Este
concepto pasa por ciertas transformaciones semánticas en la transición
de la teoría crítica de las Relaciones Internacionales a la Teoría del
Mundo Multipolar. Estas transformaciones se deben considerar con más
detalle. En este caso, tenemos que recordar los principios básicos de la
teoría de la hegemonía en el esquema de la teoría crítica.
Concepto de “hegemonía” en el realismo
El concepto de
hegemonía en la teoría crítica se basa en la teoría de Antonio Gramsci.
El concepto de hegemonía en el gramscismo y el neogramscismo es
diferente de su interpretación en las tendencias realista y neorrealista
de las RI.
Los realistas clásicos emplean el término “hegemonía” de forma
relativa y lo entienden como la “superioridad fáctica y significativa en
el poder potencial de cualquier estado sobre el poder potencial de
otros estados, especialmente los vecinos”. La hegemonía puede ser un
fenómeno regional, porque la conclusión de si una u otra entidad
política es hegemónica depende de la escala utilizada. En este sentido,
podemos encontrar ese término en Tucídides, quien habló sobre la
hegemonía de Atenas y la hegemonía de Esparta durante la Guerra del
Peloponeso. El realismo clásico utiliza este término exactamente de la
misma manera hasta nuestros días. Tal comprensión de la “hegemonía”
puede ser llamada “estratégica” o “relativa”.
El neorrealismo interpreta la “hegemonía” en un contexto
(estructural) global. La principal diferencia con el realismo clásico
aquí, es que la hegemonía no puede ser considerada como un fenómeno
regional, es siempre global. De acuerdo con el neorrealista K. Waltz,
por ejemplo, el equilibrio de dos hegemonías (mundo bipolar) se confirma
como una óptima estructura de equilibrio de poder a una escala global
[2]. R. Gilpin cree que la hegemonía puede ser combinada con la
unipolaridad, en otras palabras, que puede existir un único hegemon
global (los EEUU realizan esta función hoy en día).
En ambos casos los realistas interpretan la “hegemonía” como una
manera de correlacionar las capacidades de las potencias mundiales.
La interpretación de la hegemonía de Gramsci es radicalmente
diferente y se sitúa en un plano teórico completamente diferente. Para
evitar el mal uso de la palabra en las RI, y especialmente en la TMM,
debemos detenernos en la teoría política de Gramsci, en cuyo contexto es
prioritariamente considerada la hegemonía, tanto en la teoría crítica
como en la TMM. Además, dicha revisión podría evidenciar de forma más
clara un vacío conceptual entre la teoría crítica y la TMM.
La concepción de hegemonía de Antonio Gramsci
Antonio
Gramsci basa su teoría, más tarde llamada “gramscismo”, en la
reinterpretación del marxismo y de su aspecto práctico en la historia.
Como marxista, Antonio Gramsci está seguro de que la historia
socio-política está completamente determinada por el factor económico.
Al igual que todos los marxistas, explica la superestructura (Aufbau) a
través de la base (infraestructura, basis). La sociedad burguesa es una
quintaesencia de la sociedad de clases, en la cual el proceso de
explotación alcanza su punto máximo en relación con la propiedad de los
medios de producción y la apropiación burguesa de la plusvalía,
evolucionando desde el proceso de producción. La desigualdad en la
comunidad económica (base) y la primacía del Capital sobre el Trabajo
son la esencia del capitalismo y definen toda la semántica social,
política y cultural (la superestructura). Todos los marxistas comparten
esta idea y no hay nada nuevo ni original en ella. Pero Antonio Gramsci
se pregunta cómo fue posible la revolución socialista proletaria en
Rusia, donde, de acuerdo con Marx (quien analizó la situación del
Imperio Ruso en el siglo XIX, en una perspectiva a largo plazo), y de
acuerdo con el marxismo clásico europeo de principios del siglo XX, el
estado objetivo de la base (pobre desarrollo de las relaciones
capitalistas, pequeño porcentaje de proletariado urbano, predominio de
la agricultura en el PIB total, ausencia del sistema político burgués,
etc.) impedía la posibilidad misma de la asunción del poder por parte
del Partido Comunista. Sin embargo, Lenin lo hizo posible y comenzó a
construir el socialismo.
Gramsci interpreta este fenómeno como de importancia fundamental,
calificándolo como “leninismo”. El leninismo en la concepción de Gramsci
es vanguardia, captura anticipada del poder político por una
superestructura resuelta y consolidada (personificada por el Partido
Comunista de los bolcheviques). Tan pronto como la revolución tiene
éxito, el desarrollo acelerado de la base se inicia a través de la
construcción acelerada de las realidades económicas que hasta entonces
no habían sido llevadas a cabo bajo el capitalismo: la
industrialización, la modernización, la “electrificación”, la “educación
pública”. Por lo tanto, bajo ciertas circunstancias, la política
(superestructura) puede ir por delante de la economía, concluye Gramsci.
El Partido Comunista puede ir por delante de los procesos históricos
“naturales”. Por lo tanto, el leninismo prueba la existencia de una
considerable autonomía de la superestructura en relación a la base.
Pero en la concepción de Gramsci, el leninismo es confinado al
segmento político de la superestructura, donde las leyes del poder están
operativas y el problema del estado está resuelto. Gramsci sostiene que
hay otro segmento importante en la superestructura, que no es político
en el sentido estricto del término, es decir, no está relacionado con el
partido y directamente relacionado con los problemas del poder
político. Él lo llama la “sociedad civil”. Esta definición – “la
sociedad civil en la concepción de Gramsci” – debería ir acompañada de
una explicación, porque el significado que introduce en este concepto es
bastante diferente de su interpretación en las teorías liberales. Según
Gramsci, la sociedad civil es el área de la actividad intelectual en el
sentido más amplio, menos la actividad política directa (partido,
estado, administración). La sociedad civil es un espacio a disposición
de las partes intelectuales de la sociedad, incluyendo la ciencia, la
cultura, la filosofía, las artes, el análisis, el periodismo, etc. Para
Gramsci, como marxista, este área, como la totalidad de la
superestructura, en ningún caso expresa los patrones de la base. Sin
embargo, el leninismo demuestra que incluso expresando las leyes de la
base, la superestructura en algunos casos puede funcionar con autonomía
relativa, yendo a la vanguardia de los procesos desplegados en la base.
La experiencia revolucionaria en Rusia en términos de historia demuestra
cómo se realiza ese proceso en el segmento político de la
superestructura. Y Gramsci plantea una hipótesis aquí: si este es el
caso en el segmento político de la superestructura, ¿por qué no podría
ocurrir algo similar en la “sociedad civil”? El concepto de hegemonía de
Gramsci nació aquí [3]. Su objetivo es mostrar que en la esfera
intelectual (= “sociedad civil”, según Gramsci), hay algo análogo al
diferencial económico (Capital vs. Trabajo) en la base, y al diferencial
político en la superestructura (partidos burgueses y gobierno vs.
partidos proletarios y gobierno – por ejemplo, en la Unión Soviética).
Este tercer diferencial es la “hegemonía” de Gramsci, que es el conjunto
de estrategias de dominación de la conciencia burguesa sobre la
conciencia proletaria, bajo condiciones de relativa autonomía con
respecto a la política y a la economía. Otro sociólogo alemán, Werner
Sombart, explorando la sociología burguesa [4], mostró que el confort
puede ser valorado tanto por el Tercer Estado, que lo posee en parte,
como por otros grupos sociales, que no lo conocen y no lo tienen. La
“Fenomenología del Espíritu” de Hegel, de manera similar, dice que un
esclavo, para la auto-reflexión, no utiliza su propia conciencia, sino
la de su amo [5]. Marx puso este punto de vista en la base de la
ideología comunista. Siguiendo esta línea de pensamiento, Gramsci
concluyó que la aprobación o el rechazo de la hegemonía (como de las
estructuras de la conciencia burguesa), puede depender directamente, no
de pertenecer a la clase burguesa (factor básico), ni de la
participación política directa en el partido burgués (o antiburgués) o
el sistema administrativo. Según Gramsci, es una cuestión de libre
elección de un intelectual – estar con la hegemonía o en contra de ella.
Cuando el intelectual hace conscientemente su elección, pasa del
intelectual “tradicional” a uno “orgánico” que conscientemente escoge su
posición respecto a la hegemonía. Esto implica una importante
conclusión: el intelectual puede oponerse a la hegemonía incluso en una
sociedad en la que imperen las relaciones capitalistas y la dominación
política burguesa. El intelectual puede rechazar o aceptar libremente la
hegemonía, porque hay un vacío de libertad, similar al que existe en la
política con respecto a la economía (como lo demuestra la experiencia
del bolchevismo en Rusia). En otras palabras, usted puede ser portador
de conciencia proletaria y mantenerse del lado del proletariado y de la
sociedad justa, estando en el corazón mismo de la sociedad burguesa.
Todo depende de la elección intelectual: la hegemonía es una cuestión de
conciencia.
Gramsci deduce su concepto mediante el análisis de los procesos
políticos en Italia en los años 20 y 30 [6]. Durante este período, de
acuerdo con su análisis, las condiciones para la revolución socialista
habían madurado en este país – en la base (el capitalismo industrial
desarrollado y la intensificación de las contradicciones de clase y la
lucha de clases), y en la superestructura (el éxito político de los
partidos de izquierda consolidados). Sin embargo, en esas condiciones
aparentemente favorables, las fuerzas de izquierda fracasaron porque los
representantes de la hegemonía dominaban en la esfera intelectual en
Italia, introduciendo estereotipos y clichés burgueses incluso donde
contradecían la realidad y las preferencias políticas y económicas de
los grupos anti-burgueses activos. Desde el punto de vista de Gramsci,
Mussolini se aprovechó de eso, volviendo la hegemonía a su favor (según
los comunistas, el fascismo era una forma velada de dominación
burguesa), e impidiendo artificialmente la revolución socialista que se
estaba preparando debido al curso histórico natural de los
acontecimientos. En otras palabras, participando en batallas políticas
relativamente exitosas, los comunistas italianos, según Gramsci,
perdieron de vista la “sociedad civil” y la esfera de la lucha
“metapolítica” intelectual, y esa fue la razón de su derrota. La
izquierda europea (especialmente la Nueva Izquierda) adoptó el
gramscismo así formulado, y lo puso en práctica en Europa a partir de
los años 60. Los intelectuales de izquierda (marxista) -Sartre, Camus,
Aragón, Foucault, etc.- fueron capaces de aplicar conceptos y teorías
antiburguesas en el centro mismo de la vida social y cultural,
utilizando editoriales, periódicos, clubes y departamentos
universitarios que eran una parte integral de la economía capitalista, y
actuaron en el contexto político del sistema de dominación burguesa. De
ese modo, prepararon los acontecimientos de 1968 que se extendieron por
toda Europa, y el giro a la izquierda de la política europea en los
años 70. Así como el leninismo demostró en la práctica que el segmento
político de la superestructura tiene una cierta autonomía y que la
actividad en el área puede ir por delante de los procesos de la base, el
gramscismo, en la práctica de la Nueva Izquierda, demostró la eficacia y
la utilidad práctica de la estrategia intelectual activa.
El gramscismo en la Teoría Crítica: la tendencia izquierdista
Como
se describió anteriormente, el gramscismo se integró en la teoría
crítica de las RI por sus representantes modernos – Robert Cox [7],
Stephen Gill [8] y otros. Ellos salvaron la continuidad del discurso
marxista de izquierda, a pesar del hecho de que acentuaron la autonomía
de la esfera de la “sociedad civil” y el fenómeno de la hegemonía en
consecuencia, poniendo la elección intelectual por encima de los
procesos políticos y las estructuras económicas, en consonancia con el
espíritu de la posmodernidad. Para ellos, en general, el capitalismo es
mejor que los sistemas socio-económicos precapitalistas, aunque es
claramente peor que el modelo poscapitalista (socialista y comunista)
que viene a reemplazarlo. Esto explica la estructura del proyecto
contra-hegemónico [9] en la teoría crítica de las RI. El mismo permanece
en el contexto de la interpretación izquierdista del proceso histórico.
Puede ser descrito de esta manera: de acuerdo con los representantes de
la teoría crítica, la hegemonía (la sociedad burguesa, que culmina en
el holograma de la conciencia burguesa) debe sustituir a la
sub-hegemonía (los tipos de sociedad anteriores a la burguesa y sus
formas de conciencia colectiva – premodernas). Y después de eso, la
hegemonía será aniquilada por la contra-hegemonía, que establecerá la
pos-hegemonía después de su victoria. Marx y Engels insistieron en el
“Manifiesto Comunista” [10], en que las reivindicaciones de los
comunistas a los burgueses no tienen nada que ver con las
reivindicaciones de los feudalistas antiburgueses, nacionalistas,
socialistas cristianos, etc. a los burgueses. El capitalismo es el mal
absoluto que absorbe al mal relativo (no tan obvio y no tan explícito)
de las más antiguas formas de explotación pública. No obstante, para
derrotarlo tenemos que permitir que el mal se expresase plenamente en
primer lugar, y luego erradicarlo por completo en lugar de retocar la
forma más odiosa del mal, retrasando así los horizontes de la revolución
y del comunismo. Lo que debe tenerse en cuenta al considerar los
estructuras neogramscistas de las relaciones internacionales.
Este análisis divide a los países entre aquellos en los que la
hegemonía se fortaleció de manera explícita (países capitalistas
desarrollados, con economía industrial, dominación de partidos burgueses
en sistemas parlamentarios democráticos, organizados de acuerdo a los
ejemplos de los estados nacionales, que han desarrollado la economía de
mercado y el sistema jurídico liberal), y aquellos en los que eso no
sucedió debido a diferentes circunstancias históricas. El primer grupo
es el de las “potencias democráticas desarrolladas” y los otros son
“casos límite”, “áreas problemáticas”, o incluso “estados canallas”. El
análisis de los países con la hegemonía fortalecida está totalmente
integrado en el análisis de la izquierda en general (marxista,
neo-marxista y gramsciana). Sin embargo, el caso de los países con la
“hegemonía inacabada” debe considerarse por separado. El mismo Gramsci
llamó a estos países, países “cesaristas” (en clara referencia a la
experiencia fascista italiana). El “cesarismo” podría considerarse en
términos generales, como cualquier sistema político, donde las
relaciones burguesas existen en fragmentos y su depuración política
(como estado democrático-burgués clásico) se retrasa. En el “cesarismo”
el principio autoritario no es central. El principio central es retrasar
la instalación total y completa del sistema capitalista al estilo
occidental (en la base y en la superestructura). Las razones para este
retraso pueden ser diferentes: gobierno dictatorial, clanes de la élite,
presencia de grupos religiosos o étnicos en el gobierno,
características culturales de la sociedad, circunstancias históricas,
condiciones económicas o geográficas específicas. Es importante que en
tal sociedad la hegemonía aparece tanto como una fuerza externa (como
parte de estados y sociedades burguesas) y como oposición interna,
relacionada con factores externos en una manera u otra.
Los neogramscistas en las RI afirman que el “cesarismo” es la
“sub-hegemonía”, y que su estrategia de equilibrar entre las presiones
hegemónicas externas e internas haciendo algunas concesiones pero, al
mismo tiempo, de forma selectiva con el objetivo de preservar el poder
pase lo que pase y para evitar su captura por las fuerzas políticas
burguesas, expresa la base económica de la sociedad a nivel de la
superestructura política. Por lo tanto, el “cesarismo” está condenado al
“transformismo” – una adaptación permanente a la hegemonía, con la
constante tendencia a retrasar o presentar un falso camino al final, en
dirección al cual se mueve constantemente.
En este sentido, los representantes de la teoría crítica de las RI
consideran el “cesarismo” como un fenómeno que será finalmente superado
por la hegemonía, ya que el mismo no sería más que un “retraso
histórico” y no una alternativa o un “contra-hegemonía”.
Obviamente, los representantes modernos de la teoría crítica de las
RI califican a la mayoría de los países del Tercer Mundo, e incluso a
grandes potencias como los miembros de los BRICS (Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica), como “cesarismo”.
Con estas características, la restricción del concepto de la
contra-hegemonía en la teoría crítica se hace evidente. Los proyectos de
los representantes de la teoría crítica son utópicos. Por ejemplo, la
“contra-sociedad” de Cox es algo incierto y que no llama la atención.
Ellos proceden desde el turbio proyecto de orden mundial social y
político que ha de venir “después del liberalismo” [11] (Wallerstein), y
se encuentran con la utopía comunista, que es familiar a la izquierda.
Esta versión de la hegemonía se ve limitada por el hecho de que coloca
de forma precipitada muchos eventos políticos que no entran en la
categoría de la hegemonía, pero que son similares a las versiones
alternativas del orden mundial, en la categoría de “cesarismo” y, de
ahí, en la de la “sub-hegemonía”, privándolos de cualquier tipo de
interés para el desarrollo efectivo de la estrategia contra-hegemónica.
Sin embargo, el análisis general de la estructura de las relaciones
internacionales a través de la metodología neogramsciana es una
dirección muy importante para el desarrollo de la TMM.
Con el fin de superar las limitaciones de la teoría crítica y liberar
todo el potencial del neogramscismo, tenemos que ampliar este enfoque
cualitativo más allá del discurso de la izquierda (incluyendo el
“izquierdismo”), que sitúa toda la estructura en el área del sectarismo
ideológico y de la marginalidad exótica (donde se encuentra hoy en día).
En esta tarea tendremos la ayuda indispensable de las ideas del
filósofo francés Alain de Benoist.
El gramscismo de derecha – la revisión de Alain de Benoist
Ya
en fecha tan lejana como los años 80 del s. XX, el representante
francés de la “nueva derecha” (“Nouvelle Droite“) Alain de Benoist,
prestó atención a las ideas de Gramsci desde el punto de vista de su
potencial metodológico. Benoist, tanto como Gramsci, reveló la fuerza de
la metapolítica como un tipo especial de actividad intelectual que
prepara (en forma de “revolución pasiva”) el futuro progreso político y
económico. El éxito de la “Nueva Izquierda” en Francia y en Europa en
general demostró la eficacia de este método.
A diferencia de la mayoría de los intelectuales franceses de la
segunda mitad del siglo XX, Alain de Benoist no apoyó el marxismo, lo
cual hizo de su posición algo un tanto aislado. Al mismo tiempo, de
Benoist construyó su filosofía política a partir del rechazo radical de
los valores liberales y burgueses, negando el capitalismo, el
individualismo, el modernismo, el atlantismo geopolítico y el
eurocentrismo occidental. Por otra parte, opuso “Europa” y “Occidente”
como dos conceptos antagónicos: “Europa” para él es el campo donde se
despliega un logos cultural especial, que procede de los griegos e
interactúa activamente con la riqueza de las tradiciones celta, alemana,
latina, eslava y otras tradiciones europeas; y “Occidente” es el
equivalente de la civilización mecanicista, materialista y racionalista
basada en el predominio de la tecnología por encima de todo. Después de
O. Spengler, Alain de Benoist entiende “Occidente” como la “decadencia
de Occidente” y, junto con Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, se
convenció de la necesidad de superar la modernidad como nihilismo y el
“abandono del mundo por el Ser (Sein)” (Seinsverlassenheit). Occidente, a
su entender, era sinónimo de liberalismo, capitalismo y sociedad
burguesa – todos lo que la “Nueva Derecha” demandaba superar. La “Nueva
Derecha”, al mismo tiempo, estaba de acuerdo con el significado
fundamental de la esfera de la “sociedad civil” dado por Gramsci y sus
seguidores. Así, Alain de Benoist llegó a la conclusión de que el
fenómeno llamado “hegemonía” es un conjunto de estrategias, actitudes y
valores, que consideró en sí mismo un “mal absoluto”. Esto condujo a la
proclamación del principio del “gramscismo de derecha”.
El “gramscismo de derecha” significa el reconocimiento de la
autonomía de la “sociedad civil en el sentido de Gramsci” con la
identificación del fenómeno de la hegemonía en este área y la elección
de su propia posición ideológica en el lado opuesto de la hegemonía.
Alain de Benoist publica la obra titulada “Europa, Tercer Mundo. El
mismo combate”, que está construida en su totalidad sobre los
paralelismos entre el Tercer Mundo y la lucha contra el neo-colonialismo
burgués occidental, y el deseo de las naciones europeas de liberarse de
la dictadura burguesa de la sociedad de mercado, la moral liberal y la
práctica mercantil, que sustituyeron a la ética de los héroes (W.
Sombart).
La gran importancia del “gramscismo de derecha” para la TMM, es que
esta comprensión de la “hegemonía” puede asumir una posición más allá
del discurso marxista y de izquierda, y rechazar el orden burgués en la
superestructura (la sociedad política y civil), así como en la base (la
economía), y hacerlo no después de que la hegemonía se convierta en un
hecho planetario total y global, sino en sustitución suya. Esto es lo
que implica el matiz en el título de otra obra de Alain de Benoist,
“Contra el Liberalismo”, a diferencia del libro “Después del
liberalismo” de Immanuel Maurice Wallerstein. Como para Benoist es
imposible en cualquier caso confiar en el “después”, y no se debe
permitir que el liberalismo se haga realidad como un hecho consumado,
debemos estar contra el liberalismo ahora, hoy, combatirlo en cualquier
posición y en cualquier parte del mundo. La hegemonía ataca a escala
planetaria, encontrando sus partidarios tanto en las sociedades
burguesas desarrolladas como en las sociedades donde el capitalismo no
se ha establecido completamente. Por lo tanto, la contra-hegemonía debe
ser aceptada más allá de las limitaciones ideológicas sectarias. Si
queremos crear un bloque contrahegemónico, debemos incluir en su
composición a todos los representantes de las fuerzas anticapitalistas y
antiburguesas – izquierda, derecha, o no susceptibles de clasificación
(el propio Benoist enfatiza constantemente que la división entre
“izquierda” y ” derecha” está obsoleta y que no satisface la posición
escogida; hoy es mucho más importante saber si alguien está a favor de
la hegemonía o contra ella).
El “gramscismo de derecha” de Alain de Benoist nos lleva de nuevo al
“Manifiesto Comunista” de Marx y Engels que, al margen de su llamada
exclusiva y dogmática a “deshacerse de otros compañeros de viaje”, insta
a la creación de la Alianza Revolucionaria Global que reúna a todos los
enemigos del capitalismo y de la hegemonía, a todos los que se oponen
esencialmente a ella. Al mismo tiempo, no importa qué se asume como
alternativa positiva; en este caso, es más importante la presencia de un
enemigo común. De lo contrario, de acuerdo con la “Nueva Derecha”
(cuyos representantes rechazan ser llamados de “derecha”, el nombre se
lo pusieron sus opositores), la hegemonía será capaz de dividir a sus
opositores por razones artificiales, para oponerlos unos a otros con el
fin de derrotar con éxito a todos ellos por separado.
La denuncia del eurocentrismo en la sociología histórica
John
Hobson, investigador contemporáneo de asuntos exteriores y uno de los
principales representantes de la sociología histórica en las RI, se
acercó al mismo problema desde un lado completamente diferente. En su
trabajo programático “La concepción eurocéntrica de la política
mundial”, analiza prácticamente todos los enfoques y paradigmas en las
RI desde el punto de vista jerárquico implícito en ellas, el cual está
construido sobre el principio de comparación entre los gobiernos, sus
funciones, estructura e intereses con los ejemplos de la sociedad
occidental como norma universal. J. Hobson llega a la conclusión de que
todas las escuelas de RI, sin excepción, se basan en un eurocentrismo
implícito, admitiendo la universalidad de las sociedades occidentales
europeas y sugiriendo que las fases de la historia europea son
obligatorias para todas las otras culturas.
Hobson considera adecuadamente este enfoque como una manifestación de
racismo europeo, que pasa gradual e imperceptiblemente de las teorías
biológicas de la “superioridad de la raza blanca” al concepto de la
universalidad de los valores culturales, las estrategias y las
tecnologías occidentales y, entonces, intereses. “El fardo del hombre
blanco” se convierte en “un imperativo de modernización y desarrollo”.
Al mismo tiempo, las sociedades y las culturas locales están sujetas a
dicha modernización automáticamente – nadie les pregunta si están de
acuerdo con los valores, tecnologías y prácticas occidentales, son
universales, o si están dispuestos a plantear alguna objeción. Sólo
cuando choca con formas forzosas de resistencia en forma de terrorismo o
fundamentalismo, Occidente se pregunta a sí mismo (a veces): “¿Por qué
nos odian tanto?” Pero la respuesta ya está ahí mucho antes que la
pregunta: “Sucede debido al salvajismo y a la ingratitud de las naciones
no europeas hacia todos los bienes que la ‘civilización’ occidental
trae.”
Es importante el hecho de que Hobson demuestra claramente que el
racismo y el eurocentrismo no son sólo inherentes a las teorías
burguesas de las RI, sino también al marxismo, incluyendo la teoría
crítica de las RI (el neogramscismo). Los marxistas, con toda su crítica
de la civilización burguesa, están convencidos de que su triunfo es
inevitable, y en eso comparten el eurocentrismo común a la cultura
occidental. Hobson muestra que el propio Marx justifica parcialmente las
prácticas coloniales en la medida en que conducen a la modernización de
las colonias, y por lo tanto acercan el momento de las revoluciones
proletarias. Por consiguiente, desde una perspectiva histórica, el
marxismo termina siendo cómplice de la globalización capitalista y un
aliado de las prácticas civilizacionales racistas. Desde el punto de
vista marxista, la descolonización es sólo un preludio para la
construcción del Estado burgués, que está a punto de emprender un camino
de industrialización plena y en dirección al futuro de la revolución
proletaria. Y eso no se diferencia mucho de los neoliberales y los
transnacionalistas.
John Hobson propone iniciar la creación de una alternativa radical –
el desarrollo de una teoría de las RI sobre la base de enfoques no
eurocéntricos y antirracistas. Él está de acuerdo con el proyecto del
“bloque contrahegemónico”, así llamado por los neogramscianos, pero
insiste en el abandono de todas las formas de eurocentrismo, y por tanto
de su cualidad expansionista. La teoría no eurocéntrica de las RI nos
lleva directamente a la TMM.
Hacia la multipolaridad
Ahora podemos recoger todo lo
que se dijo acerca de la contra-hegemonía y situarlo en el contexto de
la TMM, que es esencial y consistentemente una teoría no eurocéntrica de
RI que niega la propia base de la hegemonía y pide la creación de una
amplia alianza contra-hegemónica o de un tratado contra-hegemónico.
La contra-hegemonía de la TMM se conceptualiza de una manera similar a
los neogramscistas y a los representantes de la escuela crítica de las
teorías de las RI. La hegemonía es la dominación del capital y del
sistema político burgués en la sociedad, expresado en la esfera
intelectual. En otras palabras, la hegemonía es principalmente un
discurso. Además, entre los tres segmentos de la sociedad distinguidos
por Gramsci – la base y los dos componentes de la superestructura (la
política y la “sociedad civil”) – la TMM, de acuerdo con la
epistemología posmoderna y pospositivista, considera que el nivel de
discurso, es decir, la esfera intelectual, es la dominante. Es por eso
que la cuestión de la hegemonía y de la contra-hegemonía parece ser
central y fundamental para la construcción de la TMM y su aplicación
efectiva en la práctica. El área de la metapolítica es más importante
que el de la política y el de la economía. No las excluye, pero las
precede conceptual y lógicamente. Finalmente, la persona humana tiene
que tratar sólo con su propia mente y sus proyecciones. Por lo tanto, la
organización o reorganización de la conciencia implica automáticamente
un cambio (interno y externo) en el mundo.
La TMM es la inserción del concepto contra-hegemónico en el área
teórica específica. Y hasta cierto punto la TMM sigue estrictamente al
gramscismo. Pero cuando llegamos al aspecto sustantivo del pacto
contra-hegemónico, aparecen diferencias significativas. La más esencial
es el rechazo del dogmatismo de izquierda: la TMM se niega a considerar
la transformación burguesa de las sociedades modernas en todo el planeta
como una ley universal. Así, la TMM acepta el gramscismo y la
metapolítica más en la versión de la “nueva derecha” (Alain de Benoist),
que en la versión de la “nueva izquierda” (R. Cox). La posición de
Alain de Benoist no es exclusivista y no excluye al marxismo en la
medida en que es un aliado en la lucha común contra el Capital y la
hegemonía. Por lo tanto, en sentido estricto, el término “gramscismo de
derecha” no es del todo correcto: sería mejor hablar de un gramscismo
inclusivo (contra-hegemonía entendida en sentido amplio como todo tipo
de oposición a la hegemonía, es decir, como una generalizadora y
etimológicamente estricta “contra”), y de un gramscismo exclusivo
(contra-hegemonía en un sentido limitado, como “pos-hegemonía”). La TMM
elige el gramscismo inclusivo. Para ser más exacto, esta es la postura
de superación de las derechas y las izquierdas más allá de los límites
conceptuales de la ideología política moderna que pone de manifiesto el
contexto de la Cuarta Teoría Política, fuertemente ligada a la TMM.
La contribución de J. Hobson al desarrollo de la contra-hegemonía
inclusiva es extremadamente importante. Su llamada a construir una
teoría no eurocéntrica de las RI encaja precisamente en el objetivo de
la TMM. Las RI se deben pensar desde múltiples posiciones. Mientras se
construye una teoría versátil real, todos los representantes de las
diferentes culturas y civilizaciones, religiones y grupos étnicos,
sociedades y comunidades, deben ser escuchados y tomados en cuenta. Cada
sociedad tiene sus propios valores, su propia antropología, su ética,
sus propias normas, su identidad, y sus propias ideas sobre el espacio y
el tiempo, sobre lo general y lo particular. Cada sociedad tiene su
propio “universalismo” – o por lo menos su propia comprensión de lo que
se denomina “universalismo”. Sabemos muy bien lo que Occidente piensa
sobre el universalismo. Es hora de dejar que el resto de la humanidad
hable.
Eso es lo que llamamos multipolaridad en su dimensión fundamental: un
libre polílogode sociedades, pueblos y culturas. Pero antes de que tal
polílogo pueda iniciarse es necesario definir las normas generales. Y
eso es la teoría de las Relaciones Internacionales, lo cual supone
apertura de términos, conceptos, teorías, nociones, pluralidad de
factores, la complejidad y la multiplicidad de significados de las
exposiciones. No tolerancia, sino cooperación y comprensión mutua. En
este caso, la TMM no es el final sino el comienzo, el punto de partida,
la limpieza del espacio básico para el futuro orden mundial.
Sin embargo, la llamada a la multipolaridad no suena en el espacio
vacío. La hegemonía domina el discurso sobre las relaciones
internacionales en la práctica global política, económica y social.
Vivimos en el rígido mundo eurocéntrico, donde una única superpotencia
(los EEUU) domina de forma imperialista con sus aliados y vasallos
(OTAN); donde las relaciones comerciales dictan todas las reglas de las
prácticas empresariales; donde las normas políticas burguesas se toman
como obligatorias; donde la tecnología y el grado de desarrollo material
se consideran el más alto criterio; donde los valores del
individualismo, la comodidad personal, el bienestar material y la
“libertad de” son exaltados por encima de todos los demás. En
definitiva, vivimos en el mundo de la hegemonía triunfante, que extiende
su telaraña a través del planeta entero y subordina a toda la
humanidad. Así que para crear la realidad de la multipolaridad es
necesario hacer una oposición, lucha, confrontación radical. En otras
palabras, es necesario que haya un bloque contra-hegemónico (en su
sentido inclusivo).
Veamos, ¿qué recursos están disponibles para este potencial bloque?
La sintaxis de la hegemonía / sintaxis de la contra-hegemonía
La hegemonía en su holograma conceptual se basa en la convicción de
que la modernidad supera a la antigüedad (el pasado) en todo. La
modernidad triunfa sobre la premodernidad, y Occidente supera a lo no
occidental (Oriente, Tercer Mundo) en todo.
Esta es la estructura de la sintaxis de la hegemonía en su forma más general:
Occidente (el Oeste) = Modernidad (Moderno) = objetivo = beneficio =
progreso = valores universales = EEUU (OTAN +) = capitalismo = derechos
humanos = mercado = democracia liberal = justicia.
versus
El resto (los demás) = retraso (premoderno) = necesidad de
modernización (colonización/ayuda/control externo) = necesidad de
occidentalización = barbarie (salvaje) = valores locales =
precapitalismo ( todavía no capitalismo) = (falta de respeto por) los
derechos humanos fallidos = mercado injusto (participación del Estado,
clanes, preferencias de grupo) = pre-democracia = corrupción.
Estas fórmulas de la hegemonía son axiomáticas y autorreferenciales,
como una especie de “profecía autocumplida”. Un término se justifica por
otro en la cadena de equivalencias y se opone a cualquier término (ya
sea simétrico o no) de la segunda cadena. De acuerdo con estas reglas
sin pretensiones se construye cualquier discurso hegemónico. Puede
parecer razonable, ilustrativo, descriptivo, analítico, previsor,
fundado históricamente, socialmente prospectivo, de debate, de
oposición, etc. Pero en su estructura la hegemonía se construye con el
mismo esqueleto revestido por millones de variaciones e historias.
Si aceptamos estas dos series paralelas de ecuaciones, nos
encontramos dentro de la hegemonía y estamos totalmente codificados por
su sintaxis. Cualquier objeción será suprimida por nuevos pasajes
sugestivos, galopando a través de uno u otro término hasta llegar a la
tautología hegemónica deseada.
Incluso las formas más críticas del discurso finalmente se deslizan
en esta ruta constantemente renovada de sinónimos semánticos y se
disuelven en ella. Una vez que se reconoce sólo uno de los modelos, todo
está predestinado. Por lo tanto, la construcción de la contra-hegemonía
comienza por la completa contradicción de ambas cadenas.
Vamos a construir la sintaxis simétrica de la contra-hegemonía:
Occidente ≠ presente (Moderno) ≠ meta ≠ riqueza ≠ progreso ≠ valores
universales ≠ EEUU ≠ capitalismo ≠ derechos humanos ≠ mercado ≠
democracia liberal ≠ justicia.
versus
El resto ≠ atraso ≠ necesidad de modernización
(colonización/ayuda/lección/dirección externa) ≠ necesidad de
occidentalización ≠ barbarismo (salvaje) ≠ valores locales ≠ no
capitalismo ≠ inobservancia ≠ derechos humanos ≠ mercado injusto
(participación del Estado, clanes, preferencias de grupo) ≠
pre-democracia ≠ corrupción.
Si se insertan hipnóticamente signos de igualdad en la conciencia
colectiva como algo evidente por sí mismo, la justificación desarrollada
de cada signo de desigualdad exige sin embargo un texto o un conjunto
de textos por separado. Hasta cierto punto, la TMM y la Cuarta Teoría
Política, el eurasianismo, la “nueva derecha” (Alain de Benoist), la
teoría no eurocéntrica de las RI (J.Hobson), el tradicionalismo, el
posmodernismo, etc., realizan esta tarea en paralelo, pero ahora es
importante ofrecer este esquema como la forma más general de la sintaxis
contra-hegemónica. La negación de la declaración sustancial es
sustancial por el mero hecho de la negación, por lo que la justificación
de las desigualdades ya está cargada de significados y conexiones. Al
cuestionar las cadenas de identificaciones hegemónicas, recibimos un
campo semántico libre de la hegemonía y de sus sugestiones
“axiomáticas”. Esto por sí solo desata nuestras manos para desplegar el
discurso contra-hegemónico.
En este caso, proporcionamos esas normas básicas para un objetivo
específico: hay que hacer una más general y preliminar enumeración de
los recursos con los se puede contar en la creación del pacto
contra-hegemónico.
Élite revolucionaria global
El bloque contra-hegemónico
se está construyendo alrededor de intelectuales. Por lo tanto, su
núcleo debe ser el rechazo de la élite revolucionaria global al “status
quo” en su base más profunda. Esta élite revolucionaria global se forma
alrededor de la sintaxis de la contra-hegemonía. Tratando de entender la
situación desde cualquier lugar del mundo moderno – desde cualquier
país, cultura, sociedad, clase social, función profesional, etc. – la
persona que busca respuestas profundas acerca de la organización de la
sociedad en la que vive, tarde o temprano llegará a comprender las tesis
básicas del discurso hegemónico. Ciertamente, esto no es para todo el
mundo, aunque de acuerdo con Gramsci todo el mundo es un intelectual en
cierta medida. Pero sólo el intelectual de pleno derecho representa a la
persona humana en sentido perfecto; es una especie de delegado, en el
parlamento de la humanidad intelectual (homo sapiens), de sus
representantes más modestos (aquellos que no pueden o no quieren darse
cuenta plenamente de las capacidades y oportunidades dadas a la especie
humana, que culminaron en la capacidad para pensar, esto es ser un
intelectual). Cuando hablamos de la hegemonía, tenemos en mente a tal
intelectual. En este momento él se enfrenta a una elección, es decir,
tiene la oportunidad de convertirse en un “intelectual orgánico”: puede
decir “sí” a la hegemonía y aceptar su sintaxis trabajando para promover
su estructura, y puede decir que “no”. Cuando dice “no”, sale en busca
de una contra-hegemonía, es decir, pretende acceder a la élite
revolucionaria global.
Esta búsqueda se puede detener en la etapa intermedia: siempre hay
estructuras locales (tradicionalistas, fundamentalistas, comunistas,
anarquistas, etnocentristas, revolucionarios de diferentes tipos, etc.),
que son conscientes del desafío hegemónico y lo rechazan, pero a nivel
local. Aquí ya estamos en el nivel de los intelectuales orgánicos, pero
que todavía no ven la necesidad de sintetizar su rechazo a la hegemonía
en forma de una estrategia global universal. Sin embargo, al entrar en
la pelea verdadera (no imaginaria) contra la hegemonía, cualquier
revolucionario tarde o temprano descubre su carácter extraterritorial y
transnacional: la hegemonía siempre recurre a una combinación de
factores internos y externos para sus propios fines; ataca a lo que
considera que se opone, o que es un obstáculo, a su dominación imperial
(los elementos de la segunda cadena – los otros, ‘el resto’). Por lo
tanto, la resistencia local a un desafío mundial en algún momento
alcanza sus límites naturales; a veces la hegemonía puede retroceder,
pero volverá de nuevo, y nadie será capaz de escapar de ella.
En el momento de esta toma de conciencia, los representantes
intelectualmente más desarrollados de la contra-hegemonía local sienten
la necesidad de pasar al nivel de la alternativa fundamental, es decir,
al dominio de la sintaxis contra-hegemónica. Y este es un camino directo
a la Alianza Global Revolucionaria. De esta manera va a tomar forma
objetiva y naturalmente la élite contra-hegemónica global. El destino de
esta élite es convertirse en el núcleo de la contra-hegemonía. Sobre
todo, la TMM se hace necesaria para ellos.
Recursos de la contra-hegemonía: “revisionistas” del orden mundial y sus niveles
Las
teorías clásicas de las RI, particularmente el realismo, dividen a los
países entre aquellos que están satisfechos con la situación actual y
con el equilibrio de poder en el orden mundial, y aquellos que no están
satisfechos y querrían un cambio a su favor.
Los primeros son los denominados “apologistas del status quo”, y los
segundos son los llamados “revisionistas”. Las fuerzas del mundo que,
independientemente de su tamaño e influencia, pasaron a la hegemonía y
están satisfechas con ella, representan la mitad de los seres humanos
pensantes; los revisionistas, la otra mitad. Por supuesto, la élite
contra-hegemónica considera a todos los “revisionistas” como un recurso
propio. Son los “revisionistas”, se den cuenta de ello o no, quienes
necesitan la TMM. La necesidad de la TMM puede ser bastante
inconsciente, pero incluso aunque asumamos el modelo de “cesarismo” y
sugiramos que muchas figuras políticas sean ocupadas exclusivamente con
los procesos “transformistas” (transformismo), la TMM les da un
argumento adicional para oponerse a la presión de la hegemonía. En otras
palabras, la élite contra-hegemónica (en el sentido amplio, en la
manera estructurada descrita anteriormente – más allá de la izquierda y
la derecha), tiene el poderoso recurso natural que representan los
“revisionistas”.
Para que este recurso esté disponible no es en absoluto necesario que
la élite política gobernante de los países “revisionistas” esté de
acuerdo con la contra-hegemonía o acepte la TMM como guía para su
política exterior. Y ahora es el momento de recordar la importancia del
discurso intelectual en su estatuto autónomo (aquel en el que el
neogramscismo insiste). Es suficiente con que los intelectuales de la
Alianza Revolucionaria Global sean conscientes del significado y las
funciones de los regímenes “cesaristas” en el campo mundial de la
hegemonía; los propios “revisionistas” actúan intuitivamente, mientras
que los representantes del pacto contra-hegemónico lo hacen
conscientemente. Los intereses a medio plazo de ambos coinciden. Y eso
hace del pacto contra-hegemónico una fuerza clave: el hardware es
proporcionado por los “revisionistas”; el software, por parte de la
élite revolucionaria global.
Los “revisionistas” del mundo moderno representan un gran número de
estados-nación avanzados y poderosos, que debido a diferentes
circunstancias históricas son situados por parte de la hegemonía mundial
en un ambiente tal, que los mismos se sienten desfavorecidos, en
desventaja. Su ulterior desarrollo, de acuerdo con la lógica impuesta
por el discurso global, inevitablemente dará lugar, o a consecuencias no
deseadas para las élites políticas actuales, o a un mayor deterioro de
la situación en estos países. Los “revisionistas” son muy diferentes
entre sí: algunos se inclinan por negociar con la hegemonía, mientras
otros tratan por todos los medios de escapar a su influencia. Sin
embargo, el campo de acción para las actividades de la elite
revolucionaria global está en todas partes.
La unión más seria de países “revisionistas” es la de los BRICS. Cada
uno de estos países es un recurso muy importante en sí mismo, y la
administración del club del “Segundo Mundo” está objetivamente
interesada en la multipolaridad – por lo tanto, no hay nada que impida
el avance de la TMM como su programa estratégico de política exterior.
Toda la constelación de las mayores potencias regionales gravita en
torno a los países del “Segundo Mundo”, concretamente: Argentina,
México, en Iberoamérica; Turquía, Pakistán, en el centro y el sudeste
asiatico; Arabia Saudita, Egipto, en el mundo árabe; Vietnam, Indonesia,
Malasia, Corea del Sur, en el Lejano Oriente, etc. Cada uno de estos
países podría también hasta cierto punto ser incluido entre los
“revisionistas”, y cuenta con una impresionante lista de ambiciones
regionales difíciles o imposibles de alcanzar en el sistema hegemónico.
Esos países tienen aún más temores y desafíos por su propia seguridad, y
la hegemonía no facilita ningún tipo de protección en relación a eso.
Además, hay toda una serie de países en directa oposición a la hegemonía
(Irán, Corea del Norte, Serbia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.), que
proporcionan a la Alianza Revolucionaria Global lugares estratégicos
privilegiados.
En el siguiente nivel sub-estatal se necesita un análisis más
detallado para identificar a los “revisionistas” a nivel político, es
decir, a los partidos y movimientos políticos que, por razones
ideológicas o de otro tipo, rechazan el discurso hegemónico en algún
elemento esencial. Tales fuerzas políticas pueden ser de derecha o de
izquierda, religiosas o laicas, nacionalistas o cosmopolitas,
parlamentarias o de oposición, de masas o de élites. Todas ellas pueden
ser integradas en la estrategia de la élite contra-hegemónica. Al mismo
tiempo, tales partidos y movimientos pueden ubicarse tanto en el ámbito
político de los “revisionistas”, como en el campo de los países en los
que la hegemonía se estableció firmemente y por completo. Bajo ciertas
circunstancias, sobre todo en condiciones de crisis o de reformas, se
abren ciertas puertas para las fuerzas no conformistas y para su
(relativo) éxito y progreso, incluso dentro de esas potencias.
En el segmento de la sociedad civil, las oportunidades de la
contra-hegemonía son incluso más amplias ya que los portadores del
discurso hegemónico actúan aquí directamente, sin máscaras y
mediaciones. En el campo de la ciencia, de la cultura, de las artes y de
la filosofía, los portadores de la contra-hegemonía que dominaron la
sintaxis son capaces de resistir con eficacia a los adversarios
ideológicos, en la medida en que la cantidad y el peso en este entorno
son de mucha menor importancia. Un intelectual de la contra-hegemonía
preparado y con talento puede valer por miles de opositores. En la
esfera no política de las ciencias, la cultura, el arte y la filosofía,
la contra-hegemonía puede utilizar un enorme arsenal de medios y
métodos, contando desde los religiosos y tradicionalistas hasta los de
la vanguardia y el posmodernismo. Guiado por un correcto entendimiento
de la sintaxis contra-hegemónica, el despliegue de las diferentes
estrategias intelectuales que desafíen la “axiomática” occidental de
estilo modernista será extremadamente fácil. Este modelo puede ser
fácilmente aplicado no sólo en las sociedades no occidentales, sino
también en los países capitalistas desarrollados, repitiendo en la nueva
situación histórica la exitosa experiencia del nuevo “gramscismo de
izquierda” en Europa, en los años 60 y 70 del siglo XX.
El conjunto de estructuras políticas subestatales y la zona
transfronteriza de la “sociedad civil” (en la interpretación de
Gramsci), nos da el mesonivel, mientras que los Estados “revisionistas”
pueden tomarse ellos mismos como macronivel para la práctica de la
expansión contrahegemónica.
Y por último, el micronivel, que son los individuos independientes,
quienes bajo ciertas condiciones también pueden ser portadores de la
contra-hegemonía, ya que el campo de batalla de la TMM es la persona en
sí misma en todas sus dimensiones – de la personal a la social y la
política. La globalidad debe ser entendida antropológicamente.
Así recibimos la enorme reserva de recursos que está a disposición de
la potencial élite revolucionaria global. En una situación en la que
las reglas son establecidas por la hegemonía, y la “pre-hegemonía”, o
simplemente la “no-hegemonía”, resiste pasivamente, este recurso es, o
neutralizado, o involucrado hasta un grado infinitesimal en situaciones
estrictamente locales, es decir, no se consolida, se dispersa y es
expuesto a la entropía gradual. Para la propia hegemonía en sí, en este
caso, esto no es más que un obstáculo pasivo, una inercia, y un objetivo
a conquistar, “domesticar” o desmantelar (así, la construcción de
carreteras requiere talar el bosque o drenar el pantano). Pero todo esto
se convierte en un recurso de la contra-hegemonía cuando la
contra-hegemonía se convierte en una fuerza consciente de sí misma, en
un sujeto histórico, en el fenómeno. Todo esto se transforma en recurso
cuando tenemos a la élite revolucionaria global orientada hacia la TMM
como su base teórica. Antes de eso y sin eso, todo lo que se ha
mencionado no existe en tanto recurso.
Contrahegemonía y Rusia
Todavía tenemos que proyectar los principios de la contra-hegemonía en el contexto de la TMM, en la situación rusa.
En un contexto de análisis neogramscista, la Rusia moderna representa
el clásico “cesarismo” con todos sus atributos típicos. La hegemonía,
por su parte, coloca a Rusia con firmeza en la cadena de los “Otros” (el
resto), y construye su imagen de acuerdo con la sintaxis clásica:
“autoritarismo” = “corrupción” = “necesidad de modernización” =
“incumplimiento de los derechos humanos y de la libertad de prensa” =
“el Estado interfiere en los asuntos de negocios”, etc.
Subjetivamente, la administración rusa está ocupada por los procesos
de “transformismo”, en constante equilibrio entre las concesiones a la
hegemonía (participación en organizaciones económicas internacionales
como la OMC, privatizaciones, el mercado, democratización del sistema
político, puesta a punto de las normas educativas occidentales, etc. ), y
el impulso de preservar la soberanía y al mismo tiempo el poder de la
élite dirigente apoyado sobre los estados de ánimo “patrióticos” de las
masas. Al mismo tiempo, en las relaciones internacionales, Putin se
adhiere personalmente de forma inequívoca al realismo, mientras que el
gobierno y la comunidad de expertos gravita obviamente hacia el
liberalismo, lo que provoca un “doble pensar” típico del
“transformismo”.
Para la TMM y la élite contra-hegemónica, esta situación crea un
ambiente favorable para la expansión de la actividad autónoma, y
representa el enclave natural que promueve su desarrollo,
fortalecimiento y consolidación. Rusia es inequívocamente relacionada
con el campo “revisionista” en el sistema internacional, después de
haber perdido su posición como uno de los dos super-Estados en los años
90 del siglo XX, y haber reducido drásticamente la esfera de su
influencia incluso en sus fronteras. La unipolaridad del orden mundial y
el fortalecimiento de la hegemonía en las últimas décadas
(=globalización), trajeron a Rusia exclusivamente resultados negativos
porque ambas fueron construidas – geopolítica, estratégica, ideológica,
política y psicológicamente – a sus expensas. Y aunque las condiciones
previas para una venganza activa no están maduras todavía, el ambiente
general y las principales tendencias objetivas ayudan a establecer la
TMM, y a promover el fortalecimiento y la cristalización del segmento
ruso de la élite revolucionaria contra-hegemónica global. Además, muchas
medidas adoptadas por Putin en temas de política exterior, dirigidas a
fortalecer la soberanía de Rusia, sus intenciones de construir la Unión
Euroasiática, su crítica del mundo unipolar y de la dominación de
Estados Unidos, y también declaraciones afirmando que la multipolaridad
es el más deseable orden mundial – todo esto amplía el campo de
oportunidades para la creación orgánica de una completa y bien fundada
teoría de la contra-hegemonía en el contexto de la TMM.
Notas
1. Dugin A. G. Theory of Multi-polar World. M., Eurasian Stir, 2012.
2. Waltz tomó la confrontación entre los EEUU y la Unión Soviética
como un ejemplo de dos hegemonías hasta el final de la “guerra fría”.
Actualmente, se inclina por la idea de una nueva bipolaridad, donde
China es el contrapeso a la hegemonía estadounidense.
3. “Podemos establecer ahora dos niveles superestructurales
principales: uno que se puede llamar «sociedad civil», esto es, el
conjunto de organismos llamados comúnmente «privados», y el otro el de
la «sociedad política» o estado. Estos dos niveles corresponden, por una
parte, a la función de la «hegemonía» que ejerce el grupo dominante a
través de la sociedad y, por otra, a la de la «dominación directa», o
mando ejercido a través del estado y del gobierno «jurídico»”, escribió
Gramsci. Gramsci A.Prison Books. Part 1. – M. Publishing house of
Political Literature, 1991.
4. Sombart Werner. Bourgeois, M. “Nauka”, 1994.
5. Hegel F. G. Phenomenology of spirit. St. Petersburg. “Nauka”, 1992
6. Gramsci A. Prison Books.
7. Cox R. “Gramsci, Hegemony and International Relations: An Essay in Method”,Millennium 12, 1983.
8. Gill S. Gramsci, Historical Materialism and International Relations. Cambridge: Cambridge University Press, 1993.
9. El neo-gramsciano Nichols Pratt define la contrahegemonía como “la
creación de hegemonía alternativa en el área de la sociedad civil para
la preparación de un cambio político”. Pratt. N. “Bringing politics back
in: examining the link between globalization and democratization”,
Review of International Political Economy. Vol. 11, No. 2, 2004.
10. Marx K., Engels G. Communist Manifesto / Marx K., Engels G.
Essays – 2nd ed. – T. 4. –M.: State publishing house of Political
Literature. 1955. P. 419-459.
11. Wallerstein I. After liberalism. Moscow: Editorial URSS, 2003.
FUENTE