(
Ilustración: Danna Chiarenza)
Era unos de esos días calientes en Brasilia, lugar donde los poderes de
la política institucional de Brasil hacen sus negocios en los palacios
del gobierno. Era el año 2015 y estábamos en campaña contra la reducción
de la edad de imputabilidad penal. El plenario del Parlamento se
encontraba polarizado: de un lado, los parlamentarios de la “banca de la
bala”, defensores de la pena de muerte, la militarización y la tenencia
de armas por parte de la población; del otro estábamos nosotros,
insistiendo con que la reducción de la edad no era la solución e
intentando incidir sobre la opinión de los diputados aún dubitativos. De
hecho, la mayoría de los diputados ni siquiera había leído el proyecto
de ley. En esta época, Eduardo Cunha –uno de los articuladores del golpe
palaciego que sacó a Dilma Rousseff del gobierno, en 2016– era
presidente de la Cámara Baja y hacía cada vez más difícil el acceso al
edificio, sobre todo al momento de las votaciones sobre temas polémicos.
Las órdenes eran restringir el acceso de los activistas para garantizar
una votación tranquila.
Entre todas las figuras que defendían el
encarcelamiento de niños y adolescentes estaba Jair Bolsonaro. Él daba
una entrevista a un canal de TV donde decía que había que proteger a la
sociedad, que no se podía esperar que los hechos de violencia cometidos
por menores ocurrieran y después soltar palomas blancas y hacer abrazos
simbólicos contra la violencia. A cada momento, con más vehemencia,
decía que el derecho de un bandido era no tener derechos. El hombre
hablaba duro y alto, con un tono irritado y, por momentos, sarcástico,
gesticulaba con una impronta ofensiva, como preparándose para un ataque.
A
partir de entonces, Bolsonaro comenzó a ser una figura cada vez más
frecuente en los medios de comunicación. Las discusiones sobre la
reducción de la edad de imputabilidad volvieron a darse muchas veces y,
junto con ellas, también, las divergencias con la diputada Maria do
Rosário a quién, en el año de 2003, Bolsonaro había dicho que no la
violaba porque era muy fea y no se lo merecía. Maria do Rosário es
conocida por ser defensora de los derechos humanos y es diputada por el
PT de Río Grande del Sur.
De a poco, el personaje Bolsonaro se
fue popularizando. El diputado de Río de Janeiro por siete mandatos
también fue el diputado más votado en el año 1990, con casi medio millón
de votos. Río sufre un grave problema de inseguridad y la violencia,
combinada con la actuación de grupos paramilitares que controlan el
tráfico de drogas en este Estado, causan un malestar constante. Son
muchos los casos de asaltos y secuestros. Los policías de Río trabajan
bajo condiciones precarizadas, lo cual facilita el envolvimiento de
miembros de la corporación en hechos de corrupción y, en muchos casos,
en la participación directa con los grupos de narcotraficantes. El
discurso enérgico de Bolsonaro de que “bandido bueno es bandido muerto”,
y de valoración del trabajo de la Policía para que esta tenga más
seguridad y capacitación para proteger a la población, ha sido recibido
como una solución para el problema y explica sus éxitos electorales.
El golpe
En
la votación que destituyó a la entonces presidente electa Dilma
Rousseff, a partir de una maniobra jurídico-política conocida como “
pedaladas
fiscales”, Brasil pudo conocer a sus parlamentarios. El importante
momento histórico que llevó a millones de brasileros y brasileras a
poner atención en el espacio político-institucional, después de todos
los escándalos de corrupción desvelados por la
Operación Lava Jato, reveló el rasgo conservador y retrógrado de la composición del Congreso Nacional.
Los
votos de los parlamentarios en nombre de Dios y de la moral cristiana
convirtieron la votación en un acto de defensa de los valores de la
familia. Muchos de los votos presentaban un tono macartista –contra la
izquierda, el comunismo y el PT–. Sin embrago, uno de los votos más
simbólicos fue el de Bolsonaro. El diputado empezó la justificación de
su voto felicitando a Eduardo Cunha por la conducción del proceso del
impeachment,
después dijo que la oposición había perdido en 1964 –año en que se
inició el período de la dictadura cívico-militar-empresarial en Brasil–,
y que habían perdido nuevamente en el año de 2016. Votó contra el PT,
contra el comunismo, por la libertad y por la memoria del coronel Carlos
Alberto Brilhante Ustra, el torturador de Dilma en la época de la
dictadura.
El golpe de 2016 fue marcado por una fuerte
persecución al PT en todas las esferas. La masiva propaganda mediática y
el endurecimiento del discurso anti-corrupción vaciaron el contenido
político de los debates que se iban dando en el seno de la sociedad. La
identificación de la corrupción como la raíz de todos los males del país
se instaló en todas las capas sociales. La selectividad en las
investigaciones de la
Operación Lava Jato puso al PT en el centro de todas las narrativas que hacían mención a los hechos de corrupción e inseguridad.
Elecciones
Brasil
llega a las elecciones de 2018 a través de un proceso golpista validado
por todos los sectores, y tiene en la prisión de Lula su más importante
expresión de fragilidad del sistema judicial del país. Los intentos de
una composición electoral que pudiese dialogar con la sociedad fallaron.
Las respuestas a la prisión de Lula por parte del PT fueron fortalecer
aún más un representante que nítidamente no iba a disputar las
elecciones. El juego con las esperanzas del pueblo tuvieron un efecto
inverso al deseado: en lugar de haber una transferencia de votos al
candidato elegido para reemplazar a Lula, lo que ocurrió fue una
apertura para que Bolsonaro creciera.
Paulatinamente, Jair
Bolsonaro, que causaba desconfianza entre la propia derecha, se fue
adaptando y surgió como alternativa posible a los sectores
empresariales, del agronegocio y del mercado financiero. La
deconstrucción de la figura de Bolsonaro como homofóbico, racista y
misógino se hace notar en todas sus intervenciones desde del inicio de
la campaña electoral. Sin embargo, la manutención del discurso del
orden, del progreso y el ataque a la izquierda y al PT con rasgos
autoritarios, es un evidente resultado de un análisis cuidado del perfil
de la población.
Bolsonaro logra agradar a las personas que
encuentran en su figura la validación para sus hechos de violencia, por
un lado; y por otro, ofrece la seguridad que busca la población a través
de su discurso fuerte, ordenador, de defensa de los buenos contra los
malos. Siguiendo la tendencia mundial, el populismo de derecha en Brasil
funciona. Asimismo, se vislumbra también un elemento clave que es la
negación de la intelectualidad, que se encuentra con el resentimiento de
una sociedad empobrecida a la cual siempre le fue negado el acceso a la
educación superior.
En el último acto público en defensa de
Bolsonaro en la Avenida Paulista, un día después de la segunda protesta
#EleNão, manifestantes llevaban carteles con la inscripción “petista
bueno es petista muerto”, y el discurso de Bolsonaro tuvo así su
contenido amenazante. Con su peculiar forma autoritaria, prometió hacer
una limpieza nunca antes vista en la historia del país, que los “rojos”
serían presos o echados del mismo. Otra de sus promesas de campaña
impulsa que las universidades federales dejen de ser libres y gratuitas.
En
la provincia de Ceará, cientos de personas tomaron uno de los barrios
nobles de Fortaleza y presentaron una danza organizada en la cual
reproducen su conocido símbolo de un arma apuntando hacia arriba. La
canción habla de la fuerza de Bolsonaro y hace mención a Lula, Dilma,
Temer y a los comunistas diciendo que “el gigante despertó”, el mismo
término utilizado en las manifestaciones de las llamadas “Jornadas de
Junio” en el año de 2013, que empezaron con una protesta en contra del
aumento de los boletos de transporte público y luego fueron cooptadas
por fuerzas de derecha con un fuerte apoyo mediático.
</p>
<p
align="center"><b>Video:
</b>Baile en un acto
pro-Bolsonaro (#PTNao), en Fortaleza
(Ceará)<b> </b></p><p><b>¿Un
retorno al ’64?</b>
</p><p>Las
intervenciones de Bolsonaro son marcadas por una nostalgia de los
tiempos de la dictadura militar desde que ingresó en la vida pública. En
sus convicciones, la izquierda tiene por objetivo implementar una
“dictadura del proletariado” y, para evitar que “el país se convierta en
Cuba o Venezuela”, es necesario el retorno de los militares al poder.
El planteo de un cambio de réagimen en el país no es solamente retórica,
el proyecto de Bolsonaro es nítido y siempre fue
conocido.</p>
<p>Esta será la octava elección
del período llamado Nueva República que empezó en el año 1985 con el fin
de la dictadura militar-civil-empresarial (1964-1985). En 1980, hubo un
retorno del pluripartidarismo y en 1982 hubo elecciones directas para
diputados, senadores y gobernadores. En este nuevo período, fueron
electos gobernadores que hacían oposición al gobierno, con destaque de
Leonel Brizola en Río de Janeiro y Franco Montoro en Sao
Paulo.</p>
<p>En 1982, Brasil pasó por una
profunda crisis causada por el alza en el precio del petróleo,
recurriendo a un préstamo del FMI. Con el aumento de la inflación, un
proceso amplio de movilizaciones empezó a tomar forma –incluso de la
clase media que antes apoyaba al régimen militar–, el sector empresarial
se alejó del gobierno y la izquierda modificó su forma de intervención,
pasando a abrirse más al diálogo y adoptando prácticas menos
vanguardistas.</p>
<p>En este escenario, los
gobernadores oposicionistas empezaron a participar de actos con el apelo
de retorno de la democracia y por el voto directo para presidente de la
república. Surgía el movimiento “Diretas Já”, que involucró no solo a
los sectores sindicales y a los movimientos sociales sino también a las
capas medias de la sociedad. Asimismo, los medios de comunicación
hegemónicos, de a poco, pasaron a apoyar las reivindicaciones del
movimiento.</p>
<p>Las calles fueron totalmente
tomadas por varias manifestaciones: solo en Río de Janeiro y en Sao
Paulo las protestas llegaron a reunir dos millones y medio de personas. A
cada día, el gobierno iba perdiendo fuerza. La propuesta del movimiento
no fue aprobada en el Parlamento, pero abrió el camino para un
fortalecimiento de la oposición que ganó el apoyo de parte de la base
del gobierno. Fue recién en 1989 que en Brasil se inauguró el proceso de
elecciones directas para la presidencia de la república –por medio del
voto popular–, cuatro años después del fin del período
dictatorial.</p>
<p>Brasil hoy, después de 30 años
de redemocratización, vuelve a la posibilidad de tener un gobierno
autoritario. Tras un gobierno progresista que duró 14 años y terminó
siendo derrocado vía golpe, el país cobra una deuda histórica. Y recién
en 2012 empezó el proceso de investigación de los crímenes cometidos
durante el periodo del régimen militar; la Comisión Nacional de la
Verdad concluyó su trabajo dos años más tarde. Las fuerzas de seguridad
del Estado aún guardan los mismos
<i>modus
operandi</i> de la época de la
dictadura, nunca fue desmilitarizada. En 2018, a una persona
abiertamente neofascista le es permitido ocupar un espacio del poder
institucional por casi 30 años y llegar a ser candidato a la presidencia
del país.</p>
<p>Los tiempos que se avecinan son
duros, como muchos otros en nuestra historia, y sin dudas también serán
de construcción, de avance de las luchas y de acumulo para lograr
cambiar este viejo y claudicante sistema que ya no se sostiene en sus
propias contradicciones. Por ello, los sectores en lucha no podrán
seguir adelante sin una profunda autocrítica, incluso los más
radicalizados. Si por un lado hay una legítima preocupación respecto de
lo que puede pasar, por el otro está la confianza en que el pueblo en
lucha dará una respuesta a la altura de este momento histórico tan
dramático para Brasil y para toda Latinoamérica. Que el Bolsonarismo sea
apenas un recuerdo de un triste y breve pasaje de nuestra
historia.</p><p><b>Vanessa
Dourado es escritora y feminista brasileña, y actualmente vive en
Buenos Aires. Es integrante del Partido Socialismo y Libertad (PSOL),
autora del libro “<i>Palavras
ressentidas</i>” (Ed. Giostri,
2015) y colaboradora en revistas de Brasil, Portugal y
Argentina.</b>
</p> Fuente: <a
href="https://ombelico.com.ar/2018/10/27/20043/?fbclid=IwAR0IokVGOiTNjLJ-hNlPEXZXpr-jqbLU0XM3LP1FTj_xyyRBdtsiy8rJ3_k">https://ombelico.com.ar/2018/10/27/20043/?fbclid=IwAR0IokVGOiTNjLJ-hNlPEXZXpr-jqbLU0XM3LP1FTj_xyyRBdtsiy8rJ3_k</a>
</body>
</html>
Video: Baile en un acto pro-Bolsonaro (#PTNao), en Fortaleza (Ceará)
¿Un retorno al ’64?
Las
intervenciones de Bolsonaro son marcadas por una nostalgia de los
tiempos de la dictadura militar desde que ingresó en la vida pública. En
sus convicciones, la izquierda tiene por objetivo implementar una
“dictadura del proletariado” y, para evitar que “el país se convierta en
Cuba o Venezuela”, es necesario el retorno de los militares al poder.
El planteo de un cambio de réagimen en el país no es solamente retórica,
el proyecto de Bolsonaro es nítido y siempre fue conocido.
Esta
será la octava elección del período llamado Nueva República que empezó
en el año 1985 con el fin de la dictadura militar-civil-empresarial
(1964-1985). En 1980, hubo un retorno del pluripartidarismo y en 1982
hubo elecciones directas para diputados, senadores y gobernadores. En
este nuevo período, fueron electos gobernadores que hacían oposición al
gobierno, con destaque de Leonel Brizola en Río de Janeiro y Franco
Montoro en Sao Paulo.
En 1982, Brasil pasó por una profunda
crisis causada por el alza en el precio del petróleo, recurriendo a un
préstamo del FMI. Con el aumento de la inflación, un proceso amplio de
movilizaciones empezó a tomar forma –incluso de la clase media que antes
apoyaba al régimen militar–, el sector empresarial se alejó del
gobierno y la izquierda modificó su forma de intervención, pasando a
abrirse más al diálogo y adoptando prácticas menos vanguardistas.
En
este escenario, los gobernadores oposicionistas empezaron a participar
de actos con el apelo de retorno de la democracia y por el voto directo
para presidente de la república. Surgía el movimiento “Diretas Já”, que
involucró no solo a los sectores sindicales y a los movimientos sociales
sino también a las capas medias de la sociedad. Asimismo, los medios de
comunicación hegemónicos, de a poco, pasaron a apoyar las
reivindicaciones del movimiento.
Las calles fueron totalmente
tomadas por varias manifestaciones: solo en Río de Janeiro y en Sao
Paulo las protestas llegaron a reunir dos millones y medio de personas. A
cada día, el gobierno iba perdiendo fuerza. La propuesta del movimiento
no fue aprobada en el Parlamento, pero abrió el camino para un
fortalecimiento de la oposición que ganó el apoyo de parte de la base
del gobierno. Fue recién en 1989 que en Brasil se inauguró el proceso de
elecciones directas para la presidencia de la república –por medio del
voto popular–, cuatro años después del fin del período dictatorial.
Brasil
hoy, después de 30 años de redemocratización, vuelve a la posibilidad
de tener un gobierno autoritario. Tras un gobierno progresista que duró
14 años y terminó siendo derrocado vía golpe, el país cobra una deuda
histórica. Y recién en 2012 empezó el proceso de investigación de los
crímenes cometidos durante el periodo del régimen militar; la Comisión
Nacional de la Verdad concluyó su trabajo dos años más tarde. Las
fuerzas de seguridad del Estado aún guardan los mismos
modus operandi
de la época de la dictadura, nunca fue desmilitarizada. En 2018, a una
persona abiertamente neofascista le es permitido ocupar un espacio del
poder institucional por casi 30 años y llegar a ser candidato a la
presidencia del país.
Los tiempos que se avecinan son duros, como
muchos otros en nuestra historia, y sin dudas también serán de
construcción, de avance de las luchas y de acumulo para lograr cambiar
este viejo y claudicante sistema que ya no se sostiene en sus propias
contradicciones. Por ello, los sectores en lucha no podrán seguir
adelante sin una profunda autocrítica, incluso los más radicalizados. Si
por un lado hay una legítima preocupación respecto de lo que puede
pasar, por el otro está la confianza en que el pueblo en lucha dará una
respuesta a la altura de este momento histórico tan dramático para
Brasil y para toda Latinoamérica. Que el Bolsonarismo sea apenas un
recuerdo de un triste y breve pasaje de nuestra historia.
Vanessa
Dourado es escritora y feminista brasileña, y actualmente vive en
Buenos Aires. Es integrante del Partido Socialismo y Libertad (PSOL),
autora del libro “Palavras ressentidas” (Ed. Giostri, 2015) y colaboradora en revistas de Brasil, Portugal y Argentina.
Fuente:
https://ombelico.com.ar/2018/10/27/20043/?fbclid=IwAR0IokVGOiTNjLJ-hNlPEXZXpr-jqbLU0XM3LP1FTj_xyyRBdtsiy8rJ3_k