El aumento de los casos de suicidio que reflejan las estadísticas en España no se atribuye oficialmente a causas concretas, pero se sospecha que la situación económica es un factor influyente. Una de las consecuencias de esa maltrecha economía son los desahucios, que han contribuido de manera directa a ese incremento.
© Susana Vera, Reuters
Andrés González Manzano, de 53 años, reacciona ante su desalojo en Madrid, España, el 3 de marzo de 2014.
La estadística de suicidios en España arroja un dato escalofriante: casi 11 casos al día. La cifra se ha incrementado durante la crisis, y en los medios de comunicación viene siendo habitual en los últimos años la aparición esporádica de casos relacionados directamente con procesos de desahucio.

En RT nos hemos preguntado hasta qué punto los desahucios, esa dramática consecuencia de la crisis financiera, son a su vez causa de suicidios y por qué lo son con tanta frecuencia. Y también nos hemos interesado por el impacto que tienen en la salud de las personas.

Incluso a simple vista, se entiende que un desahucio no es simplemente la culminación del proceso legal y administrativo por el que se desposee a una persona de su vivienda, sino también la entrada a un mundo lleno de dificultades sociales y emocionales, por el que las personas transitan a veces sin recursos suficientes para superarlas. Por la manera en que se ejecutan los desahucios y por los estragos que estos causan en la sociedad (siendo el más extremo de ellos este significativo incremento de los suicidios), todo indica que las autoridades y las instituciones no parecen ser plenamente conscientes de las profundas implicaciones psicosociales de este fenómeno o que, al menos, no han desarrollado la sensibilidad suficiente.



Comparte esta opinión Luis Chamarro, coordinador de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en Madrid, una de las asociaciones que más visibilidad ha ganado en España, y no por casualidad: su trabajo ha logrado paralizar más de 2.000 desahucios y ya han realojado a unas 2.500 personas, además de intervenir con éxito en la legislación para favorecer y defender de abusos a las familias con problemas hipotecarios.

"En la PAH trabajamos con el concepto de 'desahucio vital'" explica Chamarro, en alusión al fuerte impacto que tienen en la vida estos crueles procesos legales, que llegan a afectar seriamente a la salud de las personas: "Habitualmente, todo empieza con la pérdida del trabajo y de la posibilidad de afrontar las deudas normales de la propia vida, desde las cuestiones más básicas hasta las deudas financieras".
© Eloy Alonso, Reuters
Una amiga de Ángeles Lugilde llora durante su desalojo en Avilés, norte de España, el 20 de abril de 2015.
Esa situación de indefensión no tarda en generar problemas: Chamarro señala que "el 100 % de las familias afectadas por un proceso de desahucio sufren problemas de salud. Principalmente afectación psicológica, pero también múltiples problemas de salud física, de los que el 50 % son padecimientos de carácter grave. Hay un problema de ansiedad continuo, con todos sus derivados: insomnio y alteraciones de la conducta alimentaria (agravados por el hecho de que a veces ni siquiera se tiene dinero para llevar una dieta medianamente equilibrada). Y, por otra parte, suelen agravarse los problemas que ya tenga la persona previamente: afecciones cardiacas, coronarias... esos casos son muy numerosos: el número de fallecimientos por infarto es significativamente alto".

En cuanto al problema de los suicidios, explica que "la mayor parte de la gente no pide ayuda, no sabe defenderse. De ahí se deriva el incremento de los suicidios. En la cifra oficial, de casi 11 suicidios diarios, no se explican las causas. Pero nosotros manejamos datos suficientes como para decir, incluso aplicando un principio de prudencia, que más de la mitad, es decir, más de 5 al día, tienen que ver con la situación económica".

Preguntamos a Luis Chamarro cómo puede ayudar su plataforma a paliar esta terrible consecuencia de los desahucios: "Enseñándoles a vivir en esas circunstancias, revirtiendo el orden de prioridades y dejándoles claro que, desde el punto de vista legal, solo hay que querer defenderse para poder salir de la situación".

Para ello, la PAH no cuenta con profesionales, sino con la voluntad de los colaboradores y con la solidaridad y el apoyo mutuo de los afectados entre sí.

Uno de esos afectados es Kristian, un malagueño afincado en Bilbao que perdió la vivienda familiar hace más de 5 años. Accede a contarnos su experiencia: "Nosotros teníamos una empresa familiar de construcción que funcionaba bien, en plena burbuja, y llegó un momento en que la crisis lo paralizó todo. Empezamos a tener impagos, demoras de nuestros clientes, retrasos, cobros pendientes... y la empresa tuvo cerrar. Uno de los primeros casos de la parálisis del sector durante la crisis inmobiliaria fue el nuestro".

Y también fue uno de los más representativos. Lo que nos relata a continuación, retrata uno de los problemas más graves y habituales que se dieron durante la burbuja inmobiliaria española y contribuyeron a su tóxico crecimiento: la desinformación generalizada de los ciudadanos frente a productos financieros complejos, que aceptaban confiando ciegamente en el banco de turno. "Pedimos rehipotecar la casa y, cuando nos dirigimos al banco, la verdad es que no entendíamos nada de esos temas. Aceptamos una hipoteca con euribor variable y no se qué más... nos vendieron la moto. No entendíamos bien los detalles y, solo con el tiempo, llegamos a entender el tipo de trato tan oscuro que habíamos firmado. Por la variabilidad del euribor, en un tiempo muy corto, pasamos a pagar 900 a 1.700 euros, casi el doble".

Y ya no había vuelta atrás: "Cuando empezaron los problemas —continúa Kristian—, intentamos pactar con el banco de mil maneras; al fin y al cabo, ellos nos conocían y sabían como trabajábamos, sabían también los motivos de nuestro cierre: los impagos de nuestros clientes, los pagos aplazados... pues nada, no aceptaban ninguna fórmula alternativa: solo querían desahuciarnos y quedarse con la vivienda". El mismo 1 de enero de 2011 tuvieron que entregar la llave a la entidad bancaria.

La experiencia de Kristian refleja perfectamente la dinámica macroeconómica que, en España, ha producido una escalofriante cifra de desahucios. Y aunque sus circunstancias personales amortiguaron razonablemente un golpe que hubiera podido ser mucho más duro, su experiencia también incluye los rasgos dramáticos propios de los desahucios: "Para nosotros, lo peor de todo fue la sensación de fracaso. De mis padres, sobre todo. Para ellos, que eran mayores, fue muy difícil superarlo. Mi madre estuvo muchos meses con ansiedad y depresión y temíamos por la salud de mi padre, que tenía problemas coronarios y había sufrido algunos infartos. Yo mismo tuve una época en la que necesité alejarme de todo eso y me salí. Fue mi hermano el que se hizo cargo y me iba informando... me hubiera gustado llevarlo mejor, resistir más. Fue muy necesaria la solidaridad familiar. Por suerte, somos una familia grande y pudimos salir adelante entre todos. Como vivíamos en un pueblo pequeño, la gente era cercana y, de vez en cuando, nos ofrecieron ayuda".

Desafortunadamente, no todos cuentan con circunstancias suficientemente favorables. El propio Kristian nos cuenta que un compañero, un gestor de otra empresa, muy cercano y ocasional colaborador, se suicidó unos años después.

¿Como influyen los desahucios en el ánimo de las personas? Y, sobre todo, ¿cómo pueden derivar en suicidio con tanta frecuencia? Say Lindell, psicólogo y activista en la campaña Vivir Dignamente en Málaga, nos ayuda a comprenderlo.

Ante un proceso de este tipo, indica que "lo más previsible es la ansiedad y la inestabilidad emocional. Las personas que están sufriendo la posibilidad de un desahucio se encuentran ante una situación muy estresante, que no controlan, que les genera muchísima inseguridad: un mundo para el que no están preparados y para el que no tienen recursos suficientes".

"La sensación habitual —continúa Lindell— es la de: 'quiero arreglarlo y estoy dispuesto a hacer todo lo posible, pero no tengo los recursos suficientes: ni económicos, ni de conocimientos', porque, claro, además se trata de un mundo muy complejo, jurídico, administrativo, legal... y todo eso produce mucha inseguridad y mucho miedo, que normalmente lleva a un bloqueo, a una parálisis, a la frustración. Eso es muy habitual: frente a la fuerte ansiedad y la imposibilidad de dar una respuesta, se producen conductas de evitación o una anulación total de la conducta. Normalmente, eso deriva en un estado depresivo. Es importante atender a la emociones que se van dando, porque un desahucio provoca un 'shock' emocional muy fuerte".
© Albert Gea, Reuters
La policía regional catalana se lanza con equipos antidisturbios contra los manifestantes durante una protesta por el desalojo de los ocupantes del 'banco expropiado', en Barcelona, España, el 29 de mayo 2016.
Una vez que se ejecuta, la víctima del desahucio tiene que afrontar una nueva situación llena de dificultades. Desposeído de su hogar, probablemente incluido en listas de morosos que le impedirán el acceso a cualquier tipo de financiación (o a la contratación de servicios, como una linea de teléfono móvil o un suministro eléctrico a su nombre), la persona desahuciada queda considerablemente excluida de su entorno social: "Aunque depende, en parte, de las circunstancias de cada uno, esto casi siempre crea importantes sentimientos de soledad y vulnerabilidad... y ocurre un derrumbe de algunos pilares básicos de las creencias que se tenían sobre el mundo. El desahuciado, por decirlo así, queda estigmatizado".

Las consecuencias de este nuevo estado de cosas, de esta exclusión social que se produce de hecho, son devastadoras: "hay que tener en cuenta —enfatiza este psicólogo— que el ser humano es un ser básicamente social. Si al ser humano se le condena de alguna manera a la exclusión, esa persona queda estigmatizada, sufre secuelas importantísimas y pierde la sensación de pertenencia a sus grupos sociales... ¿Cómo va a tener relaciones sociales, si no tiene ni para tomar un café? ¿Como va a tener una pareja, si no tiene un sitio donde disfrutar la intimidad? Se le está anulando socialmente y eso, para un ser humano, es casi imposible de afrontar".

Este tipo de problemas, como ya hemos apuntado antes, no tardan en producir un fuerte impacto en la salud: "Está comprobado que este tipo de situaciones acarrean enfermedades físicas, se somatizan mucho: trastornos en la piel, alergias, se bajan las defensas, se sufren más resfriados, las dolencias se hacen crónicas, aparece el reuma, los dolores de espalda, los trastornos alimentarios...".

Las palabras de Lindell, en general, ofrecen una profunda visión de conjunto, que trasciende la percepción simplista del desahucio como una transacción en que una persona física pierde un inmueble. Cuando le preguntamos por qué un desahuciado podría llegar a suicidarse como, de hecho, ocurre demasiadas veces, nos responde así: "Es que en parte ya ha perdido su vida; ha perdido las ilusiones, se le ha deteriorado parte de su tejido social y de su identidad. La casa no es una pertenencia, como una gorra o un vestido: la casa es un espacio de vivencias y de convivencia". Y concluye: "La palabra 'vivienda' viene de 'vivir'. Lo que se pierde en un desahucio no es un edificio, no son unos muros, es una parte importante de nuestro ser".

Si uno comprende lo que dice Say Lindell, cuesta entender la frialdad con que se ejecutan millares de desahucios y aparece la necesidad de plantearse si son una solución proporcionada a los problemas que pretenden resolver.