Los pueblos cuyos países son miembros de la Unión Europea no parecen
conscientes de los nubarrones que se ciernen sobre sus cabezas. Han
identificado los graves problemas de la UE pero los tratan con ligereza
y no entienden lo que está en juego con la secesión británica
–el llamado Brexit. Están hundiéndose lentamente en una crisis que
podría no tener más solución que la llegada a la violencia.
El origen del problema
En el momento de la disolución de la Unión Soviética, los miembros de
la Comunidad Europea aceptaron plegarse a las decisiones de
Estados Unidos e integrar a esa comunidad los países del centro de
Europa, a pesar de que esos países no correspondían en nada a los
criterios lógicos de adhesión. De paso, adoptaron el Tratado de
Maastricht, que convirtió el proyecto europeo en una coordinación
económica de Estados europeos que marchaba hacia la implantación de un
Estado supranacional. Se trataba de crear un gran bloque político que
–bajo la protección militar de Estados Unidos– emoprendería,
según ellos, el camino de la prosperidad.
Ese súper Estado nada tiene de democrático. Lo administra un colegio
de altos funcionarios –la Comisión– cuyos miembros son designados
uno a uno por cada uno de los jefes de Estado y de gobierno. Nunca en
la Historia había existido un Imperio que funcionara de esa manera. Muy
rápidamente, el modelo paritario de la Comisión dio paso a una
gigantesca burocracia paritaria, en cuyo seno ciertos Estados son «
más iguales que los demás».
El proyecto supranacional resultó ser incapaz de adaptarse al mundo
unipolar. La Comunidad Europea había nacido de la rama civil del Plan
Marshall, cuya rama militar era la OTAN.
Las burguesías de Europa occidental, inquietas ante el modelo
soviético, habían respaldado la Comunidad a partir del congreso
convocado por Winston Churchill en La Haya, en 1948. Pero, después de
la desaparición de la URSS, aquel camino carecía de interés para ellas.
Los países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia vacilaban
entre implicarse en la Unión Europea o aliarse directamente a
Estados Unidos. Por ejemplo, Polonia compró aviones de guerra a
Estados Unidos, con los fondos que la Unión Europea le había concedido
para modernizar su agricultura, y comprometió esos aviones en la
agresión contra Irak.
Además de crear una cooperación policiaca y judicial, el Tratado de
Maastricht incluía la creación de una moneda única y de una política
exterior igualmente única. Todos los países miembros de la Unión
Europea tenían que adoptar el euro como moneda en cuanto lo permitiese
su economía nacional. Sólo Dinamarca y el Reino Unido, presintiendo los
problemas futuros, se mantuvieron al margen y no adoptaron la moneda
única. La cuestión de la política exterior única para todos los
miembros de la UE parecía evidente en un mundo que se había hecho
unipolar y dominado por Estados Unidos.
Teniendo en cuenta las disparidades económicas existentes entre los
países de la eurozona, los países pequeños iban a convertirse en presas
de los más grandes, como Alemania. La moneda única, que en el momento
de su entrada en circulación había sido ajustada al valor del dólar
estadounidense, se transformaba poco a poco en una versión
internacionalizada del antiguo marco alemán. Incapaces de rivalizar con
los demás miembros de la UE, Portugal, Irlanda, Grecia y España
acabaron siendo designados en los medios financieros como los PIGS
–sigla construida con los nombres en inglés de esos países pero que
significa “cerdos” o “cochinos”. Mientras tanto, Berlín saqueaba las
economías de esos países y proponía a Atenas ayudar a restaurar la
economía griega… si le cedía parte del territorio griego.
Resultó que la Unión Europea, aunque proseguía su crecimiento
económico global, se quedaba rezagada en relación con otros Estados
cuyo crecimiento económico era varias veces más rápido. Ser miembro de
la Unión Europea era una ventaja para los países que habían pertenecido
al Pacto de Varsovia, pero se convirtió en un hándicap para los
europeos del este.
Ante tal fracaso, el Reino Unido decidió retirarse de este
súper Estado (Brexit) para aliarse a sus socios históricos de la
Commonwealth y, de ser posible, con China. La Comisión Europea tuvo
miedo de que el ejemplo británico abriese las puertas a la salida de
otros países y a que, aunque se mantuviese el Mercado Común, aquello
pusiese fin a la UE, así que decidió imponer condiciones que obligaran a
Londres a renunciar a su salida de la Unión.
Los problemas internos del Reino Unido
Habiendo comprobado que la Unión Europea está al servicio de
los ricos y en contra de los pobres, los campesinos y obreros
británicos votaron a favor de salir de ella mientras que el sector
terciario se oponía a esa salida.
En la sociedad británica –como en los demás países europeos– existe
una alta burguesía que debe su enriquecimiento a la Unión Europea, pero
también tiene una poderosa aristocracia, que no existe en los demás
grandes países europeos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, esa
aristocracia disponía de todas las ventajas que representa la Unión
Europea, y también de una prosperidad que ya no puede esperar de la UE.
La aristocracia británica votó, por consiguiente, por el Brexit,
en contra de la alta burguesía, abriendo así una crisis en el seno de la
clase dirigente.
En definitiva, la designación de Theresa May como primer ministro
supuestamente debía preservar los intereses de unos y otros («
Global Britain»), pero las cosas no sucedieron como se había previsto.
Primeramente,
la señora May no logró concluir un acuerdo preferencial con China y
está encontrando grandes dificultades en la Commonwealth, cuyos
vínculos con Londres se habían distendido con el paso del tiempo.
May
también está teniendo grandes dificultades con sus minorías escocesa e
irlandesa, sobre todo teniendo en cuenta que su mayoría incluye a los
protestantes irlandeses, quienes no tienen intenciones de ceder
sus privilegios.
Además, está estrellándose contra la intransigencia ciega de Berlín y de la UE.
Para terminar, la señora May también está teniendo que enfrentar el cuestionamiento de la «
relación especial» que ataba su país a Estados Unidos.
El problema que sale a la luz con la aplicación del Brexit
Luego de tratar inútilmente de obtener concesiones sobre los tratados
europeos, el Reino Unido optó democráticamente –el 23 de junio
de 2016– por salir de la Unión Europea. La alta burguesía, que no había
creído que tal cosa pudiese suceder, trató inmediatamente de cuestionar
la voluntad expresada en las urnas. Se habló entonces de organizar un
segundo referéndum, como se hizo con Dinamarca cuando los electores
daneses rechazaron el Tratado de Maastricht. Ante la dificultad de
lograr eso, se habló entonces de un «
Brexit duro» (sin nuevos acuerdos con la Unión Europea) y de un «
Brexit blando» (donde se mantendrían ciertos compromisos).
La prensa clama que el Brexit será una catástrofe económica para los
británicos. En realidad, todos los estudios anteriores al referéndum –y
por consiguiente anteriores también a ese debate– muestran que los
2 primeros años de la salida de la UE serán de recesión, pero que la
economía del Reino Unido no tardará en recuperarse y superar los
índices de la Unión Europea. La oposición al resultado del referéndum
–y, por ende, a la voluntad popular– está logrando frenar la aplicación
de la decisión ya adoptada por la mayoría. La notificación a la UE de
la salida británica se realizó con 9 meses de retraso, el 29 de marzo
de 2017.
El 14 de noviembre de 2018 –o sea, 2 años y 4 meses después del
referéndum– Theresa May capitula y acepta un acuerdo con la Comisión
Europea en términos que no convienen a los británicos. Cuando presenta
ese acuerdo a su gobierno, 7 ministros dimiten de inmediato
–entre ellos el ministro a cargo del Brexit. Es evidente que el hombre
ignoraba ciertos elementos del texto que la señora May le atribuye a
él.
El acuerdo británico con la Unión Europea incluye una disposición
enteramente inaceptable para un Estado soberano. Instituye un periodo
de transición –cuya duración no precisa–, durante el cual el Reino
Unido deja de ser considerado miembro de la UE, pero estará obligado a
plegarse a sus reglas, incluyendo las que sean adoptadas durante ese
periodo.
Alemania y Francia están detrás de esa intriga.
En cuanto se supo el resultado del referéndum británico sobre
el Brexit, Alemania tuvo conciencia de que la salida del Reino Unido
provocaría la pérdida de varias decenas de miles de millones de euros
del PIB alemán. En vez de tratar de adaptar la economía alemana a esa
circunstancia, el gobierno de la canciller Angela Merkel se dio
entonces a la tarea de sabotear la salida del Reino Unido de la UE.
Por su parte, el presidente francés Emmanuel Macron representa a la
alta burguesía europea, lo cual lo lleva a oponerse por naturaleza
al Brexit.
Los hombres detrás de las políticas
La canciller Merkel estaba segura de contar con el apoyo del
presidente de la UE, el polaco Donald Tusk. Si Tusk está en ese puesto
no es por haberse sido antes primer ministro de su país sino por
dos razones muy diferentes: Tusk proviene de una familia de la minoría
casubia que se puso del lado de los estadounidenses contra los
soviéticos en tiempos de la guerra fría y es, además, un amigo de
infancia de la señora Merkel.
Tusk comenzó por plantear la cuestión del compromiso británico en los
programas plurianuales de la Unión Europea. Si Londres tuviese que
pagar lo que se había comprometido a financiar, simplemente no podría
salir de la UE sin desembolsar un derecho de salida que fluctuaría entre
55 000 y 60 000 millones de libras esterlinas.
Michel Barnier, ex ministro francés y miembro de la Comisión Europea,
es nombrado entonces negociador en jefe ante el Reino Unido. Barnier
sentía una sólida aversión por la City, a la que ya había maltratado
durante la crisis de 2008. Además, los financieros británicos soñaban
con hacerse del control de la convertibilidad del yuan chino a euros.
Barnier aceptó tener a la alemana Sabine Weyand como segunda.
En realidad es ella quien dirige las negociaciones con el Reino Unido y
su misión es hacerlas fracasar.
Mientras tanto, el hombre que fabricó la “carrera” del hoy presidente
de Francia Emmanuel Macron, el ex jefe del servicio francés de
inspección financiera Jean-Pierre Jouyet, es nombrado embajador de
Francia en Londres. Para garantizar el fracaso del Brexit, Jouyet
se apoya en el coronel Tom Tugendhat, líder conservador de la oposición
a Theresa May, e incluso nombra a la esposa del coronel –Anissia
Tugendhat– como adjunta en la embajada de Francia en Londres.
La crisis se concreta durante la cumbre del Consejo Europeo realizada
en Salzburgo, en septiembre de 2018. Theresa May presenta en esa
cumbre el consenso que había logrado en su país –y que muchos deberían
ver como un ejemplo. Se trata del llamado «
Plan de Chequers» [
1],
que propone mantener sólo el Mercado Común entre el Reino Unido y
la UE, la eliminación de la libre circulación de personas, servicios y
capitales entre ambas partes y liberar al Reino Unido de la obligación
de someterse a la justicia administrativa europea. Tusk rechaza de plano
la propuesta.
En este punto se impone una mirada al pasado. Los acuerdos que
pusieron fin a la rebelión del Ejército Republicano Irlandés (IRA,
siglas en inglés) contra el colonialismo inglés no resolvieron las
causas del conflicto. Se logró la paz sólo porque la creación de la
Unión Europea permitió la eliminación de la frontera entre Irlanda del
Norte (bajo la dominación inglesa) y la República de Irlanda
(independiente del Reino Unido y miembro de la UE). Ahora Donald Tusk
exige que, para evitar el resurgimiento de aquella guerra de liberación
nacional, Irlanda del Norte se mantenga en la unión aduanera de la UE.
Eso implicaría la creación de una frontera, bajo control de la Unión
Europea, frontera que dividiría en dos el Reino Unido, separando
Irlanda del Norte del resto del reino.
Durante la segunda sesión del Consejo, en presencia de todos los
jefes de Estado y de gobierno, Tusk ordenó cerrar la puerta en la cara a
la señora May, dejándola fuera de la sala, lo cual constituye una
humillación pública que no puede dejar de tener consecuencias.
Reflexiones sobre la secesión en la Unión Europea
Todo estas intrigas demuestran la habilidad que los dirigentes
europeos son capaces de desplegar cuando se trata de engañar a alguien.
Según la imagen que proyectan, dan la impresión de ser respetuosos de
las reglas de imparcialidad y de tomar decisiones colectivas cuyo único
objetivo sería servir al interés general –aunque sólo los británicos
refutan la noción misma de interés general.
La realidad es diferente. Algunos dirigentes europeos defienden los
intereses de sus países en detrimento de todos los demás. Lo peor es,
evidentemente, el chantaje que se ejerce contra el Reino Unido,
tratando de obligarlo a someterse a las condiciones económicas de la UE
bajo la amenaza de favorecer el resurgimiento de la guerra de
independencia en Irlanda del Norte.
Ese comportamiento sólo puede conducir a un despertar de los
conflictos intraeuropeos que dieron lugar a las dos guerras mundiales,
conflictos que la Unión Europea había logrado disimular en su propio
territorio pero que nunca llegaron a ser resueltos y que aún subsisten
fuera de la UE.
Conscientes que están jugando con fuego, el presidente francés
Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel han comenzado a
hablar ahora –de un día para otro– de la creación de un ejército común,
que incluiría al Reino Unido. Es cierto que si las tres grandes
potencias europeas crearan su propia alianza militar, el problema
quedaría resuelto. Pero es imposible concretar esa alianza porque
no se puede construir un ejército sin decidir antes quién será el jefe.
El autoritarismo del Estado supranacional ha alcanzado tales
proporciones que fue creando otros tres frentes durante el transcurso
de las negociaciones sobre el Brexit. La Comisión abrió
dos procedimientos para adoptar sanciones contra Polonia y Hungría
–a pedido del Parlamento Europeo–, países que están siendo acusados de
violaciones sistémicas de los valores de la Unión Europea. Lo que
se busca es poner a esos dos países en la misma situación que el Reino
Unido: la de verse obligados a plegarse a las reglas de la UE
sin participar en su adopción. Además, descontento por las reformas
iniciadas en Italia, el Estado supranacional niega al gobierno italiano
el derecho de dotarse de un presupuesto para aplicar su propia
política.
El Mercado Común de la Comunidad Europea había permitido reconciliar a
los europeos del oeste con los europeos del este y fortalecer la paz.
Su sucesora, la Unión Europea, está destruyendo ese legado, dividiendo
nuevamente a los europeos y enfrentándolos entre sí.
]
“Chequers” es el nombre de la residencia campestre oficial asignada al
primer ministro británico. Allí se presentó la propuesta británica a la
Unión Europea. Nota de la
.