Veteranos, Presupuesto de Seguridad Nacional, Asuntos Internacionales, Presupuesto de Inteligencia e intereses de la deuda), llega a 1,2542 billones de dólares. En todos los casos, siempre se ubica por encima del 60% de los gastos generales del país y por tanto por encima del presupuesto del poder civil. Es además la mitad del presupuesto militar de todo el globo.
Gastos militares vs otros gastos en el presupuesto federal de Estados Unidos. Fuente: aaas.org
“Fue alrededor de esa disponibilidad de dinero cómo se integró el actual poder pentagonista”, afirmó Bosch en su libro. Estados Unidos acabaría siendo una nación con dos gobiernos: el gobierno civil para el interior y el gobierno militar para el exterior.
El Pentagonismo se movió libremente en el campo internacional. Su actuación en el extranjero produciría miles de millones de dólares de ingreso para Estados Unidos a través de sus corporaciones armamentistas, lo cual a su vez reforzó el predominio del Pentagonismo dentro del sistema político y económico de Estados Unidos.
En esa «exportación forzosa» de equipos militares los industriales pentagonistas hallarían una fuente fabulosa de beneficios. De ahí se deriva que Pentagonismo tiene un proyecto propio: mantenerse constantemente en guerra en algún lugar del mundo. En suma, crear un mercado militar global a través de la guerra permanente.
La metrópolis que coloniza a su propio pueblo
Este nuevo tipo de capitalismo súper productivo superó el viejo esquema del imperialismo basado en el intercambio desigual (territorios dependientes produciendo materias primas baratas y consumiendo artículos manufacturados caros). El capitalismo sobre-desarrollado ha hallado en sí mismo la capacidad para elevar al cubo las tasas de ganancia que se ponían en juego en la etapa imperialista. Sus formidables instalaciones industriales, bajo condiciones creadas por la acumulación científica, pueden producir materias primas a partir de materias primas básicas y a costos bajísimos. El resultado final es una productividad altísima, nunca antes prevista en la historia del capitalismo.
El Pentagonismo desarrolló una estructura más lucrativa que el viejo imperialismo. A la par que retiene la características más destructivas de la explotación de los territorios coloniales, explota también a su propio pueblo vía la confiscación del 60 % del presupuesto público de esta metrópolis súper-productiva con el pretexto de “gastos de defensa”. Esto tiene un impacto decisivo en las relaciones metrópolis-colonias, ya que el gasto de la guerra en sí mismo es más lucrativo que el comercio internacional de mercancías. Bosch argumenta que la industria de la guerra cambia de finalidad:
“La guerra se hace para conquistar posiciones de poder en el país pentagonista, no en un territorio lejano. Lo que se busca no es un lugar donde invertir capitales sobrantes con ventajas; lo que se busca es tener acceso a los cuantiosos recursos económicos que se movilizan para la producción industrial de guerra; lo que se busca son beneficios donde se fabrican las armas, no donde se emplean, y esos beneficios se obtienen en la metrópoli pentagonista, no en el país atacado por él. Rinde varias veces más, y en tiempo mucho más breve, un contrato de aviones que la conquista del más rico territorio minero, y el contrato se obtiene y se cobra en el lugar donde está el centro del poder pentagonista”.
Objetivo estratégico: dividir el mundo en dos
El desarrollo natural de este súper poderío militar generó su propia ideología y programa de acción. Desde la década de los 80, los teóricos del Pentágono comenzaron a soñar con un mundo sumido en una guerra sin fin, con Estados Unidos como garante de la seguridad y el aprovisionamiento de recursos naturales de sus países asociados.
Este se resume en el nuevo mapa del Pentágono, atribuido a Adam Siegel y publicado por Thomas Barnett en un libro de su autoría: “The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twenty-First Century. Este mapa divide al mundo en dos grandes áreas: el “núcleo” y la “zona no integrada”.
El “núcleo” goza de los beneficios del sistema: comercio, comunicaciones, transporte y transacciones monetarias fluidas. Esta zona la comprenden Norteamérica, Europa, Japón, Rusia, Sudáfrica, China, India, Australia y Nueva Zelanda, Brasil, Uruguay y parte de Argentina y Chile.
La zona “no integrada” está desacoplada del sistema, y vive sumida en un caos donde la población es incapaz de organizar su desarrollo colectivo y sólo piensa en sobrevivir. Esta zona está compuesta por Medio Oriente (a excepción de Israel), casi toda Africa, algunos estados asiáticos, y los países del norte de Sudamérica y la cuenca del Caribe.
El nuevo mapa del Pentágono. Fuente: “The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twenty-First Century»
Desde la perspectiva de esta teoría, la zona “no integrada” es vista como un “tanque de recursos”, en la cual el ejército de los EE. UU. es la única fuerza capaz de proporcionar apoyo militar para “facilitar su integración”.
Para dotar de cierta organización social a estos territorios (y extraer recursos para las naciones del núcleo) hace falta una Fuerza de Administración de Sistemas dependiente del ejército estadounidense, dice Thomas Barnett.
Este enfoque del Pentágono asume que grandes áreas del mundo serán convertidas en campo arrasado, completamente dependientes de fuerzas militares para resolver necesidades básicas, y cuya vida cotidiana se caotizará por años, o para siempre. Y que -en ausencia de un Estado organizado- los estados del “núcleo” dependerán necesariamente del ejército de EE.UU. para explotar recursos naturales en esos territorios.
Como en una profecía autocumplida, este panorama ya es realidad en el presente. En estos momento hay guerra, con movimientos de blindados y tropas regulares e irregulares, en Túnez, Libia, Egipto, Palestina, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita, Bahréin, Yemen, Turquía y Afganistán. Como en un proceso de destrucción controlada cuidadosamente planificado, agentes de inteligencia y escuadrones especiales de las potencias juegan un rol crucial, organizando atentados de falsa bandera, entrenando y financiando tropas irregulares y jugando cartas diplomáticas funcionales a la prolongación de los conflictos. Una combinación de «revoluciones de colores», guerra híbrida e incursiones de ejércitos convencionales están sembrando la devastición en estas amplias zonas del mundo.
Todos los países envueltos en la guerra en curso están, en el nuevo mapa del Pentágono, dentro de las zonas no integradas.
Dentro del mapa, en América Latina figuran Cuba, Nicaragua y Venezuela, enemigos políticos de Washington. También Bolivia, un enemigo político de Washington, que ahora cayó dentro de su órbita merced a un golpe multidimensional que combinó estrategias de guerra híbrida con cooptamiento del ejército local.
Pero al mismo tiempo, se incluyen Colombia, Ecuador, Perú, Paraguay y Centroamérica, zona bajo control de gobiernos pro-estadounidenses.
¿Por qué el Pentágono promovería la guerra y la destrucción en áreas bajo su control geopolítico?
El Pentagonismo, etapa superior del Imperialismo
En la distopía trazada por Barnett y otros ideólogos del Pentágono, el derrocamiento de un gobierno no es seguido por un periodo de “paz y reconstrucción”, sino que se trata de crear amplios corredores de inestabilidad permanente. En su trabajo “Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista”, Thierry Meyssan sostiene que las intervenciones militares desde el 2001 en adelante han aplicado esta doctrina.
Tradicionalmente, el campo antiimperialista estimaba que Estados Unidos agredía a otros países que se resistían a su imperialismo para controlar los recursos energéticos. “Los hechos han echado abajo ese razonamiento”, dice Meyssan. “El objetivo de Estados Unidos es destruir los Estados, hacer retroceder sus pueblos a los tiempos de la prehistoria”.
Enfatiza Meyssan: “El imperialismo contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades…”
VIDEO: Thierry Meyssan: “El Pentágono planificó guerras para dividir el mundo en dos zonas”
De hecho, los derrocamientos de Saddam Hussein y Gadhafi no dieron paso al restablecimiento de la paz; las guerras continúan a pesar de la instalación de gobiernos de ocupación; y los conflictos se extienden sin fin a lo largo de toda la “zona no integrada”. El mismo destino le espera a Bolivia, la última pieza caída en este ajedrez geopolítico del caos inducido.
¿Por qué la destrucción de los estados es funcional al Pentagonismo?
Las 4 pilares lógicos de la política de destrucción
Asumiendo que la industria de la guerra en sí misma más lucrativa que el comercio de mercancías, la inducción del caos y la violencia en amplias zonas del mundo rinde mayores beneficios a las élites del “núcleo” que la consolidación de “gobiernos-cliente” en las zonas no integradas:
Permite la creación de un mercado permanente para la industria bélica, y es convergente con el establecimiento de un estado policial a nivel mundial. Los países del “núcleo” deben recurrir obligatoriamente a los servicios militares de EE.UU. para extraer los recursos del “tanque”. La explotación de recursos en la zona “no integrada” se organiza en torno a pequeñas ciudadelas fortificadas, aisladas del caos circundante, como en Irak y Libia.
La destrucción de los estados de la zona “no integrada” impide a largo plazo cualquier intento de surgimiento de nuevos procesos de emancipación política, industrialización soberanista o “insubordinación fundante” -como lo definió Marcelo Gullo-. Es decir que el fomento de la inestabilidad dentro de la zona no integrada es funcional al mantenimiento del predominio de los estados del núcleo sobre el mundo.
El deterioro permanente de las condiciones de vida en la zona “no integrada” facilita una drástica reducción del consumo y un recorte de facto de derechos. En suma, se economiza el mantenimiento de esas poblaciones marginales “no deseadas” y se facilita el despoblamiento del planeta (o al menos, el control demográfico), un objetivo “necesario” ante la crisis del modelo del crecimiento ilimitado.
La creación de grandes áreas de caos, con sus poblaciones desesperadas huyendo hacia los países “estables”, facilita la domesticación de las poblaciones en el “núcleo”, o en términos de Juan Bosch, la “colonización de la metrópolis”, es decir, la explotación de su propio pueblo por la metrópolis colonial. El progresivo endurecimiento de las barreras migratorias en los países del “núcleo” es una política preventiva frente a esta crisis siempre creciente.
Guerra en América Latina: una conflagración inducida
La estrategia del Pentagonismo, al tiempo que sublima la opción militar en todos los terrenos y le asigna a EE.UU un especial papel redentor, le imputa discretamente a los pueblos de las zonas no integradas la responsabilidad por su ruina.
Por eso la principal batalla de las fuerzas que inducen al caos en las regiones elegidas del mundo, se libra en las mentes de sus ciudadanos. Se trata de cultivar una percepción del mundo que fomenta el odio contra el prójimo, de responsabilizar al propio gobierno por los padecimientos de la vida cotidiana, y de volverse violentamente contra las instituciones y autoridades locales.
Es clave en esta estrategia la demolición del Estado de Derecho, y la deslegitimización de toda autoridad, la erosión de todo liderazgo genuino de los pueblos. Al mismo tiempo, la construcción artificiosa de líderes huecos, manipulables (Guaidó, Añez) que se irán desechando en forma periódica. No se plantea la consolidación de ciertos gobiernos-títere, ni tampoco el descabezamiento de un sector de la sociedad para que gobierne otro. Más bien, se trata de sentar las bases para un desgobierno de tiempo indefinido.
Dice en analista Miguel Angel Barrios: “En las operaciones estadounidenses no solo se encuentra un objetivo de cambio de régimen, similar a los muchos que realizaron durante todo el siglo XX en Nuestra América, sino también el objetivo es la creación de un caos regional, similar a los escenarios de Oriente Medio que provocaron la destrucción de Siria e Irak, así como Afganistán”.
Las señales de este proceso están a la vista. ¿Seremos capaces de superar colectivamente la ceguera?
Fuente: https://diariodevallarta.com/
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