La 'Gran Eurasia', que congrega a los países más poderosos
no-occidentales, constituye la "antítesis del orden mundial dominado
por Occidente", pero una 'Gran Eurasia' que desdeñe la presencia de EEUU
corre el riesgo de no asimilar que la dinámica del mundo se encamina a
un nuevo orden mundial tripolar: EEUU/Rusia/China.
© CC0 / pixabay
El profesor de política internacional de la Universidad Federal del
Extremo Oriente de Rusia, Artiom Lukin, aborda la dinámica de la
Ruta de la Seda
de China que abulta: "la economía de China es ocho veces más grande que
la de Rusia", y considera en forma desmedida que en "el largo plazo,
esta asimetría económica desarrollará una desigualdad política, con
Rusia como Estado tributario (sic) de China a lo largo de la Ruta de la
Seda".
Lukin expone su polémico ensayo en
The Washington Post, portavoz del 'establishment' de EEUU, en colaboración con
The World Post del Berggruen Institute.
Por cierto, en el sesgado Berggruen Institute abundan demasiados aliados
del megaespeculador George Soros y faltan genuinos geoestrategas.
El profesor sobredimensiona la parte continental de la ruta de la seda
china en su travesía por las estepas de Asia central y Rusia para
desembocar en Europa, pero mutila sus otros dos vectores:
1. La Ruta de la Seda Polar,
que aborda en forma pasajera y en donde otorga demasiada importancia a
la 'liquidez' monetaria de China, "un país casi ártico" y elude el papel
determinante que Rusia juega desde hace 10 años;
2. No cita su parte 'marítima' del Indo-Pacifico que llega hasta la parte oriental de África.
Los tres vectores de la Ruta de la Seda, que no se pueden entender sin
la complementariedad rusa -si su fin es conectarse con Europa-,
constituyen un punto de inflexión, lo que los geoestrategas tildan de
'game changer', en el que China consolidaría su primer sitial
geoeconómico que supera a EEUU, país que se ha quedado sin proyectos -el
TPP, el TTIP y el TISA
avanzados por Obama-
y ahora confronta a sus exaliados comerciales tanto en el TLCAN (México
y Canadá) como a la Unión Europea ya sin el Reino Unido debido al
Brexit.
Asimismo, Lukin concede la relevancia que se merece a la Ruta de la Seda
y arguye la atracción de Rusia a partir de la "crisis de Ucrania", lo
cual es muy debatible ya que, después de las aperturas de Moscú para
integrarse a la OTAN, después de haber sido miembro del G-8 -aunque
nunca le fue permitido participar en sus cónclaves financieros, por lo
que
lo califiqué
de G-7,5-, el Kremlin entendió que las intenciones de la cábala de los
neoconservadores 'straussianos' en EEUU era su desintegración.
Sería un grave error de juicio ilusionarse con que la cooperación de
Rusia y China se epitomiza solo en la Ruta de la Seda, la cual inició
desde el
lanzamiento del concepto geoestratégico del RIC (Rusia, India y China) por el ex primer ministro Evgueni Primakov en 1996, y la
participación de Rusia y China en el Grupo de Shanghái en 2001.
A mi juicio, Obama cometió el peor error geoestratégico al sobrestimar
la capacidad bélica de EEUU y al golpear simultáneamente a Rusia
-mediante el cambio de régimen en Ucrania, que tenía como objetivo
balcanizar a Rusia, concomitante a las asfixiantes sanciones, y la
colusión con Arabia Saudí para desplomar el barril del petróleo- y
China, mediante su fracasada política del 'pivote'.
El autor peca de exagerado economicismo y soslaya el poder militar ruso que le brinda a China su paraguas nuclear.
Lukin se equivoca al considerar que "como siempre, el principal juego de
Moscú es político, más que económico", al no saber diferenciar entre
economía y finanzas.
Es evidente que Rusia carece de estructuras financieras que sean
competitivas frente a las de EEUU/Reino Unido, Europa y China (aún
incipiente) y de las que se ha vuelto aberrantemente dependiente Moscú.
Desde el punto de vista 'económico', Rusia se encuentra prácticamente
empatada con Alemania
y dispone de enormes reservas de materias primas donde brillan
intensamente los hidrocarburos y el oro que no cuentan aún con los
apropiados financiamientos para su explotación.
La parte relevante de su disertación se centra en su abordaje tangencial
de la 'Gran Eurasia' de Rusia, (7.000 bombas nucleares), China (260
bombas nucleares) e India (130 bombas nucleares), como grandes
potencias, y otras tres medianas: Pakistán (el único país islámico con
140 bombas nucleares), Irán (que carece de bombas atómicas) y 'quizás'
Turquía (sin bombas atómicas), que todavía pertenece a la OTAN, pero
se aleja cada vez mas de EEUU después del intento del golpe de Estado de la CIA contra el sultán Erdogan.
El especialista se basa en el modelo del siglo XIX del Concierto Europeo
de naciones que afirma adoptó Rusia para el siglo XXI en Eurasia.
Juzga que "considerando la masa de la población, extensión territorial y
potencial militar de Eurasia continental, los tres grandes jugadores
deberán manejar en forma colectiva los asuntos económicos y de seguridad
de esta mega-región".
Cita al periodista Reid Standish de
Foreign Policy de que en la "masiva cooperación económica de China y Rusia, el primero sería el banco y el segundo sería la gran pistola".
Además, Lukin rememora la historia de la Comunidad Europea "cuando
Francia actuó como el líder político, mientras Alemania occidental era
el motor económico".
Aduce que la "preferencia de Moscú de un nuevo orden euroasiático se
refleja en su activismo diplomático, como en su papel prominente para
asegurar la admisión de la India y Pakistán al Grupo de Shanghái y su
apoyo para la futura membresía de Irán".
Este aserto es discutible ya que fue China la que empujó la admisión de
Pakistán a cambio del ingreso de la India por Rusia, mientras que la
futura adhesión de Irán goza de la anuencia simultánea de Moscú y Pekín.
El profesor asienta en forma correcta que los países más poderosos
no-occidentales de Eurasia, congregados en la 'Gran Eurasia',
constituyen la "antítesis del orden mundial dominado por Occidente".
Pone en tela de juicio que "China acepte la idea rusa de que la
preeminencia china deba ser restringida y equilibrada dentro de un
concierto político de grandes poderes".
Quizá sea excesivo el concepto de 'Gran Eurasia' que conviene a ciertos
círculos del agónico poder occidental para confrontar a China y a Rusia
por el control euroasiático -añeja idea de Mackinder y Brzezinski-, al
estilo decimonónico entre las potencias europeas antes y durante las dos
guerras mundiales.
Así como el 'momento unipolar' fue anómalo cuan fugaz -que no duró mucho
a partir del colapso de la URSS en 1991 y que hoy se encuentra caduco
frente a la resurrección de Rusia con el advenimiento del zar Vladímir
Putin en el año 2000 y el despegue geoeconómico chino desde su ingreso a
la OMC en 2001, al unísono de la grave crisis financiera de EEUU en
2008 y la quiebra del banco Lehman Brothers-. En la coyuntura presente,
una 'Gran Eurasia' que desdeñe la presencia de EEUU corre el riesgo de
no asimilar que la dinámica del mundo se encamina a un
nuevo orden mundial que imperativamente es tripolar: EEUU/Rusia/China, con sus respectivas esferas de influencia regionales.
La
desglobalización,
al unísono del resurgimiento de nacionalismos políticos y económicos,
tiende a regionalismos económicos, pero también a regionalismos
políticos, donde cabría el concepto de la 'Gran Eurasia' que sería el
reflejo de dos polos necesariamente complementarios, de Rusia y China,
frente a EEUU: dentro del nuevo orden tripolar por asentar.