- Al recibir en Washington al príncipe heredero, Mohamed
ben Salman, el presidente Trump pasó revista a las enormes compras de
armamento estadounidense pactadas con Arabia Saudita y concluyó
preguntando al príncipe con una enorme sonrisa: “Ustedes tienen con qué
pagar todo esto. ¿Verdad?”
El asesinato de Jamal Khashoggi es uno de los numerosísimos casos
donde se aplica la ética de geometría variable que practican las
potencias occidentales.
El reino de los Saud
Hace 70 años que las potencias occidentales prefieren ignorar lo que
todo el mundo sabe: Arabia Saudita no es un país como los demás. Es
propiedad privada del rey que la gobierna y todos los que allí residen
están al servicio de ese rey. El nombre mismo del país –Arabia Saudita–
proclama que se trata, ante todo, de la “residencia” de los Saud.
En el siglo XVIII, una tribu de beduinos –los Saud– concluyó una
alianza con la secta de los wahabitas y se levantó contra el Imperio
Otomano. Lograron instaurar un reino en Hejaz, región de la Península
Arábiga donde se encuentran las ciudades santas de Medina y La Meca.
Pero pronto tuvieron que enfrentar la represión otomana.
A principios del siglo XIX, un sobreviviente de la tribu de los Saud
inicia una nueva revuelta. Pero los miembros de su familia comienzan a
luchar entre sí y acaban nuevamente derrotados por los otomanos.
Finalmente, ya en el siglo XX, los británicos apuestan por los Saud
para acabar con el Imperio Otomano y poder explotar los yacimientos
petrolíferos de la Península Arábiga. Con ayuda de Lawrence de Arabia,
fundan el reino actual.
La diplomacia británica sabía perfectamente que tanto los Saud como
los wahabitas se habían ganado el odio de sus servidores y que serían
incapaces de entenderse con sus vecinos. El desequilibrio militar entre
los Saud, armados con sables, y el armamento moderno de los británicos
garantizaba que esa familia nunca pudiese rebelarse contra sus amos
occidentales.
Pero al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos aprovecha
el debilitamiento del Reino Unido para suplantarlo. El presidente
Roosevelt concluye con el fundador del reino saudita el llamado “Pacto
del Quincy” [
1].
En ese pacto, Estados Unidos se comprometía a proteger a la familia
Saud a cambio del petróleo del reino. Los Saud también se comprometían a
no oponerse a la creación de un Estado judío en Palestina. George W.
Bush renovó aquel pacto en los años 2000.
El fundador del wahabismo, Mohamed ben Abdelwahhab, estimaba que
quienes no se unieran a su secta debían ser exterminados. Numerosos
autores han resaltado la cercanía entre el modo de vida de los wahabitas
y el de algunas sectas judías ortodoxas, así como el parecido entre los
razonamientos de los teólogos wahabitas y los de algunos pastores
cristianos puritanos.
Sin embargo, para mantener la influencia británica en el Medio
Oriente, Londres decide combatir a los nacionalistas árabes y respaldar a
la Hermandad Musulmana y a la secta de los Nachqbandis. Es por eso que,
en 1962, los británicos solicitaron a los Saud que crearan la Liga
Islámica Mundial y después –en 1969– la creación de lo que hoy llamamos
la Organización para la Cooperación Islámica. El wahabismo acabó
admitiendo el islam sunnita –al que hasta entonces había combatido– y
ahora se erige en protector del sunnismo mientras se obstina en combatir
las demás manifestaciones del islam.
Tratando de evitar las guerras fratricidas que habían marcado la
historia de su familia en el siglo XIX, el rey Ibn Saud instituyó un
sistema de sucesión que, a la muerte del rey, transfería la corona
al mayor de sus hermanos. El fundador del reino había tenido 32 esposas,
que le dieron 53 hijos y 36 hijas. El mayor de los sobrevivientes –el
actual rey Salman– tiene 82 años. En aras de salvar el reino, el Consejo
de Familia de los Saud aceptó en 2015 modificar la regla de sucesión y
designar a los hijos del príncipe Nayef y del rey Salman como futuros
herederos. Pero el príncipe Mohamed ben Salman –hijo del actual rey
Salman– apartó de su camino al hijo de Nayef convirtiéndose así en único
príncipe heredero del trono.
Las costumbres de los Saud
En la Antigüedad, el término «
árabe» designaba a los pueblos
arameos que vivían del lado sirio del Éufrates. Según esa definición,
los Saud no son árabes. Sin embargo, como el
Corán fue reexaminado por el Califa en Damasco, el término «
árabe» designa hoy a los pueblos que hablan la lengua del
Corán,
lo cual incluye a los de la región de Hejaz. Ese término genérico
abarca hoy las civilizaciones –muy diferentes entre sí– de los beduinos
del desierto y de los pueblos de las ciudades de un vasto conjunto
geográfico que se extiende desde el Océano Atlántico hasta el Golfo
Pérsico.
La familia Saud pasó bruscamente del camello al jet privado, pero ha
conservado, en pleno siglo XXI, la cultura arcaica del desierto. Ejemplo
de ello es su odio hacia la Historia. Los Saud han destruido todo
rastro de la historia de su país. Esa es la mentalidad retrógrada que
se expresó en las destrucciones de monumentos históricos y arqueológicos
perpetradas por los yihadistas en Irak y en Siria. No existe ninguna
otra razón que justifique la decisión de los Saud de destruir la casa
del Profeta Mahoma y la destrucción de las históricas tablillas sumerias
perpetrada por los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh).
Las potencias occidentales que en el pasado utilizaron a los Saud
para acabar con el Imperio Otomano –hecho que todos reconocen
hoy en día– son las mismas que utilizaron a los yihadistas, financiados
por los Saud y formateados ideológicamente por los wahabitas, para
destruir Irak y Siria.
Aunque ya nadie quiere recordarlo, al principio de la agresión
contra Siria, mientras la prensa occidental nos servía la fábula de la «
primavera árabe»,
Arabia Saudita sólo exigía que el presidente Bachar al-Assad dejara
el cargo. Riad aceptaba que se quedaran sus consejeros, su gobierno y
hasta su ejército y sus servicios secretos. Sólo quería la cabeza
de Assad… porque Assad no es sunnita.
Cuando el príncipe Mohamed ben Salman (a quien la prensa prefiere llamar «
MBS»)
se convirtió en el ministro de Defensa más joven del mundo, exigió
poder explotar los yacimientos petrolíferos que abarcan parte de su país
y del territorio yemenita. Ante la negativa de Yemen, inició una guerra
con la que esperaba cubrirse de gloria, como su abuelo. Pero, a través
de la Historia, nadie ha logrado mantenerse en Yemen, ni en Afganistán.
Poco importa, el príncipe heredero “demuestra” su poderío hambreando a
7 millones de personas. Todos los miembros del Consejo de Seguridad
dicen sentir preocupación ante la crisis humanitaria en Yemen, pero
ninguno se atreve a criticar al “valeroso” príncipe MBS.
Como consejero de su padre el rey, MBS propone eliminar al jefe de la oposición saudita –el jeque Nimr Baqr al-Nimr [
2]. El jeque al-Nimr era partidario de la no violencia… pero era chiita, o sea un «
infiel»,
según la visión de los wahabitas. El jeque al-Nimr fue decapitado,
sin que las potencias occidentales se escandalizaran por ello. Después,
MBS destruyó Mussawara y Chuweikat, en la región saudita de Qatif, ¡de
población fundamentalmente chiita! Las potencias occidentales tampoco
vieron allí las ciudades arrasadas por los blindados del reino ni
sus pobladores masacrados.
El príncipe heredero no soporta la menor contradicción y en junio
de 2017 empujó a su padre a romper con Qatar, porque el pequeño pero
riquísimo emirato había tenido la audacia de ponerse del lado de Irán
ante Arabia Saudita. MBS intimó entonces a todos los países árabes
a seguirlo en su disputa con Qatar y logró hacerlo retroceder
temporalmente.
Al llegar a la Casa Blanca, el presidente Trump decide ser
pragmático. Acepta la agonía de los yemenitas, a condición de que Riad
ponga fin al respaldo que aportaba a los yihadistas.
Es entonces cuando al consejero de Trump, su yerno Jared Kushner,
se le ocurre la idea de recuperar el dinero que los Saud ganan con el
petróleo y usarlo para revitalizar la economía de Estados Unidos.
La inmensa fortuna de los Saud es el dinero que las potencias
occidentales en general y los estadounidenses en particular han venido
pagando por el petróleo saudita. No es fruto del trabajo de la familia
real sino la renta que sacan de un país que les pertenece. El príncipe
Mohamed ben Salman organiza entonces el golpe palaciego de noviembre
de 2017 [
3].
Al menos 1 300 miembros de la familia real son puestos bajo arresto
domiciliario, incluyendo al primer ministro libanés Saad Hariri,
descendiente bastardo del clan Fadh. Algunos de ellos son torturados
para “convencerlos” de que deben “ofrecer” la mitad de sus fortunas al
príncipe heredero, quien se echa así en el bolsillo 800 000 millones de
dólares en dinero y en acciones [
4]. ¡Craso error!
La fortuna de los Saud, hasta entonces dispersa entre todos los
príncipes y sus descendientes, se concentra ahora en una mano que no es
la del rey, representante del Estado. Así que sólo hay que torcer esa
única mano para recuperar el botín.
El príncipe MBS amenaza también con imponer a Kuwait el destino que
ya sufre Yemen, si él no puede explotar las reservas de petróleo
ubicadas en las regiones limítrofes con Arabia Saudita. Pero el viento y
el tiempo ya no son favorables al heredero.
La operación Khashoggi
Sólo había que esperar la oportunidad. El 2 de octubre de 2018, uno
de los servidores del acaudalado príncipe Al-Walid ben Talal Abdulaziz
Al-Saud, el periodista Jamal Khashoggi, es asesinado por orden de MBS en
la sede del consulado de Arabia Saudita en Estambul, lo cual constituye
una violación del artículo 55 de la Convención de Viena sobre las
relaciones consulares [
5].
Jamal Khashoggi era nieto del médico personal del rey Abdul Aziz y
sobrino del vendedor de armas Adnan Khashoggi, el hombre que equipó la
fuerza aérea saudita y posteriormente armó –por cuenta del Pentágono–
al Irán chiita contra el Irak sunnita. Samira Khashoggi, tía de Jamal
Khashoggi, es la madre de otro vendedor de armas, Dodi al-Fayed, amante
de la mediática princesa británica Lady Diana, junto a la cual fue
eliminado [
6]).
Jamal Khashoggi estaba implicado en un nuevo golpe palaciego que el
príncipe Al-Walid ben Talal estaba preparando contra MBS. Varios
asesinos presentes en el consulado le cortaron los dedos, descuartizaron
su cuerpo y posteriormente presentaron su cabeza al amo MBS. Todo fue
meticulosamente grabado por los servicios secretos de Turquía y
Estados Unidos.
En Washington, la prensa y los miembros del Congreso estadounidense
exigen al presidente Trump la adopción de sanciones contra Riad [
7].
Turki al-Dakhil, uno de los consejeros del príncipe heredero,
responde que si Estados Unidos adopta sanciones contra Arabia Saudita,
esta última es capaz de echar abajo el orden mundial [
8]. Según la tradición de los beduinos del desierto, a todo insulto debe responderse con una venganza… a cualquier precio.
Según ese consejero, Arabia Saudita está preparando una treintena de medidas y las más importantes serían:
Reducir
la producción de petróleo a 7,5 millones de barriles diarios, lo cual
provocaría un alza de precios, que podrían llegar a 200 dólares
por barril. Además, Arabia Saudita no aceptaría pagos en dólares
estadounidenses, provocando así el fin de la hegemonía mundial de esa
moneda;
Arabia Saudita se alejaría de Washington para acercarse a Teherán;
Arabia
Saudita compraría armamento a Rusia y China. El reino propondría además
a Rusia abrir una base militar en suelo saudita, concretamente en la
provincia de Tabuk, en el noroeste, o sea cerca de Siria, Líbano e Irak;
de la noche a la mañana, Arabia Saudita pasaría a respaldar al Hamas y al Hezbollah.
Consciente de los daños que la fiera es capaz de provocar, la Casa
Blanca promete a sus perros parte de los despojos. Recordando
tardíamente sus bellos discursos sobre los «
Derechos Humanos», las potencias occidentales claman en coro que ya no soportan más esa tiranía medieval [
9].
Uno a uno, todos los líderes económicos de Occidente se alinean tras
las instrucciones de Washington y anulan su participación en el Foro
de Riad. Recordando que Jamal Khashoggi era «
residente estadounidense», el presidente Trump y su consejero Jared Kushner hablan de confiscar bienes, que pasarían a manos de Estados Unidos.
Mientras tanto, en Tel Aviv reina el pánico. El príncipe MBS era el
mejor socio del primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu [
10].
Netanyahu incluso solicitó al príncipe heredero la creación de un
estado mayor común israelo-saudita en Somalilandia para aplastar a
los yemenitas. MBS viajó en secreto a Israel a finales de 2017.
El ex embajador de Estados Unidos en Tel Aviv, Daniel B. Shapiro,
advierte a sus correligionarios israelíes que al aliarse al príncipe
heredero saudita, Netanyahu pone a Israel en peligro [
11].
El Pacto del Quincy sólo protege al rey de Arabia Saudita. No incluye al príncipe heredero.