La
Unión Europea, ese ente con apariencia de vida al igual que la tiene un
zombi, celebró entre los días 12-17 de febrero su 55 Conferencia
Europea de Seguridad en Munich (Alemania) y las conclusiones que saca de
ella son de lo más desalentadoras. La principal, una obviedad que
llevaba dos años esquivando pero que ahora ya no lo puede hacer: “el
afianzamiento de grandes potencias autoritarias ha provocado que el
mundo esté entrando en una nueva era de competencia de poder” (1).
Evidentemente
se está refiriendo a China y a Rusia, contraponiendo sus modelos
políticos con el “mundo occidental liberal”. Si hace dos años la UE en
esa misma conferencia anual decía que se asistía al “surgimiento” de
esas grandes potencias ahora ya reconoce que se han afianzado y que han
puesto los mimbres para un nuevo orden mundial que hace del
multilateralismo su eje central. Tanto que ahora sólo se puede
certificar que "el orden internacional liberal ha sido dañado hasta tal
punto que es difícil que se pueda volver al status quo anterior" (2).
A
estas alturas de la historia se puede afirmar sin riesgo de error que
China y Rusia, los dos países protagonistas del fin de la hegemonía
occidental, han logrado una alianza estratégica en la que hay un gran
denominador común: la amenaza estadounidense, en primer lugar, y la
occidental en segundo término.
Zbigniew Brzezinski, uno de los
principales pensadores geoestratégicos de EEUU, tuvo tiempo de darse
cuenta de lo que estaba pasando un poco antes de su muerte (2017) e
intentó hacer sonar la alarma en el establishment estadounidense pero
sin demasiado éxito. Eran los últimos años de Obama en la presidencia y
se consideraba a Brzezinski poco menos que un viejo con sus capacidades
intelectuales muy dañadas. Pero Brzezinski se fue a la tumba casi con la
misma cuestión que llevaba repitiendo durante los últimos veinte años
de su vida: que Eurasia se iba a convertir en “el escenario más
peligroso para EEUU” y que había que evitar “una gran coalición de China
y Rusia, coalición que no sería ideológica sino por reclamos
complementarios”. E iba un paso más allá al afirmar que en dicha
coalición sería China quien llevase la voz cantante.
No se
equivocó mucho, desde luego. Pero quien sí se equivocó fue el llamado
“estado profundo”, que no veía posible esta alianza dada la “no
convergencia natural de intereses” entre China y Rusia y sus diferencias
en cultura, valores e, incluso, intereses. Y siguió haciendo lo mismo,
lo único a lo que está acostumbrado desde la desaparición de la URSS y
la hegemonía incontestada de EEUU desde entonces: imponer y agredir, con
el inestimable seguidismo de sus vasallos de la UE y de otros países
bajo su férula, como Japón. Y quienes eran rivales geopolíticos hasta
hace muy pocos años, más o menos hasta el 2008, comenzaron poco a poco a
acercarse hasta llegar a la relación más completa, densa y consecuente
que han tenido nunca (3).
Desde la expansión de la OTAN hacia las
fronteras con Rusia a la guerra de los Balcanes, desde la guerra de
Georgia contra Osetia y Abjasia al golpe neonazi del Maidán en Ucrania,
los intentos de hacer retroceder a Rusia y humillarla han sido muchos.
Pero cuanto más se agredía a Rusia más cerca se ponía a este país de
China. Y China, encantada. Porque hoy es un hecho que Rusia está
sobreviviendo a las sanciones occidentales, impuestas por EEUU y
secundadas por la UE, gracias sobre todo a China y eso ha provocado que
desde 2014 Rusia haya girado lentamente, pero de forma irreversible,
hacia el este asiático y que China se haya convertido en el socio
comercial más importante para Rusia, bastante por encima de EEUU y de
Alemania que ocupan los puestos segundo y tercero, respectivamente. Si a
ello se añade que este año China pasará a ser el mercado más grande de
gas para Rusia, por encima de Alemania, ya está dicho todo. Ni Rusia ha
caído por las sanciones, ni caerá, ni China podrá ser amenazada ni
bloqueada en su dependencia de petróleo y gas puesto que el grueso de lo
que necesita le llega desde Rusia.
La alianza entre los dos
países es tan estrecha que comparten la misma visión de cómo EEUU está
desafiando sus intereses en Europa del Este o en el Mar del Sur de China
y hace lo posible y lo imposible por provocar el descontento social, en
Rusia imponiendo sanciones y en China imponiendo aranceles. Por si
hubiese alguna duda, cabe mencionar que en la Estrategia de Seguridad
Nacional de Trump se define a China y a Rusia como competidores
estratégicos, adversarios y enemigos.
No debería sorprender, por
lo tanto, que China y Rusia hayan respondido afirmando su “asociación
estratégica integral”. Una asociación “integral, igualitaria y basada en
la confianza y cooperación estratégica”, según el ministro de Asuntos
Exteriores ruso, o “juntas como labios y dientes” en palabras del
embajador chino en Moscú (4). La alianza es tan sólida que Putin no ha
tenido empacho alguno en reconocer que "la lucha principal, que ahora
está en marcha, es la del liderazgo mundial y no vamos a enfrentar a
China en esto".
Aunque China se desgañite diciendo que no, que no
es eso lo que pretende, la realidad es muy tozuda y todo el mundo lo
ve. Incluida la UE que se pregunta "¿cómo recoger las piezas de lo que
queda del liderazgo occidental?" intentando aprovechar el momento para
ser alguien en geopolítica y lanzar de forma abierta la idea
franco-alemana de un ejército europeo o intentar tener un papel más
relevante y no secundario en cuestiones económicas (5). No lo tiene
fácil cuando se tiene que reconocer que lo primero es una idea que no
entusiasma a la población europea pese a que tampoco entusiasma como
antaño el vasallaje a EEUU dado que solo el 14% de la población de los
27 países de la moribunda UE “tienen confianza plena” en EEUU (6).
Si
China tiene algún talón de Aquiles es el militar y aquí entra Rusia con
decisión y firmeza. No solo ambos países vienen realizando maniobras y
ejercicios militares conjuntos desde el año 2015, sino que hay ya una
alianza militar funcional donde los generales rusos y chinos tienen
reuniones periódicas sobre la evolución de los respectivos ejércitos,
las amenazas a que se enfrentan y sobre la transferencia de tecnología
rusa a China, que es cada vez mayor y más completa.
A eso hay que
añadir la coordinación diplomática en asuntos internacionales, como se
ha podido observar en la última reunión del Consejo de Seguridad de la
ONU vetando ambos países sanciones occidentales contra Venezuela. Quien
llevó la voz cantante fue Rusia y China secundó. Lo mismo se puede decir
de todas las veces que se ha pretendido hacer lo mismo con Siria. Y al
revés cuando lo que se ha tratado es de Corea del Norte, donde Rusia
hace lo que dice China.
Esta coordinación no se queda aquí, sino
que se amplía a través de la Organización de Cooperación de Shanghai o
el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, por ejemplo, donde
Rusia es el tercer contribuyente detrás de la propia China y de India.
Si a ello se añade la puesta en marcha del petro-yuan, que los dos
países en octubre de 2018 decidieron vincular sus sistemas de pagos
bilaterales, el China Unión y el Karta Mir, para eludir el dólar, se
puede establecer casi con certeza el tiempo que le queda a Occidente
hegemonizando el mundo: casi nada. Especialmente porque al dejar de
comerciar en dólares o en moneda occidental, como el euro, el poder de
Occidente declina de forma considerable. Como dato, solo hacer notar que
China y Rusia comenzaron a comerciar en rublos y yuanes, de forma
experimental, hace cuatro años con porcentajes que no han hecho más que
crecer: del 2% del total del comercio entre ambos en 2015 se pasó al 9%
en 2016, fue del 15% en 2017 y se estima, porque aún no hay datos, que
estará muy cercano al 20% en 2018. Aunque parezca poco, el porcentaje es
muy alto en solo cuatro años y sin una decisión firme, legal, para
entendernos. Si se tiene en cuenta que el comercio entre los dos países
alcanza los 100.000 millones de dólares y que para el 2024 está previsto
que sean 200.000 millones, solo hay que imaginar la cantidad de dólares
de menos que hay y habrá en el mercado mundial. La consecuencia es que
el dólar ha bajado como moneda de reserva mundial, por lo que es en esta
tesitura en la que hay que situarse para entender lo que está pasando y
las paranoias agresivas de EEUU y sus desesperados intentos de evitar
la desdolarización de la economía mundial.
De la pérdida de la
hegemonía occidental es consciente casi todo el mundo y por eso ahora,
con Venezuela como ejemplo, se constata cómo sólo un tercio de los
países del mundo ha reconocido al títere Juan Guaidó como “presidente
interino” siguiendo los designios de EEUU. Esta rebelión, por pequeña e
insignificante que parezca, tiene mucho más relieve que cualquier otra
cosa porque significa que hay un nuevo orden mundial en marcha, un nuevo
orden multilateral que ha dado al traste con el viejo orden
internacional como , a su pesar, se ha visto obligada a reconocer de
forma abierta la UE.
Notas:
(1) Munich Security Report 2019. The Great Puzzle: Who Will Pick Up the Pieces?
MunichSecurityReport2019.pdf
(2) Ibid.
(3) Alberto Cruz, “Eurasia como eje del siglo XXI”
https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2111
(4)
http://www.theasanforum.org/military-aspects-of-the-russo-chinese-alliance-a-view-from-the-united-states/
(5) Munich Security Report 2019.
(6) Ibid.
Alberto
Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las
brujas de la noche. El 46 Regimiento 'Taman' de aviadoras soviéticas en
la II Guerra Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del
CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a
libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org También se puede encontrar en librerías.
Fuente:
https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2400