por
Esaúl R. Álvarez – “
El Tantra
madre (Magyü) dice: si uno no está consciente en la visión, es poco
probable que pueda estar consciente en la conducta; si uno no está
consciente en la conducta, es poco probable que pueda estar consciente
en el sueño; y si uno no está consciente en el sueño es poco probable
que pueda estar consciente en el bardo después de la muerte“. Tenzin Wangyal Rínpoche,
El yoga de los sueños.
El papel que juega la tecnología en el proyecto en curso de
construcción del ‘hombre nuevo’ es indudable. La influencia de la
tecnología va mucho más allá de los aspectos políticos, sociales y
convivenciales que son a los que se presta una mayor atención, si bien
no ha pasado desapercibida su influencia sobre el psiquismo del sujeto
humano, por ejemplo en el aprendizaje, la atención o la memoria.
Pero ciertos aspectos de esta influencia psíquica -es decir, sobre el alma- suelen permanecer ignorados.
Tecnología, símbolo y desanimación del mundo.
“La naturaleza es signo visible de las cosas invisibles que esperan al hombre“. San Buenaventura de Fidanza.
En primer lugar la tecnología es un instrumento esencial a la hora de
desanimar el
mundo, objetivo que es común a todo el proyecto de la modernidad.
Empleamos el término desanimar en su sentido etimológico: sustraer el
alma. Esto lo logra la tecnología principalmente por medio de alejar al
hombre de la naturaleza haciéndole vivir en un nuevo contexto creado
exclusivamente por manos humanas. La tecnología destruye el lenguaje
simbólico y vuelve la realidad prosaica, sin sentido, donde solo cabe ya
el pragmatismo más grosero. El maquinismo materializa y desanima
-extrae el alma- el mundo, le roba su alma y a la vez impide al hombre
conocer la suya propia.
El hombre tradicional se descubría y conocía a sí mismo al
confrontarse con la naturaleza. Ésta, cuya existencia y fenómenos le
eran ajenos e incontrolables, le interpelaba de forma constante
estableciéndose una suerte de diálogo en el que ambos, hombre y
naturaleza, resultaban transformados dando lugar a lo que se conoce como
cultura. El papel que la naturaleza jugaba en tanto sustrato sobre el
cual todo el organismo social -sin olvidar el psiquismo e incluso el
fenotipo propios de un pueblo- se desarrollaba, es despreciado en la
actualidad por las ciencias profanas, pero su importancia siempre fue
advertida y considerada por las ciencias sagradas tradicionales.
Esta idea de naturaleza nos remite como es obvio al concepto aristotélico de
Prima Materia y con ello al Polo Substancial de la manifestación, la
Prakriti hindú. Este Polo entra en diálogo con el Principio Espiritual de la manifestación -equivalente al
Purusha
hindú- a través justamente del ser humano. En otras palabras, el ser
humano es el mediador entre Cielo y Tierra, pues tiene el papel de unir y
conectar con su acción sagrada -el
rito en el sentido más amplio
del término- los Polos superior e inferior de la manifestación
universal. Esta ligazón entre naturaleza y Espíritu es otro de los
‘religares’ contenidos en la palabra ‘religión’.
Ahora bien, la tecnología no solo supone para el hombre un
alejamiento emocional de la naturaleza al perder su subjetividad y pasar
a ser mero objeto inanimado, es decir sin alma. Lo verdaderamente
crucial es la pérdida del papel simbólico que la naturaleza juega para
el hombre tradicional.
La naturaleza es el símbolo más primordial y fundamental, que remite
constantemente al hombre al Principio Supremo. Pero la tecnología por su
parte sitúa al hombre en un contexto artificial, construido por otros
hombres y carente de contenido simbólico, es decir sin la capacidad de
remitir a lo Superior. El mundo tecnificado no es ya por tanto un
microcosmos,
sino un fragmento incompleto de una realidad imposible de completar y
que pierde su sentido en la manifestación grosera y la cantidad.
Mientras la naturaleza supone una
anamnesis platónica que recuerda al hombre constantemente quién es y dónde está -le sitúa en el
cosmos-, la tecnología tiene por consecuencia exactamente lo contrario: separarle del
cosmos,
descentrarle, hacerle olvidar quién es y separarle del Principio. Se
trata entonces de un nuevo velo, una nueva forma de la mítica caverna
platónica que colabora en la ocultación de lo numinoso. Quizá el grado
final y más inquietante de todo este proceso de desnaturalización del
mundo sea el proceso, cada vez menos disimulado desde la propaganda
científica y cinematográfica, de presentar la tecnología como posible
receptáculo del alma, incluso del alma humana, abriendo así una vez más
el camino al transhumanismo. Pero, ¿de qué podría ser la tecnología
símbolo? Y, ¿con qué podría religar al hombre? Parece claro que, caso de
conducir al ser humano a un nuevo horizonte, este pertenecerá a los
estadios inferiores de la manifestación.
La ‘puerta de marfil’ que conduce al mundo de la ilusión.
“Forastero, sin duda se producen sueños
inescrutables y de oscuro lenguaje y no todos se cumplen para los
hombres. Porque dos son las puertas de los débiles sueños: una
construida con cuerno, la otra con marfil. De éstos, unos llegan a
través del bruñido marfil, los que engañan portando palabras
irrealizables; otros llegan a través de la puerta de pulimentados
cuernos, los que anuncian cosas verdaderas cuando llega a verlos uno de
los mortales“. Homero, Odisea, Canto XIX.
Pero existe un efecto de la tecnología más interior e insidioso y
cuya influencia sobre la dimensión más sutil del hombre suele ser
ignorada. Si el efecto que acabamos de indicar se produce por
sustracción, al eliminar la tecnología el sustrato natural simbólico en
que debe desarrollarse la vida humana y evitar que este vuelva su mirada
a los Principios superiores; el segundo efecto es por adición, al
generarse mediante la tecnología una nueva realidad que suplanta aquella
y que el psiquismo humano interioriza como si fuera tan real como
aquella y
completa, cuando en realidad es fragmentaria y por ello imposible de unificar en un todo con sentido.
Este segundo efecto es el más pernicioso pues actúa a un nivel mucho
más profundo, inconsciente y sus efectos son equiparables a una hipnosis
o una reprogramación psíquica. Hipnosis o reprogramación que, no lo
olvidemos, es aplicada por lo seres humanos sobre sí mismos de manera
voluntaria, en el convencimiento de que representa una ventaja o un
enriquecimiento, cuando se trata, como vamos a ver, de una inmersión en
los niveles más inferiores de la manifestación.
Es innegable que la tecnología supone una intrusión en la imaginación
humana. La televisión, el cine y los videojuegos han cambiado por
completo la forma de imaginar y de soñar. Ya Heidegger advirtió que la
civilización se encaminaba a una cultura de la imagen, y si la palabra
implica el discurso y el uso de la razón, la imagen implica el
sentimiento y supone un descenso a los automatismos propios de lo
irracional. Es fácil además ver aquí cierta relación con las teorías
freudianas y de las diferentes psicologías profundas que abren al sujeto
a sus imágenes interiores a menudo sin la preparación y el
discernimiento adecuados para tratar con las mismas. Cuando hablamos de
la actual cultura de la imagen vamos un paso más allá: las imágenes del
inconsciente resultan ser creadas por otros e implantadas de forma
intrusiva. Es decir el subconsciente es inundado y conformado por todas
estas imágenes cuyo sentido último es más que dudoso. Podría parecer
sorprendente que la gente se someta a semejante terapia de implantación
de contenido subconsciente de manera voluntaria y alegre, pero la
realidad es que todo ello es fruto del profundo desconocimiento del
hombre moderno acerca de su alma.
Volviendo a la forma y significado del contenido en sí mismo queremos
hacer una reflexión. Este modo de penetrar e influir sobre el contenido
subconsciente del ser humano no es una invención moderna, de hecho se
trata de un procedimiento ancestral pues en técnicas análogas de
influencia y reprogramación a nivel sutil se basa el chamanismo.
Ahora bien, es evidente que ni en el significado que porta, ni en la
influencia que genera sobre el sujeto, estamos hablando aquí -al
referirnos a la ‘cultura de la imagen’- de algo comparable a los métodos
chamánicos tradicionales y nos preguntamos si no cabría más bien
compararlo más bien con la hechicería.
Cuando analizamos la influencia y el poso que dejan estas
experiencias sobre el alma humana podemos distinguir varios niveles de
influencia o daño, desde suponer un ruido al modo de una nueva barrera
perceptiva, que impida al sujeto acceder a su propio subconsciente y
(re-)conocerse, tanto en estado de vigilia como en estado de sueño,
hasta una intoxicación del alma humana en que la imaginación como órgano
cognoscitivo del alma queda alterada y amputada.
‘Cultura de la imagen’ y Plutonía tecnológica.
“Entramos en el bardo, el estado intermedio después de la muerte, igual que entramos en el sueño después
de dormirnos. Si nuestra experiencia durante el sueño carece de
claridad y se caracteriza por estados emocionales confusos y reacciones
habituales, nos habremos entrenado para vivenciar los procesos de muerte
de la misma manera. Al reaccionar de manera dual a las visiones del
estado intermedio, nos veremos arrastrados hacia una esclavitud kármica
posterior y nuestro futuro renacimiento estará determinado por aquellas
tendencias kármicas que hayamos cultivado en la vida. Esto es la ‘falta de conciencia en el bardo’“. Tenzin Wangyal Rínpoche, El yoga de los sueños.
El caso extremo de todo esto es cómo esta cultura de la imagen
desviada hacia la emocionalidad más primitiva supone un ‘aprendizaje
inverso’, una programación hacia lo inferior especialmente dañina cuando
pensamos en los estados póstumos. Para entenderlo recurriremos a la
tradición budista.
Según la misma tras la muerte se produce una inmersión en el mundo
sutil. En este período de transición -que el budismo denomina
bardo– el ser se encuentra en un estado intermedio de cuya solución dependerá su destino
postmortem
-es decir, su paso a otro estado de manifestación- y durante el cual
diversas experiencias de su vida pueden aparecer sin orden ni lógica
aparente. El ser que se encuentra en tránsito debe ser capaz de
despojarse de dichas visiones, no vincularse a las mismas y por ello
cobran sentido el cultivo del desapego y la práctica de la meditación en
vida, en tanto poderosas herramientas a la hora de enfrentarse a esta
realidad póstuma. Se trata básicamente de que el sujeto-espectador
permanezca como observador inafectado.
Pues bien, el abuso de la emocionalidad conduce al sujeto a
sumergirse más profundamente en las pasiones del ego y por tanto a
apegarse de manera profunda a tales estados. Si la enseñanza
subconsciente que dejan el cine, la televisión y los videojuegos es
exactamente la opuesta de la que recomiendan las tradiciones
espirituales, ¿cómo puede esperarse que el sujeto moderno sepa
enfrentarse a la muerte? Como vemos, la extensión y el abuso de la
tecnología supone una escalera descendente hacia los estadios más
inferiores del Ser, una puerta al infierno, en el sentido estricto del
término, aquello que en la tradición grecolatina se denominaba Plutonía.
La conclusión es que la actual cultura tecnológica y de la imagen
-propiciada por la tecnología, no lo olvidemos- es una instrucción
errónea, lo que supone en cierto sentido una contra-enseñanza espiritual
para el sujeto moderno.
Fuente:
Agnosis.