En
los últimos trabajos de su intensa trayectoria, Ruy Mauro Marini - el
principal teórico de la dependencia - indagó la dinámica de la
mundialización. Observó el inicio de un nuevo periodo asentado en el
funcionamiento internacionalizado del capitalismo (Marini, 1996:
231-252). Algunos intérpretes estiman que esa investigación coronó su
obra previa e inauguró el estudio de la economía política de la
globalización (Martins, 2013: 31-54).
Ese desplazamiento
analítico confirmó la enorme capacidad de Marini para abordar los
procesos más relevantes de cada coyuntura. Sus señalamientos anticiparon
varias características de la etapa que sucedió a su fallecimiento.
Evaluar esas observaciones a la luz de lo ocurrido es un buen camino
para actualizar su teoría.
GLOBALIZACIÓN PRODUCTIVA
A fines de los 80 Marini notó que el capital se internacionalizaba para
incrementar la plusvalía extraída a los trabajadores. Analizó con ese
fundamento el abaratamiento del transporte, la irrupción de nuevas
tecnologías y la concentración de las empresas ( Marini, 1993) . Evaluó
especialmente el nuevo modelo manufacturero-exportador de la periferia
gestionado por las firmas multinacionales.
Esas empresas
afianzaban espacios comunes entre sus casas matrices y sucursales para
desdoblar el proceso de fabricación. Separaban las actividades
calificadas del trabajo en serie y lucraban con las diferencias
nacionales de productividades y salarios. Marini comprendió que esa
operatoria a escala global era un movimiento estructural y no cíclico de
la acumulación.
Ese alcance salta a la vista en la actualidad.
La globalización introduce un cambio cualitativo en el funcionamiento
del capitalismo. Potencia la liberalización del comercio y la adaptación
de las finanzas a la instantaneidad de la información. El pensador
brasileño situó acertadamente el epicentro de este viraje en la
fabricación globalizada. Registró la estrecha conexión de la
internacionalización con el patrón de producción flexible que sustituye
al fordismo.
Las empresas transnacionales son protagonistas
visibles del escenario económico actual. Fragmentan su producción en un
tejido de insumos intermedios y bienes finales destinados a la
exportación. Ese entramado opera con principios de alta competencia,
abaratamiento de costos y baratura de la fuerza de trabajo. La
consiguiente deslocalización (off shoring) ha convertido a varias
economías asiáticas en el nuevo taller del planeta.
Las
compañías transnacionales complementan sus inversiones directas con
modalidades de subcontratación y terciarización laboral. Descargan sobre
sus proveedores el control de los trabajadores y la gestión de la
incierta demanda. De esa forma distribuyen riesgos y aumentan ganancias .
Marini sólo vivió el debut de ese proceso y destacó sus
contradicciones en términos muy genéricos. No llegó a notar los
desbalances comerciales, las burbujas financieras y los excedentes de
mercancías que irrumpieron con la crisis del 2008.
Esa
conmoción desestabilizó al sistema sin revertir la globalización
productiva. Puso transitoriamente en entredicho la desregulación
financiera, que fue preservada sin ningún cambio relevante. El reciente
cuestionamiento de la liberalización comercial (Trump, Brexit) ilustra
la reacción de las potencias que pierden terreno. Intentan recuperar
espacios restaurando cierto unilateralismo, pero no propician el retorno
a los viejos bloques proteccionistas. La economía política de la
globalización -que entrevió Marini- persiste como un acertado abordaje
del capitalismo contemporáneo.
EXPLOTACIÓN Y REMODELACIÓN INDUSTRIAL
La gravitación que el teórico brasileño asignó al incremento de las
tasas de plusvalía ha quedado confirmada en las últimas décadas. La
ofensiva patronal dispersó las remuneraciones, eliminó las reglas
salariales definidas y segmentó e l trabajo. Esta reorganización
mantiene la estabilidad requerida para la continuidad de la acumulación
en el sector formal y generaliza la precarización en el universo
informal.
El principal cimiento de la globalización es la
reducción de los costos laborales. Por eso los ingresos populares se
estancan en la prosperidad y decaen en las crisis. Las firmas
transnacionales se enriquecen con los bajos salarios de la periferia y
con el abaratamiento de los bienes consumidos por los trabajadores de
las metrópolis. Utilizan la deslocalización para debilitar a los
sindicatos y achatar los sueldos de todas las regiones.
Las
firmas lucran especialmente con las diferencias de salarios resultantes
de los desniveles estructurales de sobrepoblación. Esas brechas se
estabilizan por la ausencia de movilidad internacional de los
trabajadores. Mientras que en el periodo inicial de la globalización
(1980-1998) la inversión extranjera se triplicó, el total de migrantes
apenas varió ( Smith, 2010: 88-89). La fuerza de trabajo es marginada de
todos los movimientos que sacuden al tablero de la mundialización .
Marini registró el primer desplazamiento de la industria a Oriente. Fue
testigo de la irrupción de los denominados “tigres asiáticos” (Taiwán,
Hong Kong, Corea del Sur y Singapur). Pero no vio la mutación posterior
que modificó por completo el mapa manufacturero.
China es el
epicentro actual de una creciente instalación de filiales en Asia. Allí
se genera el grueso de la producción mundializada. Los sueldos oscilan
entre el 10 y el 25% de lo remunerado en las metrópolis por trabajos
equivalentes .
La magnitud del cambio se verifica en el consumo
estadounidense de bienes manufacturados. Un tercio de ese total es
fabricado actualmente en el exterior, lo que duplica el promedio vigente
en 1980 ( Smith, 2010: 153-154, 222-227) . Es evidente el cimiento de
la mundialización neoliberal en la explotación de los trabajadores. Las
inversiones se desplazan a los países que ofrecen mayor baratura,
disciplina y productividad de la fuerza de trabajo.
Marini
también percibió cómo el modelo de sustitución de importaciones (que
inspiró su análisis de la dependencia) era sustituido por un nuevo
patrón de exportación manufacturera. Pero sólo llegó a notar los rasgos
genéricos de un esquema, que ha sido reconfigurado por las cadenas
globales de valor (CGV).
Con esa modalidad todo el proceso de
fabricación queda fragmentado, en función de la rentabilidad comparada
que ofrece cada actividad. Esa división incluye eslabonamientos
dirigidos por el fabricante (firmas aeronáuticas, automotrices,
informáticas) o comandados por el comprador (emporios comercializadores
tipo Nike, Rebook o Gap) ( Gereffi, 2001) . Las empresas que lideran
esas estructuras no sólo controlan el recurso más rentable (marcas,
diseños, tecnologías). También dominan el 80% d el comercio mundial de
esos circuitos.
Este modelo difiere radicalmente del
prevaleciente en los años 60-70. En lugar de procesos integrados
predomina la subdivisión de partes y la fabricación nacional es
reemplazada por un ensamble de componentes importados. La proximidad y
la envergadura de los mercados pierden relevancia frente a las ventajas
comparativas del costo laboral. Una nueva división global del trabajo
(DGT) sustituye a su precedente internacional (DIT) (Martínez Peinado,
2012: 1-26).
En la actividad de las empresas transnacionales se
multiplica la gravitación de los bienes intermedios, mediante
eslabonamiento y mecanismos de especialización industrial vertical
(Milberg, 2014: 151-155). Estas modalidades introducen formas de gestión
exportadora que eran desconocidas a fines del siglo pasado .
LA CRISIS DEL CAPITALISMO
Marini analizó la economía de la globalización estimando que el
capitalismo había ingresado en un ciclo largo de crecimiento. En ese
contexto situó las especializaciones productivas y el despunte de los
países asiáticos de industrialización reciente (NICs). Consideró que los
procesos de integración regional resurgían para ensanchar la escala de
los mercados ( Marini, 1993). Su colega dependentista compartió ese
razonamiento, indagando la incidencia de las nuevas tecnologías sobre
las ondas largas (Dos Santos, 2011: 127-134) .
El curso
posterior de la globalización no confirmó, ni desmintió la presencia de
ese ciclo ascendente de largo plazo. Las controversias entre quienes
postulan y objetan la vigencia de esos movimientos no desembocaron en
conclusiones nítidas. Por eso hemos subrayado la conveniencia de
esclarecer las transformaciones cualitativas de la etapa, sin forzar el
amoldamiento de ese periodo a una onda larga (Katz, 2016: 366-368) .
Marini inscribió su evaluación en caracterizaciones marxistas que
resaltaban el carácter disruptivo de la acumulación. Subrayó las
traumáticas crisis potenciales que incubaba la globalización y remarcó
la presencia de tensiones simultáneas en la esfera de la demanda
(consumo retraído) y la valorización (insuficiencia de rentabilidad).
Destacó ambos desequilibrios con más observaciones sobre el primer tipo
de contradicciones.
En las últimas décadas salieron a flote
esos temblores. También se verificó la explosiva retracción del empleo,
potenciada por la relativa inmovilidad de la fuerza de trabajo frente al
vertiginoso desplazamiento de las mercancías y los capitales.
Esa contradicción distingue a la mundialización actual de la vieja
industrialización europea. Entre 1850 y 1920 más de 70 millones de
emigrantes abandonaron el Viejo Continente. Ese traslado masivo desagotó
la población sobrante en un polo y generó nuevos centros de acumulación
en las zonas receptoras de trabajadores. Un movimiento demográfico
equivalente supondría en la actualidad el ingreso de 800 millones de
inmigrantes a los países centrales ( Smith, 2010: 105-110).
Pero los desamparados tienen actualmente vedado ese desplazamiento. Las
economías desarrolladas construyen fortalezas contra los desposeídos de
la periferia y sólo absorben irrelevantes contingentes de mano de obra
calificada . Se ha diluido la válvula de escape que en el pasado
generaba el propio proceso de acumulación.
Los países que
concluyen en forma acelerada sus procesos de acumulación primitiva, no
pueden descargar su población excedente sobre otras localidades.
Esa restricción potencia otras tensiones del capitalismo, como la
destrucción de empleos por la expansión del universo digital. Los
parámetros de rentabilidad -que guían la introducción de nuevas
tecnologías- imponen una dramática eliminación de puestos de trabajo. La
desocupación se agiganta con la mundialización.
En esta etapa
hay menos trabajo para todos que en las fases precedentes. El empleo
disponible se contrae y su calidad es decreciente en las regiones
subdesarrolladas. Por eso la economía informal (carente de regulaciones
estatales) alberga al 50% de la actividad laboral en América Latina, al
48% en el norte de África y al 65% de Asia ( Smith, 2010: 115-127).
La acelerada automatización –y la expulsión de población agraria por la
tecnificación del campo- achican drásticamente las oportunidades
laborales. El capitalismo asentado en la explotación -que tanto estudió
Marini- no puede siquiera implementar ese padecimiento entre toda la
población oprimida.
REPLANTEOS IMPERIALES
El
teórico brasileño resaltó la gravitación del imperialismo. Señaló la
insoslayable función de ese sistema de dominación militar para la
preservación del capitalismo. Pero elaboró sus textos en una época muy
distanciada del escenario de Lenin. C omprendió que la guerra fría era
cualitativamente distinta a los viejos choques entre potencias y r
egistró la inédita supremacía militar de Estados Unidos. Notó la
capacidad de ese imperio para forjar alianzas subalternas, subordinando a
sus rivales sin demolerlos.
Marini evitó los paralelos con el
imperialismo clásico. Entendió la novedad de un período signado por la
disminución del proteccionismo, la recuperación de posguerra del
protagonismo industrial y la reorientación de la inversión externa hacia
las economías desarrolladas. Sintetizó esas transformaciones con una
noción ( cooperación hegemónica), que utilizó para definir las
relaciones prevalecientes entre las potencias centrales ( Marini, 1991:
31-32).
El contexto actual presenta varias continuidades con
esa caracterización. Perdura el entramado forjado en torno a la Tríada
(Estados Unidos, Europa y Japón), para asegurar la custodia militar del
orden neoliberal. Esa alianza bélica ya provocó la devastación de
numerosas regiones de África y Medio Oriente. También subsiste la
primacía del Pentágono en la dirección de las principales acciones
militares. Pero la hegemonía norteamericana perdió la contundencia que
exhibía en los años 80-90 de debut de la globalización.
Estados
Unidos cumplió un papel económico clave en el despegue de ese proceso.
Aportó el enlace estatal requerido para gestar la acumulación a escala
mundial. Las instituciones de Washington internacionalizaron los
instrumentos financieros y apuntalaron la globalización productiva.
Desenvolvieron con mayor intensidad esa acción en el desemboque de las
crisis de las últimas décadas.
La regulación bancaria de la
FED, la operatoria del dólar como moneda mundial, la reorganización de
los presupuestos estatales bajo la auditoría del FMI y las reglas
bursátiles de Wall Street afianzaron la mundialización. Esa gravitación
volvió a notarse en el desenlace de la convulsión del 2008.
Pero la pérdida de supremacía norteamericana se corrobora actualmente en
el déficit comercial y el endeudamiento externo del país. Estados
Unidos conserva el manejo de los principales bancos y empresas
transnacionales. Encabeza, además, la introducción de las nuevas
tecnologías digitales. Pero ha resignado posiciones claves en la
producción y el comercio. Su impulso de la mundialización neoliberal
terminó favoreciendo a China, que se convirtió en un inesperado
competidor global.
La llegada de Trump ilustra ese retroceso.
El magnate intenta recuperar posiciones estadounidenses reordenando los
tratados de libre comercio. Pero enfrenta enormes dificultades para
recomponer ese liderazgo económico.
En el plano militar Estados
Unidos continúa prevaleciendo y carece de reemplazantes para la
custodia del orden capitalista. P ero falla en los operativos encarados
para sostener su hegemonía. Esa inoperancia salta a la vista en el
fracaso de todas sus guerras recientes (Afganistán, Irak, Siria).
Por estas razones han cambiado las relaciones de la primera potencia
con sus socios. La total subordinación que presenció Marini ha mutado
hacia entrelazamientos más complejos. Las potencias europeas (Alemania) y
asiáticas (Japón) ya no aceptan con la misma sumisión las órdenes de
Washington. Desenvuelven estrategias propias y explicitan sus conflictos
con el gigante norteamericano ( Smith A, 2014).
Ningún socio
cuestiona la supremacía del Pentágono , ni pretende gestar un poder
bélico contrapuesto. Pero se diluyó el vasallaje de la segunda mitad del
siglo XX. Este giro es congruente con la incapacidad norteamericana
para preservar el padrinazgo, que desplegó en la posguerra sobre las
restantes economías capitalistas ( Carroll, 2012) .
Habrá que
ver si en el futuro el liderazgo yanqui desaparece, resurge o se
disuelve paulatinamente. Esta incertidumbre es un dato que estaba
ausente cuando se publicó la
Dialéctica de la dependencia (1973).
DESPLOME DE LA URSS, ASCENSO DE CHINA
La implosión de la Unión Soviética y la conversión de China en una
potencia central distinguen al período en curso de la época de Marini.
Con el colapso de la URSS se afianzó la ofensiva neoliberal. Las clases
dominantes recuperaron confianza -y en ausencia de contrapesos
internacionales- retomaron los típicos atropellos del capitalismo
desenfrenado .
El te ó rico brasile ñ o era un marxista cr í
tico de la burocracia del Kremlin, que apostaba a la renovaci ó n
socialista y no al desplome de la Uni ó n Sovi é tica. La regresi ó n de
Rusia a un r é gimen capitalista – en un contexto de inmovilidad,
despolitización y apatía popular- trastocó el escenario entrevisto por
el luchador latinoamericano.
El segundo giro ha sido igualmente
impactante. Marini no podía siquiera imaginar que el despegue de Taiwán
y Corea del Sur anticipaba la mutación protagonizada por China. El PBI
per cápita de ese país se multiplicó 22 veces entre 1980 y 2011 y su
volumen comercial se duplica cada cuatro años.
China no sólo
mantuvo altísimas tasas de crecimiento en las coyunturas de crisis
internacional. El auxilio que brindó al dólar (y al euro) impidió la
conversión de la recesión del 2009 en una depresión global. La
envergadura del cambio histórico en curso es comparable a la revolución
del vapor en Inglaterra, a la industrialización de Estados Unidos y al
desarrollo inicial de la Unión Soviética. La prosperidad de ningún BRICS
se equipara con esa conversión de China en una potencia central.
Basta observar su papel dominante como inversor, exportador, importador
o acreedor de los principales países de África o América Latina, para
mensurar la abismal brecha que separa al gigante asiático de sus viejos
pares del Tercer Mundo.
La nueva potencia no comparte simples
relaciones de cooperación con sus contrapartes del Sur. Ejerce una
nítida supremacía que extiende a sus vecinos de Oriente. Ninguna otra
economía ha transformado en forma tan radical su posicionamiento en el
orden global .
China a ctúa como un imperio en formación que
afronta la hostilidad estratégica del Pentágono . Está forjando su
propio modelo capitalista a través de un novedoso ensamble con la
globalización. No transita por las viejas etapas de despegue inicial
asentado en el mercado interno. Despliega un proceso de acumulación
directamente conectado con la mundialización.
Para dilucidar la
especificidad de su capitalismo hay que recurrir a caracterizaciones
ausentes en la época de Marini. Las clásicas fórmulas de la teoría de la
dependencia no disipan ese interrogante.
POLARIDADES Y NEUTRALIZACIONES
El pensador de la dependencia destacó la preeminencia de la
polarización a escala global. Consideró que ese divorcio era inherente
al capitalismo, en concordancia con las fracturas internacionales
observadas por los marxistas clásicos de principios del siglo XX (
Luxemburg, 1968: 58-190) . También los teóricos del sistema-mundo
interpretaron esas brechas como rasgos intrínsecos del régimen social
vigente.
Numerosos estudios empíricos han corroborado esa
divisoria en el surgimiento del capitalismo. La revolución industrial
produjo el mayor abismo de la historia entre un polo ascendente y otro
degradado. Esa “gran divergencia” acompañó al despegue de Occidente. Los
países desarrollados convergieron en promedios de expansión
radicalmente distanciados de las economías subdesarrolladas ( Pritchett,
1997) .
La acotada lejanía inicial se transformó en una brecha
monumental. Entre 1750 y 1913 el salto del PBI per cápita fue tan
espectacular en Inglaterra (de 10 a 115) y Estados Unidos (de 4 a 126),
como la regresión padecida por China (de 8 a 3) e India (de 7 a 2). Las
distancias entre las naciones se expandieron a un ritmo muy superior a
sus equivalentes dentro de los países ( Rodrik, 2013) .
Marini
partió de evidencias de ese tipo, para teorizar las distancias entre las
economías avanzadas y subdesarrolladas, con razonamientos inspirados en
el intercambio desigual. Pero percibió también los cambios en esa
tendencia que introducía el capitalismo tardío de posguerra. En ese
modelo los procesos de acumulación en la periferia industrializada
contrapesaban las polarizaciones previas ( Mandel, 1978: cap 2) .
El estudioso de la dependencia notó, además, cómo la presencia del
llamado bloque socialista compensaba las desigualdades internacionales
espontáneas de la acumulación. La existencia de la URSS y sus aliados
determinaba ese efecto neutralizador.
El resultado de estas
múltiples tendencias fue cierta estabilización de la desigualdad entre
los países. La brecha puramente ascendente del siglo XIX adoptó un curso
más variable y tendió al equilibrio entre 1950 y 1990 ( Bourguignon;
Morrisson, 2002).
En ese período las polaridades al interior de
los países declinaron por las mejoras que concedió la clase
capitalista, ante el generalizado temor a un contagio socialista. Ese
pánico determinó la presencia de modelos keynesianos, en un contexto de
descolonización y auge del antiimperialismo.
Marini registró
tanto las brechas nacionales y sociales que genera el capitalismo, como
las fuerzas que limitan esas polaridades. Esta combinación de procesos
quedó significativamente alterada en las últimas décadas del siglo XX
por la dinámica posterior de la mundialización neoliberal.
DESIGUALDADES DIVERSAS
Numerosos estudios coinciden en destacar el ensanchamiento actual de
las fracturas sociales en todos los puntos del planeta. Un conocido
análisis de esa polarización en 30 países demuestra que el 1% de la
minoría más enriquecida controla el 25-35% del patrimonio total en
Europa y Estados Unidos (2010). En ambas regiones el 10% de los
habitantes maneja el 60-70% de la riqueza. Niveles semejantes de
desigualdad se verifican en otras zonas centrales, emergentes o
periféricas ( Piketty, 2013).
Pero el curso seguido por la
desigualdad entre países es más controvertido. Ese indicador es evaluado
comparando los distintos PBI per cápita con ponderaciones poblacionales
( Milanovic, 2014) . De esa forma se mensura la incidencia de las tasas
de crecimiento sobre la desigualdad global, tomando en cuenta la
población involucrada. Un incremento sustancial del PBI en la India
tiene efectos muy distintos que el mismo aumento en Nueva Zelanda (Goda,
2013) .
Durante las últimas décadas la creciente brecha social
fue acompañada por nuevas polaridades entre los países. Pero si se
incluye el factor poblacional el resultado final es variado. El c
recimiento de naciones con gran peso demográfico achicó las brechas
nacionales totales. El curso de las desigualdades fuera y dentro de las
fronteras -usualmente sintetizado por el coeficiente Theil- se redujo un
24% desde 1990. El incremento del 14% de la desigualdad al interior de
esas naciones fue compensado por una disminución del 35% de la brecha
entre países ( Bourguignon; Châteauneuf-Malclès, 2016) .
Por su
gran número de habitantes China alteró el indicador mundial. Mientras
que la economía global se estancó en torno al 2,7% anual (2000-2014), el
gigante asiático creció al 9.7%. Aunque esa trayectoria presenta
semejanzas con los antecedentes de Japón y Corea del Sur, su efecto
sobre la polaridad entre los países es muy diferente.
En plena
explosión de las desigualdades sociales la continuidad de ese
achicamiento de la fractura global es muy dudosa. China asciende a costa
de sus rivales de Occidente y reconfigura el marco de las potencias
dominantes. Pero el espectro restante de la jerarquía mundial continúa
segmentado en los compartimentos tradicionales. Hay pocas modificaciones
en la pirámide mundial. Una reversión de la “gran divergencia” gestada
durante el siglo XIX debería quebrantar esa jerarquía.
En
estudios previos al ascenso reciente de China, los teóricos del
sistema-mundo expusieron muchos ejemplos del carácter perdurable de esa
estructura. Ilustraron la reducida movilidad internacional de los países
en el largo plazo, ejemplificando esa permanencia en 88 de 93 casos
considerados ( Arrighi, 1990) .
Otra evaluación realizada en el
debut de la mundialización (1960-1998) observó la paradoja de una
creciente participación de las nuevas economías en la globalización
productiva, con escasos efectos sobre el nivel relativo de los PBI per
cápita.
Ese trabajo observó que la producción manufacturera en
esos países (como porcentaje comparado del PBI del Primer Mundo)
ascendió significativamente (de 74,6 a 118%), frente a un PBI per cápita
(como porcentaje de su equivalente los países avanzados), que se
mantuvo casi invariable (de 4,5 a 4,6%). La convergencia industrial no
se tradujo en mejoras equivalentes en el nivel de vida (Arrighi; Silver;
Brewer, 2003: 3-31) . También el despegue posterior de China se ha
consumando preservando grandes distancias con el PBI per cápita de sus
pares de Occidente.
El curso de la desigualdad global es
determinante de las relaciones centro-periferia que Marini indagó con
tanta atención. Pero sobre las distintas trayectorias abiertas operan
fuerzas muy diferentes a las prevalecientes en los años de esplendor del
dependentismo.
INTERNACIONALIZACIÓN SIN CONTRAPARTE POLÍTICA
La ampliación actual de las desigualdades sociales por encima de las
nacionales se desenvuelve en un escenario muy singular: la
internacionalización de la economía no tiene correlato equivalente en
las clases dominantes y los estados. Esa contradicción apenas se
insinuaba en la década del 60. La coexistencia de la globalización
productiva con estructuras estatal-nacionales es un conflicto del siglo
XXI.
La gravitación de los organismos económicos (FMI, BM, OMC)
y geopolíticos (ONU, G 20) globales no reduce la perturbadora escala de
ese divorcio. La configuración de estados forjados en el debut del
capitalismo continúa cumpliendo un papel central. Aseguran la gestión
localizada de la fuerza de trabajo, en un contexto de gran
desplazamiento mundial de productos y capitales.
Este
fortalecimiento de las regulaciones laborales a escala nacional
repercute, a su vez, sobre las identidades específicas de las distintas
clases dominantes. Aunque mundialicen sus negocios, esos grupos
mantienen comportamientos políticos y culturales contrapuestos. Las
empresas se internacionalizan, pero su manejo no queda desvinculado de
los estados de origen . Por las mismas razones, la competencia
internacional por atraer capitales se desenvuelve premiando siempre a
los inversores más próximos.
El orden neoliberal expande una
mundialización administrada por estructuras nacionales. Los mismos
estados que analizaban los marxistas clásicos y de posguerra, ahora
operan en un nuevo marco de globalización productiva.
En ese
cuadro de asociación económica mundial, las confrontaciones geopolíticas
se desenvuelven recreando relaciones de dependencia. Las principales
potencias renuevan esa sujeción en sus zonas de influencia, mientras
disputan supremacía en las áreas más codiciadas del planeta.
Estados Unidos intenta recapturar su hegemonía comenzando por las
regiones que tradicionalmente estuvieron bajo su control (América
Latina). La vigencia de una moneda común -entre economías con enormes
diferencias de productividad- refuerza la supremacía de Alemania en
Europa. China amplía las brechas con sus vecinos asiáticos . La
dependencia que estudió Marini adopta nuevas formas e intensidades.
PROBLEMAS DEL TRANSNACIONALISMO
La actual etapa de globalización productiva -sin correspondencia
directa en las clases dominantes y estados- contradice la tesis de una
transnacionalización plena. Esa mirada supone que los principales
sujetos e instituciones del sistema han quedado divorciados de sus
pilares nacionales (Robinson, 2014). Estima que se ha disuelto el viejo
anclaje de las empresas en el mapa de los países.
Este enfoque
convierte las prolongadas transiciones de la historia en
transformaciones instantáneas. Observa acertadamente que la
internacionalización de la economía genera dinámicas del mismo tipo en
otras esferas, pero desconoce las enormes brechas temporales que separan
a ambos procesos. Que una firma asuma en pocos años perfiles
transnacionales no implica la mundialización equivalente de sus
propietarios. Tampoco supone procesos de ese tipo en los grupos sociales
o estados que cobijan a la compañía.
El capitalismo no se
desenvuelve con ajustes automáticos. Articula el desarrollo de las
fuerzas productivas con la acción de clases dominantes amoldadas a
distintos escenarios estatales. Las diferentes esferas de ese trípode
mantienen niveles de conexión tan intensos como autónomos.
Ya
en los años de Marini algunos teóricos marxistas (como Poulantzas)
percibieron que la internacionalización productiva, no entrañaba
secuencias idénticas en la superestructura estatal o clasista . Ese
señalamiento inspiró la posterior caracterización de la globalización
como un proceso asentado en las instituciones del estado más poderoso
del planeta (Panitch; Gindin, 2014).
El enfoque
transnacionalista desconoce esa mediación de Washington en la gestación
de la nueva etapa. Por eso ignora también el rol actual de Beijing. La
asociación entre ambas potencias coexiste con una intensa rivalidad
entre estructuras estatales muy diferenciadas. Los vínculos entre
empresas chinas y estadounidenses no implican ningún tipo de disolución
transnacional.
Basta recordar la compleja trayectoria de
gestación del capitalismo en torno a clases y estados preexistentes,
para notar cuán variados han sido los patrones de cambio de esas
entidades. La tesis transnacionalista sintoniza con las corrientes
historiográficas, que postulan la abrupta constitución de un sistema
capitalista mundial integrado, olvidando la compleja transición desde
múltiples trayectorias nacionales (Wallerstein, 1984). De la misma
manera que concibe esa intempestiva aparición hace 500 años, supone que
la globalización actual alumbra con gran rapidez clases y estados
mundiales.
La tradición opuesta -que indaga los senderos
diferenciados seguidos por cada capitalismo nacional- registra en
cambio, cómo los sujetos y las estructuras locales condicionan a la
globalización actual (Wood, 2002). Cuestiona la existencia de una
sincronizada irrupción del capitalismo global y demuestra la
preeminencia de inciertas transiciones guiadas por intermediaciones
estatales. Un curso genéricamente común de internacionalización se
desenvuelve con altísima diversidad de ritmos y conflictos.
Las
relaciones de dependencia justamente persisten por la inexistencia de
un súbito proceso de completa mundialización. El entramado del centro y
la periferia se remodela sin desaparecer, en un contexto de fabricación
globalizada y redistribuciones de valor entre clases y estados
competidores. Este diagnóstico -congruente con la tradición de Marini-
es contrapuesto a la visión transnacionalista.
REORDENAMIENTO SEMIPERIFÉRICO
El teórico brasileño estudió las transferencias internacionales de
valor para analizar la reproducción dependiente de América Latina.
Estimó que la región recreaba su status subordinado por el sistemático
drenaje de recursos hacia los países centrales. Las desventajas
comerciales, la remisión de utilidades y los pagos de intereses de la
deuda perpetuaban esta sumisión.
Pero el pensador brasileño no
se limitó a retratar la fractura bipolar (entre el centro y la
periferia) generada por esas hemorragias. Indagó la nueva complejidad
introducida por la existencia de formaciones intermedias. Investigó
especialmente cómo la industrialización colocaba a ciertos países en un
segmento semiperiférico. Observó esa transformación en Brasil, que se
mantenía alejado de los centros imperiales sin compartir el retraso
extremo de la periferia (Marini 2013: 18). .
Esta
caracterización fue compartida por su colega del dependentismo, que
diferenció a las economías latinoamericanas por su desenvolvimiento
interno y por el tipo de productos exportados (Bambirra, 1986: 23-30).
El mismo abordaje encaró el principal exponente del marxismo
endogenista, al evaluar cómo el subdesarrollo desigual separaba a los
países agrarios más retrasados de las economías embarcadas en cierto
despegue industrial ( Cueva, 2007).
Estas distinciones son muy
útiles para analizar el contexto actual. La simple polaridad
centro-periferia es más insuficiente que en el pasado, para comprender
la mundialización. Las cadenas de valor han realzado la gravitación de
las semiperiferias .
Las firmas multinacionales ya no priorizan
la ocupación de los mercados nacionales para aprovechar los subsidios y
las barreras aduaneras. Jerarquizan otro tipo de inversiones externas.
En ciertos casos se aseguran la captura de recursos naturales
determinados por la geología y el clima de cada lugar. En otras
situaciones aprovechan la existencia de grandes contingentes de fuerza
de trabajo abaratada y disciplinada.
Estas dos variantes
-apropiación de riquezas naturales y explotación de los asalariados-
definen las estrategias de las empresas transnacionales y la ubicación
de cada economía en el orden global .
Tanto las periferias como
las semiperiferias continúan integradas al conglomerado de los países
dependientes. El rol subordinado que Marini asignaba a las dos
categorías no ha cambiado. Están insertas en la cadena de valor, sin
participar en las áreas más lucrativas de ese entramado. Tampoco ejercen
el control de esa estructura. Actúan en la producción globalizada bajo
el mandato de las compañías transnacionales.
Ese
posicionamiento relegado se corrobora incluso en aquellas economías que
lograron forjar empresas multinacionales propias (India, Brasil, Corea
del Sur). Ingresaron en un campo que estaba monopolizado por el centro,
sin modificar su status secundario en la producción globalizada (
Milelli,
2013: 363-380).
Otro indicador de ese
posicionamiento relegado es la reducida participación de esos países en
la dirección de las instituciones globalizadas. Esta ausencia es
coherente con la escasa representación de esas regiones, en los cuerpos
directivos de las firmas transnacionalizadas (Carroll; Carson, 2003:
67-102).
Pero dos cambios significativos se observan en
comparación a la época de Marini. El papel de cada semiperiferia en la
cadena de valor introduce un elemento de peso muy definitorio de su
ubicación en la pirámide mundial. A diferencia del pasado no alcanza con
registrar el nivel del PBI per cápita o la magnitud del mercado
interno.
Por otra parte, al interior del segmento
semiperiférico es muy evidente el avance de las economías asiáticas
(Corea del Sur) y el retroceso de sus pares latinoamericanos (Argentina,
Brasil). Cómo el mismo reordenamiento se observa en otras regiones,
algunos autores sugieren la introducción de nuevas clasificaciones para
conceptualizar el cambio (semiperiferias fuertes-débiles, altas-bajas,
superiores-inferiores) (Morales Ruvalcaba; Efrén, 2013: 147-181). Marini
no llegó a presenciar esas transformaciones.
INCIDENCIA DEL SUBIMPERIALISMO
El pensador brasileño analizó el papel de las economías intermedias en
los mismos años que los teóricos del Sistema Mundial estudiaban el doble
rol de las semiperiferias. Estimaban que esos países atenúan las
tensiones globales y definen las mutaciones de la jerarquía global .
Destacaron cómo atemperan las fracturas entre el centro y la periferia y
de qué forma protagonizan las movilidades ascendentes y descendentes
que remodelan la división internacional del trabajo.
Los
pensadores sistémicos atribuyeron ese papel al carácter intermedio de
los estados semiperiféricos, que no detentan el poder del centro y
tampoco padecen las debilidades extremas de los estados relegados.
Describieron casos de ascenso (Suecia, Prusia, Estados Unidos)
estancamiento (Italia, Flandes) y retroceso (España, Portugal) de ese
segmento en las últimas cinco centurias. Postularon que su lugar
equidistante les permite liderar grandes transformaciones, mientras
equilibran la pirámide mundial (Wallerstein, 1984: 247-33, 1999:
239-264, 2004: cap 5).
Marini convergió parcialmente con esa
tesis en su evaluación de los países intermedios. Utilizó esa óptica
para diferenciar a Brasil de Francia y Bolivia. Pero introdujo además el
nuevo concepto de subimperialismo, para caracterizar una franja de
potencias regionales con políticas exteriores asociadas y al mismo
tiempo autónomas del imperialismo estadounidense.
Con esa
noción enfatizó el papel disruptivo de esos actores. En lugar de
observarlos como colchones de las tensiones globales, analizó su función
convulsiva . La alta conflictividad de esas regiones ha sido
posteriormente atribuida a la explosiva coexistencia de universos de
bienestar y desamparo (tipo “Bel-India”) ( Chase-Dunn, 1999) .
El enfoque de Marini fue semejante al utilizado por un excepcional
marxista del siglo XX, para explicar con razonamientos de desarrollo
desigual y combinado, la vulnerabilidad de los países intermedios (
Trotsky, 1975). Como esas naciones quedaron incorporadas a la carrera de
la acumulación con gran tardanza, afrontan desequilibrios superiores al
centro que son desconocidos por sus inmediatos seguidores de la
periferia. Por esta razón concentran localizaciones potenciales de un
debut socialista . Al igual que otros pensadores de su época, Marini
situó la dinámica de esas formaciones en un horizonte de confrontación
entre el capitalismo y el socialismo ( Worsley, 1980) .
Pero su
acepción del subimperialismo requiere una significativa revisión en la
era de la mundialización neoliberal. El teórico de la dependencia asignó
a esa categoría una dimensión económica de expansión externa y otra
geopolítico-militar de protagonismo regional. Esa simultaneidad no se
verifica en la actualidad.
El subimperialismo contemporáneo no
presenta la connotación económica que observaba Marini. Es propio de los
países que cumplen un doble rol de gendarmes asociados y autónomos de
Estados Unidos. Turquía e India juegan ese papel en Medio Oriente y el
Sur de Asia. Pero Brasil no desenvuelve un papel equivalente en América
Latina y Sudáfrica tampoco cumple esa función en su continente ( Katz,
2017b) .
El cariz geopolítico del subimperialismo y la
naturaleza económica de las semiperiferia son más visibles en la
actualidad que en el pasado. El primer aspecto está determinado por
acciones militares tendientes a acrecentar la influencia de las
potencias zonales. El segundo rasgo deriva del lugar ocupado por cada
país en la cadena de valor. Marini no llegó a percibir esta diferencia.
“¿SUR GLOBAL?”
La nueva combinación de creciente internacionalización del capital y
continuada configuración estatal-nacional de las clases y los estados
obliga a revisar otros aspectos del dependentismo tradicional. La
mundialización productiva es habitualmente investigada por los
exponentes de esa tradición, pero la reconfiguración geopolítica
imperial es frecuentemente soslayada. Esa omisión se verifica en el
difundido uso del término “Sur Global”.
Ese concepto es
postulado para resaltar la persistencia de las clásicas brechas entre
los países desarrollados (“Norte”) y subdesarrollados (“Sur”). El
desplazamiento de la producción a Oriente y la captación del nuevo valor
generado por Occidente son presentados como evidencias de esa
contundente polaridad (Smith, 2010: 241) .
Estas
caracterizaciones confrontan acertadamente con el venturoso futuro de
convergencias entre economías avanzadas y retrasadas, que difunden los
neoliberales (y frecuentemente convalidan los heterodoxos). También
demuestran que el modelo actual se cimenta en la explotación y en la
transferencia de plusvalía a un puñado de empresas transnacionales.
Explican detalladamente las ventajas que mantienen los países más
poderosos para capturar el grueso de los beneficios.
Pero estas
valiosas observaciones no clarifican los problemas del periodo. El
simple diagnóstico de un contrapunto entre el Sur y el Norte choca con
la dificultad para encasillar a China. ¿En cuál de los dos campos se
ubica a esa nación?
A veces se exceptúa al país de la
divisoria, con el mismo argumento utilizado hace veinte años para
resaltar la singularidad de Corea del Sur o Taiwán. Pero lo que
resultaba plausible para dos pequeños países, no puede extenderse a la
segunda economía del planeta, que alberga a un quinto de la población
mundial. Si se soslaya la transformación protagonizada por el gigante
asiático resulta imposible caracterizar al capitalismo actual.
Excelentes trabajos de investigación sitúan de hecho erróneamente a
China en el bloque de países subdesarrollados. Estiman que la plusvalía
extraída a su enorme proletariado es transferida a Occidente ( Smith,
2010: 146-149) . Pero es poco sensato colocar en ese universo a una
potencia que socorre a los bancos de Occidente, sostiene al dólar en la
crisis, acumula un superávit comercial mayúsculo con Estados Unidos y
encabeza las inversiones externas en África y América Latina.
Tampoco es lógico interpretar que la masa de plusvalía generada en China
es íntegramente transferida a Occidente y apropiada por las casas
matrices de las firmas mundializadas. Un drenaje de ese tipo habría
imposibilitado las altísimas tasas de acumulación que caracterizan al
país.
Es evidente que una porción mayúscula del beneficio
gestado en China es capturado por los capitalistas-burócratas locales.
Ese monumental lucro es equivocadamente interpretado como una simple
“tajada” de lo apropiado por las firmas occidentales ( Foster, 2015).
Pero China es un desafiante y no un títere de Estados Unidos. Sus
grupos dominantes se ubican muy lejos de cualquier burguesía
dependiente, con pequeñas participaciones en la torta de la
globalización. Los nuevos dominadores asiáticos no guardan ningún
parentesco con las viejas burguesías nacionales de posguerra.
La emergente potencia oriental ha demostrado capacidad para limitar el
drenaje de plusvalía, mientras aumenta su apropiación del valor generado
en la periferia. Ninguna de estas acciones sintoniza con su
clasificación en el “Sur Global”.
RENOVAR EL DEPENDENTISMO
En sus análisis de la economía política de la globalización Marini
sentó las bases para comprender el período actual. Resaltó tres focos de
estudio: la explotación del trabajo, las transferencias de valor y la
reestructuración imperial. Legó importantes pistas, pero no respuestas.
La actualización de su teoría requiere indagaciones más complejas que la
simple corroboración de conceptos enunciados hace medio siglo.
El pilar de esa reevaluación es la caracterización de la globalización
productiva en la nueva geopolítica imperial. Este estudio exige notar
cómo la transferencia de plusvalía rediseña el mapa de drenaje,
retención y captura de los flujos de valor. Resulta también
indispensable analizar l as nuevas relaciones de sometimiento,
subordinación y autonomía que despuntan en el mosaico internacional.
Marini nos ha dejado pendiente un monumental trabajo de investigación.
3-2-2017
RESUMEN
El principal teórico de la dependencia anticipó tendencias de la
mundialización neoliberal. Analizó la globalización productiva, la
centralidad de la explotación y la gravitación de las transferencias de
plusvalía. Pero la crisis del empleo supera lo avizorado por Marini, en
un escenario trastocado por la mutación de Estados Unidos, el desplome
de la URSS y el ascenso de China.
Las nuevas brechas nacionales
y sociales emergen en una economía internacionalizada, sin correlato en
los estados y clases dominantes. Esta ausencia de transnacionalización
total recrea la dependencia. Las semiperiferias presentan una dimensión
económica diferenciada del status geopolítico del subimperialismo. El
“Sur Global” no reencarna la vieja periferia, ni incluye a China. Hay
sólidos pilares para renovar el dependentismo.
PALABRAS CLAVES
Dependencia, capitalismo, neoliberalismo.
REFERENCIAS
-Arrighi, Giovanni (1990). The develpmentalist ilusion: a reconceptualization of semiperiphery”, W.G. Martin
Semiperipheral states in the world economy, Greenwood Press, Westport.
-Arrighi, Giovanni; Silver, Beverly J; Brewer, Benjamin (2003). D.
Industrial Convergence, Globalization, and the Persistence of the
North-South Divide,
Studies in Comparative International Development, Spring, Vol. 38, n. 1
-Bambirra Vania (1986).
El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México
-Bourguignon, François; Châteauneuf-Malclès (2016). Anne L'évolution des inégalités mondiales de 1870 à 2010, 20/06.
-Bourguignon, François; Morrisson, Christian, (2002). Inequality among World Citizens: 1820–1992.
American Economic Review. 92(4): 727–44.
-Carroll, William K (2012). Global corporate power and a new transnational capitalist class?
Presentation to the Centre for Civil Society, Durban, January 17.
-Carroll, William K; Carson, Colin (2003). Forging a New Hegemony? The
Role of Transnational Policy Groups in the Network and Discourses of
Global Corporate Governance.
Journal of World-Systems Research, IX, 1, Winter.
-Chase-Dunn, Christopher (1999). Globalization: A World systems perspective,
Journal of World-Systems Research, Vol V, 2.
- Cueva, Agustín (2007). Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia.
Entre la ira y la esperanza CLACSO-Prometeo, Buenos Aires.
- Dos Santos, Theotonio, (2011).
Marxismo y ciencias sociales. Una revisión crítica, Luxemburg, Buenos Aires .
- Foster, John Bellamy (2015). The New Imperialism of Globalized Monopoly-Finance Capital,
Monthly Review, vol 67, Issue 3, july-August.
-Gereffi, Gary (2001) Las cadenas productivas como marco analítico.
Problemas del Desarrollo , vol 32, n 125.
-Goda, Thomas (2013). Changes in income inequality from a global perspective: an overview, April,
Post Keynesian Economics Study Group Working Paper 1303.
-Katz Claudio
Neoliberalismo, Neodesarrollismo, Socialismo (2016), Batalla de Ideas Ediciones, Buenos Aires.
-Katz, Claudio (2017b). Las modalidades actuales del subimperialismo
Tensões Mundiais / World Tensions v. 12 n. 23, Jul./Dez, Fortaleza.
- Luxemburg, Rosa (1968).
La acumulación del capital. Editoral sin especificación, Buenos Aires.
-Mandel, Ernest (1978).
El capitalismo tardío, ERA, México
-Marini, Ruy Mauro (1973).
Dialéctica de la dependencia, ERA, México.
-Marini, Ruy Mauro (1991).
Memoria,
www.marini-escritos.unam.mx/001
- Marini, Ruy Mauro (1993). La crisis teórica, en
América Latina: integración y democracia, Editorial Nueva Sociedad, Caracas
-Marini, Ruy Mauro (1996) .
Procesos y tendencias de la globalización capitalista, Prometeo, Buenos Aires.
-Marini, Ruy Mauro (2013). En torno a la dialéctica de la dependencia, “Post-Sriptum”, Revista
Argumentos vol.26 no.72 may-ago. 2013, México.
-Martínez Peinado, Javier (2012). La estructura teórica
Centro/Periferia y el análisis del Sistema Económico Global: ¿obsoleta o
necesaria?”, enero.
-Martins, Carlos Eduardo (2013) . El pensamiento de Ruy Mauro Marini y su actualidad para las ciencias sociales, Revista
Argumentos, vol.26, n 72, México.
-Milanovic, Branko (2014). Las cifras de la desigualdad mundial en las rentas Historia y presente.
Globalización y desarrollo, nº 880, Septiembre-Octubre.
- Milberg, William; Jiang Xiao; Gereffi, Gary (2014). Industrial policy
in the era 5 of vertically specialized industrialization,
http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/
-Milelli,
Christian (2013). L’émergence des firmes multinationales en provenance du « Sud ».
La mondialisation, stade supreme du capitalisme, Hommage a Charles Albert Michalet , Pu.Paris-10.
-Morales Ruvalcaba, Daniel Efrén (2013). En las entrañas de los BRCIS
Revista Brasileira de Estratégia e Relações Internacionais v.2, n.4, Jul-Dez.
-Panitch, Leo; Gindin, Sam (2014), American empire or empire of global capitalism?
Studies in Political Economy, 93, Spring.
-Piketty, Thomas (2013).
Le capital au XXIe siècle, Seuil.
- Pritchett, Lant (1997). Divergence, Big Time
Journal of Economic Perspectives, 11(3): 3–17.
-Robinson William I (2014). The fetishism of empire: a critica review of Panitch and Gindins´s making of global capitalismo,
Studies in Political Economy 93, Spring.
-Rodrik, Dani (2013). The Past, Present, and Future of Economic Growth,
Working Paper 1, June, Global Citizen Foundation.
-Smith, Ashley (2014). Global empire or imperialism?,
International Socialist Review, Issue 92, Spring.
-Smith, John (2010).
Imperialism & the Globalisation of Production. University of Sheffield, Sheffield.
-Trotsky, León (1975).
Tres concepciones de la revolución rusa. Resultados y perspectivas , El Yunque, Buenos Aires.
-Wallerstein, Immanuel (1984),
El moderno sistema mundial, Volumen II, El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600-1750, Siglo XXI, México
-Wallerstein, Immanuel (1999).
El moderno sistema mundial, Volumen III, La segunda era de gran expansión de la economía mundo, 1730-1850, Siglo XXI, Madrid.
-Wallerstein, Immanuel (2004).
Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos: un análisis de sistemas – mundo, Akal, Madrid.
-Wood, Ellen Meiksins (2002).
The origin of capitalism, Verso, London.
- Worsley, Peter (1980),
“ One world or three? A Critique of the World- System Theory or Immanuel Wallerstein , The Socialist Register, 1980.
El autor es economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es:
www.lahaine.org/katz