Ilustración de Christopher Lucania
“Donde no hay justicia es peligroso tener razón”
Quevedo
La diosa Justicia debe tener los ojos vendados para poder ser
imparcial. No siempre es así. La historia está llena de juicios
injustos. De procesos donde la ley no está al servicio de la verdad sino
que pretende eliminar a los enemigos, sean reales o imaginarios.
Entre los ejemplos destacan el juicio contra Sócrates, el juicio
contra Juana de Arco, los juicios de la Inquisición contra los herejes e
infieles, los juicios del estalinismo y del maoísmo contra cualquier
forma de disidencia, el juicio contra Dreyfus y los juicios contra Sacco
y Vanzetti.
No hay forma de gobierno que esté exenta de pecar contra la justicia.
Pero si existe una relación sistemáticamente perversa, es la que se
establece entre los totalitarismos contemporáneos y su forma de
comprender la ley.
Camus nos recuerda que la bandera roja del comunismo fue tomada de
los revolucionarios franceses, quienes la heredaron del antiguo régimen.
Para sorpresa de muchos, el trapo rojo era la señal de la ley marcial
de los monarcas absolutos.
En general, la ley marcial es un instrumento extremo del Estado de
excepción. El Estado de excepción supone la suspensión de algunos de los
derechos que la Constitución garantiza, mientras que la ley marcial
implica procesos sumarios en los juicios y castigos severos, más allá de
los que se imponen en situaciones normales.
En muchos casos de ley marcial, la pena de muerte es impuesta para
crímenes que normalmente no serían crímenes capitales. Los llamados
regularmente a ejercer la ley marcial son tribunales militares.
En las democracias puede tener lugar la ley marcial en tanto sea
parte de un estatuto de excepción, normalmente regulado en la
Constitución del Estado, por medio del cual se otorgan facultades
extraordinarias a las fuerzas armadas o la policía en cuanto al
resguardo del orden público. Casos usuales de aplicación son la guerra o
para sofocar rebeliones.
El totalitarismo supone una constante ley marcial. En todo momento,
el poder ejecutivo tiene derecho de vida y muerte sobre todos los
ciudadanos; en otras palabras, en los totalitarismos la ley marcial no
es una excepción, sino la regla. Esto se debe a su concepción de la
necesidad del terror para mantener el poder.
El Nazismo contra la Rosa Blanca
La Rosa Blanca fue un movimiento de resistencia pacífica, de
orientación cristiana, que creía en el poder de las ideas. Fue fundado
en la Universidad de Múnich, en 1942. El fundador fue el joven, Hans
Scholl, junto con otros estudiantes. Posteriormente, se unió al grupo la
hermana menor de Hans, Sophie Scholl, cuando se trasladó a Múnich a
estudiar biología y filosofía.
El grupo combatía las ideas del partido nacionalsocialista enviando
panfletos por correo, o dejándolos en cabinas telefónicas o
parqueaderos. El 18 de febrero de 1943, Sophie y su hermano lanzaron
desde lo alto una pila de panfletos al patio interior de la universidad.
En ese momento, ambos hermanos fueron descubiertos y arrestados.
El interrogatorio de los hermanos Scholl estuvo a cargo de los
oficiales de la policía secreta. Incluso en este momento, los hermanos
demostraron tener un coraje enorme: ambos intentaron asumir toda la
culpa de lo sucedido. Sophie Scholl se atrevió a decirle al oficial en
su cara “que no quería tener nada que ver con el nacionalsocialismo”.
En febrero de 1943, el temible juez Roland Freisler dirigió los
juicios contra los jóvenes estudiantes de Múnich. Freisler, que hacía de
juez, jurado y fiscal, hizo una parodia de la justicia, insultó a los
jóvenes y ordenó la ejecución sumaria de los hermanos Sophie y Hans
Scholl, así como de los demás miembros de la organización. Estas
ejecuciones fueron llevadas a cabo de inmediato en la guillotina por
exigencia directa de Freisler. Las últimas palabras de Hans Scholl
fueron: “Que viva la libertad”.
Todos estos hechos fueron dramatizados en la película
La Rosa Blanca de Michael Verhoeven, en 1982.
Los juicios de la Gran Purga
A fines de 1934, en la antigua Unión Soviética, el asesinato de
Sergei Kirov, importante político bolchevique y aliado de la burocracia
estalinista, fue la excusa para desatar una brutal represión. Se
impusieron expulsiones masivas del partido y del Comintern,
deportaciones, y más de un millón y medio de opositores terminarán en
los campos de concentración mientras que 700.000 fueron directamente
ejecutados.
Con el nombre de Los juicios de Moscú, se conoció a la serie de
procesos llevados a cabo entre 1936 y 1938, en los que fueron juzgados,
declarados culpables y ejecutados todos los miembros del Comité Central
bolchevique de 1917. La misma suerte correría “la cohorte de hierro”, la
generación intermedia que se había fogueado en los frentes de batalla
de la guerra civil y una parte importante de la juventud que había
tomado en serio la tradición bolchevique.
Mesianismo y terror
El totalitarismo tiene su origen en el mesianismo político. En el capítulo tercero de su libro
Los enemigos íntimos de la democracia (2012),
Tzvetan Todorov hace un análisis de la génesis de la Revolución
Francesa. Afirma que “como los pelagianos, los revolucionarios piensan
que no debe ponerse la menor traba a la progresión infinita de la
humanidad” (p. 37). Eso es lo que lleva a que la Revolución degenere en
terror. No sólo la francesa sino muchas de las que han existido.
En el momento que la Revolución reivindica los ideales de igualdad y
libertad surge el“mesianismo político” que se propone construir el
paraíso en la tierra a través de cualquier medio, incluido el terror. El
autor asegura que “en su búsqueda de una salvación temporal, esta
doctrina no reserva un lugar a Dios, pero conserva otros rasgos dela
antigua religión, como la fe ciega en los nuevos dogmas, el fervor en
sus acciones y en el proselitismo de sus fieles, y la conversión de sus
partidarios caídos en la lucha en mártires, en figuras a adorar como
santos” (p. 38).
Todorov nos explica que la llamada Herejía de Pelagio está en la base
del mesiánico político. Según la doctrina de Pelagio, la cual fue
combatida por San Agustín, el hombre no necesita de la gracia divina
para salvarse. Suena razonable, pero contiene un potencial peligro: la
soberbia. “Como los pelagianos, los revolucionarios piensan que no debe
ponerse la menor traba a la progresión infinita de la humanidad” (p.
37). “El fin al que apuntan es tan elevado que no hay que escatimar en
medios” y cita las palabras de Danton: “El ángel exterminador de la
libertad derribará esos satélites del despotismo”(p. 40).
Todorov nos aclara que el proyecto totalitario se distingue de los
mesianismos del pasado, tanto por el contenido ideal como por la
estrategia para imponerlo. El contenido ideal no consiste solo en un
cambio de credo, sino también en someter a un cambio forzado la esencia
misma del ser humano: producir el “hombre nuevo”, que no es otra cosa
que el súbdito perfecto. La estrategia para imponerlo consiste en
“control absoluto de la sociedad y eliminación de categorías enteras de
la población” (p. 49).
Todorov nos advierte que “sea cual sea la versión concreta del
totalitarismo, esta destrucción sistemática aparecerá siempre, aunque
está ausente en otros lugares. Así sucede con el exterminio de los
kulaks
como clase en la Unión Soviética, de los judíos en la Alemania nazi, de
la burguesía en la China de Mao y de los habitantes de las ciudades en
el régimen comunista de Pol Pot. A ello se añaden los sufrimientos que
infligen al resto de la población, que tampoco pueden compararse con los
sufridos anteriormente.”(p. 49).
Terror y vida desechable
Como podemos apreciar, el terror convierte la vida en algo sin valor
propio. Giorgio Agamben nos explica cuáles son los supuestos jurídicos
que hacen posible eso. Agamben es un filósofo contemporáneo que debe su
relevancia a sus reflexiones sobre el área que ha sido denominada
biopolítica, disciplina que estudia cómo se realiza el control de la
sociedad no sólo a través de la ideología, sino también a través del
control del cuerpo de los individuos.
La teoría biopolítica de Agamben se caracteriza por la politización
de la ‘nuda vida’. Los griegos tenían dos términos para “vida” (Ver
Homo sacer, p. 9). El primero es
zoe,
que usaban para designar a la vida como hecho natural, la que pertenece
a todos los seres vivientes, es la vida que compartimos con las vacas y
las bacterias. El segundo término es
bios, que designaba la
vida propia de las personas, los seres que tenemos una dignidad que nos
hace valiosos por nosotros mismos. El primero de los términos, la vida
biológica, estaba vinculado al ámbito privado y relacionado con la
subsistencia,mientras que el segundo, la vida biográfica, se vincula con
la esfera política, es decir, la vida en comunidad humana.
Según Agamben, la novedad de la política moderna es la inclusión de la
zoe
en el espacio político, de modo tal que los dos sentidos distinguidos
por los griegos pasan a quedar indiferenciados. Los individuos ya no son
considerados a partir de su humanidad, sino también como mera vida,
nuda vida o vida desnuda, que son las distintas traducciones con las que se ha intentado verter
zoe.
El aspecto meramente biológico del hombre pasa a formar parte de los
problemas políticos del presente. El modelo de esto son los campos de
concentración.
Como paradigma de esta filosofía política, Agamben exhibe el concepto de
Homo sacer.
Dicho concepto lo extrae Agamben del derecho romano. “Homo sacer” es un
término que traduce literalmente “hombre sagrado” (p. 18). No hay que
dejarse llevar por la definición etimológica, pues su significado
designa el estatuto legal de aquellos individuos que podían ser
impunemente asesinados, pero cuyo sacrificio ritual estaba prohibido.
El homo sacer es, por tanto, aquel privado de su estatus de persona, su
bios, su especificidad como ser humano, y sólo le queda su
zoe.
Ser declarado homo sacer equivale a ser simbólicamente desterrado de la
humanidad. En otras palabras, el término “hombre sagrado” termina
siendo irónico, pues ese personaje no ha perdido todo respeto como
persona, su vida vale tanto como la de un perro vagabundo que se
atraviesa en la carretera o la de una cucaracha que nos importuna en el
comedor.
La justicia debe volver a tener vendados los ojos
Los antiguos tenían conciencia de la importancia de la justicia para
vivir en una sociedad bien ordenada y propiamente humana. Platón y
Aristóteles colocaron la justicia como la más importante virtud
política. Para ambos estaba muy claro que la justicia no es algo que
esta fuera de nosotros, sino que debe residir primero en nuestras almas
para que pueda existir luego en la sociedad. Por eso la justicia también
era primera en la ética.
La justicia humana siempre es imperfecta, nuestro deber es mejorarla
dentro de lo que es posible a los humanos. Hay que hacer un esfuerzo
moral, lo cual implica muchos sacrificios, para que la justicia tenga un
lugar en el mundo.
El esfuerzo consiste, en principio, en separar los poderes y en tratar con equidad a todos, aun a nuestros enemigos.