lunes, 18 de mayo de 2020

El proyecto político global impuesto con ‎el Covid-19 como coartada, por Thierry Meyssan


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El proyecto político global impuesto con ‎el Covid-19 como coartada, por Thierry Meyssan



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Independientemente de saber si la epidemia de Covid-19 es natural o si ha sido provocada, este ‎hecho ofrece a un grupo transnacional la posibilidad de imponer repentinamente su proyecto ‎político sin que nadie lo discuta y sin exponerlo siquiera. ‎
En cuestión de semanas hemos visto Estados supuestamente democráticos suspender las ‎libertades fundamentales, prohibiendo a la gente salir de sus casas, participar en mítines o hacer ‎manifestaciones, bajo la amenaza de multas o de ir a la cárcel. La escolarización obligatoria ‎establecida por ley para los menores de 16 años ha sido abolida temporalmente. Millones de ‎trabajadores han sido privados de empleo y enviados al paro de manera autoritaria y cientos ‎de miles de empresas también han sido obligadas a cerrar sus puertas, que no podrán reabrir. ‎
Sin ningún tipo de preparación previa, los gobiernos han empujado las empresas a establecer el ‎teletrabajo… y todas las comunicaciones a través de internet son grabadas por el sistema ‎Echelon. Eso significa que los «Cinco Ojos» (Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y ‎Estados Unidos) ya tienen en sus archivos lo necesario para descubrir los secretos de casi todos ‎los industriales europeos. En ese aspecto, ya es demasiado tarde. ‎
Esas transformaciones de orden social carecen de justificación médica. Ningún tratado de ‎epidemiología en el mundo había planteado, y menos aún aconsejado, un «confinamiento ‎general obligatorio» para luchar contra una epidemia. ‎
Los dirigentes políticos de los Estados miembros de la Unión Europea se quedaron paralizados ‎ante las proyecciones matemáticas delirantes que les predecían verdaderas hecatombes en sus ‎respectivos países [1]. Corrieron entonces a buscar la «salvación» en ‎las soluciones prefabricadas de un poderoso grupo de presión con cuyos miembros se habían ‎reunido en el Foro Económico de Davos y durante las conferencias de seguridad que se realizan ‎anualmente en Munich [2]. ‎
El «confinamiento general obligatorio» había sido concebido hace 15 años, en el seno de la ‎administración de George Bush hijo, pero no como una herramienta de salud pública sino para ‎militarizar la sociedad estadounidense utilizando como coartada un ataque previo de ‎bioterrorismo. Ese es el proyecto que se aplica actualmente en Europa. ‎
El plan inicial, concebido hace más de 20 años alrededor de Donald Rumsfeld –presidente de la ‎transnacional farmacéutica estadounidense Gilead Science antes de convertirse en secretario ‎de Defensa de la administración de George W. Bush– preveía adaptar Estados Unidos a la ‎financiarización global de la economía. Se trataba de reorganizar el mundo mediante una especie ‎de “división del trabajo” por regiones. Los países de las zonas geográficas no integradas a la ‎economía serían sometidos a un proceso de destrucción de sus Estados para convertirlos en ‎simples “tanques” o reservas de materias primas mientras que los países de las zonas ‎desarrolladas (incluyendo la Unión Europea, Rusia y China) serían responsables de la fabricación ‎de productos, con Estados Unidos como productor de armamento y en el papel de “policía del ‎mundo”. ‎
Con ese objetivo se creó en 1997, en el seno del American Enterprise Institute (AEI) [3] –think tank ya existente desde 1938–, un nuevo grupo: el «Proyecto ‎para el Nuevo Siglo Americano» (PNAC). Este último anunció con bastante crudeza parte de ‎su programa… pero sólo una parte, la parte destinada a convencer a los grandes donantes de ‎fondos para que financiaran la campaña electoral de George Bush hijo. El 11 de septiembre ‎de 2001, dos grandes aviones de pasajeros se estrellaron contra el World Trade Center en ‎Nueva York, se activó el programa llamado de «Continuidad del Gobierno» (CoG), a pesar de ‎que la situación existente no correspondía a los parámetros previstos para su aplicación. ‎Los miembros del Congreso estadounidense y sus equipos de trabajo fueron recluidos en un ‎inmenso bunker, a 40 kilómetros de Washington, y el «Gobierno de Continuidad», cuya ‎composición es altamente secreta, asumió el poder en Estados Unidos hasta el final de aquel día. ‎
Aprovechando el shock emocional provocado por los atentados del 11 de septiembre, ese grupo ‎impuso la adopción de un voluminoso código antiterrorista que ya había sido redactado desde ‎mucho antes –la llamada «Ley Patriota»(USA Patriot Act)–; creó un extenso y poderoso sistema ‎de vigilancia interna –el Departamento de Seguridad de la Patria (DHS o Homeland Security)–; ‎reorientó la misión de las fuerzas armadas estadounidenses en función de la división global del ‎trabajo que se planeaba imponer (Doctrina Cebrowski [4]) y emprendió la «guerra sin fin». En resumen, la pesadilla que ‎estamos viviendo desde hace 20 años es el mundo diseñado por ese grupo.‎
Si no nos despertamos, el grupo actual, cuyo elemento visible es el doctor Richard Hatchett, ‎trasladará a la Unión Europea aquel programa concebido para Estados Unidos. Impondrá de ‎forma duradera una aplicación de rastreo en los teléfonos móviles para vigilar los contactos ‎individuales de todos, arruinará las economías de ciertos países para transferir la fuerza de trabajo ‎hacia la industria del armamento y acabará convenciéndonos de que China es responsable de la ‎epidemia de Covid-19, con lo cual se justificaría aplicar a China la llamada «doctrina de ‎contención» (Containment).‎
Si no nos despertamos, la OTAN –que supuestamente estaba en «estado de muerte cerebral»– ‎va a reorganizarse. Se extenderá por el Pacífico, comenzando con la incorporación de Australia ‎‎ [5]. ‎
Si no nos despertamos, la enseñanza será reemplazada por un sistema de adquisición de saber a ‎domicilio, nuestros niños se convertirán en cotorras desprovistas de espíritu crítico, sabiendo ‎de todo pero sin conocer nada. ‎
En el mundo que se prepara para los ciudadanos de la Unión Europea, los grandes medios de ‎comunicación ya no serán financiados por la industria del petróleo sino por lo que ha dado en ‎llamarse «Big Pharma». Nos convencerán de que todas las medidas adoptadas eran las más ‎adecuadas y en internet los motores de búsqueda impondrán a las fuentes no conformes las ‎peores calificaciones en términos de credibilidad, en función de lo que piensan los autores de sus ‎artículos pero sin importar la calidad de sus razonamientos. ‎
Todavía estamos a tiempo de reaccionar. ‎

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