martes, 25 de septiembre de 2018

Europa usa el mar Mediterráneo de fosa común


kaosenlared.net

Europa usa el mar Mediterráneo de fosa común


Por Jose Pallás
El viaje de norte a sur se denomina turismo y se realiza de forma segura. Este mismo trayecto en dirección contraria es un genocidio al que llaman migración.

Es incalculable, por abrumadora, la cifra de personas que han muerto durante los últimos años en el mar Mediterráneo en su interminable huida de África y Oriente Medio a Europa. Este mismo viaje pero en dirección sur se puede hacer tranquilamente con pasaporte europeo y con los 15 euros que cuesta un billete de avión para un vuelo Madrid-Rabat en una línea low cost. Sin embargo, las personas que intentaron llegar al norte por mar murieron incluso cuando estaban apenas a unas pocas brazadas de alcanzar a nado la ansiada tierra firme. En vez de lanzarles un flotador salvavidas como gesto de acogida, agentes de la Guardia Civil española les dispararon gases lacrimógenos y pelotas de goma y murieron ahogadas. Que se pueda contrastar con la grabación y el testimonio de los supervivientes, esto le ocurrió el 6 de febrero de 2014 a las 15 personas muertas en la playa de El Tarajal en Ceuta que, junto con Melilla, son las dos ciudades que España tiene enclavadas en el continente africano y que sirven de frontera con Marruecos.
América tampoco pestañea ante esta tragedia humanitaria. Hay familiares que siguen esperando la llamada de sus seres queridos para saber que están bien y que por fin han llegado. Pero la buena noticia no llegará nunca a los hogares de todas las personas cuyas vidas se deshidrataron hasta la última gota en mitad de los desiertos que se extienden como una peligrosa alfombra de bienvenida a los Estados Unidos. Murieron a pesar de que hubo activistas que habían sembrado su dantesco peregrinaje con botellas de plástico llenas de agua pero que luego fueron vaciadas de una patada por agentes fronterizos que patrullan los límites gringos con México a la caza de inmigrantes. Puede llevar meses de preparación y años de intentos fallidos conseguir cruzar las fronteras que separan al norte del sur, que son permeables a los capitales y a todo tipo de mercancías incluidas las armas y las drogas pero permanecen infranqueables para las personas que no han nacido en el lado con mejor fortuna.
En el lado maldito del mapa es difícil saber mucho más allá de lo que puedan relatar las Patronas sobre las personas mutiladas y fallecidas tras ser atropelladas por la Bestia. Este monstruo metálico cruza incansable las vías del tren por todo México repleto de materias primas, cosechas enteras y personas subidas a bordo rumbo al norte, como Run Run en la triste voz de Violeta Parra. Al paso de los trenes de carga a gran velocidad por el Estado de Veracruz, este grupo de mujeres arriesga su pellejo para lanzar bolsas de almuerzo preparado con cariño a las personas que viajan aferradas a lomos de esta bestia con nombre propio. Como los trenes, las Patronas no descansan desde hace más de dos décadas que llevan prestando su ayuda a las personas que emigran sin parar por delante de sus ojos.
El frío también es mortal. A diferencia de las tumbas sin nombre a lo largo del ferrocarril, la nieve era la única lápida reservada a las personas que murieron intentando atravesar la cordillera de los Alpes para pasar de Italia a Francia. Si no perecieron congeladas durante su larga marcha por las montañas heladas que sirven de frontera natural (igual de efectiva que los desiertos y el mar) pudieron encontrar refugio gracias a Cédric Herrou. Él dejó de ser un agricultor anónimo para los medios de comunicación que se hicieron eco de su lucha ante la Justicia francesa. Cuento corto, Herrou tuvo que plantarse delante de un juez para defender su derecho a prestar auxilio a las personas migrantes, a las que ofrece abrigo y asistencia con los trámites burocráticos para solicitar asilo en Francia. A cambio de su fraternal servicio a la comunidad la policía mantiene sitiada su granja ubicada en el Valle del Roya.
Chalecos que no salvan vidas
Ya sea en el Mediterráneo a bordo de una lancha neumática, que quedó a la deriva puesto que no había zarpado de Libia o Turquía con suficiente combustible para llegar a la otra orilla, o navegando en un frágil cayuco de madera que partió de Senegal rumbo a las Islas Canarias y que fácilmente pudo volcar con cualquier ola del océano Atlántico, todas las personas náufragas compartían el mismo destino. Europa… Solo el mar sumido en un silencio cómplice lleva la cuenta de los millones de migrantes que se ha tragado cual Saturno devorando a su prole. Para colmo, además de cobrar caro el pasaje a la muerte segura, los traficantes de seres humanos hicieron negocio hasta el último minuto con la desesperación de sus víctimas y les vendieron chalecos salvavidas falsos que no impiden que te hundas y que por tanto no van a salvar tu vida en caso de naufragio.
En las rutas marítimas para emigrar a Europa puede estimarse que a diario se pierden cientos de vidas humanas que escapan de la guerra y la miseria. Todas estas personas fallecidas son sumergidas en una fosa común sin fondo y son condenadas al olvido ya que ni siquiera llegan a engrosar las estadísticas oficiales de los Estados europeos ni de la Organización Internacional para las Migraciones de Naciones Unidas. Es más, desde la desmantelación de la fuerza de salvamento aéreo y marítimo conocida como Mare Nostrum e impulsada por Italia entre 2013 y 2014, los europeos no mantienen ninguna operación militar conjunta con el objetivo exclusivo y prioritario de atender a las personas que necesitan auxilio en alta mar. De hecho, la Unión Europea sustituyó Mare Nostrum, que durante el año que se mantuvo salvó a más de 150.000 personas de una muerte agónica en el Mediterráneo, por la operación Tritón, con menos medios económicos y materiales y cuyo mandato estaba centrado en vigilar las fronteras y capturar a los traficantes en detrimento de salvar a las víctimas de la trata de personas que se ahogan en el mar.
En esta línea de todo menos humanitaria, los gobernantes de Europa están más preocupados en financiar la construcción de campos de concentración para encerrar a las personas migrantes en los países de los que huyen; como Libia, donde las víctimas de los criminales son secuestradas, torturadas, violadas y hasta ejecutadas mientras los captores extorsionan a sus familias para que manden dinero lo tengan o no. No obstante, las cárceles masificadas para personas que no han cometido ningún delito ya funcionan a pleno rendimiento en suelo europeo. Reciben el eufemístico nombre de “centros de acogida y orientación” en Francia, “centros para refugiados” si te encuentras en Alemania o “centros de internamiento de extranjeros” si has sido retenido en España y estás a la espera de que te devuelvan deportado a la casilla de salida. Mientras, con la otra mano, los países europeos se dedican a mantener la raya intacta de sus fronteras terrestres reforzando estas con vallas cada vez más altas y coronadas con concertinas (alambre con cuchillas) e incrementando el número de agentes policiales que tienen la orden de realizar “devoluciones en caliente” (prohibidas por el Derecho Internacional) de las personas que logran al fin pisar Europa.
Aún peor, los Estados europeos no dudan en poner trabas a las oenegés que pelean financiera y legalmente por mantener activas las operaciones de salvamento marítimo. Las Autoridades nacionales en la orilla europea inmovilizan sus barcos y enjuician a sus activistas acusados de tráfico de seres humanos, los mismos a los que quieren salvar. La represión se impone así sobre la urgencia, desviada esta última hacia las costas en la orilla africana tras el acuerdo en 2016 entre la Unión Europea y Turquía de 3.000 millones de euros a cambio de mano dura para frenar la migración proveniente de países de Oriente Medio como Siria o Irak. Por el contrario, se llegó hasta el punto de que la oenegé Médicos Sin Fronteras tuviera que retirar su barco Providence del mar Mediterráneo. Y no es la única oenegé que ha enfrentado dificultades para realizar su labor humanitaria, también la alemana Sea-Eye y la británica Save The Children suspendieron sus operaciones de salvamento marítimo. Pese a todo, en la actualidad se mantiene un número reducido de organizaciones que prestan auxilio en alta mar y que cuentan con embarcaciones como el buque Aquarius, fletado por SOS Méditerranée y Médicos Sin Fronteras y convertido en un raro pero bizarro símbolo de solidaridad después de rescatar a 629 personas de las aguas el pasado junio de 2018.
En el mar no hay migrantes
Proactiva Open Arms es una de las organizaciones no gubernamentales que realiza operaciones de salvamento marítimo con mayor pegada mediática, no en vano el documental sobre su barco Astral conmocionó a la opinión pública española. La oenegé sigue operando en el Mediterráneo a pesar de las zancadillas institucionales y su fundador, Òscar Camps, hace mucho tiempo que calcula los días en muertos. Especialmente los días en los que, los activistas del Mediterráneo, no pueden concentrar sus esfuerzos en socorrer vidas porque la burocracia les obliga a vagar por el mar con centenares de personas rescatadas a bordo en busca de un lugar donde desembarcar mientras los países europeos más cercanos como Italia o Malta rechazan su solicitud de puerto seguro.
Hay palabras que se las puede llevar el viento con la misma facilidad que a un grano de arena pero otras permanecen en nuestra conciencia como si estuvieran grabadas en la roca. Estas son las declaraciones de Camps cuando el barco Open Arms llegó el 4 de julio de 2018 al puerto seguro que le había ofrecido la ciudad de Barcelona y al que arribó con 60 personas rescatadas de las aguas del Mediterráneo: “En el mar no hay migrantes, en el mar hay navegantes o náufragos y lo que nosotros rescatamos son vidas en peligro. Venir hasta aquí nos ha costado cuatro días y 300 muertos y volver allí nos va a costar otros cuatro días y quizá 300 muertos más”.
Si los cálculos de Camps son fiables, a partir de una simple regla de tres a razón de 75 vidas humanas por día y embarcación, se puede afirmar que con un solo barco de salvamento se podría haber impedido la muerte de más de 25.000 personas en el mar Mediterráneo en los últimos 12 meses. Cuántas personas más han desaparecido sin dejar rastro. La memoria es el único homenaje póstumo que queda para ofrecer a todas las personas migrantes que no lograron concluir su hazaña porque murieron en el camino víctimas de lo que la Historia juzgará como un genocidio.
AUTOR
Jose Pallás. Periodista licenciado por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
FOTO
Title: Refugees on a boat crossing the Mediterranean sea, heading from Turkish coast to the northeastern Greek island of Lesbos.
Author: Mstyslav Chernov.
License: Creative Commons Attribution-Share Alike.
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Refugees_on_a_boat_crossing_the_Mediterranean_sea,_heading_from_Turkish_coast_to_the_northeastern_Greek_island_of_Lesbos,_29_January_2016.jpg

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