Si usted fabricara y vendiera pizza ¿no le encantaría que a
todo el mundo se le antojara comer pizza? O mejor aún ¿no sería el
negocio perfecto si todo el mundo necesitara comer pizza todos los días
del año ad eternum? ¿Y qué pasaría si en lugar de fabricar pizza usted
fabricara armas?
© Sott.net
El interés por las armas rusas crece y EE.UU. desespera...
No hay vuelta que darle al asunto, si uno pretende labrarse un futuro
vendiendo armas, lo que necesita para que el negocio sea rentable, es
que todo el mundo necesite (o crea necesitar) armarse hasta los dientes.
No es difícil entender entonces que en un mundo pacífico, a diferencia
de la pizza, las armas serían sin duda un pésimo negocio.
Por ende, si uno está en el negocio de la armas y pretende que su
economía se sostenga con este negocio, a lo que debe aspirar es a que
siempre haya guerra en algún lugar del mundo,
¡mucha guerra, cuanto más, mejor!
Quizá esto explique (aunque sea en parte) por qué es que EE.UU. está
siempre involucrados en conflictos armados; conflictos, por cierto, en
los cuales o bien se involucra directamente, o participa como un actor
indirecto en el campo de batalla (lo que les es mucho más deseable). Al
mismo tiempo, asume el rol protagónico a la hora de proveer a los bandos
en pugna con el armamento necesario.
El complejo industrial-militar norteamericano
A estas alturas creo que nadie medianamente bien informado podría cuestionar que
el complejo industrial-militar norteamericano
es la más poderosa industria estadounidense, con fuertes y profundos
vínculos al poder político, e indudablemente uno de los principales
actores en esa entidad vaga y misteriosa conocida como el Estado
Profundo.
Dada su capacidad de participar (y de hecho determinar) las
políticas de estado de la nación norteamericana, es lógico que éstas
hayan estado históricamente (y lo estén en la actualidad) orientadas
siempre a crear caos y generar conflictos permanentes. Obviamente, éste
es un negocio complejo y lleno de ramificaciones que sin duda
"estimulan" el lucro a través de otros rubros. Piénselo un poco, tras
una guerra, la naciones quedan en ruinas y no queda más remedio que
reconstruirlas; esta situación genera decenas de negocios laterales, que
si uno se tomara el trabajo de trazar e investigar, muy probablemente
se revelaría un gran entramado donde todos los caminos finalmente
conducirían siempre a los mismos oscuros sujetos fuertemente vinculados a
la industria militar.
Pero éste es un gran negocio en tanto uno pueda mantenerse en el podio
como proveedor estrella. Imagine lo qué pasaría si las chucherías que
uno ha estado vendiendo durante años como lo mejor y más avanzado en el
rubro fueran amenazadas de pronto por otro proveedor que entra al
mercado a competir con productos de calidad y tecnología superior.
Pues bien, éste parece ser el escenario actual, o al menos hacia allí
parece dirigirse. EE.UU. ha sido durante un largo tiempo el más
monumental fabricante y proveedor de armas del mundo, y según parece
después del 11-S, tras las invasiones de Afganistán, Irak y Libia, se
había convencido de haberse asegurado el negocio durante décadas creando
un fantasma tan peligroso como imposible de exterminar llamado
"terrorismo". Lo que seguramente no esperaba era que Rusia se
transformara de golpe en uno de sus principales competidores.
Posiblemente en algún momento de la primera década de este siglo
comenzaron a prestar atención al inesperado crecimiento sostenido y al
progreso de la Federación Rusa. Era imposible no verlo, pues tras sufrir
una década de profunda crisis social y económica,
con un poder político infectado de funcionarios corruptos y una
oligarquía mafiosa gobernando el país, a partir de la llegada de
Vladimir Putin, la nación comenzó un impresionante proceso de
saneamiento y reconstrucción como pocas veces se ha visto en la
historia. Así que no sería nada extraño que en aquel entonces algunas
miradas preocupadas se hayan posado sobre el gigante euroasiático.
Pero verdaderamente no sería
hasta el año 2013
que todas las alarmas se encenderían el Washington, justo cuando la
decisiva intervención de Rusia en Medio Oriente detuvo lo que para
EE.UU. era prácticamente un hecho consumado:
la invasión
definitiva de Siria y la destitución/asesinato de Bashar Al-Assad,
repitiendo el mismo guión que ya habían utilizado en Libia un par de años antes.
La industria militar rusa
© Sputnik
Aviones de combate 'Knights' rusos en demostración acrobática en el Show Aéreo de Dubai 2017
La
industria de defensa, junto con otras importantes industrias rusas, ha
crecido sostenidamente desde el año 2000, y exponencialmente los últimos
años. En un principio comenzó a desarrollarse tan solo como industria
de defensa, es decir mayormente para la autoprotección (no era difícil
vislumbrar entonces que
EE.UU. siempre sería un depredador al acecho),
para tener una posición fuerte a la hora de negociar con naciones
enfermas de codicia imperial, y eventualmente también para comercializar
con otras naciones que estuvieran interesadas en reforzar sus defensas.
En el año 2006 el entonces vice primer ministro y titular de Defensa de Rusia, Serguéi Ivanov,
afirmó en el
X Foro Económico Internacional de San Petersburgo
que la producción de la industria militar rusa estaba creciendo a un
ritmo anual del 8,7% y que en el año 2005 el país eslavo había exportado
armas a 61 países por un total de 6.000 millones de dólares... ¡Era un
récord para la industria militar rusa!
También en aquel entonces Ivanov aclaró que "este crecimiento permitiría no sólo fortalecer la industria militar [rusa],
sino también contrarrestar debidamente las amenazas existentes".
Evidentemente, aunque Rusia no era un blanco primario para Occidente en
aquel entonces, porque venía de una profunda crisis tras la caída de la
Unión Soviética, quienes estaban al frente del gigante euroasiático
tuvieron la grandeza de divisar en un futuro no muy lejano tiempos
difíciles.
Desde ese modesto 2005 hasta el día de hoy las cosas han cambiado
sustancialmente. En la actualidad Rusia se ha convertido en el segundo
mayor exportador de armas del mundo con ventas que superan los 15.000
millones de dólares, y según
reportó recientemente
el actual vice primer ministro, Dmitri Rogozin, la cartera de pedidos
de la industria de la defensa rusa incluye contratos de exportación por
unos 50.000 millones de dólares.
¿Aspira Rusia a ser la nueva cabeza del Imperio?
Cualquiera podría pensar que en Rusia existe también un estado profundo y
que, al igual que en el modelo estadounidense, el complejo
industrial-militar es un actor fundamental en esta carrera armamentista.
Pero verlo de este modo sería injusto y bastante alejado de la
realidad, pues no existe indicio alguno de ansias de conquista,
depredación, ni violencia demencial por parte el país eslavo.
Considere que la Federación Rusa no tiene ejércitos desparramados por todo el mundo (como sí es el caso de EE.UU.). Tiene
18 bases militares fuera de su territorio
(contra 800 de EE.UU.) y la mayoría de ellas fueron instaladas en la
época de la Unión Soviética. No ha invadido a otras naciones (¿necesita
que le de la lista de invasiones estadounidenses?), ni tampoco ha
bombardeado a terroristas fantasmas en territorio ajeno gratuitamente y
sin que nadie lo invite (como sí ha hecho EE.UU. en Siria, por ejemplo).
En fin, si uno observa a la Rusia de los últimos 15 años, ve a una
nación que se ha enfocado en crear lazos comerciales y culturales con el
resto de las naciones del mundo, y en crear una contexto global donde
exista la competencia sin que los peces gordos se atraganten
degluitiendo voraz y despiadadamente a todos los peces pequeñitos.
Iniciativas como la de los
BRICS y la
Nueva Ruta de la Seda impulsada por China y apoyada por Rusia apuntan en esa dirección.
Bases de Estados Unidos en el mundo.
En el año 2014, después de la
mordida ponzoñosa orquestada desde Washington,
el Estado Profundo logró esparcir su veneno por Ucrania y posar su
apestoso trasero en la mesa chica del nuevo gobierno de facto en Kiev.
Rusia y Ucrania comparten muchos kilómetros de frontera, tienen
profundos lazos culturales, y hasta entonces tenían una estrecha
relación comercial. Tras la irrupción de Washington y la posterior
incorporación de Crimea por voluntad de su pueblo como territorio de la
Federación Rusa, las relaciones quedaron completamente quebradas y
se creó un subterfugio verdaderamente efectivo para estigmatizar a Rusia como una nación invasora y hostil.
A partir de entonces, EE.UU., comandando a su ejército de eunucos
europeos, ha impulsado una agenda agresiva en contra del país eslavo.
Durísimas sanciones económicas que limitaron las exportaciones rusas y
recortaron considerablemente el acceso a altas tecnologías extranjeras,
una caída deliberada del precio del barril de petróleo que llegó a la
aniquiladora cifra de 24 dólares, y el despliegue de los ejércitos de la
OTAN a lo largo de su frontera, fueron sólo algunas de las enormes
dificultades que tuvo que superar Rusia.
En consecuencia, ante las incesantes y crecientes amenazas de Occidente,
Rusia no ha tenido más remedio que aguzar su ingenio para mantener a
flote a su economía y a su gente. Esta situación no ha hecho mas que
empujarla a hacer una profunda conversión de su economía tornándola más
autosustentable y diversa, conversión por cierto que quizá hubiera
ocurrido de todos modos, aunque posiblemente mucho tiempo después. Esta
etapa se ha visto signada por impresionantes avances tecnológicos en
gran medida estimulados por las absurdas sanciones impuestas por la
Unión Europea.
Tan profundo fue el cambio que llevó a cabo Rusia a partir del 2014, que en más de 300 modelos de su material bélico
sustituyó los componentes que acostumbraba a comprar a Ucrania o a los países miembros de la Unión Europea. Y esta cuestión no fue resuelta imitando estos componentes, sino que, como lo
afirmó
recientemente Rogozin, "las empresas de la industria de defensa rusa no
se limitan a copiar los productos extranjeros, sino que procuran crear
otros nuevos y de mejor calidad".
Considerando el brutal asedio de EE.UU., todo este magnífico avance en
tecnología y desarrollo de la industria de defensa no podía ser
"desperdiciado". Así que aprovechando un mercado extremadamente
demandante de equipamiento militar gracias a la "labor incansable" de
EE.UU., saliendo al mercado a ofrecer las armas rusas, el país eslavo ha
desplegado una estrategia verdaderamente astuta que da 3 golpes con un
sólo puñetazo:
- Aumenta su balanza comercial y por ende vigoriza su economía
- Pisa
un mercado hasta ahora dominado por EE.UU., incluso captando la
atención de clientes históricos de Washington. Hasta el 2016 el 70% de
las exportaciones de armas rusas eran a India, Vietnam, China y Argelia.
Hoy se han agregado a esta lista de grandes compradores Irán, Irak, y
los hasta ayer incondicionales de EE.UU, Turquía y Arabia Saudita.
- Mientras
la economía rusa goza de buena salud, se diversifica, y se expande
hacia oriente y Latinoamérica, las economías de los países que están
aplicando el agotado e inefectivo recurso de las sanciones, se están
desangrando de a poco, incluida la industria militar estadounidense que
está perdiendo clientela.
Si hubiera dependido de Rusia, quizá se hubiera dedicado a explotar sus
inagotables recursos naturales (petróleo y sus derivados, trigo y otros
cereales, etc) y posiblemente se habría enfocado en mejorar su economía
y establecer lazos comerciales con otras naciones, pero la constante
presión de Washington y la inminente invasión de Siria (lo que hubiera
significado un Medio Oriente casi a medida de Occidente), empujaron a
Vladimir Putin a involucrarse en el conflicto y ofrecer ayuda a Assad.
Lo más curioso (y hasta algo cómico) de todo este asunto es que según
reportó el director general de la empresa rusa Rostec, Sergey Chemezov,
la campaña antiterrorista de Rusia en Siria disparó la venta de las armas rusas en todo mundo.
¿Se están resquebrajando los cimientos del Imperio?
Durante décadas EE.UU. se tomó el trabajo de crear el contexto mercantil
adecuado para sí mismo, para que finalmente y como un inesperado efecto
colateral, apareciera en escena un nuevo actor y comenzara a quitarle
mercado y consecuentemente a diezmar sus jugosos ingresos. ¿Cómo ha
reaccionado el Imperio a semejante afrenta? Pues como es lógico que lo
haga, con pánico, desesperación y una ira infantil.
Hace apenas unos meses, en agosto de 2017, el presidente de EE.UU., Donald Trump,
firmó
la llamada ley CAATSA, que prevé restricciones unilaterales contra
Rusia por su supuesta injerencia en las elecciones estadounidenses de
2016; una acusación tan absurda como desacreditada por una absoluta
falta de pruebas y por los escándalos íntimos de EE.UU.
que están haciendo añicos la narrativa de la "colusión rusa".
Hace una semana, y tras meses de vigencia de esta demencial ley, la
portavoz del Departamento de Estado de EE.UU., Heather Nauert, descorchó
el champagne ante la prensa con una sonrisa de oreja a oreja,
al asegurar que la industria de defensa de Rusia había perdido 3.000 millones de dólares gracias a las sanciones que impuso la administración estadounidense. También
afirmó con orgullo que todas las embajadas de EE.UU. alrededor del mundo habían recibido la instrucción
de pedir diariamente al país anfitrión renunciar a la cooperación con Rusia.
En esa misma conferencia de prensa la funcionaria vociferó rabiosas
amenazas contra Irak tras ser interrogada sobre el rumor de que esta
nación supuestamente aliada de Washington estaría pactando una
importante compra de los sistemas de misiles antiaéreos S-400 a Rusia.
Como era previsible, advirtió al gobierno iraquí que de no acatar el
"mandato divino" de la Casa Blanca serían... adivine...
¡sancionados!
© Sputnik/ Sergey Malgavko
El sistema de defensa ruso S-400
Verdaderamente
no está claro qué pretende EE.UU., pero si siguen adelante con este
comportamiento infantil y maniático de querer sancionar a todos los que
comercian (o pretenden hacerlo) con Rusia, un día de estos la "nación
indispensable" se despertará y se dará cuenta de que el único país sin
sanciones son ellos mismos (y quizá Israel) y que están completamente
aislados del mundo.
Por suerte, Irak tuvo una reacción tan sensata como alentadora. El portavoz de la oficina del premier iraquí, Saad al-Hadithi,
declaró
hace un par de días que "la compra de armas no se trata de cuestiones
políticas, sino que depende de cuestiones militares y técnicas". Luego
agregó con firmeza que "el Ministerio de Defensa es responsable de
equipar, armar y satisfacer las necesidades militares de las fuerzas
iraquíes, y es el único que determina la identidad, forma y fuente de
las armas que ingresan a Irak, y el único que puede llegar a un acuerdo
con cualquier parte del mundo para comprar armas".
Debo decir que si la respuesta del funcionario iraquí hubiera sido una publicación en
Facebook definitivamente le habría dado un "me gusta".
Varios años atrás, este tipo de señales de falta de respeto hacia "papi"
Washington eran impensables, y si eventualmente ocurría algún tímido
intento de salirse del guión, los "valientes" terminaban como terminó
Gadafi o el mismo Saddam Hussein.
Hoy estamos siendo testigos de una lenta rebelión, aunque tal parece que
esto recién empieza y, para serle honesto, ni siquiera es posible saber
si llegará a buen puerto.
¡No debemos olvidar que un mal
perdedor es capaz de cometer los actos más irracionales y violentos
imaginables cuando se ve arrinconado!
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