En
el marco del ciclo "Im Zentrum des Übels" (En el centro del mal) que
presenta Guillaume Paoli en la Volksbühne am Rosa-Luxemburg-Platz de
Berlín, el pasado 5 de enero el italiano Daniel Giglioli dió una
conferencia con el título "Du Opfer!" (Tu víctima). Según Giglioli hoy
estamos en un nuevo paradigma en lo que a la mecánica sacrificial se
refiere. Las víctimas se han convertido en los héroes de nuestro tiempo.
Están tan cotizadas que incluso se puede decir que hay competencia
entre las víctimas. Pongamos estas ideas en contexto para entender cómo
opera la máquina sacrificial en el seno de la máquina capitalista.
La
máquina capitalista produce sobre todo mercancías y dinero. Extrae
riqueza de la tierra y la inserta en su maquinaria de producción,
multiplicándola mediante el trabajo de los sujetos, creando así más
riqueza. Y como resultado de todo este proceso, produce dinero, que como
mostró Karl Marx, es otra mercancía más pero de un orden distinto al
del resto de las mercancías, una mercancía sagrada que sirve de
referencia al resto de mercancías profanas. Pero este es solo el modo de
funcionamiento normal de la máquina capitalista.
En el modo de
funcionamiento de crisis, la máquina capitalista produce también dinero y
víctimas. Quiero decir que en las crisis no solo produce dinero como
resultado de la producción de mercancías, sino que también produce
dinero de manera independiente, dinero que no tiene nada que ver con la
creación de riqueza, dinero ficticio. Y además de dinero ficticio, la
máquina capitalista, en su modo de funcionamiento de crisis, produce
víctimas. De hecho ambos fenómenos están estrechamente vinculados. La
producción de dinero ficticio y la producción de víctimas son las dos
caras de la moneda, nunca mejor dicho.
Hagamos un poco de historia
para comprender todo lo que la máquina capitalista implica. Se puede
decir que esta comenzó a funcionar en el momento en que las personas se
convirtieron en mercancías. Antes de eso funcionaba otro tipo de
máquina, también una máquina hierogámico-sacrificial como la
capitalista, pero una en la que las personas todavía eran personas y no
mercancías. Naturalmente esta es una definición conceptual que hace
difícil decir con precisión cuando comenzó a funcionar la máquina
capitalista. Lo que sí nos permite es decir que un fenómeno como la
transición del matriarcado al patriarcado, tal como mostraron Friedrich
Engels y Wilhelm Reich, fue un paso significativo hacia la máquina
capitalista, en la medida en que los hombres convirtieron a las mujeres
en mercancías para poder asegurar la paternidad de sus hijos. También
nos permite decir que un fenómeno como la esclavitud es un antecedente
evidente de la mecánica capitalista, en la medida en que está forma de
apropiación es el paradigma de la mercantilización de las personas. En
suma, podemos decir que la máquina precapitalista se fue transformando
poco a poco en máquina capitalista, a medida que más personas eran
transformadas en mercancías, por la máquina misma. Pues uno de los
cometidos de la máquina, no sólo de la capitalista, sino de la máquina
hierogámico-sacrificial en general, es transformar sujetos en objetos.
El
paso más decisivo hacia la mercantilización de las personas, de la vida
humana, tuvo lugar en la Revolución Industrial, en la que, no por
causalidad, desempeñó un papel central la máquina. Pero aquí queremos
poner el acento en un proceso paralelo, que se suele adscribir al ámbito
de lo ideológico y de lo político, y que sin embargo nos parece que
guarda una relación muy estrecha con lo económico. Un proceso que
también fue fundamental para la mecanización de la vida humana y por lo
tanto para la transformación de las personas en mercancías. Nos estamos
refiriendo a la Revolución Burguesa francesa, a las ideas de libertad,
igualdad y fraternidad, que todavía hoy están en el centro del discurso
político.
Lo que no se suele decir es que la libertad, la igualdad
y la fraternidad que proclamaron los revolucionarios franceses se
refieren cada vez menos a las de las personas y más a las de las
mercancías. Y es que podemos identificar este momento histórico como el
punto de inflexión entre la máquina precapitalista y la capitalista,
entre la sociedad de las personas y la sociedad de las mercancías.
Precisamente porque se trata de un punto de inflexión, las nociones de
libertad, fraternidad e igualdad se referían tanto a las personas como a
las mercancías. Porque, siguiendo nuestra argumentación de que la
máquina precapitalista se va convirtiendo progresivamente en máquina
capitalista, este punto sería justamente en el que los dos platos de la
balanza se igualaron, en el que las personas y las mercancías valieron
lo mismo. A partir de entonces las personas nunca más volverían a valer
tanto como las mercancías, estas fueron ganando peso en el balance
general del sistema, las personas fueron quedando cada vez más
supeditadas a las mercancías. Los valores humanos fueron supeditándose
cada vez más al valor de cambio capitalista.
La gran farsa de la
Revolución Burguesa fue que, precisamente porque en ese preciso momento
las personas y las mercancías llegaron a igualarse, a valer lo mismo, se
pudo decir de las personas lo que en realidad, a partir de ese momento,
iba a valer solo para las mercancías: que estas son libres, fraternas e
iguales. Los valores capitalistas fueron una sustitución de los valores
humanistas, justo en el momento en que se declaraban. La Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano fue una coartada para legitimar
esta transferencia de valores, en todos los sentidos del término, de
las personas a las mercancías.
Esta es la clave para comprender la
ideología hipócrita en la que se basa el capitalismo. Libertad,
igualdad y fraternidad, primeramente y sobre todo, de las mercancías,
quedando la libertad, la igualdad y la fraternidad de las personas
supeditadas a ellas. Este es el verdadero sentido del liberalismo:
libertad de las mercancías, aunque sea al precio de la esclavitud de las
personas. Toda la retórica de la libertad de los individuos es una
farsa, porque la única verdadera libertad en la máquina capitalista es
la de las mercancías. Porque la libertad de los individuos no tiene
sentido sino es como productores y consumidores. Lo mismo puede decirse
de la fraternidad. La única fraternidad que impera en la máquina
capitalista es la de las mercancías. Las mercancías son fraternas por
que pertenecen a una misma familia, porque son todas hijas de una misma
madre y de un mismo padre: de una misma tierra violada por la máquina,
de un mismo dinero ficticio que alardea de su valor, pero que solo lo
obtiene, insistimos, fabricando víctimas, ejerciendo su violencia
sacrificial. Lo mismo, finalmente, puede decirse de la igualdad. La
máquina capitalista produce tanta desigualdad como el resto de las
máquinas que la han precedido. Porque también es una máquina imperial,
colonial, en última instancia, sacrificial. La verdadera igualdad que
proclama la máquina es la del valor de cambio, la de reducir todos los
valores de la vida a este único valor.
Volviendo al funcionamiento
genérico de la máquina capitalista, decíamos que esta, durante su modo
normal, produce mercancías, y a partir de la mercancías produce dinero. Y
al mismo tiempo continúa su proceso de transformación de las personas
en mercancías. Pues como decíamos, esta transformación no se da de una
vez, sino que se trata de un proceso ininterrumpido en el que cada vez
las personas se parecen más a mercanías, y cada vez hay más personas
inscritas en esta transformación. De esto es de lo que se trata en las
guerras, en las desestabilizaciones de Estados, en la geoingeniería y en
la socioingeniería, en los medios hollywoodenses. Esta es la llamada
acumulación primitiva, que como el mismo Marx decía, solo es llamada
primitiva, porque de hecho nunca deja de actuar, nunca deja de
transformar personas en mercancías, nunca deja de transformar
comunidades relativamente precapitalistas en sujetos-objetos productores
y consumidores.
Pues bien, en las crisis, este proceso de
transformación de las personas en mercancías se acelera, se produce de
manera más violenta. Pues en última instancia este es uno de los
mecanismos fundamentales de valorización, de transferencia de riqueza
desde la vida a las mercancías-vampiros, muertos vivientes que no
obtienen su vitalidad sino es vampirizando a las personas. En este
sentido, se puede decir en rigor que la máquina capitalista es una
máquina sacrificial. Lo es con carácter general, pero sobre todo lo es
en las crisis. Mientras que en el modo de funcionamiento normal la
máquina capitalista tiende a funcionar como una máquina hierogámica.
Siendo ambos dos modos de funcionamiento no excluyentes, no
alternativos, ambos complementarios, paralelos, constituyentes de la
máquina hierogámico-sacrificial capitalista.
En este sentido hay
que interpretar lo que venimos diciendo desde un principio: que la
máquina capitalista produce víctimas, violencia, tortura, terrorismo,
atentados, decapitaciones, muerte, en suma, sacrificios. Todos estos son
productos de la máquina sacrificial capitalista, en contra de lo que
sus medios de desinformación hollywoodenses nos cuentan. Todos estos
fenómenos son sistémicos, son, insistimos, productos de la máquina, como
las mercancías, como el dinero. De hecho productos complementarios, en
la medida en que necesita esta producción de víctimas para dotar de
valor real al dinero ficticio que produce en sus bancos centrales. Así,
en su modo de crisis, la máquina capitalista tiende a producir más y más
víctimas, más y más sacrificios, más y más espectáculos sacrificiales
hollywoodenses.
De la misma manera, el funcionamiento normal de la
máquina capitalista tiende a ser el de una máquina hierogámica, es
decir, el de la producción de deseo y de goce mercantilizables. La
pornografía es el paradigma de la máquina hierogámica capitalista. Todas
las tendencias que están pervirtiendo el erotismo natural, que están
disociando la sexualidad de la fertilidad, son también producciones de
la máquina capitalista para transformar a las comunidades humanas en
sujetos-objetos controlables, en mercancías. La máquina capitalista es
una máquina hierogámica en la medida en que todo tiende a convertirse en
erotismo mercantilizable, todas las mercancías tienden a convertirse en
dildos, todos los espectáculos en pornografía.
Insistimos en que
la máquina hierogámica y la sacrificial, la máquina capitalista normal y
la de crisis, son en última instancia una misma máquina
hierogámico-sacrificial capitalista. Ambos modos de funcionamiento no
se dan de manera excluyente. Ambos son simplemente dos polos entre los
que el funcionamiento de la máquina está permanentemente oscilando. Hay
crisis de distinto orden, más o menos pronunciadas, de la misma manera
que hay períodos de normalidad de mayor o menor alcance. La máquina
capitalista está permanentemente fluctuando entre ambos polos, sin dejar
de ser nunca por completo ni hierogámica ni sacrificial. Sin dejar de
mercantilizar el deseo y el goce, la violencia y la amenaza. Esta
mercantilización del deseo, del goce, de la violencia y de la amenaza es
otra manera de referirse a la transformación de las personas en
mercancías. Desempeña un papel mucho más importante que el de los
intercambios materiales. De ahí que la mayoría de los economistas
oficiales no hablen de ello.
Muchos de los fenómenos que hoy
estamos viviendo se pueden entender desde esta mecánica. Al estar hoy
atravesando una gran crisis, la máquina capitalista se ve obligada a
producir masivamente dinero ficticio, por un lado, y a intensificar la
mercantilización de la violencia y la amenaza, por el otro. Para,
insistimos, dotar de valor real a dicho dinero ficticio, falso,
falsificado legalmente por el cartel bancario. Después de haberse
apropiado de la submáquina pública de producir dinero, una pieza
fundamental de la máquina capitalista total.
En este sentido
hablamos de producción de víctimas, la otra pieza fundamental de la
máquina. Pero no se trata solo de producir víctimas reales. Además es
necesario, como proceso complementario, producir el espectáculo de las
víctimas. Producción de víctimas y producción del espectáculo de las
víctimas son dos procesos complementarios estrechamente vinculados en la
máquina sacrificial hollywoodense. Esto es, en definitiva, lo que
siempre ha sido una celebración sacrificial. En este sentido se puede
decir que las crisis suponen una regresión de la máquina capitalista a
modos de funcionamiento propios de la máquina precapitalista, en los que
los protagonistas de los sacrificios eran personas. De los sacrificios
aztecas a los autos de fé católicos o a los suplicios públicos del
Antiguo Régimen de los que nos ha hablado Michel Foucault.
En las
crisis de la máquina capitalista, si hemos de ser coherentes con todo lo
que venimos diciendo, se deberían sacrificar mercancías. Esto pondría
fin a las crisis de sobreproducción. No decimos que se deberían
consumir, sino que se deberían "gastar improductivamente", como sugirió
lúcidamente Georges Bataille en La noción de gasto y La parte maldita.
En lugar de esto, en las crisis la máquina capitalista, insistimos,
intensifica la producción de dinero ficticio, la producción de víctimas,
la mercantilización de la violencia y la amenaza.
El terrorismo,
las pandemias, los "accidentes" tecnológicos, las catástrofes
"naturales", el clima cambiado, las revoluciones coloreadas, las crisis
migratorias..., son todos fenómenos de producción de víctimas,
provocados o en todo caso intensificados por la máquina capitalista
sacrificial. Todo ello se puede resumir en las nociones de guerra de
cuarta y quinta generación. Sabemos que las crisis más agudas de la
máquina capitalista solo se resuelven con guerras mundiales. La crisis
de 1929 solo se resolvió con la Segunda Guerra Mundial. Hoy estamos en
una situación similar. Los paralelismos con la Europa de los años
treinta son evidentes, aunque las escalas sean otras y la máquina esté
más desarrollada tecnológicamente. Si entonces la guerra fue
intercapitalista, entre bloques de Estados-nación aliados, hoy esta
dimensión intercapitalista también está presente, pero combinada con
otra dimensión global en la que los Estados-nación tienden a desaparecer
desintegrados por las dinámicas del capital global, que libra una
guerra contra todos. Si las dos primeras guerras mundiales fueron de
primera, segunda y tercera generación, la Tercera Guerra Mundial en la
que estamos ya inmersos, es además de cuarta y de quinta. El terrorismo
de Estado encubierto, los atentados de bandera falsa, las pandemias
creadas en laboratorios militares, las revoluciones de color
ingenierizadas, las catástrofes naturales geoingenierizadas mediante
chemtrails y HAARP, los programas de biotecnología, nanotecnolgía y
manipulación genética, los programas eugenésicos de vacunación, el
control y la programación mental de masas... Estas son algunas de las
armas de la Tercera Guerra Mundial de cuarta y quinta generación que la
máquina sacrificial libra hoy contra todos. Seguramente debamos situar
su comienzo en la gran farsa hollywoodense del 11S del 2001.
Pero
volvamos al tema de la producción de víctimas, no sólo a la producción
real sino también a la de su espéctaculo, que de hecho tienden a
confundirse. Hoy todas las grandes iniciativas de mercantilización de la
violencia y la amenaza, que venimos de enumerar, van acompañadas
sistemáticamente de la correspondiente producción espectacular. De las
Torres Gemelas, demolidas de manera controlada, a los montajes
mediáticos sobre supuestas armas de destrucción masiva para legitimar
guerras de conquista en las periferias. De los niños inmigrantes,
colocados convenientemente en la orilla de la playa para convertirse en
foto de portada, a las decapitaciones terroristas gravadas en estudio
con fondo de pantalla verde. La máquina sacrificial hollywoodense
produce el espectáculo de las víctimas. Que incluye a víctimas reales,
porque la distinción entre realidad y ficción ya no es la distinción
clásica y la ficción es el vector de transformación de la realidad. Con
ello se legitima el que la máquina pueda cometer otros sacrificios, esta
vez menos publicitados, menos ritualizados, menos dramatizados. La
máquina sacrificial hollywoodense produce, además del espectáculo de las
víctimas, víctimas reales, daños colaterales necesarios para justificar
el uso de la violencia y la amenaza, que en definitiva es la
comercialización de nuestra violencia y nuestra amenaza, de las que la
máquina se apropia. De la misma manera que la máquina hierogámica
capitalista se apropia de nuestro deseo y de nuestro goce.
Pero
hay un sacrificio mucho más sutil, que es el que verdaderamente la
máquina escenifica en sus medios inquisitoriales. Es el sacrificio de la
libertad, la igualdad y la fraternidad. La misma trampa que inauguró el
régimen de la máquina capitalista, vuelve a utilizarse en estas
celebraciones sacrificiales. Entonces todavía las personas y las
mercancías no se diferenciaban tanto, en la medida en que, como
decíamos, la balanza entre la máquina precapitalista y la capitalista
estaba más igualada. Hoy, dos siglos y medio después, el avance en la
mercantilización de la vida ha sido y sigue siendo brutal. De tal manera
que la farsa de la libertad, la igualdad y la fraternidad es cada vez
más difícil de mantener. La máquina capitalista es cada vez más
vencedora, pero también cada vez menos convincente.
La producción
espectacular de víctimas se basa en esta farsa. Además de las víctimas
reales, lo que se sacrifica en los altares capitalistas, en un sentido
más trascendente, más simbólico, son la libertad, la igualdad y la
fraternidad. Y con ello todo el resto de valores ficticios tales como la
democracia, el Estado de derecho, la legalidad, y todo el resto de
farsas ideológicas producidas por la máquina capitalista, recitadas como
mantras por las marionetas políticas y los medios de manipulación de
masas, para legitimar la mecánica hierogámico-sacrificial. Y es que,
precisamente sacrificando estos valores es como la máquina los produce.
Precisamente negándolos es como defiende hipócritamente su valor
ficticio. La máquina sacrifica los valores reales al mismo tiempo que
invoca las mismas nociones trascendentes, vacías de contenido,
ficticias, hipócritas, sintéticas, de plástico. En la medida en que,
como decíamos, las verdaderas libertad, igualdad y fraternidad son las
de las mercancías. En la medida en que la libertad, la igualdad y la
fraternidad de las personas son valores vacíos de contenido que sólo lo
adquieren mediante su sacrificio. No es una casualidad que los últimos
atentados producidos por la máquina sacrificial capitalista hayan sido
en el lugar donde se proclamaron la libertad, la igualdad y la
fraternidad. No es una casualidad que, en el marco de los atentados de
París del 13 de noviembre, la producción del espectáculo de las víctimas
haya estado protagonizado por la bandera tricolor.
Como ha
mostrado Jean Baudrillard, el valor de la vida solo se puede
intercambiar con el valor de la muerte. Solo la muerte dota de valor a
la vida. Que la muerte haya sido marginada de una manera tan radical en
la cultura capitalista pone de manifiesto hasta qué punto esta se basa
en un empobrecimiento general de la realidad, hasta qué punto el
capitalismo se sostiene, paradójicamente, en la desvalorización de la
realidad. La máquina hierogámico-sacrificial capitalista lo reduce todo a
mercancías y estas a un único valor: el valor de cambio. Pero, de la
misma manera que solo la muerte da valor a la vida, el valor de las
mercancías solo se puede intercambiar con su "gasto improductivo", con
su sacrificio.
Lo que fascina a las masas mercantilizadas del
espectáculo sacrificial capitalista no son las víctimas en sí, no es que
las víctimas sean personas. Lo que nos fascina es que nos revela el
funcionamiento de la máquina capitalista: la transformación de las
personas en mercancías. Cuando las masas de personas-mercancías
contemplan extasiadas los sacrificios rituales capitalistas, que las
agencias de inteligencia y los medios hollywoodenses orquestan para
ellas, lo que realmente están viendo no son personas sino
personas-mercancías sacrificadas. En el sentido más profundo, se trata
de un ritual en el que las masas de mercancías que hoy somos contemplan
con estupor otras mercancías sacrificadas como "gasto improductivo".
Sólo este sacrificio dispendioso, improductivo, de las
personas-mercancías, es capaz de proporcionar valor real a los valores
ficticios que crea produce la máquina.
Ahora podemos comprender a
lo que se refería Daniel Giglioli en su conferencia. Si las víctimas
son los héroes de nuestro tiempo, si las víctimas están hoy tan
cotizadas que incluso hay competencia entre ellas, es por todo lo que
venimos diciendo. Porque las víctimas de la máquina sacrificial
capitalista son el "gasto improductivo" que, con su muerte, dotan de
valor real, no solo al dinero ficticio que produce, sino sobre todo a
las masas de personas-mercancías que participan en sus rituales. Este es
el secreto de los sacrificios capitalistas. Esto es lo que, al nivel
simbólico más profundo, se representa en los rituales sacrificiales
capitalistas. El sacrificio de la libertad, la igualdad y la fraternidad
reales, como mecanismo de producción de sus ficciones.
* Pedro Bustamante es investigador independiente, arquitecto y artista. Su obra
El imperio de la ficción: Capitalismo y sacrificios hollywoodenses ha sido publicada recientemente en Ediciones Libertarias.
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