jueves, 6 de diciembre de 2018

Histeria colectiva


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Histeria colectiva

 

 


Quizá el más grande peligro que enfrenta México es el de la histeria colectiva. Los hechos y los argumentos han dejado de importar, todo se procesa a través de la óptica de las filias y las fobias, de lo que se supone que debe ser y no de la realidad.
Durante los últimos días he insistido en que chairos y fifís apaguen el modo campaña electoral en el cual típicamente se polarizan las diferencias. El momento de la reconciliación debe llegar por la suma de actitudes positivas en favor del bienestar personal que generan el bien común. Hay quienes dicen estar a favor de la reconciliación, pero piden que otros lo hagan primero o siguen con reproches de casi dos décadas.
También, le he dicho que una de las mejores estrategias es aceptar, adaptarse y prevalecer, lo que pasa por comprender que Andrés Manuel López Obrador es el presidente de México y que tiene la mayoría más grande en el Congreso de la Unión, no vista desde 1982, lo que le da un muy amplio margen de maniobra.
La histeria colectiva genera alucinaciones verdaderamente graves. Un gran ejemplo es la cancelación de Texcoco.
Hay algunos que no se resignan a que es una decisión tomada por el gobierno e imaginan universos paralelos en los cuales el Presidente da marcha atrás sin comprender que se trató de una decisión política que, además, tiene un costo calculado por la administración.
El fin de semana fue patético ver no sólo a aquéllos quienes no leyeron correctamente el comunicado del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México o lo hicieron con sus lentes de negación e imaginaron de que el presidente López Obrador había dado un giro de 180 grados.
Un principio básico del periodismo y en el análisis de la realidad, es la verosimilitud. A muchos se les ha olvidado este principio, puesto que están histéricos.
Desde mi punto de vista, que he documentado a lo largo de los últimos meses en Grupo Imagen, la decisión de cancelar el aeropuerto es equivocada e implicará un retraso en el desarrollo del país, pero entiendo que es un hecho consumado. Es inútil perder energía imaginando que se puede revertir o retroalimentándome de mentiras como que se acabó la confianza en México o que estamos al pie de una crisis. Ningún indicador económico da señales en ese sentido, pero tampoco dan señales de una renovada confianza en México. Hasta el momento, los movimientos han sido neutrales.
Otros más gastan energías en imaginar el Armagedón y no escuchan la posición del nuevo gobierno o, por lo menos, de los documentos que han entregado a los inversionistas internacionales y son públicos.
Se asegura, con desinformada facilidad, que tendrá un impacto en el erario. Los mil 800 millones de dólares que se ofrecieron al mercado están en la caja del NAIM y, por lo tanto, no saldrán del presupuesto.
Disminuir en una tercera parte esta deuda hace que la garantía, en este momento el TUA del AICM, tenga más valor. Para quienes se queden la garantía, sube de valor en una tercera parte. Por cierto, en cualquier escenario la generación de esta tarifa en el actual aeropuerto se encuentra por arriba de lo estimado.
Otros más, que no se resignan, sobrevaloran hechos. Sí, un grupo de tenedores de bonos representados por un despacho emiten un comunicado, hay quienes no dudan en asegurar que se rechazó la oferta del gobierno. La realidad es que se trata mucho más de una invitación a negociar lo que, por cierto, es la práctica común. Quienes creen que a los fondos les gustan los juicios, realmente no entienden nada, lo que buscan es la máxima rentabilidad de sus recursos y eso no se logra en tribunales.
La decisión de cancelar el aeropuerto de Texcoco, reitero, me parece incorrecta. No me gusta el rumbo, pero con base en mi experiencia, viendo operaciones en los mercados y un análisis frío de los hechos, me hace concluir que se están manejando bien.
Sin embargo, no se trata de un hecho aislado. Se ha convertido en la constante de una espiral que a nadie beneficia. No es importante la opinión que masas, incultas y desinformadas, puedan tener sobre los hechos, sino algunos quienes tienen más y mejor acceso a la información.
Hay quienes pueden leer un texto sencillo y personal, como mi columna de ayer, sin inventar historias. Puedo entender al publirrelacionista que asusta a sus clientes, puesto que les gusta encender fuegos y cobrar por apagarlos, los que resultan incomprensibles son los que, como niños pequeños, ceden ante los temores nocturnos.

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