- Donald
Trump concibió la idea de subir a la escena política a raíz de los
acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, cuya versión oficial pone
en tela de juicio. Sólo después de conocer a Steve Bannon, Trump decide
participar en la carrera por la presidencia. Lo puso a la cabeza de su
equipo de campaña y, después de ganar la elección, lo convirtió en
su consejero especial. Los miembros del Congreso obligaron a Trump a
sacarlo de la Casa Blanca, pero el presidente sigue apoyándolo
por debajo de la mesa para hacerse del control del Partido Republicano.
El objetivo de Trump y Bannon es convertir Estados Unidos en una
República.
Trump ante el establishment
La crisis que enfrenta a Donald Trump con la clase
dirigente estadounidense ha seguido agravándose a lo largo de los
últimos 3 meses. Traicionando sin escrúpulos al presidente que antes
respaldó como candidato, el Partido Republicano ha hecho alianza con su
adversario –el Partido Demócrata– en contra de la Casa Blanca. Esas dos
formaciones políticas adoptaron en el Congreso, el 27 y el 28 de julio,
la “Ley de Actuación Contra los Adversarios de América A Través de
Sanciones” (
Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act). Se trataba, ni más ni menos, que de despojar al presidente de sus prerrogativas en materia de política exterior [
1].
En este artículo no tomaremos posición en ese conflicto. Lo que
haremos será analizarlo para comprender las contradicciones permanentes
entre las declaraciones y los actos así como las incoherencias de la
política exterior de Estados Unidos.
Barack Obama gozaba del respaldo de su administración y por tanto
utilizaba su comunicación para lograr que el pueblo de Estados Unidos y
el mundo admitieran sus decisiones. Así desarrolló el arsenal nuclear
mientras afirmaba que iba a desmantelarlo. Así incendió y ensangrentó el
Medio Oriente ampliado después de anunciar un
reset con el mundo musulmán, etc.
Donald Trump, por el contrario, está tratando de recuperar las
instituciones de su país de manos de la clase dirigente para ponerlas
al servicio del pueblo. Y para ello hace declaraciones en las que parece
cambiar de opinión constantemente, sembrando así la confusión. Distrae a
sus adversarios con sus gestos desordenados mientras que él prosigue
pacientemente su política fuera de sus miradas.
Aunque ya lo hemos olvidado, en el momento de su llegada a la Casa
Blanca, Donald Trump expresó posiciones que contradecían algunos de sus
discursos electorales. Se le acusaba, entonces, de apartarse
sistemáticamente de la política de su predecesor y de ser, en la
práctica, demasiado favorable a Corea del Norte, Irán, Rusia y
Venezuela.
Los comentaristas lo acusaban en aquel momento de ser incapaz de
recurrir al uso de la fuerza y, en definitiva, de ser un aislacionista
por debilidad, interpretación que abandonaron el 7 de abril, a raíz del
bombardeo estadounidense contra la base siria de Shayrat con 59 misiles
Tomahawk.
Volviendo posteriormente a la carga, los mismos comentaristas volvieron
a acusarlo de debilidad, pero ya para entonces lo hacían poniendo de
relieve un relativismo moral que supuestamente impedía a Trump percibir
lo peligrosos que eran los enemigos de Estados Unidos.
En el momento del voto casi unánime del Congreso en su contra,
pareció que el presidente estaba derrotado. Se separó abruptamente de su
consejero especial Steve Bannon y, en lo que pareció una reconciliación
con el
establishment, arremetió sucesivamente contra Corea del Norte, Venezuela, Rusia e Irán.
El 8 de agosto lanzó una diatriba contra Pyongyang, anunciando que las «
amenazas» norcoreanas se verían frente al «
fuego, el furor y la fuerza como nunca los había visto el mundo».
Aquello desencadenó entre ambas partes una escalada verbal que hacía
pensar en la inminencia de una guerra nuclear, al extremo que los
japoneses bajaron a desempolvar los refugios antiatómicos y algunos
habitantes de Guam, posesión estadounidense, prefirieron abandonar la
isla.
El 11 de agosto, el presidente Trump declaró que no excluía la posibilidad de recurrir a «
la opción militar» ante la «
dictadura» del presidente venezolano Nicolás Maduro. Caracas respondió con la publicación en el
New York Times
de una página publicitaria completa donde lo acusaba de estar
preparando un cambio de régimen en Venezuela, conforme al esquema de
golpe de Estado utilizado en Chile contra Salvador Allende, y solicitaba
la solidaridad del pueblo estadounidense frente a la política
golpista [
2].
El 31 de agosto, el Departamento de Estado inició una crisis
diplomática con Rusia al ordenar el cierre de numerosos locales de la
misión diplomática rusa en Estados Unidos y el recorte de la cantidad de
diplomáticos rusos en suelo estadounidense. Aplicando el principio de
reciprocidad, el ministerio ruso de Relaciones Exteriores cerró locales
de la misión estadounidense en Rusia y redujo igualmente el personal
diplomático estadounidense en su país.
El 13 de octubre, Donald Trump pronunció un discurso donde acusaba a
Irán de ser el financista mundial del terrorismo y cuestionaba el
acuerdo sobre el programa nuclear iraní que había negociado
su predecesor, Barack Obama. Antes de ese discurso, el Departamento de
Estado había emitido toda una serie de acusaciones del mismo corte
contra el Hezbollah [
3].
Para los comentaristas, Donald Trump está ¡por fin! siguiendo el
camino correcto… pero va demasiado lejos y lo hace mal. Otros
lo consideran simplemente como un enfermo mental y otros más dicen
abrigar la esperanza de que esté aplicando la estrategia del «
perro loco», como hizo Richard Nixon, consistente en asustar al enemigo haciéndole creer que uno es capaz de todo.
Pero, en la práctica, nada ha cambiado. Ni ante Corea del Norte,
ni ante Venezuela, ni ante Rusia. Y tampoco en relación con Irán.
Por el contrario, sigue adelante –en la medida de lo posible–
la política de Trump contra la creación de Estados yihadistas.
Los países del Golfo han abandonado la política de apoyo al Emirato
Islámico (Daesh), que ha sido derrotado en Mosul y Raqqa. El yihadismo
está descendiendo nuevamente a la categoría de sub-estado. Todo
transcurre como si el presidente no hubiese hecho otra cosa que
“hacer teatro” y ganar tiempo.
Bannon, el as en la manga
Del 13 al 15 de octubre tuvo lugar el encuentro
Values Voter,
en el Omni Shoreham Hotel de Washington. Un grupo de asociaciones de
familias cristianas que la prensa dominante califica de racistas y
homófobas organiza cada año esa conferencia. Esta vez numerosos oradores
hicieron uso de la palabra, después del presidente de Estados Unidos,
ante una audiencia eminentemente anti-establishment y Steve Bannon
figuraba en el programa –a pedido del presidente Trump– a pesar de las
protestas de algunos organizadores efectivamente homófobos que
le guardan rencor a Bannon por haber popularizado al conferencista Milo
Yiannopoulos, un joven homosexual que lucha contra la manipulación de
los gays por parte de los demócratas.
Al hacer uso de la palabra, el ex consejero especial de la Casa
Blanca arremetió de lleno contra los intereses de los multimillonarios
de la globalización. Bannon, a pesar de que se le describe como un
individuo de extrema derecha, milita a favor de que se le cobre a los
súper-ricos un impuesto sobre el 44% de sus ingresos.
Bannon fustigó duramente a las élites, simultáneamente «
corruptas e incompetentes»,
representadas por Hillary Clinton; gente que –subrayó Bannon– ha
encontrado un interés personal en la destrucción de empleos en suelo
estadounidense y en el traslado de esos puestos de trabajo hacia China.
Bannon acusó a esas élites de tratar de destruir al presidente Trump,
así como a su familia y amigos. Cuestionó al senador Bob Corker, por
haberse burlado del comandante en jefe afirmando que es incapaz de
dirigir el país sin provocar una Tercera Guerra Mundial, y al líder de
la mayoría senatorial, Mitch McConnell, por organizar el sabotaje contra
Trump. Bannon recordó además su visión del nacionalismo económico
al servicio de la República estadounidense, igualitaria
independientemente de la raza, la religión y la preferencia sexual de
cada cual. Y concluyó diciendo que ya que el Partido Republicano
ha declarado la guerra al pueblo estadounidense, este último le hará
la guerra.
Los amigos de Bannon se pronunciaron de inmediato contra los caciques
del Partido Republicano para arrebatarles las investiduras partidistas
en todas las elecciones locales. Por ser esta una situación inédita,
nadie sabe si lograrán alcanzar ese objetivo, pero es evidente que el
éxito de Bannon en esta conferencia es para ellos un buen augurio.
El doble juego de la Casa Blanca
En una reunión del gabinete, el presidente Trump dijo entender la frustración de su ex consejero especial porque «
el Congreso no está haciendo su trabajo»,
a pesar de que los republicanos son mayoritarios. Y después fue a
exhibirse junto al senador McConnell asegurando que calmará a Bannon…
sobre algunas cosas.
O sea, el presidente sigue con sus declaraciones extravagantes, para
contentar al Congreso, mientras que utiliza a su ex consejero para
deshacerse de los dirigentes del Partido Republicano.
Estamos siendo testigos de una lucha que ya no es de carácter
político sino cultural. En ella se enfrentan el pensamiento puritano y
las ideas de la República –o sea, del Bien Común [
4].
Visto desde el exterior, nosotros constatamos que tras sus
declaraciones extremas, Donald Trump prosigue discretamente su accionar
contra Daesh. Cerró el flujo de fondos al Emirato Islámico y favoreció
la recuperación de las ciudades que ese grupo yihadista consideraba como
sus capitales. Convirtió la OTAN en una organización anti-yihadista.
No podemos saber, por el momento, si continuará, después de la
destrucción de Daesh, la lucha contra los demás grupos yihadistas
ni cómo reaccionará ante las iniciativas del Pentágono tendientes a
acabar con las estructuras de los Estados del noroeste de Latinoamérica y
del sudeste asiático. Queda mucho camino por recorrer antes de lograr
convertir el imperio decante en una República.