El siguiente artículo fue escrito en commemoración
del centenario de la Revolución Rusa, especialmente para ser leído hoy
en Pekín.
Hace un siglo se veía el socialismo como
la ola del futuro. Existieron diversas escuelas de socialismo, pero el
ideal común era garantizar el sustento de necesidades básicas y una
propiedad pública para liberar a la sociedad de los terratenientes, los
banqueros depredadores y los monopolios. Estas esperanzas, en Occidente,
están más lejos ahora de lo que parecía en 1917. La tierra y los
recursos naturales, monopolios de infraestructuras básicas, la sanidad y
las pensiones han sido crecientemente objeto de privatización y
financiarización.
En lugar de que fueran Alemania y otras naciones
industriales avanzadas las que guiaran el camino como se esperaba, fue
la Revolución Rusa de octubre de 1917 la que dio el gran salto. Pero los
fracasos del estalinismo se convirtieron en un argumento contra el
marxismo, una culpabilidad por su asociación con la burocracia
soviética. Partidos europeos sedicentemente "socialistas" o "laboristas"
han apoyado desde los 1980's políticas neoliberales opuestas al
programa político socialista. Rusia misma ha optado por el
neoliberalismo.
Pocos partidos o teóricos socialistas se han
preocupado por la subida del sector de Finanzas, Seguros y Bienes Raíces
(FIRE, por sus siglas en inglés) que cuenta ahora mismo con el mayor
aumento de riqueza. En lugar de evolucionar hacia el socialismo, el
capitalismo occidental está siendo superado por finanzas depredadoras y
extracción de rentas que imponen una deflación por deudas y austeridad
tanto a la industria como a los trabajadores.
El fracaso de la
recuperación de las economías occidentales tras las crisis de 2008 está
llevando a un revival de las ideas marxistas. La alternativa a la
reforma socialista es el estancamiento y la vuelta a los privilegios
financieros y monopólicos neofeudales.
El planteamiento de [David]
Ricardo sobre la renta de la tierra condujo a los primeros capitalistas
industriales a oponerse a la clase de terratenientes hereditarios en
Europa. Pero, a pesar de la reforma política democrática, el mundo ha
liberado de impuestos a la renta de la tierra y todavía está tratando de
resolver el problema de cómo mantener la vivienda asequible, en vez de
desviar directamente los fondos de la clase terrateniente –más
recientemente transmutados en intereses hipotecarios pagados a bancos
por parte de propietarios que comprometen su valor rentista para obtener
préstamos–. La mayor parte de préstamos bancarios son hoy día hipotecas
de bienes raíces. El efecto provocado es el aumento de precios, hasta
el punto en que los valores rentistas son enteramente pagados como
intereses. Esto amenaza con ser un problema para la China socialista y
las economías capitalistas.
Terratenientes, bancos y el coste de la vida
Los
economistas clásicos buscaban que sus naciones fueran más competitivas
por medio de sostener a la baja los costes del trabajo con el fin de
vender más barato que sus competidores. El principal coste de la vida
era la alimentación; hoy es la vivienda. Los precios de la vivienda y la
alimentación no están determinados por los costes de producción sino
por la renta de la tierra –el creciente precio de mercado de la tierra–.
En
la era de los fisiócratas franceses, Adam Smith, David Ricardo y John
Stuart Mill, esta renta de la tierra era un privilegio acumulado de la
clase de terratenientes hereditarios europeos. Hoy la renta de la tierra
se paga principalmente a los banqueros, porque las familias necesitan
crédito para comprar una casa. O bien, si la alquilan, los propietarios
usan sus rentas dimanantes de la propiedad para pagar intereses a los
bancos.
La cuestión de la tierra fue central en la Revolución de
Octubre rusa, como lo era también en la política europea. Pero la
preocupación sobre la renta de la tierra y los impuestos ha perdido la
claridad (y pasión) que guió el siglo XIX, cuando predominaba en la
economía política clásica, en las reformas liberales y desde luego en
las primeras políticas socialistas.
En 1909/10 Gran Bretaña
experimentó una crisis constitucional cuando la Cámara de los Comunes
–democráticamente elegida– aprobó un impuesto a la tierra que sin
embargo luego fue anulada por la Cámara de los Lores –gobernada por la
vieja aristocracia–. La subsiguiente crisis política se resolvió con una
norma por la que los Lores no pudieran anular nunca más un proyecto de
ley sobre política fiscal que hubiera sido antes aprobado en la Cámara
de los Comunes. Pero esa fue la última oportunidad real en Gran Bretaña
para poner impuestos sobre las rentas económicas de los terratenientes y
los propietarios de recursos naturales. El avance del proyecto liberal
de poner impuestos a la tierra se tambaleó, y nunca más tuvo ocasión de
abordarse.
La democratización de la propiedad de la vivienda
durante el siglo XX condujo a los votantes de clase media a oponerse a
los impuestos a la propiedad –incluyendo impuestos sobre
establecimientos comerciales y recursos naturales–. La política fiscal
en general ha devenido pro-rentista y anti-laborista –el opuesto
retrógrado al tipo de liberalismo del s.XIX que promovían los
"ricardianos socialistas" como John Stuart Mill y Henry George–. El
individualismo económico de hoy día ha perdido la consciencia de clase
de antaño, que perseguía gravar rentas económicas y socializar la banca.
Los
Estados Unidos promulgaron en 1913 un impuesto sobre la renta que
recaía principalmente sobre los ingresos de los rentistas y no tanto en
la población trabajadora. Las ganancias de capital (la primera fuente de
creación de riqueza) eran gravadas con la misma tasa impositiva que
otros tipos de ingresos. Pero los intereses particulares creados
abogaron por revertir esta situación, recortando los impuestos a los
beneficios y cambiando el sistema impositivo por uno mucho más
regresivo. El resultado es que hoy en día la mayor parte de la riqueza
no se gana por la inversión en capital en busca de beneficios. En lugar
de eso, las ganancias derivadas del precio de activos han sido
sufragadas mediante la inflación por apalancamiento de deuda de bienes
raíces, acciones y bonos.
Muchas familias de clase media deben la
mayor parte de su patrimonio al aumento de precios de sus viviendas.
Pero, de lejos, el mayor trozo de pastel de los bienes raíces y las
ganancias bursátiles ha ido a parar solamente a un Uno por Ciento de la
población. Y mientras el crédito bancario ha permitido a los compradores
pujar al alza los precios de vivienda, el precio ha sido sacar más y
más ingresos del trabajo para pagar préstamos hipotecarios o rentas.
Como resultado, las finanzas son en el presente lo que han sido a lo
largo de la historia: la principal fuerza que polariza economías entre
deudores y acreedores.
Empresas petroleras y mineras globales
crearon convenientemente banderas para declararse ellas mismas exentas
de impuestos, simulando que todos sus beneficios de producción y
distribución los hacen en paraísos fiscales y zonas libres de transbordo
como Liberia y Panamá (que usan dólares americanos, en lugar de ser
países reales con sus propios sistemas monetarios y fiscales).
El
hecho de que queden prácticamente libres de impuestos los propietarios
absentistas de bienes raíces y la extracción de recursos naturales
muestra que la reforma política democrática no ha sido una garantía
suficiente para el éxito socialista. Las normativas fiscales y la
regulación pública han sido apresadas por los rentistas, arruinando las
esperanzas de los refomadores clásicos del siglo XIX, según los cuales
una política fiscal progresiva produciría el mismo efecto que la
propiedad pública directa de los medios de producción y así "el mercado"
dejaría de ser una alternativa individualista a la regulación o a la
planificación gubernamental.
En la práctica, la planificación y la
asignación de recursos ha pasado al sector bancario y financiero.
Muchos observadores esperaban que esto evolucionara hacia una
planificación estatal, o que al menos funcionara en conjunción con ella,
como en Alemania. Pero el "socialismo ricardiano" liberal fracasó, como
lo hizo el "socialismo de Estado" al estilo alemán, en el que se
financiaba públicamente el transporte y otras infraestructuras básicas,
pensiones y otros costes de la vida "externos" similares, y se ocupaba
de asuntos que de otro modo tendrían que afrontar los empleadores
industriales. Las tentativas de socialismo a medio camino, por medio de
políticas fiscales y regulatorias contra los monopolios y la banca, han
fallado repetidamente. Mientras se dejen en manos privadas los
principales cuellos de botella económicos y políticos servirán de
trampolín para subvertir reformas políticas reales. Por eso el programa
político marxista iba más allá de estas reformas aspirantes al
socialismo.
Para Marx la tarea histórica del capitalismo era
preparar el camino para socializar los medios de producción
desmantelando el legado del feudalismo: una clase rentista hereditaria,
una banca depredadora y unos monopolios que los intereses financieros
habían arrebatado a los gobiernos. La vía más fácil era empezar
socializando la tierra e infraestructuras básicas. Ese propósito de
liberar la sociedad de una carga económica en forma de privilegios
hereditarios y rentas no ganadas por parte de "ricos ociosos" era un
paso adelante hacia la organización socialista, al minimizar los costes
de los rentistas ("faux frais de producción" [falsos costes de producción]).
La reforma proto-socialista en los países industriales líderes
Marx
no era en absoluto el único que esperaba que una creciente parte de la
actividad económica se desplazara del mercado al sector público. El
socialismo de Estado (básicamente un capitalismo auspiciado por el
Estado) subsidió las pensiones y el sistema público sanitario, la
educación y otras necesidades básicas para evitar que la empresa
industrial asumiera todas esas cargas.
En los Estados Unidos,
Simon Patten –el primer profesor de ciencia económica en la nueva
escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pennsylvania– definió
la infraestructura pública como "el cuarto factor de producción" junto
al trabajo, el capital y la tierra. El objetivo de la inversión pública
no era sacar beneficios, sino reducir el coste de la vida y de los
negocios para minimizar la factura de salarios e infraestructuras. La
sanidad pública, las pensiones, las carreteras y otros transportes, la
educación, la investigación y el desarrollo se subvencionaban y proveían
gratuitamente.
Las economías industriales más avanzadas parecían
evolucionar hacia un algún tipo de socialismo. Marx compartía un
optimismo propio de la Era del Progreso, por el que se esperaba que el
capitalismo industrial evolucionara de la forma más lógica, liberando
las economías del rentismo terrateniente y de la banca depredadora
heredados de la época feudal en Europa. Ese fue por encima de todo el
clásico programa de reforma de Adam Smith, John Stuart Mill y los
intelectuales mainstream.
Pero tras la I Guerra Mundial
los intereses creados dieron lugar a una Contrailustración. La banca
encontró a lo largo y ancho del mundo occidental un gran mercado de
préstamos hipotecarios para los bienes raíces, la extracción de recursos
naturales y los monopolios –el modelo anglo-americano, no el de la
banca industrial alemana que había parecido ser el futuro financiero del
capitalismo a finales del siglo XIX–.
Desde 1980 los países
occidentales han revertido las tempranas esperanzas puestas
optimistamente en reformar las economías de mercado. En lugar del sueño
clásico de gravar la renta de la tierra hereditaria en la que se apoyaba
la aristocracia terrateniente europea, el mercado inmobiliario se ha
vuelto virtualmente exento de impuestos. Los propietarios absentistas
evaden impuestos mediante una combinación de deducción por pago de
intereses (puesto que es un gasto necesario para el negocio) y
desgravaciones por super-devaluación ficticia por la que se finge que
los edificios y propiedades pierden valor incluso cuando en realidad los
precios de mercado del suelo están aumentando
Estas exenciones
tributarias han convertido a las inmobiliarias en los mayores clientes
de los bancos. El efecto ha sido el de financiarizar rentas dimanantes
de la propiedad en pagos de intereses. Del mismo modo, en la esfera
industrial la cautividad regulatoria promovida por lobbistas de los
grandes monopolios ha inhabilitado que se puedan mantener públicamente
los precios en concordancia con los costes de producción y prevenir el
fraude mediante la disolución o regulación de monopolios. Estos también
se han convertido en grandes clientes de los bancos.
El comienzo y el final del socialismo ruso
La
mayoría de marxistas pensaban que el socialismo emergería primero en
Alemania, puesto que era la economía capitalista más avanzada. Después
de la Revolución de Octubre de 1917 Rusia pareció dar el gran salto
adelante, la primera nación en liberarse a sí misma de la carga de
rentas e intereses heredados del feudalismo. Mediante la toma de la
tierra, la industria y las finanzas, el control estatal la Revolución
Rusa de Octubre creó una economía sin terratenientes y banqueros
privados. La planificación urbana rusa no tomó en consideración la renta
de emplazamiento ni cobró por el uso de dinero creado por la banca
estatal. La banca estatal creó dinero y crédito, por lo que no había
necesidad de depender de una rica clase financiera. Y, como propietario,
el Estado no persiguió gravar la renta de la tierra o la renta
monopólica.
Al liberar a la sociedad de la clase rentista
post-feudal de terratenientes, banqueros y depredadores financieros, el
régimen soviético fue mucho más que una revolución burguesa. Los
primeros líderes de la revolución quisieron liberar el trabajo
asalariado de la explotación, por medio de traer la industria al dominio
público. Las empresas estatales proveyeron a los trabajadores
alimentación, educación, deportes y actividad de ocio y viviendas
modestas.
La tenencia de tierras agrícolas suponía un problema.
Dado el papel que jugaba el Estado en una mercadotecnia centralizada, se
podrían haber reasignado tierras para fortalecer un campesinado rural y
ayudarle a que invirtiera en modernizaciones. El Estado podría haber
manipulado precios de las cosechas para succionar ganancias agrarias,
como viene a hacer [la gran empresa privada] Cargill en los Estados
Unidos. En vez de eso, el programa de colectivizaciones de Stalin libró
una guerra contra los kulaks. Esta colisión condujo a la
hambruna. Supuso un alto precio para evitar que la renta se pagara a la
clase terrateniente o al campesinado.
Marx no había dicho nada
sobre la dimensión militar en la transición de un capitalismo
progresivamente industrial al socialismo. Pero la Revolución Rusa –como
la de China tres décadas después– mostró que el intento de crear una
economía socialista tenía una dimensión militar que absorbía la mayor
parte del excedente económico. La agresión militar por parte de media
docena de países capitalistas avanzados tratando de derribar el gobierno
bolchevique obligó a Rusia a adoptar un comunismo de guerra. La Unión
Soviética dedicó durante medio siglo la mayor parte de capital a la
inversión militar, no a proveer suficiente vivienda o bienes de consumo
para su población yendo más allá de la alfabetización, la educación y
desarrollo de sanidad pública.
A pesar del gasto militar, el hecho
de que la Unión Soviética se librara de una clase rentista de
financieros y propietarios inmobiliarios absentistas en teoría debería
haber hecho de su economía de bajo coste la más competitiva del mundo.
En 1945 los Estados Unidos ciertamente temieron la eficiencia de la
planificación socialista. Sus diplomáticos se opusieron a los países
soviéticos sobre la base de que la empresa estatal y los precios
habilitarían a estas economías vender más barato que los países
capitalistas. Por eso los países socialistas quedaron excluidos del
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el proyecto de
Organización Mundial del Comercio, explícitamente sobre la base de que
estaban libres de las cargas de la renta de la tierra, la renta de los
recursos naturales, de las rentas monopólicas y de las finanzas.
Las
economías capitalistas están hoy en día privatizando y financiarizando
sus necesidades básicas e infraestructuras. Cada actividad se introduce
forzosamente al "mercado", a unos precios que deben cubrir no solamente
los costes tecnológicos de producción sino también los intereses,
comisiones financieras auxiliares y fondos de garantías para pensiones.
El coste de la vida y de los negocios se privatiza todavía más en tanto
que los intereses financieros separan carreteras, la sanidad, el agua,
las comunicaciones y otros servicios del sector público, mientras que
empujan la vivienda y el mercado de bienes raíces a un profundo
endeudamiento.
La Guerra Fría mostró que los países capitalistas
siguen combatiendo contra economías socialistas, forzándolas a
militarizarse para la autodefensa. Se acusaba del opresivo presupuesto
militar resultante a la burocracia e ineficiencia socialista.
El derrumbe del estalinismo ruso
La
Revolución Rusa finalizó al cabo de 74 años, dejando una Unión
Soviética tan desalentada que acabó por derrumbarse. El contraste entre
los bajos estándares de vida de los consumidores rusos y lo que parecía
un éxito en Occidente fue pronunciándose cada vez más. A diferencia de
la política china de construcción de viviendas, el régimen soviético
insistió en que las familias se apretaran el cinturón. La ropa y otros
bienes de consumo lucían diseños apagados, restringiendo
innecesariamente la variedad. Para colmo, la oposición pública a la
pérdida de efectivos militares rusos en Afganistán causó un
resentimiento popular.
Cuando la Unión Soviética se disolvió a sí
misma en 1991 sus líderes recibieron el asesoramiento neoliberal de sus
principales adversarios, los Estados Unidos, con la esperanza de que les
llevara a la senda capitalista hacia la prosperidad. Pero la conversión
de sus economías en potencias industriales viables era la última cosa
que los asesores estadounidenses quisieron enseñar a los rusos. Su
propósito era el de convertir a Rusia y sus antiguos satélites en
colonias de materias primas de Wall Street, la City de Londres y
Frankfurt –en víctimas del capitalismo, no en productores rivales–.
Rusia
ha ido hasta el más lejano extremo anti-socialista, adoptando un
impuesto de tasa única incapaz de distinguir entre salarios y beneficios
del trabajo, y entre capital e ingreso de renta no-ganada. Al tener que
pagar impuestos sobre el valor añadido (IVA) de bienes de consumo (sin
impuestos sobre el trato de activos financieros), los trabajadores
tributan mucho más que los ricos.
La mayor parte de "creación de
riqueza" occidental se consigue gracias al aumento de los precios de
bienes raíces, acciones y bonos mediante el apalancamiento de deuda y
privatizando el dominio público. El segundo proceso ha adquirido mayor
fuerza desde principios de los 1980 en la Gran Bretaña de Margaret
Thatcher y la América de Ronald Reagan, seguido de países del Tercer
Mundo actuando bajo la tutela del Banco Mundial. El pretexto es que la
privatización maximiza la eficiencia tecnológica y la prosperidad de la
economía en su conjunto.
Siguiendo el consejo, los líderes rusos
accedieron a que las principales fuentes de renta económica – la riqueza
de los recursos naturales, de los bienes raíces, y las empresas
estatales– se transfirieran a propietarios privados (a menudo a sí
mismos y a insiders asociados). Se suponía que la "magia del
mercado" llevaría a los nuevos propietarios a generar una economía más
eficiente como consecuencia de que ganaran dinero del modo más rápido
posible.
Cada trabajador ruso obtuvo un "cupón" con un valor de
unos 25$. La mayoría los vendieron simplemente con el fin de obtener
dinero para comprar comida y otras necesidades, dado que muchas empresas
dejaron de pagar salarios. Rusia acabó con los ahorros nacionales con
una hiperinflación después de 1991.
No debería sorprender que los
bancos devinieran los principales centros de control de la economía,
como en las burbujas económicas occidentales. En lugar de la prosperidad
prometida se produjo una nueva clase de multimillonarios, encabezados
por los Siete Banqueros, quienes se apropiaron del petróleo y el gas, el
níquel y el platino, la producción de electricidad y aluminio, igual
que los bienes raíces, las infraestructuras eléctricas y otras empresas
públicas. Fue el mayor obsequio de la historia moderna. La nomenklatura
soviética se convirtió en los nuevos señores en una descarada
usurpación que Marx habría caracterizado como "acumulación originaria".
Los
asesores americanos sabían lo que era obvio: el ahorro de los rusos
había sido liquidado por la hiperinflación post-1991, de modo que los
nuevos propietarios sólo podían sacar efectivo mediante la venta de
participaciones a compradores occidentales. Los cleptócratas sacaron
dinero como esperaban, vendiendo las participaciones por debajo de coste
a inversores extranjeros tan rápidamente, a tales precios de ganga, que
la bolsa rusa se convirtió en la que dio mejor rendimiento en el mundo
para inversores occidentales en 1994-96.
Los oligarcas rusos
manejaron sus transacciones de ventas en el extranjero, en Gran Bretaña y
otros bancos fuera del alcance de las autoridades rusas para que no
pudieran recuperarlas. Una gran parte se gastó en bienes raíces en
Londres, equipos deportivos y viviendas de lujo en los paraísos del
mundo para las fugas de capitales. Casi nada se invirtió en industria
rusa. Los sueldos retrasados de pago sumaban medio año en muchos casos.
Los estándares de vida disminuyeron, junto a la población, puesto que
los índices de natalidad cayeron a lo largo del período anterior de
economías soviéticas. El trabajo cualificado emigró.
La idea
básica de prosperidad neoliberal es la ganancia financiera basada en
convertir la extracción de rentas en un flujo de pagos de intereses por
parte de compradores a crédito. Esta política favorece la ingeniería
financiera sobre la inversión industrial, revirtiendo la Era del
Progreso del capitalismo industrial, la que Marx anticipó como un
estadio transicional que llevaría al socialismo. Rusia adoptó la línea
de retroceso anti-socialista de Occidente hacia un neo-feudalismo.
Los
gobernantes rusos no entendieron la Teoría monetaria de Estado, que es
la base de la Teoría Monetaria Moderna: los Estados pueden crear su
propia moneda, dándole valor por medio de aceptarla para el pago de
impuestos. El gobierno soviético financió su economía durante setenta
años sin ninguna necesidad de respaldar el rublo con una moneda
extranjera. Pero el banco central de Rusia quedó persuadido de que
buscar una moneda fuerte requería anclar el rublo con bonos del Tesoro
estadounidenses para prevenir la inflación. Los líderes rusos no
comprendieron que el dólar u otras monedas extranjeras sólo eran
necesarias para financiar déficits de la balanza de pagos, no para el
gasto nacional, salvo que se gastara esa moneda en importaciones.
Rusia
se unió al estándar del dólar. Comprar bonos del Tesoro implicaba
prestar al gobierno Estadounidense. El banco central compró letras del
tesoro para respaldar su moneda nacional. Estas compras ayudaron a
financiar la escalada de la Guerra Fría en los países de alrededor de
Rusia. Rusia pagó un interés anual del 100% a mediados de los 1990,
creando una época de bonanza para inversores Estadounidenses. Al fin y
al cabo esta política neoliberal yace en una economía rusa abierta al
saqueo por parte de instituciones financieras que buscan la renta de los
recursos naturales, la renta de la tierra y la de monopolios para sí
mismas. En lugar de poner esas rentas en el blanco, Rusia puso impuestos
principalmente al trabajo, por medio de un tipo impositivo fijo –una
medida demasiado de derechas incluso para que fuera adoptada en los
Estados Unidos–.
Cuando la Unión Soviética se disolvió a si misma
sus gobernantes no mostraron ningún recelo por la rapidez con la que sus
economías se iban a desindustrializar, a consecuencia de seguir el
consejo Estadounidense de privatizar empresas estatales, recursos
naturales e infraestructuras básicas. Cualquiera que fuera el
conocimiento sobre el análisis del capitalismo de Marx (quizás en
tiempos de Nicolai Bukharin) había desaparecido hacía tiempo. Es como si
ningún gobernante ruso hubiera leído los volúmenes II y III del Capital
de Marx (o las Teorías de la plusvalía), donde revisó las leyes de la
renta económica y la deuda portadora de intereses.
La incapacidad
de Rusia, los países bálticos y otros países post-soviéticos para
comprender el sector FIRE [Finanzas, Seguros y Bienes Raíces] y sus
dinámicas financieras ofrece una lección objetiva para otros países
sobre qué se debe evitar. Invirtiendo los principios de la Revolución
Rusa de Octubre de 1917 la cleptocracia post-soviética asimiló la
"acumulación originaria" de tierras y bienes comunes de la época feudal.
Adoptaron el plan de negocios neoliberal: establecer monopolios, en
primer lugar y de la forma más sencilla, mediante la privatización de la
infraestructura pública que se había construido, extrayendo rentas
económicas y pagando ellos mismos lo resultante en forma de intereses y
dividendos.
Ese asesoramiento financiero de Occidente se convirtió
en el ejemplo de manual de cómo no se debe organizar una economía.
Habiéndose reincorporado en la economía global en 1991 libre de deuda,
la población rusa, sus empresas y su gobierno se encontraron prontamente
con deudas a causa del desastre provocado. Se podría haber cedido a las
familias sus casas, tal y como se les dio a los gerentes corporativos
empresas enteras virtualmente gratis. Pero los gerentes rusos eran tan
opuestos a la clase trabajadora como codiciosos, como para que se
apropiaran de activos del dominio público. El alcance de los precios
desorbitados de vivienda en poco tiempo hizo de la economía rusa una de
las más costosas del mundo para la vida y para los negocios. Eso contuvo
cualquier intención de hacer la competencia a los Estados Unidos o a
Europa. Lo que fuera que pasara por marxismo soviético carecía de una
comprensión sobre cómo las rentas económicas, y por consiguiente los
altos costes laborales, afectaban a los precios internacionales, o cómo
los servicios de deuda y la fuga de capitales afectaban a la tasa de
cambio de la moneda.
Los enemigos del socialismo anunciaron la
muerte de la teoría marxista, alegando que la disolución soviética
significaba el fin del marxismo. Pero hoy, menos de tres décadas
después, las economías occidentales delanteras están padeciendo un
sobreendeudamiento exuberante y un declive de las expectativas de
bonanza. Rusia no cayó en la cuenta de que del mismo modo en que su
economía estaba quedando obsoleta, también lo estaban las occidentales.
El capitalismo industrial está sucumbiendo a un capitalismo de finanzas
depredadoras que está dejando las economías occidentales bajo el dominio
de la deuda. Las causas subyacentes estaban claras ya cien años atrás:
rentistas financieros desenfrenados, propietarios absentistas y
monopolios.
El derrumbe post-soviético de los 1990's no fue un
fracaso del marxismo sino de la ideología anti-socialista que está
llevando a las economías occidentales al desmoronamiento bajo el dominio
de la simbiosis entre el sector de Finanzas, Seguros y Bienes Raíces, y
las tres formas de extracción de renta: de la tierra, de los recursos
naturales, de monopolios y de intereses (renta financiera). Éste es
precisamente el destino que el socialismo decimonónico, el marxismo e
incluso el capitalismo de Estado trataron de evitar para las economías
industriales.
El lado positivo del período "final" soviético ha
sido liberar al análisis marxista de la marxología rusa. El centro de
atención de la marxología soviética no era el análisis de cómo los
países capitalistas se convertían en economías financiarizadas
neo-rentistas, sino fundamentalmente uno propagandístico, cristalizando
una política de identidad estereotipada que resultaba atractiva para la
clase trabajadora y las minorías oprimidas. La actual vuelta al estudio
marxista ha empezado a mostrar cómo la economía global centrada en los
Estados Unidos está entrando en un período de austeridad crónica,
deflación por deuda y una polarización entre acreedores y deudores
La financiarización y la privatización están sumergiendo al capitalismo en la deflación por deudas
En
1991, cuando los líderes de la Unión Soviética decidieron tomar el
camino "occidental", las economías occidentales mismas se acercaban a un
punto final del recorrido. Se salvaban las apariencias gracias a una
ola de crédito improductivo y de creación de deuda para sostener la
burbuja económica que finalmente estalló en 2008.
Los
inconvenientes de esta dinámica financiera no quedaron patentes en los
primeros años de la II Guerra Mundial, en gran medida porque las
economías emergieron con sectores privados libres de deuda. El boom
posterior sufragó a la clase media en los Estados Unidos y otros países,
pero se financiaba con deuda, primero por la propiedad de viviendas y
los bienes raíces de uso comercial, luego por crédito al consumo para
comprar automóviles y electrodomésticos, y finalmente por las tarjetas
de crédito usadas simplemente para gastos básicos.
El mismo
súper-aumento de deuda ocurrió en el sector industrial, donde se ha
incrementado el crédito de bancos y tenedores de bonos, destinado desde
los 1980s a adquisiciones corporativas y saqueos de participaciones,
reventa de acciones e incluso a pagar dividendos. La industria se ha
convertido en un vehículo de ingeniería financiera con el fin de
aumentar el precio de las acciones y liquidar activos, no para aumentar
los medios de producción. El resultado es que el capitalismo ha caído
presa de los intereses de rentistas renacidos en lugar de liberar
economías de propietarios del suelo absentistas, la banca depredadora y
los monopolios. Los bancos y los tenedores de bonos han encontrado el
mercado más lucrativo no en el sector manufacturero sino en el de bienes
raíces y el de extracción de recursos naturales.
Estos intereses
particulares creados han traducido sus conquistas del poder político en
la eliminación de impuestos y el desmantelamiento de regulaciones sobre
la riqueza. La contrarreforma política resultante ha invertido la idea
de un "mercado libre" para significar una economía libre para los extractores de rentas, no libre de
terratenientes, monopolistas y explotación financiera tal como Adam
Smith, John Stuart Mill y otros economistas clásicos habían concebido.
La palabra "reforma", tal como se usa en los medios neoliberales de hoy,
significa deshacer las reformas de la Era de Progreso, desmantelando la regulación pública y el poder gubernamental –salvo el control por parte de las finanzas y los intereses particulares aliados–.
Todo
esto es lo opuesto al socialismo, que ahora se ha hundido hasta el
punto más bajo a lo largo y ancho del mundo occidental. En las últimas
cuatro décadas se ha visto a la mayoría de partidos europeos y
Estadounidenses sedicentemente "socialistas" dar un giro de 180 grados
para seguir al Nuevo Laborismo de Tony Blair, los
socialistas-solo-de-nombre franceses y los Nuevos Demócratas de Clinton.
Apoyan la privatización, la financiarización y un alejamiento de los
impuestos progresivos en favor de un impuesto al valor añadido (IVA) que
recae sobre los consumidores, no sobre las finanzas o los bienes
raíces.
La diplomacia socialista china en el mundo hostil de hoy
Ahora
que el capitalismo de las finanzas occidental se está estancando, está
luchando todavía más duro por impedir que la crisis post-2008 conduzca a
reformas socialistas que re-socializarían infraestructura privatizada y
establecerían un sistema bancario público. Representando el contraste
entre las economías socialistas y las del capitalismo de las finanzas
como un choque de civilizaciones, la diplomacia "occidental" centrada en
los Estados Unidos está utilizando la subversión militar y política
para evitar una transición del capitalismo al socialismo.
China es
el ejemplo más destacado de éxito socialista en una economía mixta. A
diferencia de la Unión Soviética, no ha hecho proselitismo de su sistema
económico ni ha intentado promover su revolución más allá de las
fronteras para que se emulara su doctrina económica. Justo al contrario:
para evitar un ataque, China ha dado a inversores extranjeros una
participación en el crecimiento económico. El propósito ha sido mantener
a los Estados Unidos y otros intereses extranjeros como aliados, como
demandantes de las exportaciones de China y proveedores de instalaciones
de producción modernas en China.
Eso es lo opuesto al antagonismo
que afrontó Rusia. El riesgo es que implica inversión financiera. Pero
China ha protegido su autonomía al requerir una titularidad mayoritaria
en casi todos los sectores. El peligro principal es interno, en forma de
dinámicas financieras y extracción privada de rentas. La gran decisión
económica que se le presenta a China tiene que ver con el grado en que
la tierra y los recursos naturales deben ser gravados.
El Estado
es propietario de la tierra, pero no grava totalmente el incremento de
valor o la renta de emplazamiento, que ha hecho ricas a muchas familias.
La permisibilidad con que la riqueza inmobiliaria y financiera
resultante puede dominar el crecimiento económico supone dos peligros:
primero aumenta el precio al que los nuevos compradores deben pagar por
su vivienda. Segundo, el aumento de precios de vivienda fuerza a esas
familias a pedir préstamos con intereses. Esto convierte el valor
rentista del suelo –un valor creado por la inversión pública y privada
en infraestructuras– en un flujo de intereses a los bancos. A lo largo
del tiempo acaban recibiendo más que los vendedores, mientras se
encarece el coste de la vida y de la actividad empresarial. Este es un
rumbo que una economía socialista debe evitar a toda costa.
Lo que
está en juego es cómo puede China administrar mejor el crédito y la
renta de los recursos naturales del modo que mejor se adapte a su
población. Ahora que China ha construido una industria próspera y bienes
raíces, su mayor desafío es evitar las dinámicas financieras que están
sometiendo a Occidente a una deflación por deudas y a un entierro de sus
economías. Para evitar estas dinámicas, China debe restringir la
proliferación de deuda improductiva creada meramente para transferir
propiedades a crédito e inflando precios de activos en el curso del
proceso.
El socialismo es incompatible con una clase rentista de
terratenientes, propietarios de recursos naturales y monopolistas –los
clientes preferidos de los bancos, esperando convertir rentas económicas
en cobro de intereses–. Como vehículo para asignar recursos, "el
mercado" refleja el statu quo de propietarios y de los
privilegios de la creación de crédito en cualquier momento dado, sin
considerar para qué es justo y eficiente o predatorio. Los intereses
particulares creados afirman que tal mercado es una fuerza inmutable de
la naturaleza, cuyo curso no puede ser alterado por la "interferencia"
de un gobierno. Esta retórica de pasividad política apunta a disuadir de
que políticos y votantes quieran regular la economía, dejando a los
ricos en libertad para extraer tanta renta económica e intereses como
puedan soportar los mercados a medida que avanza la privatización de
bienes raíces, los recursos naturales, la banca y otros monopolios.
Ese
rentismo es antitético al objetivo socialista de traer estos activos al
dominio público. Es por eso que el sector financiero, los extractores
de petróleo y minerales y los monopolistas luchan tan apasionadamente
para desmantelar el poder de regulación estatal y la banca pública. Esa
es la diplomacia del capital financiero, con el objetivo de consolidar
la hegemonía estadounidense en un mundo unipolar. Respaldan esta
estrategia con un currículum académico neoliberal que describe las
ganancias financieras depredadoras y rentistas como si aumentaran el
ingreso nacional, y no describe que simplemente lo transfieren a las
clases rentistas. Esta imagen engañosa de la realidad económica plantea
un peligro para China al enviar a sus estudiantes a cursar economía en
universidades estadounidenses y europeas.
El siglo que ha
transcurrido desde la Revolución de Octubre rusa de 1917 ha producido
una sustancial literatura marxista que describe cómo el capitalismo
financiero ha dominado al capitalismo industrial. Marx se ocupó de esta
dinámica en los volúmenes II y III del Capital (y también en sus Teorías
de la plusvalía). Como la mayoría de los observadores de su época, Marx
esperaba que el capitalismo daría un paso sustancial hacia el
socialismo superando la dinámica del capital parasitario, sobre todo la
tendencia de la deuda a seguir expandiéndose a interés compuesto hasta
que produjera un colapso financiero.
La única forma de controlar
los bancos y sus sectores rentistas aliados es abiertamente la
socialización. El siglo pasado ha mostrado que si la sociedad no
controla los bancos y el sector financiero, estos controlan la sociedad.
Su estrategia es bloquear la creación monetaria del gobierno para que
las economías se vean obligadas a depender de los bancos y los tenedores
de bonos. La autoridad reguladora para limitar tal agresión financiera y
la fijación monopolística de precios y la extracción de rentas que
respalda han quedado paralizados en Occidente por la "cautividad
regulatoria" de la oligarquía rentista.
Las tentativas de gravar
ingresos de rentas (la alternativa liberal a traer los bienes raíces y
los recursos naturales directamente al dominio público) dan lugar a que
se ejerzan presiones en busca de lagunas y evasión, notoriamente a
través de centros bancarios situados en enclaves extranjeros para la
evasión fiscal y las "banderas de conveniencia" patrocinadas por las
compañías petroleras y mineras globales. Esto deja como única vía para
salvar a la sociedad del poder financiero, capaz de convertir rentas en
intereses, la política de nacionalizar recursos naturales, gravar
completamente la renta de la tierra (donde la tierra y los minerales no
son directamente llevados al dominio público), y desprivatizar
infraestructura y otros sectores clave.
Conclusión
Los
mercados no se han recuperado en favor de la industria y la mano de
obra estadounidenses desde 2008. El capitalismo industrial ha sido
sacrificado ante una forma de capitalismo financiero que cada año que
pasa parece más precapitalista (o simplemente oligárquico y neofeudal).
La polarización resultante obliga a toda economía –incluida la china– a
elegir entre salvar a sus banqueros y otros acreedores o liberar a los
deudores y rebajar la estructura de costes. ¿Hará el gobierno cumplir
las exigencias de los bancos y tenedores de bonos, o dará prioridad a la
economía y a su población? Esa es una eterna cuestión política que han
debido abarcar economías pre-capitalistas, capitalistas y
post-capitalistas.
Marx describió las matemáticas del interés
compuesto expandiéndose para absorber la economía entera como en los
tiempos antiguos, muy anteriores al capitalismo industrial. Caracterizó
el antiguo modo de producción como uno dominado por la esclavitud y la
usura, y la banca medieval como depredadora. Estas dinámicas financieras
existen en las economías socialistas tal como lo hicieron en las
medievales y las de la antigüedad. La forma en que los gobiernos manejan
las dinámicas de crédito y deuda es, por lo tanto, la fuerza dominante
en cada época, y debería recibir la más urgente atención hoy, en tanto
que China moldea su futuro socialista.