- El general Amikam Norkin, jefe del estado mayor de la fuerza
aérea de Israel, llega a Moscú, el 20 de septiembre de 2018, en un
viaje urgente, para explicar su versión de los acontecimientos alrededor
del derribo de un avión militar de la Federación Rusa en Siria.
La ulterior verificación de las “pruebas” israelíes y su comparación con
otros registros demuestran que Israel miente descaradamente.
El 17 de septiembre de 2018, Francia, Israel y el Reino Unido
realizaron una operación militar conjunta contra objetivos sirios. Como
consecuencia del enfrentamiento provocado por esa operación, un
avión ruso de reconocimiento fue derribado por fuego amigo sirio.
El estudio de las grabaciones demuestra que un
F-16 israelí “se escondió” tras el
Il-20 para protegerse del fuego de la defensa antiaérea siria, que acabó derribando por error el avión militar ruso.
El derribo de un avión militar ruso por causa de Israel durante una
operación conjunta israelo-franco-británica ha provocado estupor en
todas las cancillerías. Si en los 7 años que han transcurrido desde el
inicio del conflicto en Siria había existido una línea roja, era que los
protagonistas nunca ponían en peligro fuerzas rusas, estadounidenses
o israelíes.
Sobre lo sucedido sólo se sabe a ciencia cierta que:
Un
avión de reconocimiento británico despegó de Chipre hacia Irak.
En su trayectoria violó el espacio aéreo de Siria para “escanear” las
defensas sirias y posibilitar el posterior ataque.
Menos de una hora después, 4 aviones israelíes
F-16 y la fragata francesa
Auvergne
dispararon misiles contra objetivos en Siria –ubicados en la provincia
de Latakia. La defensa antiaérea siria protegió su país disparando
misiles tierra-aire
S-200 contra los misiles franceses e israelíes.
Durante el enfrentamiento, uno de los aviones agresores israelíes se escudó tras un avión de reconocimiento
Ilushin-20
ruso que concluía su misión de vigilancia en la zona y de localización
de lugares de lanzamiento de drones de los yihadistas. La defensa
antiaérea siria disparó un misil tierra-aire dirigido a la señal térmica
del
F-16 israelí y es teóricamente posible que haya derribado
por error el avión ruso, cuya señal térmica, al ser más importante que
la del avión israelí –más pequeño– que se escondía tras él, pudo haber
atraído el misil antiaéreo.
Sin embargo, esta explicación parece fantasiosa ya que los misiles antiaéreos
S-200
disponen de un sistema de reconocimiento que distingue los aviones
amigos de los aviones enemigos, detalle que el ministerio ruso de
Defensa confirmó y posteriormente desmintió. En todo caso, el avión ruso
de reconocimiento fue derribado sin que pueda decirse con certeza cómo y
por quién.
La cobardía de los dirigentes británicos y franceses los ha llevado a
censurar toda información sobre su propia responsabilidad en
la operación. Londres no ha hecho absolutamente ningún comentario y
París negó los hechos. La BBC y los medios vinculados a
France-Television no se han atrevido a mencionar lo sucedido. Para el
Reino Unido y Francia, la realidad de la política exterior está
más que nunca totalmente excluida del debate democrático.
Interpretación inmediata de los acontecimientos
No sabemos en realidad si el derribo del avión ruso, que provocó la
muerte de los 15 militares que se hallaban a bordo, es imputable al
piloto israelí –lo cual parece muy poco probable– a los militares
israelíes o a los países implicados en el ataque a Siria.
De la respuesta a esa pregunta depende un posible conflicto entre
4 potencias nucleares. Esta situación es, por tanto, extremadamente
grave. De hecho, no tiene precedente desde la creación de la
Federación Rusa, a finales de 1991.
La agresión britanico-franco-israelí es la respuesta de Londres,
París y Tel Aviv al acuerdo ruso-turco firmado en Sochi sólo horas
antes. Se produce después de la negativa estadounidense, a principios de
septiembre, de bombardear nuevamente Siria con un pretexto falso y al
envío de una delegación de la administración Trump al mundo árabe para
dar a conocer el desacuerdo de la Casa Blanca con las iniciativas
franco-británicas [
1].
Turquía firmó los acuerdos de Sochi bajo una fuerte presión de Rusia.
En Teherán, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan se había negado
antes a firmar el Memorándum sobre el repliegue de las fuerzas
yihadistas y las tropas turcas en Idlib y el presidente ruso le había
respondido secamente, reafirmando la soberanía y la integridad
territorial de Siria [
2]
y subrayando además –por primera vez– que a la luz del derecho
internacional la presencia militar turca en Siria es ilegal. Muy
inquieto, Erdogan aceptó una invitación a viajar a Rusia 10 días
después.
El acuerdo ruso-turco de Sochi –además de alejar un poco más
a Turquía de la OTAN con contratos vinculados al sector energético–
de hecho obligaba a Ankara a retirarse de una parte del territorio que
ocupa en Siria, supuestamente en aras de mejorar la protección que
ofrece a los “rebeldes” reunidos en la provincia de Idlib [
3].
Además, Turquía sólo dispone de un mes de plazo para confiscar el
armamento pesado de sus compinches de al-Qaeda y Daesh (el Emirato
Islámico) [
4].
Por supuesto, para Londres, París y Tel Aviv, el acuerdo ruso-turco es inaceptable porque en definitiva implica:
el fin de los yihadistas como ejército que Londres ha organizado, dirigido y manipulado durante décadas [
5];
el
fin del sueño de un mandato francés sobre Siria y de la creación de una
nueva colonia de Francia en el norte de ese país árabe, creación
colonial que se justificaría denominándola abusivamente “Kurdistán”
(la creación de un Kurdistán sería legítima únicamente dentro de las
fronteras reconocidas en 1920 por la Conferencia de Sevres, o sea
no en Irán, ni en Irak o en Siria sino únicamente en la actual Turquía [
6]);
el fin del dominio regional de Israel, que se vería ante una Siria estable bajo la protección de Rusia.
Interpretación a mediano plazo de los acontecimientos
La alianza militar Reino Unido-Francia-Israel no había entrado
en acción desde la crisis del Canal de Suez, en 1956. En aquella época,
Anthony Eden, Guy Mollet y David Ben Gurión habían implicado las fuerzas
de esos tres países de forma conjunta para humillar a los nacionalistas
árabes, principalmente al líder egipcio Gamal Abdel Nasser, y restaurar
los imperios coloniales de Inglaterra y Francia mediante la «
Operación Mosquetero» [
7].
Es exactamente lo mismo que ha sucedido en el ataque contra Latakia:
como ha confirmado el secretario general del Hezbollah libanés, Hassan
Nasrallah, ninguno de los blancos del ataque tenía relación alguna
con Irán ni con el Hezbollah. Esta acción militar
británico-franco-israelí no tenía ninguna relación con la lucha
internacional contra los yihadistas en general o contra Daesh
en particular. Sólo estaba relacionada con el deseo de los participantes
de propiciar el derrocamiento de la República Árabe Siria o de
su presidente, Bachar al-Assad. Su principal objetivo era matar
científicos militares, principalmente a los especialistas en cohetería
del Instituto de Industrias Técnicas de Latakia.
El ataque contra Latakia es, por consiguiente, la continuación de la
política de asesinatos selectivos que Israel ha venido aplicando durante
una veintena de años, sucesivamente contra los científicos iraquíes
e iraníes y ahora contra los científicos sirios. Este es uno de los
pilares de la política colonial: impedir que los pueblos a los que
se pretende someter sean capaces de lograr acceso a los mismos sectores
del saber que las potencias coloniales. Antiguamente, las metrópolis
occidentales prohibían bajo pena de muerte que sus esclavos aprendieran a
leer. Hoy en día, asesinan a los científicos de los pueblos que quieren
esclavizar.
La política de asesinatos de científicos se interrumpió con la firma
del acuerdo 5+1 (JCPOA) con Irán, que de todas maneras impedía el acceso
de ese país al saber ya que estipulaba el cierre de las facultades de
física nuclear en las universidades iraníes. Pero ha sido reactivada
a raíz de la retirada estadounidense de ese acuerdo –el 8 de mayo
de 2018. En efecto, exactamente un mes después, el Reino Unido, Francia y
Estados Unidos bombardeaban Siria –el 14 de abril de 2018– y el único
blanco de ese bombardeo fue el centro de investigación científica
ubicado en la localidad siria de Barzeh [
8].
Se trata de una simple repartición del trabajo: los yihadistas
destruyen el pasado, los occidentales se encargan de destruir el futuro.
Interpretación de los acontecimientos a más largo plazo
Desde que Rusia desplegó fuerzas en Siria –el 13 de septiembre
de 2015– para ayudar a ese país en la lucha contra los terroristas,
los aliados de Estados Unidos comprendieron que se hacía imposible
concretar el plan estadounidense sin arriesgarse a desatar una guerra
mundial. Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, esos aliados
comenzaron a revisar sus objetivos de guerra, abandonaron los del grupo
llamado «
Amigos de Siria» y se replegaron hacia sus estrategias históricas respectivas [
9].
Fue esta lógica lo que los ha llevado a volver a formar la alianza
que dio lugar a la crisis de Suez. Y es también esta lógica lo que ha
llevado a Alemania a mantenerse a distancia de esa alianza.
Al principio de la Primera Guerra Mundial, los imperios británico,
francés y ruso habían decidido cómo iban a repartirse el mundo cuando
ganaran la guerra. El británico Mark Sykes, el francés Georges Picot y
el ruso Serguei Sazonov se encargaron de negociar esa repartición
del mundo. Durante la guerra mundial, los bolcheviques derrocaron al zar
en Rusia, así que las regiones asignadas al imperio ruso volvieron a
quedar disponibles. En definitiva, al término de la Primera Guerra
Mundial, la única parte del plan que llegó a aplicarse fue la que tenía
que ver con el Medio Oriente, lo que aún llamamos los «
Acuerdos Sykes-Picot».
El regreso de Rusia a la palestra internacional viene por tanto a
cuestionar la repartición colonial del Medio Oriente pactada entre
británicos y franceses. La posibilidad de un choque acaba de surgir,
por accidente o por voluntad de alguien, con el derribo del
Ilushin-20 ruso durante la operación militar conjunta del Reino Unido, Francia e Israel contra la ciudad siria de Latakia.
Cómo reaccionar
El estupor de la comunidad internacional ante el repentino
resurgimiento de un conflicto que ya tiene un siglo de existencia es
palpable en el silencio de la cuenta de Twitter de la Casa Blanca.
Durante la crisis de Suez, las tropas israelíes implicadas contaban
el doble de efectivos que el conjunto de las tropas británicas
y francesas. El total de aquella fuerza conjunta se elevaba a 250 000
hombres. Comparada con la operación contra Latakia, la de Suez era
por tanto una operación de muy gran envergadura. Pero ambas responden a
la misma lógica diplomática y pueden llevar a lo mismo.
Durante la crisis de Suez, en plena guerra fría, la Unión Soviética
amenazó al Reino Unido, Francia e Israel con una respuesta nuclear si
no se retiraban de Egipto. Al principio, la OTAN respaldó a los europeos
amenazando a Moscú con una guerra mundial, pero luego… lo pensó mejor.
En plena guerra fría, Estados Unidos apoyó temporalmente a la URSS para
detener la locura europea.
Para Washington, permitir que los europeos siguieran adelante habría
sido empujar a todos los países árabes en brazos de los soviéticos. Era
además imposible aceptar la intervención franco-británica en Egipto
precisamente en momentos en que denunciaban la intervención del Pacto
de Varsovia contra la revuelta húngara.
El presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower y su vicepresidente
Richard Nixon desataron un ataque monetario contra la libra esterlina,
enviaron fuerzas navales y aéreas estadounidenses a interferir
las acciones del dispositivo británico-franco-israelí y prohibieron
el uso del material militar francés financiado con fondos de
Estados Unidos.
Fue posible preservar la paz internacional gracias a personalidades
de terceras partes, como el secretario general de la ONU Dag
Hammarskjöld (asesinado 3 años después y laureado con el Premio Nobel de
la Paz a título póstumo), el ministro canadiense de Exteriores
Lester B. Pearson (también laureado con el Premio Nobel de la Paz) y el
líder del Movimiento de Países No Alineados y primer ministro de
la India Jawaharlal Nehru.
La crisis de Suez reorganizó profundamente no sólo la vida política
internacional sino también la escena política nacional en Reino Unido,
Francia e Israel.
Burlando
el derecho de veto de los europeos en el Consejo de Seguridad, la
Asamblea General de la ONU intimó los invasores a retirarse de Egipto y
creó la primera fuerza de interposición de las Naciones Unidas.
En
el Reino Unido, la Cámara de los Comunes exigió el fin de la política
colonial para favorecer los intereses económicos de Londres sólo
a través del Commonwealth.
En
Francia, comunistas, gaullistas y poujadistas (entre ellos Jean-Marie
Le Pen) se unieron contra los centristas y los socialistas, algo que
nunca volvió a suceder desde entonces. Seis años después, el presidente
De Gaulle consideró que, al reconocer la independencia de Argelia,
ponía fin a la colaboración militar francesa con el Estado colonial
de Israel y retomaba la política de amistad y cooperación con los
pueblos árabes que siempre había caracterizado a Francia, exceptuando
sólo el paréntesis colonial [
10].
La posición de los occidentales sobre la agresión contra Latakia es
especialmente difícil porque, en violación de lo que ellos mismos habían
acordado con Rusia, los israelíes sólo informaron a Moscú mucho después
del inicio de la operación y sólo un minuto antes de disparar
sus misiles. El Pentágono afirma que nunca fue informado. Pero tenemos
que recordar que el acuerdo de no agresión mutua entre Israel y Rusia
existe únicamente porque Israel es el arsenal de Estados Unidos en el
Medio Oriente –en Israel se encuentran todos los depósitos
estadounidenses de municiones para el conjunto de la región. Si Israel
no avisó por adelantado al Pentágono sobre la operación contra Latakia,
Israel ya no puede gozar de la protección estadounidense y,
por consiguiente, Rusia puede cuestionar su pacto de no agresión
con Israel.
La respuesta rusa depende de la posición de la Casa Blanca, posición
que hoy se desconoce. Esa respuesta estará guiada por la voluntad de
reducir la tensión –si fuera posible– y de mantener a la vez su
disuasión castigando al o a los culpables que el Kremlin señale.
Ni siquiera será necesario que Rusia haga pública esa sanción,
a condición de que sean informadas las cancillerías interesadas.
La respuesta rusa
Rusia puede elegir entre ver el derribo de su avión como una falta
cometida por un piloto israelí, atribuirlo a las fuerzas armadas
de Israel o responsabilizar a los 3 países implicados (Reino Unido,
Francia e Israel).
El ministro de Defensa de la Federación Rusa, Serguei Choigu,
telefoneó a su homólogo de Israel, Avigdor Lieberman y le informó que
considera a Israel responsable del incidente y que se reserva el derecho
de respuesta. Un poco después, el presidente ruso Vladimir Putin
declaró que «
se trata de una serie de acontecimientos trágicos ya que nuestro avión no fue derribado por un aparato israelí». Putin puso énfasis en diferenciar esta situación del incidente del
Sukhoi 24-M
derribado deliberadamente por la aviación turca en noviembre de 2015.
Así que nos dirigimos hacia la designación pública de Israel como único
responsable y la adopción de alguna sanción secreta contra los 3 países
implicados.
El encargado de negocios de Israel en Moscú, Keren Cohen Gat, fue
convocado por el ministerio ruso de Exteriores mientras que el
primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, seguía su primer reflejo
tratando de culpar a Irán del incidente. Una delegación israelí,
encabezada por el general Amikam Norkin, jefe del estado mayor de la
fuerza aerea de Israel, corrió a Moscú con celeridad nunca vista.
El general Norkin discutió las declaraciones del ministerio ruso
de Defensa, clamó la inocencia de Israel y se esforzó por culpar a
los sirios.
El presidente Donald Trump, gran admirador de la política exterior de
Richard Nixon, tiene así en la mano la oportunidad que necesitaba para
acabar con el apoyo del Reino Unido, Francia e Israel al Estado Profundo
estadounidense. Pero, en plena campaña electoral legislativa, no puede
dar la impresión de que apoya al rival ruso sancionando a los aliados de
Estados Unidos. Trump está por lo tanto buscando cómo presentar a la
opinión pública estadounidense ese importante cambio de posición. Es con
esa perspectiva que ya condenó, en una entrevista concedida al
sitio web
Hill TV, la decisión de George Bush hijo de incrementar
la implicación militar de Estados Unidos en el Medio Oriente a raíz de
los atentados del 11 de septiembre de 2001.
El domingo 23 de septiembre, el general Igor Konachenkov, vocero del
ministerio ruso de Defensa, presentó una síntesis de las informaciones
rusas y de los datos que Siria e Israel entregaron a Rusia.
El
general Konachenkov señaló que –al no avisar con suficiente antelación a
la parte rusa sobre su ataque y al mentir sobre la localización de los
objetivos de la acción– Israel violó deliberadamente el acuerdo de
no agresión mutua de 2015.
Señaló que Israel puso en peligro los vuelos civiles en esa zona del Mediterráneo y denunció además que Israel es «
enteramente» responsable del derribo del
Ilushin-20 ruso.
Denunció que Israel no prestó ayuda a los militares rusos al ser alcanzado el avión.
Acusó al general Amikam Norkin, jefe del estado mayor de la fuerza aérea de Israel, de haber mentido al afirmar que los
F-16 israelíes ya habían regresado a Israel cuando el avión ruso fue alcanzado.
Finalmente,
el vocero del ministerio de Defensa de Rusia descartó las acusaciones
de amateurismo lanzadas contra la defensa antiaérea de la República
Árabe Siria.
Sin embargo, el general Konachenkov se abstuvo de cuestionar
públicamente al Reino Unido y Francia a pesar de que estas dos potencias
occidentales están implicadas en sus señalamientos contra Israel.
Si la Casa Blanca halla una narración de los hechos aceptable para
sus electores, Rusia podría prohibir al Reino Unido, Francia e Israel
toda intrusión no autorizada por el gobierno de Damasco en el espacio
aéreo, marítimo y terrestre de Siria. Londres y París tendrían entonces
que poner fin a sus amenazas de bombardeo contra Siria, que hasta ahora
habían justificado con pretextos como los incidentes químicos bajo
falsa bandera, y se verían obligados a retirar de Siria sus fuerzas
especiales. Esta última medida se aplicaría a todos los protagonistas
en general, con excepción de Estados Unidos y, en Idlib, de Turquía.