- Regreso
al punto inicial del juego. Cegado por una superioridad que creyó
eterna, Estados Unidos no vio venir el regreso de Rusia a la posición de
gran potencia militar.
Rusia y sus aliados se habían comprometido, durante
el segundo trimestre de 2012, a desplegar en Siria una fuerza de paz
en cuanto se concluyera el acuerdo de Ginebra.
Pero el contexto cambió totalmente cuando Francia reactivó la guerra
contra Siria, en julio de 2012. Rusia había dado los pasos necesarios
para que la ONU otorgara su reconocimiento a la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva (OTSC) y así poder desplegar en Siria soldados
musulmanes, principalmente de Kazajstán, pero nada llegó a hacerse en
ese sentido. A pesar de los pedidos de ayuda de Damasco, Moscú
se mantuvo en silencio por un largo periodo. Habría que esperar aún
3 años, antes de que llegara a Siria la aviación rusa y comenzara a
bombardear las instalaciones subterráneas de los yihadistas.
Durante esos 3 años se produjeron diversos incidentes militares entre
Rusia y Estados Unidos. El Pentágono se quejó, por ejemplo, de la
extraña agresividad de los bombarderos rusos que se aproximaban a las
costas estadounidenses. En Damasco, todos trataban de explicarse el
silencio ruso, preguntándose incluso si Moscú había olvidado sus
compromisos. Pero no era esa la causa de aquel silencio. Rusia estaba
conformando en secreto un nuevo arsenal y se hizo presente sólo cuando
pensó que estaba listo.
Desde el inicio de su intervención, las fuerzas armadas rusas
instalaron un sistema que no interfiere los sistemas de mando de la OTAN
sino que los desconecta en un radio de 300 kilómetros a partir de la
ciudad siria de Latakia. Posteriormente, desplegaron ese mismo sistema
en la región del Mar Negro y en Kaliningrado. Además de sus nuevos
aviones, Rusia utilizó misiles crucero dotados de mayor precisión que
los de Estados Unidos y que fueron lanzados por la marina de guerra rusa
desde el Mar Caspio. El mes pasado [febrero de 2018], Rusia puso
a prueba, en el campo de batalla, aviones multipropósito con capacidades
hasta ahora desconocidas.
Según los generales estadounidenses presentes en el terreno, ahora
resulta que el ejército ruso dispone de fuerzas convencionales más
eficaces que las de Estados Unidos. Pero sus homólogos del Pentágono
siguen convencidos de la superioridad estadounidense, creyéndola eterna,
y todavía albergan dudas sobre el progreso ruso. Según estos últimos,
es simplemente ridículo comparar las fuerzas armadas rusas con las de
Estados Unidos, por ser el presupuesto militar estadounidense 8 veces
superior al de la Federación Rusa. Sin embargo, en la ciencia militar la
comparación entre los desempeños de dos ejércitos rivales nunca se ha
limitado al monto de sus presupuestos, algo que Vladimir Putin señaló
al mencionar la calidad excepcional de los soldados rusos en relación
con los de Estados Unidos.
En todo caso, si las fuerzas armadas de la Federación Rusa son un
poco mejores en materia de guerra convencional, también es cierto que
no pueden desplegarse simultáneamente en varios teatros de operaciones y
que Washington conserva su superioridad nuclear.
La entrada en guerra, el 24 de febrero de 2018, de la infantería rusa
en la Ghouta Oriental, o sea en las afueras de Damasco, es sin dudas
resultado de un acuerdo con Estados Unidos, que se ha comprometido a
no implicarse más en Siria y, por tanto, a no reproducir en suelo sirio
el acoso que Washington orquestó contra el Ejército Rojo en el
Afganistán de los años 1980. Es también muestra de que el Pentágono teme
ahora que el ejército ruso le pague ahora con la misma moneda en otros
lugares del mundo.
Y es precisamente en este contexto que el presidente Putin viene a
cuestionar la superioridad nuclear de Estados Unidos. En su intervención
ante el Parlamento, el 1º de marzo de 2018, el presidente ruso anunció
que su país posee ahora un asombroso arsenal nuclear.
Los programas que anunció ya eran más o menos conocidos desde hace
tiempo, pero los expertos creían que aún pasaría mucho tiempo antes de
que llegaran a su fase operativa, fase que ya alcanzó la mayor parte de
ese armamento. Habría que preguntarse como se logró esto sin que los
servicios de inteligencia estadounidenses pudiesen detectarlo.
Así sucedió, por ejemplo, con el
Sukhoi-57, que ya pasó su
bautismo de fuego –en condiciones de combate–, hace 3 semanas, aunque
la CIA no esperaba verlo listo antes del año 2025.
Vladimir Putin dio a conocer el nuevo arsenal de la Federación Rusa. El misil intercontinental
Sarmat, nombre de un antiguo pueblo ruso que consideraba iguales a mujeres y hombres, retoma la técnica de la «
cabeza orbital»,
que ya había garantizado la superioridad soviética en los años 1970 y
que la Unión Soviética había abandonado debido a la firma y ratificación
[sólo por parte de la URSS] de los acuerdos SALT II. Pero el Senado
estadounidense nunca ratificó los acuerdos SALT II, provocando así su
caducidad. El tipo de misil llamado de «
cabeza orbital» tiene
alcance ilimitado. Su cabeza se sitúa primero en órbita y, en el momento
de su uso, reingresa a la atmósfera terrestre y se precipita sobre
el blanco designado. Los tratados que prohíben la nuclearización del
espacio prohíben poner una carga nuclear en órbita de forma permanente.
Pero no prohíben hacerla salir al espacio durante una etapa de su
trayectoria. Eso es lo que hace el misil
Sarmat y, en el estado
actual de los conocimientos resulta imposible interceptarlo durante esa
etapa de su trayectoria. O sea, el misil
Sarmat es disparado,
sale al espacio durante parte de su recorrido y reingresa en la
atmósfera cuando se abate sobre su objetivo en cualquier lugar del
planeta.
El misil
Kinzhal (Daga) se lanza desde un bombardero para
alcanzar una velocidad hipersónica, o sea al menos 5 veces la velocidad
del sonido. Esa velocidad hipersónica lo hace, evidentemente, imposible
de interceptar. Ya fue puesto a prueba exitosamente, hace 3 meses.
Rusia dispone también de un motor nuclear miniaturizado al extremo de
poder garantizar el desplazamiento de un misil crucero dotado de una
carga nuclear. Los misiles crucero son capaces de seguir trayectorias
imprevisibles y este nuevo motor nuclear les garantiza una autonomía de
vuelo prácticamente infinita, lo cual implica un alcance ilimitado.
Instalado en un drone submarino, ese motor nuclear de nuevo tipo
permite al artefacto submarino no tripulado desarrollar una velocidad
varias veces superior a la de los submarinos clásicos y transportar una
carga nuclear considerable a través de largos trayectos. Además del
efecto destructivo de su impacto, esa carga nuclear es capaz de provocar
un tsunami, o sea una ola de 500 metros de altura a lo largo de
cualquier costa oceánica.
Rusia está desarrollando también el proyectil hipersónico
Avangard. Además de transitar por el espacio exterior como el misil intercontinental
Sarmat y de ser capaz de desarrollar una velocidad hipersónica similar al
Kinzhal, el
Avangard se caracteriza por sus posibilidades de modificar su trayectoria durante la fase de vuelo.
Estas nuevas armas rusas han sido concebidas para burlar y convertir en algo inútil el «
escudo antimisiles»
que el Pentágono ha venido desplegando, creando una base tras otra,
a través del mundo desde unos 40 años. No es un problema de superioridad
en cuanto a fuerza sino de concepción técnica. El principio mismo del «
escudo antimisiles» no constituye una defensa válida ante este armamento.
Peor aún, el presidente Putin anunció también un arma laser cuyas
características no especificó y que al parecer es capaz de interceptar
parte de los vectores estadounidenses existentes.
Por el momento, los estados mayores de los países miembros de la OTAN
dicen no creer ni una palabra de esos anuncios, que les parecen cosa de
ciencia ficción.
Pero la Historia nos ha enseñado que Rusia, donde en vez de póker
se juega ajedrez, no suele recurrir a la exageración o el engaño cuando
se refiere a su arsenal. A menudo ha dado a entender que algún arma en
fase de estudio ya estaba en fase operativa, pero nunca anunció
oficialmente tener «
listo para el combate» un armamento que aún
no lo estuviese. Las más de 200 nuevas armas utilizadas en Siria son más
que convincentes en cuanto al avance tecnológico de los científicos
rusos.
Los enormes progresos de Rusia privan a Estados Unidos del privilegio
de poder asestar el primer golpe. En lo adelante, en caso de guerra
nuclear, los Dos Grandes podrán “golpearse” mutuamente. Estados Unidos
dispone de un número considerablemente más elevado de misiles con cargas
nucleares y Rusia será capaz de interceptar muchos de ellos. Dado
el hecho que cada uno de los Dos Grandes dispone de capacidades
nucleares suficientes como para destruir el planeta varias veces,
los dos se ven de nuevo teóricamente en condiciones de igualdad en ese
tipo de enfrentamiento.
Del lado estadounidense, el complejo militaro-industrial está
estancado desde unos 20 años. El proyecto más gigantesco en toda la
historia de la aviación militar –el avión de combate
F-35 estadounidense– supuestamente debía reemplazar simultáneamente los
F-16, los
F-18 y los
F-22. Pero Lockheed Martin no ha sido capaz de concebir los programas informáticos previstos y el
F-35
existente no satisface en realidad los requerimientos iniciales,
así que la US Air Force se plantea la necesidad de retomar la producción
de los aparatos que antes planeaba desechar.
El presidente Donald Trump y su equipo han decidido atraer hacia
Estados Unidos nuevas mentes para redinamizar la producción de armamento
y obligar al lobby militaro-industrial a satisfacer las necesidades del
Pentágono, en vez de seguir vendiéndole cosas viejas rediseñadas. Pero
necesitará al menos 20 años para recuperar el retraso acumulado.
Los progreso técnicos de Rusia no sólo modifican el orden mundial,
restableciendo –contra todo pronóstico– un sistema bipolar sino que
también obliga a los estrategas a “repensar” las maneras de hacer la
guerra.
La Historia nos ha enseñado que son pocos los hombres que perciben
de inmediato los cambios de paradigma en el campo militar. En el
siglo XV, cuando franceses e ingleses se enfrentaron en la batalla de
Azincourt, los caballeros franceses –que apenas podían moverse con sus
pesadas armaduras– sufrieron una aplastante derrota ante los arqueros
a pie ingleses, que incluso estaban en condiciones de inferioridad
numérica… porque los jefes franceses se empeñaron en seguir la vieja
táctica de recurrir a la caballería pesada subestimando el combate
a distancia mediante el uso de flechas y obuses. Aún después de
Azincourt, a lo largo de 100 años más, los caballeros metidos en sus
pesadas armaduras siguieron cayendo ante los arqueros en los campos de
batalla.
En otro ejemplo mucho más reciente, desde la derrota de Saddam
Hussein, en 1991, durante la operación “Tormenta del Desierto”, no se
han visto batallas de tanques. Pero casi ningún ejército ha sabido
interpretar lo sucedido. En 2006, la victoria de los pequeños grupos de
combatientes del Hezbollah libanés frente a los tanques israelíes
Merkava
mostró fehacientemente la vulnerabilidad de ese tipo de equipamiento.
Pero no son muchos los países que han sacado conclusiones de esos
hechos, con excepción, por ejemplo, de Australia y Siria. Hasta Rusia
sigue construyendo fortalezas rodantes que no resistirán el impacto de
los RPG –también rusos– correctamente utilizados.
El arsenal ruso es invencible, al menos para quien trate de
combatirlo con métodos tradicionales. Interceptar misiles hipersónicos,
por ejemplo, resulta impensable. Quizás habría que tratar de
controlarlos antes de que alcancen esa velocidad. Las investigaciones
militares tendrán entonces que reorientarse hacia el control de los
sistemas de mando y de comunicaciones del adversario… otro sector donde
los rusos también tienen la ventaja.