La agricultura campesina en la construcción de una economía postcapitalista
Escrito por François Houtart
Imagen de referencia | Crédito: Jim Richardson / National Geographic
Cualquier tema de importancia en la vida colectiva de la humanidad en
el planeta debe ubicarse en una visión de conjunto y en una perspectiva
global. Es por eso que un análisis de la actividad agrícola, no
solamente no puede desvincularse de los aspectos sociales del sector y
ser puramente técnico, sino que debe también inserirse en el modelo
vigente de desarrollo y de su crítica. La organización de la agricultura
es el fruto de un paradigma que ahora sigue los principios del
capitalismo globalizado y se debe estudiar en cual medida ella puede
participar a la construcción de un nuevo paradigma.
El tema de la agricultura campesina es importante por tres razones
fundamentales. Primero, existe la necesidad de alimentar a los seres
humanos. Ahora tenemos 7 billones de persona a alimentar y al final del
siglo probablemente 10 billones, con una proporción urbana en aumento,
lo que significa que la producción de comida tendrá que ser multiplicada
por 2 o 3. La segunda razón es cuidar al planeta, lo que no es solo una
cuestión cuantitativa. Implica la necesidad de desarrollar un tipo de
producción respetuoso de la capacidad regenerativa de la tierra. Este
concepto, introducido por Vandana Shiva, significa la necesidad de
rehabilitar lo que fue destruido por la actividad humana. Cada año se
reduce esta capacidad y la agricultura, tal y como se realiza hoy en
día, es parte del problema. Por último, está en juego también la
promoción del bienestar de unos 3 billones de personas que viven de la
agricultura. Todo esto implica una labor por parte de todos.
En noviembre 2010, se organizó en Pequín un seminario sobre la
Agricultura campesina en Asia, con la participación de especialistas de
11 países (*) El Continente asiático pues se caracteriza por un gran
número de pequeños arrendatarios. La presión de la “Revolución verde” de
los años 80 incitó la utilización masiva de productos químicos y
favoreció los grandes propietarios. La extensión de la producción para
la exportación introdujó la lógica capitalista con todo su peso y empezó
un nuevo proceso de concentración de tierras, hoy en particular para
los agro-combustibles. Todo eso provocó el éxodo de millones de
campesinos y el empobrecimiento de muchos otros, como el suicidio de
millares de pequeños productores en la India.
1. La destrucción de la agricultura campesina
La agricultura campesina, dentro de una cierta visión de la
modernidad, fue particularmente desprestigiada. En esta perspectiva,
ella aparece atrasada, arcaica y poco productiva. Es por eso que hemos
asistido durante los últimos 40 años, a una aceleración de su
destrucción, en la que han intervenido muchos factores. El uso de la
tierra para actividades agrícolas ha disminuido ante la rápida
urbanización e industrialización. El proceso se acelera en el Sur, pero
queda importante en el Norte. Según Eurostat, el buro de estadísticas de
la Unión Europea, entre 2002 y 2010, en Europa, cerca de 3 millones de
unidades agrícolas han desaparecido, es decir, el 20 % (La Via
Campesina, 2011). Por lo tanto, la población rural ha disminuido. En el
año 1970, había 2.4 billones de personas en las zonas rurales frente a
1.3 en las urbanas. En el 2009, eran respectivamente 3.2 billones frente
a 3.5 billones.
Al mismo tiempo, la adopción del monocultivo ha provocado una enorme
concentración de tierras (UNCTAD, 2009), una verdadera contrarreforma
agraria, que se ha visto acelerada en estos últimos años por el nuevo
fenómeno de apropiación de tierras, estimado entre los 30 y los 40
millones de hectáreas en los continentes del hemisferio sur, con 20
millones en África solamente (J. Baxter, 2010, 18). Debemos recordar que
en el Sur, 380 millones de familias de pequeños agricultores producen
el 80 %al 85 % de los alimentos de las poblaciones locales.
Esto se ha relacionado con la producción de cultivo comercial para la
exportación. Un ejemplo muy llamativo ha sido Sri Lanka, donde en 1996,
un informe del Banco Mundial proponía abandonar la producción de arroz
en favor de la producción para la exportación. La razón era que
resultaba más barato comprar arroz de Tailandia y Vietnam que producirlo
en Sri Lanka. Hace más de 3000 años que Sri Lanka producía arroz como
base fundamental de su alimentación, pero la ley del mercado tenía que
prevalecer, sin ninguna otra consideración.
Por lo tanto el Banco pidió al Gobierno que terminase con toda
regulación del mercado del arroz, estableciese un impuesto sobre el agua
de riego, incrementando así el costo de la producción de arroz, y
privatizase las tierras comunales para que los campesinos pudiesen
vender sus tierras a compañías locales o internacionales. Ante la
resistencia del Gobierno del momento, el Banco utilizó medidas de
presión, concretamente bloqueando los préstamos internacionales.
El siguiente Gobierno, más inclinado hacia el neo-liberalismo,
presentó un documento llamado “Recuperar Sri Lanka”, donde aceptaba la
idea, pensando que dicha solución generaría mano de obra barata para el
desarrollo industrial con capital extranjero. Pero hace más de 40 años
que Sri Lanka hacía esto, y en este tiempo la clase obrera logró mejores
salarios, seguridad social y pensiones. De esta forma la mano de obra
se volvió demasiado costosa y el capital extranjero incluso estaba
abandonando el país para ir a Vietnam o China, donde la mano de obra era
más barata. La solución fue reducir el coste de la mano de obra,
recortando salarios reales, desmantelando la seguridad social y
reduciendo la cantidad de pensiones.
Sobre todo en muchos países del sur, exportar cultivo comercial ha
implicado importar productos agrícolas baratos, excedentes de la
agricultura productivista y subvencionada de América del Norte y de
Europa. Esto ha destruido en varios casos la producción agrícola local,
como el pollo en Camerún o la carne de vaca en Costa de Marfil. Aún en
Brasil, que tiene muchas tierras, el desarrollo del monocultivo para la
agro-exportación resulto en una disminución de las tierras destinadas a
la alimentación: entre 2009 y 2010, menos 10.2 % para las tierras
consagradas al trigo (Ricardo Bergamini, 2011).
La producción de monocultivos también ha dado lugar al uso masivo de
productos químicos y a la introducción de organismos genéticamente
modificados. Todo esto ha sido asociado con un modelo productivista de
agricultura, legitimado por las crecientes necesidades, ignorando los
efectos a largo plazo y dirigido en realidad por una economía basada
sobre el provecho. Las inversiones privadas aumentaron de manera
espectacular: de 600 millones de dólares en los 90, pasaron a cerca de
3,000 millones en 2005-2007 (UNcTAD, 2009). Durante los últimos años, el
acaparamiento de tierras (land grabbing) resultado de la trasformación
de la agricultura en una fuente de acumulación para el capital, resultó
ser una nueva frontera en tiempos de crisis. Eso significó la
expropiación, bajos varios estatutos júrídicos, de entre 30 y 40
millones de hectáreas -20 millones en África- (Laurent Delcourt, 2011)).
2. Los efectos ecológicos y sociales
Desde un punto de vista ecológico, los efectos son bien conocidos.
Podemos citar la deforestación (130.000 Km. cuadrados destruidos al año,
equivalente a la superficie de Grecia), pero también la destrucción de
la biodiversidad. Implica un uso irracional del agua provocando sequías
en varias regiones. Provoca la contaminación no solo de los suelos (en
Nicaragua ciertos productos químicos utilizados para la producción de
caña de azúcar tardan casi 100 años en disolverse), sino también de las
aguas subterráneas, ríos e incluso mares. El delta del Río Rojo en
Vietnam empieza a estar tan contaminado que la pesca está disminuyendo.
En el Golfo de México, frente al Misisipi, hay un fenómeno de 20.000 Km.
cuadrados de mar muerto (no hay vida animal o vegetal alguna), debido a
la cantidad de productos químicos que lleva el río en regiones donde se
ha desarrollado masivamente el cultivo del maíz para agro-carburantes.
En muchos casos el resultado final de aquí a entre 50 y 100 años será la
desertificación.
El caso de la Amazonía es bastante inquietante. Todos los países que
tienen una porción de la selva, tienen “buenas razones” para utilizarla
en función de objetivos de “desarrollo”. Colombia amplia la prospección y
la explotación del petróleo en Putumayo; el Ecuador busca el petróleo
del Yasuní, parque nacional de alta biodiversidad y con poblaciones
indígenas no contactadas, afirmando que se trata solamente de una
pequeña parte del este territorio; el Perú abre nuevas minas; Bolivia
construye la carretera del TIPNIS; Brasil acordó más concesiones a la
corporación Vale para la extracción de minerales, permitió la
penetración del monocultivo de la soja, de la caña de azúcar y de las
palmas, cuando al mismo tiempo la madera se explota de manera salvaje y
las represas hidro-eléctricas destruyen millares de kilómetros
cuadrados. Además, los daños humanos son considerables, especialmente
para los pueblos indígenas.
Así, desde el Este-Sur con las minas, el Oeste con el petróleo, el
Sur, con el monocultivo, el centro con la madera y las empresas
hidro-eléctricas, la selva amazónica se reduce inexorablemente y, según
la FAO, dentro de 40 años, ella será reducida a una sabana con algunos
bosques, perdiendo sus funciones ecológicas al nivel mundial, en parte
por el cambio climático y en parte por las políticas a corto plazo de
los países que la constituyen.
Subrayar eso no es el fruto de una posición imperialista, como es el
caso en los Estados Unidos, que desea establecer su control sobre este
territorio, rico en materias primas y en biodiversidad. No se trata
tampoco de una ofensiva de la derecha contra los gobernios
“progresistas” de la región, sino de la constatación de un hecho que
depende en parte de la responsabilidad de los Estados. Evidentemente, la
derecha aprovecha de los errores de la izquierda y trata de infiltrar
las protestas por sus propios intereses. Pero eso no justifica una
visión de la realidad, parcial y a corto plazo. Elaborar políticas
concretas de transición no es cosa fácil, especialmente al nivel de cada
nación, donde imperativos internos, como la lucha contra la pobreza,
por ejemplo, incitan a adoptar este tipo de decisiones. Solamente una
política regional podrá resolver estos problemas, vía los órganos de
integración subcontinental.
Las consecuencias sociales no son menos dañinas. La producción de
comida se desplaza hacia tierras menos fértiles y en varios países está
disminuyendo. El África Occidental, que era autosuficiente hasta los
años 70, ahora tiene que importar el 25% de su comida. El endeudamiento y
la pobreza de los campesinos acompañan al desarrollo de monocultivos
bajo la dirección de grandes compañías: los pequeños campesinos dependen
totalmente de ellas para créditos, insumos, comercialización, comida y
bienes de consumo.
Se provocan serios problemas de salud entre los trabajadores y sus
familias, debidos al uso de productos químicos y a la contaminación del
agua. En algunos casos es común la muerte prematura de los trabajadores
agrícolas. Millones de campesinos son desplazados a la fuerza de sus
tierras mediante diversos programas, y en ciertos países, como Colombia,
con la violencia de operaciones militares o de fuerzas paramilitares al
servicio de terratenientes y negocios agrícolas. En Latinoamérica han
sido desplazados 4 millones en Colombia, 6 millones en Brasil y 1 millón
en Paraguay. En Asia han sido desplazados 6 millones en Indonesia.
Este fenómeno está incrementando la presión migratoria hacia otros
países, creando a su vez problemas políticos. Un caso especial es el de
los pueblos indígenas que pierden sus tierras y la base de su
existencia, en América latina, las Filipinas, Indonesia e India.
Aún en los países donde gobiernos se preocupan del bienestar de la
población, tratando de luchar contra la pobreza, ciertas políticas son
contraproducentes. Así, en Ecuador, se promueve el cultivo de brócolis,
como fuente importante de ingresos para el Estado, ya que más del 97 %
son exportados. De verdad una parte sustantiva se estos recursos pueden
servir a financiar los bonos para los más pobres o el mejor acceso de
ellos a la salud y a la educación.
Sin embargo, las externalidades de una tal política económica casi no
entran en consideraciones: destrucción de la biodiversidad, polución de
los suelos, contaminación de las aguas, explotación de la mano de obra,
destrucción social y cultural de las comunidades indígenas. El cultivo
se realiza por corporaciones locales, que no respetan las leyes sociales
y ambientales y tienen sus sedes en paraísos fiscales. Realmente, uno
puede preguntarse si se puede construir el socialismo del Siglo XXI con
el capitalismo del siglo XIX.
Para cambiar de continente, notamos que el crecimiento industrial y
urbano espectacular de China tiene también su precio. Según
investigadores y ciertas autoridades del país, su mayor parte está
anulado por los daños ecológicos y humanos. Eso afecta también, los
campesinos, sin embargo relativamente mejor protegidos en este país por
una posesión contractual de la tierra que pertenece al Estado. En los
últimos años muchos conflictos estallaron por la presión urbana e
industrial sobre las tierras y el excedente de la población rural sirvió
a constituir la “población flotante” de las grandes ciudades
industrializadas, es decir la generación sacrificada de un una mano de
obra barata necesaria al desarrollo industrial y a la competitividad
internacional.
Además, a la escala mundial, el libre comercio, que los economistas
Arvind Subramanian y Martin Kessler (2013) laman la
“hyperglobalización”, se extiende también a los productos agrícolas, a
pesar del bloqueo de las negociaciones de Doha. Las ventajas
comparativas a la base de estos intercambios, significan de hecho, por
una parte, la concentración de las tierras y la utilización intensiva de
productos químicos y, por otra parte, grados diferentes de explotación
de la mano de obra y de destrucción de la naturaleza. La liberalización
de los intercambios provocó una explosión de los transportes marítimos
(22.000 barcos de más de 4000 toneladas atraviesan los océanos cada día)
y aéreos, gran consumidores de materia prima y productores de gases
envenenaderos. La racionalidad inmediata del capital se transforma en
una irracionalidad económica. No se trata evidentemente de suprimir los
intercambios, sino de someterlos al valor de uso y no al valor de cambio
y de calcular en sus precios, el costo de las externalidades.
Finalmente, el despilfarro de alimentos que provoca el modelo actual
de la economía agraria es enorme. Según la FAO, son 1,300 millones de
toneladas de alimentos se desperdician cada año, un tercio de la
producción mundial, con un valor de 740 mil mlllones de dólares y con
daños ambientales graves. No se puede decir que sea en prioridad la
agricultura familiar, la principal responsable de este desastre.
Son los movimientos campesinos e indígenas que llaman la atención
sobre hechos de esta índole, como lo veremos más adelante. En vez de
criminalizar las resistencias que, en América latina, se levantan desde
México hasta la Patagonia, se debe entender que ellas son portadoras de
una sabiduría profunda y que su crítica del “desarrollismo” no significa
un regreso al pasado, sino una visión de futuro.
3. El caso de los agro-carburantes
La humanidad se enfrenta hoy a la necesidad de cambiar sus fuentes de
energía en los próximos 50 años. Se agotará la energía fósil. Las
nuevas fuentes incluyen la agro-energía como una supuesta solución, con
el etanol procedente del alcohol de maíz, trigo y caña de azúcar, y el
agro-diesel procedente de aceite vegetal de palma, soja y jatrofa
(François Houtart, 2011). Dado que Europa y los EE.UU. no tienen
suficientes tierras cultivables para cubrir sus necesidades de
producción, se está dando un fenómeno de apropiación de tierras en los
continentes del Sur. Los gobiernos locales son a menudo cómplices,
puesto que ven la oportunidad de disminuir su factura de combustibles o
de acumular divisas.
Si se cumplen los planes para el 2020 (en Europa, un 20 % de energía
renovable), más de 100 millones hectáreas serán transformadas para
agro-carburantes y por lo menos 60 millones de campesinos serán
expulsados de sus tierras. Están previstas enormes cantidades de tierras
para este propósito. Indonesia anuncia una nueva extensión de 20
millones de hectáreas para árboles de palma. Guinea-Bissau tiene un
proyecto de 500.000 ha.de jatrofa (la séptima parte del país) financiado
por los casinos de Macao. En 2010, se firmó en Brasilia, entre Brasil y
la Unión Europea, un acuerdo de desarrollo de 4,8 millones ha de caña
de azúcar en Mozambique, para suministrar etanol a Europa. Todo esto
supone una tremenda destrucción de la biodiversidad y del entorno social
y graves peligros para la soberanía alimentaria, como lo indicó muy
bien, el relator especial de las Naciones Unidas para la Alimentación,
Olivier De Schutter.
Si los agro-carburantes no son una solución para el clima (Elisabeth
Bravo y Nathalia Bonilla, 2011) dado que el proceso total de su
producción es destructivo y produce grandes cantidades de CO2; si no son
una solución real para la crisis energética (quizás un 20 % con los
planes existentes), ¿porqué un proyecto así? La razón es que es muy
rentable para el capital a corto plazo, contribuyendo a aliviar la
crisis de acumulación, y permitiendo a su vez la intervención del
capital especulativo. Felizmente, ya en Europa se nota una disminución
del uso de agro-combustibles, en función del costo de los subsidios en
periodo de crisis y también de ciertas resistencias políticas.
4. Las Resistencias campesinas
En todo el mundo, hay movimientos de resistencia campesina contra la
dominación de la lógica capitalista en la agricultura, como el
Movimiento de campesinos Sin Tierra (MST) de Brasil, el Movimiento
Campesino de Indonesia (SPI), ROPPA en el Oeste de África, etc. La Vía
Campesina, una federación internacional de más de 100 movimientos
campesinos en el mundo, se ha movilizado también y ha organizado
diversos seminarios para alertar a los pueblos y autoridades sobre el
asunto. Organizaciones para la defensa del medioambiente, a favor de la
agricultura orgánica (concretamente en Corea y en China) o la
agricultura urbana y suburbana (como en Cuba), están actuando en la
misma dirección.
Las resistencias abordan también otras dimensiones que solamente la
tierra. Los campesinos protestan contra la deforestación, las represas
que inundan millares de hectáreas de selva y de tierras de cultivo, la
contaminación del agua por actividades extractivas o industriales,
contra el monopolio de la producción de semillas, contra los
transgénicos monopolizados por las transnacionales del agro-negocio
(Elisabeth Bravo y Marco Cedillo Cobos, 2011), contra la privatización
de las selvas. Sus luchas son otro tanto más radicales que se trata de
la supervivencia.
Finalmente, centros académicos de agronomía y ciencias sociales
manifiestan una creciente toma de conciencia sobre este problema y están
proponiendo soluciones alternativas.
5. Las causas de este tipo de desarrollo
El primer origen de este desarrollo se encuentra en un planteamiento
filosófico: una concepción lineal del progreso sin fin gracias a la
ciencia y a la tecnología, en un planeta inagotable. Esto, aplicado a la
agricultura, tal y como se experimentó en Asia, particularmente en las
Filipinas y la India, se llamó “la revolución verde”, con una gran
productividad, pero también con la concentración de las tierras, la
contaminación de los suelo y del agua, las crecientes desigualdades
sociales y la marginalización creciente de los pequeños campesinos.
La segunda causa es la lógica de los principios económicos del
capitalismo. En esta visión, el capital es el motor de la economía y el
desarrollo significa la acumulación del capital. Partiendo de esto, el
papel central que tiene el índice de provecho conduce a la especulación.
Así, el capital financiero ha jugado un papel fundamental en la crisis
de la alimentación del 2007 y 2008. La concentración de capital en el
campo de la agricultura significa monopolios, como en los casos de
Cargill, AMD, Monsanto, etc. La agricultura se convierte en una nueva
frontera del capitalismo, especialmente con la caída de la rentabilidad
del capital productivo y la crisis del capital financiero.
Esta lógica del modelo económico ignora las “externalidades”, es
decir, los daños ecológicos y sociales. No es el capital el que paga por
ellos, sino las comunidades y los individuos. La liberalización de los
controles de divisas ha incrementado la mercantilización de productos
agrícolas como mercancías y fomentado Tratados de Libre Comercio (TLC)
que en realidad son acuerdos entre el tiburón y las sardinas.
6. La necesidad de una transformación
Todo el mundo puede ver que no es posible continuar con políticas
agrícolas construidas sobre la desaparición de los campesinos. El Banco
Mundial publicó en el 2008 un informe reconociendo la importancia del
campesinado para proteger a la naturaleza y luchar contra los cambios
climáticos. Este informe aboga por la modernización de la agricultura
campesina, mediante la mecanización, las biotecnologías, el uso de
organismos genéticamente modificados, etc. Plantea también una
colaboración entre el sector privado, la sociedad civil y las
organizaciones campesinas. Pero todo esto permanece dentro de la misma
filosofía (Laurent Delcourt, 2010) es decir la reproducción del capital.
Este pensamiento desembocó finalmente sobre la propuesta de la
“economía verde” de Rio + 20, en 2012.
No se plantean transformaciones estructurales. Es una transformación
dentro del sistema. Un ejemplo reciente es el Programa AGRA en África,
que promueve semillas híbridas, organismos genéticamente modificados,
etc. La Fundación Rockefeller inició el programa, y la Fundación Bill y
Melina Gates está financiando varios de los proyectos, incluyendo uno de
Monsanto que recibió más de 100 millones de dólares americanos de esta
última Fundación.
Por el contrario, se puede plantear otra forma de transformación. Muy
poco después del informe del 2008 del Banco Mundial, llegó el informe
de “Evaluación internacional del conocimiento, ciencia y tecnología en
el desarrollo agrícola (IAASTD)”, donde los 400 especialistas
consultados llegaron a la conclusión de que la agricultura campesina no
es menos productiva que la agricultura industrial y además tiene un
valor añadido: sus funciones culturales y ecológicas.
Es evidente que la agricultura campesina tiene que evolucionar en sus
métodos de producción, su utilización del agua, su capacidad mercantil
(Ministerio do Desenvolvimiento Agrario del Brasil, 2009). Eso es
posible, pero requiere inversiones. Es el gran desafío de los Estados
del Sur: escoger la agricultura productivista, aumentando la dimensión
media de las explotaciones, o mejorar la agricultura familiar y
orgánica. Varias experiencias comprueban la posibilidad de la segunda
opción. En Corea del Sur, a pesar del hecho que la reforma agraria fue
realizada a favor de una industrialización forzada del país y de su
necesidad de mano de obra, hoy en día muchos de los campesinos de
pequeña dimensión trabajan con sus computadoras, calculando los mejores
rendimientos, el tiempo adecuado de sembrar, el uso de los
fertilizantes, el estado del mercado, informándose sobre la
meteorología, etc. En el Vietnam del Norte, la Reforma agraria permitió,
en plena guerra, el pasaje de producción de arroz, de una, a nueve
toneladas por hectárea, sin el uso de maquinarias, ni de productos
químicos (François Houtart, 2004). En China, una comuna vecina de
Pequín, produciendo principalmente legumbres de manera orgánica y que se
alimenta en energía con bio-gas, tiene un ingreso anual de 50 millones
de dólares, por una población de 800 personas. Ejemplares similares
existen en otros continentes.
7. Las relaciones ciudad-campo en el desarrollo de una agricultura campesina
La actividad agrícola tiene de nutrir además de los campesinos
mismos, más de la otra mitad de la población mundial. Se trata de
racionalizar la producción de alimentos para satisfacer las necesidades
de las poblaciones urbanas y de realizar eso, con la reducción del
transporte. Eso significa la creación de cinturas agrícolas alrededor de
las ciudades. Al mismo tiempo el desarrollo de la agricultura urbana no
es una solución utópica, aún si es modesta, como se experimenta en
Cuba, por ejemplo. Es importante recordar, entre paréntesis, que las
tierras las menos contaminadas por los productos químicos se encuentran
hoy en día en las ciudades, por la utilización irracional de los
productos químicos en el campo, desde el fin de la segunda guerra
mundial.
La decentralización de la red urbana es el corolario evidente de la
viabilidad de la agricultura campesina, lo que exige un plan nacional.
Una tal solución no tiene solamente aspectos económicos, sino también
sociales y culturales. La población campesina tiene el derecho a una
vida social alimentada por los medios modernos de comunicación y la
juventud tiene aspiraciones culturales nuevas y legítimas. Eso no se
puede realizar sin una relación ciudad-campo integrada, en redes de
pequeñas y medianas ciudades, única manera de evitar el éxodo rural
hacia las megapolis.
Podemos concluir que la promoción de la agricultura campesina, lejos
de ser un sueño romántico o un regreso al pasado, es una solución de
futuro. Primero, es una alternativa para la alimentación mundial que
permitirá no solamente acompañar a medio y largo plazo la evolución
demográfica, sino también trasformar la dieta humana, saliendo de la
“magdonaldización”. En segundo lugar, la agricultura campesina podrá
contribuir a la preservación de la “madre tierra”, reconstruyendo su
capacidad de regeneración y en tercer lugar, ella contribuirá a un
equilibrio social y cultural.
Ya Carlos Marx había dicho que una de las características del
capitalismo era la ruptura del metabolismo (intercambio de materia)
entre el ser humano y la naturaleza, porque el ritmo de reconstitución
del capital es diferente del ritmo de reproducción de la naturaleza y
que solo el socialismo podría restablecer este equilibrio. Eso
constituye la base teórica de lo que hoy se llama el “eco-socialismo” y
tiene que ser un objeto central de toda política de “Buen Vivir”, como
de la búsqueda de un nuevo paradigma pos-capitalista (el Bien Común de
la Humanidad). Fomentar la agricultura campesina o familiar constituye
una parte esencial de esta tarea a la escala mundial.
Fuente: Alainet.net
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-HOUTART F., El escándalo de los Agro-combustibles para el Sur, Quito, Tierra, 2011.
-HOUTART F., De los Bienes Comunes al Bien Común de la Humanidad, Quito, Tierra, 2012.
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-UNCTAD, The World Investment Report,
2009; Transnational Corporations, Agricultural Production and
Development, UN, Geneva, 2009.
(*) Este seminario fue organizado en la
Universidad de Renmin (Popular) en Pekin, por el Profesor Wen Tiejun,
economista, director del Centro de Economía Agraria de esta universidad y
el autor de este articulo, sociólogo, fundador del Centro
Tricontinental (Lovaina-la-Nueva, Belgica).