Afirma el profesor Huerta de Soto que el Imperio Romano se
vino abajo por culpa del socialismo. Es evidente que la afirmación hay
que saber interpretarla, pero desde luego no está exenta de razón. El
hedonismo y la infantilización, la falta de espíritu crítico o de
superación y lucha junto con un gobierno omnisciente, proveedor de pan y
circo, aletargaron de tal manera la sociedad romana que fue finalmente
sometida por las tribus bárbaras. De alguna manera, lo que hoy llamamos
socialismo fue una de las causas de la caída de Roma. Además, podríamos
tildar de discusiones bizantinas las actuales peleas sobre feminismo o
ecología, exentas en gran medida de base científica, como lo estaría una
discusión sobre el sexo de los ángeles.
Cuando los individuos que conforman una sociedad dilapidan el bagaje económico, científico y cultural del entorno en el que viven, su sociedad está cerca de ser finiquitada. Para mantenerlo y preservarlo es preciso, en primera instancia, conocerlo. Los poderes públicos, sin embargo, aborrecen las sociedades plagadas de individuos cultos e instruidos. No son manejables, tienen criterio propio y dificultan enormemente su gobierno, por lo que se las ingenian para birlarles el conocimiento o, como en el caso de la sociedad occidental actual, para definir qué y cómo se puede aprender, sesgo que en la práctica tiene los mismos resultados.
Hemos llegado a un punto en el que nos encontramos rodeados de lo que algunos han dado en llamar adultescentes. Quizá la adolescencia es una etapa demasiado madura para el comportamiento de muchos. El hurto del conocimiento y de la Verdad, con mayúsculas, a cada uno de nosotros desde nuestra más tierna infancia nos ha convertido en chiquillos de cuarenta o cincuenta años, que se comportan como tal. No es un fenómeno de la democracia española, ni mucho menos. Sustituidos los gobiernos y regímenes aristocráticos por otros más o menos democráticos o totalmente dictatoriales, se plasmó esa ficción de creer que el poder está en el pueblo proveyéndole de educación, pronto manipulada, sesgada y conducida a proveer de ciudadanos influenciables al poder político de turno.
Sin embargo y pese a todo, los críos tienen criterio propio, quizá aun poco formado y falto del contenido que da la experiencia, pero convendrán conmigo en que la lógica que suelen aplicar los menores es aplastante y limpia. De la misma manera los adultos, aun faltos de ilustración y cultura, estamos capacitados para el razonamiento y acabamos por formarnos opiniones de las cosas que suceden a nuestro alrededor, lo que puede desembocar en situaciones en las que apreciemos una realidad muy distinta de la que nos cuentan desde los púlpitos gubernamentales.
Bajo esta premisa, el gobernante que quiere perpetuarse en el poder para hacer y deshacer a su antojo debe dar un paso más en el sometimiento de la sociedad. Es necesario anular completamente el criterio individual. Una manzana podrida, en este caso para bien, puede acabar por infectar todo el cesto de Libertad. Los niños son demasiado imprevisibles por lo que se precisa convertir a la sociedad en ganado. Proveerles de comida y cubrir sus necesidades más básicas, para luego obtener de ellas lo que se precise, en forma de votos o de soldados para ir a la guerra.
Por suerte el ser humano es un ser libre. Puede delegar, conscientemente o no, muchas de sus responsabilidades, pero cuando se trata de dar el paso definitivo al totalitarismo distópico que nos convierte a todos los efectos en vacas o conejos, tendemos a rebelarnos. Si no se ha conocido otra cosa que la esclavitud, será mucho más difícil e improbable la rebelión, pero en la Europa occidental este paso solo puede darse por la fuerza.
Así las cosas, nos hallamos en un momento de difícil equilibrio. Los gobiernos tratan de mantener firmemente la bota sobre nuestras cabezas, pero con cuidado de no ejercer más presión de la cuenta, para que no saltemos a por ellos. Las dosis de propaganda son cada día mayores, en proporción con la magnitud de las mentiras que hemos de tragarnos. El uso de la fuerza aún es solo disuasorio en forma de multas administrativas.
Queda por tanto comprobar hacía que lado se inclinará la balanza. ¿Seguirán tratándonos como a niños, para que respondamos como niños o por el contrario avanzarán en el camino de la anulación de la voluntad? Para que el poder exista es necesaria la aquiescencia del gobernado. De otra forma no existe un poder como tal. En el extremo, una sociedad de individuos con criterio propio no puede ser gobernada sino coordinada, por lo que quien ansía llevar a cabo el ejercicio del poder, no se plantea poner los medios oportunos para que la sociedad sea un algo menos infantil, más bien fantasea con la idea de convertirnos en ovejas dóciles a las que esquilar.
Aun así, y volviendo sobre el principio de esta pieza, es imprescindible cambiar el eje de la discusión y de sus aplicaciones en la sociedad. El político medio actual pretende mantener el equilibrio entre niños y borregos, lo cual nos llevaría, sin duda alguna, a la destrucción de la sociedad occidental, tal y como la conocemos. La pelea es, una vez más, entre criterio propio y masa gris, entre individuos y colectivización, entre libres y esclavos. Entre gobernados con mano más o menos firme y coordinados en Libertad.
Cuando los individuos que conforman una sociedad dilapidan el bagaje económico, científico y cultural del entorno en el que viven, su sociedad está cerca de ser finiquitada. Para mantenerlo y preservarlo es preciso, en primera instancia, conocerlo. Los poderes públicos, sin embargo, aborrecen las sociedades plagadas de individuos cultos e instruidos. No son manejables, tienen criterio propio y dificultan enormemente su gobierno, por lo que se las ingenian para birlarles el conocimiento o, como en el caso de la sociedad occidental actual, para definir qué y cómo se puede aprender, sesgo que en la práctica tiene los mismos resultados.
Hemos llegado a un punto en el que nos encontramos rodeados de lo que algunos han dado en llamar adultescentes. Quizá la adolescencia es una etapa demasiado madura para el comportamiento de muchos. El hurto del conocimiento y de la Verdad, con mayúsculas, a cada uno de nosotros desde nuestra más tierna infancia nos ha convertido en chiquillos de cuarenta o cincuenta años, que se comportan como tal. No es un fenómeno de la democracia española, ni mucho menos. Sustituidos los gobiernos y regímenes aristocráticos por otros más o menos democráticos o totalmente dictatoriales, se plasmó esa ficción de creer que el poder está en el pueblo proveyéndole de educación, pronto manipulada, sesgada y conducida a proveer de ciudadanos influenciables al poder político de turno.
Es imprescindible cambiar el eje de la discusión y de sus aplicaciones en la sociedad. El político medio actual pretende mantener el equilibrio entre niños y borregos, lo cual nos llevaría, sin duda alguna, a la destrucción de la sociedad occidental, tal y como la conocemosAsí pues, el que muchos se conduzcan hoy de forma pueril, en circunstancias donde la responsabilidad individual debería salir a relucir en su máxima expresión, hunde sus raíces en un pasado ya lejano, si bien la relativa paz en occidente desde la Segunda Guerra Mundial, con la creación de organismos internacionales que han magnificado el poder político, ha ayudado a acentuar la falsa sensación de seguridad. Las personas tendemos a focalizarnos en lo que consideramos más urgente o importante, por lo que a través de ingentes cantidades de propaganda nos han conseguido convencer de que todo estaba bajo control y que podíamos delegar nuestras responsabilidades en manos de políticos y burócratas. No sé si es una verdad con mayúsculas, pero verdad es, al fin y al cabo, que la responsabilidad de mantenerse con vida es de cada uno de nosotros, salvo tara física o mental de importancia.
Sin embargo y pese a todo, los críos tienen criterio propio, quizá aun poco formado y falto del contenido que da la experiencia, pero convendrán conmigo en que la lógica que suelen aplicar los menores es aplastante y limpia. De la misma manera los adultos, aun faltos de ilustración y cultura, estamos capacitados para el razonamiento y acabamos por formarnos opiniones de las cosas que suceden a nuestro alrededor, lo que puede desembocar en situaciones en las que apreciemos una realidad muy distinta de la que nos cuentan desde los púlpitos gubernamentales.
Bajo esta premisa, el gobernante que quiere perpetuarse en el poder para hacer y deshacer a su antojo debe dar un paso más en el sometimiento de la sociedad. Es necesario anular completamente el criterio individual. Una manzana podrida, en este caso para bien, puede acabar por infectar todo el cesto de Libertad. Los niños son demasiado imprevisibles por lo que se precisa convertir a la sociedad en ganado. Proveerles de comida y cubrir sus necesidades más básicas, para luego obtener de ellas lo que se precise, en forma de votos o de soldados para ir a la guerra.
Por suerte el ser humano es un ser libre. Puede delegar, conscientemente o no, muchas de sus responsabilidades, pero cuando se trata de dar el paso definitivo al totalitarismo distópico que nos convierte a todos los efectos en vacas o conejos, tendemos a rebelarnos. Si no se ha conocido otra cosa que la esclavitud, será mucho más difícil e improbable la rebelión, pero en la Europa occidental este paso solo puede darse por la fuerza.
Así las cosas, nos hallamos en un momento de difícil equilibrio. Los gobiernos tratan de mantener firmemente la bota sobre nuestras cabezas, pero con cuidado de no ejercer más presión de la cuenta, para que no saltemos a por ellos. Las dosis de propaganda son cada día mayores, en proporción con la magnitud de las mentiras que hemos de tragarnos. El uso de la fuerza aún es solo disuasorio en forma de multas administrativas.
Queda por tanto comprobar hacía que lado se inclinará la balanza. ¿Seguirán tratándonos como a niños, para que respondamos como niños o por el contrario avanzarán en el camino de la anulación de la voluntad? Para que el poder exista es necesaria la aquiescencia del gobernado. De otra forma no existe un poder como tal. En el extremo, una sociedad de individuos con criterio propio no puede ser gobernada sino coordinada, por lo que quien ansía llevar a cabo el ejercicio del poder, no se plantea poner los medios oportunos para que la sociedad sea un algo menos infantil, más bien fantasea con la idea de convertirnos en ovejas dóciles a las que esquilar.
Aun así, y volviendo sobre el principio de esta pieza, es imprescindible cambiar el eje de la discusión y de sus aplicaciones en la sociedad. El político medio actual pretende mantener el equilibrio entre niños y borregos, lo cual nos llevaría, sin duda alguna, a la destrucción de la sociedad occidental, tal y como la conocemos. La pelea es, una vez más, entre criterio propio y masa gris, entre individuos y colectivización, entre libres y esclavos. Entre gobernados con mano más o menos firme y coordinados en Libertad.
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