La agonía del socialismo francés
OPINIÓN de Laurent Mauduit.- A lo largo de su historia, el
socialismo francés ha conocido episodios no solo oscuros sino
vergonzosos, antes de recuperarse o renacer. Pero esta vez, después del
lánguido final del quinquenio de Hollande, asistimos a un acontecimiento
histórico: las últimas convulsiones de uno de los más viejos
movimientos políticos franceses.
Decir que en
su larga historia, el socialismo francés conoció páginas poco gloriosas,
incluso algunas veces, páginas vergonzosas, es decir poco. Del voto a
favor de los créditos de guerra y su adhesión a la Unión Sagrada en el
inicio de la Primera Guerra Mundial, en clara violación de todas las
resoluciones de la II Internacional y del combate de Jaurès, hasta el
recurso a la tortura en Argelia, pasando por el abandono de los
republicanos españoles por parte del gobierno del frente Popular frente a
la barbarie franquista e incluso el otorgar plenos poderes al mariscal
Pétain por la misma mayoría del Frente Popular (a excepción de 80
parlamentarios que salvaron el honor de la izquierda), la lista de los
naufragios que ha conocido el socialismo francés es larga.
Podríamos
inclinarnos a pensar que la historia se repite. Sin duda, la renuncia
de Hollande a presentarse para un segundo mandato marca el punto álgido
de un nuevo y lamentable naufragio del socialismo francés. Pero pronto o
tarde se pasará esta página, ¿verdad? Totalmente desacreditada, la SFIO
de Guy Mollet fracasó pero sobre sus bases, ¿No reconstruyó François
Mitterand un nuevo Partido Socialista en Épinay? El fénix socialista
siempre parece renacer de sus cenizas. Apenas François Hollande tiró la
toalla de las presidenciales de 2017, la batalla de la sucesión ha
comenzado. Con herederos a porrillo, de Manuel Valls -que anunció su
candidatura el lunes 5 a la noche en Évry donde fue alcalde- a Arnaud
Montebourg, pasando por Benoît Hamon y algunos otros a los que les
gustaría ocupar el papel protagonista. Si no en 2017 – eso parece
desgraciadamente e irremediablemente comprometido- al menos en un plazo
más largo.
¡Y sin embargo, no! Esta vez está en juego algo mucho
más grave. Más allá de las torpezas de un hombre, François Hollande, que
nunca estuvo a la altura de sus responsabilidades ni de su función, más
allá de las innumerables renuncias de las que se le puede acusar y del
clima decadente al que arrastró a todo el país, asistimos a un
acontecimiento histórico cuya dimensión no hemos previsto: la últimas
convulsiones del partido más viejo de la izquierda francesa, el Partido
Socialista, que ha entrado en agonía.
El sentimiento de que el
país llega a un punto de inflexión de su historia, o al menos de la de
la izquierda, ha crecido rápidamente en la cabeza de la gente.
Progresivamente, se ha convertido en una clara evidencia: algo
irreparable, irreversible, ha ocurrido desde el acceso al poder de los
socialistas. En los treinta años transcurridos han recurrido a menudo a
las circunstancias atenuantes para justificar sus errores o sus
renuncias y han reclamado la confianza de sus votantes a pesar de todo.
Se arrepintieron después de su calamitosa derrota en las elecciones
legislativas de 1993… Enmendada en 2002.
En casa ocasión, entraba
en juego el “pueblo de izquierdas” (si la fórmula aún tiene sentido).
En cada ocasión, innumerables ciudadanos, al margen de su filiación
partidista, - Nuevo Partido Anticapitalista, Frente de Izquierda, Europa
Ecológica-Los Verdes (EELV), Partido Socialista, etc. – acudían a la
cita. Cualesquiera que fueran sus rencores, su decepción y su desánimo,
la gran mayoría de esa gente siguió votando en la segunda vuelta al
candidato de izquierda mejor colocado. Aunque no fuera mas que para
frenar a la derecha.
No hay duda de que en mayo de 2012, el
candidato Hollande se benefició ampliamente de esta fidelidad del
electorado de izquierdas a su opción. Se benefició de los votos de un
electorado que, sin embargo, había sobrepasado a los dirigentes
socialistas, más fiel a los valores fundadores de la izquierda y al
ideal que alguna vez tuvo.
Al día siguiente a las elecciones de
2012 y desde entonces, el vínculo entre los electores y de forma más
amplia, entre la ciudadanía y el núcleo del poder socialista se rompió
de forma innegable. La cólera y el sentimiento de deslealtad, de
traición, dieron un giro. François Hollande privó al “pueblo de
izquierdas” de la victoria arrancada en las presidenciales y prolongó
casi punto por punto la política de Nicolas Sarkozy. Son muchos los que
entonces aseguraron que no volverían a votar al PS, a pesar de la
amenaza de una derecha dura o extrema. Ahí está la ruptura.
Y
luego ha habido los tiros de gracia de François Hollande contra su
propio campo, con el odioso proyecto (abortado) de la pérdida de la
nacionalidad anteriormente solo defendido por el Frente Nacional; otra
vez con la ley El Khomri que ha quebrantado el código de trabajo de
forma mucho más grave que las medidas tomadas bajo el quinquenio
precedente. Con el paso de los meses, la “gente de izquierdas” o lo que
quede de ella, ha llegado por sí misma a esta triste pero implacable
evidencia: en su configuración actual, la izquierda está muerta. Es una
larga historia, de casi dos siglos que se acaba ante nuestros ojos.
Falta
entender por qué. ¿Por qué esos rechazos hasta perderse de vista? ¿Por
qué ese copiar y pegar perpetuo de las medidas tramadas por la UMP
[partido de Sarkozy] o los cenáculos empresariales llevado a cabo por el
gobierno socialista ? Seguramente, no solo responden a la cobardía, a
la mediocridad de los socialistas que gobiernan, aunque eso tenga su
peso. Se trata, sobre todo, del epílogo de un seísmo más profundo que
tiene que ver con el aumento de la voracidad de un capitalismo
financiero netamente más tiránico que el de los Treinta Gloriosos. Este
es un hecho absolutamente decisivo.
No es difícil identificar el
punto de inflexión de esta historia: la Caída del Muro en 1989. Antes de
eso, el movimiento de la desregularización liberal planetaria ya había
comenzado. Por medio de golpes sucesivos, el mundo estable querido por
los vencedores de la segunda Guerra Mundial, codificado mediante el plan
monetario de los acuerdos de Bretton Woods firmados en julio de 1944, y
regulado en el plano social dos meses antes por la Declaración de
Filadelfia .declaración que dará nacimiento a la Organización
Internacional del Trabajo (OIT)-, estaba ya gravemente quebrantado.
Primero
llegó la desregularización monetaria: decretada el 15 de agosto de 1971
por el presidente estadounidense Richard Nixon, el fin de al
convertibilidad del dólar en oro es el primer gran mazazo que sumerge al
mundo en un universo más inestable donde los mercados financieros
progresivamente van a conquistar una fuerza considerable. En la
prolongación de la ola ultraliberal, cuyos campeones son Ronald Reagan y
Margaret Thatcher, la desestabilización del mundo antiguo se acelera.
Desde 1984, se produce la desregularización bursátil cuyo constructor en
Francia -esta no es la menor paradoja- va a ser Pierre Bérégovoy
[primer ministro socialista en 1992-1993]. Al mismo tiempo, se dan las
primeras mediadas para la desregularización del mercado laboral con la
aparición de las primeras formas de empleo precario.
Un capitalismo que ignora el compromiso social y que prohíbe el reformismo
A
partir de 1986, un nuevo seísmo va a cambiar todo: las privatizaciones.
Todo se combina y se acelera. En este furor liberal a la que se
abandonan los socialistas, la desregularización fiscal ocupa su propio
lugar: al inicio del segundo quinquenio de Mitterrand, Francia acepta
bajar casi a cero la fiscalidad de los ahorros. En la primavera de 1989,
-los socialistas quieren poner tanto celo en materia de liberalismo que
se anticipan a la decisión europea-, es la liberación definitiva del
movimiento de capitales.
El hecho es incontestable: aún cuando el
virus liberal se inmiscuye por todo y la lógica de “menos Estado” o de
“menos impuestos” provoca cada vez más estragos, el modelo social
francés aún no se ve gravemente afectado hasta el final de la década de
los ochenta. En realidad, el viejo modelo francés, el del capitalismo
renano, sobrevive a sí mismo. Ciertamente, comienza a tener fisuras pero
todavía se mantiene en pie. Además, el capitalismo tiene sus reglas:
está regido por los principios de la economía de mercado pero las
grandes empresas privadas cada vez más a menudo viven en endogamia o
consanguinidad con el Estado. Sobre todo, este sistema de economía de
mercado está muy unido a un sistema fuerte de regularización social:
seguridad social, seguro de desempleo, cajas complementarias de
jubilación... En conclusión, el capitalismo renano cohabita con el
Estado de Bienestar, incluso le saca ventaja.
Este capitalismo,
es el que se desarrolló en Alemania, después de que el SPD abjuró del
marxismo y se convirtió a la economía de mercado, con motivo de su
congreso de 1959, celebrado en Bad Godesberg, pequeña localidad a
orillas del Rin. De ahí la denominación de “capitalismo renano”.
Este
capitalismo es, evidentemente, el más favorable al compromiso social.
Hizo eclosión y se consolidó bajo los Treinta Gloriosos; ofrece “mucho
que pensar” según la fórmula de André Bergeron, el viejo dirigente de
Fuerza Obrera. De hecho, según la relación de fuerzas del momento, y
según al variación de la coyuntura, el compromiso entre el trabajo y
capital puede cambiar.
Para los socialistas, esta podría haber
sido una época afortunada. Una época favorable a una auténtica
transformación social y de redistribución de los ingresos. La paradoja
de la historia es que los socialistas franceses, que fracasaron por poco
en las presidenciales de 1974, accedieron al poder cuando este periodo
tocaba a su fin. Cuando el capitalismo renano comienza a debilitarse. Y
cuando el Estado de Bienestar entra en una crisis de la que ya no
saldrá. Es el drama del socialismo francés: ellos, cuya doctrina estaba
concebida para generar la expansión de los Treinta Gloriosos, llegan con
retraso al poder para generar la más detestable de las conversiones: la
conversión neoliberal y el fin del Estado de Bienestar.
Esto
comienza con el giro de 1982-1983. Después de la Caída del Muro, todo
cambia, todo se acelera. Es un gran empresario francés, Michel Albert,
que en aquella época dirige AGF, quien primero tiene el presentimiento:
comprende que el derrumbe del Muro va a cambiar los equilibrios
geoestratégicos planetarios y que el capitalismo anglosajón, más
individualista que el capitalismo renano, dando curso libre a los
mercados financieros, iba a sentir crecer sus alas y convertirse en más
tiránico.
En un libro premonitorio, titulado “Capitalismo contra
capitalismo” (1992), Michel Albert vislumbra el inexorable ascenso del
capitalismo anglosajón. Constatando el hundimiento del modelo
estalinista, predice que la confrontación Este-Oeste, que había marcado
la posguerra va a apartarse en provecho de una confrontación entre dos
modelos de capitalismo. Entre estos dos modelos, escribe el autor, “será
una guerra subterránea, violenta, implacable, pero amortiguada e
incluso hipócrita, como son toda las guerras de capillas dentro de una
misma iglesia. Una guerra de hermanos enemigos armados de dos modelos
salidos de un mismo sistema, portadores de dos lógicas antagónicas del
capitalismo en el seno del mismo liberalismo. E incluso de dos sistemas
de valores opuestos respecto al lugar de las personas en la empresa, al
lugar del mercado en la sociedad y del papel del marco legal en la
economía internacional”. Añade: “ Todo nuestro futuro depende de esto:
la educación de nuestros hijos; la atención sanitaria de nuestros
padres, el aumento de la pobreza en las sociedades ricas, las políticas
de emigración y para terminar, nuestros salarios, nuestros ahorros, y
nuestra declaración de impuestos”.
Sin embargo, lo que el autor
no podía saber entonces, es que esta confrontación se va a resolver
rápidamente a favor del modelo anglosajón. Fortalecidos con la caída del
Muro, los mercados financieros tienen la idea de que la época es
altamente favorable y que es propicia a una modificación radical de la
correlación de fuerzas entre capital y trabajo.
Europa
continental -empezando por Alemania y Francia- empieza a vivir una
impresionante mutación del capitalismo. Progresivamente, el capitalismo
renano se aleja en provecho de una capitalismo que ejerce una verdadera
tiranía sobre el trabajo y favorece a los accionistas, en primer lugar
con los fondos de pensiones. Un capitalismo que ignora el compromiso
social y que prohíbe las reformas.
Lo más espectacular es que PS,
partido cuya esencia es el reformismo, va a contribuir a la aparición
de este capitalismo exactamente opuesto al reformismo. Va a tirar de la
soga para ahorcarse, participando en la loca oleada de las
privatizaciones. Así pues, es por este conducto por el que el virus de
este capitalismo patrimonial infecta el modelo social francés hasta el
punto de pervertirlo.
Las privatizaciones empiezan en 1986; la
onda de choque que provocan es considerable. De 1986 a 1988 comienzan
los grandes saldos. De los bancos a las aseguradoras: grandes sectores
de la economía pasan a manos privadas. Después del muy efímero
“ni...ni...” (ni nacionalización ni privatización) promulgado por
François Mitterrand en su “Letre à tous les Français", en la apertura de
su segundo septenio, vuelve la loca carrera de las privatizaciones.
Primero de 1993 a 1997, bajo Éduard Balladur, después bajo Alain Juppé.
Lionel Jospin, en 1997, acelera la cadencia y bate todos los récords.
Este
mar de fondo acaba por romper el modelo francés. En algunos años, el
porcentaje de posesión de capital de los grupos del CAC 40 [el IBEX 35
francés] por fondos de inversión extranjeros, entre ellos los tóxicos
fondos de pensiones anglosajones, pasa de alrededor del 5 % en 1985 a
más del 47 o 48 % a final de los noventa, más del 60 % en el caso de
algunas firmas. Es una carrera loca porque Francia es asaltada por un
complejo de neoliberalismo y se abre a los grandes vientos de la
globalización de forma más fuerte que Estados Unidos o Gran Bretaña que
tienen una tasa de posesión extranjera para sus grandes empresas
nacionales mucho más baja: del orden del 20 % en el primer caso y del 30
% en el segundo.
La patética impotencia de Lionel Jospin
De
entrada, la derecha, a continuación, la izquierda, ofrecen sin
complejos los grandes grupos empresariales franceses a los mercados
financieros. Es la vuelta a la monarquía de Julio (1830-1848. Periodo en
el que los terratenientes y la burguesía son los grandes beneficiarios.
NdT) adobada con salsas anglosajona: “¡Venga!¡ Sírvanse! Todo es suyo.
Háganse ricos...".
Ya no está François Guizot (1787-1874) para
hacer esta invitación. Pero a su manera, Balladur y Sarkozy, después
Strauss-Khan y Fabius rivalizan con él, ofreciendo como pasto a los
mercados financieros los buques insignia de la economía francesa. Hasta
los servicios públicos: de France Telecom a Gaz de France. Y desde el
momento en que es Ministro de Economía de François Hollande, Emmanuel
Macron sigue este trabajo de zapa desregulando el transporte terrestre u
ofreciendo los aeropuertos regionales al apetito de los grandes fondos
de inversión, o incluso a los corruptos oligarcas chinos. Al diablo el
servicio público y todo lo que conlleva: la igualdad de acceso
garantizada a toda la ciudadanía para sus necesidades básicas, el ajuste
de las tarifas...
Los efectos contaminantes de estas
privatizaciones son considerables. El virus modifica radicalmente la
gobernanza de las empresas. Los principios de gestión cambiaron
radicalmente con la entrada en el capital de los grandes grupos
franceses de accionistas bulímicos que exigen rentabilidades mucho más
espectaculares. Terminados los empresarios a la antigua usanza, monarcas
por derecho divino, arbitrando según su humor, de la coyuntura o de la
correlación de fuerzas, dando satisfacción unas veces a sus asalariados
mediante la revalorización de sus remuneraciones, a veces a sus clientes
bajando los precios, otras a sus accionistas subiendo los dividendos.
Pero en el nuevo sistema, casi nada cuenta salvo los accionistas.
Los
principio fundamentales son los de la corporate governance (gobierno de
la empresa) y del share holder value (beneficio para el accionista).
De
entrada, son las cláusulas de las remuneraciones las que primero
saltan. Mediante el sueldo de sus accionistas y ya no árbitros de
intereses a veces contradictorios, los PDG están en este nuevo sistema
generosamente recompensados por su cercanía a sus nuevos dueños.
Stock-opciones, paracaídas de oro, jubilaciones millonarias: a lo largo
de los años, es una verdadera lluvia de oro de la que se benefician.
Esta
extravagante riqueza en la cúspide de las empresas tiene como corolario
un fenómeno nuevo y masivo: la aparición de los working poors
(trabajadores pobres). El capitalismo anglosajón favorece el recurso a
las formas de trabajo precario y lo más flexible posible. Para seguir
con el mismo ejemplo, el del automóvil, casi un empleo de cada dos de
este sector, es trabajo temporal. Con otras palabras, el trabajo no
protege de la precariedad, es decir, de la pobreza.
La progresión
del virus va más allá. Por efecto del contagio, hace que los mercados
financieros sean el árbitro de todas las grandes decisiones. Raras,
incluso imposibles en la Europa continental hasta 1999 -fecha de una
incursión histórica de la británica Vodafone sobre el grupo Mannesmann
que traumatizó toda Alemania- las OPA se vuelven frecuentes y no
asombran al público. Los planes de reestructuración de las empresas
cambian de lógica: antes, los empresarios justificaban los despidos
alegando que era necesario cortar las “ramas muertas” de su grupo; sin
embargo, cortan también las ramas bajas, las que son rentables pero
insuficiente para su gusto, a ojos de la bulimia de sus accionistas.
Esta nueva época, marcada por una verdadera tiranía del capital sobre el
trabajo, abre el camino a despidos de nuevo tipo: despidos bursátiles
para seguirles la corriente a los mercados -como los de Michelin frente a
los que Lionel Jospin había confesado su impotencia.
De forma
gradual, todo el modelo social francés está en trance de derrumbarse.
Con el avance de la eventualidad, es toda la cobertura del despido, es
decir, toda una parte del derecho laboral que desaparece; con una
cobertura por enfermedad o unas jubilaciones cada vez menos protectoras,
son los sistemas de seguro privado individual y de capitalización los
que prosperan. Bueno, son todas las grandes conquistas sociales las que
han sido tumbadas una detrás de otra. A lo largo de los años se ha hecho
añicos la Declaración de Filadelfia, página a página.
Alain
Supiot, profesor de derecho, director del Instituto de Estudios
Avanzados de Nantes y miembro del Instituto Universitario de Francia, es
quien primero señaló este abandono de los principios fundacionales de
lo que será la Organización Internacional del Trabajo en una notable
obra El espíritu de Filadelfia. La justicia social frente al mercado
total (leer Justicia social: el olvidado manifiesto de la posguerra).
Mediante un análisis a medio camino entre dos disciplinas, historia y
filosofía del derecho, aporta una aclaración destacando las causas
profundas de los disfuncionamientos y de la crisis en nuestras
sociedades actuales. Esto se puede resumir en una fórmula que sugiere el
título de la obra: nuestras sociedades han roto con el espíritu de
Filadelfia.
¿Qué es ese espíritu de Filadelfia? Aparece en la
declaración de los participantes en la famosa conferencia: “El objetivo
central de toda política nacional e internacional” debe ser la justicia
social. Defendiendo el principio de que “el trabajo no es una mercancía”
y que “la pobreza, donde existe, es un peligro para la prosperidad de
todos”, esta declaración añade: “Todos los seres humanos, cualesquiera
que sean su raza, su religión o su sexo, tienen derecho a lograr su
progreso material y su desarrollo espiritual en libertad y dignidad, en
la seguridad económica y con iguales oportunidades; la creación de las
condiciones que permitan llegar a este resultado debe constituir el
objetivo central de cualquier política nacional o internacional.”
Sin
embargo, para Alain Supiot, la historia de después de la Segunda Guerra
Mundial puede resumirse en esta constatación: es la historia de “un
gran cambio”. A lo largo del tiempo, los grandes países desarrollados
rompieron radicalmente con el espíritu de Filadelfia para desenvolver
políticas estrictamente contrarias. El profesor de derecho social
muestra “ese gran giro que parece haber abolido las lecciones sociales
extraídas de la experiencia del periodo 1914-1945”. Precisamente, este
gran giro de la mutación anglosajona de la economía francesa es el que
acelera e incluso acaba con ella.
En el contexto de estas enormes
transformaciones del capitalismo francés sobre el fondo de la
aceleración de la globalización, hay que situar, en primer lugar, la
patética historia de Jospin de 1997 a 2002 y después la de Hollande a
partir de 2012. Una historia cuya continuación percibimos. Bajo las
embestidas de la globalización, bajo los avances del capitalismo
anglosajón, el primero accede a Matignon con las alforjas llenas de
promesas de izquierdas, cede progresivamente el terreno, recula, se
niega a sí mismo pero con tristeza. En un contexto más difícil, marcado
por una crisis económica histórica, el segundo ya no lucha: el día de su
acceso al Eliseo, cercano a algunos símbolos, aplica la política del
campo contrario.
La promoción de la Generación MNEF
De
alguna manera, a través de la historia del gobierno de Jospin, después
del quinquenio de Hollande, sigue en paralelo el aumento de este
capitalismo anglosajón. En 1997, Francia todavía solo se había
convertido parcialmente a este capitalismo anglosajón y Jospin pudo
acceder a Matignon con la ambición de desarrollar una política más
anclada a la izquierda. Pero finalmente, cede día tras día a la presión
de los mercados y abandona la mayoría de sus proyectos. Hasta la
confesión final, patética, formulada durante su campaña presidencial:
"Mi proyecto no es socialista”.
Pero cuando Hollande accede al
Eliseo, este capitalismo anglosajón se reforzó considerablemente. De
manera que el Jefe del Estado, ni siquiera amaga como Jospin; ni
siquiera intenta mover un poco las líneas. ¡No! Desde el primer día, se
pasa al campo contrario. O más exactamente, hace suyo el programa del
campo de enfrente: subida del IVA, congelación del Smic (salario
mínimo), desmantelamiento de los derechos laborales, etc.
En
principio, es la época, más que los hombres, la que explica esta gran
renuncia; época muy especial que ha visto la eclosión de un capitalismo
inédito, mucho más desigual que el que le precedió y mucho más
intransigente. Si embargo, los hombres también tienen su parte de
responsabilidad. Y para comprender las razones de este naufragio,
también hay que tener en cuenta este factor.
Respecto a esto hay
una razón obvia. Resistiendo durante un tiempo a los avances del
capitalismo anglosajón antes de ceder a su presión más tarde, a menudo
sumándose a los valores que conlleva, muchos dignatarios socialistas han
acabado por aprovechar los favores y prebendas que ofrece. No contamos a
los altos funcionarios de izquierdas que se han aprovechado de las
privatizaciones antes de convertirse en directivos sin diferenciarse en
nada de sus homólogos del CAC 40. Además, durante el quinquenio de
Hollande se ha podido verificar en vivo los estragos de este sistema
consanguíneo, con una plétora de miembros de consejos, en el Ministerio
de Finanzas, en Matignon e incluso en el Elíseo, que han sido reclutados
en las grandes entidades financieras y que han vuelto a ellas
rápidamente.
¡Nada muy asombroso! Si el socialismo ya no tiene un
proyecto y se resigna a aplicar la política del campo contrario, es
bastante lógico que vaya a reclutar a sus cuadros... a ese campo
contrario para que la apliquen. De ahí la oscura historia que conocemos:
el fichaje de Jean-Pierre Jouyet como Secretario General del Elíseo por
parte de Hollande. Claro que es su amigo, pero también ha sido un
ministro de Sarkozy y tiene numerosos vínculos de proximidad y afinidad
con los sectores más reaccionarios de las altas finanzas parisinas. Y
también el fichaje de Emmanuel Macron como Secretario Adjunto del
Elíseo: antiguo gerente asociado de la banca Rothschild, y antiguo
ponente de la Comisión Attali puesta en pie en 2007 por Sarkozy...
Personalidades
de derecha o íntimamente ligadas a los medios empresariales en las más
altas instancias del Estado: evidentemente esto no se debe, para nada,
al azar ni a las amistades de François Hollande. Es una fase de la
agonía del socialismo que ya no tiene alma ni ideal propio, ni siquiera
altos funcionarios que defiendan o sirvan valores específicos.
Además,
esta triste constatación no vale solamente para los altos funcionarios
con los que se ha rodeado Hollande. Se puede decir otro tanto de algunas
de las personalidades en las que se ha apoyado el Jefe del Estado a lo
largo de su etapa de gobierno. Colocando en el puesto de primer
secretario del PS a Jean-Christophe Cambadélis, condenado dos veces a
prisión en el pasado con suspensión por faltas graves de ética pública
(empleo ficticio), ofreciendo una cartera ministerial a su amigo Jean
Marie Le Guen e instalando a Manuel Valls primero en Interior para
acabar más tarde en Matignon, François Hollande puso en primera línea
del poder a las figuras más conocidas de la generación Mnef (Mutua
Nacional de Estudiantes de Francia. NdT) que en el pasado Lionel Jospin
tuvoi cuidado de mantener a distancia de cualquier puesto de
responsabilidad, por cuestiones referidas a la ética pública.
Triste
historia pero, en verdad, bastante lógica: para acompañarlo en los
cinco años de esta etapa de gobierno que acaba de forma bastante
tumultuosa e inquietante, grotesca y grave, François Hollande instaló en
el mando a los síndicos de la quiebras más improbables o los más
infernales. ¿Se recuerda así lo que Arnaud Montebourg decía no sin
razón, en 2011, durante las primarias socialistas de su rival Manuel
Valls? Que: “no le faltaba más que un paso para ir a la UMP”. Y he aquí
que tres años más tarde, en 2014, es este clon de la UMP (hoy Los
Republicanos) que François Hollande promueve para dirigir un gobierno
que se dice socialista.
Además es este fin lastimoso, sin
dignidad, lo que llama la atención. Porque en otros países, ha habido
partidos de izquierda que han tenido la franqueza o la valentía de hacer
de su mutación un debate público y asumido. El caso más conocido es el
ya mencionado del SPD, que en 1959, en Alemania anuncia su adhesión a la
economía de mercado y se dota de una nueva doctrina en ruptura con el
marxismo. El PS, él, no ha tenido nunca esa honestidad. Y si se implica
en una gran mutación, o más bien en una gran conversión, a partir de los
años 1982-1983, no lo asumirá nunca públicamente. Según la célebre
fórmula de Jospin, este giro a la austeridad solo es “un paréntesis”. E
incluso si este “paréntesis” no se ha cerrado nunca, el PS no ha tenido
jamás la valentía de decirlo y asumirlo.
Al contrario, ha
continuado fingiendo perpetuamente. Fingiendo llevar políticas de
izquierdas, fingiendo defender siempre los mismos valores al servicio de
los más pobres, por un mundo más justo... Y en esta triste comedia del
poder en la que se ha convertido la escena socialista, -cuyo electorado
de izquierda progresivamente ha dejado de estar engañado antes de sufrir
una enorme exasperación-, François Hollande, hay que darle crédito, no
ha tenido el papel protagonista. A veces otros le han birlado el
protagonismo. Por ejemplo, Aranaud Montebourg. Así recordamos lo que
decía el día en el que se conoció que François Hollande había tomado la
decisión de sustituir a Jean-Marc Ayrault en Matigon por Manuel Valls,
el socialista más contestado dentro de su propio campo y que incluso no
había obtenido el 6 % de los votos en las primarias socialistas.
Olvidando la proximidad que había revelado un poco antes entre la UMP y
el interesado, el 3 de abril de 2014 Arnaud Montebourg, se precipitó al
plató de France 2, para aplaudir a rabiar esta nominación: “Manuel Valls
es un hombre apasionadamente de izquierdas. Quiero recordar que hemos
militado juntos por el No contra el Tratado Constitucional Europeo en
2005. No olvido esos combates comunes […]. Sin duda, teníamos
desacuerdos, vamos a confrontarlos con los hechos, pero hemos trabajado
en el mismo gobierno y pertenecemos a una familia que tiene el deseo de
cambiar Francia. Podemos hacerlo en armonía”.
Enemigos en 2011,
amigos en 2014, de nuevo adversarios en 2016: ¿y querrán que el país
llegue a comprender estas oscuras palinodias?
¡No! ¡La verdad es
más cruel que esto! Es todo un mundo que se hunde ante nuestros ojos, en
convulsiones a veces grotescas, a veces indignantes. Por ahora, solo
François Hollande ha renunciado. Pero el Partido Socialista está abocado
a desaparecer. Aquí acaba su larga historia.
Aquí comienza la esperanza de una refundación...
https://www.mediapart.fr/journal/france/051216/sous-le-naufrage-de-hollande-l-agonie-du-socialisme-francaisCaja negra
En
esta “toma de partido”, he cogido algunos préstamos del libro que
escribí en 2014 À tous ceux qui ne se résignent pas à la débâcle qui
vient (Éditions Don Quichotte)
Traducción VIENTO SUR