En octubre de 2017 hace un siglo que tuvo lugar la así llamada “revolución socialista” rusa. El tiempo
transcurrido; su acabamiento con la patética auto-liquidación de la URSS (Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas) en 1991; los decisivos cambios que están
teniendo lugar a nivel planetario y la publicación de un buen número de
estudios y balances, algunos de calidad en lo fáctico, permiten alcanzar
conclusiones fiables sobre lo más determinante en esta materia, a saber, qué es
una revolución y cuáles son sus contenidos, metas y procedimientos[1].
Porque los acontecimientos de 1917 no fueron otra cosa, en un último análisis,
que una afirmación y refundación del capitalismo con nuevos ropajes, la expresión
de una forma más de contrarrevolución burguesa y estatal.
El mal mayor infringido
a la humanidad por la descomunal farsa de la “revolución rusa” ha sido desacreditar hasta lo indecible y cubrir
de cieno la idea misma de revolución. De ese modo, aquélla ha hecho el mayor
servicio posible al capitalismo al garantizarle un amplio periodo de
estabilidad, aceptación (o por lo menos resignación) y paz social. Ha
conseguido que sus oponentes y críticos actuales no encuentren las ideas
necesarias para ir más allá de una actividad disidente de poco calado, aunque a
veces de mucha bulla y fanfarria, sin dar el salto a lo más necesario, pensar y
efectuar una negación programática y práctica de la totalidad finita del orden
constituido, con el fin de avanzar hacia una sociedad sin capitalismo, por
tanto, sin artefacto estatal.Quienes elijan la revolución como tarea actual, de hoy, están obligados a sostener y probar argumentalmente que: 1) los hechos de 1917 no son una revolución sino una contrarrevolución, que no se hizo con las clases trabajadores sino contra ellas, 2) su teoría rectora, el marxismo, es una forma peculiar de ideología burguesa, de progresismo pro-capitalista radical, de apasionamiento productivista y economicista, incluso si en alguna cuestión aislada está acertada, 3) Los resultados en Rusia fueron tan destructivos que, llegado un momento, la nueva burguesía comunista que realizó y consolidó la “revolución” de 1917 tuvo que prescindir de la superestructura “socialista” para instituir la Rusia actual, una potencia imperialista explícitamente capitalista en la que manda y es gran propietaria de manera perfectamente regularizada una élite descendiente de la burguesía bolchevique que llevó a efecto la inmensa parodia de hace un siglo.
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[1]
Este asunto está tratado de forma extensa en mi
libro “La democracia y el triunfo del
Estado. Por una revolución democrática, axiológica y civilizadora”. El
presente artículo es una profundización de dicho análisis, con nuevos datos, y es
sobre todo un avance en la comprensión creadora de los diversos aspectos
implicados, enfatizando la cuestión de la revolución por hacer en tanto que
cosmovisión, proyecto y tarea. El pensamiento y el conocimiento no han de
detenerse nunca, estando siempre en desarrollo y perfeccionamiento.
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