Algunos
años atrás, luego de los atentados contra las torres del Centro Mundial
de Comercio en Nueva York en el año 2001, el gobierno estadounidense
lanzó el Acta Patriótica.
El Acta Patriótica fue inicio de lo
que en ese momento la administración Bush llamó “guerra total contra el
terrorismo”. Así se pusieron en marcha: 1) las llamadas guerras
preventivas, y 2) el control –anticonstitucional– de su propia
población.
En nombre de la “defensa de la patria” se pisoteó la soberanía de
todos los países del mundo, pasando por encima de la Organización de
Naciones Unidas, comenzándose una serie de invasiones a países
supuestamente “focos de terroristas” (en realidad: grandes reservas de
petróleo, gas, agua dulce, biodiversidad o minerales estratégicos). Y en
lo interno, con una política de corte fascista, se conculcaron derechos
históricos de la población estadounidense, haciendo de cada ciudadano
un posible objeto de espionaje sujeto eternamente a control.
En esa lógica, convirtiendo a la humanidad completa en “sospechosa”, se desarrolló la iniciativa TIA:
Total Information Awareness (traducida como “Conocimiento Total de la Información”), también conocida como
Terrorism Information Awareness
(Conocimiento de la Información sobre el Terrorismo). El programa formó
parte de la Ley de Seguridad Nacional y, tras su creación en enero de
2003, fue gestionado por la
Defense Advanced Research Projects Agency
(DARPA). Para ello la DARPA inició la adjudicación de contratos para el
diseño y desarrollo de los componentes del sistema TIA en agosto del
2002, por medio de empresas contratistas. Al hacerse público el
proyecto, muchas organizaciones de derechos humanos y defensa del
ciudadano alzaron la voz, protestando ante esa grosera intromisión del
Estado en la privacidad de cada estadounidense. Ello trajo como
consecuencia que el Congreso se viera forzado a detener el programa,
dejándolo de financiar. Pero poco tiempo más tarde, hacia el 2006,
diversas filtraciones a la prensa informaron que el
software
desarrollado se había desplazado a otras agencias de espionaje, en
particular la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). En otros términos,
aunque no exista el proyecto TIA, sus elementos fundamentales sí son
utilizados a diario por las agencias federales de control.
Años atrás todo esto parecía una idea de ciencia-ficción de un drama
orwelliano; hoy día ese panóptico universal es una realidad: sistemas de
control absoluto de la población planetaria. Ese control tiene dos
vías: por un lado, las empresas disponen de toda la información
necesaria para afinar sus estrategias de mercadeo (¿qué le gusta a cada
persona?, ¿qué necesita?, ¿cuáles son sus debilidades?, ¿qué compra
habitualmente?, ¿qué ofrecerle?). Por otro, las agencias gubernamentales
de espionaje pueden examinar todos los datos de la vida de cada
ciudadano, estableciendo el grado de “peligrosidad” que representa para
el sistema.
El engendro surgido con la administración Bush se concreta con otro
nombre, pero con similares objetivos. El mismo complementa –y supera con
creces– la Red Echelon (compleja trama de espionaje mantenida
igualmente por los Estados Unidos y algunos de sus socios, consistente
en un tejido de antenas, estaciones de escucha, radares y satélites,
apoyados por submarinos y aviones espía, unidos todos a través de bases
terrestres, y cuyo objetivo es controlar todo tipo de comunicaciones
mundiales, entre las que se encuentran correos electrónicos, envíos de
fax, comunicaciones por cable, por satélite, transmisiones radiales,
conversaciones telefónicas).
El dispositivo en cuestión permite a Washington mantener un espionaje
total, continuo y avasallador no sólo de las comunicaciones –parte
medular de lo que desea controlar, y que de hecho ya está haciendo– sino
también de las transacciones financieras, los registros de vuelo, las
declaraciones de impuestos, la venta de paquetes accionarios, los
movimientos de tarjetas de crédito, los archivos médicos de la población
mundial. En definitiva: una forma de control absoluto de cada ser
humano sobre la faz del planeta; control que se ejerce no sólo sobre sus
comunicaciones sino –esto es lo aterradoramente novedoso que comenzó a
desarrollarse con TIA– sobre sus características biométricas (el tramado
del iris, las huellas dactilares, la voz), todo lo cual permite un
monumental banco de datos universales que posibilita a los agentes de
inteligencia buscar y hallar por satélite a una persona en cualquier
lugar del mundo y con una velocidad pasmosa.
Rápidamente explicado, estos sistemas del que TIA fue el precursor
–desarrollado en ese entonces por el Comando de Inteligencia Naval de
los Estados Unidos– consisten en una combinación de tecnologías de punta
del campo de la informática (entre las que se cuenta una monumental
base de datos que permite almacenar información personal de los 7.500
millones de habitantes actuales del planeta, incluyendo videos, fotos y
parámetros biométricos de cada ingresado al programa), con la capacidad
de localización por satélite e identificación de seres humanos a
distancia por medio de las características biométricas almacenadas.
Apoyan y complementan la iniciativa un traductor universal, que puede
convertir instantáneamente en texto una grabación de voz, capaz de
intervenir conversaciones telefónicas en cualquier parte del mundo, así
como un sistema para “interpretar” las relaciones entre distintos
sucesos aislados o que, aparentemente no tienen conexión. Éste detecta
patrones comunes en la actividad de diversas personas, grupos, empresas,
movimientos financieros, viajes, compras; es decir: cualquier
movimiento que se quiera investigar.
Las explosivas declaraciones que hiciera tiempo atrás el ex espía
estadounidense Edward Snowden (¿arrepentido?) permiten ver que los
programas diseñados hace más de una década en la administración Bush,
hoy día son una realidad, no importando qué partido gobierne en la Casa
Blanca. Según aseguró el ahora ex agente, el programa de la NSA no se
limita a la recolección de datos sobre la inteligencia extranjera, sino
que también actúa sobre todas las comunicaciones que transitan dentro de
Estados Unidos. En ese sentido, el programa PRISM es la más brillante
creación del espionaje de Washington. Todos, absolutamente todos estamos
controlados, vigilados, espiados.
El centro de operaciones principal para la vigilancia digital está en
el Estado de Utah, cerca de la pequeña ciudad de Bluffdale, en el
condado de Salt Lake. En un artículo publicado por James Bradford en el
Wired Magazine en
marzo de 2012 se reveló que la obra, de 2.000 millones de dólares de
costo, funciona como mega-almacén de información digital de la Agencia
de Seguridad Nacional. El centro cuenta con la capacidad más grande
concebida para almacenar datos de vigilancia electrónica de todas partes
del mundo: la unidad de capacidad para guardar esa información se mide
en cientos de exabytes (cada uno equivalente a más de mil millones de
gigabytes). El centro de espionaje utiliza la energía eléctrica de la
pequeña ciudad vecina para tener los servidores en marcha y millones de
litros de agua para mantenerlos frescos. Alrededor del perímetro de la
construcción una serie de sensores de detección de intrusos brinda la
seguridad necesaria para trabajar tranquilos, apoyados por guardias
armados. La NSA no lo niega; por el contrario, llamándolo Centro de
Datos de la Comunidad de Seguridad Cibernética Iniciativa Nacional
Integral, afirma que ayuda a proteger las redes civiles de los ataques
cibernéticos. Sin embargo, esto no es competencia de la Agencia de
Seguridad Nacional. De hecho, en su investigación Bradford afirma que el
centro se utiliza para albergar una increíble cantidad de datos
interceptados, tomados dentro y fuera de los Estados Unidos. En ello,
las llamadas redes sociales (Facebook, Twitter) son pieza especialmente
importante.
Con las revelaciones de Edward Snowden, el tamaño y la monumental
capacidad del centro de datos de Utah toman sentido. Los documentos
filtrados por el ex agente detallan, entre otras cosas, un programa
integral denominado PRISM, que absorbe grandes cantidades de información
personal de las empresas de telecomunicaciones y de internet como
Google, Apple y Verizon, combinándolos en una base de datos única.
Snowden afirmó, en una entrevista con el diario británico
The Guardian,
que la base de datos PRISM permite vigilar y espiar a quienquiera en
cualquier parte del mundo. La privacidad personal desaparece así: todos
somos sospechosos potenciales, todos estamos observados. El panóptico ya
no es algo de ciencia ficción: está aquí, vigilándonos.
Pareciera, entonces, que no hay nada que hacer. ¡Pero no es así! Por
más controles que se pongan, la injusticia lleva a la reacción, a la
acción revolucionaria transformadora. ¡Y las injusticias no han
terminado! Por tanto, la acción revolucionaria sigue siendo válida.