Desde
Occidente, tendemos a juzgar a la China actual más por su presencia
económica y el impacto de su desarrollo material en el resto del mundo
que por las necesidades internas en el desarrollo de su historia; dando
así una prioridad abrumadora a la óptica geopolítica sobre la cultural,
que debería tener al menos una importancia comparable.
De hecho, es fácil ver que el impacto global de China va a depender
en gran medida de cómo acierte a encajar todo este periodo y el futuro
previsible dentro de un marco histórico para el que desearía el menor
número de cambios. Para la cultura china el sentido de la continuidad a
gran escala es fundamental, y a largo plazo siempre hará cuanto pueda
por asimilar y hacer indetectable el origen de las influencias
extranjeras. Ya lo ha conseguido en buena medida con el marxismo y el
capitalismo, que pierden tanto de su significado original en la
traducción que ya no se sabe si denominar al sistema chino "socialismo
de mercado" o "capitalismo de estado".
El impulso de la modernidad se sigue sintiendo como anómalo para gran
parte de la población mundial, que sólo la padece como proceso de
colonización cultural y pérdida de sus formas propias. Pero si en la
mayor parte de los países esta aculturación es un proceso pasivo y
reactivo asociado fundamentalmente a la sociedad de consumo, en China se
presentó en primer lugar como una destrucción activa en el fenómeno sin
precedentes de la Revolución Cultural, y sólo después adoptó las
ubicuas formas del consumo. Esta profunda herida autoinflingida
reclamará todavía durante mucho tiempo algún tipo de reparación, e
incluso podría provocar excesos por compensación.
Quienes dicen que China quiere dominar el mundo mienten como bellacos
y lo saben perfectamente. La aspiración al dominio global y sin
fronteras es cosa propia de la economía-mundo del modelo liberal, que
tuvo su epicentro en Londres en el siglo diecinueve y en Nueva York en
el siglo veinte. Por el contrario, China ha sido por más de dos mil años
un imperio-mundo, es decir, un sistema que se atiene a unos límites
naturales, como por ejemplo los que tuvo el antiguo imperio romano.
A lo que puede aspirar China en todo caso es a volver a ser el centro
de gravedad de todo el sudeste asiático con la huella de la cultura
confuciana, como lo ha sido durante tantos siglos; pero esto es algo
casi inevitable puesto que tiene cerca del 80 por ciento de su población
y además es el origen de esa cultura. Sólo la sobreproyección
estadounidense en la región, puramente coyuntural, y nuestro hábito
moderno de pensar en términos nacionales, impide percibir lo que a
escala histórica ha sido la norma.
Para China, como imperio-mundo, la condición ideal ha sido y será
siempre la autosuficiencia. Otra cosa muy diferente es que en una
situación tremendamente empobrecida no haya tenido otra forma rápida de
recuperarse que a través de la exportación y un modelo mercantilista.
Ese modelo, todavía presente, le obliga a asegurarse proveedores de
materias primas así como mercados para sus recurrentes problemas de
sobreproducción. La Iniciativa de la Franja y la Ruta responde
igualmente a esas necesidades, así como a un giro progresivo en las
asociaciones comerciales.
Dicho de otro modo, no se trata de expansionismo sino de
asegurar la viabilidad del modelo en el futuro; el reflejo que lo mueve
no es la conquista sino la conservación. Históricamente, incluso cuando
más se ha extendido hacia el Asia Central, ha sido sobre todo para mejor
garantizar su defensa. En cualquier caso, el Estado del Centro ha
estado más definido por su continuidad cultural que por la oscilación de
sus fronteras.
En el sistema chino el Partido Comunista permite la explotación de
los trabajadores en nombre del desarrollo a la vez que juega su papel de
última instancia capaz de reparar o mitigar las injusticias. Este es
el "camino medio" por el que se ha optado, que los críticos más
radicales de la izquierda no pueden dejar de ver como un arreglo
hipócrita. Un arreglo con una lógica vertical, y una estricta separación
entre gobernantes y gobernados.
Sin duda, si algo sería de desear en la China actual, no es una mayor
apertura a los flujos de capital extranjeros, como querría la
plutocracia internacional, sino más socialismo y más participación
popular —incluso aunque sólo fuera para mantener el equilibrio; pero a
pesar de todo, el sistema mixto chino, en comparación con la furia
privatizadora neoliberal que impera en la mayor parte del mundo, parece
todo un modelo de cordura.
Sabemos que el capitalismo sin freno ni contrapesos sólo puede
llevarnos a la catástrofe; como el gobierno chino es un ejemplo casi
único de cómo ejercer estos contrapesos, su influencia tendría que verse
en todas partes como básicamente benéfica —si no fuera por la
malevolencia de la propaganda del único imperio que lo quiere todo y no
tolera que se le escape ni un pedacito de tarta.
Piénsese que en otras épocas pasadas la economía china podía suponer
un 30, un 40 por ciento o incluso más de la riqueza mundial, y los
europeos ni siquiera sabían que existía ese Imperio. Un 30 o 40, o
incluso 50 por ciento de la riqueza mundial que, además, se basaba en su
propio talento y trabajo y no en el saqueo de países ajenos [1]. Ahora,
es aproximadamente de una sexta parte o un 16 por ciento del producto
global, y se nos dice que quieren comerse el mundo. ¿A qué viene tanta
histeria?
Es cierto que el modelo chino ni es exportable, ni se ha pretendido
exportar jamás. Pero en Europa teníamos economías mixtas prósperas, en
países como en Francia, hasta hace sólo unas pocas décadas; lo que es
del todo irrazonable es el extremo hasta el que hemos llegado. El
problema no es que el modelo chino no sea exportable ni quiera serlo, el
problema es que en el resto de países ya ni siquiera se puede plantear
que el estado ponga coto a los intereses de las corporaciones.
China intenta mantener siempre el equilibrio y la reciprocidad, tanto
en sus relaciones exteriores como en sus asuntos internos; no es nada
difícil de entender, después de todo, aunque en la práctica se convierta
en un difícil arte de los compromisos. Con todo no se trata sólo de
diplomacia, sino de un componente ético que en esta tradición política
se le supone a la clase gobernante. La imagen política que hoy ofrecen
los Estados Unidos, por el contrario, es la del desequilibrio, el abuso,
el chantaje y la desconsideración más extremas.
Sería verdaderamente increíble si China llegara alguna vez a ser la
primera potencia de un mundo que ni siquiera entiende y en el que
bastante ha tenido con adaptarse. Es hasta impensable, para el que
conozca mínimamente cómo funciona el sistema financiero mundial, y los
otros sistemas de dominio paralelos. China no está a punto de devorar el
mundo, es ella la que está cercada y hostigada por doquier. Tendría la
más decidida simpatía de todos nosotros si no fuera por el nefasto y
tóxico influjo de los medios de propaganda neocoloniales que dan el tono
en casi todo el mundo.
Decir que los chinos, el otro por antonomasia, son una amenaza para
el bienestar de los occidentales, es la forma perfecta de desviar la
atención de los que realmente nos sojuzgan y expolian. Estos otros son
mucho más otros todavía, tanto que ni siquiera tienen cara, o al menos
nunca se las ve en la pantalla. Parece mentira que la gente pueda llegar
a morder este anzuelo, pero lo hace, por que lo importante de la
propaganda no es su verosimilitud, sino su insistencia y su ubicuidad.
Así que podemos estar seguros de que la cosa no sólo va a continuar,
sino que aumentará el volumen de los megáfonos.
La tentación cibernética
En realidad China tiene que lidiar más con un tiempo y ritmo que se
le imponen, que con los delicados lineamientos geopolíticos. El tiempo
del que hablamos es el de la propia modernidad, ahora revestido con los
atributos del tsunami tecnológico y digital; un tiempo acelerado
perpetuamente y cada vez más ajeno a la naturaleza, un tiempo regido por
la lógica neoliberal de disolverlo absolutamente todo salvo la
concentración del poder a través del capital.
Y aquí, de nuevo, nos engañamos con respecto a China. Puesto que ya
lidera frentes estratégicos como la 5G, se ve a esta nación como
particularmente dotada para estar en la punta de lanza del avance
tecnológico; pero aunque estos despliegues no dejen de ser una
exhibición de músculo y parezcan asumir la iniciativa, en el fondo son
una reacción, o si se quiere, una sobrerreacción. China no controla la
lógica de este gran proceso, sino que intenta lo mejor que puede no ser
un juguete suyo. Trata de dominar sus formas, pero no controla su
dinámica, su impulso ni su contenido. Es aquí donde se encuentran los
mayores peligros.
Se dice que las tres grandes fuentes de inspiración de la cultura
china han sido el confucianismo, el taoísmo y el budismo. A estas hay
que sumar, sobre todo en lo tocante a las formas del gobierno, la mal
llamada "escuela legalista" desarrollada desde Han Fei, o incluso mucho
antes, si se quiere, por sabios como Guan Zhong. A esta escuela sería
mejor denominarla "realismo tecnocrático", u objetivismo de los
estándares de gobierno. Sin duda la tendencia tecnocrática es muy fuerte
en la China actual, y su tradición de objetivismo en los estándares se
ve como una suerte de aproximación al desafío que supone la tecnología.
Para la clase dirigente china es muy fuerte la tentación tecnocrática
de crear un sistema cerrado de realimentación cibernética en tiempo
real que procure controlarlo todo. Si Chile ya estaba a punto de aplicar
su famoso proyecto Cybersyn en los años setenta cuando mataron a
Allende, imagínese uno lo que pueden llegar a conseguir los gobernantes
de esta gran nación con la tecnología actual y la que ya está en ciernes
[2].
Un sistema así puede parecer idóneo para mantener las jerarquías a la
vez que se controlan los flujos monetarios o se negocia permanentemente
la descentralización y la participación popular. La tentación es aún
mayor si se tiene en cuenta que China no está sola en el mundo, sino que
es continuamente hostigada por unos Estados Unidos que procuran
desestabilizar el país por todos los medios a su alcance —y la
cibernética no es sino la teoría del control y la estabilidad.
Cibernética y gobierno son la misma palabra, el kybernetes es el
timonel.
El destino de China se está definiendo tanto o más por este tipo de
procesos temporales que por el juego de inclusiones y exclusiones de la
geopolítica. Pero no sólo el de China, pues no debemos olvidar que las
mismas técnicas son ya aplicadas en el resto del mundo por los grandes
gigantes digitales de cuyo nombre no quiero acordarme —gigantes que por
lo demás también "colaboran" estrechamente con los gobiernos
occidentales, aunque en una relación de fuerzas totalmente diferente.
El símbolo de la cibernética sería la serpiente que se muerde la
cola. Los gobernantes del gran dragón asiático parecen estar aún más
compelidos a apropiarse de estos mecanismos de realimentación debido a
que para ellos equivaldría a inmunizarse contra los desestabilizadores
peligros de una tecnología ya de por sí tan difícil de controlar —igual
que la plutocracia occidental procura utilizarla para aislarse de las
masas y controlarlas.
Pero el dataísmo es sólo una religión sustitutiva que no puede
ocultar sus abismales carencias. En China, como en cualquier otra parte.
Lo más extremo de todo es que la mentalidad china ni siquiera puede ver
la ciencia y la tecnología occidentales como algo suyo propio, sino que
sigue siendo un cuerpo extraño, incluso con todos estos titánicos
desarrollos. De aquí puede surgir lo peor y lo mejor; lo peor es que se
limiten a reproducir las formas, lo mejor, que lleguen al fondo de la
cuestión.
A los chinos le fascinan los cangrejos, con los que comparten el
mismo reflejo atávico por defenderse y agarrar. El otro símbolo que
mejor los define es la balanza, con su búsqueda del equilibrio. El
primero es el símbolo del pueblo, el segundo, el de la clase dirigente.
Casualmente coinciden con las casas del zodíaco de Cáncer y Libra, los
dos signos cardinales que marcan el comienzo del verano y el otoño, y,
en el calendario chino, el centro de ambas estaciones.
Esos serían los puntos nodales del espíritu chino dentro de la rueda
del año, el primer símbolo de la totalidad para todos nosotros.
Curiosamente, los signos homólogos del calendario chino son la oveja y
el perro, que no definen tan agudamente esta constelación. Siempre hay
algo de ti mismo que sólo pueden ver bien los otros; no sé si nos
preguntamos qué es lo que de nosotros mejor comprenden los chinos.
Capitalismo y marxismo son la tesis y la antítesis en la bomba de
tiempo que es la modernidad. Cada uno de ellos oscila entre la
disolución y la concentración del capital, y una correlativa
depauperación y aglutinamiento de la opinión pública: vienen a encarnar
la "doble contradicción" de la que ya hablaba Mao, la cruz del timón en
una dialéctica que no se basa en la superación idealista hegeliana ni en
la idea de la historia como proceso irreversible.
El capitalismo y el marxismo tienen cada uno su propia astucia de la
razón, y la idea china de equilibrio en el gobierno, la suya; pero no
hace falta decir que la expectativa de aglutinamiento de la opinión
pública por el marxismo falló estrepitosamente, en parte porque el
capitalismo ha conseguido crear todo tipo de cuñas, y en parte porque el
propio marxismo no tiene ningún derecho divino a reclamar la
exclusividad ni de la oposición ni de la resistencia a la corriente
dominante.
El problema es que el sistema operativo que lo lleva todo sigue
siendo el liberal, y la crítica marxista o cualquier otra son externas
tanto a su diseño y funcionamiento como a su uso. El sistema operativo
es la tecnociencia moderna en su conjunto. Sin un cambio en el sistema
operativo, el capitalismo liberal juega siempre con las cartas marcadas y
tiene todas las de ganar.
Por supuesto, es totalmente falso decir que los chinos carecen de
iniciativa —no hay más que ver que no pueden estarse quietos. Por el
contrario, han demostrado de sobra una fe inconmovible en la acción
continua y perseverante. Otras cosa, bien diferente, es que conozcan las
múltiples ventajas de no manifestarla; o que su sistema político no
aliente precisamente la expresión de los puntos de vista personales. O
que tengan sobre sus hombros una modernización a la que no tienen por
dónde coger.
Por esa misma fe inconmovible en la mejora y rectificación continuas,
hoy la gran tentación de la clase dirigente es el Sistema Cibernético
Autónomo, un monstruo autorreferencial que tanto se parece a ese otro
gran animal que es la sociedad. Pero sería un gran error contentarse con
eso, y, además, todo lo que tiende a cerrarse a la perfección sobre sí
mismo invita a la precipitación del desastre, porque pierde el contacto
con lo más básico de la realidad.
Eso es lo que ahora más necesita China para intentar abordar el magno
problema de una nueva síntesis cultural a la altura de la agresión de
la modernidad: un contacto con esa realidad básica que no esté mediado
por el oportunismo político o las coordenadas socioeconómicas. Hace más
de mil quinientos años algo parecido lo desencadenó la penetración el
budismo, que ha sido hasta ahora casi la única "invasión benéfica" que
ha padecido china, aun sin ignorar las múltiples intrigas y reacciones
adversas que provocaron en las tradiciones ya asentadas.
Una invasión mucho más modesta y reciente, aunque no despreciable,
fue la del piano europeo en la sensibilidad extremo oriental, que es
como si las nubes le hubieran abierto un claro a la Luna. Al menos
demuestra que también lo occidental puede sintonizar con las fibras más
profundas de esta cultura, siempre que exista la zona de contacto y la
imprescindible afinidad.
Si el instinto reflejo de los chinos es agarrar como los cangrejos y
no soltar la presa, también han demostrado que saben devolver con creces
aquello que se les da de buena de fe y sin motivos ulteriores. Se dice
que el chino es el menos idealista de los pueblos, y en cierto sentido
bien que puede ser cierto, pero las historias de compromiso y sacrificio
heroico de incontables monjes, campesinos y rebeldes de todo tipo dicen
otra cosa, y su conmovedor ejemplo aún no se ha borrado. Y los chinos, a
diferencia de los japoneses, saben apreciar la mezcla de lo cómico, lo
trágico y lo sublime de un personaje como el Quijote.
Sólo cuando damos sacamos lo más profundo de nosotros mismos. No deja
de ser detestable que las relaciones entre China y Occidente estén
dominadas por los intereses más inmediatos y mezquinos, y que no haya
una voluntad por llegar a zonas más profundas de nuestro interés común.
Incluso la mayor parte de las "relaciones e intercambios culturales" no
es apenas más que diplomacia y negocios. Es otra de las muchas cosas
contra las que nos debemos rebelar.
El gran problema actual para la cultura china no es la asimilación de
la tecnología, sino del núcleo duro histórico de la ciencia moderna y
cómo este se extiende y se difunde hasta llegar a las partes más blandas
o adaptables, que justamente son las relativas a la categoría de la
información. Y su inserción, precisamente, dentro de parámetros afines a
los de su espíritu objetivista, las ideas más básicas del taoísmo, el
eje interno del confucianismo y la identidad en el budismo Chan de lo
inmanente y lo trascendental.
El sueño tecnocrático-cibernético equivale a tener circulando al
genio de la lámpara en un vaso cuidadosamente diseñado para que a la vez
trabaje para uno y no se escape. Claro que de tanto atormentarlo, lo
más probable es que al final consiga liberarse. La moraleja es que al
final uno sólo puede contar con su propio espíritu y no con espíritus
encadenados, y esto se aplica por igual a Occidente.
El eje interno y culminación del confucianismo es la doctrina del
Medio Invariable o Zhongyong, que además es el punto natural de conexión
con el taoísmo y la doctrina trascendental budista. El significado de
este Medio Invariable se ha perdido casi por completo, y líderes
políticos como Mao Zedong revelan por sus comentarios que no tenían ni
idea de a qué puede referirse este concepto, puesto que no tiene nada
que ver con el "eclecticismo". Esto no debe sorprendernos, si ya
Confucio había dicho que hacía mucho que era raro seguirlo entre los
hombres. Tendría que ser evidente que la doctrina del Medio no es la
degradación última del confucianismo, sino su aspecto más elevado.
En un libro reciente he intentado rastrear algunas conexiones
absolutamente básicas de este núcleo duro de la ciencia europea, el
cálculo y la mecánica clásica, con la doctrina del Medio Invariable, lo
reversible e irreversible en el taoísmo, el plano trascendental del
conocimiento o la problemática de los estándares y la teoría de la
medida. Claro que la relación es tan obvia que me pareció innecesaria
hacerla más explícita. Ciertamente no lo he hecho pensando sólo en la
cultura china, sino sobre todo por una problemática común aún por
resolver y sobre la que la ciencia moderna ha preferido pasar página
[3].
Creo que estos asuntos fundamentales, tan ocultados, son mucho más
interesantes que los abracadabras de la ciencia contemporánea y además
tienen mucho más potencial —para el que sepa aprovecharlo,
evidentemente.
El contacto de la tradición china con la ciencia moderna parecía una
tarea imposible, si se tiene en cuenta, no sólo la dificultad del
científico chino por interiorizar su espíritu, sino la destitución
ocurrida con la tradición propia. Sin embargo creo que aquí hemos
empezado a conectar ambas esferas de una forma verdaderamente natural.
Lo único que puedo decir es que me parece que este camino debería
seguirse, y que vale tanto para el Este como para el Oeste.
En un artículo próximo expondremos la estrategia del dedo meñique, o cómo desviar el tsunami tecnológico con el mínimo esfuerzo.
Notas
[1] Los Estados Unidos de América también llegaron a tener el 50 por
ciento de la riqueza mundial en 1945; pero, aunque entonces la mayor
parte de esa riqueza era producción interna, ese país llevaba a sus
espaldas medio siglo de aventura neocolonial en Latinoamérica, el
Pacífico, Filipinas o la propia China. Además, en 1945 la mayor parte de
la riqueza en todo el mundo había sido destruida en una guerra en la
que Estados Unidos había intervenido a conciencia para consolidar su
hegemonía antes que para "defender la libertad".
[2] "El proyecto Synco o proyecto Cybersyn fue el intento chileno de
planificación económica controlada en tiempo real, desarrollado en los
años del gobierno de Salvador Allende, entre 1971 y 1973. En esencia, se
trataba de una red de máquinas de teletipo que comunicaba a las
fábricas con un único centro de cómputo en Santiago, donde se controlaba
a las máquinas empleando los principios de la cibernética. El principal
arquitecto del sistema fue el científico británico Stafford Beer".
https://es.wikipedia.org/wiki/Cybersyn
[3] Miguel Iradier, "Pole of inspiration —Math, Science and
Tradition", en hurqualya.net . Está disponible en español en entradas
sucesivas del blog.
Fuente: hurqualya.net