Todos los problemas internacionales por resolver
están viéndose afectados por el hecho que Estados Unidos –y a veces
también sus aliados europeos– se niega a admitir el crecimiento de
los demás países. Washington no vacila en recurrir a métodos
inconfesables para retrasar la caída de su imperio.
Recordemos un poco el fin de la Unión Soviética, en 1991. Aquel
coloso se derrumbó, imponiendo con ello un retroceso de varias décadas a
la economía de los pueblos que componían aquel país. La esperanza de
vida disminuyó bruscamente en más de 20 años. Además, la URSS arrastró
en su caída a varios de sus aliados. En aquella época, ya se planteaba
la cuestión de saber qué consecuencias tendría aquel cataclismo para el
otro gran imperio del siglo XX: Estados Unidos y sus aliados.
Un eminente politólogo ruso, Igor Panarin, predecía que
Estados Unidos se dividiría en 5 países, según los orígenes étnicos de
sus habitantes. Hubo quienes estimaron que Panarin aplicaba al
adversario estadounidense el razonamiento que la politóloga francesa
Helene Carrere d’Encausse había concebido para la URSS: un escenario que
no se había concretado pero que determinó el futuro del antiguo espacio
soviético.
Tratando de evitar la implosión de su propio país, el presidente
estadounidense George Bush padre decidió liquidar lo más rápidamente
posible el aparato militar de la guerra fría. Forzó el reconocimiento
mundial del liderazgo estadounidense durante la operación “Tormenta del
Desierto” y desmovilizó después más de un millón de soldados, o sea
la mitad de los efectivos de Estados Unidos. Bush padre reorientó
entonces su política pensando entrar en una era de paz y prosperidad.
Sin embargo, dotó a su país de una doctrina tendiente a prevenir el
surgimiento de un nuevo competidor. Aunque nadie imaginaba en aquella
época un despertar de Rusia a corto o mediano plazo, el consejero
presidencial de extrema izquierda Paul Wolfowitz convenció a Bush padre
de que tenía que imponer límites a la Unión Europea.
Temeroso ante el espectro del derrumbe, el Partido Republicano
se apoderó de la Cámara de Representantes para promover desde ella su
Contract with America, o sea su «
Contrato con Estados Unidos».
En 1995, impuso al presidente demócrata Bill Clinton el rearme de
Estados Unidos y la incorporación a la OTAN de los ex miembros del
desaparecido Pacto de Varsovia.
Pero ya no existía ningún enemigo que justificara el rearme
ni perpetuar la existencia de la OTAN. El Congreso simplemente rechazaba
el sueño de los presidentes George Bush padre y Bill Clinton de vivir
en un mundo donde –sin rival realmente serio– Estados Unidos
se convertiría en el motor de la economía mundial. El Congreso estimaba,
por el contrario, que el Pentágono tenía que aprovechar la desaparición
de la URSS para extender su propia dominación a todo el planeta.
Cuando se votó el rearme estadounidense, resultó que, con el aval del
presidente Clinton pero en contra de la voluntad de este, el Pentágono
estaba metido en las guerras de Yugoslavia. Rápidamente, aquella
implicación se hizo pública y condujo a la guerra de la OTAN contra la
futura Serbia.
- En
septiembre del año 2000, el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano
(PNAC) publicaba su programa: «Reconstruir las defensas de América»
(léase “de Estados Unidos”).
Simultáneamente, varios miembros del programa de Continuidad del Gobierno [
1] –Dick Cheney, Donald Rumsfeld, James Woolsey, etc.– iniciaron el
Project for the New American Century, o “Proyecto para el Nuevo Siglo Americano” (léase “estadounidense”). Sus objetivos eran [
2]:
garantizar la defensa de la patria;
garantizar
la lucha y la victoria en varias guerras simultaneas (lo importante
es ganar, ya se verá cómo justificar esas guerras. Nota del Autor.);
garantizar
el cumplimiento de las tareas habituales de las fuerzas armadas
(principalmente la defensa de las transnacionales dedicadas a la
explotación del petróleo. NdA);
transformar las fuerzas armadas para explotar la revolución en los negocios militares.
- Powerpoint
mostrado el 23 de julio de 2003 durante una conferencia del almirante
Cebrowski en el Pentágono. A la izquierda, en color malva, la zona donde
lo conveniente sería destruir los Estados y sociedades.
Sólo unos pocos privilegiados sabían entonces que el cuarto punto
tenía que ver con la estrategia elaborada por uno de los protegidos de
Donald Rumsfeld, protegido que acabaría siendo nombrado jefe, en el
Pentágono, del
Office of Force Transformation, o sea la “Oficina de Transformación de la Fuerza”: el almirante Arthur Cebrowski [
3].
Esa estrategia se enseñó en las diferentes academias militares desde
finales de 2001 y fue además divulgada, en 2004, por el asistente del
almirante Cebrowski, Thomas Barnett [
4].
Lo que hemos estado viendo desde los atentados del 11 de septiembre
de 2001 –una serie de guerras e intervenciones militares que acaban
destruyendo Estados y sociedades enteras en todo el
Greater Middle East,
el Gran Medio Oriente o Medio Oriente ampliado– es precisamente la
aplicación de ese proyecto, disimulada bajo diferentes pretextos.
Hoy en día, el rearme estadounidense pactado en 1995 y la estrategia
del Nuevo Mapa del Pentágono, puesta en práctica desde el año 2001 en el
Medio Oriente ampliado, están exangües. Mientras Estados Unidos
concentraba la parte fundamental de sus ingresos en llevar a cabo su
proyecto de destrucción del mundo musulmán, otros países han alcanzado
importantísimos niveles de desarrollo, entre ellos Rusia y China. Las
fuerzas armadas de Estados Unidos ya no son el primer ejército del
mundo.
Así lo reconoce el presidente Donald Trump en su
Estrategia de Seguridad Nacional.
También lo reconoció su secretario de Defensa, el general James Mattis,
en su alocución del 17 de enero de 2018 en la Johns Hopkins
University [
5].
Aunque no dijeron explícitamente que las fuerzas armadas de
Estados Unidos se han quedado rezagadas, ambos plantearon como prioridad
absoluta «
restablecer [su] ventaja militar comparativa», que es más o menos lo mismo.
País |
Gasto militar en 2015 (datos del SIPRI) |
Estados Unidos |
611 000 millones de dólares |
China |
215 000 millones de dólares |
Rusia |
69 000 millones de dólares |
Arabia Saudita |
63 000 millones de dólares |
India |
65 000 millones de dólares |
Cierto es que las fuerzas armadas de Estados Unidos disponen de un
presupuesto sin igual a nivel mundial, 9 veces superior al de Rusia.
Pero la productividad de los ejércitos estadounidenses es desastrosa [
6].
En Siria y en Irak, el Pentágono desplegó contra el Emirato Islámico
(Daesh) alrededor de 10 000 hombres, sólo una tercera parte eran
militares y dos tercios eran «
contratistas» (o sea mercenarios)
de compañías privadas. El presupuesto de esa operación es 7 veces
superior al de la operación militar de Rusia, pero el balance militar
estadounidense es lamentable. Donald Rumsfeld, quien supo reorganizar
maravillosamente la transnacional Gilead Science bajo su dirección,
no sólo fracasó en cuanto a reformar el Departamento de Defensa sino
que, además, mientras más dinero recibe el Pentágono, más ineficaz
resulta.
También es cierto que Estados Unidos produce enormes cantidades de
armamento. Pero es obsoleto ante los de Rusia y China. Los ingenieros
estadounidenses no tienen ya la capacidad para crear nuevas armas, como
ha quedado demostrado con el fracaso del programa del avión de guerra
F-35.
Hay no logran otra cosa que rediseñar viejos aparatos y presentarlos
como aviones nuevos. Como resalta el presidente Trump en su
Estrategia de Seguridad Nacional,
el problema viene a la vez del derrumbe de la investigación y
desarrollo y de la omnipresente corrupción que determina las compras del
Pentágono. Los industriales del armamento venden automáticamente
cualquier cosa que produzcan mientras que el Departamento de Defensa
ignora lo que de verdad necesita [
7].
Desde cualquier ángulo que se aborde el problema, el hecho es que el ejército estadounidense es un «
tigre de papel»
y que no hay esperanzas de reformarlo a corto o mediano plazo, y
menos aún de que logre superar a sus competidores de Rusia y China.
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos es
en primer lugar consecuencia de ese indiscutible derrumbe. La única
solución para mantener el nivel de vida de los estadounidenses es,
en efecto, abandonar inmediatamente el sueño de imperio global y
regresar a los principios de la República estadounidense de 1789, la de
la
Bill of Rights, la
Carta de Derechos.
- Según el
premio Nobel de Economía Angus Deaton, la esperanza de vida de los
estadounidenses blancos ha sufrido un fuerte descenso, precisamente
desde el año 2001, mientras que mejoraba en los demás sectores de la
población.
Durante los 16 últimos años, los ya muy viejos problemas de la
sociedad estadounidense se han agravado de manera exponencial.
Por ejemplo, el consumo de drogas, que antes era un problema específico
de las minorías, se ha transformado en una verdadera epidemia entre los
hombres blancos [
8].
Al extremo que la lucha contra los opioides ha sido promovida al rango
de gran causa nacional. La posesión de armas también se ha convertido en
una obsesión estadounidense. Ya no se trata del derecho constitucional
de cada estadounidense a prepararse para enfrentar posibles abusos del
Estado, ni de su comportamiento de
cowboy ante posibles malhechores sino del temor a eventuales motines. Durante los 3 últimos
Black Friday,
las armas se convirtieron en la mercancía más buscada por los
compradores, reemplazando a los teléfonos celulares. En 2015 y 2016,
se vendieron, sólo en ese día, 185 000 armas, cifra que sobrepasó las
200 000 durante el
Black Friday de 2017 [
9]. Además, en cuanto su situación financiera les permite hacerlo, los estadounidenses de hoy se van a vivir en
compounds con personas de su mismo origen cultural [
10] y clase social.
Ante todos estos elementos característicos de una situación de crisis
interna estadounidense, las relaciones internacionales se ven hoy
pendientes de una interrogante: ¿Acepta o no Estados Unidos su rango
actual? [
11]. Donald Trump se encuentra hoy en la incómoda posición que antes vivió Mijaíl Gorbachov.