lunes, 15 de abril de 2019

La construcción de Vladimir Putin


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La construcción de Vladimir Putin


Por Alejandro Nadal
Vivimos en una época de falsificaciones históricas. En las relaciones internacionales, los adversarios y los enemigos son frecuentemente el resultado de un complicado proceso de construcción social. Eso conduce paulatinamente a distorsiones peligrosas que llevan a provocar guerras y otros cataclismos. La historia de las percepciones que hoy se cultivan sobre Vladimir Putin es un […]

Vivimos en una época de falsificaciones históricas. En las relaciones internacionales, los adversarios y los enemigos son frecuentemente el resultado de un complicado proceso de construcción social. Eso conduce paulatinamente a distorsiones peligrosas que llevan a provocar guerras y otros cataclismos.
La historia de las percepciones que hoy se cultivan sobre Vladimir Putin es un ejemplo de ese tipo de evoluciones. La obsesión de Estados Unidos por mantener su hegemonía está íntimamente relacionada con esta crónica. El poderío del lobby industrial-militar es el motor principal del proceso. Y el papel de los medios de comunicación para moldear la opinión pública es el otro ingrediente clave. El resultado es un peligroso pantano del que las dos más grandes potencias nucleares difícilmente podrán escapar. Hoy el enfrentamiento se concentra en Siria y Ucrania, pero podría transformarse en una confrontación nuclear entre ambas potencias.
En 1989 el muro de Berlín fue derribado. A cambio de aceptar la reunificación de Alemania, Mijail Gorbachov recibió las seguridades de que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no se expandiría para incorporar a los antiguos países satélites de la URSS. En 1990 Gorbachov escuchó a James Baker, secretario de Estado, prometer que la OTAN no se movería ni una pulgada en dirección al este. Las mismas promesas se hicieron en reuniones con Helmut Köhl, primer ministro alemán. El canciller Genscher fue claro en su discurso del 31 de enero 1990: Los cambios en Europa oriental y la reunificación alemana no deben lastimar los intereses soviéticos en materia de seguridad y, por tanto, la OTAN no debe expandirse hacia el este o acercarse a las fronteras soviéticas. Esas fueron las promesas y garantías que escuchó Gorbachov, último dirigente soviético.
La Unión Soviética fue disuelta en 1991. En 1993, el presidente ruso Yeltsin volvió a recibir garantías sobre la no expansión de la OTAN. Pero en marzo de 1999 las cosas cambiaron: Polonia, Hungría y República Checa ingresaron a la OTAN. Fue un acontecimiento muy mal recibido en Rusia. Yeltsin se sintió traicionado y enfureció. George Kennan, artífice de la política de contención de la Unión Soviética, describió la expansión de la OTAN como un terrible error histórico.
Vladimir Putin accedió a la presidencia de Rusia en mayo de 2000. Un año después pidió que Rusia se convirtiera en miembro de la OTAN, lo que cambiaría radicalmente la naturaleza de la alianza atlántica para convertirla en una asociación garante de la paz regional. La respuesta de Washington y de Europa fue negativa.
Tras los ataques a las Torres Gemelas, en septiembre de 2001, Putin llamó a George W. Bush y le ofreció su apoyo. Durante los preparativos para la invasión a Afganistán, Putin permitió el transporte y despliegue de militares estadounidenses en las fronteras rusas. Pero más tarde, cuando en 2004 la OTAN acogió en su seno a otros siete países de Europa central y oriental (incluyendo Bulgaria y las repúblicas del Báltico), la exasperación de Putin llegó al límite.
En 2007, Putin recordó a los líderes del G7 las promesas incumplidas. La expansión de la OTAN, señaló, es una provocación que mina la confianza rusa. Acto seguido preguntó: ¿Contra quién está dirigida esa expansión de la OTAN? Al año siguiente, cuando las señales apuntaban hacia la admisión en la OTAN de Georgia, una exrepública de la antigua URSS, Moscú intervino militarmente para impedir que Tbilisi sofocara un levantamiento separatista. Era una señal para congelar el crecimiento de la OTAN.
En febrero de 2014 se consumó un golpe de Estado en Kiev que culminó con la entronización de un régimen poco amistoso hacia Moscú. En la opinión de Stephen Cohen, investigador de la universidad de Princeton, la anexión de Crimea fue más una respuesta reactiva de Moscú que un acto de agresión, pero Washington respondió con nuevas sanciones que hacen más difícil cualquier salida negociada. El proyecto de convertir Ucrania en otro miembro de la OTAN sigue adelante. Para Rusia esa es la línea roja en el sendero a una guerra.
Estados Unidos ahora ha denunciado el tratado de armas de alcance intermedio, lo que abre un nuevo capítulo en la carrera armamentista. En su obsesión por mantener una hegemonía incontestada, el complejo militar-industrial mantiene viva la tradición de la guerra fría. Putin no es ningún santo de la caridad, pero tampoco es lo que los medios estadounidenses han construido. Al igual que Gorbachov y Yeltsin, Putin es un viejo reflejo que siente la amenaza de una Europa que ha atacado dos veces a Rusia en los pasados 100 años. Trágicamente, la llegada de Trump y su delirio egocéntrico sirven de catalizador para que una parte importante de la clase política estadounidense vuelva a deleitarse con los desvaríos de la guerra fría que nunca parece terminar. Vivimos tiempos más peligrosos de lo que se piensa.
www.jornada.com.mx/2019/04/10/opinion/021a1eco

El mito del capitalismo estadounidense expuesto: la competencia se está muriendo a medida que las grandes corporaciones se engullan todo


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El mito del capitalismo estadounidense expuesto: la competencia se está muriendo a medida que las grandes corporaciones se engullan todo





The Myth Of American Capitalism Exposed: Competition Is Dying As The Biggest Corporations Gobble Up Everything
4 de diciembre de 2018 por Michael Snyder
La competencia vibrante es absolutamente esencial para que un sistema económico capitalista funcione de manera efectiva. Desafortunadamente, en los Estados Unidos hoy estamos presenciando la muerte de la competencia en una industria tras otra a medida que las corporaciones más grandes se engullan cada vez más a todos sus competidores. John D. Rockefeller dijo la famosa frase, una vez que “la competencia es un pecado”, y fue uno de los primeros oligopolistas de Estados Unidos. Según Google, un oligopolio es “un estado de competencia limitada,  en el que un mercado es compartida por un pequeño número de productores o vendedores”, y que es una perfecta descripción del estado actual de las cosas en muchas industrias importantes. En los primeros Estados Unidos, las corporaciones tenían un alcance muy limitado, y en la mayoría de los casos solo se suponía que existían temporalmente. Pero hoy las corporaciones más grandes se han vuelto tan grandes que literalmente dominan a toda nuestra sociedad, y eso no es bueno para ninguno de nosotros.
Basta con mirar lo que está sucediendo en la industria aérea. Cuando estaba creciendo, había literalmente docenas de aerolíneas, pero ahora cuatro grandes corporaciones controlan todo y han estado obteniendo ganancias gigantescas …
Las aerolíneas de América solían ser famosas por dos cosas: Servicio terrible y peores finanzas. Hoy en día, los volantes aún soportan tarifas ocultas, vuelos tardíos, rodillas magulladas, adaptaciones aplaudidas y alimentos sub-par. Sin embargo, las aerolíneas ahora obtienen ganancias jugosas. Las aerolíneas de pasajeros programadas reportaron una ganancia neta después de impuestos de $ 15,5 mil millones en 2017, frente a los $ 14 mil millones en 2016.
Lo que es verdad de la industria aérea es cada vez más cierto de la economía de Estados Unidos. Las ganancias han aumentado en la mayoría de los países ricos en los últimos diez años, pero el aumento ha sido mayor para las empresas estadounidenses. Junto con una creciente concentración de propiedad, esto significa que los frutos del crecimiento económico están siendo monopolizados.
Si no le gusta cómo lo trata una aerolínea, en algunos casos puede elegir volar con otra persona la próxima vez.
Pero como señaló un artículo reciente de Bloomberg, cada vez es más difícil hacerlo …
United, por ejemplo, domina muchos de los aeropuertos más grandes del país. En Houston, United tiene una participación de mercado de alrededor del 60 por ciento, en Newark el 51 por ciento, en Washington Dulles el 43 por ciento, en San Francisco el 38 por ciento y en Chicago el 31 por ciento. Esta situación es aún más sesgada para otras aerolíneas. Por ejemplo, Delta tiene una participación de mercado del 80 por ciento en Atlanta. Para muchas rutas, simplemente no tienes otra opción.
Y, por supuesto, la industria aérea está lejos de estar sola. Sector por sector, el poder económico se está concentrando en unas pocas manos.
Por un momento, me gustaría que consideres estos números …
Dos corporaciones controlan el 90 por ciento de la cerveza que beben los estadounidenses.
Cinco bancos controlan aproximadamente la mitad de los activos bancarios de la nación.
Muchos estados tienen mercados de seguros de salud donde las dos principales aseguradoras tienen una participación de mercado del 80 al 90 por ciento. Por ejemplo, en
Una compañía de Alabama, Blue Cross Blue Shield, tiene una participación de mercado del 84 por ciento y en Hawai tiene una participación de mercado del 65 por ciento.
Cuando se trata de acceso a Internet de alta velocidad, casi todos los mercados son monopolios locales; más del 75 por ciento de los hogares no tienen otra opción con un solo proveedor. Cuatro jugadores controlan todo el mercado de carne de res de Estados Unidos y han dividido el país. Después de dos fusiones este año, tres compañías controlarán el 70 por ciento del mercado mundial de pesticidas y el 80 por ciento del mercado de semillas de maíz de los Estados Unidos. Sabía que las cosas estaban mal, pero no sabía que fueran tan malas. El capitalismo funciona mejor cuando se maximiza la competencia. En los sistemas socialistas, el gobierno mismo se convierte en un jugador importante en el juego, y ese nunca es un resultado deseable. En cambio, lo que queremos es que el gobierno sirva como un “árbitro” que haga cumplir las reglas que fomentan la competencia libre y justa. Jonathan Tepper, el autor de “El mito del capitalismo: Los monopolios y la muerte de la competencia”,  hizo este punto muy bien en un extracto de su nuevo libro … El capitalismo es un juego donde los competidores juegan según reglas en las que todos están de acuerdo. El gobierno es el árbitro, y al igual que usted necesita un árbitro y un conjunto de reglas acordadas para un buen juego de baloncesto, Necesita reglas para promover la competencia en la economía.
Abandonados a sus propios dispositivos, las empresas utilizarán cualquier medio disponible para aplastar a sus rivales. Hoy en día, el estado, como árbitro, no ha impuesto reglas que aumenten la competencia, Y a través de la captura normativa se han creado reglas que limitan la competencia.
Nuestros fundadores desconfiaban mucho de las grandes concentraciones de poder. Por eso querían un gobierno federal muy limitado, y es también por eso que ponen restricciones sustanciales a las entidades corporativas.
Cuando el poder está muy concentrado, la mayoría de las recompensas tienden a fluir hacia la parte superior de la pirámide, Y eso es precisamente lo que hemos estado presenciando. Lo siguiente viene del New York Times …
Incluso cuando el crecimiento económico ha sido decente, como lo es ahora, la mayor parte de la recompensa ha llegado a la cima. Las ganancias semanales medianas han crecido un miserable 0.1 por ciento al año desde 1979. La familia estadounidense típica hoy en día tiene un patrimonio neto más bajo que la familia típica hace 20 años. La esperanza de vida, sorprendentemente, ha caído esta década.
¿Entonces, cuál es la solución?
Bueno, una de las grandes cosas que debemos hacer es dejar de aplastar a las pequeñas empresas.
En los Estados Unidos de hoy, la tasa de creación de pequeñas empresas ha estado rondando los mínimos históricos y el porcentaje de estadounidenses que trabajan para ellos mismos ha estado rondando los mínimos históricos.
Para que exista más competencia, necesitamos que entren más competidores en el mercado, pero en cambio, hemos estado aplastando a “el pequeño” con montañas de regulaciones e impuestos profundamente opresivos.
¿Y sabes qué? A muchas de las grandes corporaciones realmente les gusta la burocracia porque saben que pueden manejarlo mucho más fácilmente que sus competidores mucho más pequeños. Eso les da una ventaja competitiva y crea una barrera de entrada que es difícil de superar.
Cuando estaba en el colegio, Me enseñaron que una de las razones por las que el sistema de los Estados Unidos era mucho mejor que los sistemas comunistas era porque teníamos muchas más opciones.
Pero hoy nuestras elecciones son muy limitadas en una industria tras otra, y a las gigantescas entidades corporativas que dominan todo realmente no nos importa si nos gusta o no.
Podemos hacer mucho mejor que esto, pero para hacerlo debemos regresar a los valores y principios sobre los que se fundó originalmente esta nación.
Sobre el Autor: Michael Snyder es un escritor nacional, personalidad de los medios y activista político. Es editor de The Most Important News y el autor de cuatro libros, entre ellos The Beginning Of The End y Living A Life That Really Matters.

Manifiesto a la Nación


rebelion.org

 Manifiesto a la Nación

 

 


Se cumplen cien años del asesinato del máximo dirigente de la Revolución Mexicana:
“La victoria se acerca, la lucha toca a su fin. Se libran ya los últimos combates y en estos instantes solemnes, de pie y respetuosamente descubiertos ante la nación, aguardamos la hora decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan, según el uso que hacen de la soberanía conquistada, esa soberanía por tanto tiempo arrebatada a nuestro pueblo, y la que con el triunfo de la revolución volverá ilesa, tal como se ha conservado y la hemos defendido aquí, en las montañas que han sido su solio y nuestro baluarte. Volverá dignificada y fortalecida para nunca más ser mancillada por la impostura ni encadenada por la tiranía.
Tan hermosa conquista ha costado al pueblo mexicano un terrible sacrificio, y es un deber, un deber imperioso para todos, procurar que ese sacrificio no sea estéril, por nuestra parte, estamos bien dispuestos a no dejar ni un obstáculo enfrente, sea de la naturaleza que fuere y cualquiera que sean las circunstancias en que se presente, hasta haber levantado el porvenir nacional sobre una base sólida, hasta haber logrado que nuestro país, amplia la vía y limpio el horizonte, marche sereno hacia el mañana grandioso que le espera.
Perfectamente convencidos de que es justa la causa que defendemos, con plena consciencia de nuestros deberes y dispuestos a no abandonar ni un instante la obra grandiosa que hemos emprendido, llegaremos resueltos hasta el fin, aceptando ante la civilización y ante la historia, las responsabilidades de este acto de suprema reivindicación.
Nuestros enemigos, los eternos enemigos de las ideas regeneradoras, han empleado todos los recursos y acudido a todos los procedimientos para combatir a la revolución, tanto para vencerla en la lucha armada, como para desvirtuarla en su origen y desviarla de sus fines.
Sin embargo, los hechos hablan muy alto de la fuerza y el origen de este movimiento. Más de treinta años de dictadura, parecían haber agotado las energías y dado fin al civismo de nuestra raza, y a pesar de ese largo periodo de esclavitud y enervamiento, estalló la revolución de 1910, como un clamor inmenso de justicia que vivirá siempre en el alma de las naciones como vive la libertad en el corazón de los pueblos para vivificarlos, para redimirlos, para levantarlos de la abyección a la que no puede estar condenada la especie humana.
Fuimos de los primeros en tomar parte de aquel movimiento, y el hecho de haber continuado en armas después de la expulsión de Porfirio Díaz y de la exaltación de Madero al poder, revela la pureza de nuestros principios y el perfecto conocimiento de causa con que combatimos y demuestra que no nos llevaban mezquinos intereses, ni ambiciones bastardas, ni siquiera los oropeles de la gloria, no; no buscábamos ni buscamos la pobre satisfacción del medro personal, ni anhelábamos la triste vanidad de los honores, ni queremos otra cosa que no sea el verdadero triunfo de la causa, consistente en la implantación de los principios, la realización de los ideales y la resolución de los problemas, cuyo resultado tiene que ser la salvación y el engrandecimiento de nuestro pueblo. La fatal ruptura del Plan de San Luis Potosí motivó y justificó nuestra rebeldía contra aquel acto que invalidaba todos los compromisos y defraudaba todas las esperanzas; que nulificaba todos los esfuerzos y esterilizaba todos los sacrificios y truncaba, sin remedio, aquella obra de redención tan generosamente emprendida por los que dieron sin vacilar, como abono para la tierra, la sangre de sus venas. El Pacto de Ciudad Juárez devolvió el triunfo a los enemigos y la víctima a sus verdugos; el caudillo de 1910 fue el autor de aquella amarga traición, y fuimos contra él, porque, lo repetimos: ante la causa no existen para nosotros las personas y conocemos lo bastante la situación para dejarnos engañar por el falso triunfo de unos cuantos revolucionarios convertidos en gobernantes; lo mismo que combatimos a Francisco I. Madero, combatiremos a otros cuya administración no tenga por base los principios por los que hemos luchado.
Roto el Plan de San Luis, recogimos su bandera y proclamamos el Plan de Ayala. La caída del gobierno pasado no podía significar para nosotros más que un motivo para redoblar nuestro esfuerzo, porque fue el acto más vergonzoso que pueda registrarse; ese acto de abominable perversidad, ese acto incalificable que ha hecho volver el rostro indignados y escandalizados a los demás países que nos observan y a nosotros nos ha arrancado un estremecimiento de indignación tan profunda, que todos los medios y todas las fuerzas juntas no bastarían a contenerla, mientras no hayamos castigado el crimen, mientras no ajusticiemos a los culpables.
Todo esto por lo que respecta al origen de la revolución, por lo que toca a sus fines, ellos son tan claros y precisos, tan justos y nobles, que constituyen por sí solos una fuerza suprema, la única con que contamos para ser invencibles, la única que hace inexpugnables estas montañas en que las libertades tienen su reducto.
La causa por la que luchamos, los principios e ideales que defendemos, son ya bien conocidos de nuestros compatriotas, puesto que en su mayoría se han agrupado en torno de esta bandera de redención de este lábaro santo del derecho, bautizado con el sencillo nombre de Plan de Villa de Ayala. Ahí están contenidas las más justas aspiraciones del pueblo, planteadas las más imperiosas necesidades sociales, y propuestas las más importantes reformas económicas y políticas, sin cuya implantación, el país rodaría inevitablemente al abismo, hundiéndose en el caos de la ignorancia, de la miseria y de la esclavitud.
Es terrible la oposición que se ha hecho al Plan de Ayala, pretendiendo, más que combatirlo con razonamientos, desprestigiarlo con insultos, y para ello, la prensa mercenaria, la que vende su decoro y alquila sus columnas, ha dejado caer sobre nosotros una asquerosa tempestad de cieno, de aquel en que se alimenta su impudicia y arrastra su abyección. Y sin embargo, la revolución, incontenible, se encamina hacia la victoria.
El gobierno, desde Porfirio Díaz a Victoriano Huerta, no ha hecho más que sostener y proclamar la guerra de los ahítos y los privilegiados contra los oprimidos y los miserables, no ha hecho más que violar la soberanía popular, haciendo del poder una prebenda; desconociendo las leyes de la evolución, intentando detener a las sociedades y violando los principios más rudimentarios de la equidad arrebatando al hombre los más sagrados derechos que le dió la naturaleza. He allí explicada nuestra actitud, he allí explicado el enigma de nuestra indomable rebeldía y he allí propuesto, una vez más, el colosal problema que preocupa actualmente no sólo a nuestros conciudadanos, sino también a muchos extranjeros. Para resolver este problema, no hay más que acatar la voluntad nacional, dejar libre la marcha a las sociedades y respetar los intereses ajenos y los atributos humanos. Por otra parte, y concretando lo más posible, debemos hacer otras aclaraciones para dejar explicada nuestra conducta del pasado, del presente y del porvenir.
La nación mexicana es demasiado rica. Su riqueza, aunque virgen, es decir todavía no explotada, consiste en la agricultura y la minería; pero esa riqueza, ese caudal de oro inagotable, perteneciendo a más de quince millones de habitantes, se halla en manos de unos cuantos miles de capitalistas y de ellos una gran parte no son mexicanos. Por un refinado y desastroso egoísmo, el hacendado, el terrateniente y el minero, explotan esa pequeña parte de la tierra, del monte y de la vera, aprovechándose ellos de sus cuantiosos productos y conservando la mayor parte de sus propiedades enteramente vírgenes, mientras un cuadro de indescriptible miseria tiene lugar en toda la República.
Es más, el burgués, no conforme con poseer grandes tesoros de los que a nadie participa, en su insaciable avaricia, roba el producto de su trabajo al obrero y al peón, despoja al indio de su pequeña propiedad y no satisfecho aún, lo insulta y golpea haciendo alarde del apoyo que le prestan los tribunales, porque el juez, única esperanza del débil, hállase también al servicio de la canalla; y ese desequilibrio económico, ese desquiciamiento social, esa violación flagrante de las leyes naturales y de las atribuciones humanas, es sostenida y proclamada por el gobierno, que a su vez sostiene y proclama pasando por sobre su propia dignidad, la soldadesca execrable.
El capitalista, el soldado y el gobernante habían vivido tranquilos, sin ser molestados, ni en sus privilegios ni en sus propiedades, a costa del sacrificio de un pueblo esclavo y analfabeta, sin patrimonio y sin porvenir, que estaba condenado a trabajar sin descanso y a morirse de hambre y agotamiento, puesto que, gastando todas sus energías en producir tesoros incalculables, no le era dado contar ni con lo indispensable siquiera para satisfacer sus necesidades más perentorias.
Semejante organización económica, tal sistema administrativo que venía a ser un asesinato en masa para el pueblo, un suicidio colectivo para la nación y un insulto, una vergüenza para los hombres honrados y conscientes, no pudieron prolongarse por más tiempo y surgió la revolución, engendrada, como todo movimiento de las colectividades, por la necesidad. Aquí tuvo su origen el Plan de Ayala.
Antes de ocupar don Francisco I. Madero la presidencia de la República, mejor dicho, a raíz de los Tratados de Ciudad Juárez se creyó en una posible rehabilitación del débil ante el fuerte, se esperó la resolución de los problemas pendientes y la abolición del privilegio y del monopolio, sin tener en cuenta que aquel hombre iba a cimentar su gobierno en el mismo sistema vicioso y con los mismos elementos corruptos con que el caudillo de Tuxtepec, durante más de seis lustros, extorcionó a la nación. Aquello era un absurdo, una aberración, y sin embargo, se esperó porque se confiaba en la buena fe del que había vencido al dictador. El desastre, la decepción no se hicieron esperar. Los luchadores se convencieron entonces de que no era posible salvar su obra ni asegurar su conquista dentro de esa organización morbosa y apolillada, que necesariamente había de tener una crisis antes de derrumbarse definitivamente: la caída de Francisco I. Madero y la exaltación de Victoriano Huerta al poder.
En este caso y conviniendo en que no es posible gobernar al país con ese sistema administrativo sin desarrollar una política enteramente contraria a los intereses de las mayorías, y siendo, además, imposible la implantación de los principios por que luchamos, es ocioso decir que la Revolución del Sur y Centro, al mejorar las condiciones económicas, tiene, necesariamente, que reformar de antemano las instituciones, sin lo cual, fuerza es repetirlo, le será imposible llevar a cabo sus promesas. Allí está la razón de por qué no reconoceremos a ningún gobierno que no nos reconozca y, sobre todo, que no garantice el triunfo de nuestra causa.
Puede haber elecciones cuantas veces se quiera; pueden asaltar, como Huerta, otros hombres la silla presidencial, valiéndose de la fuerza armada o de la farsa electoral, y el pueblo mexicano puede también tener la seguridad de que no arriaremos nuestra bandera ni cejaremos un instante en la lucha, hasta que, victoriosos, podamos garantizar con nuestra propia cabeza el advenimiento de una era de paz que tenga por base la justicia y como consecuencia la libertad económica. Si como lo han proyectado esas fieras humanas vestidas de oropeles y listones, esa turba desenfrenada que lleva tintas en sangre las manos y la consciencia, realizan con mengua de la ley la repugnante mascarada que llaman elecciones, vaya desde ahora, no sólo ante el nuestro sino ante los pueblos todos de la Tierra, la más enérgica de nuestras protestas, en tanto podamos castigar la burla sangrienta que se haga a la Constitución del 57.
Téngase, pues, presente que no buscaremos el derrocamiento del actual gobierno para asaltar los puestos públicos y saquear los tesoros nacionales, como ha venido sucediendo con los impostores que logran encumbrar a las primeras magistraturas, sépase de una vez por todas, que no luchamos contra Huerta únicamente, sino contra todos los gobernantes y los conservadores enemigos de la hueste reformista, y sobre todo, recuérdese siempre que no buscamos honores, que no anhelamos recompensas, quevamos sencillamente a cumplir el compromiso solemne que hemos contraido dando pan a los desheredados y una patria libre, tranquila y civilizada a las generaciones del porvenir. Mexicanos: si esta situación anómala se prolonga; si la paz, siendo una aspiración nacional, tarda en volver a nuestro suelo y a nuestros hogares, nuestra será la culpa y no de nadie. Unámonos en un esfuerzo titánico y definitivo contra el enemigo de todos, juntemos nuestros elementos, nuestras energías y nuestras voluntades y opongámonos cual una barricada formidable a nuestros verdugos; contestemos dignamente, enérgicamente ese latigazo insultante que Huerta ha lanzado sobre nuestras cabezas;rechacemos esa carcajada burlesca y despectiva que el poderoso arroja, desde los suntuosos recintos donde pasea su encono y su soberbia, sobre nosotros, los desheredados que morimos de hambre en el arroyo.
No es preciso que todos luchemos en los campos de batalla, no es necesario que todos aportemos un contingente de sangre a la contienda, no es fuerza que todos hagamos sacrificios iguales en la revolución; lo indispensable es que todos nos irgamos resueltos a defender el interés común y a rescatar la parte de soberbia que se nos arrebata.
Llamad a vuestras conciencias; meditad un momento sin odio, sin pasiones, sin prejuicios, y esta verdad, luminosa como el sol, surgirá inevitablemente ante vosotros: la revolución es lo único que puede salvar a la República.
Ayudad, pues, a la revolución. Traed vuestro contingente, grande o pequeño, no importa cómo; pero traedlo. Cumplid con vuestro deber y seréis dignos; defended vuestro derecho y seréis fuertes, y sacrificaos si fuere necesario, que después la patria se alzará satisfecha sobre un pedestal inconmovible y dejará caer sobre vuestra tumba un puñado de rosas. Reforma, Libertad, Justicia y Ley”
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/manifiesto-a-la-nacion/

Panamá: El Incidente de la Tajada de Sandía y el filibusterismo

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Panamá: El Incidente de la Tajada de Sandía y el filibusterismo


Por Olmedo Beluche
Un elemento poco conocido en Panamá es que los filibusteros tuvieron un papel relevante en el Incidente de la Tajada de Sandía. Según Aims, el 15 de abril de 1856, se encontraban en Panamá unos 40 filibusteros que se dirigían a Nicaragua para reforzar el ilegítimo gobierno de Walker.

Desde la debacle del imperio colonial español, con las guerras de independencia, a inicios del siglo XIX, Centroamérica, y en particular Nicaragua y Panamá, eran vistas con codicia tanto por Inglaterra como por la emergente potencia norteamericana. Ambas naciones eran conscientes que el control del Istmo catapultaría sus intereses comerciales.
Hacia la década de 1840, Inglaterra parecía el principal peligro pues había iniciado un proceso de influencia y colonización sobre todo el Caribe centroamericano, desde Belice, pasando por Nicaragua, hasta lo que hoy es la provincia de Bocas del Toro en Panamá.
Aquí inclusive habían movido sus fichas con algunos capitalistas que oficiaban de agentes comerciales de los ingleses para proponer en diversos momentos la creación de una ciudad “hanseática”, es decir, separarla de la soberanía neogranadina para, en nombre de una falsa autonomía, sujetarla a Inglaterra cuya cabeza de playa se hallaba en Jamaica.
Diversos incidentes con los ingleses, por entonces la principal potencia naval del mundo, llevaron a la diplomacia neogranadina a firmar, en 1846, el Tratado Mallarino-Bidlack, por el cual la Nueva Granada ofrecía a Estados Unidos paso libre de impuestos a cambio de que sirviera de garante a su soberanía sobre el Istmo de Panamá. La intención inicial era que el tratado sirviera de contención a los intereses expansionistas de los ingleses, los cuales se verían confrontados con los norteamericanos. Pero a la larga fue una mala jugada que dio pie al intervencionismo norteamericano.
Una década después de firmado ese pacto, el expansionismo que se había tornado concreto y peligroso era el norteamericano. Uno de los subproductos de la guerra contra México fue el surgimiento de bandas paramilitares norteamericanas que empezaron a actuar en la región para imponer por la fuerza sus intereses. Eran bandas privadas, parecidas a lo que hoy serían las empresas de “seguridad”, al estilo de Blackwater. Se les llamó filibusteros.
El más conocido filibustero fue William Walker, contratado por empresarios norteamericanos para imponer su control en Nicaragua, y que terminó autoproclamándose presidente de ese país, justamente en 1855. Walker pretendió que Nicaragua fuera anexionada a Estados Unidos como un estado más. Lo cual no logró, siendo derrocado en 1856 y posteriormente ejecutado hacia 1860 en Honduras.
La lucha contra Walker había revivido los sentimientos de unidad latinoamericanos y, de hecho, es la lucha unificada de los centroamericanos la que le expulsa de Nicaragua. El historiador Aims McGuinness afirma que de esta época data el concepto “latinoamericano” por oposición al “anglosajón”, y un renovado sentimiento de unidad hispana contra la dominación norteamericana, que había quedado dormido tras el fracaso de Simón Bolívar. El panameño Justo Arosemena sería uno de los primeros en apelar a esta idea a mediados del XIX.
Un elemento poco conocido en Panamá es que los filibusteros tuvieron un papel relevante en el Incidente de la Tajada de Sandía. Según Aims, el 15 de abril de 1856, se encontraban en Panamá unos 40 filibusteros que se dirigían a Nicaragua para reforzar el ilegítimo gobierno de Walker. La prensa panameña había alertado de su presencia, prevaleciendo el temor de que podrían intentar aquí una aventura semejante a la de Nicaragua.
Y no estaban errados quienes así creían, pues las indagaciones judiciales posteriores informan que los filibusteros jugaron un papel central en el enfrentamiento. Uno de ellos, Joseph Stokes, muerto en la estación del ferrocarril, liderizó la resistencia armada contra las autoridades panameñas. Lo cual fue reconocido por Horace Bell, otro de los filibusteros, quien llegaría a ser cronista en la ciudad de Los Ángeles, California.
La fuerza demostrada por el pueblo panameño durante el “incidente”, no constituyó simplemente una respuesta frente a la marginación y el racismo yanquis, sino que fue una lucha consciente contra cualquier intento anexionista de los norteamericanos, un acto de solidaridad con el hermano pueblo de Nicaragua, y un gesto hacia la unidad latinoamericana.
Pocos meses después, en septiembre de 1856, el gobernador conservador, Francisco de Fábrega, solicitó la primera intervención armada del ejército norteamericano en Panamá, apelando al Tratado Mallarino/Bidlack, para que le asegurara las elecciones que temía perder a manos de los liberales radicales del arrabal.
Olmedo Beluche