sábado, 4 de noviembre de 2017

27 ARTÍCULOS DEL 4 DE NOVIEMBRE DEL 2017

27 ARTÍCULOS DEL 4 DE NOVIEMBRE DEL 2017



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Miguel A. Reyes 

La Marina de Estados Unidos hundió a uno de sus buques en 1967, matando a 300 tripulantes


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La Marina de Estados Unidos hundió a uno de sus buques en 1967, matando a 300 tripulantes


Hace 50 años, para justificar su apoyo a la agresión israelí contra los países árabes, la Casa Blanca orquestó una farsa que luego se convirtió en tópica, uno de esos ataques que ahora se llaman
“de falsa bandera”
contra el buque USS Liberty en el que murieron casi 300 de sus propios marineros.
Estados Unidos siempre necesita algo así, parecer los agredidos y no los agresores, para embarcarse en toda suerte de guerras. Hasta ahora los más osados aseguraban que había sido Israel quien había atacado al navío, simulando que eran aviones egipcios. Ahora el asunto es aún peor: Estados Unidos se atacó a sí mismo.
La destrucción del Liberty se llamó Operación Cianuro. Formaba parte del ataque a Egipto, la llamada “Guerra de los Seis Días”, cuyo nombre en clave era Frontlet 615.
Así lo asegura un libro publicado recientemente (1), del que S.T.Patrick extrae algunas conclusiones significativas (2) sobre aquella “traición en alta mar”, a la que también se la califica como “la mayor atrocidad cometida por las fuerzas militares israelíes contra los intereses estadounidenses”.
El enmascaramiento se copió del “incidente del Golfo de Tonkín” con el que Estados Unidos justificó en 1964 la escalada bélica en Vietnam, cuando otro buque estadounidense, el USS Maddox, también fue hundido por un ataque fingido de torpederas enviadas por el gobierno de Hanoi.
En medio del escenario aparecen el entonces Presidente, Lyndon B.Johnson, y el almirante John McCain, que disimularon la intervención israelí y ordenaron un estricto silencio a los supervivientes, con la amenaza de perder sus pensiones e ir a la cárcel.
Fue la aviación israelí quien atacó materialmente el navío, aunque por sugerencia de Johnson. El barco y sus 300 marinos fueron el sacrificio ofrendado para justificar la agresión contra Egipto.
Hay quien añade que, además, el submarino USS Amberjack lanzó al menos un torpedo contra el Liberty, también siguiendo órdenes del Presidente Johnson (3).
El Liberty, que estaba en aguas internacionales, no era un buque de combate sino de vigilancia electrónica. Lo dejaron tirado y desamparado como una colilla, lo cual contradice las reglas más elementales de la guerra naval. A un portaviones le impidieron enviar aviones de protección en los 10 minutos siguientes al ataque, un tiempo más que suficiente para abortarlo y destruir los aviones y buques israelíes que formaban parte de la expedición.
Hubo un piloto israelí que se negó a atacar a un buque con pabellón estadounidense, lo que también ha estado oculto durante estos 50 años (4). No murieron sólo 34 tripulantes, no se confundieron de buque, ni se trató de un desafortunado “error” israelí, como asegura la Wikipedia (5). Fue algo total y absolutamente deliberado.
Es una ley de la historia que se repite siempre, inexorablemente: todas las guerras en las que ha participado Estados Unidos empiezan con una mentira, desde la guerra contra México hace 150 años y acabando por la de Irak de ahora mismo. Alguno se consolará pensando que no sólo las guerras empiezan con mentiras, sino que las mentiras acompañan necesariamente a las guerras a lo largo de todo su recorrido. Otro más añadiría que en las guerras todos mienten, no sólo Estados Unidos. Ya saben eso de “son todos iguales”, “los unos y los otros”, “si unos son malos los otros son aún peores”, etc. Si la culpa se reparte entre todos, a cada uno le toca un pedazo más pequeño, y así se consuelan.
(1) Phillip F. Nelson y otros: Remember the Liberty!: Almost Sunk by Treason on the High Seas, Trine Day, 2017
(2) S. T. Patrick: Top-Tier Treason and the USS Liberty, 24 octobre 2017, http://americanfreepress.net/top-tier-treason-and-the-uss-liberty/
(3) Ray Songtree: 1967: USS Liberty attacked by submarine USS Amberjack. Crew member blows whistle, Kauai Transparency Initiative, 15 de junio de 2015
(4) Ofer Adaret: But Sir, It’s an American Ship. 'Never Mind, Hit Her!' When Israel Attacked USS Liberty, Haaretz, 11 de julio de 2011
(5) https://es.wikipedia.org/wiki/USS_Liberty_(AGTR-5)

Octubre 1917, el Sturm und Drang del Novecientos - Mario Tronti


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Octubre 1917, el Sturm und Drang del Novecientos - Mario Tronti

 

 


Publicamos el discurso pronunciado el 24 de octubre en el recinto del Senado de Italia por Mario Tronti para recordar el centenario de la Revolución de Octubre.
Presidente, señoras y señores, colegas: les pido un momento de atención en medio de las convulsiones de estos días, una pausa de reflexión puede hacer bien.
Quería recordar un evento, del que se cumple este año el centenario. El 24 de octubre, según el calendario Juliano, o el 7 de noviembre según el calendario gregoriano, de 1917, explotaba en el mundo la revolución en Rusia. Me he estado preguntando sobre la conveniencia de proponer aquí en el Senado de la República recordar esta fecha.
Soy consciente que esto puede molestar la sensibilidad de algunos y algunas, que legítimamente pueden alimentar, con respecto a aquel evento, una hostilidad absoluta.
Pero estamos a cien años de aquella fecha y podemos hablar, como yo lo intento, con pasión y al mismo tiempo con desencanto.
No sé si es verdad o leyenda, que una vez le preguntaron a Chou En-Lai, en los años cincuenta del Siglo pasado, sobre qué opinaba sobre la revolución francesa de 1789. Y la respuesta fue: “es muy pronto para hablar de ello”. De aquellos “Diez días que conmovieron al mundo”, según el reportaje que hizo el periodista estadounidense John Reed, del que tratan hoy muchos diarios, muchas revistas, muchos libros, se podría decir lo mismo. Además, para poner un poco de ironía en acontecimientos que tienen no poco de visión trágica, se podría decir que también ésta, como hacemos frecuentemente en este recinto, es la conmemoración de un difunto.
Aquí, en el Palazzo Madama, especialmente en la primer Legislatura, tras la Constituyente, ocuparon un lugar algunos protagonistas que habían vivido aquella historia en primera persona. Y este recuerdo quiere ser un homenaje a esos padres.
1917 es consecuencia de 1914. Sin la Gran Guerra, no hubiese sucedido la Gran Revolución.
Y lo que hay que recordar de inmediato es que el primer reclamo, que tal vez más que otros produjeron el éxito de la revolución, fue el reclamo de paz: paz a toda costa, se dijo, incluso a costa de perder la guerra.
Cuando Lenin, en contra de todos, firmó el tratado de Brest Litovsk, aceptó las más penosas condiciones, con tal de que los soldados volvieran a sus casas. Lenin era el autor de aquella que, en mi opinión es la más audaz de todas las consignas subversivas, cuando dijo: soldados, trabajadores y campesinos rusos no disparen a los soldados y campesinos alemanes, den vuelta sus fusiles y disparen a sus generales zaristas.
Era aquella idea, expresada por primera vez por Marx, del internacionalismo proletariado, “proletarios de todos los países, uníos”, una idea nunca dejada de lado, que profundiza sus largas raíces en el humanismo moderno.
Ya en la revuelta revolucionaria de 1905, los soldados se habían negado a dispar a la multitud, y habían disparado a sus oficiales.
1905 y 1917 son las dos etapas de la revolución en Rusia. La lúcida estrategia, que será la de los bolcheviques contra los mencheviques, era que los comunistas debían convencerse de que la revolución democrática había que llevarla a sus consecuencias naturales, que estaban en la revolución socialista.
Si democracia es de hecho el kratos en manos del demos, el poder en manos del pueblo, ¿cuál instrumento puede ser más democrático que el soviet, de los consejos de los trabajadores y los campesinos?
Pero, atención, los soviets debían convertirse en Estado, debían asumir los intereses generales. Y, en la práctica, en lugar de hacerse Estado, se convirtieron en partido, tal vez que no haya sido Estado sea el verdadero punto catastrófico del conjunto del proyecto.
Sin embargo, aquella democracia directa no tiene nada que ver con las democracias actuales. Ésta no solo no se hace institución, sino que es anti institucional y también anti política y entonces es no solo conservadora, sino incluso reaccionaria.
La revolución comenzó con tres palabras como consignas: paz, pan y tierra. Palabras simples que tocaron el corazón del antiguo pueblo ruso.
Tres cosas que habían sido quitadas a aquel pueblo. La revolución se las restituyó. Por esto “el asalto al cielo”, que habían intentado en vano los heroicos comuneros de Paris, ganaron en San Petersburgo con el asalto al Palacio de Invierno.
Colegas: conozco bien cómo sigue la historia. Una revolución, que había nacido de la guerra, se encontró en guerra con el resto del mundo, cercada y combatida. No intento, por esto, esconder, y menos justificar, las desviaciones, los errores, la violencia, los verdaderos y propios crímenes cometidos.
Aquí, está el gran problema de por qué la revolución, es decir el gran proyecto de transformación del curso de las cosas, desemboca históricamente en el terror.
Y el problema no involucra solo a los proletarios. Los burgueses no han resuelto de manera diferente la toma del poder. La revolución inglesa a mediados del Seiscientos, la revolución francesa de fines del Setecientos, ambas han hecho caer en el canasto la cabeza del rey. Y la revolución estadounidense, para lograr la más estable democracia del mundo, pasó por una terrible guerra civil.
Revolución y guerra, revolución y terror, ¿son entonces inseparables? ¿Debemos entonces por esto renunciar al intento de un cambio total? ¿Es necesario resignarse a las prácticas de reformas graduales, que nunca arriesgan a poner en discusión la relación, que es una relación forzada, entre el abajo y el arriba, entre lo bajo y lo alto de la sociedad?
Este es el problema que nos presenta aún hoy, después de un siglo, aquel octubre del 17.
Es por esto por lo que, de ser posible, aislaría el valor liberador de aquel acto revolucionario de los fracasos de la época y también de las restricciones anti libertarias, que lo siguieron en su realización.
Recuerdo una fecha y condeno su negación. Aquel acto encuentra su fundación en el admirable inicio del Siglo. El primer decenio del Novecientos presencia la irrupción, y eso también es subversivo, de la transmutación de todas las formas: en el campo artístico, con las vanguardias, el arte figurativo, poesía, narrativa, música; en el campo científico, con el fin de la mecánica newtoniana y el avance del principio de indeterminación; en el pensamiento filosófico con el cuestionamiento de la razón iluminista.
¿Cómo podían las formas de la política, organizaciones e instituciones no ser modificadas por este Sturm und Dang, por este ímpetu y asalto? Así como la gran Viena es el corazón de esta convulsión cultural, así San Petersburgo se convierte en el corazón de esta convulsión política.
El siglo será totalmente marcado. El alma y las formas es el espléndido título de un libro del joven Lukács, en 1911. Era el alma de Europa, y era, como dirá años después Husserl, la crisis de las ciencias europeas, a tirar todas las formas del ochocientos. El espíritu se anticipa siempre a la historia
La revolución del 17 en Rusia está en medio de este fermento total. Acto de liberación, que pondrá en movimiento masas enormes del pueblo y provocará elecciones de vida de pequeñas y grandes personalidades.
Muchos de los rebeldes antifascistas fueron convocados; mientras iban a la cárcel o en el exilio, muchos de los combatientes en la Guerra de España contra los franquistas, muchos de los partisanos que subieron la montaña para luchar contra los nazis.
Si leyeran las cartas de los condenados a muerte durante la Resistencia, en Italia y en Europa, encontrarán frecuentemente un último grito de saludo por aquel evento.
Me doy cuenta de que hablo con demasiada participación, e incluso énfasis. Pero vean, colegas, yo me considero hijo de aquella historia.
Y francamente les digo que ni siquiera estaría aquí sino hubiera comenzado allí. Aquí, para hacer política por los mismos fines con otros medios, sin repetir nada de aquel tiempo lejano, que pasó por tantas transformaciones, permaneciendo idéntico.
Les aseguro, un ejercicio incluso temerario, pero entusiasmante. Si aún se nos permite ser entusiastas en estos tiempos tristes. Les pido disculpas.

Tenemos que convencer al público de que Oswald es el verdadero asesino de Kennedy’


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‘Tenemos que convencer al público de que Oswald es el verdadero asesino de Kennedy’


50 años después, Trump ha desclasificado una parte de los documentos sobre el asesinasto de Kennedy que estaban clasificados como secretos. No hay gran cosa que sorprenda, salvo volver a constatar que en el mundo moderno las versiones oficiales son (casi) siempre mentira.
Los documentos abundan en lo más típico de la política de Washington, donde siempre aparecen entremezclados eso que aquí llamamos las cloacas y que allí forman la CIA, el FBI, la mafia y la gusanería cubana, involucrados en toda clase de crímenes políticos en nombre de su “libertad”.
No obstante, algunas notas son ciertamente curiosas porque muestran que la preocupación del FBI no era la investigación de lo ocurrido, porque eso ya lo sabían, sino qué es lo que “el público” debía creer al respecto. ¿De qué había que convencer a los estadounidenses en 1963? Esa es la nueva y más importante tarea de la policía: redactar los comunicados oficiales y notas para la prensa.
Un mensaje dirigido al director, J. Edgar Hoover, el 24 de noviembre, el día en que Jack Ruby asesinó al “asesino oficial”, Lee Harvey Oswald, decía: “Tenemos que convencer al público de que Oswald es el verdadero asesino”.
Otras notas del propio Hoover iban más allá: el verdadero núcleo del asunto era convencer de que Oswald era el único asesino, que no había ninguna conspiración: “Sobre el caso Oswald no hay otra cosa que su muerte”, decía una de esas notas.
Ante la Comisión Warren, el director del FBI fue muy tajante cuando aseguró que no había visto “ni un céntimo de prueba” de ninguna conspiración, algo que repitió posteriormente muchas veces.
La preocupación de Hoover por tapar la conspiración desde el primer momento es muy significativa porque normalmente la policía siempre empieza diciendo que no puede descartar ninguna hipótesis. En el caso de Kennedy sí lo hizo y se esforzaron para que todo el mundo descartara esa hipótesis precisamente, la de la conspiración.
Esa mismo interés de Hoover era compartido por el subdirector de la fiscalía, Nicholas Katzenbach, del que aparecen varias notas tratando de impedir, de todas las maneras posibles, que el magnicidio era obra de varios autores.
“Habrá elementos de nuestra sociedad que gritarán alto y claro que sus derechos civiles han sido violados, como en efecto ha ocurrido”, admite el fiscal.
50 años después esos derechos civiles siguen violados y lo serán hasta que toda la documentación no sea revelada y el Estado admita lo obvio: que el asesinato fue un trabajo interior en el que participaron sus más altas instancias, empezando por el vicepresidente Lyndon B.Johnson.

Socialismo, tierra y banca: el 2017 comparado al 1917 - Michael Hudson


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Socialismo, tierra y banca: el 2017 comparado al 1917 - Michael Hudson

 


El siguiente artículo fue escrito en commemoración del centenario de la Revolución Rusa, especialmente para ser leído hoy en Pekín.
Hace un siglo se veía el socialismo como la ola del futuro. Existieron diversas escuelas de socialismo, pero el ideal común era garantizar el sustento de necesidades básicas y una propiedad pública para liberar a la sociedad de los terratenientes, los banqueros depredadores y los monopolios. Estas esperanzas, en Occidente, están más lejos ahora de lo que parecía en 1917. La tierra y los recursos naturales, monopolios de infraestructuras básicas, la sanidad y las pensiones han sido crecientemente objeto de privatización y financiarización.
En lugar de que fueran Alemania y otras naciones industriales avanzadas las que guiaran el camino como se esperaba, fue la Revolución Rusa de octubre de 1917 la que dio el gran salto. Pero los fracasos del estalinismo se convirtieron en un argumento contra el marxismo, una culpabilidad por su asociación con la burocracia soviética. Partidos europeos sedicentemente "socialistas" o "laboristas" han apoyado desde los 1980's políticas neoliberales opuestas al programa político socialista. Rusia misma ha optado por el neoliberalismo.
Pocos partidos o teóricos socialistas se han preocupado por la subida del sector de Finanzas, Seguros y Bienes Raíces (FIRE, por sus siglas en inglés) que cuenta ahora mismo con el mayor aumento de riqueza. En lugar de evolucionar hacia el socialismo, el capitalismo occidental está siendo superado por finanzas depredadoras y extracción de rentas que imponen una deflación por deudas y austeridad tanto a la industria como a los trabajadores.
El fracaso de la recuperación de las economías occidentales tras las crisis de 2008 está llevando a un revival de las ideas marxistas. La alternativa a la reforma socialista es el estancamiento y la vuelta a los privilegios financieros y monopólicos neofeudales.
El planteamiento de [David] Ricardo sobre la renta de la tierra condujo a los primeros capitalistas industriales a oponerse a la clase de terratenientes hereditarios en Europa. Pero, a pesar de la reforma política democrática, el mundo ha liberado de impuestos a la renta de la tierra y todavía está tratando de resolver el problema de cómo mantener la vivienda asequible, en vez de desviar directamente los fondos de la clase terrateniente –más recientemente transmutados en intereses hipotecarios pagados a bancos por parte de propietarios que comprometen su valor rentista para obtener préstamos–. La mayor parte de préstamos bancarios son hoy día hipotecas de bienes raíces. El efecto provocado es el aumento de precios, hasta el punto en que los valores rentistas son enteramente pagados como intereses. Esto amenaza con ser un problema para la China socialista y las economías capitalistas.
Terratenientes, bancos y el coste de la vida
Los economistas clásicos buscaban que sus naciones fueran más competitivas por medio de sostener a la baja los costes del trabajo con el fin de vender más barato que sus competidores. El principal coste de la vida era la alimentación; hoy es la vivienda. Los precios de la vivienda y la alimentación no están determinados por los costes de producción sino por la renta de la tierra –el creciente precio de mercado de la tierra–.
En la era de los fisiócratas franceses, Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill, esta renta de la tierra era un privilegio acumulado de la clase de terratenientes hereditarios europeos. Hoy la renta de la tierra se paga principalmente a los banqueros, porque las familias necesitan crédito para comprar una casa. O bien, si la alquilan, los propietarios usan sus rentas dimanantes de la propiedad para pagar intereses a los bancos.
La cuestión de la tierra fue central en la Revolución de Octubre rusa, como lo era también en la política europea. Pero la preocupación sobre la renta de la tierra y los impuestos ha perdido la claridad (y pasión) que guió el siglo XIX, cuando predominaba en la economía política clásica, en las reformas liberales y desde luego en las primeras políticas socialistas.
En 1909/10 Gran Bretaña experimentó una crisis constitucional cuando la Cámara de los Comunes –democráticamente elegida– aprobó un impuesto a la tierra que sin embargo luego fue anulada por la Cámara de los Lores –gobernada por la vieja aristocracia–. La subsiguiente crisis política se resolvió con una norma por la que los Lores no pudieran anular nunca más un proyecto de ley sobre política fiscal que hubiera sido antes aprobado en la Cámara de los Comunes. Pero esa fue la última oportunidad real en Gran Bretaña para poner impuestos sobre las rentas económicas de los terratenientes y los propietarios de recursos naturales. El avance del proyecto liberal de poner impuestos a la tierra se tambaleó, y nunca más tuvo ocasión de abordarse.
La democratización de la propiedad de la vivienda durante el siglo XX condujo a los votantes de clase media a oponerse a los impuestos a la propiedad –incluyendo impuestos sobre establecimientos comerciales y recursos naturales–. La política fiscal en general ha devenido pro-rentista y anti-laborista –el opuesto retrógrado al tipo de liberalismo del s.XIX que promovían los "ricardianos socialistas" como John Stuart Mill y Henry George–. El individualismo económico de hoy día ha perdido la consciencia de clase de antaño, que perseguía gravar rentas económicas y socializar la banca.
Los Estados Unidos promulgaron en 1913 un impuesto sobre la renta que recaía principalmente sobre los ingresos de los rentistas y no tanto en la población trabajadora. Las ganancias de capital (la primera fuente de creación de riqueza) eran gravadas con la misma tasa impositiva que otros tipos de ingresos. Pero los intereses particulares creados abogaron por revertir esta situación, recortando los impuestos a los beneficios y cambiando el sistema impositivo por uno mucho más regresivo.  El resultado es que hoy en día la mayor parte de la riqueza no se gana por la inversión en capital en busca de beneficios. En lugar de eso, las ganancias derivadas del precio de activos han sido sufragadas mediante la inflación por apalancamiento de deuda de bienes raíces, acciones y bonos.
Muchas familias de clase media deben la mayor parte de su patrimonio al aumento de precios de sus viviendas. Pero, de lejos, el mayor trozo de pastel de los bienes raíces y las ganancias bursátiles ha ido a parar solamente a un Uno por Ciento de la población. Y mientras el crédito bancario ha permitido a los compradores pujar al alza los precios de vivienda, el precio ha sido sacar más y más ingresos del trabajo para pagar préstamos hipotecarios o rentas. Como resultado, las finanzas son en  el presente lo que han sido a lo largo de la historia: la principal fuerza que polariza economías entre deudores y acreedores.
Empresas petroleras y mineras globales crearon convenientemente banderas para declararse ellas mismas exentas de impuestos, simulando que todos sus beneficios de producción y distribución los hacen en paraísos fiscales y zonas libres de transbordo como Liberia y Panamá (que usan dólares americanos, en lugar de ser países reales con sus propios sistemas monetarios y fiscales).
El hecho de que queden prácticamente libres de impuestos los propietarios absentistas de bienes raíces y la extracción de recursos naturales muestra que la reforma política democrática no ha sido una garantía suficiente para el éxito socialista. Las normativas fiscales y la regulación pública han sido apresadas por los rentistas, arruinando las esperanzas de los refomadores clásicos del siglo XIX, según los cuales una política fiscal progresiva produciría el mismo efecto que la propiedad pública directa de los medios de producción y así "el mercado" dejaría de ser una alternativa individualista a la regulación o a la planificación gubernamental.
En la práctica, la planificación y la asignación de recursos ha pasado al sector bancario y financiero.  Muchos observadores esperaban que esto evolucionara hacia una planificación estatal, o que al menos funcionara en conjunción con ella, como en Alemania. Pero el "socialismo ricardiano" liberal fracasó, como lo hizo el "socialismo de Estado" al estilo alemán, en el que se financiaba públicamente el transporte y otras infraestructuras básicas, pensiones y otros costes de la vida "externos" similares, y se ocupaba de asuntos que de otro modo tendrían que afrontar los empleadores industriales. Las tentativas de socialismo a medio camino, por medio de políticas fiscales y regulatorias contra los monopolios y la banca, han fallado repetidamente. Mientras se dejen en manos privadas los principales cuellos de botella económicos y políticos servirán de trampolín para subvertir reformas políticas reales. Por eso el programa político marxista iba más allá de estas reformas aspirantes al socialismo.
Para Marx la tarea histórica del capitalismo era preparar el camino para socializar los medios de producción desmantelando el legado del feudalismo: una clase rentista hereditaria, una banca depredadora y unos monopolios que los intereses financieros habían arrebatado a los gobiernos. La vía más fácil era empezar socializando la tierra e infraestructuras básicas. Ese propósito de liberar la sociedad de una carga económica en forma de privilegios hereditarios y rentas no ganadas por parte de "ricos ociosos" era un paso adelante hacia la organización socialista, al minimizar los costes de los rentistas ("faux frais de producción" [falsos costes de producción]).
La reforma proto-socialista en los países industriales líderes
Marx no era en absoluto el único que esperaba que una creciente parte de la actividad económica se desplazara del mercado al sector público. El socialismo de Estado (básicamente un capitalismo auspiciado por el Estado) subsidió las pensiones y el sistema público sanitario, la educación y otras necesidades básicas para evitar que la empresa industrial asumiera todas esas cargas.
En los Estados Unidos, Simon Patten –el primer profesor de ciencia económica en la nueva escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pennsylvania– definió la infraestructura pública como "el cuarto factor de producción" junto al trabajo, el capital y la tierra. El objetivo de la inversión pública no era sacar beneficios, sino reducir el coste de la vida y de los negocios para minimizar la factura de salarios e infraestructuras. La sanidad pública, las pensiones, las carreteras y otros transportes, la educación, la investigación y el desarrollo se subvencionaban y proveían gratuitamente.
Las economías industriales más avanzadas parecían evolucionar hacia un algún tipo de socialismo. Marx compartía un optimismo propio de la Era del Progreso, por el que se esperaba que el capitalismo industrial evolucionara de la forma más lógica, liberando las economías del rentismo terrateniente y de la banca depredadora heredados de la época feudal en Europa. Ese fue por encima de todo el clásico programa de reforma de Adam Smith, John Stuart Mill y los intelectuales mainstream.
Pero tras la I Guerra Mundial los intereses creados dieron lugar a una Contrailustración. La banca encontró a lo largo y ancho del mundo occidental un gran mercado de préstamos hipotecarios para los bienes raíces, la extracción de recursos naturales y los monopolios –el modelo anglo-americano, no el de la banca industrial alemana que había parecido ser el futuro financiero del capitalismo a finales del siglo XIX–.
Desde 1980 los países occidentales han revertido las tempranas esperanzas puestas optimistamente en reformar las economías de mercado. En lugar del sueño clásico de gravar la renta de la tierra hereditaria en la que se apoyaba la aristocracia terrateniente europea, el mercado inmobiliario se ha vuelto virtualmente exento de impuestos. Los propietarios absentistas evaden impuestos mediante una combinación de deducción por pago de intereses (puesto que es un gasto necesario para el negocio) y desgravaciones por super-devaluación ficticia por la que se finge que los edificios y propiedades pierden valor incluso cuando en realidad los precios de mercado del suelo están aumentando
Estas exenciones tributarias han convertido a las inmobiliarias en los mayores clientes de los bancos. El efecto ha sido el de financiarizar rentas dimanantes de la propiedad en pagos de intereses. Del mismo modo, en la esfera industrial la cautividad regulatoria promovida por lobbistas de los grandes monopolios ha inhabilitado que se puedan mantener públicamente los precios en concordancia con los costes de producción y prevenir el fraude mediante la disolución o regulación de monopolios. Estos también se han convertido en grandes clientes de los bancos.
El comienzo y el final del socialismo ruso
La mayoría de marxistas pensaban que el socialismo emergería primero en Alemania, puesto que era la economía capitalista más avanzada. Después de la Revolución de Octubre de 1917 Rusia pareció dar el gran salto adelante, la primera nación en liberarse a sí misma de la carga de rentas e intereses heredados del feudalismo. Mediante la toma de la tierra, la industria y las finanzas, el control estatal la Revolución Rusa de Octubre creó una economía sin terratenientes y banqueros privados. La planificación urbana rusa no tomó en consideración la renta de emplazamiento ni cobró por el uso de dinero creado por la banca estatal. La banca estatal creó dinero y crédito, por lo que no había necesidad de depender de una rica clase financiera. Y, como propietario, el Estado no persiguió gravar la renta de la tierra o la renta monopólica.
Al liberar a la sociedad de la clase rentista post-feudal de terratenientes, banqueros y depredadores financieros, el régimen soviético fue mucho más que una revolución burguesa. Los primeros líderes de la revolución quisieron liberar el trabajo asalariado de la explotación, por medio de traer la industria al dominio público. Las empresas estatales proveyeron a los trabajadores alimentación, educación, deportes y actividad de ocio y viviendas modestas.
La tenencia de tierras agrícolas suponía un problema. Dado el papel que jugaba el Estado en una mercadotecnia centralizada, se podrían haber reasignado tierras para fortalecer un campesinado rural y ayudarle a que invirtiera en modernizaciones. El Estado podría haber manipulado precios de las cosechas para succionar ganancias agrarias, como viene a hacer [la gran empresa privada] Cargill en los Estados Unidos. En vez de eso, el programa de colectivizaciones de Stalin libró una guerra contra los kulaks. Esta colisión condujo a la hambruna. Supuso un alto precio para evitar que la renta se pagara a la clase terrateniente o al campesinado.
Marx no había dicho nada sobre la dimensión militar en la transición de un capitalismo progresivamente industrial al socialismo. Pero la Revolución Rusa –como la de China tres décadas después– mostró que el intento de crear una economía socialista tenía una dimensión militar que absorbía la mayor parte del excedente económico. La agresión militar por parte de media docena de países capitalistas avanzados tratando de derribar el gobierno bolchevique obligó a Rusia a adoptar un comunismo de guerra. La Unión Soviética dedicó durante medio siglo la mayor parte de capital a la inversión militar, no a proveer suficiente vivienda o bienes de consumo para su población yendo más allá de la alfabetización, la educación y desarrollo de sanidad pública.
A pesar del gasto militar, el hecho de que la Unión Soviética se librara de una clase rentista de financieros y propietarios inmobiliarios absentistas en teoría debería haber hecho de su economía de bajo coste la más competitiva del mundo. En 1945 los Estados Unidos ciertamente temieron la eficiencia de la planificación socialista. Sus diplomáticos se opusieron a los países soviéticos sobre la base de que la empresa estatal y los precios habilitarían a estas economías vender más barato que los países capitalistas. Por eso los países socialistas quedaron excluidos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el proyecto de Organización Mundial del Comercio, explícitamente sobre la base de que estaban libres de las cargas de la renta de la tierra, la renta de los recursos naturales, de las rentas monopólicas y de las finanzas.
Las economías capitalistas están hoy en día privatizando y financiarizando sus necesidades básicas e infraestructuras. Cada actividad se introduce forzosamente al "mercado", a unos precios que deben cubrir no solamente los costes tecnológicos de producción sino también los intereses, comisiones financieras auxiliares y fondos de garantías para pensiones. El coste de la vida y de los negocios se privatiza todavía más en tanto que los intereses financieros separan carreteras, la sanidad, el agua, las comunicaciones y otros servicios del sector público, mientras que empujan la vivienda y el mercado de bienes raíces a un profundo endeudamiento.
La Guerra Fría mostró que los países capitalistas siguen combatiendo contra economías socialistas, forzándolas a militarizarse para la autodefensa. Se acusaba del opresivo presupuesto militar resultante a la burocracia e ineficiencia socialista.
El derrumbe del estalinismo ruso
La Revolución Rusa finalizó al cabo de 74 años, dejando una Unión Soviética tan desalentada que acabó por derrumbarse. El contraste entre los bajos estándares de vida de los consumidores rusos y lo que parecía un éxito en Occidente fue pronunciándose cada vez más. A diferencia de la política china de construcción de viviendas, el régimen soviético insistió en que las familias se apretaran el cinturón. La ropa y otros bienes de consumo lucían diseños apagados, restringiendo innecesariamente la variedad. Para colmo, la oposición pública a la pérdida de efectivos militares rusos en Afganistán causó un resentimiento popular.
Cuando la Unión Soviética se disolvió a sí misma en 1991 sus líderes recibieron el asesoramiento neoliberal de sus principales adversarios, los Estados Unidos, con la esperanza de que les llevara a la senda capitalista hacia la prosperidad. Pero la conversión de sus economías en potencias industriales viables era la última cosa que los asesores estadounidenses quisieron enseñar a los rusos. Su propósito era el de convertir a Rusia y sus antiguos satélites en colonias de materias primas de Wall Street, la City de Londres y Frankfurt –en víctimas del capitalismo, no en productores rivales–.
Rusia ha ido hasta el más lejano extremo anti-socialista, adoptando un impuesto de tasa única incapaz de distinguir entre salarios y beneficios del trabajo, y entre capital e ingreso de renta no-ganada. Al tener que pagar impuestos sobre el valor añadido (IVA) de bienes de consumo (sin impuestos sobre el trato de activos financieros), los trabajadores tributan mucho más que los ricos.
La mayor parte de "creación de riqueza" occidental se consigue gracias al aumento de los precios de bienes raíces, acciones y bonos mediante el apalancamiento de deuda y privatizando el dominio público. El segundo proceso ha adquirido mayor fuerza desde principios de los 1980 en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher y la América de Ronald Reagan, seguido de países del Tercer Mundo actuando bajo la tutela del Banco Mundial. El pretexto es que la privatización maximiza la eficiencia tecnológica y la prosperidad de la economía en su conjunto.
Siguiendo el consejo, los líderes rusos accedieron a que las principales fuentes de renta económica – la riqueza de los recursos naturales, de los bienes raíces, y las empresas estatales– se transfirieran a propietarios privados (a menudo a sí mismos y a insiders asociados). Se suponía que la "magia del mercado" llevaría a los nuevos propietarios a generar una economía más eficiente como consecuencia de que ganaran dinero del modo más rápido posible.
Cada trabajador ruso obtuvo un "cupón" con un valor de unos 25$. La mayoría los vendieron simplemente con el fin de obtener dinero para comprar comida y otras necesidades, dado que muchas empresas dejaron de pagar salarios. Rusia acabó con los ahorros nacionales con una hiperinflación después de 1991.
No debería sorprender que los bancos devinieran los principales centros de control de la economía, como en las burbujas económicas occidentales. En lugar de la prosperidad prometida se produjo una nueva clase de multimillonarios, encabezados por los Siete Banqueros, quienes se apropiaron del petróleo y el gas, el níquel y el platino, la producción de electricidad y aluminio, igual que los bienes raíces, las infraestructuras eléctricas y otras empresas públicas. Fue el mayor obsequio de la historia moderna. La nomenklatura soviética se convirtió en los nuevos señores en una descarada usurpación que Marx habría caracterizado como "acumulación originaria".
Los asesores americanos sabían lo que era obvio: el ahorro de los rusos había sido liquidado por la hiperinflación post-1991, de modo que los nuevos propietarios sólo podían sacar efectivo mediante la venta de participaciones a compradores occidentales. Los cleptócratas sacaron dinero como esperaban, vendiendo las participaciones por debajo de coste a inversores extranjeros tan rápidamente, a tales precios de ganga, que la bolsa rusa se convirtió en la que dio mejor rendimiento en el mundo para inversores occidentales en 1994-96.
Los oligarcas rusos manejaron sus transacciones de ventas en el extranjero, en Gran Bretaña y otros bancos fuera del alcance de las autoridades rusas para que no pudieran recuperarlas. Una gran parte se gastó en bienes raíces en Londres, equipos deportivos y viviendas de lujo en los paraísos del mundo para las fugas de capitales. Casi nada se invirtió en industria rusa. Los sueldos retrasados de pago sumaban medio año en muchos casos. Los estándares de vida disminuyeron, junto a la población, puesto que los índices de natalidad cayeron a lo largo del período anterior de economías soviéticas. El trabajo cualificado emigró.
La idea básica de prosperidad neoliberal es la ganancia financiera basada en convertir la extracción de rentas en un flujo de pagos de intereses por parte de compradores a crédito. Esta política favorece la ingeniería financiera sobre la inversión industrial, revirtiendo la Era del Progreso del capitalismo industrial, la que Marx anticipó como un estadio transicional que llevaría al socialismo. Rusia adoptó la línea de retroceso anti-socialista de Occidente hacia un neo-feudalismo.
Los gobernantes rusos no entendieron la Teoría monetaria de Estado, que es la base de la Teoría Monetaria Moderna: los Estados pueden crear su propia moneda, dándole valor por medio de aceptarla para el pago de impuestos. El gobierno soviético financió su economía durante setenta años sin ninguna necesidad de respaldar el rublo con una moneda extranjera. Pero el banco central de Rusia quedó persuadido de que buscar una moneda fuerte requería anclar el rublo con bonos del Tesoro estadounidenses para prevenir la inflación. Los líderes rusos no comprendieron que el dólar u otras monedas extranjeras sólo eran necesarias para financiar déficits de la balanza de pagos, no para el gasto nacional, salvo que se gastara esa moneda en importaciones.
Rusia se unió al estándar del dólar. Comprar bonos del Tesoro implicaba prestar al gobierno Estadounidense. El banco central compró letras del tesoro para respaldar su moneda nacional. Estas compras ayudaron a financiar la escalada de la Guerra Fría en los países de alrededor de Rusia. Rusia pagó un interés anual del 100% a mediados de los 1990, creando una época de bonanza para inversores Estadounidenses. Al fin y al cabo esta política neoliberal yace en una economía rusa abierta al saqueo por parte de instituciones financieras que buscan la renta de los recursos naturales, la renta de la tierra y la de monopolios para sí mismas. En lugar de poner esas rentas en el blanco, Rusia puso impuestos principalmente al trabajo, por medio de un tipo impositivo fijo –una medida demasiado de derechas incluso para que fuera adoptada en los Estados Unidos–.
Cuando la Unión Soviética se disolvió a si misma sus gobernantes no mostraron ningún recelo por la rapidez con la que sus economías se iban a desindustrializar, a consecuencia de seguir el consejo Estadounidense de privatizar empresas estatales, recursos naturales e infraestructuras básicas. Cualquiera que fuera el conocimiento sobre el análisis del capitalismo de Marx (quizás en tiempos de Nicolai Bukharin) había desaparecido hacía tiempo. Es como si ningún gobernante ruso hubiera leído los volúmenes II y III del Capital de Marx (o las Teorías de la plusvalía), donde revisó las leyes de la renta económica y la deuda portadora de intereses.
La incapacidad de Rusia, los países bálticos y otros países post-soviéticos para comprender el sector FIRE [Finanzas, Seguros y Bienes Raíces] y sus dinámicas financieras ofrece una lección objetiva para otros países sobre qué se debe evitar. Invirtiendo los principios de la Revolución Rusa de Octubre de 1917 la cleptocracia post-soviética asimiló la "acumulación originaria" de tierras y bienes comunes de la época feudal. Adoptaron el plan de negocios neoliberal: establecer monopolios, en primer lugar y de la forma más sencilla, mediante la privatización de la infraestructura pública que se había construido, extrayendo rentas económicas y pagando ellos mismos lo resultante en forma de intereses y dividendos.
Ese asesoramiento financiero de Occidente se convirtió en el ejemplo de manual de cómo no se debe organizar una economía. Habiéndose reincorporado en la economía global en 1991 libre de deuda, la población rusa, sus empresas y su gobierno se encontraron prontamente con deudas a causa del desastre provocado. Se podría haber cedido a las familias sus casas, tal y como se les dio a los gerentes corporativos empresas enteras virtualmente gratis. Pero los gerentes rusos eran tan opuestos a la clase trabajadora como codiciosos, como para que se apropiaran de activos del dominio público. El alcance de los precios desorbitados de vivienda en poco tiempo hizo de la economía rusa una de las más costosas del mundo para la vida y para los negocios. Eso contuvo cualquier intención de hacer la competencia a los Estados Unidos o a Europa. Lo que fuera que pasara por marxismo soviético carecía de una comprensión sobre cómo las rentas económicas, y por consiguiente los altos costes laborales, afectaban a los precios internacionales, o cómo los servicios de deuda  y la fuga de capitales afectaban a la tasa de cambio de la moneda.
Los enemigos del socialismo anunciaron la muerte de la teoría marxista, alegando que la disolución soviética significaba el fin del marxismo. Pero hoy, menos de tres décadas después, las economías occidentales delanteras están padeciendo un sobreendeudamiento exuberante y un declive de las expectativas de bonanza. Rusia no cayó en la cuenta de que del mismo modo en que su economía estaba quedando obsoleta, también lo estaban las occidentales. El capitalismo industrial está sucumbiendo a un capitalismo de finanzas depredadoras que está dejando las economías occidentales bajo el dominio de la deuda. Las causas subyacentes estaban claras ya cien años atrás: rentistas financieros desenfrenados, propietarios absentistas y monopolios.
El derrumbe post-soviético de los 1990's no fue un fracaso del marxismo sino de la ideología anti-socialista que está llevando a las economías occidentales al desmoronamiento bajo el dominio de la simbiosis entre el sector de Finanzas, Seguros y Bienes Raíces, y las tres formas de extracción de renta: de la tierra, de los recursos naturales, de monopolios y de intereses (renta financiera). Éste es precisamente el destino que el socialismo decimonónico, el marxismo e incluso el capitalismo de Estado trataron de evitar para las economías industriales.
El lado positivo del período "final" soviético ha sido liberar al análisis marxista de la marxología rusa. El centro de atención de la marxología soviética no era el análisis de cómo los países capitalistas se convertían en economías financiarizadas neo-rentistas, sino fundamentalmente uno propagandístico, cristalizando una política de identidad estereotipada que resultaba atractiva para la clase trabajadora y las minorías oprimidas. La actual vuelta al estudio marxista ha empezado a mostrar cómo la economía global centrada en los Estados Unidos está entrando en un período de austeridad crónica, deflación por deuda y una polarización entre acreedores y deudores
La financiarización y la privatización están sumergiendo al capitalismo en la deflación por deudas
En 1991, cuando los líderes de la Unión Soviética decidieron tomar el camino "occidental", las economías occidentales mismas se acercaban a un punto final del recorrido. Se salvaban las apariencias gracias a una ola de crédito improductivo y de creación de deuda para sostener la burbuja económica que finalmente estalló en 2008.
Los inconvenientes de esta dinámica financiera no quedaron patentes en los primeros años de la II Guerra Mundial, en gran medida porque las economías emergieron con sectores privados libres de deuda. El boom posterior sufragó a la clase media en los Estados Unidos y otros países, pero se financiaba con deuda, primero por la propiedad de viviendas y los bienes raíces de uso comercial, luego por crédito al consumo para comprar automóviles y electrodomésticos, y finalmente por las tarjetas de crédito usadas simplemente para gastos básicos.
El mismo súper-aumento de deuda ocurrió en el sector industrial, donde se ha incrementado el crédito de bancos y tenedores de bonos, destinado desde los 1980s a adquisiciones corporativas y saqueos de participaciones, reventa de acciones e incluso a pagar dividendos. La industria se ha convertido en un vehículo de ingeniería financiera con el fin de aumentar el precio de las acciones y liquidar activos, no para aumentar los medios de producción. El resultado es que el capitalismo ha caído presa de los intereses de rentistas renacidos en lugar de liberar economías de propietarios del suelo absentistas, la banca depredadora y los monopolios. Los bancos y los tenedores de bonos han encontrado el mercado más lucrativo no en el sector manufacturero sino en el de bienes raíces y el de extracción de recursos naturales.
Estos intereses particulares creados han traducido sus conquistas del poder político en la eliminación de impuestos y el desmantelamiento de regulaciones sobre la riqueza. La contrarreforma política resultante ha invertido la idea de un "mercado libre" para significar una economía libre para los extractores de rentas, no libre de terratenientes, monopolistas y explotación financiera tal como Adam Smith, John Stuart Mill y otros economistas clásicos habían concebido. La palabra "reforma", tal como se usa en los medios neoliberales de hoy, significa deshacer las reformas de la Era de Progreso, desmantelando la regulación pública y el poder gubernamental –salvo el control por parte de las finanzas y los intereses particulares aliados–.
Todo esto es lo opuesto al socialismo, que ahora se ha hundido hasta el punto más bajo a lo largo y ancho del mundo occidental. En las últimas cuatro décadas se ha visto a la mayoría de partidos europeos y Estadounidenses sedicentemente "socialistas" dar un giro de 180 grados para seguir al Nuevo Laborismo de Tony Blair, los socialistas-solo-de-nombre franceses y los Nuevos Demócratas de Clinton. Apoyan la privatización, la financiarización y un alejamiento de los impuestos progresivos en favor de un impuesto al valor añadido (IVA) que recae sobre los consumidores, no sobre las finanzas o los bienes raíces.
La diplomacia socialista china en el mundo hostil de hoy
Ahora que el capitalismo de las finanzas occidental se está estancando, está luchando todavía más duro por impedir que la crisis post-2008 conduzca a reformas socialistas que re-socializarían infraestructura privatizada y establecerían un sistema bancario público. Representando el contraste entre las economías socialistas y las del capitalismo de las finanzas como un choque de civilizaciones, la diplomacia "occidental" centrada en los Estados Unidos está utilizando la subversión militar y política para evitar una transición del capitalismo al socialismo.
China es el ejemplo más destacado de éxito socialista en una economía mixta. A diferencia de la Unión Soviética, no ha hecho proselitismo de su sistema económico ni ha intentado promover su revolución más allá de las fronteras para que se emulara su doctrina económica. Justo al contrario: para evitar un ataque, China ha dado a inversores extranjeros una participación en el crecimiento económico. El propósito ha sido mantener a los Estados Unidos y otros intereses extranjeros como aliados, como demandantes de las exportaciones de China y proveedores de instalaciones de producción modernas en China.
Eso es lo opuesto al antagonismo que afrontó Rusia. El riesgo es que implica inversión financiera. Pero China ha protegido su autonomía al requerir una titularidad mayoritaria en casi todos los sectores. El peligro principal es interno, en forma de dinámicas financieras y extracción privada de rentas. La gran decisión económica que se le presenta a China tiene que ver con el grado en que la tierra y los recursos naturales deben ser gravados.
El Estado es propietario de la tierra, pero no grava totalmente el incremento de valor o la renta de emplazamiento, que ha hecho ricas a muchas familias. La permisibilidad con que la riqueza inmobiliaria y financiera resultante puede dominar el crecimiento económico supone dos peligros: primero aumenta el precio al que los nuevos compradores deben pagar por su vivienda. Segundo, el aumento de precios de vivienda fuerza a esas familias a pedir préstamos con intereses. Esto convierte el valor rentista del suelo –un valor creado por la inversión pública y privada en infraestructuras– en un flujo de intereses a los bancos. A lo largo del tiempo acaban recibiendo más que los vendedores, mientras se encarece el coste de la vida y de la actividad empresarial. Este es un rumbo que una economía socialista debe evitar a toda costa.
Lo que está en juego es cómo puede China administrar mejor el crédito y la renta de los recursos naturales del modo que mejor se adapte a su población. Ahora que China ha construido una industria próspera y bienes raíces, su mayor desafío es evitar las dinámicas financieras que están sometiendo a Occidente a una deflación por deudas y a un entierro de sus economías. Para evitar estas dinámicas, China debe restringir la proliferación de deuda improductiva creada meramente para transferir propiedades a crédito e inflando precios de activos en el curso del proceso.
El socialismo es incompatible con una clase rentista de terratenientes, propietarios de recursos naturales y monopolistas –los clientes preferidos de los bancos, esperando convertir rentas económicas en cobro de intereses–. Como vehículo para asignar recursos, "el mercado" refleja el statu quo de propietarios y de los privilegios de la creación de crédito en cualquier momento dado, sin considerar para qué es justo y eficiente o predatorio. Los intereses particulares creados afirman que tal mercado es una fuerza inmutable de la naturaleza, cuyo curso no puede ser alterado por la "interferencia" de un gobierno. Esta retórica de pasividad política apunta a disuadir de que políticos y votantes quieran regular la economía, dejando a los ricos en libertad para extraer tanta renta económica e intereses como puedan soportar los mercados a medida que avanza la privatización de bienes raíces, los recursos naturales, la banca y otros monopolios.
Ese rentismo es antitético al objetivo socialista de traer estos activos al dominio público. Es por eso que el sector financiero, los extractores de petróleo y minerales y los monopolistas luchan tan apasionadamente para desmantelar el poder de regulación estatal y la banca pública. Esa es la diplomacia del capital financiero, con el objetivo de consolidar la hegemonía estadounidense en un mundo unipolar.  Respaldan esta estrategia con un currículum académico neoliberal que describe las ganancias financieras depredadoras y rentistas como si aumentaran el ingreso nacional, y no describe que simplemente lo transfieren a las clases rentistas. Esta imagen engañosa de la realidad económica plantea un peligro para China al enviar a sus estudiantes a cursar economía en universidades estadounidenses y europeas.
El siglo que ha transcurrido desde la Revolución de Octubre rusa de 1917 ha producido una sustancial literatura marxista que describe cómo el capitalismo financiero ha dominado al capitalismo industrial. Marx se ocupó de esta dinámica en los volúmenes II y III del Capital (y también en sus Teorías de la plusvalía). Como la mayoría de los observadores de su época, Marx esperaba que el capitalismo daría un paso sustancial hacia el socialismo superando la dinámica del capital parasitario, sobre todo la tendencia de la deuda a seguir expandiéndose a interés compuesto hasta que produjera un colapso financiero.
La única forma de controlar los bancos y sus sectores rentistas aliados es abiertamente la socialización. El siglo pasado ha mostrado que si la sociedad no controla los bancos y el sector financiero, estos controlan la sociedad. Su estrategia es bloquear la creación monetaria del gobierno para que las economías se vean obligadas a depender de los bancos y los tenedores de bonos. La autoridad reguladora para limitar tal agresión financiera y la fijación monopolística de precios y la extracción de rentas que respalda han quedado paralizados en Occidente por la "cautividad regulatoria" de la oligarquía rentista.
Las tentativas de gravar ingresos de rentas (la alternativa liberal a traer los bienes raíces y los recursos naturales directamente al dominio público) dan lugar a que se ejerzan presiones en busca de lagunas y evasión, notoriamente a través de centros bancarios situados en enclaves extranjeros para la evasión fiscal y las "banderas de conveniencia" patrocinadas por las compañías petroleras y mineras globales. Esto deja como única vía para salvar a la sociedad del poder financiero, capaz de convertir rentas en intereses, la política de nacionalizar recursos naturales, gravar completamente la renta de la tierra (donde la tierra y los minerales no son directamente llevados al dominio público), y desprivatizar infraestructura y otros sectores clave.
Conclusión
Los mercados no se han recuperado en favor de la industria y la mano de obra estadounidenses desde 2008. El capitalismo industrial ha sido sacrificado ante una forma de capitalismo financiero que cada año que pasa parece más precapitalista (o simplemente oligárquico y neofeudal). La polarización resultante obliga a toda economía –incluida la china– a elegir entre salvar a sus banqueros y otros acreedores o liberar a los deudores y rebajar la estructura de costes. ¿Hará el gobierno cumplir las exigencias de los bancos y tenedores de bonos, o dará prioridad a la economía y a su población? Esa es una eterna cuestión política que han debido abarcar economías pre-capitalistas, capitalistas y post-capitalistas.
Marx describió las matemáticas del interés compuesto expandiéndose para absorber la economía entera como en los tiempos antiguos, muy anteriores al capitalismo industrial. Caracterizó el antiguo modo de producción como uno dominado por la esclavitud y la usura, y la banca medieval como depredadora. Estas dinámicas financieras existen en las economías socialistas tal como lo hicieron en las medievales y las de la antigüedad. La forma en que los gobiernos manejan las dinámicas de crédito y deuda es, por lo tanto, la fuerza dominante en cada época, y debería recibir la más urgente atención hoy, en tanto que China moldea su futuro socialista.

El gobierno fascista ucraniano conduce a su país a la desintegración total


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El gobierno fascista ucraniano conduce a su país a la desintegración total


El gobierno fascista ucraniano conduce a su país a la desintegración total. Acabarán siendo como Sudán del sur y no podrán echar la culpa ni a los rusos ni a los prorrusos del Donbás. Es difícil demostrar más torpeza e ineptitud que el gobierno de Ucrania.
En otra entrada ya hablamos de la ley que pretendían aprobar sobre la enseñanza de los idiomas maternos en la escuela que, con la excusa del ruso, ha levantado las iras de Rumanía, Hungría e incluso Bulgaria, cuyos idiomas también se hablan en Ucrania.
Lo que los fascistas ucranianos pretendían era prohibir el idioma ruso, pero no lo podían decir claramente, por lo que entraron a saco y atacaron a todas las minorías lingüísticas.
Los húngaros se lanzaron entonces a torpedear los esfuerzos de Ucrania para acercarse a la Unión Europea y, sobre todo, a la OTAN, que en diciembre tenía prevista una cumbre con el gobierno ucraniano, con tan mala fortuna que se requería unanimidad de los países miembros y Hungría ha impuesto su veto. La OTAN no podrá celebrar una cumbre con Ucrania y no será por culpa de Rusia.
“Hungría no puede apoyar la aspiración de Ucrania a la integración y por ello ha impuesto el veto a la convocatoria de una cumbre Ucrania-OTAN en diciembre”, ha dicho el ministro de Asuntos Exteriores magiar, Peter Siyarto, en la página web oficial del Ministerio.
Ante esta situación, los fascistas empiezan a recular porque están empeñados en meter al país en la OTAN a costa de lo que sea. Es entonces cuando se quedan con el culo al aire: la ley no se aplicará a las minorías lingüísticas rumana, húngara y posiblemente tampoco a la búlgara. En otras palabras: sólo quieren agredir a los niños rusófonos.
Se pone así de manifiesto que la ley es una completa arbitrariedad, antes y ahora. No tiene nada que ver con la educación ni con la pedagogía sino con los intereses geopolíticos del gobierno, que utiliza a los niños como un puro instrumento.
El ruso puede ser marginado en Ucrania porque, a diferencia de Rumanía, Hungría y Bulgaria, Rusia no puede presionar a los ucranianos para defender su idioma.
Ucrania ya negocia con el gobierno de Varsovia un anexo a la ley para que el idioma polaco también quede fuera de la prohibición. Es posible que haga lo mismo con los demás países vecinos... siempre con la excepción de Rusia, a pesar de que el ruso en Ucrania está muy lejos de ser precisamente un idioma minoritario.
Kiev se enreda con sus propios calcetines. Interpuso una denuncia contra Rusia ante el Tribunal Internacional de Justicia porque Moscú discrimina a los tártaros de Crimea cuyos niños, sin embargo, se educan en su lengua materna gracias -precisamente- a que abandonaron Ucrania y se integraron en Rusia.
Suponemos que en Lugansk y Donetsk la población asiste atónita a este espectáculo y su voluntad de resistencia se habrá multiplicado ante los desmanes del gobierno ucraniano que, por cierto, demuestra otra vez más que para él los Acuerdos de Minsk, que obligan a federar el país, son papel mojado.
Si alguien aún vislumbraba una remota posibilidad de que el Donbás retornara al redil ucraniano, habrá visto esfumarse sus esperanzas. Más bien al contrario. Bogdan Bezpalko, que es miembro del Consejo interétnico en el Kremlin, ya ha dejado caer que Moscú podría reconocer a las Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk y firmar con ellas tratados de mutua asistencia militar.

Miguel Hernández: “la sombra de Lenin se propaga”


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Miguel Hernández: “la sombra de Lenin se propaga”

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Miguel Hernández es un poeta que jode mucho a la burguesía, obligada a leerle porque ha sido y es el gran poeta del pueblo, de los trabajadores del estado español, forzada por ello a hacer esfuerzos indecibles para neutralizar su esencia de militante comunista, de fiero guerrillero antifascista, enemigo de los parásitos que viven del trabajo de la clase obrera y campesina.
Siendo el aniversario de su nacimiento (30 de octubre de 1910) , y coincidiendo este con el Centenario de la Revolución Soviética, que guiara también la lucha del vate durante toda su vida, bolchevique de la palabra, compartimos a continuación, en unos momentos en los que vivimos la euforia fascista en el país donde Miguel Hernández combatió para acabar con toda huella fascista y construir el Socialismo, uno de sus poemas más incendiarios (y tiene muchos).
En El incendio, Miguel Hernández utiliza sus versos-ráfagas de ametralladora para homenajear a Lenin y a la Rusia Soviética (entonces ya unida en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), anhelo de liberación de la clase trabajadora y campesina mundial (en realidad, de todos los oprimidos). Recuerda con sus palabras, dando la buena nueva, que, ante la ofensiva fascista, “se propaga la sombra de Lenin, se propaga”, aplastando “las miserias”, “como un sol que eclipsa las tinieblas”.
La esperanza del poeta del pueblo fue ahogada en sangre por los mismos que nos siguen pisoteando hoy, mientras el estado nacido de los acuerdos entre franquistas y oportunistas en el 78, tras la muerte del sanguinario General Franco, se sostiene y hunde sus cimientos en una tierra plagada de fosas comunes en las que aquellos que, como Miguel Hernández, dieron su vida por un mundo sin explotación del hombre por el hombre.
Los que allí yacen, siguen esperando que sus nietos vuelvan a levantar la antorcha de Lenin y a llenar de hogueras todos los pueblos de España, para acabar con la plaga de chupasangres de la burguesía y el capital (es decir, con los fascistas, pues bien sabía nuestro poeta que un burgués lleva dentro siempre dispuesto a morder el veneno del fascismo). Esperan la respuesta a la pregunta que Miguel Hernández lanzaba a sus contemporáneos y que señalaba hacia Rusia (que había visitado en 1937) como el camino a seguir para conquistar la emancipación, pregunta que es tan válida hoy como entonces, en el Centenario del triunfo de la clase trabajadora en Rusia y la Revolución Soviética:”¿Por qué no lleváis dispuesta, contra cada villanía, una hoz de rebeldía, y un martillo de protesta?
El incendio
Europa se ha prendido, se ha incendiado:
de Rusia a España va, de extremo a extremo,
el incendio que lleva enarbolado,
con un furor, un ímpetu supremo.
Cabalgan sus hogueras,
trota su lumbre arrolladoramente,
arroja sus flotantes y cálidas banderas,
sus victoriosas llamas sobre el triste occidente.
Purifica, penetra en las ciudades,
alumbra, sopla, da en los rascacielos,
empuja las estatuas, muerde, aventa:
arden inmensidades
de edificios podridos como leves pañuelos,
cesa la noche, el día se acrecienta.
Cruza un gran tormenta
de aeroplanos y anhelos.
Se propaga la sombra de Lenin, se propaga,
avanza enrojecida por los hielos,
inunda estepas, salta serranías,
recoge, cierra, besa toda llaga,
aplasta las miserias y las melancolías.
Es como un sol que eclipsa las tinieblas lunares,
es como un corazón que se extiende y absorbe,
que se despliega igual que el coral de los mares
en bandadas de sangre a todo el orbe.
Es un olor que alegra los olfatos
y una canción que halla sus ecos en las minas.
España sueña llena de retratos
de Lenin entre hogueras matutinas.
Bajo un diluvio de hombres extinguidos,
España se defiende
con un soldado ardiendo de toda podredumbre.
Y por los Pirineos ofendidos
alza sus llamas, sus hogueras tiende
para estrechar con Rusia los cercos de la lumbre.

La crisis económica conduce a la legalización de las drogas


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La crisis económica conduce a la legalización de las drogas


No es tan fiero el demonio cuando descubre su rostro. Después de años de sobredosis y paranoia, las drogas ilegales van cambiando poco a poco su estatuto. A impulsos de la crisis económica, el imperialismo abre la veda. Muchos bancos, e incluso países enteros, saldrán de los númerosos rojos en cuanto conviertan el dinero negro en blanco.
Por fin se reconoce que la marihuana tiene efectos medicinales y que las seudociencias que la FDA de Estados Unidos orquestó en torno al tríptico “alimento - fármaco - droga” no fue más que pura escolástica.
Perú legaliza el uso medicinal de la marihuana y Colombia despenalizará las plantaciones de coca de hasta 3,8 hectáreas. Es como despenalizarlas todas porque el promedio de una plantación no es mayor a una hectárea, según la ONU.
En cuanto los estupefactos lectores se acostumbren un poco, legalizarán el resto, los monopolios agroindistriales cultivarán coca en masa y no hará falta ir a los lavabos para esnifar una raya.
El jueves el diario El Tiempo de Colombia anunciaba que el gobierno legalizará el cultivo de coca en un proyecto de ley enviado al Congreso. El proyecto de ley es una consecuencia de los acuerdos firmados con las FARC en 2012.
Se estima que más de 100.000 familias viven de la coca en Colombia. El proyecto de ley afecta a pequeños agricultores ahora atrapados por  las tres patas de la misma mesa: la policía, la DEA y las bandas de narcotraficantes.
El cultivo de coca a escala industrial operado por grupos de narcotráfico seguiría siendo ilegal.
El proyecto de ley es el último cambio en la política sobre drogas del presidente Juan Manuel Santos, quien instó a asumir el fracaso desde que asumió el cargo en 2010.
Santos ha despenalizado la posesión de pequeñas cantidades de drogas y ha declarado que el abuso de drogas es una cuestión de salud pública, más que un problema de orden público.

Corea del norte rompe el bloqueo imperialista con piratería informática

Corea del norte rompe el bloqueo imperialista con piratería informática 

 

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Internet es un instrumento de guerra imperialista y la piratería informática son sus batallas. Los Estados son los mayores piratas informáticos del mundo, con mucha diferencia. Cuanto más grandes, más piratas. Normalmente su piratería es una tarea de espionaje y sabotaje, con una excepción, Corea del norte que, además de espiar y sabotear, utiliza los ordenadores para obtener divisas.

Según el New York Times, la recaudación asciende a mil millones de dólares anuales, el equivalente a un tercio de las exportaciones norcoreanas (1).

Corea del norte es una gran potencia informática. Algunos de los mejores técnicos del mundo están en Pyongyang. Su superioridad tecnológica es el secreto mejor guardado y uno de los motivos de que Estados Unidos aún no se haya atrevido a atacar. El Ejército Popular norcoreano no puede rivalizar en armamento con el Pentágono, en tanques, aviones o misiles, pero puede hacerlo en aplicaciones informáticas, que son tan letales o más que los temidos misiles de largo alcance.

Los informáticos norcoreanos se agrupan en lo que el espionaje occidental llama Célula 180, Oficina 121 o Grupo DarkSeúl, una de las dos unidades secretas especializadas en ciberguerra. La otra es la Oficina 91. Se trata de unidades del Departamento de Inteligencia del Ejército Popular, formadas por un total de 6.800 informáticos licenciados por la Universidad de Automatización de Pyongyang.

A veces han operado con el seudónimo GOP (“Guardians of Peace”, Guardianes de la Paz), aunque los expertos en piratería informática los califican como “Lazarus”. Están repartidos por todo el mundo. Uno de sus centros está en el Hotel Chilbosan en Shenyang, China, muy cerca de la frontera común entre ambos países. Otro de los ataques lo desencadenaron desde un hotel de lujo en Tailandia. El New York Times afirma que otro tuvo a India como base de operaciones.

En el extranjero los informáticos norcoreanos se hacen pasar por intermediarios comerciales o utilizan pasaportes falsos. Algunos de ellos son chinos o han estudiado en China, pero también en otros países del sudeste asiático.

Del equipo “Lazarus” ha surgido “Bluenoroff”, un grupo especializado en atracos bancarios de guante blanco. Otro más reciente surgido de la misma matriz es “Andariel”, responsable de al menos siete ataques contra bancos y empresas de Corea del sur desde hace dos años. Aun cuando comenzó penetrando en empresas e instituciones públicas de Corea del sur, ahora se ha especializado en la destrucción de redes y la captura de información bancaria confidencial.

Los norcoreanos entran y salen de cualquier ordenador del mundo cuando y como quieren. No hay servidor capaz de sustraerse a sus ataques. Sólo en julio del año pasado atacaron 140.000 ordenadores. Su capacidad de intrusión es de tal magnitud que en caso de guerra ningún sargento de los marines podría utilizar su móvil para hablar con su familia.

Se han llevado dinero de bancos, casinos y casas de apuestas, especialmente en Macao y Malasia. En un informe publicado el 11 de setiembre, la empresa estadounidense de seguridad informática FireEye aseguró que, para crear un “tesoro de guerra”, se habían apoderado de millones de dólares en bitcoins, la moneda virtual, de tres centros de intercambio surcoreanos (2). En abril uno de esos centros, Yapizon, admitió que le habían sustraído 3.816 bitcoins (14,6 millones de dólares).

Cuando se trata de Corea del sur, el ataque no es sólo para obtener divisas. En el sur están localizadas algunas de las más poderosas plataformas de intercambio de bitcoins. Se trata de enseñar los dientes al vecino, mostrar su vulnerabilidad, desacreditarle.

Sólo conocemos la punta del iceberg de los ataques informáticos de “Lazarus”. El mayor golpe bancario de la era moderna, con diferencia, lo cometieron en febrero de 2015, cuando penetraron en la red informática del Banco de la Reserva Federal de Estado Unidos y en el sistema internacional de pagos Swift, hasta entonces considerados impenetrables.

Por medio de dichos canales, un banco de Sri-Lanka recibió una orden de transferencia procedente del Banco Central de Bangladesh. La lluvia de órdenes de pago ascendió a 951 millones de dólares, que lograron impedir parcialmente. “Lazarus” sólo pudo quedarse con 81 millones de Bangla Desh más otros 20 de Sri Lanka. El dinero lo remitieron a Filipinas, donde lo blanquearon en los casinos de juego.

El 20 de octubre le birlaron otros 60 millones de dólares al banco Far Eastern International de Taiwan, de nuevo a través de la red de pagos Swift.

Los imperialistas no pueden admitir su derrota. Cuando en 2014 piratearon a la multinacional Sony, tuvo que salir al paso Obama, en persona, para decir que no se trataba de un “acto de guerra” sino de “vandalismo”, un problema propio de delincuentes comunes, lo mismo que dijeron en España con esos que robaban furgones blindados.
(1) https://www.nytimes.com/2017/10/15/world/asia/north-korea-hacking-cyber-sony.html
(2) https://www.fireeye.com/blog/threat-research/2017/09/north-korea-interested-in-bitcoin.html

Trotsky y su Historia de la revolución rusa


Trotsky y su Historia de la revolución rusa 



Manuel Aguilar Mora 


http://www.sinpermiso.info/textos/trotsky-y-su-historia-de-la-revolucion-rusa


El texto que a continuación presentamos es la Conferencia del autor en el acto dedicado a “Trotsky y la Revolución rusa”, impartida en el salón del Consejo Universitario de la Universidad de Guanajuato en el marco de la celebración del XLV Festival Internacional Cervantino en la ciudad de Guanajuato, el 19 de octubre de 2017.

El calor y la luz de una obra maestra

En este mes de octubre de 2017 se cumplen cien años de una hazaña revolucionaria que determinó gran parte de los acontecimientos que se han producido a nivel mundial desde entonces: la revolución soviética encabezada por el partido bolchevique dirigido por Lenin y Trotsky. Todo el siglo XX y lo que va del nuevo siglo XXI están marcados por las consecuencias histórico-mundiales de este hito revolucionario y de su principal manifestación el surgimiento de la primera república de obreros y campesinos de la historia, la Unión Soviética.

La revolución bolchevique tiene un privilegio histórico. Su principal historiador es también uno de sus protagonistas centrales, León Trotsky. Isaac Deutscher lo explica perfectamente en el inicio del capítulo que dedica a “El revolucionario como historiador” en el tercer tomo de su magna biografía de Trotsky titulado Trotsky. El profeta desterrado. (1929-1940). Dice él: “Al igual que Tucidides, Dante, Maquiavelo, Heine, Marx, Herzen y otros pensadores y poetas, Trotsky alcanzó su plena eminencia como escritor en el exilio, durante los pocos años de Prinkipo. La posteridad lo recordará como el historiador, así como el dirigente, de la Revolución de Octubre. Ningún otro bolchevique ha producido, ni podría producir una versión tan grandiosa y espléndida de los acontecimientos de 1917; y ninguno de los muchos escritores de los partidos anti bolcheviques ha presentado nada que pueda comparársele desde otro punto de vista. La promesa de este logro pudo discernirse en Trotsky desde muy temprano. Sus descripciones de la revolución de 1905 constituyen hasta el día de hoy el panorama más vívido de aquel “ensayo general” para 1917. Trotsky produjo su primera narración y análisis de los sucesos de 1917 apenas unas cuantas semanas después de la insurrección de octubre, durante los recesos de la conferencia de paz de Brest-Litovsk; y en los años subsiguientes continuó trabajando en su interpretación histórica de los acontecimientos en los que había actuado como protagonista. Había en él una doble vis histórica: el anhelo del revolucionario de hacer historia y el impulso del escritor para describirla y captar su significado”.

En su exposición del contenido de la Historia de la Revolución Rusa Deutscher la define como “una obra […] grandiosa y espléndida”. Y continua diciendo: “No sería del todo correcto decir que, como historiador, Trotsky combinó el partidarismo extremo con la objetividad rigurosa. No le hacía falta combinarlos: ambas cosas eran el calor y la luz en su obra, y al igual que el calor y la luz estaban indisolublemente ligados. Él se mofó de la 'imparcialidad' y de la 'justicia conciliadora' del erudito que pretende subir a la muralla de una ciudad amenazada y hacerse oír al mismo tiempo por 'los sitiadores y los sitiados'. [....] Para el buen soldado nada es más importante que obtener una visión realista del 'otro lado de la línea', una visión exenta de optimismo infundado y de emoción. Trotsky, el comandante de la insurrección de octubre, actuó sobre la base de este principio; y Trotsky el historiador hace lo mismo. Logra en su imagen de la revolución la unidad de los elementos objetivos y subjetivos”.

La hazaña teórica lograda por Trotsky en su obra histórica es una hazaña de la dialéctica. Un protagonista central de la revolución es también su historiador insuperable. Pero en este binomio en que se desdobla Trotsky como dirigente esencial de la revolución bolchevique y su papel como narrador e intérprete del fenómeno revolucionario, el primer factor avasalló al segundo pues el papel de Trotsky no se limitó a ser el protagonista central de los acontecimientos revolucionarios de Octubre de 1917, sino que también se convirtió en el protagonista principal de la oposición de izquierda a la contrarrevolución que a partir de 1924 representó el empoderamiento de la burocracia soviética encabezada por Stalin. Por ello su notoriedad como historiador ha quedado un tanto velada por su accionar como personaje histórico. Tratemos de superar esta contradicción haciéndoles partícipes de la versión que traspira vitalidad y subyace en el relato de la Historia de la revolución rusa en el cual, citando sus propias palabras, se intenta “pintar a la historia como la vida misma”.

La ley del desarrollo desigual y combinado

El imperio zarista ruso en tanto una enorme cárcel de múltiples nacionalidades que, al mismo tiempo era uno de los países más atrasados de Europa, se transformó con el desarrolló del capitalismo en el lugar del surgimiento de una minoritaria pero poderosa y consciente clase proletaria avocada a ser la protagonista revolucionaria estelar de una ruptura social anunciada de enormes dimensiones. Así se inicia el relato de la Historia. Se nos presenta el cuadro macrohistórico de una interpretación de la evolución peculiar de una revolución socialista en un país atrasado,

Trotsky describe en el primer capítulo de la Historia, un panorama que inserta la evolución de Rusia en el horizonte del desarrollo del capitalismo mundial. Titulado “Las características del desarrollo de Rusia”, se ha convertido posiblemente en el capítulo más citado del libro. En él expone su contribución específica al acervo teórico del materialismo histórico que es la ley del desarrollo desigual y combinado. Sin duda ya estaban implícitos muchos de los elementos de esta ley en exposiciones históricas de teóricos anteriores, incluido en atisbos del propio Marx, pero la aportación teórica de Trotsky consistió en aprehender desde muy pronto, en 1905-6 durante su participación decisiva en la revolución de ese año, la peculiaridad que haría de Rusia el país escenario de la primera revolución socialista victoriosa. La vigencia de esa ley, que sería definida más tarde precisamente en la Historia como del desarrollo desigual y combinado, permitía entender que la expansión planetaria del capitalismo imponía cambios fundamentales al desarrollo de los procesos revolucionarios. Y en Rusia ese cambio de época era evidente ante las mentes más eminentes: un país gobernado por una arcaica y decadente monarquía de origen feudal en donde las señales del advenimiento de una revolución eran más que evidentes. Y algo que destacaba precisamente por su evidencia era el sujeto revolucionario central, el proletariado surgido en forma súbita y espectacular en los dos decenios finales del siglo XIX y el primero del siglo XX. Muy pronto se demostró la importancia política revolucionaria del proletariado ruso destinado a jugar un papela escala mundial peculiar y único. La revolución de 1905, concebida después como un ensayo general de la revolución de Octubre de 1917, había mostrado con claridad enceguecedora que el proletariado, forjador desde entonces de los soviets, organizaciones autónomas de clase, se postulaba como una clase independiente que le disputaba a la burguesía rusa la dirección del proceso de transformación revolucionaria. Ese proletariado concentrado en poderosos centros industriales sin paralelo en los más viejos países capitalistas como Alemania, Francia e incluso Estados Unidos, lo conocía bien Trotsky como dirigente del primer soviet surgido en San Petersburgo. Para él la conclusión era evidente, el proletariado ruso podía llegar al poder en Rusia antes que los trabajadores de Europa occidental y de Estados Unidos lo hicieran en sus países. Fue la concepción que se conoció desde entonces como de la revolución permanente.

Las palabras en donde se cincelan los mecanismos esenciales del proceso de la ley son de una insólita transparencia. Escribe él: “Los países atrasados se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones avanzadas. Pero esto no significa que sigan a éstas servilmente, reproduciendo todas las etapas de su pasado. […] El capitalismo prepara y hasta cierto punto realiza, la universalidad y permanencia en la evolución de la humanidad”. Y más adelante concluyendo sus observaciones de la evolución específica de los países atrasados con respecto a los avanzados, enuncia así su concepción final:

Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados vense obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual de la cultura de deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de la ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas.

Para él sin la aplicación específica y concreta de esta ley sería incomprensible el desarrollo de Rusia y de cualquier otro país rezagado sea cual sea el grado de su subdesarrollo, para utilizar una palabra contemporánea ausente en el texto de Trotsky.

La revolución de 1917 presuponía como fin inmediato el derrumbamiento de la monarquía burocrática. Pero, a diferencia de la revoluciones burguesas tradicionales, daba entrada en la acción, en calidad de fuerza decisiva, a una nueva clase, hija de los grandes centros industriales y equipada con una nueva organización y nuevos métodos de lucha. La ley del desarrollo social combinado se nos presenta aquí en su expresión última: la revolución, que comienza derrumbando toda la podredumbre medieval, a la vuelta de pocos meses lleva al Poder al proletariado acaudillado por el partido comunista. El punto de partida de la revolución rusa fue la revolución democrática. Pero planteó en términos nuevos el problema de la democracia política. Mientras los obreros llenaban el país de Soviets dando entrada en ellos a los soldados y, en algunos sitios, a los campesinos, la burguesía seguía entreteniéndose en discutir si debía o no convocarse la Asamblea constituyente.

Inmediatamente concluye señalando la peculiaridad política fundamental de la revolución rusa con respecto a las anteriores grandes revoluciones que han marcado a la sociedad burguesa como la inglesa y la francesa. Lo dice en las siguientes reveladoras palabras:

El partido revolucionario ruso a quien incumbió la misión de dejar estampado su sello en toda una época, no acudió a buscar la expresión de los problemas de la revolución a la Biblia, ni a esa democracia “pura” que no es más que el cristianismo secularizado, sino a las condiciones materiales de las clases que la sociedad burguesa engendra. El sistema soviético dio a estas condiciones su expresión más sencilla, más diáfana y más franca.

El detonador de la guerra

La primera guerra mundial de 1914-18, la llamada “gran guerra”, con su estela de muerte y devastación fue el detonador principal de las revoluciones rusas de 1917, primero en febrero y finalmente en octubre. Lenin llegó a expresar una boutade que había que agradecer a Nicolás II, el zar de todas las Rusias, el regalo que había hecho a los revolucionarios al haber aceptado que su imperio participara en la guerra que estalló en 1914. Rusia en la guerra representaba una potencia imperialista de segundo orden frente a las potencias aliadas (Francia, Reino Unido y Estados Unidos) y enemigas (Alemania y Austria-Hungría). Empero las ambiciones de la burguesía semicompradora rusa estaban a la par de los objetivos imperialistas de sus aliadas. Esta contradicción manifiesta se podía constatar en el terreno mismo de las trincheras: el ejército ruso no era un competidor del alemán. No había correspondencia entre el nivel cultural del soldado-campesino ruso y el alto nivel de la técnica militar moderna. Un ejército mal armado, a veces incluso con soldados sin armas y sin zapatos, fue la carne de cañón principal de la destrucción macabra que se expandió entre los ejércitos beligerantes: cerca de 15 millones de soldados rusos participaron y más de la tercera parte resultaron muertos, heridos o capturados. El panorama sangriento del frente con su cauda de lodo, ratas y sacrificios contrastaba con la sociedad burguesa que en San Petersburgo, Moscú y otras ciudades de la retaguardia hacia ostentación de la opulencia proporcionada por el torrente de ganancias que fluían abundantes de las industrias dedicadas a abastecer al ejército en guerra.

Después de tres años de guerra la demanda de la paz inmediata era el clamor de la mayoría del ejército, idea que era impensable para la caterva de sectores embelesados con el tintineo de los caudales gananciosos. Así describe Trotsky la situación:

Enormes fortunas surgieron de la espuma sangrienta. Todos se salpicaban de ese lodo sangriento de las trincheras: banqueros, funcionarios de todo tipo, empresarios, ballerinas del zar y de los grandes duques, jerarcas de la iglesia ortodoxa, diputados liberales, generales en el frente y en la retaguardia, abogados radicales, ilustres intelectuales mandarines de ambos sexos, muchos sobrinos y particularmente muchas sobrinas. Todos corrían para agarrar y aborasarse, temerosos de que la lluvia benéfica se acabara. Y todos con indignación rechazaban la ignominiosa idea de una paz separada.

Se empataban las actitudes cínicas de los aliados con los de la burguesía rusa. Para los imperialistas británicos y franceses una Rusia derrotada sería el campo privilegiado para su colonización mientras que los burgueses liberales rusos en una combinación de codicia, cobardía y traición aspiraban a hacerse con el botín de un país más atrasado aún, Turquía al que querían arrebatarle Estambul para ensanchar su imperio con la conquista de una salida al Mediterráneo, meta secular del zarismo.

En el caos social que a pesar de la lluvia de oro que se derrama sobre la burguesía domina la sociedad aristócrata y burguesa del imperio, la pudrición se expande desde la misma cabeza: la camarilla del zar la constituye una sarta de personajes oscurantistas, enclaustrados en sus palacios y dominados por supersticiones esotéricas.

Grupos de la gran burguesía y de la propia nobleza conspiran con la idea de una “revolución de palacio”, pero a lo más que llegan es al asesinato del orate Rasputín que domina a la zarina y a otros altos personajes de la familia del zar.

El invierno de 1916-17 fue de los más inclementes y el escenario estaba listo para que cualquier incidente se convirtiera en la pólvora que prendiera el incendio. Ese fue el motín de las mujeres obreras desesperadas por el hambre y la escasez para sus hogares protagonizaron en la capital de Rusia en esa época, San Petersburgo, convertida en Petrogrado desde el inicio de la guerra, el primer día de los cinco días de febrero que duró la revolución de febrero.

La revolución de febrero y el poder dual

La apuesta colosal del derrumbamiento de la cuatro veces centenaria monarquía de los zares no fue prevista por nadie, cogiendo a los líderes por completo desprevenidos. Lenin se encontraba en Suiza donde sólo unas semanas antes, durante una conferencia a estudiantes y trabajadores, había terminado la misma con palabras melancólicas en las que se despedía de la posibilidad de ser participante de una revolución que vendría pero después que él y sus contemporáneos hicieran mutis. Trotsky se encontraba en Nueva York y otros dirigentes bolcheviques, entre ellos Stalin, estaban exiliados en Siberia.

En su narración de la revolución de febrero, Trotsky se dedica a exponer en forma detallada como se dio el proceso, mostrando casi en microscopio la intervención directa de las masas de mujeres, de los obreros de las fábricas de los suburbios y los soldados de la guarnición de Petrogrado. El cambio radical y acelerado de su consciencia política repercutió en la formación de soviets, de un gobierno provisional y de nuevos liderazgos. Y a lo largo de las siguientes 1500 páginas de la versión en español del libro que está frente a mí este es el hilo rojo que las atraviesa: “La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

La Historia, así con mayúsculas, la hacen las masas y es por ello como la revolución democrática de febrero se convierte en una “revolución paradójica”. La paradoja de la revolución de febrero Trotsky la explica así:

La pequeña burguesía democrática, representada por los dirigentes socialrevolucionarios y mencheviques, recibió el poder de manos del pueblo revolucionario. No se habían dado la tarea de ganárselo. No habían conquistado el poder. Tuvieron posesión del poder contra su voluntad. Y contra la voluntad de las masas, trataron de entregarle ese poder a la burguesía imperialista. El pueblo no confiaba en los liberales, pero confiaba en los conciliadores. Éstos, sin embargo, no confiaban en ellos mismos. Y en esto tenían razón. Incluso cuando le cedieron todo el poder a la burguesía, los demócratas continuaban siendo algo. Pero cuando tuvieron el poder en sus manos, se convertirían en nada. De los demócratas el poder se deslizaría casi automáticamente a manos de los bolcheviques. Esto era inevitable, pues estaba implícito en la insignificancia de la democracia rusa.

Forjada por la acción de una masa de trabajadores encabezados por una vanguardia claramente orientada por la memoria histórica del “ensayo general” de la revolución de 1905-6, de inmediato se abocaron a la formación de su mejor herencia, los soviets. Surgidos antes incluso que el gobierno que tomaría el nombre de “provisional”, los soviets se plantaron como un poder frente a éste. Fue la situación del poder dual o doble poder cuya confrontación determinaría los acontecimientos de los meses siguientes hasta octubre cuando el poder pasó finalmente por entero a los soviets, instaurándose la primera república de obreros y campesinos. La paradoja consistía en que desde el mismo inicio de la revolución democrática que representaba ese primer capítulo de febrero, eran las masas las protagonistas centrales y determinantes del proceso que había estallado, pero eran masas cuyo nivel de consciencia de clase se mantenía todavía en los niveles meramente democráticos, auspiciados por la dirección de los soviets que había caído en manos de reformistas conciliadores, los eseristas (miembros del Partido Socialrevolucionario) y los mencheviques (una de las dos corrientes en que se había dividido el Partido Socialdemócrata ruso, la otra por supuesto era la bolchevique).

La contribución trotskista a la teorización de la dualidad de poderes, un rasgo característico de toda auténtica revolución social, es sin duda uno de los aciertos sobresalientes del libro. El régimen del poder dual surgido en febrero va a resolverse en octubre en forma tajante cuando la duplicidad de una experiencia revolucionaria más que “espontánea” no “centralizada”, se transformará en una “experiencia consciente”, del todo planificada y organizada. Escribe Trotsky en uno de los párrafos más explícitos al respecto:

Pero es verdad que una insurrección no puede ser convocada a voluntad y que por tanto para que triunfe debe ser organizada de antemano. Esto significa que los dirigentes revolucionarios deben confrontarse con la tarea de hacer un diagnóstico correcto. […] En febrero la cuestión de determinar la fecha del nacimiento de la insurrección casi no se presentó, ya que la insurrección estalló inesperadamente sin dirección central. Pero precisamente por eso el poder no cayó en manos de quienes realizaron la insurrección, sino en las de quienes aplicaron los frenos. Fue del todo diferente en la segunda insurrección, la cual fue conscientemente preparada por el partido bolchevique.

Pero precisamente para que los bolcheviques llegaran a esta situación debieron atravesar una ruta no exactamente lineal. Y la explicación de lo ocurrido en el partido bolchevique de febrero a octubre es otra de las aportaciones fundamentales que hacen del libro un verdadero manual para todos aquellos que deseen transformar el mundo.

Los bolcheviques y Lenin

A miles de kilómetros de distancia había otro laboratorio privilegiado de la revolución rusa, el cerebro de Lenin que desde Suiza, cuando estalló la revolución concibió varias “Cartas desde lejos” que envió para su publicación en el órgano central del partido, Pravda. Textos de los cuales los encargados de la edición de la publicación, Stalin y Kamenev, sólo consideraron uno para su publicación pues de hecho contradecían la primera orientación que ellos con los demás dirigentes bolcheviques habían adoptado en febrero y marzo: un curso de “apoyo crítico” al gobierno provisional, en suma no diferente cualitativamente del curso adoptado por los socialrevolucionarios y mencheviques por igual.

De inmediato Lenin desde lejos tuvo la capacidad de aprehender con visión estratégica descomunal los factores histórico-universales que los acontecimientos rusos representaban. Escribía él:

El proletariado ruso no puede con sus solas fuerzas realizar victoriosamente la revolución socialista. Pero puede dar a la revolución rusa tal amplitud que creará las mejores condiciones para la revolución socialista y en cierto sentido la comenzará. Puede facilitar la intervención en las batallas decisivas del aliado principal, el más fiel, el más seguro, de la revolución proletaria rusa y mundial, el proletariado socialista alemán.

Lenin estaba forjando en esas cartas la concepción que expondría días después, a su regreso a Rusia, lo que se conocería como las Tesis de Abril, el documento político más relevante de las revoluciones rusas de 1917, el texto con el cual “el partido bolchevique comenzó a hablar fuerte y ante todo con su propia voz”.

Las tesis de Lenin sonaron como el trueno de un relámpago en el seno del partido pues significaban una ruptura radical de la tradicional línea que desde 1905 había sido la del bolchevismo sintetizada en la fórmula, también leninista, de la lucha por “la dictadura democrática de los obreros y campesinos.” Ni uno solo de los dirigentes partidarios las suscribió, ni siquiera quienes habían sido durante años sus más cercanos discípulos y seguidores, como Zinoviev y Kamenev. Por tanto fueron publicadas en Pravda sólo con la firma de su autor que de este modo hacía un ejercicio de crítica y autocrítica que sus seguidores no entendieron de inmediato. El contenido de estas tesis era el siguiente:

La república que ha surgido de la Revolución de febrero no es nuestra república y la guerra que está realizando no es nuestra guerra. La tarea de los bolcheviques es derribar al gobierno imperialista. Pero este gobierno tiene el apoyo de los social revolucionarios y los mencheviques, quienes a su vez son apoyados por la actitud de confianza en ellos de las masas del pueblo. Estamos en minoría. En tales circunstancias no se puede hablar de violencia de nuestra parte. Debemos enseñar a las masas a no confiar en los conciliadores y en los defensistas [apoyadores de la guerra]. “Debemos explicar pacientemente”. El éxito de nuestra política, dictado por toda la situación existente, está asegurado y nos llevará a la dictadura del proletariado y por tanto más allá de las fronteras del régimen burgués. Romperemos por completo con el capital, publicaremos los tratados secretos y convocaremos a los obreros de todo el mundo a romper los vínculos con la burguesía y a poner fin a la guerra. Estamos comenzando la revolución internacional. Sólo su victoria confirmará la nuestra y garantizará la transición al orden socialista.

Con esta política que se sintetizaba con la consigna de “todo el poder a los soviets”, Lenin “rearmó” en relativamente poco tiempo al bolchevismo no sin antes experimentar fricciones y conflictos que hicieron que amenazara a los dirigentes con la ruptura, amenaza que era de considerarse seriamente por el prestigio de Lenin entre las bases militantes, en especial de los obreros del partido.

Para Trotsky las Tesis de Abril de Lenin eran la consecuencia de una experiencia política y, por qué no decirlo, filosófica de gran calado que solo fue posible que surgieran en el escenario de un conflicto social mayor, por ejemplo la “gran guerra”, concebida como “una encrucijada de la historia”. Un abismo separaba a la concepción de Lenin de lasTesis de Abril de las concepciones prevalecientes antes de 1917, durante la guerra, entre los cuadros “prácticos”, activistas bolcheviques de Siberia, Moscú e incluso Petrogrado.

El cuadro del bolchevismo que surge de las páginas del libro de Trotsky es el de una organización viva, dinámica, con luchas internas y crisis determinadas por la necesidad de adaptarse a los cambios de la situación. Más tarde el estalinismo falsificó esta realidad en aras de presentar un retrato de la historia del bolchevismo como la emanación de “la idea revolucionaria pura”. Para el viejo bolchevique no era necesario falsificar la realidad para reconocer sus altísimos méritos como el partido revolucionario más importante surgido hasta entonces. Sus palabras al respecto constituyen un conmovedor tributo a la entereza y trascendencia de la militancia bolchevique. Escribe él:

El bolchevismo creó el tipo de un auténtico revolucionario que subordina las condiciones de su existencia personal, sus ideas y sus juicios morales a los objetivos históricos irreconciliables con la sociedad contemporánea.

Y el principal arquetipo de este modelo de revolucionario fue el propio Lenin con su ejemplo viviente y su constante esfuerzo por educar a los miembros del partido para forjarles una opinión independiente de la sociedad burguesa y que se basaran en el pensamiento y los sentimientos de las clases insurgentes.

De esta manera por un proceso de educación y selección y en lucha continua, el partido bolchevique creó no sólo un medio propio político sino moral, independiente de la opinión social burguesa e implacablemente opuesto a ella. Sólo así los bolcheviques pudieron superar los titubeos y dudas en sus propias filas y revelar en su acción la valiente determinación sin la cual la victoria de Octubre hubiera sido imposible.

Hacia la victoria de Octubre

De abril a octubre transcurrieron seis meses en los cuales el drama proyectado en la estrategia leninista se desarrollaría, no en línea recta ciertamente, pero sí con una dinámica ineludible. Los conciliadores reformistas socialrevolucionarios y mencheviques deben enfrentar en abril, mayo y junio la presión cada vez mayor de las masas de Petrogrado ya muy influidas por los bolcheviques que protestan contra su apoyo a la política de proseguir la guerra contra Alemania. Miliukov, el ministro burgués más importante del partido constitucionalista (kadete) se ve obligado a renunciar cuando declara que el compromiso con los imperialistas aliados de Francia, Inglaterra y Estados Unidos que precisamente en esos días decide entrar en la guerra, debe respetarse.

Las manifestaciones de los días de julio son provocadas por las consecuencias catastróficas de la ofensiva contra los alemanes. Amplios sectores, incluidos muchos partidarios de los bolcheviques, consideran que es el momento de derribar al gobierno provisional. Una manifestaciones multitudinaria con miles de soldados armados, no convocada por los bolcheviques pero en la que no pueden dejar de participar es duramente reprimida. “Más que una manifestación pero menos que una insurrección” es el comentario de Lenin a estos acontecimientos.

Sigue “el mes de la gran calumnia”, una enorme campaña represiva contra los bolcheviques quienes son acusados de hacerle el juego al enemigo. Lenin es denunciado como agente y espía en favor de los alemanes y se ve obligado a esconderse. Trotsky y otros dirigentes son encarcelados. La contrarrevolución levantaba cabeza. El agotamiento del grupo vinculado con la nobleza y la burguesía representado por el príncipe Lvov es sustituido por otro salido directamente de los reformistas y que encabeza como nuevo presidente Kerensky, miembro de los laboristas (trudoviks). Es la última carta de la burguesía ante la crisis. Se lanzan contra los trabajadores y los soldados fuertes medidas represivas, por ejemplo se restablece la pena de muerte, que envalentonan a los círculos más reaccionarios y restauracionistas. Kerensky dispone del apoyo completo del Comité Ejecutivo de los soviets todavía dominado por los mencheviques y socialrevolucionarios. Parecía que la burguesía estaba alcanzando su meta de destruir a los soviets quitándoles todo su poder y reduciéndolos a simples apoyos de Kerensky.

El general Kornilov, quien fue nombrado por Kerensky jefe del Estado Mayor del ejército no tarda en organizar un golpe contra su jefe. En agosto con sus tropas intenta ocupar Petrogrado. Son los soviets quienes organizan la resistencia y derrotan a los golpistas. Lenin llama a los bolcheviques a “luchar contra Kornilov sin dar ningún apoyo a Kerensky”. El péndulo gira de nuevo hacia la izquierda. Y eso se reafirma con las elecciones de septiembre en Petrogrado en las que a pesar de todo los bolcheviques mantienen la mayoría.

En los capítulos que van acercándose al final heroico de la victoria de octubre Trotsky va narrando cómo las masas ya no sólo de las grandes ciudades como Petrogrado, Moscú, Kiev van convirtiendo a los bolcheviques en mayorías absolutas en los soviets sino en especial en las enormes aglomeraciones campesinas, en muchas de ellas ya con la participación de miles de ex soldados que han dejado el frente, van cambiando rápidamente en sus conciencias y dejan de apoyar a los socialrevolucionarios, el partido campesino por excelencia de los campesinos. Los diputados bolcheviques comienzan a ser mayoritarios incluso en los medios rurales.

La derrota del abortado golpe de Kornilov eleva la moral de las masas en toda la extensión del antiguo imperio. Las nacionalidades oprimidas en los países bálticos, en Ucrania, en Georgia, en Armenia, en Finlandia también se inscriben en esta oleada cada vez más incontenible que hace que la consigna de “todo el poder a los soviets” se acerque cada vez más a su realización. Lenin en septiembre convoca al partido bolchevique a preparar y ejecutar la insurrección que derribe al gobierno de Kerensky. Pero en el Partido bolchevique se presentaron serios problemas de estrategia que plantearon discusiones y divisiones en su seno. Un sector representado por Kamenev y Zinoviev se oponía a la confrontación directa a la que llamaba Lenin. Lenin y Trotsky se manifiestan por la insurrección no sin antes limar fricciones sobre la táctica a poner en práctica para realizarla. En una reunión del Comité Central de principios de octubre logran la mayoría en favor de la pronta organización de la insurrección.

Los últimos capítulos del libro están dedicados al “arte de la insurrección”. En ellos se detalla cómo se organizó la batalla final, el derrumbe del gobierno provisional y la toma del Palacio de Invierno, sede de la presidencia del mismo en Petrogrado en acciones dirigidas por el Comité Ejecutivo del soviet de la ciudad ya en manos de los bolcheviques y precisamente con Trotsky como su presidente. Llegó el 25 de octubre día de la inauguración del segundo Congreso Panruso de los soviets en donde el Comité Ejecutivo declarara la muerte del gobierno provisional y en cuyo seno depositara el nuevo poder surgido de la insurrección. En la mañana de ese día Kerensky abandona la capital protegido por la inmunidad diplomática representada por la banderita de las barras y estrellas colocada en el cofre de una limusina de la embajada de Estados Unidos. Al mismo tiempo, Lenin llega a Petrogrado a participar ya sin peluca y maquillaje en la apertura del Congreso de los soviets, en el cual su partido tiene de los 650 diputados tiene 390, los cuales que con sus aliados socialrevolucionarios de izquierda y los mencheviques internacionalistas hacen una mayoría aplastante contra los cien conciliadores mencheviques que deciden abandonar el Congreso.

En la narración del Segundo Congreso de los soviets Trotsky deja que le salga la emoción de esa sesión inolvidable para quienes fueron sus asistentes y para los miles y miles que han leído el reportaje famosísimo de John Reed en su libro Diez días que conmovieron al mundo. Con miles de guardias rojos, con el apoyo de los barrios obreros de Petrogrado y ante el completo colapso de los círculos dirigentes la batalla final de Octubre no fue un golpe de estado minoritario sino la certera realización de una insurrección proletaria bien preparada por los bolcheviques. Ya como jefe de gobierno de los primeros comisarios del pueblo Lenin pronuncia su discurso llamando a la paz inmediata con los alemanes, a la expropiación de la tierra de los terratenientes para entregarla a los campesinos y a la formación de comités de fábrica en todo el país. Se iniciaba la era soviética.

¡Arriba los pobres del mundo!

Las líneas finales del libro son un apasionado argumento que Trotsky hace para demostrar la justificación histórica de la Revolución de Octubre señalando que sobran los acervos que la justifican. Que las gentes que viven bajo el yugo de la miseria y las desgracias de todo tipo siguen, después de todo buscando alivio en la revolución. Y volviendo a esa sesión histórica del 25 de octubre cuando los obreros y soldados participantes en el Congreso de los soviets que representaban a millones de trabajadores del antiguo imperio de los zares, emocionados aplaudían los decretos revolucionarios del nuevo gobierno, de repente se dejaban escuchar los cantos revolucionarios, elevándose entre ellos los imponentes versos del himno internacional de los trabajadores:

“Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan”, las palabras de La Internacional estaban libres de todo calificativo y se fundían con el decreto de paz del gobierno recién constituido y resonaban por tanto con la fuerza de la acción directa. Todos se sentían más grandes y más importantes en ese momento. El corazón de la revolución se expandía a lo ancho del mundo entero. “¡Lograremos la emancipación!”. El espíritu de independencia, de iniciativa, de atrevimiento gozoso que en las condiciones ordinarias carecen los oprimidos la revolución se los ha traído ahora “¡…con nuestra propia mano!” Todos juraban luchar hasta el fin. “Construiremos nuestro nuevo mundo” ¡Construiremos! “Quien no es nada será todo”. ¡Todo! Si los acontecimientos del pasado han sido convertidos en canción, ¿por qué no se puede convertir una canción en la realidad del futuro.

¿Cuál es legado de la revolución rusa?

Después de los horrores del siglo XX el legado de la revolución rusa de octubre de 1917 en este inicio del siglo XXI es tan actual como lo era hace cien años. La paz es un objetivo fundamental en un mundo que después de 1917, por la tardanza y el freno a la revolución internacional a la que convocaban los bolcheviques, ha sido el escenario de cientos de guerras, empezando por la sangrienta catástrofe que fue la segunda guerra mundial de 1939-1945 y hoy la amenaza de una apocalíptica guerra nuclear sigue suspendida sobre la humanidad como una espada de Damocles. Millones de campesinos siguen viviendo en la miseria en todos los continentes. Los trabajadores de todo el mundo siguen enfrentando las plagas del desempleo y la austeridad. En el siglo que ha sucedido después de la gesta de 1917 se ha justificado hasta el hartazgo en múltiples ocasiones la necesidad de la revolución como una salida a las miserias y catástrofes de todos los pueblos oprimidos y explotados.

La tragedia de la propia Unión Soviética que quedó aislada después del fracaso de la oleada revolucionaria europea de 1919-23 tuvo el altísimo precio del empoderamiento de una burocracia despótica encabezada por un sanguinario dictador como fue Stalin. Precio que incluyó la posterior restauración del capitalismo que tiene lugar en sus territorios en la actualidad.

Sepamos leer la hazaña de los revolucionarios rusos y de los demás internacionalistas de hace cien años para aprender sus lecciones para el día de hoy y así evitar con todos nuestros esfuerzos que en el siglo XXI se repitan los horrores del siglo XX. Luchemos porque se logren, por fin, las metas por las que ellos lucharon.

Para ello la lectura de la obra maestra de la Historia de la Revolucón Rusa de Trotsky es un instrumento muy útil.


Manuel Aguilar Mora
historiador y profesor de la UACM, es militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS) de México. Fuente:
https://werkenrojo.cl/trotsky-y-su-historia-de-la-revolucion-rusa/