A principios de 2009 la compañía de mosaicos de lujo
Bisazza contrató para una campaña publicitaria al famoso fotógrafo
Nobuyoshi Araki.
La promoción fue un éxito, pero una de las imágenes fue rápidamente
prohibida en el Reino Unido por la ASA (Advertising Standards
Authority), con el argumento de que tenía una fuerte carga de violencia
sexual. La fotografía mostraba a la modelo atada y con una expresión
extraña en el rostro…
Ya estoy acostumbrado a cualquier tontería en cuestión de censuras,
pero me sorprende que la obra de Araki todavía levante controversias.
Considerar misógino a uno de los mayores adoradores de la belleza
femenina es una muestra de miopía tan increíble que me parece necesario,
como fan de Araki y aficionado al BDSM, aclarar algunos puntos sobre el
arte del shibari que hubieran evitado el malentendido de la ASA.
Una precisión inicial: la palabra shibari (??) significa literalmente
“atadura”, mientras que kinbaku (??) se podría traducir como “atar
fuertemente”. En la práctica, ambas palabras se emplean casi
indistintamente (con ciertos matices) para referirse al arte japonés de
la atadura erótica, a cuya historia, significado y belleza está dedicado
este artículo.
1. Una atadura es un abrazo fuerte
¿Por qué resulta erótico inmovilizar o restringir el movimiento? Para
la persona atada, el efecto es en parte físico: la presión de las
cuerdas sobre puntos sensibles y zonas erógenas, el roce que puede ser
suave o áspero según el tipo de cuerda… En una suspensión entra en
juego la ingrávida sensación de volar y perder los referentes; en una
atadura sobre tatami o una cama, el sentirse manejada, empujada,
acariciada por las cuerdas. Los efectos psicológicos son potentísimos y a
veces contradictorios: el chorro de adrenalina al sentirse indefenso y a
la merced del atador, frente a la relajación y confianza de saberse en
buenas manos y poder librarse de toda responsabilidad y vergüenza (“no
puedo resistirme al placer que se me proporciona”). Como sostiene el
propio Araki, atar fuertemente es abrazar… Las cuerdas se convierten en
una extensión de los dedos del atador.
El establecimiento de una comunicación fluida entre atador y atado
convierte una sesión de shibari (sea performance con público, sea juego
privado) en un cruce entre baile intenso y pelea de artes marciales…
Entra también en juego el aspecto estético: la disposición de las
cuerdas realzando y subrayando las formas de la persona atada, la
contorsión erótica de los cuerpos, las posturas tanto expuestas como
recogidas, tensas o relajadas. La expresión de la cara de la persona
atada suele ser clave en las fotografías de shibari: en una cultura como
la nipona, famosa por su impenetrabilidad facial, dejar traslucir una
emoción profunda crea un instante potente y significativo.
¿Y qué hace el atador cuando tiene a la “víctima” a su merced? ¿La
azota? ¿La acaricia? ¿La fotografía? ¿Folla con ella? ¿Deja que vuele?
¿Le venda los ojos para que se aísle del mundo exterior y se cueza en su
propia salsa? Pues todo, parte o nada de lo anterior, dependiendo de la
relación existente entre ambos (tan ligera como atador/modelo
fotográfico o tan profunda como pareja habitual). Cada tipo de
interacción tendrá su propia energía artística y vital.
.
2. La atadura sagrada
No es
casual que el arte de la atadura (erótica o
no) se haya desarrollado sobre todo en Japón, ya que el uso creativo de
cuerdas y envoltorios ha formado parte de su tradición social y cultural
ya desde el periodo
J?mon (literalmente “diseño de cuerda”), que va desde el 14.000 hasta el 400 antes de
Cristo
y recibe su nombre de los hermosos patrones realizados mediante sogas
de yute en piezas de alfarería. Envolver cuidadosamente los obsequios es
también un arte con sus propias reglas: es conocida la historia del
maestro zen
Ejo Takata, que le regaló a
Jodorowsky
un paquete intrincadamente envuelto. Cuando tras mucho esfuerzo logró
desenvolverlo, el escritor chileno vio que estaba vacío: el auténtico
regalo era la experiencia estética efímera e irrepetible de deshacer la
hermosa y complicada atadura.
Hasta en la religión sintoísta tienen un papel importante las
ataduras: las cuerdas llamadas shimenawa marcan los lugares considerados
puros o sagrados, como los templos o los árboles donde habitan los
espíritus…
.
3. La atadura como arte marcial
Pero la mayor fuente histórica del shibari se puede rastrear en el
hoj?jutsu (???), un arte marcial japonés que enseña a utilizar cuerdas
para capturar y atar prisioneros para su arresto, transporte o castigo.
Sus orígenes pueden rastrearse hasta el siglo XVI como arma de guerra
(era una de las 18 técnicas de lucha en que se instruía a los samurai), y
posteriormente como herramienta policial.
La habilidad japonesa para ritualizar y embellecer actividades
cotidianas (desde la ceremonia del té hasta la caligrafía o los arreglos
florales) entró también en juego con el hoj?jutsu: las ataduras del
prisionero podían seguir complicados patrones según su clase social, el
delito cometido o el castigo que le estaba reservado. Diferentes
escuelas enseñaban sus propias técnicas secretas de atadura y empleaban
cuerdas de diferente color (dependiendo de la estación del año), grosor o
material.
Un punto en común de todas estas técnicas es que no se preocupaban en
exceso del bienestar del criminal, presionando con las cuerdas puntos
de dolor o dificultando la respiración. De hecho algunas ataduras se
utilizaron abundantemente como método de tortura durante el periodo
Edo
(siglos XVII-XIX). Según documentos de la época, dos de las peores
torturas que se podían aplicar legalmente sobre un criminal eran las
ataduras llamadas ebizeme (con el criminal contorsionado dolorosamente
sobre sí mismo, ver ilustración adjunta) y tsurizeme, consistente en
suspender todo el peso del prisionero de sus brazos atados a la espalda.
Hay documentados poquísimos casos en que estos métodos de tortura no
obtuvieran apresuradas confesiones… Con excepciones, la más llamativa la
de una mujer llamada
Fukai Kane, detenida en 1871 como
sospechosa de asesinato y más tarde puesta en libertad sin cargos… Ante
la sospecha de los sorprendidos carceleros de que el suplicio estaba
teniendo un efecto diametralmente opuesto al previsto.
.
4. De la brutalidad al arte erótico
Independientemente
de la curiosa actitud de la señora Kane, es evidente que en esa época
tanto el hoj?jutsu como la tortura de la cuerda eran actividades
brutales, que podían dejar secuelas permanentes en sus víctimas y que no
buscaban ningún tipo de connotación sensual. El paso de la brutalidad
medieval al refinamiento del arte erótico se dio de forma gradual
durante el siglo XIX y llegó a su cumbre gracias a la influencia del
pintor
Itoh Seiyu, llamado el “padre del kinbaku”.
Nacido en 1882, Itoh recibió profundas influencias del arte del
ukiyo-e (los bien conocidos grabados xilográficos sobre madera) y
especialmente de los shunga o “dibujos de primavera”, grabados
explícitamente sexuales inmensamente populares en la época. Ya tuve
oportunidad de hablar en Jot Down del terremoto erótico tentacular que
Katsushika Hokusai ocasionó con
El sueño de la mujer del pescador …
Otros autores de shunga jugaron un papel similar en la erotización de
las ataduras y las escenas de violencia (seme-e): desde los asaltos de
Kunisada Utagawa o las cortesanas castigadas de
Koryusai Isoda hasta la terrible y extrañamente erótica imagen de una embarazada suspendida cabeza abajo en la cabaña de una bruja:
La casa solitaria del pantano de Adachi del gran
Tsukioka Yoshitoshi.
También en el teatro kabuki más popular en la época empezaron a
prestársele una especial atención a las escenas de torturas o ataduras
(relativamente abundantes en los dramáticos argumentos de las obras),
interpretadas con convicción por actores que adoptaban papeles
masculinos y femeninos. Al joven Itoh le causaron gran impacto escenas
como la representada en la imagen adjunta, de una obra kabuki en que una
princesa llamada
Chujo es atada bajo una fría tormenta de nieve…
Itoh Seiyu absorbió estas influencias y las combinó con su propia
querencia por los juegos eróticos de dominación y sumisión (lo que hoy
llamaríamos BDSM), haciendo nacer el arte del shibari. La primera mujer
de Seiyu no compartía en absoluto sus preferencias eróticas, y el suyo
fue un matrimonio frío. Pero su segunda esposa y modelo, una delicada
mujer llamada
Kiseko, era sexualmente masoquista y
sentía un enorme placer al ser atada (y retratada) por Itoh. Seiyu
transformó gradualmente las ataduras del hoj?jutsu buscando convertir la
brutalidad en placer: las cuerdas que antes presionaban
estratégicamente nervios causando un gran dolor pasaron a buscar las
zonas erógenas y seguras; empleó nudos y pases de cuerda que no se
apretaran con el forcejeo, evitando así el riesgo de cortar la
circulación…
Esta preocupación de Itoh (y, como veremos, sus discípulos) por la
seguridad de las ataduras será muy importante en escenas fotográficas
realmente intensas, como la controvertida imagen de la suspensión cabeza
abajo de Kiseko embarazada (en homenaje al ukiyo-e de Yoshitoshi antes
comentado) o una sesión de fotografía en la nieve realizada en pleno
febrero…
Inevitablemente Itoh acabó teniendo problemas con la censura y al
menos en dos ocasiones pasó por comisaría: la primera vez por publicar
“material obsceno” y la segunda por unos dibujos ofensivos hacia el
Confucianismo. Sin embargo, más adelante su popularidad como artista y
enfant terrible le
permitió suavizar sus relaciones con las autoridades, hasta el punto de
terminar dando clases de hoj?jutsu a policías o colaborando en un libro
gubernamental sobre la justicia en la época Edo.
Para entender esta libertad sorprendente a ojos occidentales tengamos
en cuenta que parte del Japón cultural de los años 20-30 estaba
influido por los excesos artísticos de la república de Weimar y
tendencias experimentales de vanguardia… Mientras en los EEUU resultaba
problemático usar la palabra “embarazada” en la radio, en Japón nacían
movimientos artísticos como el
Ero Guro Nansensu,
dedicado a la corrupción sexual, lo deforme y lo grotesco. Itoh Seiyu no
pertenecía a este movimiento (buscaba más el refinamiento clásico que
la transgresión rompedora), pero se benefició del ambiente de la época.
.
5. El club de las historias extrañas
Cuando por fin logre viajar a Japón (llevo años intentándolo infructuosamente), visitaré sin falta un distrito
tokiota llamado
Iidabashi…
A tres minutos de la estación de tren, un edificio aparentemente
anodino alberga sin embargo un museo-librería realmente único: el
Fuzoku Shiryoukan o
“Museo de lo Anormal”. Fundado en 1984, alberga la mayor muestra
mundial de publicaciones relacionadas con el sadomasoquismo: una
colección privada de más de 17.000 volúmenes, 2.000 vídeos, centenares
de documentos históricos y un increíble portafolio con casi todas las
obras originales de Itoh Seiyu.
Una de las joyas de este museo es la colección completa de una legendaria revista llamada
Kitan Club (abreviatura de “El club de las historias extrañas”), que nació en
Osaka tras la Segunda
Guerra Mundial
como publicación underground de relatos escandalosos o divertidos. Sin
embargo, a partir de mediados de los cincuenta su editor cambió la
orientación de la revista especializándola en sadomasoquismo y shibari…
La decisión fue tomada sobre todo gracias al éxito de ventas del número
de julio de 1952, que contenía una ilustración llamada
Diez mujeres atadas de un dibujante aún desconocido llamado
Kita Reiko.
Esa ilustración se puede considerar fundacional, al abrir un nuevo
camino al arte del shibari hacia los medios de comunicación.
Kitan Club alcanzó una enorme fama, y acogió a alguno de los mayores
talentos artístico-eróticos de la época… Kita Reiko resultó ser un alias
de
Minomura Kou, discípulo de Itoh Seiyu y continuador
de sus estudios sobre la violencia erótica en el teatro kabuki. El
prolífico y recientemente fallecido escritor
Dan Oniroku empezó aquí su carrera literaria con la historia
Hana to Hebi (“Flor y serpiente”), que sería adaptada al cine en varias ocasiones por la poderosa productora
Nikkatsu. También empezó a escribir en Kitan Club en esa época el legendario
Nureki Chimuo, reconocido hoy en día como el mayor nawashi (“maestro de cuerda”) vivo…
Mientras tanto, en Occidente, varios ejemplares de Kitan Club caían
en manos de un dibujante y fotógrafo llamado John Alexander Scott
Coutts, alias
John Willie. Fue un auténtico pionero del
arte fetichista en occidente (se le llegó a conocer como “el Rembrandt
del pulp”), jugando en EEUU un papel similar al de Itoh Seiyu en Japón.
Se puede rastrear la influencia del shibari en muchos de sus dibujos
para la revista
Bizarre (¡qué delicioso su personaje de
Sweet Gwendoline!) y en gran parte de las fotos eróticas en que ató a modelos como la conocida pin-up
Betty Page. Por supuesto, la influencia fue bidireccional, y en varios ejemplares de Kitan Club pueden encontrarse obras de Willie,
Eric Stanton y otros dibujantes y fotógrafos estadounidenses de la época.
Kitan Club abrió camino a muchas otras revistas, libros de
fotografía, novelas y películas relacionadas con el sadomasoquismo y el
shibari. Algunas de estas publicaciones resultaron copias cutres sin
alma ni sentimiento o sufrieron altibajos por culpa de los vaivenes de
la censura, pero otras alcanzaron pronto grandes niveles de calidad
artística. Fue por ejemplo en la revista
SM Sniper donde Nobuyoshi Araki, con el que abríamos este artículo, publicó en 1979 uno de sus mejores portafolios de shibari…
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6. Nawashi: artistas de la cuerda
En la época pre-Internet, estas publicaciones permitieron poner en
contacto a modelos, atadores y aficionados, facilitando el intercambio
de ideas, información y técnicas. De ese caldo de cultivo han ido
surgiendo con el tiempo grandes nawashi (“maestros de la cuerda”), es
decir, personas con reconocido talento para la atadura erótica. Para ser
considerado un nawashi no hace falta sólo habilidad técnica, sino sobre
todo sentido estético y capacidad para establecer una comunicación
profunda con la modelo. Cada nawashi tiene su propio estilo: hay quien
prefiere las suspensiones y quien favorece el
bondage de suelo; hay quien gusta de los patrones ordenados y quien potencia la asimetría y la originalidad…
Uno de los nawashi más influyentes fue
Akechi Denki,
un genio natural de la cuerda. De carácter suave, amable y dialogante,
contribuyó enormemente no sólo al avance de la técnica de la atadura
sino también a acercar al público su arte, más allá de los círculos
elitistas en que se movió el shibari en sus inicios. Akechi falleció
prematuramente en 2005, dejando tras de sí alguno de los mejores libros
de fotografías de shibari de la historia (por ejemplo el magnífico
Pleasure and a Little pain, con la modelo
Kate Asabuki). La autora francesa
Agnès Giard le dedica su imprescindible ensayo
L’imaginaire erotique au Japon usando estas palabras: “A la memoria de Akechi Denki, que ataba a las mujeres tan dulcemente que ya no querían ser desatadas”.
Y hablando de mujeres: probablemente algún lector se haya preguntado
si también hay mujeres maestras de la cuerda… Y evidentemente la
respuesta es sí, cada vez más, aunque algunos de los primeros nawashi se
mostraran reluctantes a la idea. En la época feudal japonesa, donde
hemos visto que tiene uno de sus orígenes históricos el shibari, la
cuerda era dominio exclusivo de los hombres (con la única excepción de
las kunoichi o “mujeres ninja”). Fue precisamente Akechi Denki uno de
los primeros nawashi en enseñar su arte a mujeres como la habilísima
Benio Takara, actualmente una reconocida Dómina y maestra de la cuerda.
Y empezaré la última sección de este artículo con otro gran ejemplo de mujer nawashi…
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7. Volar sobre un escenario
Barcelona, 9 de Abril de 2011. Se celebra el acto benéfico
Cuerdas por Japón, creado por el artista
Alberto No Shibarien favor de las víctimas del reciente tsunami. Mientras suena de fondo la música de los
Yoshida Brothers, una mujer llamada
Despertant
se acerca a un chico joven que le espera en actitud tranquila. La mujer
coge un manojo de cuerda de yute. Con un tirón rápido de la mano
(similar al gesto de arrancar la anilla a una granada) la despliega
elegantemente y comienza a usarla para atar al joven, partiendo de las
muñecas cruzadas en la espalda y tensando la cuerda alrededor de brazos y
hombros. Un diseño empieza a ser visible: un arnés que inmoviliza
progresivamente al joven y le sirve como punto de apoyo hacia una anilla
que cuelga del techo. Un par de tirones de las cuerdas hacen volar al
hombre, que queda completamente suspendido de la anilla y girando
lentamente sobre sí mismo. De repente la mujer saca unas tijeras y el
público contiene el aliento: ¿hay alguna emergencia que haga necesario
cortar las cuerdas? Sin embargo, la mujer agarra la coleta del joven, y
en un gesto tierno cuyos significados se adivinan profundos, la corta.
El shibari es ante todo una comunicación íntima entre dos personas…
Pero al ser un arte tan visual y estéticamente potente, es lógico que
encuentre uno de sus principales medios de expresión encima de los
escenarios, no sólo de clubes especializados sino también de teatros,
locales privados o incluso platós de televisión. Recientemente el canal
Arte retransmitió una preciosa performance aérea de la bailarina
berlinesa
Dasniya Sommer (en la foto), que combina de forma hipnótica y preciosista shibari, yoga y danza contemporánea…
Gran parte de los artistas del shibari que deciden subir a un escenario le deben mucho al maestro
Osada Eikichi, primer
nawashi en llenar locales con sus coreográficas e intensas actuaciones
tras su primera y legendaria performance en el estudio de ballet Ars
Nova de
Tokio, en 1964. Su testigo lo recogió el gran
Osada Steve,
de origen alemán y único nawashi occidental residente en Japón. Las
apariciones públicas de Osada Steve resultan siempre espectaculares, ya
que posee un magnetismo particular y un sentido escénico muy
desarrollado. Tuve en 2010 la inolvidable oportunidad de asistir a uno
de sus talleres, organizado en Barcelona por el
Club Social Rosas 5, y de verle en acción…
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8. La belleza del kinbaku
Todo este artículo no ha hecho más que rascar la superficie de un
mundo sensual y sorprendente que conjuga niponofilia, erotismo, estética
y espectáculo, un arte del que podría estar hablando durante horas…
Pero me debo despedir ya y lo haré con una recomendación literaria:
quien quiera saber más de la historia y orígenes del shibari debería
conseguir el libro
The Beauty of kinbaku,
de “Master K”: un ensayo precioso y profusamente ilustrado con hermosas
fotografías, publicado en una única edición de mil ejemplares que se
convertirán pronto en objeto de coleccionista…