- El 12 de febrero de 2020, el general estadounidense
Tod D. Wolters, Comandante Supremo de las fuerzas de Estados Unidos
en Europa y Comandante Supremo de la OTAN, llega al Consejo del
Atlántico Norte.
El presidente Donald Trump dedicará el último año de su actual mandato a traer los
boys
de regreso a casa. Todas las tropas estadounidenses desplegadas en el
Gran Medio Oriente (o Medio Oriente ampliado) y en África se retirarían
por orden del presidente. Pero esa retirada de los militares
estadounidenses no significa el fin de la influencia de Estados Unidos
en esas regiones del mundo.
La estrategia del Pentágono
Desde el año 2001, Estados Unidos adoptó en secreto la estrategia que
habían enunciado Donald Rumsfeld y el almirante Arthur Cebrowski
–estrategia que fue incluso una de las razones de los hechos del 11
de septiembre. Sólo 2 días después de los atentados del 11 de
septiembre, el coronel Ralf Peters mencionaba esa estrategia en la
publicación de las fuerzas terrestres de Estados Unidos [
1]
y 5 años después fue confirmada con la publicación del mapa, trazado
por el estado mayor estadounidense, que mostraba los contornos del
nuevo Medio Oriente [
2].
Thomas Barnett, asistente del almirante Cebrowski, se ocupó de describir detalladamente esa estrategia en un libro titulado
The Pentagon’s New Map (“El nuevo mapa del Pentágono”) [
3].
Inicialmente, había que adaptar las misiones de los ejércitos
estadounidenses a una nueva forma de capitalismo donde la finanza
prevalece ante la economía. Habrá que dividir el mundo en dos sectores
separados. De un lado estarían los Estados estables integrados a la
globalización, incluyendo Rusia y China; del otro lado quedaría una
amplia zona destinada sólo a la explotación de sus materias primas.
Por eso lo más conveniente es debilitar al máximo las estructuras de
los Estados en los países que quedan dentro de esa “reserva de
recursos” –lo ideal sería destruir completamente los Estados de esos
países– para impedir que sus poblaciones puedan organizarse y alcanzar
algún tipo de desarrollo. Ese «
caos constructor», según la
fórmula utilizada por Condoleeza Rice cuando era miembro de la
administración Bush, no debe confundirse con el concepto rabínico
homónimo… aunque los partidarios de la teopolítica han hecho todo
lo posible para alimentar esa confusión. No se trata de destruir un
orden “malo” para construir uno mejor sino de destruir toda forma de
organización humana para hacer imposible cualquier forma de resistencia
de los pobladores y permitir que las transnacionales puedan explotar
los territorios de esa segunda zona sin encontrar ningún tipo de
obstáculo de orden político. Por consiguiente, se trata de un proyecto
colonial en el sentido anglosajón del término, que no debe confundirse
con el tipo de colonización que implica el envío de colonos y su
implantación en las tierras colonizadas.
- Según este mapa, extraído de un Powerpoint presentado
en 2003 por Thomas P. M. Barnett en una conferencia impartida en
el Pentágono, habría que destruir todas las estructuras de los Estados
en los países situados en el área rosa.
Al iniciar la aplicación de esta estrategia, el presidente estadounidense George Bush hijo habló de «
guerra sin fin».
En efecto, ya no se trata de ganar guerras y de derrotar adversarios
sino de manejar los conflictos para hacerlos durar el mayor tiempo
posible –Bush habló específicamente de «
un siglo».
Esa es la estrategia que ha venido aplicándose en el «
Gran Medio Oriente», que abarca todo el territorio que va desde Pakistán hasta Marruecos, todo el «
teatro de operaciones» del CentCom estadounidense, y el norte del territorio que el Pentágono atribuye al AfriCom.
En el pasado, los soldados estadounidenses garantizaban el acceso de
Estados Unidos al petróleo del Golfo Pérsico –siguiendo la «
doctrina Carter».
Hoy en día están desplegados en una zona 4 veces más amplia y
su objetivo es acabar con cualquier forma de orden. Así fueron
destruidos los Estados de Afganistán (a partir del 2001), de Irak
(a partir de 2003), de Libia (a partir de 2011), se trató de destruir
el Estado sirio (a partir de 2012), y se destruyó el Estado en Yemen
(a partir de 2015), de manera que esos países ya no son capaces de
proteger a sus ciudadanos.
En resumen, a pesar del discurso oficial, el verdadero objetivo nunca fue derrocar «
regímenes»
sino destruir Estados e impedir su resurgimiento. Por ejemplo,
la caída de los talibanes –hace 19 años– no mejoró la situación de
los afganos, que más bien ha seguido empeorando desde entonces. El
único contraejemplo podría ser el caso de Siria, país que, conforme a su
tradición histórica, ha logrado preservar su Estado a pesar de
la guerra y que, aun con su economía prácticamente en la ruina, ha
logrado capear el temporal.
De paso, hay que señalar que el Pentágono nunca consideró Israel como
un Estado del Medio Oriente sino como un Estado europeo, lo cual
quiere decir que Israel no debe verse perjudicado por la estrategia que
acabamos de describir.
En 2001, el coronel estadounidense Ralf Peters aseguraba entusiasmado que la limpieza étnica «
¡funciona!»
(sic) pero que las leyes de la guerra prohibían a Estados Unidos poner
en práctica ese recurso… al menos directamente. Eso explica la
transformación de al-Qaeda y la creación del Emirato Islámico (Daesh),
que hicieron lo que el Pentágono quería lograr pero sin poder hacerlo
por sí mismo ni públicamente.
Para entender bien la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, hay que diferenciarla de la operación de las llamadas «
primaveras árabes», concebida por los británicos según el modelo de la «
Gran Revuelta Árabe». El objetivo de las «
primaveras árabes»
era poner en el poder a la Hermandad Musulmana, exactamente como
Lawrence de Arabia puso en el poder a los wahabitas en 1915.
- El objetivo del estado mayor de Estados Unidos, aunque
no asumido públicamente, es acabar con las fronteras en el
Medio Oriente, destruir los Estados en los países de esa región
–sin importar que sean amigos o enemigos– y recurrir a
la “limpieza étnica”.
En Occidente no se ve el Gran Medio Oriente como una región
geográfica. Sólo se conocen algunos de sus países, que además son vistos
como aislados entre sí. Los occidentales se autoconvencen así de que
los trágicos acontecimientos que sufren los pueblos del Medio Oriente
ampliado son todos provocados por circunstancias particulares –una
guerra civil por aquí, por allá el derrocamiento de un dictador
sanguinario. Para cada país del Gran Medio Oriente, los occidentales
tienen una historia bien escrita que justifica el drama… pero no tienen
ninguna que explique por qué la guerra sigue prolongándose y lo último
que quieren es que les pregunten sobre ese por qué. Sólo saben
denunciar «
la negligencia de los americanos», que supuestamente
no saben terminar las guerras, y olvidan que los estadounidenses
reconstruyeron Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial.
También se niegan a ver el hecho que Estados Unidos está aplicando un
plan enunciado de antemano, cuya puesta en práctica ya ha costado
millones de muertes. Y nunca se sienten responsables de esas masacres.
Hasta los propios responsables estadounidenses se niegan a confesar a
sus conciudadanos la estrategia que están aplicando. Por ejemplo, el
inspector general estadounidense encargado de investigar sobre la
situación en Afganistán redactó un informe donde deplora que
el Pentágono haya dejado pasar innumerables ocasiones de hacer posible
la paz, cuando en realidad el Pentágono no tiene ningún interés en
restablecer la paz.
La intervención rusa
En su intento de destruir los Estados en los países del Gran Medio
Oriente, el Pentágono orquestó una absurda guerra civil regional,
al estilo de la guerra que ya había provocado entre Irak e Irán de 1980
a 1988. En aquella época, el presidente iraquí Saddam Hussein y
el ayatola Khomeini finalmente se dieron cuenta de que sus pueblos
estaban matándose entre sí sin ninguna razón y restablecieron la paz,
contrariando así los deseos de las potencias occidentales.
Hoy se trata de la supuesta oposición entre sunnitas y chiitas. De un
lado, Arabia Saudita y sus aliados y, del otro lado, Irán y sus
aliados. En el pasado, la Arabia Saudita wahabita y el Irán del ayatola
Khomeini lucharon juntos, bajo las órdenes de la OTAN, en la guerra de
Bosnia-Herzegovina (1992-1995)… pero eso no importa, como tampoco
importa que muchas de las fuerzas que componen el «
Eje de la Resistencia»
no sean chiitas –el 100% de los palestinos de la organización Yihad
Islámica son sunnitas, y también son sunnitas el 70% de los libaneses,
el 90% de los sirios, un 35% de los iraquíes y un 5% de los iranies.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué luchan entre sí los sunnitas y
los chiitas, y el mundo occidental –encabezado por Estados Unidos–
los incita a seguir matándose.
- Al menos la tercera parte de los pueblos reunidos en el “Eje
de la Resistencia”, supuestamente chiita, no pertenece a esa rama
del islam.
En todo caso, en 2014, siempre en función de sus objetivos,
el Pentágono se disponía a forzar el reconocimiento de dos nuevos
Estados: el «
Kurdistán libre» –una fusión de la franja de suelo sirio que la prensa occidental se empeña a denominar «
Rojava»
con la gobernación kurda de Irak, territorio al que se agregaría
posteriormente una parte de Irán y todo el este de Turquía– y el «
Sunnistán»
–que debía abarcar la parte sunnita de Irak y el este de Siria.
Al destruir así 4 Estados, el Pentágono pensaba abrir el camino a una
reacción en cadena capaz de destruir toda la región.
Rusia inició entonces su intervención militar, imponiendo el respeto
de las fronteras de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el trazado
de esas fronteras –resultado de los acuerdos Sykes-Picot-Sazonov,
adoptados en 1915– es arbitrario y a veces resulta difícil de soportar,
pero modificarlo a través del derramamiento de sangre resulta aún peor.
La propaganda del Pentágono siempre ha fingido ignorar lo que
realmente está en juego. A veces porque el propio Pentágono no asume
públicamente la estrategia Rumsfeld/Cebrowski y también que se empeña
en interpretar el regreso de Crimea a la Federación Rusa como una
anexión.
El “cambio de pelaje” de los partidarios de la estrategia Rumsfeld/Cebrowski
Al cabo de 2 años de lucha encarnizada contra el presidente Trump, la
alta oficialidad del Pentágono, casi toda formada personalmente por
el almirante Cebrowski, aceptaró someterse al presidente… pero bajo
ciertas condiciones. Los generales aceptaron
no crear el Estado terrorista, que iba a ser el «
Sunnistán» o Califato;
no modificar las fronteras por la fuerza;
no mantener tropas estadounidenses en los campos de batalla del Gran Medio Oriente y de África.
Y ordenaron a su fiel fiscal “independiente” Robert Mueller –a quien
ya habían utilizado contra Panamá (en 1987-1989), contra Libia
(en 1988-1992) y en el momento de los atentados del 11 de septiembre
(en 2001)– que enterrara su investigación sobre el «
Rusiagate».
A partir de ahí, todo se ha desarrollado de común acuerdo entre el Pentágono y el presidente Trump.
El 27 de octubre de 2019, Trump ordenó la ejecución del califa
Abu Bakr al-Baghdadi, principal figura del bando sunnita. Dos meses
después, el 3 de enero de 2020, Trump ordenó también la ejecución del
general iraní Qassem Suleimani, principal figura (chiita) del «
Eje de la Resistencia».
Habiendo demostrado así que Estados Unidos sigue siendo dueño de la
situación, con la eliminación de las personalidades más simbólicas de
ambos bandos, el secretario de Estado Mike Pompeo reveló el dispositivo
final, el 19 de enero, en El Cairo. Estados Unidos prevé seguir
adelante con la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, pero no con sus propios
ejércitos sino utilizando los ejércitos de los países miembros de
la OTAN, y también los de Israel y los de los países árabes.
El 1º de febrero, Turquía oficializaba su ruptura con Rusia
asesinando 4 oficiales rusos del FSB en Siria. Inmediatamente después,
el presidente turco Recep Tayyip Erdogan viajó a Ucrania, donde coreó
la divisa de los legionarios ucranianos que luchaban contra la URSS
junto al III Reich –divisa hoy convertida en lema de la Guardia
Nacional ucraniana– y recibió públicamente a Mustafá Yemilev, también
conocido como «
Mustafá Kirimoglu», el jefe de la brigada islamista internacional conformada por los tártaros antirrusos.
- Reunido en Bruselas, el 13 de febrero de 2020, el Consejo
del Atlántico Norte aprueba el despliegue de instructores de la OTAN en
el Gran Medio Oriente.
El 12 y el 13 de febrero, los ministros de Defensa de los países
miembros de la OTAN, reunidos en Bruselas, tomaron nota de la retirada
definitiva de las fuerzas estadounidenses y de la próxima disolución de
la coalición internacional contra el Emirato Islámico (Daesh). Durante
su encuentro, y aunque subrayaron que no desplegaban tropas
combatientes, los ministros de Defensa de la OTAN aceptaron enviar
sus soldados a “formar” los soldados de los ejércitos árabes, lo cual
quiere decir que en realidad van a supervisar los combates en
el terreno.
Los “instructores” o “asesores” de la OTAN serán enviados prioritariamente a Túnez, Egipto, Jordania e Irak. De esa manera:
Libia
quedará atrapada en una tenaza, por el oeste y por el este. Los dos
gobiernos libios rivales –el de Fayez al-Sarraj, respaldado
por Turquía y Qatar y ya con el refuerzo de 5 000 yihadistas enviados
desde Siria a través de Túnez, y el gobierno del mariscal Khalifa Aftar,
respaldado a su vez por Egipto y por Emiratos Árabes Unidos– podrán
seguir matándose entre sí eternamente. Mientras tanto, Alemania, feliz
de haber recuperado el espacio internacional que había perdido desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial, disertará indefinidamente sobre
la paz para que no se oigan los estertores de las víctimas agonizantes.
Siria quedará rodeada por todos lados. Israel ya es miembro
de facto de la OTAN y bombardea a quien quiere y cuando quiere. Jordania ya es el «
mejor socio mundial»
de la OTAN, tanto que el rey Abdala viajó a Bruselas para mantener –el
14 de enero– una larga reunión con el secretario general de la alianza
atlántica, Jens Stoltenberg, y participar en una sesión del Consejo
Atlántico. Tanto Israel como Jordania ya tienen cada uno una oficina
permanente en la sede de la OTAN. Irak también recibirá “instructores”
de la OTAN, a pesar de que el parlamento iraquí acaba de exigir por la
retirada de las tropas extranjeras. Turquía es miembro de la OTAN y
controla el norte del Líbano a través del grupo
Jamaa islamiya. Entre todos, estos países podrán imponer la aplicación de la ley estadounidense denominada «
Caesar», que prohíbe a todas las empresas del mundo contribuir a la reconstrucción de Siria.
De esta manera, podrá continuar el saqueo del Gran Medio Oriente,
iniciado en 2001. Los pueblos martirizados de esta región, que han
cometido el error de caer en la división, seguirán sufriendo y muriendo
en masa. Estados Unidos podrá mantener sus soldados en casa, bien
protegidos, mientras que los europeos tendrán que asumir los crímenes
cometidos por los generales yanquis.
Según el presidente Trump, la OTAN podría incluso cambiar su
denominación y pasar a llamarse algo así como NATO-ME u OTAN-MO
(OTAN-Medio Oriente). Su función antirrusa pasaría entonces a un
segundo plano para dar la prioridad a la estrategia estadounidense de
destrucción de los Estados en los países de la zona no globalizada.
Pero queda una interrogante. ¿Cómo reaccionarán Rusia y China ante esta redistribución del juego?
Para garantizar la continuación de su desarrollo, China necesita
mantener su acceso a las materias primas del Medio Oriente, así que
tendría que oponerse a esta maniobra de control occidental sobre la
región, aunque aún está incompleta la preparación las fuerzas armadas
chinas.
Por el contrario, Rusia y su inmenso territorio son autosuficientes.
Moscú no tiene ninguna razón material que lo obligue a luchar.
Los rusos pudieran incluso sentir alivio ante la nueva orientación de
la OTAN. Sin embargo, es probable que, por motivos de orden espiritual,
los rusos sigan apoyando a Siria y que también respalden a otros
pueblos del Medio Oriente ampliado.