Bandera roja en Alemania: su crisis ‘invisible’ está a punto de estallar
La
necesidad de recapitalización de su sistema bancario, que pone el foco
sobre el emblemático Deutsche Bank; una doble burbuja inmobiliaria y
crediticia; y su insostenible superávit exterior por las tensiones
comerciales y la baja apreciación del euro constituyen su triada
fantasma.
No es dorado todo lo que
reluce en la coyuntura alemana. El motor de la recuperación europea
podría griparse a lo largo de 2017. Hasta el punto de que cada vez más
analistas hablan de “crisis invisible”, que se ha conseguido posponer en
los meses recientes, pero que estallará de forma “inevitable” en el
futuro inmediato. Una tesis que ya asumen instituciones como el Fondo
Monetario Internacional y que preocupa en los think-tanks y servicios de
estudios de bancos de inversión a partes iguales.
El FMI acaba de
dar su particular señal de alarma, sin que parezca que haya cundido el
más mínimo atisbo de asombro en el rostro de su imperturbable ministro
de Finanzas, Wolfgang Schäuble. En su reciente informe anual sobre
Alemania elude su tradicional lenguaje encriptado y, sin tapujos,
afirma, rotundo, que “el Deutsche Bank es el factor de riesgo sistémico
más importante que pende sobre la arquitectura financiera
internacional”.
Todo un aviso para navegantes; es decir, para
cualquier autoridad económica. Aunque no tanto para Schäuble, míster
niet, la némesis actual de Andrei Gromyko, en la zona del euro, según
sus propios colegas del Eurogrupo. El halcón del Ejecutivo de Angela
Merkel que ha mostrado su férrea oposición a la política de estímulos
del BCE, a su gestión de tipos de interés próximos a cero, a sus
programas de adquisición de deuda, a la reestructuración del
insostenible endeudamiento griego o a la mutualización de los bonos
soberanos de los socios monetarios europeos. Por no mencionar sus
constantes intentos obstruccionistas a que Alemania contribuya con
nuevos fondos al restablecimiento del dinamismo de los países
periféricos, los mismos que, en los años de bonanza, buscaron -y
encontraron, sin apenas dificultades- las líneas de financiación del
Deutsche Bank para sus negocios.
El diagnóstico del FMI es
rotundo. Se basa en el ratio capital-activos, el conocido como Tier 1,
según la nomenclatura de Basilea, las normas del Banco Internacional de
Pagos (BIS por sus siglas en inglés) que han establecido las nuevas
cotas de solvencia a las entidades bancarias de todo el mundo. Este
indicador, en el conjunto del modelo financiero alemán -advierte el FMI-
“ha caído de forma abrupta, precipitada”. Hasta suponer que el riesgo
de activos sea del 22,3%, frente al 25% del conjunto de la zona del euro
o la tercera parte en el caso del modelo estadounidense. Un dato de
alto voltaje cuya causa señala el propio Fondo.
Para que no haya
lugar a dudas: “Los bancos alemanes están minimizando sus pérdidas para
evitar dañar a sus empresas”. Es decir, que se han convertido en
“huraños”, aunque el poco crédito que ofrecen es para firmas germanas,
muchas de ellas participadas por las entidades financieras. “Son
amortiguadoras de capital”, llega a decir el FMI. También la autoridad
bancaria alemana admite, de alguna forma, este escenario.
“La
mitad de los bancos alemanes tienen una alta exposición a los bajos
tipos de interés” [del BCE], por lo que “podría ser necesario que
acometan futuras ampliaciones de capital”, admite la BaFin germana. Algo
que, además, a los ojos del Fondo, “va a perjudicar el repunte inversor
de países como Italia o España”. Aunque sea el BCE quien explique con
suma claridad parte de este razonamiento.
Lo hizo hace escasas
jornadas Sabine Lautenschlaeger, supervisora de la autoridad monetaria
europea, para quien la mayor resistencia adquirida por los bancos tras
la crisis de la deuda no ha impedido, sin embargo, la ralentización de
sus rentabilidades, lo que ha “elevado los riesgos en su búsqueda de
beneficios” y ha puesto en duda la financiación y, por tanto, la
viabilidad de numerosos negocios. Para Lautenschlaeger, los bancos no se
han amoldado a un contexto de “baja rentabilidad, abundante liquidez y
alta competencia” en el sector.
La cuenta de resultados del Deutsche
Bank revela su estado de fragilidad. Pérdidas netas de 6.700 millones
de euros en 2015, sin perspectivas de sobreponerse a sus números rojos
hasta, al menos, 2018, y caídas de ingresos del 22% en el primer
trimestre de 2016. Después de un año largo de descensos de dobles
dígitos, decenas de miles de trabajadores despedidos, retroceso de sus
ratings de deuda, depósitos y solvencia por parte de Moody’s y Fitch y
unas cotas de toxicidad de 41.900 millones de euros de sus activos,
fundamentalmente provocada por sus ofertas de productos derivados.
Jacob
L. Shapiro, de Geo Political Futures, considera que este diagnóstico es
similar al que el BIS hizo sobre Japón a finales de los años ochenta,
cuando advirtió a sus bancos que “debían ser suspendidos de las
transacciones internacionales por sus bajos niveles de reservas”. La
primera “bandera roja” que auguraba “el colapso” del entonces proclamado
milagro económico nipón, afirma Shapiro, quien encuentra otro parangón
con el inicio de la doble década perdida de Japón: la excesiva
dependencia de su sector exportador. En un informe titulado La crisis
invisible de Alemania. Y cómo el mundo debería verla, lo explica con
precisión. En su opinión, el Deutsche Bank es algo más que un banco…
alemán.
“Técnicamente, es un banco privado, pero informalmente, es
la mayor corporación gubernamental”, el instrumento que Berlín siempre
ha utilizado, junto al Commerzbank y el Dresdner Bank, absorbido por el
anterior en 2009, “como proveedores de capital, por un lado, y motores
del desarrollo industrial del país”, desde su nacimiento, un año antes
del nacimiento de Alemania como nación, en 1871. El mismo ejercicio, por
cierto, que Commerzbank y dos antes que Dresdner Bank. Todo un ejemplo
de marca-país.
Sin embargo, a Shapiro, lo que más le preocupa es
la vulnerabilidad de su sector exterior, anclado en el doble principio,
no siempre veraz, de que el libre comercio es universalmente beneficioso
y que los altos niveles de exportaciones indican eficiencia y solidez
económica. Como lo demuestra las recientes y actuales debilidades de
China, Rusia o Arabia Saudí por la severa competencia de precios a
escala global. Y Alemania está, si cabe, en un peligro aún más latente
porque, en términos absolutos, es el tercer gran exportador global, por
detrás de China y EEUU, pero con unas ventas equivalentes al 45,7% de su
PIB, frente a sólo el 22,6% del gigante asiático o al 13,4% de la
economía americana.
“El patrón de crecimiento alemán no va a ayudar a
evitar una crisis de mayores dimensiones”, aclara. Shapiro cree que el
mantenimiento de sus actuales tasas de exportación “resulta
insostenible”. Primero, porque la inestabilidad financiera de 2008, ha
modificado el escenario geoestratégico en Europa, con altas tasas de
desempleo en naciones periféricas, la salida de socios como Reino Unido
(Brexit), la irrupción de movimientos independentistas o el bloqueo
migratorio, que ya están deteriorando el mercado interior, a pesar de
que esta amenaza todavía resulta invisible en Alemania por la proximidad
al pleno empleo, la fortaleza de su gobierno o el vigor de su economía.
Al
contrario que ocurre entre los grandes mercados exportadores -China,
Rusia, Corea del Sur, Arabia Saudí-, cuyas coyunturas han empezado a
sufrir por las caídas en las cotizaciones de la energía y del resto de
materias primas, que también atraviesan una corrección de precios, y por
una nueva reaparición de restricciones crediticias. Factores, ambos,
que podrían ensombrecerse aún más con las tentaciones proteccionistas
que proceden de EEUU y el riesgo de recesión. Y que podrían llevar a
nuevos recortes de gastos y nuevos perjuicios a la clase media
profesional en toda Europa si Schäuble, como ha hecho patente con
España, reclama más austeridad.
A Alemania este panorama le podría
pasar la factura de Japón, el enfermo económico mundial. Shapiro señala
que ambas economías tienen mano de obra altamente cualificada y deben
elevar el consumo interno para reducir sus generosas tasas de ahorro,
trasladando sus ventajas competitivas y sus elevadas inversiones en
productos de mayor valor productivo. En un momento en el que la demanda
de bienes y servicios made in Germany de alta tecnología ha ido
perdiendo pujanza en mercados como el estadounidense o el francés ante
la fuerte rivalidad global de precios. En el que las cuotas de retorno
de las inversiones realizadas por las empresas alemanas (Volkswagen,
Bayer o BASF) vienen descendiendo desde finales de 2012. Y en el que su
sector privado está sacrificando sus ingresos para impulsar sus
exportaciones a corto plazo mediante bajadas de costes (BMW). Una
estrategia que también han seguido los bancos, con una exposición de
120.000 millones de euros (el 3% del PIB alemán) al tambaleante sector
financiero italiano, y que está detrás del precio más bajo de la acción
del Deutsche Bank en los últimos 30 años, marcada este año, o la pérdida
de beneficios del 52% del Commerzbank. Y que podría complicarse si el
valor del euro, un 18% infravalorado en los mercados, según el FMI,
inicia un rally alcista, a la estela del dólar.
Por si fuera poco,
existe un tercer factor tumultuoso, la doble burbuja crediticia y del
mercado inmobiliario. Un sobrecalentamiento que se ha acelerado por la
escalada salarial, casi única en Europa, que ha removido el equilibrio
entre la oferta y la demanda del mercado laboral -lastrado también por
el retroceso del flujo de inmigrantes- y que contrasta con la moderación
retributiva, especialmente en la industria, y con las caídas de
productividad en la zona del euro, apunta Gilles Moec, economista para
Europa de Bank of America Merrill Lynch.
Barbara Böttcher, del
servicio de estudios Deutsche Bank, admite que los bajos tipos de
interés del BCE complican “cualquier gestión prudente del mercado de la
vivienda” aquejado de altos niveles de demanda y de excesos de créditos
hipotecarios en los últimos años. A su juicio, “existe una clara amenaza
de sobrecalentamiento”; en especial, por la moda de ampliar hipotecas
de inmuebles para nuevas viviendas y porque, en paralelo, se ha
instalado un boom de precios de alquiler en la práctica totalidad de las
grandes ciudades del país.
Raymond Van der Putten, de BNP
Paribas, indica que la combinación de alza de la energía, riesgos
proteccionistas, una política fiscal menos laxa y bajos tipos de interés
“reclaman correcciones en los excesos del mercado inmobiliario” y
ajustes en el sector bancario y asegurador “para evitar su
fragmentación”.
A la espera de acontecimientos, el consenso del
mercado reduce medio punto, hasta el 1,3%, las previsiones de
crecimiento del PIB germano para 2017. En comparación con el ejercicio
que está a punto de culminar.
Diego Herranz | Público