Putin advirtió en 2013 que el ataque contra Siria podría desencadenar una ola de terrorismo
- Viernes, enero 9, 2015, 0:00
El presidente ruso, Vladímir Putin, expresó en un artículo publicado
por el diario ‘The New York Times’ en 2013 que el ataque planeado contra
Siria puede extender el conflicto y generar una nueva ola de
terrorismo.
Le presentamos a continuación el contenido del artículo de Vladímir Putin titulado ‘Llamamiento a la precaución desde Rusia’.
La situación actual en el mundo, en particular los recientes
acontecimientos relacionados con Siria, me han llevado a dirigirme
directamente al pueblo estadounidense y a sus líderes políticos. Es
importante hacerlo en un momento en el que no hay suficiente
comunicación entre nuestras sociedades.
Quisiera recordar que las relaciones entre nuestros países han pasado
por distintas etapas. Nos enfrentamos durante la Guerra Fría. Pero
también fuimos aliados, derrotamos juntos a los nazis en la Segunda
Guerra Mundial. La organización internacional universal, las Naciones
Unidas, se estableció entonces para evitar que tal devastación vuelva a
suceder.
Los fundadores de las Naciones Unidas comprendieron que las
decisiones importantes sobre cuestiones de guerra y paz deben tomarse
solamente por consenso y, con la insistencia de Estados Unidos, se
consagró en la Carta de las Naciones Unidas el derecho de veto de los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad. La profunda sabiduría de
este sistema ha apuntalado la estabilidad de las relaciones
internacionales desde hace décadas.
Nadie quiere que las Naciones Unidas corra la suerte de la Liga de
las Naciones, que se derrumbó porque carecía de instrumentos reales de
influencia en la situación internacional. Esto es posible si los países
influyentes eluden las Naciones Unidas y toman una acción militar sin
autorización del Consejo de Seguridad.
El posible ataque de Estados Unidos contra Siria, pese a la fuerte
oposición de muchos países y de los principales líderes políticos y
religiosos, incluido el papa, dará lugar a más víctimas inocentes y a
una escalada de violencia, extendiendo el conflicto más allá de las
fronteras de Siria. Inevitablemente aumentaría la violencia y
desencadenaría una nueva ola de terrorismo. Un ataque con misiles y
bombas podría socavar los esfuerzos multilaterales para resolver el
problema nuclear de Irán y el conflicto palestino-israelí y
desestabilizar aún más Oriente Medio y el Norte de África. Podría romper
el equilibro del sistema del orden y el derecho internacional.
Hay que entender que hoy no estamos ante una batalla por la
democracia en Siria, sino de un conflicto armado entre el Gobierno y la
oposición en un país multirreligioso. Los defensores de la democracia no
son muchos. Pero sí que son más que suficientes los combatientes de Al
Qaeda y extremistas de todas las tendencias en el campo opositor. El
Departamento de Estado de Estados Unidos ha tachado al Frente Al Nusra y
al Estado Islámico de Irak y el Levante, que luchan con la oposición,
de organizaciones terroristas. Este conflicto interno, alimentado por
las armas extranjeras suministradas a la oposición es uno de los más
sangrientos del mundo.
Los mercenarios de los países árabes que luchan allí y cientos de
milicianos de países occidentales e incluso de Rusia son para nosotros
un motivo de profunda preocupación. ¿Quién puede garantizar que esos
delincuentes no volverán a nuestros países con la experiencia adquirida
en Siria, tal como ocurrió en Mali después de los combates en Libia?
Esto supone una amenaza para todos. La horrible tragedia del maratón de
Boston lo confirma.
Desde el comienzo, Rusia ha abogado por un diálogo pacífico que
permita a los sirios desarrollar un plan de compromiso para su propio
futuro. No estamos protegiendo al Gobierno sirio, sino el derecho
internacional. Insistimos constantemente en la necesidad de aprovechar
las posibilidades que ofrece el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Partimos desde la tesis de que, en el complejo y turbulento mundo de
hoy, preservar la ley y el orden es una de las pocas maneras de impedir
que las relaciones internacionales deriven hacia el caos. La ley sigue
siendo la ley y tenemos que seguirla, nos guste o no. Bajo el actual
derecho internacional, el uso de la fuerza solo se permite en defensa
propia o por decisión del Consejo de Seguridad. Cualquier otra actuación
es inaceptable en virtud de la Carta de las Naciones Unidas y
constituiría un acto de agresión.
No cabe duda alguna de que se usaron sustancias venenosas en Siria.
Pero hay muchas razones para creer que no fueron utilizadas por el
Ejército sirio, sino por las fuerzas de la oposición para provocar la
intervención de sus poderosos amos extranjeros, que estarían al lado de
los fundamentalistas. Los informes de que los milicianos están
preparando otro ataque —esta vez contra Israel— no pueden ser ignorados.
Es alarmante que intervenir militarmente en conflictos internos en el
extranjero se haya convertido en algo común para Estados Unidos.
¿Responderá eso a los intereses de Estados Unidos a largo plazo? Lo
dudo. Millones de personas en todo el mundo ven cada vez más a Estados
Unidos no como un modelo de democracia, sino como un jugador que apuesta
únicamente por la fuerza bruta, formando coaliciones bajo el lema “o
estás con nosotros o contra nosotros”.
Pero la fuerza ha demostrado ser ineficaz e inútil. Afganistán está
sufriendo y nadie puede decir qué va a pasar después de que se retiren
las fuerzas internacionales. Libia está dividida en tribus y clanes. En
Irak la guerra civil sigue cobrándose decenas de muertos cada día. En
Estados Unidos muchos trazan una analogía entre Irak y Siria y se
preguntan por qué su Gobierno quiere repetir los errores recientes.
No importa lo precisos que sean los ataques ni lo sofisticadas que
sean las armas empleadas: las víctimas civiles son inevitables. En
primer lugar sufren los ancianos y los niños a los que se pretende
proteger con esos ataques.
Tales acciones militares provocan una reacción natural en el mundo:
si no se puede contar con el derecho internacional, entonces hay que
encontrar otras formas de garantizar la propia seguridad. Así, un número
creciente de países trata de adquirir armas de destrucción masiva. Esto
es lógico: si tienen la bomba, nadie va a tocarles. Nos hablan de la
necesidad de fortalecer la no proliferación cuando en realidad esta se
está erosionando.
Tenemos que dejar de utilizar el lenguaje de la fuerza y volver a la
senda política y diplomática que permite resolver los conflictos
civilizadamente.
En los últimos días ha aparecido una nueva oportunidad para evitar la
acción militar. Estados Unidos, Rusia y todos los miembros de la
comunidad internacional deben aprovechar la disposición del Gobierno
sirio para colocar su arsenal químico bajo el control internacional para
su posterior destrucción. A juzgar por las declaraciones del presidente
Obama, Estados Unidos considera esto como una alternativa a la acción
militar.
Yo saludo el interés del presidente en continuar el diálogo con Rusia
sobre Siria. Tenemos que trabajar juntos para mantener viva esta
esperanza, como acordamos durante la reunión del G-8 en Lough Erne, en
Irlanda del Norte, en junio y volver a la vía de las negociaciones.
Si podemos evitar el uso de la fuerza contra Siria, lograremos
cambiar drásticamente el ambiente en la situación internacional y
fortaleceremos la confianza mutua. Para nosotros será un éxito
compartido y abrirá la puerta a la cooperación en otras cuestiones
fundamentales.
Mi relación laboral y personal con el presidente Obama está marcada
por una creciente confianza. Lo agradezco. Estudié detalladamente su
discurso a la nación del martes. Y me permito polemizar sobre un asunto
clave y fundamental.
En su discurso el presidente de EE.UU. intentó argumentar la
excepcionalidad de la nación estadounidense. La política de Estados
Unidos es “lo que lo hace diferente” de otros países. Es lo que nos hace
excepcionales”, dijo. Considero muy peligroso animar a la gente a verse
como algo excepcional, sea cual sea la motivación. Hay países grandes y
países pequeños, ricos y pobres, países con una larga tradición
democrática y otros que todavía están buscando su camino a la
democracia. Sus políticas son diferentes, también. Todos somos
diferentes, pero cuando pedimos las bendiciones del Señor, no debemos
olvidar que Dios nos creó iguales.
RT