jueves, 6 de diciembre de 2018

Noticias de hoy dic 06 (33)

 
Noticias de hoy
  dic 06 (33)

Justicia para Ayotzinapa


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Justicia para Ayotzinapa

 

 


Instaurar la justicia en el país será un proceso complejo que requiere de la voluntad política y social, conjugar las acciones a favor del esclarecimiento de lo acontecido el 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, requerirá romper con las estructuras de corrupción que han obstruido los procesos de investigación en torno a los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa y de las tres personas asesinadas en esos mismos hechos, sanar las heridas nacionales es un requisito para poder hablar de una nueva etapa en la sociedad mexicana.
La firma del Decreto para la Comisión de la Verdad de Ayotzinapa es un paso necesario de reconocer, la indicación del presidente Andrés Manuel López Obrador, para que todas las instituciones relacionadas se pongan a disposición de la verdad, es una muestra de esa voluntad política necesaria, tendremos todos en la sociedad que vigilar los procesos que se instauren, las medidas que se tomen y sobre todo que realmente los actos que se efectúen estén dirigidos al esclarecimiento de lo sucedido, el Crimen de Estado debe ser juzgado y los culpables deben pagar por su participación en las desapariciones forzadas y en la criminalización que han padecido los estudiantes normalistas y sus familiares, es necesario dar fin a la violencia sistémica que desde los años sesenta se aplica e impone sobre los movimientos sociales, los activistas y demás ciudadanos conscientes que levantan la voz para exigir mejores condiciones de vida, establecer la justicia en Ayotzinapa sería un gran paso para frenar la guerra sucia que hasta hoy a ejercido el poder en México.
La investigación tendrá que retomar el rumbo, deshacer las trampas puestas por quienes estuvieron antes a cargo, pues mucha información fue ocultada, manipulada, eliminada o falseada, para que el gobierno del ex presidente Enrique Peña Nieto, pudiera dar a conocer su “verdad histórica”, misma que se derrumbo a los pocos minutos de que fuera anunciada, el cinismo acostumbrado del poder ha generado la desconfianza con que la sociedad observa los resultados ofrecidos hasta la fecha, pero sobre todo, generó el incremento del dolor con que los familiares ven esos procesos de investigación sobre sus hijos, pues los estudiantes de Ayotzinapa han sido negados de muchas maneras por el poder. Si hay voluntad real de escalecer los hechos se manifestará en la forma en que se vayan realizando los peritajes y averiguaciones, la manera en que se informe a la sociedad sobre los avances y el trato que reciban los familiares, aún hay mucho escepticismo a pesar de la firma del decreto y es normal por lo instituido de la corrupción en los sistemas de justicia y por la constante impunidad que ha gobernado durante años en el país.
La sociedad debe jugar su papel exigiendo transparencia y veracidad, haciendo del tema un diálogo entre las partes, las manifestaciones de repudio al crimen y a sus perpetradores continuaran hasta que la justicia se establezca, la solidaridad con los familiares de los desaparecidos es una constante muestra de humanidad, México en su conjunto fue cimbrado en lo más profundo por el crimen de Estado, resarcir ese daño transitará por el cumplimiento de las demandas sociales, hacer de la justicia un hecho palpable y no sólo un derecho alienado de la vida cotidiana.
La justicia no vendrá del cielo ni por bondad, los reclamos sociales han logrado que se firmara el Decreto para la Verdad de Ayotzinapa, el hecho de que miles y miles de mexicanos se expresaran y el apoyo recibido desde diferentes puntos del mundo, pusieron el tema como prioritario en la agenda política del nuevo gobierno, esas mismas voces multiplicadas encarnarán el interés y la permanente demanda humana de que al fin se pueda hablar de justicia en México. La verdad no es un acto que baje desde la pirámide vertical del poder, es la expresión de la voluntad social organizada de manera horizontal para dar luz a esta noche espesa y sombría que ha significado la desaparición de los estudiantes normalistas.
Ayotzinapa es dolor, desesperanza, rabia, desconfianza y muestra de la violencia de Estado, con la firma del Decreto por la Verdad puede lograrse cambiar esos significados, estableciendo la esperanza en que la verdad aflore y la justicia se establezca, pero para ello, sigue siendo necesaria la participación consciente de los oprimidos reclamando el respeto a sus derechos, el fin de la violencia sistémica y un nuevo orden social más equitativo y justo.
¡JUSTICIA PARA AYOTZINAPA!
Cristóbal León Campos es integrante del Colectivo Disyuntivas
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

La esperanza nunca muere


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La esperanza nunca muere

 

 


México, país rico en recursos naturales y de cultura antiquísima, del cual el General Porfirio Díaz dijo: “¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, tiene un nuevo presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien a partir de su posesión debe profundizar la democracia para que haya elecciones realmente libres, que permitan escoger funcionarios que representen al pueblo y no, como hasta ahora, a los oligarcas; renovar la sociedad mejicana, actualizando su sistema educativo de manera que las personas mejor dotadas desarrollen al máximo sus facultades intelectuales; combatir la pobreza que agobia al 38% de los mejicanos, priorizando la solidaridad humana basada en principios universales; combatir la corrupción, lo que requiere de una revolución espiritual que permita recuperar la ética en la política, tarea nada fácil, pues en México la corrupción se ha institucionalizado en todos los recovecos del poder público y privado; recuperar para el Estado el sector estratégico, especialmente de las áreas energéticas, de manera que se incremente la generación de empleo; erradicar la violencia iniciando un proceso de reconciliación nacional, pues desde que en gobiernos anteriores se inició la ofensiva militarizada contra el narcotráfico, en México se asesina a un mejicano cada 25 minutos y hay cerca de 40.000 desaparecidos; apoyar a los pueblos indígenas para que mejoren sus condiciones económicas y sociales, respetando el medio ambiente; afianzar a los sectores productivos, especialmente los rurales, que fueron abandonados luego firmar onerosos tratados internacionales; reabrir el caso de la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, formando una Comisión de la Verdad que conozca y analice los informes emitidos por distintas organizaciones de derechos humanos, para castigar a los responsables de este crimen, independientemente del poder que tengan; iniciar en lo internacional una política en la que México, por respetar la soberanía de toda nación del mundo, reafirme que justiprecia la autodeterminación y la no injerencia en los asuntos internos de otros estados.
La tarea es titánica, pero López Obrador es la persona que conoce a “la mafia que se adueñó de México” y sabe cómo combatirla. Comprende que lo sucedido en su país ha servido para “recomponer el viejo régimen y continuar con la misma corrupción”, que es el “gatopardismo, una maniobra en que, en apariencia, todo cambia para que todo siga igual.” Se pregunta qué se debe hacer con la mafia, y responde: “nuestra concepción de que el principal problema de México es, precisamente, el predominio de un puñado de personas que detentan el poder y son los responsables de la actual tragedia nacional. Y, como es obvio, si estamos empeñados en establecer la democracia y transformar al país, es mejor que desde ahora se sepa qué haríamos con los oligarcas al triunfo de nuestra causa.”
Para él, la oligarquía, la mafia del poder, echó abajo “lo poco que se había construido para establecer la democracia en México... El tiempo y la realidad han demostrado que el fraude causó un daño inmenso: lastimó los sentimientos de millones de mexicanos, socavó a las instituciones, envileció por entero a la llamada sociedad política... Es necesario cambiar la forma de hacer política. Este noble oficio se ha pervertido por completo. Hoy la política es sinónimo de engaño, arreglos cupulares y corrupción. Los legisladores, líderes y funcionarios públicos están alejados de los sentimientos del pueblo; sigue prevaleciendo la idea de que la política es cosa de los políticos y no asunto de todos” y propone una “transformación que no sólo debe tener como propósito alcanzar el crecimiento económico, la democracia, el desarrollo y el bienestar, sino, y sobre todo, cristalizar una nueva corriente de pensamiento sustentada en la cultura de nuestro pueblo, en su vocación de trabajo y en su inmensa bondad; añadiendo valores como el de la tolerancia, el respeto a la diversidad y la protección al medio ambiente. Está en marcha, pues, la revolución de las conciencias para construir la nueva República. La tarea es sublime, nada en el terreno de lo público puede ser más importante que lograr el renacimiento de México. Ninguna otra actividad produce más satisfacción que la de luchar en bien de otros. Es un timbre de orgullo vivir con arrojo y además tener la dicha de hacer historia.”
Sabe que se ha “entregando los bienes del pueblo y de la nación a particulares, nacionales y extranjeros”, que hoy como nunca “casi todas las instituciones bancarias pertenecen a extranjeros, no otorgan créditos para fomentar el desarrollo del país, invierten en valores gubernamentales, cobran las tasas de interés más altas del mundo, obtienen ganancias fabulosas y son fuente fundamental de traslado de recursos a sus matrices en España, Estados Unidos e Inglaterra”, sabe que la corrupción está tan oficializada en la cúpula del poder, “que el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública resolvió mantener en secreto por 12 años -hasta 2019- los nombres de las empresas que en 2005 resultaron beneficiadas por el Servicio de Administración Tributaria con la devolución multimillonaria de impuestos.” No habla de memoria sino porque “durante el tiempo que fui Jefe de Gobierno de la ciudad de México (2000-2005), conocí a casi todos los integrantes de esta élite.”
Está consciente de que la pobreza de México se da porque “los tecnócratas han actuado como fundamentalistas. No sólo acataron la ortodoxia de los organismos financieros internacionales, sino que convirtieron en ideología sus recomendaciones”, y así como el pez por su boca muere, todavía recuerda “que Pedro Aspe, secretario de Hacienda en el gobierno de Salinas, se ufanaba diciendo que no tenía importancia el fomento de las actividades productivas del sector agropecuario porque en un mundo globalizado era más económico comprar en el extranjero lo que consumimos”, por lo que, “el conjunto de políticas neoliberales aplicadas al campo ha originado un grave rezago productivo del sector agropecuario en relación con el crecimiento de la población.” De ahí que se haga “indispensable eliminar la actual política económica que ni en términos cuantitativos ha dado resultado. México es uno de los países del mundo que menos ha crecido en los últimos años.”
Sabe que “a partir de la adopción de la política neoliberal, se vinculó estrechamente al sector energético con los intereses externos. En este período se alejó más la posibilidad de integrarlo y utilizarlo como palanca de desarrollo nacional, y todos los gobiernos neoliberales han mantenido la idea y el propósito de privatizar tanto la industria eléctrica como la industria petrolera.” Por lo que no aceptará “ninguna ocupación a nuestro territorio. México debe seguir siendo un país libre, independiente y soberano. No queremos convertirnos en colonia” y recuerda lo que una vez dijo el General Lázaro Cárdenas del Río: “Gobierno o individuo que entrega los recursos nacionales a empresas extranjeras traiciona a la Patria”, pese a lo cual “en estos tiempos, desgraciadamente, puede más la corrupción que el patriotismo.” Recuerda que “uno de los negocios más jugosos en beneficio de funcionarios y contratistas ha sido la compra de gas a empresas extranjeras. Por esta razón, a los tecnócratas nunca les ha importado realmente ni extraer el gas ni evitar que se desperdicie. México es el país petrolero que más gas quema a la atmósfera.”
Sobre la educación también está claro, sabe que “a pesar del esfuerzo de alumnos y maestros, es notable el rezago. Las escuelas están abandonadas, con techos en malas condiciones, faltan pizarrones, mesa-bancos, hay aulas construidas con materiales precarios. Y lo más lamentable es que muchos niños caminen hasta dos horas para asistir a la escuela y casi todos lleguen sin desayunar. En México, sólo el 20% de los jóvenes tienen acceso a la educación superior. La UNESCO ha establecido como parámetro de referencia para este nivel, entre 40 y 50 por ciento.”
Comprende que en materia de salud lo común es el abandono, que “hay municipios sin médico y aunque en las cabeceras haya clínicas de primer nivel, los médicos sólo trabajan de lunes a viernes y en todas partes se carece de medicamentos.”
Sobre la pobreza, López Obrador conoce que incluso los que trabajan “tienen salarios que no les alcanza ni siquiera para lo más indispensable... perciben ingresos que no les permiten adquirir una canasta alimentaria recomendable, considerando aspectos nutritivos, culturales y económicos.”
López Obrador, por entenderlos con profundidad, es la persona idónea para comandar la solución de un inmenso complejo de problemas. Si lo apoya un pueblo organizado, es factible que en México se inicie un proceso revolucionario, que será ejemplar para nuestra América y el resto del mundo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Transformación y transformismo


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 Transformación y transformismo

 

 


Andrés Manuel López Obrador inicia su gobierno con la confianza popular pero en un clima político regional dominado por el auge de nuevas derechas. Con una coalición de gobierno diversa y contradictoria, se propone realizar la «cuarta transformación» de México. Su discurso, que agita a las masas y tiene carácter plebeyo, anuncia políticas que podrían desandar el camino del neoliberalismo. Sin embargo, sus propuestas son menos ambiciosas de lo que podría parecer. La coyuntura global no es económicamente favorable y las expectativas son muchas, quizás demasiadas.
La «cuarta transformación» anunciada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) inicia su curso ahora que, a cinco meses de su contundente victoria electoral, el líder tabasqueño se colocó la banda presidencial en una secuencia ceremonial minuciosamente orquestada para reflejar la historicidad del momento: el discurso programático con acentos moralizadores y antineoliberales en el recinto parlamentario, el ritual indígena de purificación y la entrega del bastón de mando y, como culminación, la arenga a la multitud reunida en el Zócalo capitalino, donde enlistó solemnemente, uno por uno, sus 100 compromisos de gobierno.
Como quedó de manifiesto en la jornada de asunción, AMLO encarna e instala deliberadamente un cambio de clima político en un país hundido en una crisis societal generada por tres décadas de ininterrumpidas políticas neoliberales y agravada por la sangrienta descomposición de los últimos 12 años de desborde de la violencia criminal y política. En este contexto, el liderazgo de AMLO genera esperanzas, expectativas e inclusive cierta mística del cambio en fracciones importantes de las clases subalternas. Alcanzó 30 millones de votos no solo porque se movió pragmáticamente hacia el centro y por las debilidades de sus adversarios políticos (el Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática), sino también porque consiguió una representación por identificación nacional-popular y no por distinción o delegación tecnocrática, como era propio de la democracia neoliberal. En efecto, el pueblo «raso», la «gente», se reconoce y confía en AMLO porque es honesto y austero, porque habla un lenguaje llano y coloquial, porque desprecia los oropeles del poder. Justamente por ello y por sus orígenes plebeyos es despreciado por la oligarquía clasista y racista. A este pueblo se le dedica una serie de gestos de gran simbolismo e impacto político, como por ejemplo la conversión de la residencia presidencial de Los Pinos en museo, la venta del avión presidencial, la renuncia a la protección del Estado Mayor y la disminución de salarios y prebendas presidenciales y de los altos funcionarios públicos. Pero pesan en esta dirección también muchas promesas enumeradas en la Plaza de la Constitución que giran en torno de algunos ejes fundamentales: la cruzada contra la corrupción, el fin del neoliberalismo, el rescate de la soberanía energética y alimentaria, la extensión de becas y subsidios, el aumento de los bajos salarios y las oportunidades educativas y laborales, el respeto por la naturaleza.
«Primero los pobres, por el bien de todos», reza el lema que acompaña a AMLO desde 2006. Sobre esa consigna insistió en ambos discursos de toma de posesión. En ambos sentidos, entre los pobres y todos, los límites de la «cuarta transformación» están marcados por el perímetro de la tradición desarrollista, el restablecimiento del papel interventor y redistributivo del Estado en un esquema en el cual no dejan de ser fundamentales la iniciativa privada y la inversión extranjera. A estos guardianes de la dinámica capitalista se les garantizó expresamente que el cambio se realizaría en plena continuidad y asegurando ganancias crecientes, como quedó inscrito y sancionado en la letra chica del programa y en la composición de la alianza y del gobierno, así como en las declaraciones del nuevo presidente y de sus principales ministros y colaboradores.
Más que en otros experimentos progresistas latinoamericanos, en el caso mexicano son evidentes las obstáculos para el pasaje a una etapa posneoliberal ya que, al margen de las intenciones, pesa el carácter tardío, en una coyuntura que, como lo admitió el mismo AMLO, no es económicamente favorable ya que «el país está en quiebra». A ello se suma un contexto político regional en el que tanto al Norte como al Sur soplan vientos de derecha. El proceso es tardío también en la medida en que la llegada al gobierno no corresponde a un ciclo de movilización antineoliberal como en el primer quinquenio de 2000, sino a un mero repudio generalizado hacia las elites partidarias gobernantes, al cual solo eventual y puntualmente corresponden dinámicas de protesta y de organización social. En este contexto, y no solo por cálculo electoral, se entiende que la composición del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y, más aún, la coalición que sostuvo la candidatura de AMLO y que hoy conforma su gobierno, tengan un carácter de corte moderado y sustancialmente conservador. En Morena, lo nacional-popular y lo plebeyo quedaron vaciados de sus contenidos izquierdistas en los planos programático, ideológico y, en particular, organizacional, ya que se trata de un partido que tiende a regirse por una lógica vertical acorde con una cultura caudillista-presidencialista y se estructura como aparato electoral, conforme a los tiempos y las razones de su surgimiento alrededor de la candidatura de AMLO en 2012 y su inmediato y casi exclusivo vuelco hacia la ocupación de espacios en las instituciones públicas. Al mismo tiempo, en la conformación del equipo de gobierno, se impusieron el pragmatismo y la moderación al repartir cuotas entre aliados, grupos políticos o personalidades que representan o simplemente ofrecen garantías a sectores empresariales y otros poderes fácticos.
Aun en estas circunstancias, se podría argumentar que, como ocurrió en otras latitudes, es relativa y aparentemente fácil tener un mejor desempeño que los anteriores gobiernos «oligárquicos-neoliberales-corruptos», sobre cuyas miserias AMLO insistió, haciendo un implícito guiño a su trayectoria política personal desde finales de la década de 1980. Al mismo tiempo, la retórica rimbombante sobre el alcance histórico de la «cuarta transformación» y las promesas tanto generales como particulares que incluye colocan las expectativas en un nivel tan exorbitante que difícilmente se podrá contener en el marco de un ejercicio simplemente comparativo. Botón de muestra de un desborde de la esperanza son las 27.500 peticiones recibidas en la Casa de Campaña de AMLO en los meses posteriores a la elección. Al margen de las peticiones particulares, más que en contra del neoliberalismo, el voto de confianza a AMLO se fincó en la esperanza de que atienda los problemas socialmente transversales de la corrupción y de la inseguridad, identificados con los gobiernos anteriores y los partidos que los encabezaron. En ambos rubros, las medidas anunciadas son de compromiso y sus alcances, inciertos. La lucha contra la corrupción no será retroactiva y, por lo tanto, se basa en la simple amenaza de futuras sanciones legales. Por su parte, el combate contra el crimen organizado está supeditado a que surta un rápido efecto la prevención, es decir la política social, mientras que en términos represivos se mantendrá un esquema similar al actual, con su ineficacia relativa, en tanto se creará una Guardia Nacional militarizada que sustituirá al Ejército y la Marina en la tarea. A estos se agregan otros temas delicados que se han ido instalando en estos cinco meses de transición y marcan la agenda inmediata: el del aeropuerto de la Ciudad de México, el Tren Maya y las consultas correspondientes, la iniciativa de limitar los cobros excesivos de los bancos, la derogación de la reforma educativa, la democratización sindical, etc.
No está dicho, por lo demás, que aquellas fracciones de las clases dominantes que están dando el beneficio de la duda a AMLO no se lo retiren rápidamente y que las otras fracciones, así como las oposiciones priístas, panistas y perredistas y los intereses legales e ilegales que representan, se queden por mucho tiempo de brazos cruzados.
Por ello, AMLO aprovecha el momento favorable para impulsar su apuesta hegemónica, de creación de consenso interclasista, tanto en relación con sus aliados como con sus adversarios. Esto bien puede expresarse en un equilibrio entre transformación y transformismo, un equilibrio que evoca otras experiencias históricas y la antigua tradición de la cultura política priísta, que no dejó de expandirse y reproducirse en las oposiciones de izquierda y de derecha que la rodearon. En efecto, cada una de las tres transformaciones históricas a las cuales hace alusión AMLO como antecedentes de la que pretende impulsar –independencia, reforma y revolución– tuvo su dosis de transformismo, es decir de reacomodo conservador, fincado en particular, como lo señalaba Antonio Gramsci, en el drenaje de los grupos dirigentes de las clases subalternas, en su inserción en el aparato estatal como paso previo a su absorción en el campo de la conservación, en calidad de operadores de las reformas necesarias y estrictamente suficientes para garantizar la continuidad sustancial de las relaciones de dominación y de explotación. En México, las reformas –incluidas las que derivaron de una revolución social– pasaron por el tamiz de formas ambiguas y contradictorias de reajuste político que han sido caracterizadas como bonapartistas, populistas o de revolución pasiva. Esto tanto en las primeras tres décadas del siglo XX como en los años 60 y 70, cuando el empuje desde abajo y la modificación de la correlación de fuerzas se hicieron sentir de forma mucho más nítida que en la actual coyuntura. En este sentido, al margen de la cuestión de la tensión entre autoritarismo y democracia –que merece un tratamiento específico y no deja de ser una cuestión que tensa el discurso y la práctica del obradorismo–, no se puede dejar de advertir y señalar una línea programática de fondo: es, evidentemente, el reformismo desarrollista nacional-popular que une al Partido Nacional Revolucionario (PNR) de la década de 1930, a la izquierda del PRI que se extendió entre finales de la década de 1950 hasta los años 70, al PRD de la década de 1990 y al Morena de nuestros días.
En conclusión, en medio de recurrencias y ambiciones históricas, la dinámica del naciente gobierno encabezado por AMLO parece instalarse en el equilibrio precario entre tendencias progresivas y regresivas, entre transformación y transformismo.
Fuente: http://nuso.org/articulo/transformacion-y-transformismo/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

AMLO el equilibrista


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 AMLO el equilibrista

 

 


En sus tres días iniciales como presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), condensó con numerosas acciones contradictorias la duplicidad de la personalidad política que lo caracteriza. En las alocuciones de las ceremonias de iniciación de su gobierno del 1° de diciembre al anunciar la creación de una Guardia Nacional dependiente del ejército con el objetivo de garantizar la seguridad interna, se refirió a las críticas para “disipar las dudas que estas medidas tienen un carácter autoritario” y no escatimó elogios a las Fuerzas Armadas, “a los generales y almirantes del ejército y la marina quienes no forman parte de la oligarquía”, “leales y patriotas nacionalistas, ajenos a hegemonías extranjeras”. Y dos días después, en el Palacio Nacional, al presentarle a los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa la comisión de la verdad que investigara a fondo su paradero al ya ser evidente la total carencia de veracidad de la supuesta incineración de los cadáveres sostenida por la “verdad histórica” del gobierno de Peña Nieto, se comprometió solemnemente ante ellos de que no habrá impunidad, que todas las instituciones gubernamentales deberán colaborar con la tal comisión para que no quede impune ese crimen, ni vuelvan a repetirse jamás tales atrocidades.
¿Cómo será posible llegar a fondo en el caso de los 43 de Ayotzinapa sin investigar la participación y complicidad de los militares de la zona militar localizada en Iguala? ¿Los altos mandos militares, responsables de crímenes de Estado como la masacre de Tlatelolco y de tantas atrocidades represivas más, casta intocable y privilegiada no es una integrante fundamental de la oligarquía gobernante? Estamos aquí ante una distorsión completa de la realidad y una contradicción flagrante.
AMLO presidente. Esta frase rescata breve pero contundentemente la situación política del país. Una situación en la que se anudan procesos políticos y sociales diversos que, precisamente en estos días del inicio de su gobierno se han expresado con meridiana claridad. Masas populares que lo arropan como no se había visto en décadas que sucedía con los presidentes del PRI y el PAN. Más de 160 mil personas se reunieron en el mitin del Zócalo para oír el discurso después de su toma de posesión en la Cámara de Diputados. Allí reiteró sus promesas: aumento de las pensiones, creación de 100 universidades, obras públicas grandiosas, recuperación de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad, un sistema de salud como el de los países nórdicos, amnistía a presos políticos víctimas de abusos caciquiles, austeridad gubernamental, no más endeudamiento público y, por supuesto, la investigación a fondo de la desaparición de los 43 de Ayotzinapa. Insistió en que “recibo un país en quiebra como resultado del desastre que fue el modelo neoliberal”. Se sinceró ante sus multitudinarias bases de apoyo prometiéndoles “la definitiva separación del poder político y del poder económico”. Finalmente insistió que “no me dejen solo; sin ustedes valgo casi nada” Pero allí también escenificó un acto teatral grotesco con un grupo impostor de indígenas que le cedieron un falaz ”bastón de mando”.
Estamos claramente ante una situación nueva. Y es precisamente la posición de AMLO la que con mayor fuerza proyecta esa situación dual, transitoria, hasta cierto punto equívoca, producto del terremoto electoral del 1° de julio pasado. Nada de lo que está sucediendo en estos días se explica sin los 32 millones de votos que recibió AMLO y su partido Morena. Un verdadero tsunami electoral, a su vez expresión de una muy peculiar rebelión cívica popular que impidió el fraude electoral y que nadie previó antes de ese día. Ni el mismo AMLO, para no hablar de sus opositores e incluso muchos observadores independientes.
Los resultados están frente a nosotros: el sistema tradicional de los partidos burgueses mexicanos (PRI, PAN, PRD principalmente) destruido; surgimiento de un poderoso caudillo con una organización propia; nuevos agentes del poder (los 32 delegados estatales y los 266 regionales de la Administración Pública Federal); nuevo patrón ideológico que no subordina al estado al mercado; amplio apoyo popular del nuevo gobierno.
AMLO se encuentra así sometido a dos fuerzas fundamentales que sintéticamente consideradas son: la fuerza de las estructuras estatales burguesas y el impulso masivo popular todavía mal conformado pero claramente existente, que busca solución a los profundos problemas que mantienen a las masas trabajadoras y explotadas en las duras y precarias condiciones actuales. El choque de estos dos procesos, el sistémico y el popular ha tenido profundas consecuencias que no se superaran rápida y fácilmente. AMLO, como lo demostró durante los meses en que fue presidente-electo, estará siempre buscando el equilibrio entre ambas presiones. Su gobierno hará lo mismo, sin atentar jamás contra los cimientos mismos del sistema socioeconómico imperante del cual es parte integrante en última instancia.
Será el sexenio que se inicia el escenario de los efectos de ese choque, cuya sola resolución favorable para las fuerzas populares es la puesta en práctica de un programa que supere el actual sistema capitalista imperante. Para que ello sea posible es necesaria la convocatoria a la movilización de las masas de trabajadores y sus aliados para mantener en jaque a las fuerzas burguesas derrotadas y avanzar en el seno de las contradicciones actuales lo más posible en la resolución de las reformas y metas que hoy se delinean claramente ante nosotros.
Para ello las fuerzas socialistas y populares deberemos actuar en forma coordinada y responsable. Impulsar lo más posible el empuje masivo que ya ha despertado, profundizándolo, orientándolo, en un constante ejercicio revolucionario de crítica y autocrítica, permaneciendo siempre como fuerzas independientes y democráticas, sin sectarismos, ni ultimatismos, siempre actuando en favor del movimiento en su conjunto.
Manuel Aguilar Mora es militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

¿Cultura política o “cultura del dinero”?


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¿Cultura política o “cultura del dinero”?

 

 


Muchos entre los autoproclamados periodistas progresistas y analistas en el mundo hacen hincapié en la riqueza de los candidatos, en los millones de dólares necesarios para ser elegidos, en los ingresos adicionales del candidato y congresista elegido provenientes de los grupos de presión (“lobbies”), en la corrupción y en la feroz rivalidad bipartidista. Sin embargo, casi todo el mundo lo sabe, incluso en Estados Unidos. En este último caso, por ejemplo, durante las elecciones presidenciales, la concurrencia de los electores habilitados apenas alcanzó entre el 50 % y el 52 %. Aun teniendo en cuenta el número récord de votantes durante las elecciones de mitad de mandato de 2018, la abstención es aproximadamente del 50 % de los votantes habilitados para hacerlo. ¿Por qué sería perjudicial fomentar la noción de que los candidatos estén nadando en millones de dólares, envueltos en corrupción y en el descrédito de las disputas intestinas del partido, para la gente que se preocupa por ello?

“Los millones de dólares necesarios para ser elegidos: casi todo el mundo lo sabe”.
Time, 13 de agosto del 2012. Fotos: Cortesía del autor


Haciendo énfasis en estos aspectos, las principales características del sistema político estadounidense (tan importantes que constituyen una parte fundamental de su cultura política) están encubiertas. Por cultura política me refiero al pensamiento, la perspectiva y las actividades, en este caso, del sistema político, tal como es aplicado y propagado por las élites gobernantes.
¿Cuáles características de la cultura política estadounidense deberían conocerse?
1. En cuanto al dinero, mientras más sutil es la publicidad a través de los medios de comunicación, esta es mucho más importante. Por ejemplo, la reciente campaña electoral de mitad de mandato y los resultados son presentados por la élite de los medios en el Norte, y en muchos casos son reproducidos en el Sur, como una batalla del bien contra el mal, representado por Trump. Sin embargo, ¿cómo surge el “trumpismo”? Hasta marzo de 2016, los medios de comunicación corporativos (especialmente la CNN en inglés), bajo el pretexto de realizar reportajes, entrevistas y paneles interminables donde se presentan panelistas pro-Trump, ya había ofrecido al “ilustre viejo partido republicano” (GOP) de Trump, una venta estratégica de 2 000 millones de dólares en medios gratuitos. Esto significaba más “anuncios” gratuitos que todos los demás candidatos del Partido Demócrata y del GOP combinados. Al final de la campaña para las elecciones generales presidenciales de 2016, los medios corporativos habían proporcionado un total de 5 000 millones de dólares en visibilidad gratuita a Trump. En ese momento era imposible mirar CNN en inglés sin escuchar el nombre de “Trump”. Por tanto, este medio elitista creó a Trump, y en ese proceso aumentó el número de anuncios empresariales destinados a CNN en inglés, así como las tarifas de dichos anuncios.
2. El sistema bipartidista y el “menor de dos males” están arraigados en la conciencia de muchos estadounidenses y de muchos en Occidente y en el Sur, como, por ejemplo, en América Latina, inundada con esta característica de la cultura política estadounidense. Todos los medios corporativos estadounidenses están unidos en la actual cacofonía diaria para presentar un ala del sistema bipartidista como la “izquierda” (el Partido Demócrata) y la otra como la “derecha” (el Partido Republicano). No son pocos los periodistas y analistas que sucumben ante esto.

 

“Al final de la campaña para las elecciones generales presidenciales de 2016, los medios corporativos
habían proporcionado un total de 5 000 millones de dólares en visibilidad gratuita a Trump”


3. El fetichismo electoral es un distintivo de la cultura política estadounidense oficial. Estamos abrumados por una “campaña electoral permanente”, impuesta por medios virtuales internacionales. Tan solo para dar el ejemplo más reciente de las elecciones de mitad de mandato, es de dominio público que la campaña política de verano y de otoño de 2018, y las campañas de la televisión durante la noche y los días siguientes a los resultados —todo ello combinado y acumulado—, son consideradas tan solo como un ejercicio de precalentamiento y como un primer paso hacia las elecciones presidenciales de 2020. El principal efecto secundario de esto no significa tan solo estar abrumados y aburridos. El resultado de este fetiche es que las acciones cotidianas progresistas anti statu quo (no el auto-proclamado “progresismo” democrático) impulsadas por la gente en las calles, lugares de trabajo e instituciones educativas, son sustancialmente debilitadas o virtualmente asfixiadas. Si no es así, los medios corporativos cooptan muy hábilmente muchas de estas actividades populares en forma de propaganda electoral. Esto es facilitado en algunos casos cuando estas acciones —consciente o inconscientemente— están diseñadas para el consumo electoral.
4. Como resultado directo de tal situación, se desprende la cuarta característica de la cultura política estadounidense: la cooptación. El poderoso papel de los medios de comunicación, cultivar la ingenuidad y a la vez lucrar con ella, es un veneno que nunca debe subestimarse. Hay muchos ejemplos de cómo los movimientos revolucionarios o progresistas en Estados Unidos son cooptados en el callejón sin salida del sistema bipartidista. Sin embargo, tomemos uno de los casos más recientes. Tras la masacre en la escuela secundaria de Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida, los estudiantes inspiraron heroicamente a la mayoría de los estadounidenses, muchos de los cuales se unieron masivamente en las calles, y en manifestaciones y en huelgas en las escuelas, para exigir acciones en materia del “control de armas”. Sin embargo, aun cuando era real en la base, el movimiento estudiantil multifacético fue cooptado simultáneamente desde la acción de masas hacia la política electoral por el Partido Demócrata, en las elecciones de mitad de mandato.
Adicionalmente, la cuestión de las masacres es mucho más profunda que el “sentido común de las leyes que regulan las armas de fuego”. La masacre de Thousand Oaks, California, el 8 de noviembre de 2018, no es la primera ejecutada por un exmiembro de las fuerzas armadas. Esto indica una vez más que, desde la Segunda Guerra Mundial, las masacres domésticas están vinculadas a la agresión estadounidense y a las masacres en todo el mundo. Los tiradores masivos de EE.UU. son desproporcionadamente veteranos de la guerra: 35%. Estados Unidos es, de lejos, la sociedad más violenta del mundo, en la que esta cultura de la violencia doméstica e internacional influye y contribuye a la cultura política general. De esta manera, el movimiento por el “control de armas”, como cualquier otra actividad legítima de masas, no puede atarse al fetichismo electoral y menos aún a uno de los dos partidos dominantes. Sin embargo, mientras escribo estas líneas, los estudiantes de Parkdale se están organizando para ejecutar acciones de masa tras el tiroteo en Thousand Oaks, California. No obstante, ¿serán estas valientes y persistentes acciones populares capaces de impedir ser devoradas por el vórtice de las elecciones presidenciales de 2020? ¿Será este creciente movimiento capaz de resistir a las ilusiones de la Cámara de Representantes en el Congreso controlado ahora por los Demócratas, y evitar ser contagiado por la gloria política, la carrera y la popularidad personal de cada miembro del Congreso con miras al 2020, lo que constituye siempre su principal interés? ¿Llevará esto a que la iniciativa del movimiento sea cooptada por el fetichismo electoral?
5. Este problema de la cooptación, presentado en el ejemplo del movimiento contra la violencia armada, también nos lleva a la cuestión fundamental de la violencia racista en contra de indígenas y afroestadounidenses. Esta característica de la cultura política reaccionaria se remonta a la fundación de las Trece Colonias, en los siglos XVII y XVIII. De hecho, la historia y los acontecimientos actuales indican que en Estados Unidos, el Estado constituye un vestigio de la esclavitud y el genocidio contra los indígenas estadounidenses. Esta apreciación realista del Estado debe —o debería— permear la evaluación de la cultura política impuesta por las élites estadounidenses. Esto es mucho más complejo que el tratamiento superficial dado por los medios corporativos y algunos medios progresistas a temas como la financiación, la corrupción y la guerra salvaje interpartidista del sistema electoral, lo que resulta muy evidente en la medida en que esta se normaliza: casi todo se puede escribir o decir para ocultar que en Estados Unidos el Estado constituye un vestigio de la esclavitud y el genocidio.
6. Los afroestadounidenses han sido siempre —y lo siguen siendo actualmente— la vanguardia de la oposición revolucionaria frente al statu quo de la cultura política, como el necesario e inevitable resultado de su condición histórica, impregnada de ideologías marxistas y otras revolucionarias. Examinar el proceso electoral estadounidense, como el de mitad de mandato, sin ocuparse de esta contradicción histórica como piedra angular de la cultura política dominante —y donde cualquier ciclo electoral posiciona a indígenas y afroestadounidenses—, equivale a analizar un proceso político como, por ejemplo, en América Latina, negándose a tomar en cuenta los efectos del colonialismo europeo y del imperialismo estadounidense, sus aliados occidentales y sus serviles oligarquías locales de la región.
7. ¿Cuál es entonces la situación actual de los indígenas y afroestadounidenses en cuanto a su vocación histórica, que aún está por realizarse? Los afroestadounidenses son la vanguardia de la oposición a la cultura política dominante. Sin embargo, esto nunca se sabe cuando se lee y se escucha la mayor parte de la élite periodística y a los analistas, incluso aquellos que se proclaman “progresistas”.
No obstante, la realidad reconocida por la misma contraofensiva negra de los periodistas y activistas, su propio movimiento, es debilitado y limitado por la capacidad del Partido Demócrata de cooptar a una pequeña fracción de afroestadounidenses en sus filas, como lo hace con otros movimientos de masa progresistas. De este modo, parte esencial de la cultura política de los círculos dominantes es que el Partido Demócrata, lejos de estar inclinado a la izquierda o al menos ser más progresista que el Partido Republicano moderno, como lo ha pretendido, es en realidad el cementerio del avance de una verdadera izquierda alternativa. ¿Están algunos lectores confundidos? No es sorprendente.
Por una parte, las fuerzas revolucionarias de izquierda en Estados Unidos están muy familiarizadas con este fenómeno: ellas padecen enormemente y de forma trágica el rol de excavadoras de la tumba del Partido Demócrata, especialmente desde la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, en otros lugares como en Europa, América Latina y el Caribe, gran parte de la prensa, incluyendo algunos medios de la izquierda progresista, dan una imagen opuesta del Partido Demócrata: un vehículo de cambio, de progreso y un caldo de cultivo para una “alternativa de izquierdas”. No obstante, esta óptica provoca burlas por parte de la izquierda revolucionaria estadounidense. Este es uno de los dilemas que este artículo se esfuerza por afrontar como un primer paso.
No valorar este hecho —ya sea por limitación intencional o ingenua— significa encubrir un aspecto esencial de la cultura política.
En conclusión, basta con afirmar por el momento que los escritores afroestadounidenses y no afroestadounidenses, y los activistas, forman parte de esta lucha, de este movimiento de oposición amplio y creciente frente a la cultura política del statu quo. Compuesto por decenas de miles de periodistas, escritores, analistas, activistas sociales, políticos, y los medios sociales, esta formidable cultura política de izquierda −e incluso revolucionaria– merece ser conocida por analistas y periodistas fuera de Estados Unidos, y así en América Latina y el Caribe, a través de sus escritos, sus audiencias y el público en general.
Nota: En noviembre 2016, en una entrevista exclusiva a Punto Final (Chile), abordé aspectos de este tema de la cultura política estadounidense, pero desde otra perspectiva.
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/elecciones-en-estados-unidos-cultura-politica-o-cultura-del-dinero
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cómo un anarquista estadounidense ha hecho algo más que sobrevivir


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Noam Chomsky cumple 90: cómo un anarquista estadounidense ha hecho algo más que sobrevivir
Chomsky de espaldas
 La espalda de Noam Chomsky. Foto de Jason Nobody.
“La persona que reclama la legitimidad de la autoridad siempre soporta la carga de justificarla. Y si no pueden justificarla, es ilegítima y debería ser desmantelada. Si te digo la verdad, realmente no entiendo el anarquismo como mucho más que eso”. (Noam Chomsky)
El 7 de diciembre de 2018, Noam Chomsky cumple 90 años. En una encuesta del Reader’s Digest de 2013 sobre “Las 100 personas en las que más se confía en Estados Unidos” (coronada por celebridades de Hollywood), Noam Chomsky, un autodenominado anarquista, se encontraba en el puesto nº 20 (tras la nº 19, Michelle Obama, pero por delante del nº 24, Jimmy Carter). Dado que a lo largo de la historia de EE UU los antiautoritarios han sido habitualmente rechazados, económicamente castigados, psicopatologizados, criminalizados y asesinados, la supervivencia y pujanza de Chomsky son de destacar.
A principios de los 60, cuando pocos estadounidenses criticaban la guerra del gobierno de Estados Unidos en Vietnam, Chomsky fue de los primeros en cuestionarla y resistir contra ella. Se arriesgó a acabar en prisión y a la pérdida de una carrera académica en lingüística, en la que había llegado a ser altamente estimado por sus innovadoras contribuciones. Durante más de medio siglo, Chomsky ha utilizado su posición para cuestionar todas las autoridades ilegítimas, incluyendo al Gobierno de Estados Unidos y regímenes opresores en todo el mundo. Ha dado voz a un constante desprecio al dominio de la élite —por sus atrocidades así como por su subversión de la autonomía de la clase trabajadora.
Aunque Chomsky aborrece cualquier adoración de los héroes —especialmente de sí mismo—, valora lo que se puede aprender de los experimentos humanos en la vida. Con este espíritu, examinar la vida de Chomsky tiene valor para los antiautoritarios que buscan entender cómo sobrevivir.
Chomsky sabe muy bien que la suerte ha sido un factor principal en su victoria contra las probabilidades, pero ni siquiera una suerte fantástica es suficiente para que un anarquista estadounidense sobreviva y tenga un impacto profundo. Chomsky también posee inteligencia extraordinaria, racionalidad del tipo de Spinoza, y gran sabiduría sobre supervivencia.
Examinando las vidas de antiautoritarios estadounidenses tanto trágicos como triunfantes en Resisting Illegitimate Authority (Resistir la autoridad ilegítima), descubrí que aquellos antiautoritarios que han prosperado han tenido, además de buena suerte, sabiduría sobre autoayuda, incluyendo sabiduría sobre relaciones y dinero. Los antiautoritarios con vidas más trágicas a menudo han complicado ataques autoritarios sobre sí mismos con sus propios ataques autodestructivos.
La temprana comprensión de Chomsky de que las personas se pueden levantar contra sistemas opresivos y crear organización cooperativa entre ellas se hizo parte de la base para su creencia en el anarquismo como una posibilidad real
Chomsky describe a sus padres como “demócratas normales de Roosevelt”, aunque otros familiares eran radicales de izquierda. En su infancia, Noam afortunadamente empezó su educación en Oak Lane, una escuela experimental basada en la pedagogía de [John] Dewey donde se animaba a los niños a pensar por sí mismos y donde la creatividad era más importante que las notas. Todas las escuelas, cree Chomsky, podrían funcionar como Oak Lane pero no lo harán porque ninguna sociedad “basada en instituciones jerárquicas autoritarias toleraría un sistema escolar de ese tipo durante mucho tiempo”.
En Oak Lane, cuando tenía diez años, Noam publicó un artículo en el periódico de la escuela sobre la caída de Barcelona ante las fuerzas fascistas durante la Guerra Civil española —un acontecimiento influyente para Chomsky entonces y durante su vida—. Más tarde, leyó Homenaje a Catalunya, el relato de la Guerra Civil española de George Orwell y la sociedad anarquista brevemente exitosa en España. La temprana comprensión de Chomsky de que las personas se puede levantar contra sistemas opresivos y crear organización cooperativa entre ellas se hizo parte de la base para su creencia en el anarquismo como una posibilidad real.
Con 12 años, Noam entró en la Central High School de Philadelphia, una escuela muy bien considerada pero que él odiaba: “Fue el sitio más tonto y ridículo en el que he estado, fue como caer en un agujero negro o algo así. Para empezar, era extremadamente competitivo —porque esa es una de las mejores formas de controlar a la gente”. Se quedó en la escuela pero perdió el interés en ella.
De manera similar a mucha gente joven inteligente y antiautoritaria, el joven Noam detestaba su escolarización estándar. Sin embargo, tuvo la inteligencia como para no equiparar escolarización con educación, y se autoeducó durante su adolescencia. Con 13 años, Noam viajaba solo en tren hasta Nueva York para visitar parientes. Pasó muchas horas con un tío que tenía un quiosco en la Calle 72 de Manhattan, el cual era un animado “salón político literario” donde se expuso a un Chomsky adolescente a la política radical y la cultura de clase obrera judía.
Con 16 años, Chomsky comenzó a estudiar en la Universidad de Pensilvania pero pronto, como muchos estudiantes universitarios antiautoritarios, se desanimó. Chomsky recordaba: “Cuando miraba el catálogo de la universidad era realmente excitante —muchos cursos, cosas geniales. Pero resultó que la universidad era como un instituto desproporcionado. Después de cerca de un año simplemente iba a salirme y fue sólo por accidente que me quedé”. Afortunadamente, conectó con Zellig Harris, un carismático profesor de Lingüística, lo que dio lugar a que Noam permaneciera en la academia, y en última instancia se convirtiera en un renombrado lingüista.
Los intereses tempranos de Chomsky en realidad eran políticos, no lingüísticos. Recordaba: “Desde la infancia, había estado involucrado intelectualmente en la política radical y disidente, pero intelectualmente”. En última instancia, la participación intelectual no fue suficiente. Chomsky nos cuenta: “Realmente por naturaleza soy un ermitaño, y prefería con mucho estar trabajando solo que estar en público”.
Lo que es psicológicamente impresionante respecto al temporalmente introvertido Chomsky es que se ha vinculado activamente con el mundo. He descubierto que una clave en esos raros antiautoritarios que tienen éxito es su voluntad de trascender su zona de confort intelectual.
En su treintena, Chomsky ya se había convertido en un lingüista muy considerado, y a principios de los 60 se convirtió en uno de los primeros intelectuales en condenar públicamente la Guerra de Vietnam. Después de que el rechazo a la guerra se ampliara en los Estados Unidos, relata modestamente Chomsky, “supe que era demasiado intolerablemente autocomplaciente simplemente aceptar un papel pasivo en las luchas que entonces estaban ocurriendo. Y yo supe que firmar peticiones, enviar dinero, y hacer acto de presencia de vez en cuando en una reunión no era suficiente. Pensé que era críticamente necesario tomar un papel más activo, y sabía muy bien lo que eso significaría”. Durante diez años, Chomsky rechazó pagar una parte de sus impuestos, apoyó a quienes se resistían al reclutamiento, fue arrestado varias veces y estuvo en la lista oficial de enemigos de Richard Nixon.
La sabiduría de Chomsky en este tema es psicológicamente útil para los jóvenes antiautoritarios: “Mira, no vas a ser efectivo como activista político a menos que tengas una vida satisfactoria”
Dada la consecuencia potencial de su posición política, Noam y su mujer Carol (casada con Noam desde 1949 hasta su muerte en 2008) acordaron de forma inteligente que tenía sentido que Carol volviera a estudiar y consiguiera un doctorado para que pudiera mantener a la familia si él iba a la cárcel. Más tarde él relató: “De hecho, eso es justo lo que habría sucedido excepto por dos acontecimientos inesperados: (1) la absoluta (y bastante típica) incompetencia de los servicios de inteligencia… [y] (2) la Ofensiva del Tet, que convenció al mundo de los negocios estadounidense de que el tema no valía la pena y llevó a la retirada de los procesos judiciales”. Carol Chomsky consiguió finalmente un puesto en la Escuela de Educación de Harvard, y también continuó hasta tener una exitosa carrera académica. Y así, con suerte y decisiones inteligentes, la familia Chomsky tenía dos excelentes fuentes de ingresos y seguridad financiera.
Chomsky también tuvo la inteligencia de no caer bajo la tendencia autodestructiva de algunos activistas antiautoritarios que niegan su completa humanidad. La sabiduría de Chomsky en este tema es psicológicamente útil para los jóvenes antiautoritarios: “Mira, no vas a ser efectivo como activista político a menos que tengas una vida satisfactoria”. Chomsky dice al público: “Ninguno de nosotros somos santos, al menos yo no lo soy. No he abandonado mi casa, no he abandonado mi coche, no vivo en una choza, no paso 24 horas al día trabajando para beneficio de la raza humana, ni nada por el estilo. De hecho, ni siquiera me acerco”. Un perfil del New Yorker sobre Chomsky en 2003 cita a uno de sus amigos: “Le gusta estar al aire libre en verano, le gusta nadar en el lago y salir a navegar y comer comida basura”.
Chomsky da forma a un activista que no niega ni se autoflagela por las hipocresías financieras que son imposibles de evitar en una sociedad que requiere dinero para sobrevivir. Cuando el Instituto de Tecnología de Massachusets (MIT, por sus siglas en inglés) le contrató, Chomsky fue sincero sobre la realidad de que aunque el Departamento de Defensa del Gobierno de EE UU no le financiaba directamente, porque Defensa financiaba a otros departamentos del MIT, esa financiación permitía que el MIT le pagara. “Respecto al tema moral”, remarcó Chomsky, “no es como si hubiera dinero limpio en algún sitio. Si estás en una universidad, estás encima de dinero sucio; estás encima de dinero que proviene de gente que están trabajando en algún sitio, cuyo dinero les están quitando”.
Muchos antiautoritarios tienen una gran rabia. Esta rabia ha provenido de las injusticias sociales y de que se ignore su disidencia; de los ataques autoritarios contra ellos; de ser testigos de la marginación de sus amigos antiautoritarios; y del resentimiento por estar bajo constante vigilancia. La manera en la que los antiautoritarios abordan su rabia es crítica para la tragedia o el éxito. Aunque se puede ver la rabia de Chomsky en su mordaz sarcasmo, en general no se ha saboteado a sí mismo con su rabia. Todos los antiautoritarios sufren por las autoridades ilegítimas, sin embargo, Chomsky no ha complicado ese sufrimiento con reacciones autodestructivas o violentas que ofrezcan a los autoritarios justificación para la opresión.
Tanto con su sabiduría como con su suerte, Chomsky ha hecho más que sobrevivir hasta convertirse en uno de los anarquistas más influyentes en la historia de EE UU, un modelo inspirador para millones de antiautoritarios, especialmente jóvenes. Lo ha hecho asumiendo seriamente el pensamiento crítico y la verdad —no con credenciales convencionales y distintivos oficiales. Las verdades afirmadas por Noam Chomsky han sido poderosos desafíos a la sociedad autoritaria, pero quizás incluso más poderoso, especialmente para los jóvenes antiautoritarios, es haber dado forma a un ser humano inquebrantable.
COUNTER PUNCH
Bruce E. Levine, un psicólogo clínico en ejercicio a menudo en conflicto con la corriente dominante de su profesión, escribe y habla sobre cómo se cruzan la sociedad, la cultura, la política y la psicología. Su libro más reciente es Resisting Illegitimate Authority: A Thinking Person’s Guide to Being an Anti-Authoritarian-Strategies, Tools, and Models (Resistir la autoridad ilegítima: la guía de una persona pensante para ser un antiautoritario-Estrategias, herramientas y modelos (AK Press, septiembre de 2018). Su página web es brucelevine.net. Artículo publicado en Counter Pounch: Noam Chomsky Turns 90: How a U.S. Anarchist Has More Than Survived,
Traducido por Eduardo Pérez para El Salto.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/noam-chomsky-90-anos