Resumen Latinoamericano/Razones de Cuba,
¿Qué es subdesarrollo?
Un enano de cabeza enorme y tórax henchido es “subdesarrollado” en
cuanto a sus débiles piernas o sus cortos brazos no articulan con el
resto de su anatomía; es el producto de un fenómeno teratológico que ha
distorsionado su desarrollo. Eso es lo que en realidad somos nosotros,
los suavemente llamados “subdesarrollados”, en verdad países coloniales,
semicoloniales o dependientes. Somos países de economía distorsionada
por la acción imperial, que ha desarrollado anormalmente las ramas
industriales o agrícolas necesarias para complementar su compleja
economía. El “subdesarrollo”, o el desarrollo distorsionado, conlleva
peligrosas especializaciones en materias primas, que mantienen en la
amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros, los
“subdesarrollados”, somos también los del monocultivo, los del
monoproducto, los del monomercado. Un producto único cuya incierta venta
depende de un mercado único que impone y fija condiciones, he aquí la
gran fórmula de la dominación económica imperial, que se agrega a la
vieja y eternamente joven divisa romana, divide e impera.
El latifundio, pues, a través de sus conexiones con el imperialismo,
plasma, completamente el llamado “subdesarrollo” que da por resultado
los bajos salarios y el desempleo. Este fenómeno de bajos salarios y
desempleo es un círculo vicioso que da cada vez más bajos salarios y
cada vez más desempleo, según se agudizan las grandes contradicciones
del sistema y, constantemente a merced de las variaciones cíclicas de su
economía, crean lo que es el denominador común de los pueblos de
América, desde el río Bravo al Polo Sur. Ese denominador común, que
pondremos con mayúscula y que sirve de base de análisis para todos los
que piensan en estos fenómenos sociales, se llama Hambre del Pueblo,
cansancio de estar oprimido, vejado, explotado al máximo, cansancio de
vender día a día miserablemente la fuerza de trabajo (ante el miedo de
engrosar la enorme masa de desempleados), para que se exprima de cada
cuerpo humano el máximo de utilidades, derrochadas luego en las orgías
de los dueños del capital.
Vemos, pues, cómo hay grandes e inesquivables denominadores comunes
de América Latina, y cómo no podemos nosotros decir que hemos estado
exentos de ninguno de estos entes ligados que desembocan en el más
terrible y permanente: hambre del pueblo. El latifundio, ya como forma
de explotación primitiva, ya como expresión de monopolio capitalista de
la tierra, se conforma a las nuevas condiciones y se alía al
imperialismo, forma de explotación del capital financiero y monopolista
más allá de las fronteras nacionales, para crear el colonialismo
económico, eufemísticamente llamado “subdesarrollo”, que da por
resultado el bajo salario, el subempleo, el desempleo; el hambre de los
pueblos. Todo existía en Cuba. Aquí también había hambre, aquí había una
de las cifras porcentuales de desempleo más alta de América Latina,
aquí el imperialismo era más feroz que en muchos de los países de
América y aquí el latifundio existía con tanta fuerza como en cualquier
país hermano.
¿Qué hicimos nosotros para liberarnos del gran fenómeno del
imperialismo con su secuela de gobernantes títeres en cada país y sus
ejércitos mercenarios, dispuestos a defender a ese títere y a todo el
complejo sistema social de la explotación del hombre por el hombre?
Aplicamos algunas fórmulas que ya otras veces hemos dado como
descubrimiento de nuestra medicina empírica para los grandes males de
nuestra querida América Latina, medicina empírica que rápidamente se
enmarcó dentro de las explicaciones de la verdad científica.
Las condiciones objetivas para la lucha están dadas por el hambre del
pueblo, la reacción frente a ese hambre, el temor desatado para aplazar
la reacción popular y la ola de odio que la represión crea. Faltaron en
América condiciones subjetivas de las cuales la más importante es la
conciencia de la posibilidad de la victoria por la vía violenta frente a
los poderes imperiales y sus aliados internos. Esas condiciones se
crean mediante la lucha armada que va haciendo más clara la necesidad
del cambio (y permite preverlo) y de la derrota del ejército por las
fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (
<i>como condición imprescindible a toda revolución verdadera</i>).
Apuntando ya que las condiciones se completan mediante el ejercicio
de la lucha armada, tenemos que explicar una vez más que el escenario de
esa lucha debe ser el campo, y que, desde el campo, con un ejército
campesino que persigue los grandes objetivos por los que debe luchar el
campesinado (el primero de los cuales es la justa distribución de la
tierra), tomará las ciudades. Sobre la base ideológica de la clase
obrera, cuyos grandes pensadores descubrieron las leyes sociales que nos
rigen, la clase campesina de América dará el gran ejército libertador
del futuro, como lo dio ya en Cuba. Ese ejército creado en el campo, en
el cual van madurando las condiciones subjetivas para la toma del poder,
que va conquistando las ciudades desde afuera, uniéndose a la clase
obrera y aumentando el caudal ideológico con esos nuevos aportes, puede y
debe derrotar al ejército opresor en escaramuzas, combates, sorpresas,
al principio; en grandes batallas al final, cuando haya crecido hasta
dejar su minúscula situación de guerrilla para alcanzar la de un gran
ejército popular de liberación. Etapa de la consolidación del poder
revolucionario será la liquidación del antiguo ejército, como
apuntáramos arriba.
Si todas estas condiciones que se han dado en Cuba se pretendieran
aplicar en los demás países de América Latina, en otras luchas por
conquistar el poder para las clases desposeídas, ¿qué pasaría? ¿sería
factible o no? Si es factible, ¿sería más fácil o más difícil que en
Cuba? Vamos a exponer las dificultades que a nuestro parecer harán más
duras las nuevas luchas revolucionarias de América; hay dificultades
generales para todos los países y dificultades más específicas para
algunos cuyo grado de desarrollo o peculiaridades nacionales los
diferencian de otros. Habíamos apuntado, al principio de este trabajo,
que se podían considerar como factores de excepción la actitud del
imperialismo, desorientado frente a la Revolución cubana y, hasta cierto
punto, la actitud de la misma clase burguesa nacional, también
desorientada, incluso mirando con cierta simpatía la acción de los
rebeldes debido a la presión del imperio sobre sus intereses (situación
esta última que es, por lo demás, general a todos nuestros países). Cuba
ha hecho de nuevo la raya en la arena y se vuelve al dilema de Pizarro;
de un lado, están los que quieren al pueblo, y del otro están los que
lo odian y entre ellos, cada vez más determinada, la raya que divide
indefectiblemente a las dos grandes fuerzas sociales: la burguesía y la
clase trabajadora, que cada vez están definiendo con más claridad sus
respectivas posiciones a medida que avanza el proceso de la Revolución
cubana.
Esto quiere decir que el imperialismo ha aprendido a fondo la lección
de Cuba, y que no volverá a ser tomado de sorpresa en ninguna de
nuestras veinte repúblicas, en ninguna de las colonias que todavía
existen, en ninguna parte de América. Quiere decir esto que grandes
luchas populares contra poderosos ejércitos de invasión aguardan a los
que pretendan ahora violar la paz de los sepulcros, la paz romana.
Importante, porque, si dura fue la guerra de liberación cubana con sus
dos años de continuo combate, zozobra e inestabilidad, infinitamente más
duras serán las nuevas batallas que esperan al pueblo en otros lugares
de América Latina.
Los Estados Unidos apresuran la entrega de armas a los gobiernos
títeres que ve más amenazados; los hace firmar pactos de dependencia,
para hacer jurídicamente más fácil el envío de instrumentos de represión
y de matanza y tropas encargadas de ello. Además, aumenta la
preparación militar de los cuadros en los ejércitos represivos, con la
intención de que sirvan de punta de lanza eficiente contra el pueblo.
¿Y la burguesía? se preguntará. Porque en muchos países de América
existen contradicciones objetivas entre las burguesías nacionales que
luchan por desarrollarse y el imperialismo que inunda los mercados con
sus artículos para derrotar en desigual pelea al industrial nacional,
así como otras formas o manifestaciones de lucha por la plusvalía y la
riqueza.
No obstante estas contradicciones las burguesías nacionales no son
capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha
frente al imperialismo.
Demuestra que temen más a la revolución popular, que a los
sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo
que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento patriótico y
coloniza la economía.
La gran burguesía se enfrenta abiertamente a la revolución y no
vacila en aliarse al imperialismo y al latifundismo para combatir al
pueblo y cerrarle el camino a la Revolución.
Un imperialismo desesperado e histérico, decidido a emprender toda
clase de maniobra y a dar armas y hasta tropas a sus títeres para
aniquilar a cualquier pueblo que se levante; un latifundismo feroz,
inescrupuloso y experimentado en las formas más brutales de represión y
una gran burguesía dispuesta a cerrar, por cualquier medio, los caminos a
la revolución popular, son las grandes fuerzas aliadas que se oponen
directamente a las nuevas revoluciones populares de la América Latina.
Tales son las dificultades que hay que agregar a todas las
provenientes de luchas de este tipo en las nuevas condiciones de América
Latina, después de consolidado el fenómeno irreversible de la
Revolución cubana.
Hay otras más específicas. Los países que, aun sin poder hablar de
una efectiva industrialización, han desarrollado su industria media y
ligera o, simplemente, han sufrido procesos de concentración de su
población en grandes centros, encuentran más difícil preparar
guerrillas. Además la influencia ideológica de los centros poblados
inhibe la lucha guerrillera y da vuelo a luchas de masas organizadas
pacíficamente.
Esto último da origen a cierta “institucionalidad”, a que en periodos
más o menos “normales”, las condiciones sean menos duras que el trato
habitual que se da al pueblo.
Llega a concebirse incluso la idea de posibles aumentos cuantitativos
en las bancas congresionales de los elementos revolucionarios hasta un
extremo que permita un día un cambio cualitativo.
Esta esperanza, según creemos, es muy difícil que llegue a
realizarse, en las condiciones actuales, en cualquier país de América.
Aunque no esté excluida la posibilidad de que el cambio en cualquier
país se inicie por vía electoral, las condiciones prevalecientes en
ellos hacen muy remota esa posibilidad.
Los revolucionarios no pueden prever de antemano todas las variantes
tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha por su programa
liberador. La real capacidad de un revolucionario se mide por el saber
encontrar tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la
situación, en tener presente todas las tácticas y en explotarlas al
máximo. Sería error imperdonable desestimar el provecho que puede
obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado; del
mismo modo que sería imperdonable limitarse tan sólo a lo electoral y no
ver los otros medios de lucha, incluso la lucha armada, para obtener el
poder, que es el instrumento indispensable para aplicar y desarrollar
el programa revolucionario, pues si no se alcanza el poder, todas las
demás conquistas son inestables, insuficientes, incapaces de dar las
soluciones que se necesitan, por más avanzadas que puedan parecer.
Y cuando se habla de poder por vía electoral nuestra pregunta es
siempre la misma: si un movimiento popular ocupa el gobierno de un país
por amplia votación popular y resuelve, consecuentemente, iniciar las
grandes transformaciones sociales que constituyen el programa por el
cual triunfó, ¿no entraría en conflicto inmediatamente con las clases
reaccionarias de ese país?, ¿no ha sido siempre el ejército el
instrumento de opresión de esa clase? Si es así, es lógico razonar que
ese ejército tomará partido por su clase y entrará en conflicto con el
gobierno constituido. Puede ser derribado ese gobierno mediante un golpe
de estado más o menos incruento y volver a empezar el juego de nunca
acabar; puede a su vez, el ejército opresor ser derrotado mediante la
acción popular armada en apoyo a su gobierno; lo que nos parece difícil
es que las fuerzas armadas acepten de buen grado reformas sociales
profundas y se resignen mansamente a su liquidación como casta.
En cuanto a lo que antes nos referimos de las grandes concentraciones
urbanas, nuestro modesto parecer es que, aun en estos casos, en
condiciones de atraso económico, puede resultar aconsejable desarrollar
la lucha fuera de los límites de la ciudad, con características de larga
duración.
Más explícitamente, la presencia de un foco guerrillero en una
montaña cualquiera, en un país con populosas ciudades, mantiene perenne
el foco de rebelión, pues es muy difícil que los poderes represivos
puedan rápidamente, y aun en el curso de años, liquidar guerrillas con
bases sociales asentadas en un terreno favorable a la lucha guerrillera
donde existan gentes que empleen consecuentemente la táctica y la
estrategia de este tipo de guerra.
Es muy diferente lo que ocurriría en las ciudades; puede allí
desarrollarse hasta extremos insospechados la lucha armada contra el
ejército represivo pero, esa lucha se hará frontal solamente cuando haya
un ejército poderoso que lucha contra otro ejército; no se puede
entablar una lucha frontal contra un ejército poderoso y bien armado
cuando sólo se cuenta con un pequeño grupo.
La lucha frontal se haría, entonces con muchas armas y, surge la
pregunta: ¿dónde están las armas? Las armas no existen de por sí, hay
que tomárselas al enemigo; pero, para tomárselas a ese enemigo hay que
luchar, y no se puede luchar de frente. Luego, la lucha en las grandes
ciudades debe iniciarse por un procedimiento clandestino para captar los
grupos militares o para ir tomando armas, una a una en sucesivos golpes
de mano.
En este segundo caso se puede avanzar mucho y no nos atreveríamos a
afirmar que estuviera negado el éxito a una rebelión popular con base
guerrillera dentro de la ciudad. Nadie puede objetar teóricamente esta
idea, por lo menos no es nuestra intención, pero sí debemos anotar lo
fácil que sería mediante alguna delación, o, simplemente, por
exploraciones sucesivas, eliminar a los jefes de la Revolución. En
cambio, aun considerando que efectúen todas las maniobras concebibles en
la ciudad, que se recurra al sabotaje organizado y, sobre todo, a una
forma particularmente eficaz de la guerrilla que es la guerrilla
suburbana, pero manteniendo el núcleo en terrenos favorables para la
lucha guerrillera, si el poder opresor derrota a todas las fuerzas
populares de la ciudad y las aniquila, el poder político revolucionario
permanece incólume, porque está relativamente a salvo de las
contingencias de la guerra. Siempre considerando que está relativamente a
salvo, pero no fuera de la guerra, ni la dirige desde otro país o desde
lugares distantes; está dentro de su pueblo, luchando. Esas son las
consideraciones que nos hacen pensar que, aun analizando países en que
el predominio urbano es muy grande, el foco, central político de la
lucha puede desarrollarse en el campo.
Volviendo al caso de contar con células militares que ayuden a dar el
golpe y suministren las armas, hay dos problemas que analizar: primero,
si esos militares realmente se unen a las fuerzas populares para el
golpe, considerándose ellos mismos como núcleo organizado y capaz de
autodecisión; en ese caso será un golpe de una parte del ejército contra
otra y permanecerá, muy probablemente, incólume la estructura de casta
en el ejército. El otro caso, el de que los ejércitos se unieran rápida y
espontáneamente a las fuerzas populares, en nuestro concepto, solamente
se puede producir después que aquellos hayan sido batidos violentamente
por un enemigo poderoso y persistente, es decir, en condiciones de
catástrofe para el poder constituido. En condiciones de un ejército
derrotado, destruida la moral, puede ocurrir este fenómeno, pero para
que ocurra es necesaria la lucha y siempre volvemos al punto primero,
¿cómo realizar esa lucha? La respuesta nos llevará al desarrollo de la
lucha guerrillera en terrenos favorables, apoyada por la lucha en las
ciudades y contando siempre con la más amplia participación posible de
las masas obreras y, naturalmente, guiados por la ideología de esa
clase.
Hemos analizado suficientemente las dificultades con que tropezarán
los movimientos revolucionarios de América Latina, ahora cabe
preguntarse si hay o no algunas facilidades con respecto a la etapa
anterior, la de Fidel Castro en la Sierra Maestra.
Creemos que también aquí hay condiciones generales que faciliten el
estallido de brotes de rebeldía y condiciones específicas de algunos
países que las facilitan aún más. Debemos apuntar dos razones subjetivas
como las consecuencias más importantes de la Revolución cubana: la
primera es la posibilidad del triunfo, pues ahora se sabe perfectamente
la capacidad de coronar con el éxito una empresa como la acometida por
aquel grupo de ilusos expedicionarios del
Granma en su lucha de
dos años en la Sierra Maestra; eso indica inmediatamente que se puede
hacer un movimiento revolucionario que actúe desde el campo, que se
ligue a las masas campesinas, que crezca de menor a mayor, que destruya
al ejército en lucha frontal, que tome las ciudades desde el campo, que
vaya incrementando, con su lucha, las condiciones subjetivas necesarias,
para tomar el poder.
La importancia que tiene este hecho, se ve por la cantidad de
excepcionalistas que han surgido en estos momentos. Los excepcionalistas
son los seres especiales que encuentran que la Revolución cubana es un
acontecimiento único e inimitable en el mundo, conducido por un hombre
que tiene o no fallas, según que el excepcionalista sea de derecha o de
izquierda, pero que, evidentemente, ha llevado a la Revolución por unos
senderos que se abrieron única y exclusivamente para que por ellos
caminara la Revolución cubana. Falso de toda falsedad, decimos nosotros;
la posibilidad de triunfo de las masas populares de América Latina está
claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en
el ejército campesino, en la alianza de los obreros con los campesinos,
en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de la ciudad
desde el campo, en la disolución del ejército como primera etapa de la
ruptura total de la superestructura del mundo colonialista anterior.
Podemos apuntar, como segundo factor subjetivo, que las masas no sólo
saben las posibilidades de triunfo; ya conocen su destino. Saben cada
vez con mayor certeza que, cualquiera que sean las tribulaciones de la
historia durante períodos cortos, el porvenir es del pueblo, porque el
porvenir es de la justicia social. Esto ayudará a levantar el fermento
revolucionario aún a mayores alturas que las alcanzadas actualmente en
Latinoamérica.
Podríamos anotar algunas consideraciones no tan genéricas y que no se
dan con la misma intensidad en todos los países. Una de ellas,
sumamente importante, es que hay más explotación campesina en general,
en todos los países de América, que la que hubo en Cuba. Recuérdese,
para los que pretenden ver en el período insurreccional de nuestra lucha
el papel de la proletarización del campo, que, en nuestro concepto, la
proletarización del campo sirvió para acelerar profundamente la etapa de
cooperativización en el paso siguiente a la toma del poder y la Reforma
Agraria, pero que, en la lucha primera, el campesino, centro y médula
del Ejército Rebelde, es el mismo que está hoy en la Sierra Maestra,
orgullosamente dueño de su parcela e intransigentemente individualista.
Claro que en América hay particularidades; un campesino argentino no
tiene la misma mentalidad que un campesino comunal del Perú, Bolivia o
Ecuador, pero el hambre de tierra está permanentemente presente en los
campesinos y el campesinado da la tónica general de América, y como, en
general, está más explotado aún de lo que lo había sido en Cuba, aumenta
las posibilidades de que esta clase se levante en armas.
Además, hay otro hecho. El ejército de Batista, con todos sus enormes
defectos, era un ejército estructurado de tal forma que todos eran
cómplices desde el último soldado al general más encumbrado, en la
explotación del pueblo.
Eran ejércitos mercenarios completos, y esto le daba una cierta
cohesión al aparato represivo. Los ejércitos de América, en su gran
mayoría, cuentan con una oficialidad profesional y con reclutamientos
periódicos. Cada año, los jóvenes que abandonan su hogar escuchando los
relatos de los sufrimientos diarios de sus padres, viéndolos con sus
propios ojos, palpando la miseria y la injusticia social, son
reclutados. Si un día son enviados como carne de cañón para luchar
contra los defensores de una doctrina que ellos sienten como justa en su
carne, su capacidad agresiva estará profundamente afectada y con
sistemas de divulgación adecuados, haciendo ver a los reclutas la
justicia de la lucha, el porqué de la lucha, se lograrán resultados
magníficos.
Podemos decir, después de este somero estudio del hecho
revolucionario, que la Revolución cubana ha contado con factores
excepcionales que le dan su peculiaridad y factores comunes a todos los
pueblos de América que expresan la necesidad interior de esta
Revolución. Y vemos también que hay nuevas condiciones que harán más
fácil el estallido de los movimientos revolucionarios, al dar a las
masas la conciencia de su destino; la conciencia de la necesidad y la
certeza de la posibilidad; y que, al mismo tiempo, hay condiciones que
dificultarán el que las masas en armas puedan rápidamente lograr su
objetivo de tomar el poder. Tales son la alianza estrecha del
imperialismo con todas las burguesías americanas, para luchar a brazo
partido contra la fuerza popular. Días negros esperan a América Latina y
las últimas declaraciones de los gobernantes de los Estados Unidos,
parecen indicar que días negros esperan al mundo: Lumumba, salvajemente
asesinado, en la grandeza de su martirio muestra la enseñanza de los
trágicos errores que no se deben cometer. Una vez iniciada la lucha
antimperialista, es indispensable ser consecuente y se debe dar duro,
donde duela, constantemente y nunca dar un paso atrás; siempre adelante,
siempre contragolpeando, siempre respondiendo a cada agresión con una
más fuerte presión de las masas populares. Es la forma de triunfar.
Analizaremos en otra oportunidad, si la Revolución cubana después de la
toma del poder, caminó por estas nuevas vías revolucionarias con
factores de excepcionalidad o si también aquí, aun respetando ciertas
características especiales, hubo fundamentalmente un camino lógico
derivado de leyes inmanentes a los procesos sociales.
Publicado en la revista Verde Olivo, 9 de Abril de 1961