Es una característica bastante frecuente en el ejercicio del poder el uso y el abuso de la “doble moral”.
Se
dice una cosa y se hace lo contrario. Al poderoso no se le discute, se
le obedece; y al subordinado no le quedan muchas alternativas respecto a
los valores que le imponen. “Las órdenes no se discuten: se acatan”,
suele decirse. Quien detenta una cuota de mayor poder puede exigir algo,
pero él mismo no lo cumple. Eso es la impunidad.
Esto no significa que forzosamente, siempre y en todas las
circunstancias, el poder sea hipócrita. Pero no hay dudas que ello es
posible, y mucho. El poder, por definición, no va de la mano de la
justicia. Como decía el refrán latino: “
Lo que es lícito para [el dios]
Júpiter, no es lícito para todos”. En otros términos: todos somos iguales… ¡pero hay algunos más iguales que otros!
Si fuera la equilibrada justicia la que rigiera el mundo… pues muy
distinto sería el mundo entonces. Los poderes no suelen ser justos
precisamente: son autoritarios. Cuanto más grande es la cuota de poder
en juego, mayor puede ser la cuota de injusticia. O dicho en otros
términos: mayor puede ser la impunidad, la hipocresía, la doble moral.
La clase dirigente de Estados Unidos de América y su aparato de
gobierno -no es esto ninguna novedad- constituyen el más grande poder
edificado en la historia humana. Su capacidad económica, política,
militar, cultural, es única. Nunca había habido en la historia algo
similar, y una vez que caiga como imperio -lo cual quizá no esté tan
lejos- no es seguro que pueda repetirse algo igual. ¿Cómo será el mundo
post imperio estadounidense? ¿Se llegará a la justicia real alguna vez?
No sabemos, pero hoy eso se ve difícil. La Organización de las Naciones
Unidas (ONU), la instancia supuestamente erigida para establecer una
justicia global, se demuestra ineficiente, pues el poder real -aunque
sea bochornoso tener que admitirlo- sigue asentando en el mayor poderío
de fuerza bruta. En otros términos: el que tiene el garrote más grande,
gana. Y la ONU absolutamente lejos está de poseer poder de coacción (no
tiene garrote. Estados Unidos, sí).
Aprovechando ese poder descomunal (su economía continúa siendo la más
grande, aunque China esté pisándole los talones, y su inversión militar
equivale a la suma de todos los otros países del mundo juntos),
aprovechando ese desarrollo monumental, su impunidad y doble moral son
cada vez más absolutas. Señal, probablemente, que ha perdido la
racionalidad. Las grandes potencias en ascenso son racionales,
equilibradas, armónicas; cuando comienzan la curva descendente, todas,
irremediablemente todas se trastocan, se vuelven “locas”. Eso está
pasándole al gran imperio del Norte. En su avidez universal llegó al
punto de sentirse un dios invencible (ahí está el proyecto del escudo
antimisiles como prueba, para reafirmar su impunidad). Pero eso no es
sino el síntoma de su descomposición, de su festín de impunidad
irracional (claro que, preciso es decirlo, esa supuesta impunidad
militar empieza a hacer agua. Rusia le ha tomado la delantera en
armamentos estratégicos, superándolo en al menos 5 años de avance
tecnológico). El discurso ya no se corresponde totalmente con la
realidad. El ensoberbecimiento por la riqueza acumulada comienza a
nublarle la vista.
Mientras cae, sin embargo, la hipocresía de su doble moral no deja de
crecer. Se llena la boca hablando de democracia y libertad, mientras es
el gobierno que más ha intervenido en todo el mundo violando infinitas
veces los principios básicos de no-injerencia entre Estados. Es
proverbial su defensa de las libertades civiles, pero con el Acta
Patriótica aprobada luego de los atentados contra las Torres Gemelas y
su universal cruzada contra el “terrorismo”, funciona peor que la peor
dictadura antidemocrática concebible. Su población, sin que lo sepa,
está infinitamente más vigilada que la de cualquier régimen dictatorial
tercermundista.
Su gobierno vive hablando hasta el hartazgo de la no-proliferación de
armas nucleares por parte de países “sospechosos” (Irán, Corea del
Norte), pero se permite tener la mitad del arsenal atómico del mundo:
6000 misiles intercontinentales de los 12 000 que existen en el planeta.
Y mientras condena a los gobiernos de Teherán o de Pyongyang por sus
avances en materia nuclear, sin la más mínima vergüenza equipa a Israel
con el mismo tipo de armas que fustiga furioso en otros (400 bombas
atómicas, oficialmente inexistentes).
Habla de la transparencia de los mecanismos democráticos en los
sistemas políticos de todo el mundo arrogándose el derecho de ser juez
de las elecciones que le parecen “dudosas”, pero muchas de sus
administraciones federales llegaron a la Casa Blanca con escandalosos
fraudes electorales probados. Además, la metodología electoral que
emplea (a través de colegios de electores) es la más proclive al fraude,
hoy día superada por otros recursos técnicos.
Castiga a los gobiernos que se da el lujo de calificar de
dictatoriales y a los golpes de Estado…., siempre y cuando constituyan
obstáculos a su hegemonía: Fidel Castro, Mohamed Gadafi o Nicolás Maduro
se presentan como “dictadores”, según su lógica, pero no lo eran
Pinochet o Suharto. Y la doble moral llega al colmo de criticar
cuartelazos -siendo que todos los golpes militares en Latinoamérica son,
en definitiva, producto de su inspiración- mientras en lo doméstico ha
tenido infames golpes palaciegos: el de Kennedy con magnicidio incluido,
o el intento de destitución de Clinton con el indecoroso montaje
escenificado a partir de su vida personal (la becaria Mónica Lewinsky),
en los casos en que el titular del Ejecutivo no sigue a pie y juntillas
los dictados de la gran empresa multinacional (para el caso, porque tocó
los intereses de las grandes tabacaleras).
Habla de terrorismo -el nuevo demonio de mil cabezas- mientras
protege a connotados mercenarios terroristas como Luis Posada Carriles,
autor de un acto infame en contra de un avión comercial en vuelo con 76
muertes, quien también tomara parte en el atentado en Texas contra la
vida del presidente Kennedy.
Y en relación a este connotado terrorista de Posadas Carriles, el
Gobierno de Estados Unidos, siempre en la lógica de su bochornosa doble
moral, alegó no entregarlo a la administración bolivariana de Venezuela
por temor a que sea torturado mientras continúa torturando a mansalva en
cárceles secretas, y no tan secretas, como en la oprobiosa base de
Guantánamo en la isla de Cuba, o la tristemente célebre prisión de Abu
Ghraib, en Irak.
Si de terrorismo se trata, los “fanáticos musulmanes” que hoy
aterrorizan al mundo “libre y civilizado” (Al-Qaeda, el Estado
Islámico), son su creación. “
¿Qué significan un par de fanáticos religiosos si eso nos sirvió para derrotar a la Unión Soviética?”, dijo alguna vez Henry Kissinger sin la menor vergüenza.
Habla de la lucha frontal contra el narcotráfico, cuando está
infinitamente probado que sus mismos órganos de seguridad y espionaje
son quienes promueven ese
negocio,
el cual es gran impulso para su economía pero fundamentalmente: arma de
control social. Doble moral infame que permite despotricar contra la
producción de drogas ilegales cuando es su población la principal
consumidora a escala planetaria.
Doble moral deleznable que lleva a su clase dirigente y a su gobierno
a hablar de libertad mientras manejan por lejos el mercado
internacional de las comunicaciones y de la creación de opinión pública
(85% de los mensajes audiovisuales que circulan en Occidente provienen
de su industria), manejando mentes y voluntades de un modo infinitamente
superior al ideado por los primeros ideólogos nazis. Hollywood es, por
lejos, la principal fábrica universal de mentiras.
Tal es el descaro en su hipócrita doble moral (dicho en otros
términos: tal es su poderío intocable) que habla interminable de las
bondades del libre mercado y el parasitismo del Estado, pero subsidia su
producción agrícola nacional y traba el libre comercio haciendo jugar
al Estado un papel fundamental en el mantenimiento del equilibrio de la
gran empresa a través de su intervencionismo. Cada vez que alguna de sus
grandes corporaciones multinacionales está en apuros (Lehman Brothers,
General Motors Company, por mencionar algunos casos), su Estado sale al
rescate. Privatiza las ganancias, pero socializa las pérdidas,
haciéndole pagar al resto del mundo las mismas, con emisión inorgánica
de su moneda, hoy por hoy, intocable aún en buena parte del mundo.
Habla del trabajo y la producción, pero en su fase de caída
irremediable como imperio su dinámica económica básica está puesta en la
más descarada especulación financiera, y dándose el lujo de criticar
soberbio la "corrupción" de los “atrasados” países de su periferia, está
en manos de impenetrables mafias corruptas que cada vez detentan más
poder… y hacen negocios sucios a la sombra del Estado federal. Los
paraísos fiscales de que se nutren son infinitamente más mafiosos,
corruptos y repugnantes que el más mafioso de los capos de la droga
latinoamericano.
Doble moral desvergonzada que le permite hablar de la ley para luego
saltarla impunemente, como demuestra cada vez en forma más marcada su
abandono de los mecanismos civilizados de la humanidad como la
Organización de las Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional (CPI) o
los diversos tratados internacionales que desconoce jactancioso. Uno de
sus funcionarios -John Bolton- pudo decir jactancioso y provocativo
algunos años atrás que “
si es necesario bombardear el edificio de la ONU, lo haremos”.
En otros términos: el mundo está gobernado por una banda de
mentirosos descarados, machistas y agresivos convencidos que tienen el
derecho natural de hacerlo. El actual presidente no es sino un exponente
más de esa ideología. No es un payaso como algunos lo quieren
presentar; es un cabal ícono representativo de esa impune insolencia
bravucona. ¿Hasta cuándo lo permitiremos?