sábado, 16 de junio de 2018

El mundo es un negocio



El neoliberalismo es un imaginario moral y metafísico según el cual las relaciones de propiedad capitalistas proporcionan un patrón universal de interpretación Network, un mundo implacable, la despiadada película satírica sobre el mundo de la televisión, que se estrenó en 1976, es especialmente recordada por el personaje de Howard Beale, el desquiciado presentador de noticias protagonizado […]
El neoliberalismo es un imaginario moral y metafísico según el cual las relaciones de propiedad capitalistas proporcionan un patrón universal de interpretación
Network, un mundo implacable, la despiadada película satírica sobre el mundo de la televisión, que se estrenó en 1976, es especialmente recordada por el personaje de Howard Beale, el desquiciado presentador de noticias protagonizado por Peter Finch, que instaba a la audiencia a asomarse a la ventana y gritar “¡Estoy más que harto y pienso seguir soportándolo!”. Beale canalizaba así la frustración y el enfado de la gente y se convertía en “el profeta loco de las ondas” y en el personaje televisivo número uno. Sin embargo, en una de sus diatribas saca a la luz un turbio negocio emprendido por la dirección de la cadena, y Arthur Jensen (Ned Beatty), alto ejecutivo de la misma, decide meter en vereda a Beale y recordarle cómo funciona el mundo actual. Jensen manda llamar al profeta a la sala de juntas de la empresa –“Valhalla” como la llama– y suelta fuego y azufre en la escena más amenazante y lúcida de la película. Mientras brama contra Beale las acusaciones de “de entrometerse en las fuerzas primarias de la naturaleza”, pone de manifiesto los principios fundacionales de una cosmología profundamente capitalista:
La existencia de un único sistema de sistemas holístico. Un único sistema… entrelazado, en constante interacción, multivariado y multinacional dominado por el dólar… Un sistema monetario internacional capaz de condicionar toda vida en este planeta. Este es el actual orden natural de las cosas. La estructura atómica –y subatómica– y galáctica de las cosas hoy en día… No existe América como tal, ni la democracia. Sólo IBM e IT &T y AT&T y Dupont, Dow, Union Carbide y Exxon. Estas son las naciones de hoy… en un mundo de corporaciones colegiadas, supeditadas inexorablemente a las leyes inmutables del mundo de los negocios. El mundo es un negocio, Mr Beale. Así ha sido desde que el hombre salió arrastrándose del fango.
“He visto el rostro de Dios”, murmura el alborotador anonadado. “Puede que tenga razón, Mr Beale”, responde Jensen. Si bien, en este relato escatológico, estructurado en torno a la hermenéutica del dinero, el capitalismo ha suplantado a Dios, y es el Alfa y Omega de la historia de la humanidad.
La gran cadena del mercado
Aquella diatriba de Jensen, cuyo estreno coincide con el advenimiento de la era dorada inaugurada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, es una sinopsis descarada de la ontología del dinero propia del neoliberalismo. No creo que sea necesario convencer al público lector de Baffler del carácter pernicioso de la economía política del neoliberalismo, esa última innovación del engranaje capitalista productor de injusticia, humillación y violencia. Ahora bien, el neoliberalismo es algo más que la liberalización del comercio, la privatización de los servicios públicos, o la implantación del modelo de la empresa corporativa en lo poco que queda del sector público (“gobernar como se administra una empresa”), con un mercado exento del control democrático. El neoliberalismo es un imaginario moral y metafísico según el cual las relaciones de propiedad capitalistas proporcionan un patrón universal para interpretar el mundo.
“No hay alternativa” como declaró Thatcher en su día, porque verdaderamente no la hay; hay un único sistema de sistemas holístico, el capitalismo que todo lo impregna. “Con el neoliberalismo”, afirma Wendy Brown en El pueblo sin atributos (2016), “el mercado se convierte en… la única y verdadera forma que adopta toda actividad”. Si antes era el foro en el que tenía lugar la producción y el intercambio de mercancías –una prueba nociva e ineludible de nuestra servidumbre al reino de las necesidades materiales– el Mercado adopta un carácter platónico bajo la tutela de los ideólogos neoliberales, y se convierte en una ontología, una hermenéutica, y la ética que guía a la guardia pretoriana de filósofos-capitalistas.
Philip Mirowski alcanza a captar las ambiciones supramundanas de la ideología neoliberal en su libro Nunca dejes que una crisis te gane la partida (2014). Según el autor, los neoliberales erradican todo atisbo resistente e irritante para ellos de distinción entre el Estado, la sociedad y el mercado, y reconfiguran tanto la personalidad del individuo como el cosmos de acuerdo a la lógica de la razón mercenaria. El humanismo neoliberal concibe un “yo emprendedor”, según explica Mirowski, un catálogo de talentos y cualidades vendibles: “un producto a la venta, un anuncio andante… un batiburrillo de activos para invertir… un inventario de deudas que recortar, externalizar, vender en corto, cubrir y minimizar”. De acuerdo a este “catecismo de metamorfosis continua”, el humano neoliberal debe renunciar “a su “arrogancia egoísta” –es decir, a su resistencia a las leyes inmutables de los negocios– para postrarse humildemente… ante la sabiduría del universo”, inscrita en las vicisitudes del mercado. De acuerdo al imaginario neoliberal, las leyes del movimiento del capitalismo comparten un mysterium tremendum superior, y la libertad es servir al régimen de venalidad que ordena y santifica el Logos.
Si bien no es más que un recurso metafórico para Mirowski, lo cierto es que su referencia al “catecismo” alude al carácter religioso del neoliberalismo. Dios ha tenido varios aspirantes a su trono desde que (presuntamente) fuera derrotado en el siglo XIX. Entre los posibles sustitutos de la Verdad y la Bondad universales que él mismo estipulara antes de la Ilustración, estarían la Ciencia, la Nación, el Socialismo, el Fascismo y –como apunta Terry Eagleton– la Cultura. Si bien para muchos los rasgos de nuestra era secular son la ironía, el desencanto y la desconfianza en la “metanarrativa”, el neoliberalismo es un relato sobre la naturaleza de la realidad, y una interpretación beatífica de la ciudad celestial del capital corporativo, a pesar del barniz profano y tecnocrático de la econometría y los tejemanejes de las políticas públicas. Como diría Eagleton, los neoliberales reemplazan la cultura por el mercado, el sustituto de la divinidad tradicional de la Modernidad. Si las religiones abrahámicas veían al hombre y a la mujer a imagen y semejanza de Dios, el neoliberalismo crea el yo emprendedor a imagen y semejanza del Mercado. El Mercado impregna la Gran cadena del Ser; es la esencia de la divinidad neoliberal. El Mercado no se limita a distribuir bienes y recursos, sino que es la arquitectura ontológica del universo, una quintaesencia infalible y pansófica, cuya sabiduría supera a la de cualquier pobre humano falible. El mundo es un negocio, Mr Beale; el dinero es el maná y el élan vital, y el Mercado es la estructura atómica –y subatómica– y galáctica de las cosas. Es la suplantación más reciente de Dios.
Obviamente, la santidad del capitalismo no es una idea novedosa en el contexto de la historia norteamericana. Desde los puritanos a los mormones o los evangelistas contemporáneos, el cristianismo protestante ha proclamado desde tiempo atrás la buena nueva de que las relaciones de propiedad mercenarias fueron creación del Todopoderoso, y que el éxito de la competitividad empresarial es la guinda de la bendición providencial. Pero también se ha producido un giro secular, cuyo primer representante fue Ralph Waldo Emerson, que con sus alabanzas astrales al mercado entonadas antes de la guerra civil americana, durante el momento crítico de la llamada “Revolución del Mercado”, que dio rienda suelta a la industria norteamericana, prefiguraron en buena medida la ideología neoliberal.
Si Cristo advirtió a sus seguidores que Dios y Mammón eran antagónicos e irreconciliables, Emerson proclamó que el espíritu que animaba al mundo natural era el valor de cambio: “Nada existe por capricho en la Naturaleza, todo se vende”. Una década más tarde, en La riqueza, una de sus disertaciones más famosas, reimpresa numerosas veces, Emerson señalaba al comercio como vehículo sacramental de las energías cósmicas. Emanando de Dios, “las leyes de la naturaleza se descubren en el comercio, de la misma manera que la pila de un juguete descubre los efectos de la electricidad”. Y, dado que el comercio, el dinero y la industria eran portadores de un significado moral, ontológico y teológico, Emerson elevaba a canon bíblico la literatura en auge sobre la economía burguesa. “La economía política es un libro tan adecuado para aprender sobre la vida del hombre… como cualquier otra Biblia”. La economía política, como advertía en The Young American (1844), era una versión escalofriantemente maltusiana del capitalismo. Al contemplar cómo crecía a su alrededor “la economía trituradora” –que “machaca y constriñe” a sus “pobres individuos–, al autor se maravillaba de la “cruel bondad de servir al conjunto incluso en detrimento de cada miembro”. “Nuestra condición es comparable a la de los pobres lobos”, reflexionaba. “Con que alguno cojee un poco… el resto de la manada se lo devorara sin piedad”. La despiadada lucidez del sabio de Concord presagiaba el humanismo lobuno de Wall Street.
Un nuevo cielo, una nueva tierra
El movimiento neoliberal, asentado en los departamentos de Ciencia Política y de Economía de la Universidad de Chicago y en la infame Mont Pelerin Society, que emergió a mediados del siglo XX, era el heredero legítimo del trascendentalismo mercantilista de Emerson. A pesar de que tanto Ludwig von Mises como Friedrich Hayek, y otros padres fundadores, eran ateos o agnósticos, atribuían al mercado capitalista una autoridad ontológica ilimitada. En la cosmología neoliberal que esbozaron en sus obras –y que Ayn Rand adaptó a su obra de ficción y filosófica– el mercado impregna el cosmos; el dinero es el referente de la rectitud; la pericia financiera, tecnológica o profesional es la representación empírica de la bienaventuranza; y el empresario agresivo, sin remordimiento alguno, es el ideal de una existencia superior.
Mises y Hayek compartían su hostilidad hacia las restricciones que imponía la religión tradicional a la par que veneraban al Mercado. Mises escribió –desde la poltrona de su puesto académico no remunerado en NYU (pero financiado por el William Volker Fund)–, dos de los textos fundacionales del neoliberalismo: Socialismo (1922; 2009) y La acción humana (1949; 2015). En su obra Socialismo, Mises pretendía desacreditar no solo al movimiento político epónimo, sino a toda forma de oposición al modelo económico y a la moral capitalistas, incluyendo incluso al cristianismo. Mises defendía que, puesto que Jesús y sus discípulos mostraron “su resentimiento hacia los ricos […] el cristianismo no puede vivir codo con codo con el capitalismo”. Hayek, agnóstico que valoraba la religión únicamente por la sombra de santidad que arrojaba sobre la propiedad privada y el modelo de familia patriarcal, sostenía en su tercer tomo de Derecho, legislación y libertad (1979; 2014) –una especie de Summa Theologica del neoliberalismo– que “la moral que predicaban los profetas y filósofos” había inhibido la expansión del capitalismo. La civilización moderna pudo emerger, proseguía, sólo gracias a que “se ignoró a aquellos moralistas indignados”.
No obstante, el enfoque de la economía política de ambos autores confería al dinero y al mercado un estatus ontológico tan robusto y fundamental como la escolástica a la figura de Dios en el medioevo. Mises replanteaba con dureza en su adusta colección de ensayos recogidos en La mentalidad anticapitalista (1956; 2011), el principio de escasez, la premisa ontológica que se cuela en todos los cursos de introducción a la economía: “la naturaleza no es dadivosa, es tacaña”. A lo largo de su obra, Mises argumentaba que la cicatería de la naturaleza imponía la necesidad de economizar y requería evaluar la economía desde los criterios competitivos y monetarios, punto de vista que resonaba ligeramente al concepto de “compensación” de Emerson. En breves palabras, secundaba la opinión de Emerson sobre el carácter intrínsecamente capitalista de la naturaleza. El dinero tuvo un papel indispensable, escribiría en 1920, “a la hora de determinar el valor de las mercancías de fabricación”. Además, dado que “es imposible hablar de producción racional” sin hablar de dinero –“racional” aquí referido a rentabilidad– el modo de producción socialista “jamás podrá regirse por consideraciones económicas”. Una sociedad socialista, guiada por la asignación de recursos y de trabajo de acuerdo a criterios distintos a los del valor, no podría ser racional, según Mises. La racionalidad del cálculo monetario aplicaba a las personas el mismo criterio que a las mercancías: “el hombre trata el trabajo de los demás como a cualquier otro factor de producción o material escaso”, como un recurso “que se compra y se vende en el mercado”. Toda su argumentación giraba en torno a la capacidad de la alquimia del dinero para transfigurar la razón: si el dinero regula tanto el valor como la racionalidad de la producción, entonces tanto la moral como la razón tienen un carácter crematístico. El dinero determina la totalidad de la vida en este planeta.
El furor por el orden espontáneo
Mises era muy consciente de la revolución moral que conllevaba este enfoque: el crecimiento económico y la acumulación del capital alcanzaban el estatus de bienes trascendentales, por encima de cualquier consideración ética. Para este iracundo erudito del Mercado, la medida de la productividad marginal era el único barómetro de la dignidad y la justicia. “Ningún principio religioso o ético puede justificar unas políticas cuyo objetivo sean la sustitución de un sistema social en el cual el output por unidad de input sea menor, por un sistema en que sea mayor”. Los cimientos de semejante defensa incondicional de la hegemonía moral y epistémica de las economías clásica y austríaca se sentaban en La acción humana, su obra maestra, a juicio de sus acólitos. Dicho leviatán era todo un tratado sobre “praxeología” –la conducta humana es intencional, no es reflexiva ni está determinada por elementos inconscientes–; en esta obra, Mises afirmaba que la economía es la “filosofía de la vida y de la acción humanas” y “el núcleo de la civilización y de la existencia del hombre”. Mises coronaba a la economía como la reina de todas las ciencias ya que representaba el fundamento de “todos los logros morales, intelectuales, técnicos y terapéuticos de los últimos [y escasos] siglos”.
Hayek, el menos beligerante de los dos padrinos del neoliberalismo, era además el más diligente en términos filosóficos. Venerado por su libro Camino de la servidumbre (1944; 2011), una obra abiertamente polémica, fue más minucioso en otras obras como Los fundamentos de la libertad (1960; 2008), Estudios de filosofía, política y economía (1967; 2012), y su trilogía Derecho, legislación y libertad. En gran parte, los elogios prodigados hacia su figura provenían de su desprecio hacia lo que él consideraba una presunción epistemológica de la izquierda liberal y socialista derivada de su soberbia por pretender la planificación y la regulación de la economía mediante la intervención política razonada. Para sus muchos admiradores, su genialidad y sabiduría radicaban en su insistencia en las virtudes de la humildad y la ignorancia, que permitían que surgiera un “orden espontáneo”, sin la intervención magistral de gobiernos ineptos.
Sin embargo, el propio Hayek reconocía que dicho “orden espontáneo” era una creación del capital y del Estado, cuya invención debería permanecer oculta a ojos del conjunto de la sociedad. Su ontología neoliberal del “orden espontáneo”, una obra maestra que pasará a los anales de la sofistería, ha sido la última mentira piadosa en la ristra de falacias encubiertas que se remontan hasta el origen platónico de la filosofía occidental (Leo Strauss, el defensor acérrimo y reaccionario de Platón, era uno de los compañeros de Hayek en Chicago).
¿Cómo funcionaba exactamente este subterfugio? El pensamiento de Hayek, como el resto de los sistemas neoplatónicos que recurren a la racionalización del engaño, definía profusamente la distinción entre La Verdad, con mayúsculas, y el pequeño mundo de las apariencias. Hayek propuso el reino de cosmos –el orden imparcial y espontáneo– y el reino que él mismo bautizó con el nombre de taxis: el de la maestría del artificio premeditado. Bajo este planteamiento, cosmos representa “la más alta sabiduría supraindividual” –la Sabiduría del Universo, por así decirlo– cuya sagacidad supera a la de cualquier individuo o grupo, por muy inteligentes y formados que estos estén. Ciertamente, Hayek desestimaba toda apelación a la comprensión racional de cosmos; “por lo general, no sabemos quién lo haría mejor”, por lo que deberíamos dejar las decisiones en manos de “un proceso que no acertamos a controlar”.
La mente del mercado
El significado de la indeterminación ontológica que se le planteaba aquí a la economía es muy evidente: la planificación es imposible porque se basa en la creencia falaz y arrogante de que “la razón es capaz de manipular directamente todos los detalles de una sociedad compleja”. Contra la impudicia de los defensores de la planificación y de los burócratas, Hayek proponía la feliz ignorancia de los competidores en el mercado, que actuaban desde la modestia de “lo poco que necesitan saber quienes participan para tomar la decisión acertada”. Lo que Hayek alababa en Camino de la servidumbre, “las fuerzas impersonales y aparentemente irracionales del mercado”, se convirtió en un decálogo ontológico, en el maná profano del progreso histórico. “Lo que ha permitido en el pasado el crecimiento de la civilización ha sido el sometimiento de los hombres a las fuerzas impersonales del mercado”. El capitalismo constituye la más alta manifestación del Logos que recorre el universo.
Esa elevación por parte de Hayek de la indeterminación fundamental del mercado desregulado hasta convertirla en un principio ontológico central, es clave para entender no sólo su elogio perverso de la ignorancia como virtud, sino su aversión mal disimulada hacia los gobiernos democráticos. Condenaba todo intento de los gobiernos por difundir el conocimiento acerca de las condiciones del mercado “como irracionalismo incompleto y por lo tanto erróneo”. Se oponía a los límites democráticos sobre los mecanismos del mercado, no sólo porque despreciaba la capacidad intelectual de los ciudadanos de a pie, sino porque en su opinión equivalía a un acto fútil de insolencia contra el orden sacrosanto de las cosas –entrometerse en las fuerzas primarias de la naturaleza. “No hay suficientes razones para creer que, si en algún momento la altura de conocimiento que poseen algunos estuviera al alcance de todos, se produciría una sociedad mejor”. Hayek optaba por desacreditar cualquier esfuerzo por alentar el control popular sobre el poder del capital, y a menudo se alababa la supuesta sensatez de su apuesta por las limitaciones de la razón humana. “La altura de conocimiento que poseen algunos” era nefanda si se aplicaba a la regulación del ámbito empresarial y del desarrollo tecnológico, en interés de una sociedad democrática. “Es cuanto menos posible, en principio, que un gobierno democrático tenga una deriva totalitaria y que un gobierno autoritario se base en principios liberales” –léase aquí autoritario como cualquier intento antinatural de modificar o dirigir la espontaneidad cósmica del mercado.
Los señores del mal gobierno
Así, el control democrático del mercado representa un intento por sustituir taxis por cosmos –un escandaloso sacrilegio ontológico, una interferencia en las fuerzas primarias de la naturaleza.
Sin embargo, cosmos acabó siendo también una invención, toda vez que Hayek dejó claro que detrás de la magia de la contingencia del mercado, se escondían el capital y el Estado. Como él mismo admitió, “el orden que aún deberíamos definir como espontáneo” de hecho se basaba en “normas que son por completo resultado de un diseño deliberado”. Cosmos no era más que taxis ocluido por toda la palabrería filosófica sobre la “espontaneidad”. La humilde sumisión del Logos al mercado no era de hecho un reconocimiento a la Sabiduría del Universo; era “un método de control social”, Hayek admitía en Camino de la servidumbre –una forma de reconciliarnos con un orden social capitalista que debería considerarse superior desde nuestra ignorancia de sus resultados concretos”. (En referencia al filósofo medieval islámico, Ibn Rush, Mirowski caracteriza todo esto de “doctrina de doble efecto”: una para los dirigentes y la intelligentsia, y otra para la plebe ingenua.) Es más, miren a su alrededor, nos decía Hayek: todos hemos concedido al mercado nuestro consentimiento para que gobierne porque, insistía con zalamería, “toda vez que aceptamos las normas del juego y nos beneficiamos de sus resultados, constituye una obligación moral respetar los resultados incluso si estos nos acaban perjudicando”. Es decir, la libertad es subordinarse si no a un mayor y mejor conocimiento, sí a las maquinaciones de la élite en el poder.
Hayek se dio cuenta de que el carácter autoritario de las fuerzas del mercado se disimulaba mejor disfrazándolo de tradición y religión. “La sumisión a las normas y convenciones inexplicadas, cuya relevancia e importancia no acertamos a entender en toda su magnitud” –normas y convenciones diseñadas bastante deliberadamente por el propio Hayek– “y la indispensable veneración a la tradición para el funcionamiento de una sociedad libre”. (Este fervor funcionalista por la sabiduría tradicional como mecanismo de control social atravesaba profundamente todo el pensamiento de Hayek; incluso antes de que emigrara a Inglaterra, adelantándose a la invasión nazi de Austria, ya era un Tory anglófilo del sector duro, e incluso quiso originariamente llamar al grupo Mont Pelerin, la Acton Tocqueville Society.)
Al reconocer abiertamente que las normas de la empresa competitiva persisten en el tiempo porque “los grupos que las pusieron en práctica lo hicieron mejor y desplazaron a los demás”, ahondaba aún más en la idea de que los ganadores visten su victoria con los ropajes que dicta “la tradición y la costumbre”. (No hay alternativa porque nunca la ha habido; así ha sido desde que el hombre salió arrastrándose del fango.) Si la tradición no acertaba a provocar una sumisión incontestable a la sabiduría del Mercado, siempre estaba la opción de que Dios –cercenada adecuadamente Su desaprobación de la codicia– resurgiera de las profundidades del mausoleo de la historia. Hayek, contrario a la religión si esta se convertía en un obstáculo para la acumulación del capital, reconocía su utilidad a la hora de consagrar la moral burguesa. “Las únicas religiones que han sobrevivido” comentaba poco antes de morir, “son aquellas que apoyan la propiedad y la familia”. Y por si no bastara con la tradición y con Dios, el fascismo siempre era un recurso fiable, aunque más burdo. Ya en la década de los años veinte del siglo pasado, Mises alabó a Benito Mussolini por construir una dictadura favorable a la iniciativa privada, librándose de la oposición socialista; años más tarde, el general Augusto Pinochet reclutó a Hayek, Friedman y otros miembros de la Escuela de Chicago, para montar el laboratorio neoliberal en Chile. (Del mismo modo, los ejecutivos de la cadena se cargaron a Howard Beale en plena emisión, al desplomarse sus índices de audiencia).
La fe de los hacedores
Hayek y Mises, respetuosos como eran con la moral protestante y el decoro teológico, evitaron atacar abiertamente al cristianismo. Su cosmología del mercado, destinada a los intelectuales conservadores, fue asimilada selectiva y juiciosamente por la intelligentsia de derechas. (Como ha sugerido Corey Robin, la mentalidad reaccionaria rara vez demuestra un compromiso inquebrantable con la ortodoxia si están en juego el poder y el dinero.) Lo que escandalizaba a los conservadores como William F. Buckley Jr. del enfoque de Ayn Rand no era tanto que renegara de la religión, sino que se saltara ostentosamente las normas de la cortesía teológica, un elemento esencial del credo conservador anticomunista de posguerra.
El ateísmo abiertamente beligerante de Rand es fundamental a la hora de entender sus novelas y tratados filosóficos, que comprenden un enfoque del mundo espantosamente coherente, basado en la ontología monetaria. Menospreciaba al cristianismo, al que consideraba “la mejor guardería del comunismo”, y con ello denigraba la caridad tildándola de vicio y pérfida afronta para quienes eran productivos y meritorios, y que, como Atlas, cargaban con las masas indistinguibles sobre sus espaldas. Afirmaba que “la mayor perversión de la caridad” residía en su desprecio por el éxito como criterio para juzgar la valía humana. Al ignorar la “verdadera valía” de la gente –valor que determina únicamente el mercado– los caritativos tiran margaritas a los cerdos mediocres, otorgándoles “beneficios morales o espirituales, como el amor, el respeto y la consideración que han de ganarse los mejores hombres”.
Sin embargo, Rand en realidad estaba creando una nueva religión. Era una auténtica “diosa del mercado”, como la apodaba Jennifer Burns, y tanto ella como su querido catequismo del mercado –bajo la típica etiqueta tan épica como impúdica del objetivismo– han engendrado un cruel canon exegético de amplio espectro. Las descripciones del objetivismo como “religión” o “culto” se originaron casi a la par que el movimiento, y la disputa interpretativa entre las dos organizaciones objetivistas –el Ayn Rand Institute y el Institute for Objectivist Studies– es tan enconada como cualquier otra disputa confesional entre los profetas convictos del apocalipsis protestante. Contenían todos los elementos esenciales para cualquier culto: un fundador venerado; experiencias cuasi ritualizadas de conversión (muchos ex objetivistas hablan de sus momentos de “epifanía”); textos sagrados (pasajes a menudo memorizados y citados de un modo parecido a las “pruebas textuales” de la Biblia de los evangelistas); y las riñas intestinas personales y entre facciones (la más cruenta se produjo entre Rand y Nathaniel Branden, su anterior segundo de abordo y amante). El objetivismo comparte sin dudas importantes elementos estructurales con otras fes, basadas en un fuerte personalismo, improvisadas en la posguerra, tales como la cienciología (Jeff Walker, autor del instructivo a la par que torpe libro, The Ayn Rand Cult, compara a Rand con Mary Baker Eddy, L. Ron Hubbard y Werner Erhard).
Incluso si dejamos a un lado la beligerante credulidad de los seguidores de Rand (de la que doy buena fe a partir de mis propios altercados infructuosos con miembros de mi propia familia extensa), Rand presenta los credos fundacionales del objetivismo, como si de los fundamentos de un sucedáneo de religión se tratara, y son a la vez precursores de la confesión neoliberal, y ramificaciones de la misma. Se pueden citar ejemplos con pelos y señales en la propia obra de Rand, tanto la publicada como la no publicada. “Una nueva fe es necesaria”, planteaba Rand, “una serie positiva, definitiva, de nuevos valores y una nueva interpretación de la vida”. “Le daremos a la gente una fe”, le confesó a una amiga en una ocasión, “un sistema de creencias positivo, claro y consistente”. El “objetivismo” era esa forma de fe –“era el trabajo preliminar espiritual, ético y filosófico para creer en el sistema de la libre empresa”. Cuando John Galt trazó el símbolo del dólar en los cielos, como explicaba en la conclusión de su obra La rebelión de Atlas (1957; 2009), representaba la culminación inexorable y burda de la teología encubierta del dineroteísmo.
El canto a mí mismo
La divinización del dinero a la que recurría Rand surgió en su segunda, y a menudo olvidada, novela Himno, escrita en 1937 y publicada en Estados Unidos en 1946 por Leonard Read, un hombre de negocios evangelista de Los Ángeles, y director de la Foundation for Economic Education de derechas, uno de los centros más destacados de la ideología libertaria en la etapa de posguerra. (Una vez más, vemos como tanto en los albores de la confrontación de la guerra fría, como en la etapa decadente del culto a Trump, la defensa del capitalismo supera las diferencias religiosas, de otro modo insuperables.) Himno se sitúa en un futuro postcapitalista deprimente, de colectivización de enjambre, donde los ciudadanos recurren al “nosotros” para hablar de sí mismos como individuos, y narra la liberación de “Equality 7-2521”, que descubre la palabra tabú “yo” en una caja fuerte con libros de “los tiempos innombrables”. Equality adopta el nombre de “Prometeo”, y su amante, “Liberty 3000” el de “Gea”, la madre tierra de los antiguos griegos. Prometeo y Gea se divinizan: “Este dios, esta única palabra: ‘Yo’”, Pometeo se regocija al decirlo mientras nombra a Gea “la madre de un nuevo tipo de dioses”. A través del personaje de Prometeo, Rand explica la teología intrépida, lunática incluso, de un individualismo sin límites: “No requiero ninguna garantía para ser, ni ninguna palabra de aprobación sobre mi ser. Yo soy la garantía y la aprobación… Este milagro de mí mismo es y ha de ser mío, para guardarlo y respetarlo… ¡ante el que yo mismo me arrodillo!” Prometeo se reconoce a sí mismo como único dios, dueño y devoto de su propia divinidad.
Posteriormente, Rand transfigura en sus novelas y en su pensamiento filosófico esta divinización desvergonzada del ser en una moral pecuniaria y una sensibilidad ontológica. Su dramatis personae paradigmática –Howard Roark de El manantial (1943; 2005) y Galt y el magnate del cobre, Franciso d´Anconia en La rebelión de Atlas– pasean por sus páginas como Ubermenschen capitalistas, que se vanaglorian de su maestría profesional, que se duplican como si de prodigios de la excelencia existencial se trataran. Dominique Francon, a la que viola Roark y que posteriormente se convertiría en su mujer, describe a su marido-violador como “el rostro de dios” –que recuerda al temor reverencial de aquel crítico de la arquitectura que le veía como “un hombre religioso… puedo verlo en sus edificios”. La fe de Roark se basa en él mismo como “creador” y “motor” que, como si de una deidad se tratara, es “auto suficiente, auto motivado, auto generado.” Como Roark, Galt habita en un lugar bañado por los rayos y asediado por la manada: “La quebrada de Galt”, el santuario resistente de la libre empresa en el mundo colectivista de La rebelión de Atlas; la “utopía de la codicia”, se jacta Galt, “un paraíso que puede ser todo tuyo”.
Así, para Rand el cielo es un mercado competitivo, y la divinidad resulta ser una de las funciones de la productividad, evaluada y sacramentalizada por medio del dinero. Rand –como Mises, Hayek y el principio de cosmos–, convirtió el fetichismo de la mercancía en norma catequística inflexible. “Existimos para obtener recompensas”, como asevera Galt en una de sus diatribas monótonas e interminables; y, como afirma D´Anconia, “el dinero es el barómetro de la virtud de una sociedad”.
El amor de Rand por el dinero –fetichizado en el broche de diamante con forma de dólar que a menudo lucía– como fuente de todo bien, constituía una inversión deliberada de la moralidad tradicional, una Regla de Oro para la modernidad capitalista. El comercio, explicaba en La virtud del egoísmo (1964; 2010), es “el único principio ético racional que se aplica a todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales”. El yo empresarial randiano “no pretende ser amado por sus debilidades ni defectos, sino tan sólo por sus virtudes”; mantiene una estricta contabilidad ética, “gana lo que gana y no toma ni da nada que no se merezca”. Hasta el amor romántico se guía por la equivalencia abstracta de la razón monetaria, constituyendo, en opinión de Rand, un “pago espiritual” prestado por “el placer personal, egoísta, que obtiene un hombre de las virtudes del carácter del otro”. Rand auguró este principio en Himno, cuando Prometeo se otorga el cetro de una divinidad tacaña y afirma –o más bien alerta– que los demás deberán “ganarse mi amor” a partir de ahora.
Maniqueos de la relación monetaria
Provisto de un mayor peso intelectual gracias a la economía filosófica de Mises y Hayek, este sería “El mensaje” –como decía con sorna Whittaker Chambers en su tristemente célebre destripamiento de La rebelión de Atlas en National Review–, la revelación final que desgarra el mundo en dos, entre “los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad” –o, como Rand concebía tal distancia abismal, “los que hacen”, “los que fabrican” y los “que crean” , contra “los gorrones”, “los saqueadores” y “las almas de segunda mano”; la apoteosis personificada del humanismo de mercado contra una chusma de bobos existenciales. Chambers, si bien sigue siendo el diablo en la demonología de izquierdas gracias al papel que jugó en garantizar el encarcelamiento por espionaje de Alger Hiss, captó el carácter esencialmente religioso de la obra magna de Rand, augurio cáustico y de gran popularidad de la ontología monetaria del neoliberalismo. Esta era la fábula de la “economía trituradora” de Emerson personificada en los ciudadanos avariciosos de la quebrada de Galt. La racionalidad mercenaria de Mises, defendida en la monetización del amor; el concepto de cosmos de Hayek, representado en los avatares capitalistas prometeicos y su heroísmo de mercado.
Para Chambers, las blasfemias de Rand eran resultado de su inmadurez y les auguraba un poder de influencia pasajero –“como de fórmulas magistrales”, se burlaba, un “brebaje” que “probablemente no tuviera unos efectos nocivos duraderos”. Pero Chambers no fue capaz de imaginar hasta qué punto y con qué rapidez se extendería el cáncer del atractivo de Rand, ni hasta qué punto llegaría la dominación del Mercado a recorrer la moral y el imaginario ontológico de las élites financieras, tecnológicas y políticas de Estados Unidos. Sesenta años más tarde, los libros de Rand siguen aportando montañas de dinero a sus editores, mientras el portavoz Paul Ryan –un católico devoto de La rebelión de Atlas– ha podido ver hecha realidad su fantasía de fiestón desenfrenado tras la destrucción del New Deal y la reconfiguración del país en un diorama continental del Elysium libertario de Galt.
Ryan no debería acarrear con toda la culpa de este desastre; todos los presidentes de EE.UU. desde Reagan han agachado la cabeza y hecho la debida genuflexión ante “la magia del mercado”, en palabras de Gipper, y los dos partidos políticos mayoritarios rivalizan por la posición de sínodos de la interpretación de la Iglesia del neoliberalismo, implantada por casi todo el mundo. Hoy en día, los discípulos más radicales de la divinidad neoliberal residen en Silicon Valley, la quebrada desde la que los “innovadores” y los “disruptores” –encarnados por Peter Thiel, el plutócrata vampírico y cofundador de Pay Pal, entusiasta del objetivismo y recientemente galardonado con el premio vitalicio al logro por el Hayek Institute–, se beatifican a sí mismos como la avant-garde de su especie, con derecho a trastocar y destruir toda vida que se les ponga por delante y obstaculice la “ocurrencia creativa” de turno a la que pretendan aplicar la última tecnología. Algunos aspiran, incluso, a alcanzar la vida eterna en el reino empíreo de la singularidad tecnológica, y subir a la nube su conciencia antes de que expiren sus cuerpos corpóreos.
¿Y qué pueden hacer los infieles del neoliberalismo para contrarrestar el dineroteísmo hegemónico? Aunque la mayor parte de la izquierda sigue defendiendo una interpretación secular, desencantada del mundo, según la cual la hegemonía del neoliberalismo es un opiáceo más –interpretación que podría atraer a un número creciente de millenials carentes de Iglesia o religión–, lo más probable es que la mayor parte de los norteamericanos estarían más dispuestos a responder a una crítica del capitalismo inspirada en la religión. Sin embargo, encomendarse a una organización religiosa podría ser un gesto más bien inútil; la mayor parte de los curas, sea cual sea su confesión, están comprados y reciben su salario en la moneda ideológica del culto al dinero. Como siempre, el testimonio profético tendrá que venir de algún lugar ajeno al encantamiento de los templos del capitalismo. A lo largo de la historia de EE.UU. han surgido mensajeros aislados de una variedad de religiones para declarar en contra del reino del Dólar Todopoderoso. Personajes como el reverendo Dr. William J. Barber y Jonathan Wilson-Hartgrove han demandado la “tercera Reconstrucción” de la economía política de la nación. Sin embargo, hasta que no seamos capaces de ver una alternativa lo suficientemente cautivadora, capaz de ganar popularidad y que haga frente a la moral neoliberal y a su imaginario ontológico –una “visión pasional” en palabras de William James, que ponga en tela de juicio que el mundo es un negocio–, nos veremos obligados a vivir de acuerdo a las normas de la dominación del dólar, seamos o no creyentes.
Eugene McCarraher es profesor asociado de Historia en Villanova University.
Traducción de Olga Abasolo.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler.
ctxt.es/es/20180613/Politica/20140/Eugene-McCarraher-The-Baffler-dios-dinero-economia-mercado.htm

¿Hacia dónde va el Ecuador de Lenín Moreno?


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¿Hacia dónde va el Ecuador de Lenín Moreno?


Entre una crisis persistente y un nuevo neoliberalismo
Ecuador no atraviesa su mejor momento económico. La crisis persistente se ha combinado con la inacción política y con un retorno a medidas que muchos imaginaban como parte del pasado. Todo parece indicar que la deuda externa seguirá creciendo y la dolarización se sostendrá de forma artificial. Ante este complejo futuro, las izquierdas y los movimientos sociales tienen la urgente responsabilidad de reinventarse
La supervivencia política primero
Desde fines de 2014 el Ecuador ha vivido años complejos en lo económico, en lo político y en otras dimensiones sociales. Si bien la situación no es tan vertiginosa como en otros rincones latinoamericanos, el país andino acumula serios problemas que pudieron enfrentarse, y en algunos casos hasta superarse, durante la década correísta (incluso problemas de tipo estructural). Sin embargo, luego de discursos progresistas, bonanzas idas y corrupciones galopantes, Ecuador sigue siendo «un país incierto que no cambió».
Frente a la herencia correísta de «no-cambio», el gobierno de Lenín Moreno arrancó con una fuerte fragilidad política: en un inicio quedó oscurecido por un posible fraude electoral denunciado por el opositor Guillermo Lasso; luego la disputa entre correísmo y «morenismo» entrampó al gobierno (aunque manteniendo alianzas estratégicas en puntos clave). Al parecer, la necesidad de Moreno de legitimarse luego de las elecciones, a más de ganar espacios políticos al correísmo, hizo que ubique los problemas económicos en segundo plano. Así, la supervivencia política del gobierno fue lo que primó en su primer año de gestión. Como resultado, la política económica se ha mantenido sin rumbo, al principio con dos obtusas mezclas progresistas-neoliberales (cada una con sus respectivos matices). Solo en su segundo año de gobierno, el panorama se aclaró y el neoliberalismo clásico vuelve a asomar, aunque este retorno ya se venía sembrando en los últimos años de Rafael Correa.
En este complejo escenario, la «no-transformación» correísta aparece como una cruz que acompañará a Ecuador por años, mientras que el «morenismo» parece haber llegado solo para sobrevivir y cerrar la pinza neoliberal. Mientras, el tiempo sigue avanzando -y se lo sigue desperdiciando- la estructura económica ecuatoriana vive una crisis persistente ante la cual no parece tener la capacidad de reponerse.
Shocks, crisis persistente y estructuras intactas
Entre 2007-2014 el PIB ecuatoriano creció a una tasa promedio anual de 4% (2,5% en términos per cápita). Es decir, hubo un crecimiento relevante de la producción -aunque inferior a otras épocas de expansión, como los años 70- y de los ingresos, que incluso motivó a que el correísmo construya la imagen del Ecuador como la de un «milagro económico», un «jaguar latinoamericano», entre otras estridencias y desvaríos.
Sin embargo, desde 2015 el «jaguar» se pondría a prueba frente a dos importantes shocks externos: la caída de los precios de los commodities que, entre junio de 2014 y febrero de 2016, hizo que el precio del crudo ecuatoriano caiga de 100 a 22 dólares por barril; y la apreciación del dólar que, para el mismo período, implicó el paso de una cotización de 1,36 a 1,11 dólares por euro (apreciación de 22,6%). Ambos shocks golpearon a las exportaciones petroleras y no petroleras: tomando como base el año 2014, de 2015 a 2017 ambas exportaciones cayeron en un promedio anual de casi 7 mil millones de dólares (7% del PIB), y 710 millones (0,7% del PIB) respectivamente. Por si eso no bastara, el terremoto del 16 de abril de 2016 dejó una contracción -oficial- de -0,7% del PIB y, sobre todo, la tragedia de más de 600 fallecidos.
Si bien los shocks fueron graves, su principal efecto fue el «desnudar al jaguar» y develar que las estridencias correístas eran propaganda. Así, en 2016, el PIB cayó en un 1,58% (-3,1% per cápita). Luego, en 2017 y ya con el gobierno de Moreno en funciones, los datos hablan de una recuperación de 3% (1,5% per cápita), pero en términos absolutos lo que se ve es un estancamiento: a fines de 2017 el PIB per cápita llegó a 6.143 dólares anuales por persona, cuando en 2014 fue de 6.347 dólares. Es decir, Ecuador «perdió» tres años de ingresos. A eso se agrega que las expectativas no son alentadoras, como muestra la persistente caída de la inversión: mientras que en 2014 ésta representó 26,6% del PIB, para 2017 su peso cayó a 22,4%, la proporción más baja vista desde 2010.
Mientras que producción e inversión se estancan, el mal de la deuda ha contraatacado. Ya en los últimos años del correísmo la deuda pública creció drásticamente de 10 mil millones de dólares en junio de 2009 a 43 mil millones en marzo de 2017 (aumento de 7 a 26 mil millones en el caso de la deuda externa), echando por la borda la auditoría a la deuda hecha en 2008. En definitiva, el correísmo se endeudó drásticamente, incluso superando el límite legal de endeudamiento del 40% del PIB. De hecho, se ha acusado penalmente a Correa y a su equipo de romper la ley distorsionando la contabilidad de la deuda para no rebasar el límite legal de endeudamiento. Aunque la legalidad se encuentra en disputa, la cuestión es obtusa pues si el correísmo excedió el límite legal de endeudamiento, el «morenismo» acentuó las cosas: en apenas un año de gobierno, la deuda creció en 6 mil millones de dólares netos llegando, en abril de 2018, a casi 49 mil millones (34 mil millones de deuda externa). Igualmente, el servicio de la deuda va creciendo, pasando de 1.287 millones de dólares a 9.463 millones entre 2009 y 2017. Y a ese saldo aún debe sumarse las «preventas petroleras» negociadas con China y otras deudas que sumarían hasta 10 mil millones adicionales.
En términos más cotidianos, el empleo y los precios son claros indicadores de que la recuperación aún es muy lejana. En el primer caso hay un claro deterioro en el «empleo adecuado», cuyo peso en la población económicamente activa (PEA) cayó de 49,3% a 42,3% entre 2014-2017 (caída acompañada de una reducción del ingreso laboral medio de -3,1% en términos reales). En el segundo caso, en 2017 Ecuador vivió una inusual caída del índice de precios al consumidor de -0,2% (deflación), denotando una contracción de demanda que podría estar atada hasta al mismo estancamiento de ingresos laborales.
En particular, una deflación en dolarización hace pensar en la posibilidad de que los shocks externos han disminuido el circulante, reduciendo la dinámica económica especialmente en aquellas actividades informales que se mueven fundamentalmente con dinero líquido (y que en Ecuador podrían englobar a un 45% de empleados). Esta situación de potencial contracción de liquidez es preocupante más aún si se ve que los dólares ingresados vía endeudamiento externo han sido insuficientes para evitar que, en 2017, la balanza de pagos refleje una salida neta de -1.859 millones de dólares. Una salida explicable -entre otros factores- por el propio aumento del servicio de la deuda externa.
Las caídas en producción, inversión, empleo y precios a más de la expulsión de dólares reflejada en la balanza de pagos indican que la estructura económica ecuatoriana no ha logrado reponerse de los shocks vividos desde 2015. Y tal incapacidad parece tener un origen estructural, más cuando se ve que ni el moderado aumento del precio del crudo ecuatoriano a 55 dólares por barril en abril de 2018 ha brindado los recursos suficientes para evitar que, en el mismo mes, se registre una inflación negativa de -0,14% (a la vez que en marzo de 2018 el empleo adecuado se ubicó en 41,1% de la Población Económicamente Activa).
¿Por qué la persistencia de la crisis, aún con la ligera mejora de los precios del petróleo? Quizá la principal razón se encuentre en los problemas estructurales de la economía ecuatoriana, sobresaliendo dos: un estancamiento industrial, reflejado en el peso casi inalterado de la manufactura en el PIB (pasando de 11,9% a 11,5% entre 2007-2017); así como una tendencia a la reprimarización exportadora, reflejada en un aumento del peso de los productos primarios en el total de exportaciones (pasando de 74% a 77%). Ambos problemas (junto con muchos otros que en su momento han sido analizados) dan cuenta de una estructura económica inalterada (como ejemplo se tiene la estafa de la «transformación de la matriz productiva»), internamente débil, vulnerable a los shocks y en extremo dependiente de los flujos externos de dólares para sobrevivir casi mes a mes (como lo ha admitido gente del propio gobierno de Moreno).
Otra estructura intacta en extremo relevante es la elevada concentración y centralización del capital, en beneficio de importantes grupos económicos. Una muestra: entre 2010-2016 el índice de Gini de distribución de activos entre compañías se ha mantenido estancado en 0,92 puntos. Igual de elevada se mantiene la concentración de la tierra y el agua. De hecho, varios grupos -como por ejemplo Eljuri o Nobis- obtuvieron millonarias utilidades en el correísmo, pagaron un mínimo de impuestos (apenas 2,3% de sus ingresos totales se destinaron al impuesto a la renta en 2016) y, hasta han ubicado representantes directos dentro del gabinete de Moreno.
Es justo desde este último problema estructural -el fuerte lazo entre el poder político y el poder de grandes grupos económicos oligopólicos- que emergen las dificultades para construir alternativas de transformación que den al país mayor fortaleza interna frente a shocks externos. Solo basta pensar en que ningún grupo económico deseará cambiar las estructuras cuando éstas le brindan elevados niveles de concentración (por ejemplo, hay empresas que dominan más del 70% del mercado de varias actividades manufactureras, así como apenas un banco que concentra alrededor del 30% de los depósitos y los créditos, por mencionar apenas dos ejemplos [(1).
A la final estos grupos siguen siendo quienes definen, en el fondo, gran parte de la política económica del gobierno de turno en el país. Y es desde ahí que se puede entender al primer año del gobierno de Moreno como un año en donde los grupos dominantes se han reacomodado (ver, por ejemplo, la breve decaída del grupo Eljuri y el ascenso de Nobis) a fin de continuar con su consolidación. La diferencia quizá sea que, mientras con Correa tales grupos se consolidaban tras la sombra de un falso discurso «socialista», la falta de norte de Moreno les ha dado la chance de volverse protagónicos en una política económica que no tenía rumbo, pero que ya se perfila claramente hacia un nuevo neoliberalismo.
¿Hacia un nuevo Consenso de Washington?
En un primer momento, que quedó recogido en el «plan económico» presentado por Moreno en octubre de 2017, se plantearon algunas medidas llamativas de corte progresista, aunque insuficientes para enfrentar los problemas estructurales antes mencionados; plan a ratos con claros indicios neoliberales. Entre los puntos a destacar de dicho plan están:
-Incentivar la creación de empleo reduciendo los tributos a pequeñas empresas y promoviendo nuevas formas de contratación laboral (entiéndase flexibilización).
-Sustentabilidad de cuentas fiscales reduciendo el déficit fiscal y generando una austeridad reduciendo en 10% el sueldo de los servidores públicos que más ganan, a más de reducir los gastos en viáticos, vehículos de lujo entre otros gastos varios.
-Reformas tributarias como el incremento del impuesto a la renta a grandes empresas, incremento de impuestos a quienes ganen más de 3 mil dólares mensuales y uso de tarifas arancelarias generalizadas para contener las importaciones.
-Cambio del manejo monetario por medio de la entrega del dinero electrónico a la banca privada y la obligación a las personas naturales o jurídicas que realicen actividades económicas a aceptar el dinero electrónico como medio de pago.
-Ajuste tributario racionalizando beneficios tributarios, perdonando 100% de intereses y multas a deudores tributarios y deudores de aportes a la seguridad social -sobre todo grandes- a cambio de que paguen sus deudas en el corto plazo, así como la eliminación del anticipo del impuesto a la renta para el año 2019.
-Ajuste externo reduciendo el impuesto a la salida de divisas de forma gradual según cómo avance la balanza de pagos, así como el aumento de aranceles.
-Incentivos a inversiones especialmente con una serie de exoneraciones tributarias.
-Alianzas público-privadas (entiéndase casi privatizaciones) en infraestructura, hidrocarburos, energía, minería, telecomunicaciones, transporte y obras públicas.
-Reducción del gasto público extendiéndose a eliminación de instituciones públicas, reducción de asesores, ventas de inmuebles, etc.
-Ratificar las nuevas formas de contratación laboral según las necesidades de sectores como el turismo, la agricultura, la pesca entre otros.
-Fomento a la «economía popular y solidaria» sin presentar medidas específicas.
-Incentivos tributarios exonerando el pago del impuesto a la renta por 8 años a las empresas que hagan nuevas inversiones en las ciudades de Quito y Guayaquil, y por 10 años a quienes inviertan en las demás ciudades del país.
-Ratificación de varias de las propuestas de abril, especialmente en lo que refiere a la eliminación de impuestos y condonación de intereses y multas a deudores del Estado.
-Créditos para la economía popular y solidaria, en beneficio de 250.000 personas.
Claramente esta primera propuesta denotó una disputa entre medidas de apoyo a pequeñas empresas, aumento de impuestos a grandes empresas y a quienes más ganan (propuestas tibias, pero con el potencial de abrir campo a nuevas políticas realmente redistributivas), y medidas neoliberales como la flexibilización laboral o la entrega del dinero electrónico a la banca privada (cuando ya había propuestas -para el debate- donde el dinero electrónico podía contribuir a la reactivación económica desde lo público). Asimismo, se vieron medidas insuficientes como la «austeridad fiscal», la cual se enfocó en seguir reduciendo la inversión pública (cosa que ya venía haciendo el correísmo), sin cuestionar el gasto corriente en salarios y subsidios mal direccionados (que nunca fueron redistributivos).
A pesar de que este primer intento no fue totalmente progresista, recibió un sinfín de críticas por parte de los representantes de los grandes grupos económicos, las cámaras de comercio, los grandes medios de comunicación del país y hasta de sectores sindicales (por la flexibilización laboral). Ante toda esa presión, en un segundo momento, el gobierno de Moreno empezó a borrar lo poco de progresismo que le quedaba y tomar posición por un bando específico que le ayude a sostenerse en el poder.
Así, en abril de 2018, Moreno hizo pública su segunda propuesta de plan económico. Esta vez se plantearon cuatro ejes, altamente concentrados en la estabilización fiscal y las inversiones: estabilidad y equilibrio fiscal, reestructuración y optimización del Estado, equilibrio externo y sostenibilidad de la dolarización, reactivación productiva. A la par con estos ejes, se presentaron varias políticas específicas, entre las cuales destacan:
En esta versión de plan, recibida con mayor agrado por los grupos dominantes, fue clara la intención de Moreno de conciliar con estos. Ya no se habló de aumento de impuestos a las grandes empresas, ni del énfasis al apoyo a las empresas pequeñas. Ahora la mayor concentración se dio en el ajuste fiscal, así como en las facilidades para la llegada de inversión privada, así sea con la entrega de recursos naturales y la exacerbación extractivista (neoliberalismo puro y duro). Este giro de Moreno se aderezó con la mención, casi simbólica, de la «economía popular y solidaria» sin ninguna política concreta.
Aunque esta versión del plan ya parecía definitiva, el abrupto cambio de dirección en el ministerio de Economía y Finanzas -ubicándose como timonel a un expresidente del Comité Empresarial Ecuatoriano- hizo que las cosas cambien otra vez. Así, el manejo económico de Moreno llegó a un tercer momento que inició el 24 de mayo de 2018.
Si bien aún es prematuro analizar las medidas concretas que el «morenismo» tome una vez que ha entregado el manejo de la economía y las finanzas a un exrepresentante del empresariado ecuatoriano, algunas ideas ya quedaron planteadas en el discurso que Moreno dio al cumplirse un año de su gobierno. Entre esas ideas se puede hablar de:
Claramente, en el último anuncio de Moreno se destaca la exoneración tributaria diametralmente opuesta al incremento de impuestos propuesto en octubre de 2017. Pero, sobre todo, destaca la intención de radicalizar el enfoque neoliberal del «rata plan» presentado en abril. Plan que será aplicado con un ministro de economía representante del empresariado, además de un ministro de comercio exterior que mantiene vínculos familiares con Isabel Noboa (mandamás del grupo Nobis) y que va ganando protagonismo en la definición de la política económica del país.
A la par que se define quiénes manejarán la política económica en el corto plazo, también se aclara que la deuda externa seguirá siendo el salvavidas de Moreno. De hecho, el flamante ministro de economía ha reconocido la necesidad de seguirse endeudando. Es más, propondría la eliminación del techo legal a la deuda, que sería reemplazado por «reglas macro-fiscales» que estarían por definirse. Asimismo, ha indicado que se podría realizar un acercamiento al Fondo Monetario Internacional para «reperfilar» la deuda ecuatoriana y que no es el momento de «estigmatizar a los organismos multilaterales».
Sin duda esas últimas palabras podrían tomarse como señal del completo regreso de Ecuador al Consenso de Washington, un regreso que -reiteremos- fue enrumbado por el propio correísmo.
Desde fines de 2014, Ecuador ha vivido años complejos. Entre la crisis persistente y la falta de rumbo de Moreno ya se ha «matado» el primer año de un gobierno que pudo recuperar lo positivo del progresismo -que lo hay- y desterrar la peor herencia del correísmo. Por ahora, la gente que sufre la crisis en carne y hueso seguirá aguantando las consecuencias de la «no-transformación» desde la informalidad y con ingresos laborales estancados. Mientras, la deuda externa seguirá creciendo y la dolarización se sostendrá de forma artificial, al menos hasta que la deflación no haga estallar la situación. Ante este complejo futuro, las izquierdas y los movimientos sociales tienen la urgente responsabilidad de reinventarse para hacer frente al retorno de un nuevo neoliberalismo.
John Cajas Guijarro es economista. Se desempeña como profesor de la Universidad Central del Ecuador. Actualmente, cursa estudios de doctorado en economía en FLACSO-Ecuador. Todos los datos presentados en este trabajo corresponden a cifras oficiales (especialmente del Banco Central del Ecuador, del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos entre otras).
Nota
1) Sobre este tema se puede ver los resultados recogidos en el capítulo 5 del libro de Alberto Acosta y John Cajas Guijarro (2018): Una década desperdiciada. Las sombras del correísmo. Quito: Centro Andino de Acción Popular.
nuso.org/articulo/hacia-donde-va-ecuador-lenin-moreno-/

Coca-Cola y el Agua. Las escandalosas mentiras (Parte 2)


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Coca-Cola y el Agua. Las escandalosas mentiras (Parte 2)


Los casi 2.000 millones de litros de agua que la compañía compensó en 2015 cubren poco más que su “agua operacional”, ese “muy pequeño porcentaje” de su Huella hídrica, según las propias palabras de la compañía unos años antes en el informe holandés.

Incluso cuando quedó claro que la compañía nunca llegaría a alcanzar la “neutralidad del agua” en su sentido integral, Coca-Cola siguió adelante con su programa de compensación de agua de alto perfil en 2007, prometiendo reemplazar “cada gota” de agua utilizada en sus bebidas Con The Nature Conservancy y otros expertos técnicos, la compañía ideó un marco para evaluar proyectos y evaluar cuántos litros “devolverían” a la naturaleza para cumplir la promesa de la compañía de devolver “cada gota” de agua utilizada para hacer sus bebidas.
La compañía invierte en tres tipos principales de proyectos. Sus inversiones en agua y saneamiento están diseñadas para expandir los servicios básicos en comunidades pobres de África y otros lugares a través de excavaciones, proyectos de purificación de agua y distribución de agua y sistemas de medición. La compañía también financia proyectos de “uso productivo” orientados a aumentar la conservación y reutilización del agua y aumentar el suministro de agua para el riego. Finalmente, existen proyectos de protección y restauración de cuencas hidrográficas, que van desde la plantación de árboles y la gestión de aguas pluviales hasta proyectos de riego de alta tecnología diseñados para reducir la cantidad de cultivos acuáticos que se necesitan para crecer.
La compañía le dijo a The Verge que “The Coca-Cola Company y nuestros socios embotelladores han creído durante mucho tiempo que debemos llevar a cabo nuestro negocio de manera más sostenible y crecer de manera responsable” y que tiene que trabajar con sus socios para lograrlo. También dijo que “[u] ltimo, nuestro objetivo es ayudar a proteger y conservar los recursos hídricos, y llevar agua potable y saneamiento a las personas en las comunidades a las que servimos”.
“Los casi 2.000 millones de litros de agua que la compañía compensó en 2015 cubren poco más que su” agua operacional “”
Dado que se esperaba que muchos de los proyectos mejoraran las condiciones del agua durante varios años, la compañía ideó reglas para documentar “créditos” multianuales, y continúa informando su progreso en un Informe anual de Reposición de Agua (junto con un Informe de Sustentabilidad anual). completo con cientos de páginas de hojas informativas y notas técnicas al pie. Coca-Cola le dijo a The Verge que ha invertido en mejorar el tratamiento de aguas residuales, la eficiencia en el uso del agua y abordar “las necesidades y los desafíos locales”.
Sin embargo, los casi 2.000 millones de litros de agua que la compañía compensó en 2015 cubren poco más que su “agua operacional”, ese “muy pequeño porcentaje” de su Huella hídrica, según las propias palabras de la compañía unos años antes en el informe holandés. Específicamente, cuando se refiere a devolver “cada gota”, se refiere esencialmente solo al agua que realmente cabe en cada botella o lata de sus bebidas: los 0,5 litros en cada botella de medio litro de Coca-Cola, que en realidad lleva 35 litros de agua. para producir, de acuerdo con la evaluación de la huella hídrica completada en esa fábrica de Holanda. Coca-Cola no respondió a las preguntas de The Verge sobre si hoy se considera neutral respecto del agua o sobre la distinción entre el uso operativo y total del agua.
Además, muchos de los proyectos de compensaciones de Coca-Cola enfrentan preguntas sobre si entregan los beneficios que afirma Coke. Tal vez la acusación más seria sobre el gasto de conservación de la compañía sea sobre si examina apropiadamente los proyectos para garantizar que cuenten con el respaldo de la ciencia. La compañía no respondió preguntas detalladas sobre estas críticas, que han sido planteadas por científicos en México.
“Cuando se refiere a devolver” cada gota “, se refiere solo al agua que realmente cabe en cada botella”
En México, Coca-Cola y una de sus embotelladoras financiaron trabajos forestales que incluyeron la excavación de trincheras similares a las utilizadas en la agricultura. Estas zanjas de infiltración estaban destinadas a garantizar suficiente agua a los retoños. Coca-Cola ha tomado públicamente el crédito por ayudar a financiar más de aproximadamente 5 millones de trincheras en parques nacionales y otros bosques en todo México. Sin embargo, estos proyectos han sido criticados por causar daños a algunos de los parques nacionales más emblemáticos del país.
La comisión forestal del gobierno mexicano, Conafor, suspendió el uso de estas trincheras hace más de tres años en algunas partes del país. Los estudios científicos han concluido que la práctica no mejoró las condiciones de crecimiento, pero aumentó la erosión y la degradación de los bosques. La autora principal de los estudios, la Dra. Helena Cotler de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dijo a The Verge que trajo los problemas a un ejecutivo que estaba a cargo de los servicios comunitarios de Coca-Cola de México (una subsidiaria de la empresa matriz con sede en Atlanta) en 2014. Al año siguiente, un conservacionista mexicano apareció en un video de YouTube en el que se llamaba a Coca-Cola y a otras corporaciones que financiaban el trabajo de trinchera. En respuesta, Cotler dijo que el ejecutivo le dijo que la compañía suspendió el financiamiento para las trincheras en 2015. (Coca-Cola no respondió a las preguntas sobre si había suspendido el financiamiento de trincheras).
Sin embargo, en el informe de reabastecimiento más reciente de Coke, publicado en abril de 2017, la compañía continuó contabilizando estos proyectos desacreditados cada año hacia su recuento mundial de reposición hasta el año 2023. No es una cantidad insignificante. Del total de 221,7 mil millones de litros de agua que Coca-Cola estima que restauró a la naturaleza en todo el mundo en el año 2016, los 13 mil millones de litros de la empresa atribuye a los proyectos de zanjas de México es igual a casi el 6 por ciento de sus pretensiones de reposición en todo el mundo y aproximadamente el 7,5 por ciento de su cuenca en todo el mundo inversiones de protección.
“Según la compañía, los 191.900 millones de litros devueltos” a la naturaleza “en 2015 permitieron a la empresa alcanzar el” equilibrio “cinco años antes de lo previsto”.
Esos problemas de contabilidad no impidieron que la empresa anunciara en 2016 que había alcanzado su objetivo de neutralidad en el uso del agua. “Por cada gota que usemos, devolvemos una”, anunció el comunicado de prensa de Coke. Según la empresa, los 191.900 millones de litros devueltos “a la naturaleza” en 2015 le permitieron a la empresa alcanzar el “equilibrio” -la neutralidad del agua- cinco años antes de lo previsto.
Desde entonces, la compañía ha contabilizado cada litro que dice que se ha guardado, e informó compensaciones por valor de agua de un total de 221 mil millones de litros en 2016, o “133 por ciento” de su volumen de ventas globales. Pero al observar su Huella hídrica más amplia, esta cifra representa solo un poco más que su “agua operativa”, no el agua que entra en la cadena de suministro. Según el estudio de la huella hídrica completa que realizó la compañía, casi el 99 por ciento del uso del agua queda sin contabilizar, posiblemente más, considerando que no todos los proyectos de compensación de la empresa realmente “devuelven” el agua a la naturaleza, según la propia admisión de la compañía.
“Casi el 99 por ciento de su uso de agua queda sin contabilizar”
“En la mayoría de los casos, el acceso al agua y los proyectos de saneamiento mejorados resultan en un aumento real en el uso local del agua y puede parecer contradictorio perseguir este tipo de proyectos como un equilibrio para el uso consuntivo industrial”, según un documento de 2013 redactado por ejecutivos de Coca-Cola. y consultores afiliados que explican cómo funciona su programa de compensación de agua. El periódico continúa diciendo que la compañía, no obstante, cree que ese uso adicional de agua no es necesariamente malo, siempre que se use de manera equitativa y sostenible. A pesar de la falta de “reabastecimiento” real, el año pasado, la compañía dijo que estos proyectos de agua y saneamiento compensan un total de 12,2 mil millones de litros por año.
Incluso Koch, quien dirigió el programa de compensación de agua para Coca-Cola antes de abandonar la compañía el año pasado, reconoció que algunos proyectos -particularmente proyectos de agua potable- corren riesgos sociales, económicos y ambientales, pero a menudo aumentan la extracción de agua en algunos lugares al haciendo que sea más fácil para las personas acceder al agua.
“No significa en este contexto en todos los casos necesariamente que en realidad estás reponiendo el agua”, dijo Koch. Sin embargo, agregó, “Diría que la gran mayoría del volumen de agua reportada se ha reabastecido realmente”.
Continuará…
Artículo original (en inglés)
http://telegra.ph/Coca-Cola-y-el-Agua-Las-escandalosas-mentiras-Parte-2-06-15

Coca-Cola y el Agua. Las escandalosas mentiras


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Coca-Cola y el Agua. Las escandalosas mentiras

 

 


Cuando Coca-Cola anunció planes a comienzos de este año para reciclar el equivalente al 100 por ciento de sus empaques para el 2030, la compañía promocionó el esfuerzo como parte de su éxito con el uso sustentable del agua. En un anuncio de página completa de 2016 publicado en The New York Times, la compañía proclamó: “Por cada gota que usemos, le devolvemos una”, presumiendo en su sitio web de que era “la primera compañía de Fortune 500 en alcanzar un objetivo tan agresivo”. . “Pero un año de presentación de informes en el programa de agua de Coca-Cola muestra que la compañía está exagerando enormemente su récord de agua, lo que sugiere que su nuevo plan de reciclaje” World Without Waste “también debería verse con escepticismo.
Coca-Cola fue criticada por sus prácticas de agua a mediados de la década de 2000. (La compañía no respondió preguntas específicas, pero emitió una larga declaración para este artículo). Coca-Cola mantiene bajos los costos de distribución recurriendo a las fuentes locales de agua, una práctica que ha continuado desde el éxito inicial de la compañía en fuentes de soda del área de Atlanta. a fines del 1800 En la década de 2000, sin embargo, la población local en algunas de las regiones del mundo cada vez más estresadas por el agua miraba más críticamente a los grandes usuarios del agua, y Coca-Cola se convirtió en blanco de la ira pública. En 2007, los estudiantes universitarios de EE. UU. Tomaron la causa y pidieron un boicot nacional en apoyo de los agricultores indios que acusaron a la compañía de robar su agua y sus medios de subsistencia. Fue una pesadilla internacional de relaciones públicas que amenazó la imagen de marca de Coca-Cola y la estrategia comercial global.
Este artículo fue reportado en asociación con The Investigative Fund en The Nation Institute.
E. Neville Isdell, CEO de Coke en ese momento, prestó atención.
“Hoy”, dijo desde un podio en una conferencia del Fondo Mundial para la Naturaleza 2007 en Beijing, “Coca-Cola Company se compromete a reemplazar cada gota de agua que usamos en nuestras bebidas y su producción para lograr un equilibrio en las comunidades y en la naturaleza con el agua que usamos “. La idea era hacer que las operaciones de Coke fueran” neutrales en cuanto al agua “. Ese año, la compañía se comprometió a alcanzar esta meta para 2020.
Desde el principio, todo dependía de cómo se definiría “cada gota” y “agua neutral”. La expresión “neutralidad del agua” apareció por primera vez en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Johannesburgo en 2002, una creación del empresario sudafricano Pancho Ndebele. Al igual que un programa de compensación de emisiones de carbono, ofreció a los delegados una forma de contrarrestar el consumo de agua comprando créditos para invertir en iniciativas de eficiencia hídrica y ampliar el acceso al agua limpia. Después de la cumbre, Ndebele estableció Water Neutral Foundation para llevar adelante el concepto, pero luchó para ganar credibilidad con la comunidad científica, que criticó la “neutralidad del agua” como un término engañoso que carecía de un método riguroso para evaluar el uso del agua y compensaciones y sugirió que los problemas de agua en el mundo podrían resolverse con algunas contribuciones caritativas.
Un método de contabilidad del uso del agua llegó ese mismo año cuando el científico holandés Arjen Hoekstra creó la Huella hídrica, un método para sumar el agua que entra en todo lo que consumimos. Su Water Footprint contó no solo el agua utilizada en la fábrica, sino también lo que se necesita para cultivar las materias primas, crear el embalaje y todo lo demás que entra en cada producto. Las evaluaciones de la Huella Hídrica captaron la atención del mundo al publicitar las cantidades alucinantes de agua que se necesitan para hacer incluso nuestras necesidades diarias más humildes. Tome una sola camiseta: se necesitan 712 galones de agua para producir, principalmente debido al agua que se necesita para cultivar el algodón. Una hamburguesa de un cuarto de libra requiere 462 galones de agua si se toma en cuenta el agua requerida para cultivar el alimento del ganado. Los países y las empresas pueden calcular sus propias Huellas de agua. Las personas también pueden: en los Estados Unidos, tenemos una Huella de agua per cápita de 2.060 galones por día.
La Huella hídrica desafió a las personas y las empresas a pensar de manera más crítica sobre el uso del agua. La “neutralidad” del agua expandió las ambiciones de agua más allá del mantra ambiental de reducir, reutilizar, reciclar. Los dos conceptos parecían ir de la mano, y Hoekstra comenzó a trabajar en una Calculadora de neutralidad de agua para la fundación de Ndebele. Al vincular la neutralidad del agua con la metodología de Hoekstra para medir con precisión Water Footprints, Hoekstra y Ndebele esperaban que las personas y las empresas utilizaran la calculadora para invertir en proyectos de conservación de la naturaleza que podrían, al menos en teoría, restaurar agua que no se puede reducir ni reciclar.
Greg Koch, en ese entonces ejecutivo de Coca-Cola encargado de la administración mundial del agua, se puso en contacto con Hoekstra. Dos semanas después del discurso de Isdell en Beijing, Koch y Hoekstra se encontraron en un café en Amsterdam.
“Fue emocionante para mí”, recordó Hoekstra, que había tomado un tren desde Enschede, una ciudad a 100 millas al este de Amsterdam en la frontera alemana de Holanda, donde trabaja como profesor e investigador en la Universidad de Twente.
Hoekstra estaba encantada con la idea de ayudar a Coca-Cola a evaluar y reducir el consumo de agua en cada parte de su cadena de suministro, no solo el agua utilizada en sus plantas embotelladoras, sino también la cantidad que se necesitó para cultivar el azúcar y otros ingredientes, y producir cada botella de plástico y aluminio puede. En la actualidad, la Organización Mundial de la Salud informa que la mitad de la población mundial vivirá en áreas con escasez de agua para el año 2025; Para el año 2030, las Naciones Unidas predicen que el estrés hídrico dará paso a la escasez de agua para casi la mitad de las personas en el planeta. Ya en 2007, Hoekstra y otros expertos ya estaban haciendo sonar la alarma. Hoekstra pensó que Coca-Cola estaba lista para enfrentarse a la realidad. Pero Coke seguiría un plan diferente.
Al principio, la idea parecía estar ganando impulso. En Beijing, Isdell había dicho que la compañía no comenzaría con el agua utilizada en su cadena de suministro, sino que la abordaría eventualmente. “Reconocemos que convertirse en ‘agua neutral’ en nuestras operaciones no aborda el problema del agua embebida en nuestros ingredientes agrícolas y materiales de empaque. Trabajando con WWF, buscaremos oportunidades para reducir el uso del agua en nuestra cadena de suministro, comenzando con el azúcar “, dijo Isdell a la audiencia. Continuó diciendo, “Nuestro objetivo, en última instancia, es establecer un negocio verdaderamente sustentable en el agua a escala global”. Los próximos movimientos de la compañía sugirieron que estaba considerando una revisión aún más transformadora de sus operaciones, incluida su cadena de suministro.
Después de la primera reunión entre Koch y Hoekstra, Coca-Cola encargó tres evaluaciones de Huella de agua en una planta en Holanda del equipo de investigadores de Hoekstra. La reunión en Amsterdam también condujo a una serie de reuniones llamadas Grupo de Trabajo de Neutralidad en el Agua. Asistieron a la primera reunión Hoekstra, Ndebele y ejecutivos de Coke, World Wildlife Fund y varias agencias internacionales. Representantes de Nestlé, Ikea, el fabricante de bebidas SABMiller y otras empresas, junto con The Nature Conservancy, aparecieron en reuniones posteriores en Europa y EE. UU.
“” Por cada gota que usemos, le devolvemos una “.
“Comenzamos revisando el concepto de huella hídrica y discutiendo cómo esto se relaciona con los negocios, en el supuesto de que esto proporcionará la base para los cálculos de neutralidad del agua” con el objetivo de ver qué “podría desarrollarse en los próximos 6-12 meses en un proceso creíble y abierto “, de acuerdo con las actas de la primera reunión del Grupo de Trabajo de Neutralización de Agua en septiembre de 2007. Alrededor del mismo tiempo, la neutralidad del agua y la Huella del Agua encabezaron conferencias de negocios internacionales; JPMorgan presentó la Huella hídrica en un informe de 2008 sobre el riesgo corporativo del agua; y las compañías comenzaron a encargar evaluaciones de la huella hídrica.
“Hubo un gran revuelo”, dijo Derk Kuiper, un conservacionista holandés y ex miembro del Fondo Mundial para la Naturaleza que presidió el Grupo de Trabajo Water Neutral.
Pero según Ndebele y Kuiper, los ejecutivos en la sala se resistían al enorme consumo de agua en un área: las cadenas de suministro corporativas, que Ndebele recordaba como “el elefante en la habitación”. Desde la primera conversación, Hoekstra recordó, los ejecutivos de Coca-Cola reconocieron las necesidades de agua de sus ingredientes agrícolas; La agricultura, dijo Hoekstra, puede contribuir a más del 90 por ciento del consumo de agua en algunos lugares. (The Verge le preguntó a Coca-Cola por qué la compañía excluyó su cadena de suministro de su plan original para reponer toda el agua que se necesita para fabricar sus productos, pero la compañía no respondió).
“Hubo renuencia entre los ejecutivos en la sala para enfrentar el enorme consumo de agua en un área: las cadenas de suministro corporativas”.
“Particularmente en los sectores de alimentos y bebidas, entendieron que, al final del día, el mayor usuario de agua es la agricultura. E inevitablemente su huella hídrica iba a ser mucho más grande debido a ese segmento en particular “, dijo Ndebele. “Pero creo que al principio fue un desafío, la gente estaba contenta … no de hecho atenderlo”. Ndebele había trabajado previamente como gerente de desarrollo sostenible para SABMiller, la compañía multinacional de cervecería y bebidas con sede en Londres que era una de las de Coca Los socios embotelladores más grandes de Coola. (SABMiller ahora es parte de una nueva compañía llamada Newbelco).
Kuiper recordó las dudas cada vez mayores entre los ejecutivos corporativos del grupo. “Muchas organizaciones comenzaron a hacer estos cálculos iniciales, y descubrieron que … para la cadena de suministro Water Footprints, si usted es una empresa con una cadena de suministro agrícola, estas son enormes, estas huellas hídricas”, dijo. “No hay suficiente agua para todos”, lo que significa que no hay suficientes proyectos de compensación viables para equilibrar realmente las huellas hídricas agrícolas corporativas.
Tome las evaluaciones de la huella hídrica que Hoekstra y su equipo llevaron a cabo para Coca-Cola a partir de 2008. Cuando Coca-Cola publicó públicamente el informe en septiembre de 2010, reveló que se necesitan 35 litros de agua para preparar cada medio litro de Coca Cola en Holanda. . La mayor parte de esa agua (28 litros) se usó principalmente para cultivar remolacha azucarera para endulzar la bebida. Se necesitaron otros siete litros para fabricar la botella de plástico PET, más un total de 0,4 litros de “agua operacional”, que es el agua que se usa en sus plantas embotelladoras para fabricar cada medio litro de producto. “[L] a huella hídrica operativa asociada a la producción resultó ser un porcentaje muy pequeño de la huella hídrica total”, según el informe.
“” No hay suficiente agua para todos “.
Coca-Cola le dijo a The Verge que el “objetivo final de la compañía es obtener de forma más sostenible el 100% de nuestros ingredientes agrícolas clave” y que trabaja con sus proveedores para mejorar. “Creemos que hemos progresado mucho en esta área, pero reconocemos que es un viaje”, escribió la compañía en su declaración para este artículo.
A medida que la enormidad de la tarea que la compañía se había propuesto, Coca-Cola y otros miembros del grupo de trabajo presionaron a Hoekstra para que les permitiera participar en un acto de prestidigitación que reduciría casi la mitad de la huella hídrica para cada medio litro de Coca-Cola, según la gente en las reuniones.
Con un solo movimiento, adoptar el uso del agua “verde neta” en lugar del uso del agua completamente “verde” podría haber eliminado el 43 por ciento de la huella hídrica del Coque holandés. Una huella hídrica que utiliza “red verde” restaría la cantidad de agua que la vegetación natural podría necesitar si, digamos, una plantación de azúcar no la hubiera reemplazado. En los casos en que la vegetación natural preexistente absorbió más agua que el cultivo que la reemplazó, el “verde neto” ofrecía la posibilidad de reducir la huella hídrica general de una empresa a pesar de los vínculos de la agricultura industrial con la contaminación del agua y otros problemas de sostenibilidad hídrica. The Verge le pidió a Coca-Cola que solicite que los cálculos se basen en el “verde neto” para el uso del agua, pero la empresa no respondió.
“Hubo un impulso general de las empresas de bebidas hacia ‘verde neto’, y el problema también surgió específicamente cuando estábamos haciendo nuestro informe”, dijo Hoekstra, refiriéndose a las evaluaciones de la huella hídrica creadas para la compañía. “Se sintió como una victoria cuando finalmente Coke aceptó nuestro informe a pesar de la presión general dentro del sector [de las bebidas] y la propia Coca para cambiar a verde neto”.
Después de que Hoekstra rechazara la solicitud de Coca-Cola de sustituir el “verde verde” por su metodología Water Footprint, la empresa nunca avanzó con una Huella hídrica de la empresa global de The Coca-Cola Company, lo que limitó su atención solo al agua que entra en cada botella. Según Koch, hablando en nombre de la compañía hace dos años, no había necesidad ya que el trabajo de Hoekstra ya había confirmado su “intuición” sobre la cantidad de agua incorporada en su cadena de suministro.
Por Christine MacDonald
Ilustraciones de James O’Brien
Continuará…
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