Bana vio por última vez a su hijo Mohamed cuando este desayunaba en su
hogar, en Alepo, poco antes de que saliera disparado hacia el instituto
el 12 de agosto de 2012. Nunca más volvió a casa. Bana y su marido
esperaron, después preguntaron por él a todos sus amigos, pero no
consiguieron averiguar nada.
Bana contempla la foto de su hijo desaparecido, Mohamad. (Foto difuminada por razones de seguridad, Bader Taleb/MEE)
Bana, que pidió que no utilizáramos su nombre real para no exponerse a
algún peligro, recuerda: “Uno de sus compañeros de instituto se presentó
en nuestra casa con el rostro congestionado y sin aliento llamando
frenéticamente a la puerta. Nos contó que la policía había cogido a
Mohamad en una manifestación y que se lo había llevado detenido. Me
derrumbé en el suelo sollozando, no sabía cómo iba a poder ayudarle”.
Desde entonces, la pareja ha intentado desesperadamente obtener
información de las autoridades sobre Mohamad, que tenía 17 años en aquel
momento y era el mayor de sus tres hijos.
“Hemos pagado dinero
para conseguir averiguar algo. Nos dijeron que estaba vivo pero no nos
dieron oportunidad de verle. Incluso ahora desconocemos si está vivo o
no.”
Obligados a vivir sin dignidad
Bana y su
marido son solo algunas de las miles de personas que huyeron de Alepo
hace dos años, cuando la lucha entre los rebeldes y las fuerzas del
gobierno sirio llegó a su climax.
Desde el momento en que las
barriadas orientales de la segunda ciudad del país cayeron ante los
combatientes que apoyaban al presidente Bashar al-Asad, familias como la
suya pudieron huir gracias a un acuerdo auspiciado por la ONU,
llevándose con ellos solo lo que pudieron cargar.
Su historia es una entre millones: el
Centro de Control de los Desplazamientos Internos
informa que más de la “mitad de la población anterior a la guerra del
país se ha visto forzada a huir de sus hogares desde que estalló el
conflicto en 2011”.
Señala asimismo que la cifra de refugiados
que aún se encuentran dentro de las fronteras de Siria, hasta finales de
2017 inclusive, era de 6,8 millones, incluyendo los 2,9 millones que se
generaron solo en 2017.
Por otra parte,
Cruz Roja
informa que al menos 34.000 personas, incluidos civiles y combatientes
rebeldes, fueron evacuados de los vecindarios del este de Alepo en una
operación de una semana de duración que se inició a mediados de
diciembre de 2016.
Bana prepara el desayuno en una sencilla cocina de gas (Foto: Bader Taleb/MEE)
Bana y su familia viven ahora en el pueblo de Kafranbel, en el suroeste
de la provincia de Idlib. Ella trabaja como limpiadora (“No me pagan
mucho, pero es mejor que no hacer nada”), mientras su marido está
empleado como taxista y repartidor.
Uno de los pocos objetos
que pudo llevar con ella fue una foto de Mohamad, que ahora debería
tener 23 años. Su rostro nos contempla desde las fotos colocadas en las
paredes de su nuevo hogar.
Bana se siente muy agotada para sus
40 años y habla con un tono apagado. Sus manos tiemblan. De vez en
cuando respira agitadamente mientras relata sus sombríos recuerdos.
Llora cada vez que habla de Mohamad, dando gracias en el caso de que
esté vivo y pidiendo que su alma pueda descansar en paz si está muerto.
Pero no hay amargura en ella. En cambio, se siente agradecida por lo
que tiene, por haber sobrevivido con el resto de la familia, por las
bendiciones y misericordia divina.
El hogar de Bana en Alepo
era una de las propiedades más antiguas de la ciudad, notable por su
arquitectura histórica y un patio abierto a los cielos. Cuando estalló
la guerra, todos los días se despertaban con el sonido de las
explosiones y de los aviones de combate sobrevolando por encima de la
barriada.
Consecuencias de un ataque de las fuerzas del gobierno sirio con bombas de barril (Abril de 2014, AFP)
“Nuestro desayuno consistía entonces en rebanadas de pan, aceitunas,
za’atar
y una taza de té. A pesar de su simplicidad, resultaba suficiente en
medio de aquellos árboles espléndidos que rodeaban los muros de la casa,
con la fuente en medio del patio. Aquello no tenía precio.”
Recuerda los años de penurias en la Ciudad Vieja sin los servicios más
básicos, sobreviviendo a los innumerables ataques aéreos. “No teníamos
miedo de la muerte. Los sentimientos que experimentábamos mientras
vivimos en nuestra casa nos hicieron fuertes. Nos hicieron valientes,
incluso en las peores circunstancias”.
Pero si bien la familia puede parecer más segura en estos momentos, no se sienten así.
Al menos en Alepo, dice Bana, podían vivir en su ciudad natal con
dignidad en lugar de tener que convertirse en desplazados. Sus recuerdos
vuelven a las reuniones familiares, a las comidas familiares y a una
vida sin miedo a la muerte o la guerra. Ahora vive en un lugar que no
conoce y en un mundo que a ella y a su familia les resulta extraño.
“Mi vida ahora consiste en despertarme, servir el desayuno a mis tres
hijos en una pequeña mesa en la que apenas cabemos y vivir en una casa
en la que nunca antes hemos vivido. Tenemos una cocina donde apenas
puedo lavar los platos y una vieja lavadora que no puede funcionar de
manera eficiente por la escasa electricidad de que disponemos en nuestro
distrito. Esa es nuestra vida. No estoy segura de que las personas de
fuera puedan comprender cómo nos sentimos.”
Los matones que dirigen las barriadas
Bana tiene miedo de volver a las zonas orientales de Alepo, controladas
ahora por el gobierno. Su temor principal es que su casa, si todavía
está en pie, pueda haber sido requisada.
En abril, Damasco aprobó la Ley nº 10. En apariencia para alentar el
desarrollo inmobiliario de la posguerra,
permite que las casas sean confiscadas y restauradas, o paga una
compensación a los propietarios conforme a la nueva ley de la propiedad.
Evacuación de Alepo, diciembre de 2016, de los combatientes rebeldes y sus familias (AFP)
Luego están los
shabiha,
las pandillas de matones armados apoyados por el gobierno que a menudo
llevan el terror a los vecindarios. En las primeras etapas de la guerra
se utilizaron para reprimir las manifestaciones y secuestrar a los
manifestantes. Ahora se les puede ver a cargo de los puestos de control,
especialmente en las zonas donde el gobierno ha recuperado el control.
“En este momento tienen el control de todo, saquean casas y chantajean a
las personas para obtener dinero de ellas, amenazándolas con la prisión
y acusándolas de trabajar con los rebeldes, etc.”
Bana desdeña
los informes sobre el regreso a la vida normal, los califica de
“tonterías” y habla de los “ejércitos de redes sociales de Asad que
tratan de reflejar esa imagen falsa”.
“En el este, en
particular en el distrito de la Ciudad Vieja, la electricidad no llega
durante días o incluso semanas, y la gente sigue aún dependiendo de los
generadores para su vida diaria. Yo no regresaría, tampoco lo haría mi
familia, a pesar de todo lo que se dice de que la vida está volviendo a
la normalidad, de que las casas, las calles y los servicios van
gradualmente recuperándose a cómo eran antes de la guerra”.
Huyendo de un lugar a otro
En Ehsem, al sur de Idlib, Masud sorbe su habitual taza de té bajo el
suave sol otoñal. Sus encallecidas manos, en las que sostiene un
cigarrillo, están temblando, pero no es a causa del frío.
Al
igual que Bana, Masud y su familia escaparon también de Alepo a finales
de 2016 (también nos pidió que no utilizáramos su nombre real). Han
pasado dos años y Masud sabe que nunca va a poder volver a su hogar en
la Ciudad Vieja, donde sus antecesores vivieron, trabajaron y criaron a
sus familias.
“Incluso durante los dominios francés y otomano,
nadie emigraba de la ciudad”, dice. “Yo tuve que irme y nunca voy a
poder volver, ni siquiera para que me entierren allí”.
En su
nueva casa, se accede por una puerta de madera destartalada. La sala de
estar sólo cuenta con una alfombra. Sin electricidad no hay televisión;
la familia carece también de teléfono desde 2012, lo que refuerza aún
más su aislamiento.
Rebeldes sirios hacen guardia mientras el propietario de una tienda
atiende los daños por las bombas, Alepo, noviembre de 2012 (AFP)
En el centro de la habitación hay una pequeña estufa de gas que la
familia no puede permitirse encender aunque funcione; para aguantar el
frío, se meten debajo de las mantas y fingen que está encendida. La
única luz proviene de una bombilla en el techo.
Durante los
primeros años de la guerra, la tienda de muebles de Masud en la Ciudad
Vieja fue saqueada para acabar después destruida por un ataque aéreo del
gobierno.
Masud, que tiene unos cuarenta y tantos años, su
esposa y sus tres hijos, que tenían entre 8 y 15 años, se mudaron de su
casa cerca de la Plaza de la Sal al distrito de Yibb Al Quebeh, pasando a
depender de los ingresos que proporcionaba su tienda de ultramarinos,
su otro negocio, para poder mantenerse.
“Sobreviví con mi familia durante los ataques”, recuerda. “Y teníamos comida suficiente en el plato”.
Cuando estallaron los enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y
el Ejército Sirio Libre, la familia huyó nuevamente, en septiembre de
2012, a casa del hermano de Masud en Hretan, en las afueras del noreste
de Alepo. Una vez que cesaron los combates y el ESL se hizo con el
control, regresaron a su antiguo vecindario.
“Aunque tuvimos
que soportar ataques aéreos las 24 horas del día los siete días de la
semana del último año antes de partir”, dice, "seguíamos viviendo,
trabajando, casando a nuestros hijos, festejando y riendo”.
Un hombre fotografía una ceremonia de boda grupal en Alepo, diciembre de 2015 (AFP)
Pero los combates eran más duros que antes y tuvieron que acudir al consejo local en busca de ayuda.
“Las estanterías de mi tienda estaban casi vacías durante las primeras
semanas del asedio, en noviembre de 2016. Nos quedamos allí hasta
finales de 2016. El punto de inflexión se produjo aquel día del 7 de
diciembre, cuando mis hijos me despertaron y me dijeron que teníamos que
marcharnos porque el régimen estaba avanzando velozmente.”
La
familia se dirigió a Sif-Dawla, una zona controlada por los rebeldes en
el distrito de Alebesah, que también estaba bajo la amenaza del
gobierno. “Estábamos atascados: el régimen amenazaba con avanzar y dejar
que sus combatientes nos mataran a todos”.
Recuerdos que no morirán
Ahora estamos en noviembre de 2018. Los ingresos de la familia se han
reducido. Masud ya no es propietario de ninguna tienda sino que trabaja
para otra persona. "El propietario me da un salario de 50 dólares al
mes, que apenas es suficiente”, dice.
Y los recuerdos de la vida en Alepo siguen perdurando.
“Una taza de café, y la música de Sabah Fakhri por las mañanas, me
servían para refrescar el alma y prepararme para ir al trabajo cada día
lleno de energía”, recuerda.
Destrucción de la Gran Mezquita de los Omeyas de Alepo en junio de 2017 (AFP)
“Teníamos un gran patio con una fuente en medio. Despertaba cada mañana
con el aroma de las rosas en crecimiento y los árboles alrededor de las
paredes y de la azotea. Aquí me siento cada mañana con mi café, con un
par de fotos que tomé hace unos años de mi calle y mi vecindario, era
como estar en el cielo… Aquella mañana tradicional, que solía disfrutar
desde que era un niño con mi familia en nuestra antigua casa, ha
desaparecido y no volverá más”.
“Son los recuerdos de mi ciudad, donde sueño con volver algún día antes
de morir. Me gustaría visitar la tumba de mi padre y rezarle y pasar
mis últimos días en un lugar con el que sienta más familiarizado, no
aquí donde casi no conozco a nadie”, dice Masud (Foto: Bader Taleb/MEE)
Se produce un silencio. Cuando responde unos segundos más tarde, lo hace con un fuerte suspiro de desesperación.
“Sentimientos así son para toda la vida. Un viejo como yo no puede
borrarlos de la cabeza. Aparecen en mis pesadillas diarias desde que nos
fuimos de Alepo.”
Las únicas fotos en las paredes de la casa de Masud son recuerdos de Alepo (Foto: Bader Taleb/MEE)
Nos cuenta que muchos refugiados que se encuentran ahora en el norte de
Siria albergan sentimientos similares, que prefieren la vida bajo
asedio en su hogar a una vida pacífica en otro lugar.
“Y no se
debe a que amemos la muerte o queramos que la violencia sea parte de
nuestra vida diaria, aunque desde un punto de vista ajeno a Siria pueda
parecer eso. Se trata de algo muy simple: 'amamos nuestros hogares'. No
nos sentimos seguros ni capaces de adaptarnos a otros lugares. Es peor
que la muerte, la artillería o los bombardeos. Puede que nadie me crea,
pero es así”.
Comenta que si bien ahora viven en una casa
pequeña y segura, todavía no saben qué puede pasar a continuación, sobre
todo respecto a las negociaciones sobre el destino de Idlib.
“Vivimos nuevamente en el limbo, temiendo otra tragedia pendiente hasta
que Rusia presione el botón para atacarnos de una vez por todas”.
Por qué no puedo volver
El dilema a que se enfrenta Masud es el mismo de miles de desplazados
sirios, ¿cómo van a poder volver a casa después de todo lo que ha
sucedido?
Al igual que Bana, se siente muy escéptico de los
informes que dicen que la vida está volviendo a la normalidad en Alepo, y
dice que el este de Alepo no tiene acceso a agua ni a electricidad,
pero que no es eso lo que le impide volver a casa. Su familia y él
sobrevivieron en condiciones peores durante la guerra.
Masoud
dice que aunque no luchó por ninguno de los bandos durante la guerra, se
manifestó en apoyo de los rebeldes durante el primer año y protegió a
algunos de ellos.
“En otras palabras”, dice, “no luché con los
rebeldes, pero no puedo volver porque tengo antecedentes de haberme
opuesto al régimen”.
Manifestantes sirios sobre el retrato de Bashar al-Asad en Alepo, noviembre 2012 (AFP)
“Mis opiniones eran bien conocidas en el vecindario. Regresar ahora
sería un suicidio. Venimos escuchando desde 2017 que el régimen está
deteniendo a muchos de los que vivían allí cuando los rebeldes
controlaban la zona, sin que le importe si eran civiles o no”.
Asimismo, se muestra desdeñoso respecto a las leyes de reconciliación
destinadas a alentar a los refugiados a regresar a sus hogares, así como
con los informes de indultos para los desertores del ejército.
“Todos o la mayoría de los que regresaron a Alepo y otros lugares fueron sometidos a investigación y tuvieron que pasar
un buen período de tiempo en la cárcel”.
“Cuando estás detenido, nadie sabe si estás vivo o no, si estás
discapacitado, si te han reclutado para espiar a personas y vecinos, que
es lo último que querría que hiciera mi familia o que tuviera que vivir
rodeada de ese ambiente”.
Zouhir Al-Shimali es un periodista y fotógrafo de Alepo que trabaja online.
Fuente:
https://www.middleeasteye.net/news/what-happened-to-the-families-evacuated-from-aleppo-syria-war-exile-%202137739366
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