INTRODUCCIÓN: UNA IMPERIOSA OBLIGACIÓN DE ACTUACIÓN Y DE VIGILANCIA
Señor presidente:
Señorías:
Algunas veces, la Historia avanza de forma discreta y con pies de plomo y se despide sin gran demora.
Sucede así cuando se trata de la acción de una Comisión que solo
dispone de un mandato de cinco años para modificar definitivamente el
curso de los acontecimientos.
La Comisión actual no es sino un episodio, un breve momento en la
larga historia de la Unión Europea. Aún no ha llegado la hora de hacer
el balance definitivo de la Comisión que presido.
Por ese motivo, no presentaré hoy un balance de lo que hemos conseguido realizar a largo de los últimos cuatro años.
Todo lo contrario: voy a decirles que el trabajo prosigue durante los
próximos doce meses para hacer de la imperfecta Unión Europea una Unión
cada día más perfecta.
Quedan cosas por hacer y en ellas voy a centrar el discurso de esta
mañana.
Nada de autocomplacencia. Nada de sacar pecho. Modestia y trabajo: esa
es la actitud que asumirá la Comisión, nuestro programa para los
próximos meses.
Algunas veces, la Historia —en el auténtico sentido de la palabra— se
desliza en la vida de las naciones sin previo aviso y tarda en salir de
ella.
Sucedió así cuando estalló la Gran Guerra, que en 1914 sorprendió al
continente europeo de tan soleado, tranquilo, apacible y optimista que
había sido el año 1913.
En 1913, los europeos se disponían a vivir en una paz duradera. Y,
sin embargo, una guerra fratricida se extendió por Europa el año
siguiente.
No hago referencia a ese periodo porque crea que estemos al borde de una nueva catástrofe.
La Unión Europea es garantía de paz. Alegrémonos de vivir en un
continente de paz, un continente que conoce la paz gracias a la Unión
Europea.
Respetemos más a la Unión Europea, no ensuciemos su imagen, defendamos nuestra forma de ser y de vivir.
Digamos sí al patriotismo que no se esgrime contra los demás. Digamos
no al nacionalismo fatuo que rechaza y odia a los demás, que destruye,
que busca culpables en lugar de buscar soluciones que nos permitan vivir
mejor juntos.
El pacto fundacional de la Unión Europea, «nunca más una guerra», sigue
siendo una exigencia imperiosa. Una imperiosa obligación de vigilancia
que se impone en nosotros y a nuestro alrededor.
UNOS ESFUERZOS FRUCTÍFEROS
Señorías:
¿Cuál es el estado de la Unión Europea hoy, en 2018?
Transcurridos diez años desde la quiebra de Lehman Brothers, Europa
ha dejado muy atrás una crisis económica y financiera que nos vino de
fuera y que a menudo nos golpeó muy brutalmente.
La Unión Europea ha experimentado un crecimiento ininterrumpido durante veintiún trimestres.
El empleo empieza a entonarse, con casi doce millones de nuevos
puestos de trabajo desde 2014. Doce millones de empleos: una cifra
superior a la población de Bélgica.
Nunca ha habido tantas personas —239 millones de hombres y de mujeres— con empleo en Europa.
El desempleo juvenil asciende al 14,8 %. Sigue siendo una tasa
demasiado elevada, pero se sitúa en su nivel más bajo desde el año 2000.
La inversión ha repuntado en Europa, gracias sobre todo a nuestro
Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas, que algunos —que cada vez son
menos— siguen llamando «Fondo Juncker», plan que ha generado inversión
pública y privada por valor de 335 000 millones de euros. Estamos
avanzando hacia los 400 000 millones.
Y ahí está Grecia: tras unos años, hay que decirlo, dolorosos, tras
graves problemas sociales sin precedentes, pero tras años también de una
solidaridad nunca vista, Grecia ha conseguido llevar a buen puerto su
programa y se ha vuelto a levantar. Me descubro ante los esfuerzos
hercúleos del pueblo griego, esfuerzos que los demás europeos siguen
subestimando. Siempre he defendido a Grecia, su dignidad, su papel en
Europa y su permanencia en la zona del euro. Me enorgullezco de ello.
Europa también ha reafirmado su posición como potencia comercial. La
potencia comercial mundial no es sino la prueba de que debemos compartir
nuestras soberanías. La Unión Europea mantiene hoy acuerdos comerciales
con 70 países. Juntos, representamos más del 40 % del PIB mundial. Esos
acuerdos, a los que a menudo se oponen infundadas objeciones, nos
permiten exportar a las demás partes del mundo nuestras exigentes normas
en materia de seguridad alimentaria, derecho del trabajo, medio
ambiente y derechos de los consumidores.
Cuando el pasado mes de julio, en medio de un grave periodo de
tensiones internacionales, me desplacé en una misma semana a Pekín,
Tokio y Washington, pude expresarme, como presidente de la Comisión
Europea, en nombre del mayor mercado único del mundo. En nombre de una
economía que representa la quinta parte de la economía mundial. En
nombre de una Unión dispuesta a defender sus valores y sus intereses.
Presenté a Europa como un continente abierto pero no a cualquier precio.
Gracias al ascendiente que me otorga la unidad europea, cuyos
principios y pormenores pude exponer, conseguí que se oyera la voz de la
Unión Europea para obtener resultados concretos para nuestros
ciudadanos y nuestras empresas.
Nosotros los europeos, unidos, como Unión, somos una potencia con la
que es preciso contar. En Washington, hablé en nombre de Europa. Algunos
describen el acuerdo que pude obtener al término de mis negociaciones
con el presidente Trump como una sorpresa. Y en realidad no ha habido
sorpresas porque Europa ha sabido expresarse de forma unánime.
En todos los momentos necesarios, Europa debe actuar al unísono.
UNA RESPONSABILIDAD GLOBAL
Así lo hemos demostrado cuando no hemos cejado en nuestra defensa del
Acuerdo de París sobre el cambio climático, porque nosotros, europeos,
queremos legar a las generaciones venideras un planeta más limpio.
Comparto los análisis de nuestro comisario de energía en lo que respecta
a los objetivos de reducción de emisiones de CO2 para 2030. Son exactos
desde el punto de vista científico y necesarios desde el político.
Las sequías de este verano nos recuerdan implacablemente a todos, no
solo a los agricultores, la importancia de esforzarnos por proteger el
futuro de las próximas generaciones. No podemos tener semejante desafío
ante los ojos y mirar hacia otro lado. Nosotros, la Comisión, y ustedes,
el Parlamento, debemos mirar hacia el futuro.
Señorías:
El mundo, que no para de dar vueltas, se ha vuelto más volátil que
nunca. Los desafíos externos a los que se enfrenta nuestro continente se
multiplican de día en día.
Por ello, no podemos aflojar, siquiera por un segundo, nuestro empeño en construir una Europa más unida.
Europa puede exportar estabilidad, como hemos hecho mediante las
sucesivas ampliaciones de nuestra Unión, que para mí son y seguirán
siendo verdaderos éxitos, pues hemos logrado reconciliar la historia y
la geografía europeas. Pero quedan esfuerzos pendientes. Debemos
definir, de forma irrevocable, nuestra actitud con respecto a los
Balcanes Occidentales. De otro modo, otras fuerzas se encargarán de
configurar nuestra vecindad inmediata.
Miremos también a nuestro alrededor. Lo que está sucediendo ahora
mismo en Idlib, en Siria, debe ser para todos nosotros motivo de una
honda e inmediata preocupación. No podemos permanecer mudos ante la
inminencia de una catástrofe humanitaria que, de hecho, es una
catástrofe anunciada.
El conflicto sirio ilustra hasta qué punto el orden internacional del
que se han beneficiado los europeos desde la Segunda Guerra Mundial
cada vez es más cuestionado.
Por otra parte, en el mundo actual, Europa ya no puede estar segura de que la palabra empeñada ayer siga siendo válida mañana.
Las alianzas de ayer quizá no sean las alianzas de mañana.
LA HORA DE LA SOBERANÍA EUROPEA
Señoras y señores:
El mundo actual necesita una Europa fuerte y unida.
Una Europa que trabaje por la paz, los acuerdos comerciales y unas
relaciones monetarias estables, incluso si otros se muestran algunas
veces más proclives a entrar en guerras comerciales e incluso
monetarias. De hecho, me desagrada ese unilateralismo que desprecia las
expectativas y las esperanzas de los demás. Soy y siempre seré un
multilateralista.
Si Europa fuera más consciente de la potencia política, económica y
militar de sus naciones, podríamos despojarnos del papel exclusivo de
«pagador mundial», cometido que de todas formas deseamos seguir
desempeñando. Debemos reforzar nuestro papel de interlocutor mundial.
Somos, como se diría en inglés, global payers, pero tenemos que ser
también global players.
Por ese motivo, en 2014, reactivé el proyecto de la Unión Europea de
Defensa, a pesar de la fuerte resistencia que suscitaba a la sazón.
También por eso, la Comisión seguirá trabajando en los próximos meses
para que el Fondo Europeo de Defensa y la Cooperación Estructurada
Permanente en materia de Defensa sean plenamente operativos. Me detengo
aquí para hacer una precisión para mí importante: no militarizaremos la
Unión Europea. Lo que queremos es hacernos más responsables y más
independientes.
Porque solo una Europa fuerte y unida puede proteger a nuestros
ciudadanos frente las amenazas internas y externas, desde el terrorismo
hasta el cambio climático.
Solo una Europa fuerte y unida puede preservar los puestos de trabajo en un mundo abierto e interconectado.
Solo una Europa fuerte y unida puede superar los desafíos de la digitalización global.
Nosotros, los europeos, que tenemos el mercado único más grande del
mundo, podemos fijar las normas por las que se rijan los macrodatos, la
inteligencia artificial y la automatización, sin abandonar la defensa de
los valores, los derechos y la individualidad de nuestros ciudadanos.
Lo conseguiremos si permanecemos unidos.
Una Europa fuerte y unida permite a sus Estados miembros tocar el
cielo con las manos. Nuestro programa Galileo es el que mantiene
actualmente a Europa en la carrera espacial. Ningún Estado miembro
hubiera podido poner en órbita 26 satélites de los que se benefician ya
400 millones de usuarios en todo el mundo.
Ningún Estado miembro podría haberlo conseguido de forma aislada.
Galileo es, en efecto, un éxito principal, si no exclusivamente,
europeo. Sin Europa, no habría Galileo. Estemos orgullosos de ese logro.
Señor presidente:
La geopolítica nos indica que ha sonado definitivamente la hora de la soberanía europea.
La hora de que Europa tome las riendas de su destino. La hora de que
Europa desarrolle lo que yo he llamado «Weltpolitikfähigkeit», es decir,
la capacidad de desempeñar, como Unión, un papel determinante en el
curso de los asuntos mundiales Europa tiene que reforzar su papel de
interlocutor soberano en las relaciones internacionales.
La soberanía europea dimana de la soberanía nacional de nuestros
Estados miembros. No sustituye todos aquellos aspectos que son propios
de las naciones. Compartir nuestras soberanías, allí donde haga falta,
fortalece a cada uno de nuestros Estados-nación.
Esta convicción de que «unidos somos más grandes» es la esencia misma de lo que significa formar parte de la Unión Europea.
La soberanía europea nunca se esgrimirá frente a otros. Europa debe
seguir siendo un continente abierto y tolerante. Y seguirá siéndolo.
Europa nunca será una fortaleza que dé la espalda al mundo, y aún menos a
esa parte del mundo que sufre. Europa nunca será una isla. Europa debe
seguir siendo multilateral y va a seguir siéndolo. El planeta es de
todos, y no de unos pocos.
Ese es también el reto de las elecciones al Parlamento Europeo que se
celebrarán en mayo de 2019. Emplearemos los 250 días que nos separan de
las elecciones europeas para aportar a nuestros conciudadanos pruebas
de que, con el esfuerzo de todos, la Unión es capaz de obtener
resultados y de que cumple los compromisos asumidos al inicio del
presente mandato.
De aquí a las elecciones europeas, debemos demostrar que Europa puede
superar las diferencias entre el norte y el sur, el este y el oeste, la
izquierda y la derecha. Europa es demasiado pequeña para dividirse, ya
sea por dos o por cuatro.
Debemos demostrar que, juntos, podemos esparcir las semillas de una Europa más soberana.
CUMPLIR LO PROMETIDO
Señorías:
Cuando nos dispongamos a celebrar las elecciones en mayo de 2019, a
los ciudadanos de Europa no les interesará lo que haya propuesto la
Comisión. En cambio, sí que les interesará enormemente que los gigantes
de Internet paguen sus impuestos allí donde obtienen sus beneficios. Los
electores quieren —y me consta que muchos de ustedes también— que la
propuesta de la Comisión a este respecto se convierta en ley lo antes
posible. Y tienen toda la razón quienes así lo desean.
Cuando los europeos voten en 2019, no les entusiasmará tanto la buena
voluntad de la Comisión a la hora de actuar contra el plástico
desechable para proteger nuestros mares. Si queremos ganarnos la
confianza de los europeos y convencerlos de la pertinencia de nuestra
actuación, necesitamos una ley europea que consagre la prohibición del
plástico, tal como ha propuesto la Comisión.
Todos declaramos, normalmente al hacer declaraciones solemnes, que
deberíamos ser más ambiciosos por lo que respecta a las grandes
cuestiones y más modestos en los asuntos menores. Y, sin embargo, los
europeos no aplaudirán si un Reglamento europeo nos obliga a seguir
cambiando la hora dos veces al año. Hoy, la Comisión propone cambiar
esto. Hay que suprimir el cambio de hora. Tal como exige el principio de
subsidiariedad, son los propios Estados miembros quienes deben decidir
por sí mismos si sus ciudadanos se rigen por el horario de verano o por
el de invierno. Espero que el Parlamento y el Consejo lo vean también
así y encuentren soluciones compatibles con el mercado interior. El
tiempo apremia.
En suma, hago un llamamiento a todos nosotros para que, en los meses
venideros, colaboremos estrechamente con el objetivo de cumplir a
tiempo, antes de las elecciones europeas, lo que prometimos en 2014.
Al comenzar el mandato, prometimos todos juntos hacer realidad un
mercado único digital innovador, una Unión Económica y Monetaria más
profunda, una unión bancaria, una Unión de los Mercados de Capitales, un
mercado único justo, una Unión de la Energía con una política climática
orientada al futuro, una agenda migratoria global y una Unión de la
Seguridad; asimismo, nos propusimos —la mayoría de nosotros, en
cualquier caso— dejar de postergar la dimensión social de Europa y
otorgarle una mayor importancia de cara al futuro.
La Comisión ha puesto sobre la mesa todas las propuestas e iniciativas
que anunciamos en 2014. La mitad de ellas ya han sido adoptadas por el
Parlamento y el Consejo, el 20 % van bien encaminadas, y el 30 % están
siendo objeto de deliberaciones que, en ocasiones, pueden resultar
complicadas.
Señoras y señores:
No acepto que se responsabilice a la Comisión de todas las omisiones
—y es natural que se hayan producido algunas—. Nuestras propuestas son
bien conocidas, y han de ser aceptadas y puestas en práctica. Tampoco de
cara al futuro voy a tolerar que se trate a la Comisión como a un chivo
expiatorio, aunque, sin duda, es eso lo que se intentará hacer. Los
chivos expiatorios están en todas las instituciones, pero en ningún
sitio hay menos que en la Comisión y en el Parlamento.
Toca continuar ejerciendo el liderazgo en todos los ámbitos posibles.
Esto también es aplicable en lo tocante a la Unión de la Seguridad. Los
europeos esperan que la Unión Europea los proteja. Por ello, la
Comisión propone hoy nuevas normas para retirar de Internet la
propaganda terrorista en el plazo de una hora, al ser una hora el
periodo de tiempo crítico durante el que su visualización puede
ocasionar los daños más graves. Asimismo, proponemos ampliar las
competencias de la recién creada Fiscalía Europea para que abarquen la
lucha contra los delitos terroristas. Hemos de estar capacitados para
perseguir a los terroristas en toda la Unión y a través de las
fronteras. Los terroristas no saben de fronteras. Debemos evitar que, a
fuerza de no colaborar, nos convirtamos en sus cómplices.
Por este motivo, proponemos hoy también nuevas medidas para poder
actuar contra el blanqueo de capitales de forma eficaz y
transfronteriza.
Con la misma determinación, debemos actuar para proteger la
celebración de elecciones libres y limpias en Europa. Por ello, la
Comisión propone además nuevas normas para proteger nuestros procesos
democráticos contra la manipulación por parte de terceros Estados o de
intereses privados —que también los hay—.
Es evidente que existe una apremiante necesidad de liderazgo y de
voluntad de alcanzar compromisos, especialmente en las cuestiones
migratorias. Hemos progresado en este ámbito más de lo que se suele
afirmar. Cinco de las siete propuestas de la Comisión para la reforma
del sistema de asilo europeo han sido adoptadas. Nuestros esfuerzos han
dado frutos y, actualmente, el número de refugiados en la zona del
Mediterráneo oriental se ha reducido en un 97 %; a lo largo de la ruta
del Mediterráneo central, la disminución ha sido del 80 %. Las
intervenciones de la UE han contribuido desde 2015 al salvamento de más
de 690 000 personas en alta mar.
No obstante, los Estados miembros aún no han encontrado el equilibrio
adecuado entre la responsabilidad de cada país en su propio ámbito de
soberanía y la necesaria solidaridad entre Estados. Esta solidaridad
entre los Estados miembros resulta imprescindible si quieren preservar
el espacio Schengen sin fronteras interiores. Yo me opongo, y seguiré
oponiéndome, a las fronteras interiores. En aquellos lugares en que se
han vuelto a erigir, es necesario eliminarlas. Su mantenimiento
representaría un retroceso inaceptable para la esencia y el devenir
europeos.
La Comisión y varios presidentes del Consejo han presentado numerosas
propuestas de compromiso. Insto a la Presidencia austriaca del Consejo a
que tome medidas decisivas para alcanzar soluciones viables con vistas a
una reforma migratoria equilibrada. No podemos seguir discutiendo cada
vez que llega un nuevo barco sobre soluciones ad hoc para las personas a
bordo. Las soluciones ad hoc no bastan. Necesitamos una mayor
solidaridad, tanto en el presente como de cara al futuro, y debe
tratarse de una solidaridad perdurable.
Necesitamos más solidaridad porque necesitamos más eficiencia.
También es este el caso en lo que respecta a la puesta en marcha de una
protección civil reforzada. Cuando arde un país, arde todo Europa. Entre
las impresionantes imágenes de este verano se cuentan no solo los
incendios, sino también el aplauso dedicado por los suecos amenazados
por el fuego a los bomberos polacos - Europe at its best.
Retomemos el tema de la migración. Presentamos hoy una propuesta para
el refuerzo de la Guardia Europea de Fronteras y Costas. Las fronteras
exteriores han de ser protegidas con una mayor eficacia. Por ello,
proponemos incrementar el número de guardias de fronteras financiados
con cargo al presupuesto europeo hasta alcanzar los 10 000 guardias de
fronteras en 2020.
Presentamos también una propuesta para la ampliación de la Agencia de
Asilo de la Unión Europea. Los Estados miembros necesitan mayor apoyo
europeo en la tramitación de solicitudes de asilo, tramitación que ha de
respetar lo establecido en la Convención de Ginebra.
Asimismo, presentamos una propuesta para acelerar el retorno de los
migrantes que hayan llegado de forma ilegal. La Comisión se propone
acometer esta tarea junto con los Estados miembros.
Reitero mi deseo, que debe entenderse como una invitación, de abrir
vías legales de inmigración a la Unión Europea. Necesitamos migrantes
cualificados. También a este respecto hace tiempo que existen propuestas
concretas de la Comisión. Tienen que ser puestas en práctica.
Señor presidente:
Quisiera ahora referirme al futuro y, por tanto, a ese pariente cercano nuestro que es el continente de África.
De aquí a 2050, África tendrá 2 500 millones de habitantes. Una de cada cuatro personas será africana.
Debemos invertir más en nuestras relaciones con tan grande y noble
continente y con las naciones que lo componen. Debemos dejar de
plantearnos la relación entre África y Europa solo desde la perspectiva
del donante de ayuda al desarrollo. Semejante enfoque sería
insuficiente. Más aún, sería humillante.
África no necesita caridad; necesita una asociación equilibrada, una
verdadera asociación. Y nosotros, europeos, tenemos idéntica necesidad
de esa asociación.
Mientras preparaba este discurso, tuve ocasión de hablar con mis
amigos africanos, sobre todo con Paul Kagame, presidente de la Unión
Africana. Ambos coincidimos en que, en el futuro, nuestros respectivos
compromisos deben ser recíprocos. Queremos construir una nueva
asociación con África.
La Comisión propone hoy una nueva alianza entre África y Europa: una
alianza por la inversión y el empleo sostenibles. Durante los cinco
próximos años, esta alianza —tal como la concebimos— permitiría crear
hasta 10 millones de puestos de trabajo en África.
Queremos crear un marco que permita atraer más inversión privada a
África.
Hay que decir que no empezamos de cero: nuestro fondo de inversiones
exteriores, creado hace dos años, movilizará más de 44 000 millones de
euros para invertir en los sectores público y privado de África. Los
proyectos ya previstos y comprometidos movilizarán 24 000 millones de
euros.
Nuestras inversiones se concentrarán en aquellas áreas donde se noten
de verdad sus efectos. Gracias a nuestro programa Erasmus, de aquí a
2020 la Unión Europea habrá apoyado a 35 000 estudiantes e
investigadores africanos. Hasta 2027, prevemos que su número aumente a
105 000.
El comercio entre África y Europa no es poca cosa. El 36% del
comercio africano se desarrolla con la Unión Europea. Pero no bastan los
intercambios comerciales entre nosotros. Estoy convencido de que
debemos desarrollar los numerosos acuerdos comerciales celebrados entre
África y la Unión Europea hasta convertirlos en un acuerdo de libre
comercio de continente a continente, en una asociación económica entre
iguales.
Señor presidente:
Señoras y señores:
Otro asunto en el que veo gran necesidad de liderazgo para la Unión
es el del Brexit. No entraré en los detalles de las negociaciones, que
conduce con mano magistral mi amigo Michel Barnier. Su trabajo se basa
en una posición unánime y confirmada en repetidas ocasiones por los 27
Estados miembros. Permítanme, sin embargo, reiterar los tres principios
que en los meses venideros deben guiar nuestros trabajos sobre el
Brexit.
En primer lugar, respetamos, pese a seguir lamentando profundamente,
la decisión británica de abandonar nuestra Unión. Pero también pedimos
al gobierno británico que entienda que quien abandona la Unión no puede
encontrarse en posición tan privilegiada como un Estado miembro. Si se
abandona la Unión, huelga decir que ya no se forma parte de nuestro
mercado único ni, por descontado, solo de las partes del mismo que a uno
se le antojen.
En segundo lugar, la Comisión Europea, este Parlamento y cada uno de
los 26 Estados miembros restantes demostrarán siempre su firme lealtad y
solidaridad con Irlanda por lo que respecta a la frontera irlandesa. De
ahí que busquemos una solución creativa, que evite la aparición de una
frontera rígida en Irlanda del Norte. Pero no por ello seremos menos
francos si el Gobierno británico rehúye sus responsabilidades en virtud
del Acuerdo del Viernes Santo. No es la Unión Europea, sino el Brexit lo
que amenaza con erigir una frontera más visible en Irlanda del Norte.
En tercer lugar, después del 29 de marzo de 2019, el Reino Unido
jamás será para nosotros un tercer país cualquiera. En política,
economía y seguridad, el Reino Unido será siempre un vecino y socio muy
cercano.
En los últimos meses, cuando en la Unión hemos necesitado unidad, el
Reino Unido ha estado siempre con nosotros, guiado como está por los
mismos valores y principios que todos los demás europeos. Por eso Michel
Barnier y yo mismo nos congratulamos de la propuesta de la primera
ministra May para una nueva y ambiciosa asociación con vistas al futuro
después del Brexit. Estamos de acuerdo con la declaración de Chequers
según la cual el punto de partida para tal asociación debe ser un
acuerdo de libre comercio entre el Reino Unido y la Unión Europea.
Partiendo de estos tres principios, los negociadores de la Comisión
están prontos a trabajar día y noche hasta alcanzar un acuerdo. Tenemos
para con nuestros ciudadanos y nuestras empresas la obligación de
garantizar una retirada ordenada del Reino Unido y la máxima estabilidad
en lo sucesivo. No será la Comisión quien lo impida: eso puedo
asegurárselo.
UNA PERSPECTIVA CONVINCENTE CARA AL FUTURO
Señorías:
Hasta las elecciones europeas, y hasta la cumbre que se celebrará en
Sibiu (Rumanía) el 9 de mayo de 2019, queda mucho por hacer.
En Sibiu habrá que convencer a nuestros conciudadanos de que, en lo
fundamental, compartimos una misma concepción de la finalidad de nuestra
Unión. A los pueblos europeos no les agrada la incertidumbre ni los
objetivos poco precisos. Les gustan las indicaciones claras; aborrecen
las aproximaciones y las medias tintas.
Es justamente lo que está en juego en el calendario europeo de cara a
la cumbre de Sibiu, que tendrá lugar seis semanas después del Brexit y
apenas dos antes de las elecciones europeas.
Antes de Sibiu, debemos ratificar el Acuerdo de Asociación entre la
Unión Europea y Japón, por motivos a la vez económicos y geopolíticos.
Antes de la cumbre de Sibiu, tenemos el deber de negociar un acuerdo
de principio sobre el presupuesto de la Unión Europea para después de
2020.
Si queremos —y no tenemos alternativa— que los jóvenes europeos puedan
aprovechar al máximo las oportunidades que ofrece un programa como
Erasmus, que también merece mejor financiación, tendremos que decidir
sobre su dotación —y sobre otras— antes de las elecciones europeas.
Si queremos dar más oportunidades a nuestros investigadores y
nuestras empresas emergentes para evitar que por falta de recursos se
reduzca drásticamente el número de puestos de investigación, habrá que
decidir antes de las elecciones europeas.
Si queremos —sin por ello militarizarnos— multiplicar por veinte el gasto en defensa, tendremos que decidir sin tardanza.
Si queremos destinar un 23 % más de inversiones a África, habrá que decidir con rapidez.
De aquí al año próximo, también tendremos que dar mayor relieve al
papel internacional del euro. En apenas 20 años de existencia —y mal que
pese a las voces derrotistas que acompañaron su trayecto— el euro tiene
ya a sus espaldas un rico historial.
El euro es hoy en día la segunda moneda más utilizada en el mundo. 60
países vinculan de una u otra manera su divisa al euro. Pero debemos
hacer más por que nuestra moneda única desempeñe plenamente su papel en
la escena internacional.
Acontecimientos recientes han puesto de manifiesto la necesidad de
profundizar en la Unión Económica y Monetaria y de crear mercados de
capital líquidos y profundos. En este campo hay muchas propuestas de la
Comisión que solo aguardan su aprobación por este Parlamento y por el
Consejo.
Pero podemos y debemos ir aún más lejos. Resulta absurdo que Europa
pague el 80 % de su factura de importación de energía —que asciende a
300 000 millones de euros al año— en dólares estadounidenses, cuando
solo el 2 % de dichas importaciones proceden de Estados Unidos. Resulta
absurdo que las empresas europeas compren aviones europeos en dólares, y
no en euros.
Por eso, antes de finales de año, la Comisión presentará iniciativas
para reforzar el papel internacional del euro. El euro debe convertirse
en el instrumento activo de la nueva soberanía europea. Y para ello, lo
primero es poner la casa en orden reforzando nuestra Unión Económica y
Monetaria, como ya hemos empezado a hacer. Sin una Unión Económica y
Monetaria más profunda, no tendremos argumentos creíbles para reforzar
el papel internacional del euro. Debemos rematar la Unión Económica y
Monetaria para que Europa y el euro sean más fuertes.
Y también de cara a Sibiu, quisiera que hiciéramos progresos
tangibles en cuanto a consolidación de nuestra política exterior. Habrá
que reforzar nuestra capacidad de hablar con una sola voz en materia de
política exterior. No es normal que la propia Europa se reduzca a sí
misma al silencio cuando en el Consejo de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas, en Ginebra, no somos capaces de condenar sin ambages
las violaciones de los derechos humanos cometidas en China. Y todo
porque un Estado miembro consigue bloquear cualquier decisión al
respecto. No es normal que Europa, por falta de unanimidad, se encuentre
con las manos atadas a la hora de renovar nuestro embargo de armas en
Bielorrusia o de imponer sanciones a Venezuela.
Por eso la Comisión quiere hoy proponerles que pasemos al voto por
mayoría cualificada en áreas concretas de nuestras relaciones
exteriores. Repito el llamamiento, que ya hice el año pasado, a pasar al
voto por mayoría cualificada en áreas concretas. No en todas las áreas,
sino en áreas concretas: derechos humanos, misiones civiles y algunas
más.
Hoy día el Tratado ya permite al Consejo Europeo tomar una decisión
en este sentido. Creo que ha llegado el momento de activar la cláusula
pasarela del Tratado de Lisboa, que permite abrir la puerta a la
decisión por mayoría cualificada; cláusula pasarela que es el «tesoro
oculto» del Tratado.
Considero asimismo que, en determinadas cuestiones de fiscalidad,
también deberíamos poder decidir por mayoría cualificada.
Señor presidente:
Unas palabras sobre la manera en que debatimos nuestros desacuerdos,
que me produce creciente preocupación. Son cada vez más numerosas las
polémicas entre gobiernos y entre instituciones. Pero las frases
beligerantes, y a menudo hirientes, no harán avanzar la construcción
europea.
Y no hablo solo de un tono deplorable entre las fuerzas políticas al
debatir entre sí. También es el modo en el que algunos —deseosos de
acabar con todo debate— tratan a los medios de comunicación y a los
periodistas. Europa debe seguir siendo un lugar donde no se ponga en
tela de juicio la libertad de prensa.
Demasiados periodistas se ven intimidados, atacados e incluso, a veces,
asesinados. Habrá que proteger mejor a nuestros periodistas, que también
son actores importantes de nuestra democracia.
En general, debemos redescubrir las virtudes del compromiso. Buscar
el compromiso no significa sacrificar ni nuestras convicciones, ni el
libre debate que respeta el punto de vista de los demás, ni nuestros
valores.
La Comisión se opone a todo ataque contra el Estado de Derecho. Sigue
preocupándonos la evolución de los debates en algunos de nuestros
Estados miembros. El artículo 7 debe aplicarse allí donde esté en
peligro el Estado de Derecho.
En defensa del Estado de Derecho, el vicepresidente primero
Timmermans hace una labor sin duda encomiable, pero muy a menudo
solitaria. Cuenta en ello con mi firme respaldo y el de toda la
Comisión.
Hay un punto en el que no podemos transigir: las sentencias del
Tribunal de Justicia deben acatarse y cumplirse. Esto es fundamental. La
Unión Europea es una comunidad de Derecho. El respeto del Estado de
Derecho y el respeto de las resoluciones judiciales no son una opción,
sino una obligación.
CONCLUSIÓN
Señor presidente,
Señorías:
Al iniciar, no ya mi último discurso, sino mi último discurso sobre
el estado de la Unión Europea, les hablaba de la Historia, la historia
con minúscula en que se inscribe el mandato de esta Comisión, y la
Historia con mayúscula que es la de Europa.
Somos todos, sin excepción, responsables de la Europa que tenemos. Y
todos, también sin excepción, seremos responsables de la futura Europa.
Porque la Historia es así: pasan los Parlamentos y las Comisiones,
Europa permanece. Para que la Unión Europea llegue a ser lo que ha de
ser, debemos asimilar varias enseñanzas importantes.
Quisiera que Europa dejase las gradas del estadio mundial. Europa no
debe ser espectadora ni comentarista de los acontecimientos
internacionales. Le corresponde ser un agente constructivo, hacedora y
arquitecta del mundo de mañana.
Se observa una fuerte demanda de Europa en el mundo entero. Para
satisfacer esa demanda acuciante, es preciso que en la escena
internacional Europa se exprese al unísono. En el concierto de las
naciones, la voz europea ha de ser inteligible, comprensible y
distinguible, para que se la escuche y oiga. Federica Mogherini ha dado
pasos determinantes para la coherencia diplomática de la Unión Europea.
No recaigamos en la incoherencia de las diplomacias nacionales
contrapuestas y paralelas. La diplomacia europea solo puede ser una. Y
ha de ser íntegra nuestra solidaridad multilateral.
Quisiera que, en adelante, redoblemos esfuerzos para conectar mejor
el Este y el Oeste de Europa. Pongamos fin al triste espectáculo de la
división intraeuropea. Nuestro continente, y todos aquellos que acabaron
con la guerra fría, se merecen algo mejor.
Quisiera que la Unión Europea cuidase más su dimensión social. Los
que hacen caso omiso de las expectativas justificadas de los
trabajadores y de las pequeñas empresas ponen gravemente en peligro la
cohesión de nuestras sociedades. Transformemos las intenciones de la
cumbre de Gotemburgo en normas de Derecho.
Quisiera que las elecciones del año próximo fuesen un momento
importante para la democracia europea. Deseo que se renueve la
experiencia de los candidatos cabezas de lista, pequeño avance en la
democracia europea. En mi opinión, esa experiencia adquirirá mayor
credibilidad cuando dispongamos de auténticas listas transnacionales.
Deseo que existan dichas listas transnacionales a más tardar para las
siguientes elecciones europeas, las de 2024.
Quisiera ante todo que nos opongamos al nacionalismo dañino y
abracemos el patriotismo ilustrado. Tengamos siempre presente que el
patriotismo del siglo XXI presenta dos caras, una nacional y otra
europea, que no se excluyen.
Blaise Pascal, el filósofo francés, decía que le gustaban las cosas
que iban de la mano. Para mantenerse estables, las naciones y la Unión
Europea deben caminar juntas. Quien sienta amor por Europa debe amar las
naciones que la componen; quien sienta amor por su nación ha de
sentirlo por Europa. El patriotismo es una virtud. El nacionalismo
obtuso es una mentira penosa y un veneno pernicioso.
En definitiva, mantengámonos fieles a lo que somos.
Plantemos hoy los árboles a cuya sombra nuestros bisnietos,
cualquiera que sea su procedencia, el Este o el Oeste, el Sur o el
Norte, puedan crecer y respirar en paz.
Hace unos años les dije, aquí mismo, que Europa era la gran pasión de
mi vida. Mi amor por Europa ahí sigue, y seguirá por siempre.