Aunque
el voto definitivo está en manos del Senado y que Dilma no está
dispuesta a convalidar con su renuncia los chanchullos parlamentarios,
el golpe está en marcha y Brasil vive momentos de grave y dolorosa
crisis política y económica. El tema es analizado en los siguientes
artículos de Gilberto Maringoni, Luiz Gonzaga Belluzzo y Gabriel
Galípolo.
Tiene cara de legal y forma de legal, pero no pasa de un golpe
Gilberto Maringoni
Rápido. La Cámara consumó el golpe hondureño o paraguayo, según los gustos de cada feligrés.
No
más tanques y tropas en torno al Palacio, sino un berenjenal confuso de
acusaciones a la mandataria, envasado en flexibles lecturas de la
Constitución. No más “cuarteleras alborozadas que van a molestar a los
granaderos y provocar extravagancias del Poder Militar”, como decía el
ex dictador Humberto Castello Branco (1897-1967). Las cuarteleras
prefieren ahora molestar a los financistas y jueces, todo bajo el manto
legal y avalado por “renombrados juristas”, la categoría de la hora.
Aunque
el proceso sigue en el Senado, la suerte está echada: terminó el
gobierno de Dilma. Mejor dicho: llegamos al final de 14 años de lulismo.
Tenemos en el Palacio una presidenta que ya no dirige al país.
El
gobierno será- en pocas semanas – tomado por asalto por lo que hay de
más pútrido y corrupto en la política brasileña. Sectores sin voto y sin
ninguna condición para alcanzar el poder por una elección popular, se
acuartelarán en el Planalto, en la explanada y en las empresas estatales
y continuarán aplicando una versión dura del libreto que Dilma Rousseff
ya venía adoptando, desde que tiró a la basura sus promesas y entró de
cabeza en el programa de su adversario de 2014.
Es preciso
denunciar el golpe para avanzar. Tan real como esta afirmación, es
forzoso decir: sin apuntar opciones y errores cometidos, no se avanzará.
No se trata de ir atrás de los culpables, sino de saber que la
responsabilidad por los 7 a 1 no es de los alemanes, sino de nuestro
propio equipo.
El PT construyó, a lo largo de los últimos 14 años, un mito. El de que es posible cambiar Brasil sin conflictos o rupturas.
Durante
un tiempo de crecimiento económico – por factores externos- ese camino
parecía factible. En una época de recesión, no más.
Austeridad
No habrá cambios de
rumbo
en un gobierno de Michel Temer. Ellas serán de ritmo e intensidad. En
las condiciones actuales, eso constituirá una gran diferencia.
¿Cuál
era el programa de Aécio (Neves) /1/, que Dilma eligió para gobernar?
En rápidas palabras, hacía una lectura de que los crecientes déficits
presupuestarios tendrían que ser solucionados con un tratamiento de
shock. Habría un estallido inflacionario y la receta tendría que ser una
trompada ortodoxa. Esto implicaría realismo tarifario en los precios
administrados, austeridad presupuestaria, aumento de los intereses y
todo el prospecto del manual neoclásico.
El ajuste que se lanzó al
inicio
de 2015 significó recortes de inversiones y financiamiento, quita de
derechos a los trabajadores, encarecimiento del crédito y ajustes en el
presupuesto público.
El recetario, al contrario de lo que se
divulga, obtuvo un éxito espectacular. Nunca fue propósito del ajuste
promover el desarrollo o cosa parecida.
A través de él, se realineó el tipo de cambio, se redujo la actividad
económica, se derrumbó el PIB, se privatizó más de 20 empresas estatales
– en especial del sector eléctrico -, aumentó el desempleo (una de las
piezas maestras para reducir los salarios) y se agravaron los conflictos
sociales. Todo era perfectamente predecible, especialmente en medio de
la mayor crisis capitalista planetaria de las últimas ocho décadas.
Curiosamente,
se cumplía allí la máxima neoliberal: no hay alternativas. Gobierno y
oposición tienen el mismo diagnóstico y remedio. O, en el sentido común
lulista, todos se pueden sentar alrededor de una mesa y llegar a un
consenso sobre lo que es mejor para el país.
Hay un problema en
ese razonamiento: puede ser ejecutado, pero no puede ser dicho. Durante
la elección, se volvió para la campaña petista el programa que no se
atreve a llamarse por su nombre, para usar eufemismo de Oscar Wilde para
mencionar el amor entre los hombres.
Aécio y Dilma tenían en mente el mismo ajuste. Él lo anunciaba como la salvación, ella reprobó tal posibilidad. Y ganó
Estelionato electoral
Tal
vez todavía demore en caer la ficha de los petistas sobre la inmensa
gravedad de aquello que quedó popularizado como “estelionato electoral”.
Evalúan -pienso yo – que se trata de un problema, pero no tanto, porque
Fernando Henrique Cardoso (FHC) hizo lo mismo en 1998. Prometió
estabilidad y, poco después de asumir el cargo, hubo fuga de capitales,
crisis cambiaria y aumento de la Selic /2/del 44.95%, en marzo de 1999.
El tucano cosechó una elevada tasa de rechazo a lo largo de su segundo
mandato y perdió las elecciones de 2002. En tanto había una fuerza
política que se consolidaba como nueva organizadora del sistema – el PT –
la institucionalidad no fue sacudida.
O sea, que el partido de
Lula comenzaba a cumplir el papel de nuevo vector alrededor del
ordenamiento político, en torno del cual las disputas se articulaban. Un
papel análogo fue cumplido por el PMDB en la segunda mitad de los años
1980 y por el PSDB en la década siguiente.
En las elecciones de 2014 el cuadro era otro
Un
año y medio antes, Brasil fue convulsionado por movilizaciones
espectaculares. Sin comprender el malestar social que se diseñaba, las
respuestas oficiales fueron insuficientes. Pero las movilizaciones
expresaban en las calles un enfrentamiento entre la derecha y la
izquierda, que saldría a la luz más tarde.
En 2014, tuvimos las
más disputadas y politizadas elecciones presidenciales desde 1989,
cuando Lula y Fernando Collor confrontaron armas en las redes
nacionales. En la refriega que llevó a Dilma Rousseff a su segundo
mandato, el diferencial fue sobre la independencia del Banco Central, el
comportamiento de los principales medios de comunicación, el repudio al
ajuste y a la pérdida de derechos. ¡Algo raro en términos mundiales!
Con un factor adicional: el enfrentamiento se dio sin que hubiese un
nuevo vector organizador a la vista. A todos los efectos, el PT seguía
cumpliendo ese papel.
La historia que siguió es conocida. Tres
días después del cierre de las urnas, el Banco Central elevó la tasa de
interés – contrariando el discurso desarrollista de campaña – varios
personajes ligados a la derecha fueron nominados para los ministerios,
medidas drásticas fueron anunciadas en la economía y la popularidad de
la mandataria se derrumbó pronto en los primeros meses.
El
electorado sintió que había sido engañado. Lo sintió en la cuenta de la
luz, en el precio de la gasolina, en el aumento del desempleo y la caída
de sus ingresos. Y ni siquiera recibió una explicación plausible para
tan sorprendente desafección.
El estelionato fue equivalente a un
torpedo disparado contra el principal pilar de la democracia: la
legitimidad del voto. El elector escoge a partir de una expectativa,
anclada en la prédica de los candidatos. Cuando se rompe la conexión
entre el voto y la acción concreta ¿Cuál es el valor de las elecciones?
La
acción petista descalificó no sólo su gestión, sino la propia práctica
democrática. Y erosionó los principios del funcionamiento de la
institucionalidad. Si la opción popular nada vale, se puede todo, vale
todo.
El avance de la derecha
Al girar contra las bases
sociales históricas del PT y perder su apoyo, Dilma se convirtió
gradualmente en una presidenta de una enrarecida legitimidad. Entonces, a
mitad del 2015, uno podía preguntarse “¿al final, a quién representa la
Presidenta?”.
Las respuestas son encontradas. La tabla de salvación pasó a ser la de alegar los 54,5 millones de votos.
Pero
el número da testimonio de una situación específica del día 27 de
octubre de 2014. Asegura la legalidad del mandato, pero no expresa un
proceso de pérdida objetiva de apoyo.
Es justamente ese punto, la pérdida de apoyo, lo que abre el espacio para la derecha.
Las
fuerzas conservadoras no cambiaron. Siguen siendo elitistas,
excluyentes y antidemocráticas como siempre lo fueron. Pero quedaron
contenidas por más de una década mediante la altísima legitimidad de los
Presidentes Lula (2003-20010) y Dima Rousseff, en su gobierno inicial
(2011-2014). Esto garantizó que el pacto de convivencia, establecido en
2002, fuese mantenido.
Al percibir que el muro de contención, materializado por su
representatividad social, fue implosionado por la propia mandataria y
que la práctica democrática fue debilitada, la derecha avanzó en toda la
línea ya sea en el Congreso, en los medios de prensa y en las calles.
Dilma
aplica el programa de la derecha, pero no es totalmente confiable a la
derecha. Ella puede entregar el Pré-Sal, formular la ley antiterrorista,
sancionar la ley mordaza contra la izquierda en las elecciones, puede
privatizar, financierizar, etc.etc., pero no basta.
Aparecieron dos problemas
El
primero es la profundidad de la crisis. Con el final del súper ciclo de
las commodities, no hay más excedentes para distribuir. Terminó el
gana-gana para ricos y pobres y es necesario preservar los intereses de
la parte de los de arriba. Esto se está haciendo vía recesión y
desempleo.
Para ser más claro, terminó el pacto establecido en
2002, entre el PT y las clases dominantes. La Carta a los brasileños, en
síntesis, decía: pueden gobernar, siempre y cuando no toquen nada de lo
que es esencial. De este modo, se preservó la política económica de
FHC, no se tocó ni la Ley de Amnistía; los monopolios de los medios de
comunicación, la propiedad de la tierra y las ganancias de la punta de
la pirámide social quedaron intactas.
El segundo, ahora, para alcanzar estos logros, es esencial reprimir a
los de abajo. Y esto, hasta ahora, el gobierno de Dilma no hizo, incluso
por los vínculos históricos del PT con el movimiento popular.
En
una situación de agudización de la lucha de clases, enfrentar a estos
sectores es imprescindible. Es urgente seguir el ejemplo de los Estados
de São Paulo, Paraná y Goiás – gobernados por el PSDB-, donde un Estado
de excepción informal ya está vigente.
El golpe de estado
Es
en este contexto que aparece el atajo del impeachment , para dar el
golpe que no se atreven a llamarlo por su nombre. Es por la manipulación
de magistrados arribistas, instrumentalizando a la Policía Federal –
frente a la omisión gubernamental – y usando a los medios de
comunicación (financiados y prestigiados por la administración federal)
que se llega al resultado 367 (votos a favor) 137 (en contra) en la
Cámara de Diputados.
El golpe no vino de afuera de la coalición
gubernamental, sino de su interior. No fue un choque clásico de
oficialismo versus oposición, sino la expresión clara del agotamiento
del Pacto. No fue un golpe en una noche de verano. Fue cuidadosamente
construido por los dos lados.
La noche del 17 de abril de 2016
pasará a la historia como una infamia. La basura de la política se
desgañitó en el micrófono para agradecer a Dios, a la familia (y la
propiedad, podríamos decir) y canceló un tapetão /3/ institucional en la
democracia brasileña. El problema de esta no es el hecho de ser joven y
tierna. Es el hecho de ser una democracia de clase, en un país con
enormes diferencias sociales. Por eso ella es inestable.
Desobediencia
Resta
a los demócratas la denuncia, la rebelión, la desobediencia civil y la
lucha. Y la necesidad urgente de reconstruir no sólo la izquierda, sino
un nuevo vector progresista.
La gran novedad fue la constatación
de que existe una izquierda de masas viva y pujante. Tal vez los frentes
surgidos en esta guerra – El Pueblo sin Miedo y Brasil Popular – sean
embriones de un nuevo polo organizativo.
No nos engañemos: el
gobierno Temer tendrá inmensas dificultades para estabilizarse. La
crisis es profunda. Incluso usando el discurso de la “herencia maldita”,
blandido por el PT hace más de una década, sin mejorar mínimamente la
vida del pueblo, su ya escasa legitimidad irá por el desagüe.
En fin, es hora de lamer heridas.
Pero es urgente la necesidad de
examinar los errores y las insuficiencias de este período. Solo así será
posible avanzar y no sudar en una cinta caminadora, en la que se tiene
la ilusión de correr sin salir del lugar.
Notas:
1) Aécio Neves da Cunha, candidato a presidente por el PSDB para las elecciones de 2014, ex gobernador de Mina Gerais;
2)
Selic, indicador de referencia establecido por el Banco Central para la
tasa de interés; tapetão, de la jerga del mundo futbolístico, cuando un
partido se pierde en el juego y se pretende ganar en el Tribunal.
* Ensayistas brasileños
Fuente:
http://www.gracus.com.ar/2016/05/04...
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